Aunque poco conocida, la biografía del marino y explorador sevillano Esteban José Martínez y Martínez de la Sierra, nacido en Sevilla en 1742, supone adentrarnos en una época en la que aún quedaba mucho por explorar por parte de la corona española, en concreto en la zona de la costa noroeste de América, sector canadiense correspondiente a la actual Vancouver y a la isla del mismo nombre; pero como siempre, vayamos por partes.
Durante todo el siglo XVIII la monarquía española hubo afrontar diversos problemas políticos, siendo uno de ellos la creciente rivalidad comercial con Inglaterra. Así, el Atlántico y el Pacífico fueron escenario de constantes altercados entre buques mercantes y militares, con la consabida presencia de corsarios y bucaneros que generarían no pocos problemas a las rutas y convoys españoles que volvían o regresaban a la península ibérica. En este sentido, hay que destacar cómo también entran en escena otras nacionalidades, como la rusa, ya que a medida que avanza la centuria se comprobó que expediciones auspiciadas por los zares fueron poco a poco ocupando territorio español entonces, buscando sobre todo el comercio de pieles con los indígenas de la zona que reseñamos al comienzo.
Bautizado en la parroquia de Santiago, como estudió en su momento la profesora Borrego Plá, los padres de Esteban carecían de abolengo y tampoco eran sevillanos, ya que su padre, Martín, era cántabro y su madre, Antonia, era de la localidad onubense de Manzanilla. Huérfano con apenas 6 años de edad, su madre procuró entonces que Esteban obtuviera la mejor educación posible, de modo que en 1750 logra el ingreso de su hijo en el prestigioso Real Colegio Seminario de San Telmo, centro especializado en enseñanzas náuticas establecido en la actual sede la Presidencia de la Junta de Andalucía.
El joven Esteban resultó admitido tras afirmar varios testigos que, por supuesto, era cristiano bautizado y criado en la fe católica, sin ningún expediente abierto por el Santo Oficio, como descubrió la investigadora antes citada; a la hora de acceder a la escuela naútica "contaba ocho años de edad y era blanco, pelo, cejas y pestañas rubias, ojos pardos tiernos y menudo de facciones", así que pronto se vio vestido con el uniforme escolar que constaba de "casaca de paño azul, collarín y vuelta encarnada con golpe azul, chupa, calzón y medias del mismo color". El plan de estudios comprendía muchas y variadas asignaturas, como geometría, cosmografía, navegación, geografía e incluso nociones de artillería o construcción de pequeños navíos, sin olvidar la formación en prácticas con frecuentes viajes embarcados en buques de la corona.
De esto modo, Esteban José Martínez surcó los mares por primera vez en 1762 como grumete en el "Príncipe Lorenzo" en expedición a los Mares del Sur. Sin que se sepan los motivos, el joven marino hizo gala desde muy pronto de un fuerte carácter, prueba de ello es que no llegó a finalizar sus estudios naúticos al considerar que eran inútiles para él y al ser designado para un empleo inferior a su categoría de "pilotín" o ayudante de piloto.
Nuestro sevillano protagonista, aparte de realizar diversas exploraciones en territorio poco poblado de California, efectuó varias travesías por la actual Alaska, estando presente en sucesivas expediciones con las que
aprovisionar diferentes enclaves como San Diego (donde dejaron al misionero Fray Junípero Serra), Monterrey, San Francisco, etc. o "presidios" mucho más al norte. Siguiendo instrucciones del Virrey de México, Bernardo de Gálvez, quien a su vez hacía lo propio de órdenes de Carlos III, se organizaron varias exploraciones costeras tras detectarse la sorprendente presencia de enclaves rusos al norte, de modo que a Esteban José Martínez le tocó en suerte capitanear la fragata "Princesa", dotada con 89 hombres y poner proa hacia Alaska.
