Concluida la Semana Santa, una Semana Santa especial y, esperemos, que irrepetible, nos queda por delante toda una Primavera para disfrutar, en la medida de lo posible, de nuestra ciudad, de sus calles, de sus plazas y, como no, de sus detalles. Uno de ellos hemos podido percibirlo, olerlo, durante estas pasadas jornadas, especialmente en calles concretas, donde el azahar ha estado haciendo acto de presencia blanqueando los naranjos un año más.
Desde la más remota Antigüedad se tiene constancia de la existencia del naranjo y su fruto; esculturas religiosas de la cultura helénica o india, así como pinturas murales de Pompeya y Herculano son testigos del cultivo de cítricos; quizá fueran los conquistadores griegos quienes lo trajeran al Mediterráneo desde la lejana Asia, de las laderas del Himalaya, entre la India y China.
Ni que decir tiene que la verdadera introducción del naranjo en España fue protagonizada por los árabes, aunque en la cultura romana ya fuera conocido y utilizado. Durante las cruzadas, en el siglo XI, comerciantes árabes expandieron el naranjo por Siria, Palestina o Egipto, y por el norte de África lo extendieron a España (Andalucía y Levante, especialmente) e islas como Sicilia. A semejanza de jardines de Damasco o Bagdad, donde el agua y la vegetación iban de la mano, el naranjo pasó a ocupar lugar principal, con ejemplos destacables en nuestra ciudad en los Reales Alcázares o los propios patios de los Naranjos de la Catedral o el Salvador, cuyos nombres son toda una declaración de intenciones.
En la novela cervantina Rinconete y Cortadillo, ambos pícaros son recibidos e invitados a almorzar por "La Gananciosa", una de las rameras en la trianera casa de Monipodio, y durante el banquete no faltan ni las naranjas ni los limones, ¿Serían naranjas amargas típicamente sevillanas o dulces como las traídas a Europa por el marinero portugués Vasco de Gama en 1520?
Manuel Rodríguez de Guzmán: Rinconete y Cortadillo. 1858. Museo del Prado. |
Tampoco podemos olvidar cómo, durante la Guerra de Indepencia, el Duque de Wellington constató la extraordinaria calidad de la naranja amarga sevillana y decidió difundir y propagar su uso para la elaboración de mermeladas de este tipo, muy apreciadas en el Reino Unido, lo que sirvió, por tanto, como acicate para aumentar el cultivo y exportación de este fruto. La naviera escocesa McAndrew se especializó en traer carbón al sur mientras que, en la travesía de regreso, junto con mineral de hierro de Río Tinto, trasladaba naranjas amargas para los desayunos británicos. Como dicen Rossini y Elías: "Decir Sevilla en Inglaterra y Escocia era hablar de naranja amarga". Este año, como detalle, se ha recuperado la costumbre de enviar un cargamento de naranjas amargas de los Reales Alcázares con destino a la Corte de Su Graciosa Majestad en Buckingham Palace.
En nuestra ciudad, los huertos de naranjas amargas ocupaban un importante espacio, propiedad de órdenes religiosas como los Cartujos de Santa María de las Cuevas, las jerónimas de Santa Paula, el Palacio de las Dueñas o los Reales Alcázares, donde se conserva aún hoy un naranjo plantado en tiempos de Pedro I, según la tradición. Pero, ¿desde cuándo hay naranjos en nuestras calles y Plazas? Desde siempre se ha apuntado que posiblemente fuera la calle Doña María Coronel de las primeras en tener este tipo de arbolado en sus aceras, sobre todo tras una serie de operaciones urbanísticas que alinearon su estructura y supuso el derribo de, por ejemplo, el convento de San Felipe, pero, en cambio, se sabe que en el siglo XIX ya existían naranjos plantados en almácigas (especie de semilleros, palabra preciosa) en los Jardines de las Delicias promovidos por el Asistente Arjona.
Ello evidenciaría que ya por entonces, hablamos de 1842, el naranjo fuera preferido para ser plantado en el viario hispalense; de hecho, el Ayuntamiento en torno a 1860 ya sacaba a subasta el fruto de naranjos y limones existentes en las plazas de la Infanta Isabel y del Pacífico, o lo que es lo mismo, de las Plazas Nueva y de la Magdalena. Además, datos que aportan Rossini y Elías en su interesante estudio, en 1882 a estas dos plazas habría que añadir las de San Vicente, la Alfalfa, Triunfo y el conocido Huerto de la Mariana, en los terrenos de la actual Plaza de América en el Parque de María Luisa. Incluso se conservan peticiones para plantar naranjos en torno a esa fecha para plazas tan señaladas como las del Museo, el Patio de Banderas o la misma Plaza del Salvador. Curioso reseñar que, en este último caso, uno de los motivos alegados por los vecinos no era otro que:
"Los árboles que hoy forman su adorno no son convenientes ya porque su altura bastante eminente ya impiden á las casas que le circuyen la vista de la mayor parte de las cosas que necesariamente pasan por dicha plaza, como cofradías, etc; ya también porque siendo uno de los principales paseos: y por lo, mismo demasiado concurrido en la estación de recreo, no participa del aroma que sobresale en los demás, ní de la perspectiva que presentan los que tienen para su ornato en vez de árboles naranjos."
Por tener, incluso hasta existió el apodo de "El Naranjero" para referirse a la figura de Antonio de Orleans, Duque de Montpensier, apodo debido en primer lugar, a la cantidad de esta especie que crecía en tanto en sus haciendas como en los propios jardines del Palacio de San Telmo, y en segundo lugar a la idea de vender esas naranjas cuando lo habitual era que el pueblo llano las tomase gratis de esos jardines, que a la postre, por donación de su viuda la infanta María Luisa, serían el germen del Parque que llevará su nombre.
En 1906, esta vez sí, vecinos de Sevilla se dirigen por escrito al Consitorio para que, "a semejanza de la calle Doña María Coronel", se proceda a la plantación de en diferentes calles y plazas. La Exposición Iberoamericana de 1929 será el espaldarazo definitivo para esa difusión "naranjil", multiplicándose por numerosos rincones, especialmente en el barrio de Santa Cruz y por supuesto en el antes mencionado Parque de María Luisa gracias a la labor paisajística de Forestier. Comienza, por tanto, a gestarse la vinculación entre el azahar, la primavera y la Semana Santa, por ejemplo, en 1919 la Virgen de la Concepción saldrá en su Paso de palio exornado completamente con azahar merced a su mayordomo Luis Ibarra.
Foto: Reyes Sousa |
En la etapa del llamado Desarrollismo (años 60 y 70), con la creación de incontables barriadas en el extrarradio, se "exportará" el modelo de ornamentación arbórea, buscando revestir de azahar calles alejadas del casco histórico, lo que supondrá que Sevilla alcance la nada despreciable cifra de 5.000 unidades de esta especie, cantidad que se multiplicaría por cinco en los años 90.
Ni que decir tiene, que el naranjo se ha convertido en el árbol por excelencia de nuestra ciudad y que el azahar, que ahora disfrutamos en estas semanas de extraña primavera, es una de las flores más vinculadas a nuestras fiestas de Semana Santa o Feria.