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25 julio, 2020

En punto.


Tradicionalmente, se ha mantenido que uno de los mecanismos de reloj más antiguos de España, si no el más antiguo, es el de la Catedral de Sevilla, instalado en el año de 1400, e inaugurado durante una muy solemne ceremonia litúrgica presidida ni más ni menos que por el mismísimo rey de Castilla don Enrique III, ceremonia que hubo de concluirse de modo apresurado pues, al decir del cronista, «se levantó una furiosa tempestad de truenos y rayos que llenó de confusión esta ciudad porque se hicieron muchas procesiones, penitencias y rogativas».

El Cardenal Gonzalo de Mena, fundador de la Hermandad de los Negritos, dicho sea de paso, fue quien encargó la campana del reloj a un maestro llamado Alfon Domínguez, según relata Chaves Rey, y aunque ha habido escritores e historiadores del siglo XIX que han defendido que el reloj decano de nuestro país era el de Valencia, encargado el 16 de julio de 1378 a un mecánico extranjero, no es menos cierto que hasta 1403, al parecer, no se resolvió realizar una campana para dicho artilugio, con lo cuál, poca utilidad habría tenido hasta entonces.

Dejando a un lado esta controversia levantino-hispalense, hay una dato indudable acerca de que ya en 1418 el reloj sevillano estaba funcionando perfectamente, pues el doctor y médico Juan de Aviñón en su libro Sevillana Medicina afirmaba: “Y como quiera que agora sería grave de comer a estas horas ciertas, de aquí adelante non será grave por cuanto nuestro señor arzobispo, que mantenga Dios, mandó facer un relox que ha de tañer veinticuatro badajadas”.

Tras más de trescientos años prestando eficaces servicios, el 30 de junio de 1765 el mecanismo fue susituido por otro, realizado por fray José Cordero, lego franciscano. Curiosamente, durante años, el reloj de la catedral, al igual que otros pertenecientes a la Sede Hispalense, marcaron su hora con diez minutos de retraso respecto a la hora oficial (cosa de mediciones y meridianos, decían), lo que daba lugar a no pocos equívocos y confusiones y a que los sevillanos de la época, al serles pedida la hora dijeran “¿Por la catedral o por el ayuntamiento?”

Tras el de la Catedral, es el de la parroquia de San Marcos el siguiente mecanismo en antigüedad, ya que data de 1553 y del que existen referencias en actas del Cabildo de la Ciudad, con el acuerdo de nombrar a Francisco Ximénez de Bustillos, mayordomo, para que hiciese aderezar los relojes de San Marcos y San Lorenzo (éste último muy conocido por su papel en la famosa leyenda de la mujer emparedada), “concertándole en el oficial que lo hubiese de hacer, por lo menos que pudiese, informándose, además, de persona hábil que se encargara de su reparo y aderezo, dando de ello cuenta a la ciudad para que se le nombrase y señalase salario”.

Tenía la campana de San Marcos grabada una interesante y motivadora inscripción latina que traducida al castellano decía: “Nada hay más veloz que el tiempo y para que no se malgaste, señala oh insigne Sevilla, a tus moradores las horas. El Senado y el pueblo de Sevilla, cuidó de construir este reloj con sus caudales, para el bien público, el año de Cristo Salvador de 1553”. La campana, por más señas, llevaba grabado el escudo con las armas heráldicas de Sevilla.

Se conserva el nombre de uno de sus primeros relojeros, el maestro Diego Flamenco, quien cobró en 1576 la nada desdeñable cifra de 18.000 maravedís por “concertar” (imaginamos que poner en hora) tanto el reloj de San Marcos como el de San Lorenzo, y en 1589 se sabe que el Cabildo de la Ciudad había dejado en abandono estos mecanismos, pues en un documento de esa fecha, publicado por Chaves y Rey, aparecen los maestros relojeros Juan Salado y Matías del Monte como encargados del mantenimiento de los relojes de la ciudad, sin que se pueda realizar éste debido a los gastos que genera, las piezas necesitadas de reparación y la necesidad de un salario justo por su labor.