Durante la travesía, demostrando ser un hombre de la Ilustración, Martínez dejó por escrito sus impresiones al contemplar paisajes, fauna o tribus, así describía en su Diario uno de sus encuentros con las gentes de aquellos lejanos lugares:
"En todo el resto de la tarde se juntaron veinte y una canoas que según conté había en todas como ciento cincuenta indios, todos corpulentos y robustos, aún los de mayor edad, dos canoas llenas de mujeres (...) bien parecidas, traían en la boca una tablilla que parecía labio de una concha pintada, el labio de abajo lo tenían agujereado donde se afirman la tablilla, cosa muy fea, traían sus manillas o plomo y también cobre y muchos anillos. En una canoa grande de catorce o quince codos venía uno, representando ser el Rey o Capitán, con veinte y dos indios con música de pandero y sonaja, bailando, y gritando todos, este señor Rey se pagó de mi gorra encarnada, se la di, y me regaló un manto que traía puesto, también noté en sus canoas algunas planchitas de hierro y algunos otros instrumentos de piedra, pero lo que me causó novedad fue verles media bayoneta y a otro un trozo de espada hecha cuchillo, también les vi una cuchara de palo y recogí dos flechas primorosas".
Martínez, a la par, comprobó efectivamente las intenciones rusas de poblar esa costa e incluso de llegar a la isla de Nutca (frente a la actual Vancouver en la Columbia Británica de Canadá), todo ello gracias al contacto amistoso establecido con un navegante ruso apellidado Zaikov y dedicado a comerciar con las tribus de la zona para conseguir las apreciadas pieles de lobo o nutria. Sin embargo, habida cuenta la rivalidad con otros oficiales de su propia flotilla, la expedición le valió un proceso judicial por exceso de disciplina para con las tripulaciones del cual salió indemne, y en diciembre de 1788 nuestro paisano partía de nuevo hacia las heladas tierras del norte con la orden de reclamar todo aquel territorio en nombre del Rey de España, fundando además el Fuerte de San Miguel en Nutca. Se cuenta que las provisiones ni eran tan abundantes ni tan frescas como parecía y que el aguardiente, junto con las prendas de abrigo, fue eficaz recurso para paliar temperaturas muy por debajo de los cero grados centígrados.
Una vez allí, el 5 de mayo de 1789, Martínez hubo de establecer relaciones amistosas con los indios Keleken, mientras que con los portugueses, llegados allí también por razones comerciales, la situación se fue enrareciendo, culminando con la requisa de las mercaderías en nombre del rey español; al poco de emprender los trabajos de fortificación de la isla, arribó a ella un barco de guerra británico, el "Argonaut", cuyo oficial al mando, el capitán James Colnett, comunicó cortésmente que también atracaba allí para actuar como Gobernador en nombre de Su Graciosa Majestad. Tras la sorpresa inicial, de la cortesía entre caballeros se pasó a la discusión sobre jurisdicción y a la postre se desencadenarían los acontecimientos: el capitán inglés fue hecho prisionero tras amagar con desenvainar su espada, su barco resultó confiscado e incluso en la trifulca murió uno de los jefes Keleken, quizá a manos del propio Martínez o de uno de sus subordinados, o puede que fusilado por orden suya.
En cualquier caso, tras la llegada de nuevas órdenes del Virreinato de México, en vista del conflicto de alta política generado, Nutca hubo de abandonarse provisionalmente el 6 de diciembre de 1789, con la puesta en libertad de los prisioneros ingleses incluida y el disgusto (por no decir enfado) de Esteban José Martínez que vió cómo por las posteriores Convenciones de Nutca los ingleses no sólo recuperaban lo perdido, sino que los españoles abandonaban la zona para siempre.
Desencantado, en 1792 regresó a España, donde le aguardaba su esposa, desempeñando diversas misiones como teniente de fragata en algunas flotas, presentando algunos proyectos a la Corona para afianzar el dominio español en la zona que tan bien conocía, la costa suroeste de la actual Canadá: En 1795 rogó regresar a San Blas, esta vez acompañado de su mujer, donde se estableció en su rancho en Tepic, muy cerca de Jalisco. La muerte le sorprenderá el 28 de octubre de 1798 en el Real Presidio de Loreto, en el actual Estado de Texas, donde sería sepultado.
Explorador experimentado, piloto de gran valía, áspero en el trato e impaciente por naturaleza, Esteban José Martínez, pasará a la historia por su gran aportación dando a conocer una zona en la que el hielo y las duras condiciones de vida ponían a prueba a quien se atrevía a viajar a aquellas tierras, así como por haber sido el primer español en contactar con ciudadanos rusos en aquellas lejanas latitudes.