Dentro de los sucesos o sucedidos sevillanos que pasaban de boca en boca, ocupó lugar preferente durante años el ocurrido en nuestra ciudad en octubre de 1624. El trío protagonista llenó la ciudad de dimes y diretes por lo inaudito de la situación y por cómo quedó finalmente resuelta.
Empecemos por presentar a los intervinientes en esta tragicomedia: en primer lugar Cosme Sevaro, sastre, de orígen catalán por más señas, y que poseía vivienda y negocio en el llamdo Pozo de los Traperos, cerca de la calle de los Tundidores, actual Hernando Colón; en segundo lugar, su esposa, una hermosa mujer llamada Manuela Tablante, dada a galanteos y coqueteos; por último, el tercero en discordia, José Márquez, oficial empleado en la sastrería de Cosme, robusto mozo según las crónicas, que no tardó en entablar relación con la mujer de su maestro, movido por una irreflenable atracción mutua, sin que el alfayate, que era como se llamaba entonces a los sastres, se percatase de ello ni notase nada extraño en cuanto a la fidelidad de su pareja.
En una carta escrita por un padre franciscano a Don Francisco de Quevedo se decía sobre los escarceos amorosos de Manuela y José:
"Cuando el oficial tenía el antojo de ver a Manuela decía: Seda, señora maestra, y ella respondía: suba por ella, y de esto quedó un refrán que ahora se dice en todas las plazas de Sevilla".
Pero como suele ocurrir en estos casos, enterado al final Cosme, en vez de montar en cólera y tomar venganza espada en mano como era habitual en estos casos de adulterio manifiesto, nuestro sastre, hombre de ánimo tranquilo y vengativo sin duda, denunció a los dos jóvenes ante el escribano del crimen Lázaro de Olmedo, desarrollándose un enconado y comentado pleito que trajo como final que la Audiencia sentenciase a morir, degollados según algunos autoros, bajo pena de garrote, segúin otros, a los dos adúlteros, tal como marcaba la ley:
Si muger casada fuese adúltera, ella y su adulterador ambos sean en poder del marido,y haga dellos lo que quisiere y de quanto han, así que no pueda matar al uno y dexar al otro; pero si hijos derechos hubieren ambos, o el uno dellos, hereden sus bienes; y si por ventura la muger no fue en culpa, y fuere forzada, no haya pena.
La resolución por parte de la Justicia no cayó nada bien en la ciudad, que consideraba excesivo el castigo y poco benevolente al tribunal, prueba de ello es la respuesta por parte de algunos que hasta en dos ocasiones, formando compactos grupos de gente, destuyeron y quemaron el patíbulo de madera donde debería tener la ejecución, lo que da idea del rechazo que este tipo de sentencias generaba entre el pueblo. Finalmente, con el refuerzo de dos compañías de soldados, pudo montarse un nuevo cadalso, de mayot altura.
El 25 de octubre, a las once de la mañana, llevaron a la Plaza de San Francisco a los dos reos amantes y al marido denunciante, que debía presenciar el sumario castigo. Estaban presentes también el Asistente de la Ciudad, Don Fernando Ramírez Fariñas, el Teniente Mayor Don Luis Ramíres, el Teniente Ruano y el Alcalde de la Justicia, Don Francisco Alarcón.
Los dos condenados aparecieron montados de espaldas y con crucifijos en sus manos en sendos borricos, la mujer vestida de negro y el mozo de blanco. Como contaban las crónicas de sucesos de la época:
«Los sacaron de la prisión en dos jumentos, que quebrantavan los coraçones de dolor el ver una moçedad y cortos años puestos en muerte de tan grande afrenta».
Al llegar al cadalso, Manuela quedó de rodillas con el rostro vuelto hacia el edificio de la Audencia, y José de igual modo, pero mirando hacia el Ayuntamiento. A duras penas pudo llegar Cosme, el marido acusador, al lugar de la ejecución, escoltado por el Sargento Mayor y un piquete de soldados, ya que era enorme la multitud que se había concentrado en la Plaza, y en balcones, azoteas y ventanas.