Ironías del destino, el paso del tiempo hizo que pasados los siglos el reloj de San Marcos necesitase una profunda renovación en 1776, consistente en sustituir el primitivo mecanismo por otro realizado en Londres por Tomas Hatton, lo que quedó reflejado en la esfera de metal del reloj junto con otro nombre, el de Eugenio Escamilla, que fue nombrado relojero oficial de Sevilla el 25 de febrero de 1789. Finalmente, en 1916 el arquitecto Aníbal González restaura la torre a instancias del Conde de Urbina, siendo suprimido definitivamente dicho reloj.

En cuanto al reloj de San Lorenzo, se dice que fue colocado en su torre a finales del siglo XVI y se sabe también que en 1853 se colocó el actual, construido en Bilbao por José Manuel Zugasti, quien tiene en su haber también haber realizado el mecanismo instalado en su tiempo en la desaparecida torre del Altozano, aunque con desigual resultado debido a sus frecuentes averías.


27 julio, 2011

Cronos.-

     

       Fugaz, huidizo, efímero  y esquivo, (tempus fugit, afirmaban los clásicos) complicada medición ha tenido siempre. Clepsidras, relojes de arena y de sol, han cumplido con dicha misión, hasta que el humano ingenio acertó a pergeñar maquinarias y autómatas como mejores calibradores de minutos y  horas.



 Escasos eran los relojes antaño en Sevilla, lo más de sol, orientados debidamente, colocados en fachadas de preclaros edificios. Serio y enojoso inconveniente eran días nubosos, por no hablar de su escasa utilidad nocturna, mas no por ello los hispalenses renunciaban a su contemplación.




      Mucha agua ha corrido bajo el trianero puente desde aquel mes de julio del lejano año de 1400, en el que  instalóse el primer reloj mecánico en la torre de la Iglesia Mayor, siendo Arzobispo Don Gonzalo de Mena y en presencia del Rey Nuestro Señor Don Enrique III, y a todos sorprendió la mixtura de engranajes, resortes, contrapesos y muelles que lo conformaban, y aún más los puntuales y precisos toques de su campana, amén de que al poco de comenzar a funcionar desatóse feroz tormenta que hizo presagiar funestos augurios.





      Si otrora poseer reloj de sol o de maquinaria fue signo de nobleza y distinción, poseerlo agora no es sino, valga la expresión, signo de los tiempos y elemento común en el atavío de casi todos, y su precio ha mermado tanto que, vive Dios, resulta cuando menos peregrino e insólito que valga tanto el tiempo como poco el mecanismo que lo mide.




Existen de todo tipo y condición, grandes y pequeños, artísticos en su forma o funcionales en su fondo, fáciles de consultar o extraños para quien escribe estas líneas, aparatosos o escuetos, con números latinos y situados a inverosímiles alturas o, finalmente, colocados tan próximos al cuerpo que no pocos pórtanlos atados a la muñeca como grilletes que gobiernan el destino y camino de cada cual, de manera que muchos corren de un lado a otro consultándolos y mirándolos como si fuérales la vida en ello, y pensamos aún a riesgo de errar, qué poderoso influjo o extraña influencia tiene el dicho mecanismo para provocar desasosiego tal.




 Abundan en torres (marcando horas canónicas), comercios, lonjas, edificios principales, tiendas, y hasta en lugares ciertamente extraños, como si en esta Ciudad hubiera obsesión cierta por saber en todo momento la hora, resultando también aspecto curioso que la puntualidad no sea precisamente cualidad que orne la hispalense personalidad salvo en excepciones todo punto honrosas de las que atesoramos experiencia cierta.


      Inquisidor inexorable e insobornable, a él nos debemos en todo punto, de manera que aprovechémoslo con denuedo, ahorrémoslo sin demasía y juzguémoslo con benevolencia, no sea que se nos vuelva en contra y pese sobre nosotros su inapelable designio: tempus fugit.