De entre el gentío congregado no tardó surgir un sordo rumor que poco a poco se convirtió en ensordecedor griterío “¡Perdón, perdón, perdón!” suplicando encarecidamente a Cosme que concediera el perdón a su mujer y su amante y, con ello, el indulto; enmedio de tan monumental confusión, o mejor, para añadir más aún, se abrieron las puertas del vecino convento Casa Grande de San Francisco y de ellas surgió un gran número de frailes en procesión portando velas encendidas y llevando en alto un crucifijo.
Lenta pero resueltamente, el nutrido cortejo, entonando oraciones y salmos, se abrió paso con dificultades entre la abigarrada multitud y no dudó en entabalr forcejeo con el cordón de soldados para rebasarlo, ocasionándose disparos por parte de la fuerza armada e incluso heridas de pólvora a algún religioso, hasta que el jesuita Padre Soto, junto con otros doce frailes, accedieron resultamente al cadalso y una vez allí, con grandilocuentes y exageradas muestras de dolor, rogaron repetidamente al esposo ultrajado el perdón, haciendo lo mismo la propia Manuela, quien se arrojó dramáticamente, hecha un mar de lágrimas, a los pies de su marido. ¡Hasta se le llegó a ofrecer al marido denunciante la nada despreciable cantidad de dos mil ducados que él dignamente rechazó inconmovible!
Entre los papeles del Conde del Águila se conserva un texto de aquel momento en el que se detalla cómo se produjo la suspensión de la pena de muerte impuesta:
“Clamaban los alaridos de la gente porque la mujer era hermosa: cuatro de los religiosos se abrazaron al marido sin dejarle menear y ayudados de otros y diciendo a grandes voces: - Ya ha perdonado- , echaron abajo a la mujer, que dio un salto por la escalera como una gata, y sin cesar las voces de – Ya ha perdonado – fue notable el alarido y contento de todos, y se la llevaron en volandas a San Francisco. Cosme, alzando el brazo, lo meneaba muy depriesa, haciendo señales de que no era verdad, pero seguían voces de perdón y echaron en el bullicio del tablado abajo al adúltero medio muerto y lo llevaron también a San Francisco, quedando allí Cosme llorando”.
Las gentes del pueblo, que habían tomado partido decididamente por Manuela y José, celebraron con alborozo la salvación "in extremis" de ambos y no tardaron en surgir coplas que los mozalbetes cantaban por las calles:
“Todos le ruegan al Cosme
que perdone a su mujer
y él responde con el dedo
Señores, no puede ser”.
Como se ve, el efectista ardid de los frailes, digno de Lope o de Calderón, haciendo creer que se había producido el perdón, surtió el efecto deseado, burlando al marido y consiguiendo el favor del pueblo ante lo que consideraban un exceso de justicia.
La historia, cuentan, se divulgó multiplicada, enriquecida y exagerada en numerosas relaciones en prosa y en verso, a cuál más curiosa y en poco tiempo las peripecias y enredos de Cosme, Manuela y José, como si fuera un "culebrón" sevillano en pleno siglo XVII, estuvieron en boca de todos.
¿Qué sucedió finalmente con los participantes en este suceso?
A la postre, José Márquez fue enviado como condenado a remar a las galeras del Rey, falleciendo allí poco después, el sastre finalmente concedió el perdón a su esposa con la condición que entrase en un convento y Manuela Tablante, apodada "La Mal Degollada", indudablemente mujer de armas tomar, aceptó inicialmente tomar los hábitos pero se cuenta que escapó del cenobio donde estaba recluida y vivió con total libertad en su ciudad, entregándose a mil aventuras amorosas según los cronistas y alcanzando singular fama por ello.