Paseábamos plácidamente y en
inmejorable compañía por paraje próximo a Prado de San Sebastián cuando, de súbito,
divisamos cómo en lontananza un extraño objeto pugnaba por desafiar a los
vientos y a la poderosa atracción gravitatoria de nuestro planeta.
Tras acercarnos a su proximidad, (con
suma cautela, todo hay que decirlo, no fuera a ser cosa del Maligno), comprobamos
con gran pasmo que aquel objeto de llamativo color y enorme tamaño, se elevaba
con individuos a bordo suya, pues poseía barquilla en la que los pasajeros subían
y bajaban sin que por ello sufrieran mareos o desmayos.
Como quiera que se hubiera
formado cierta fila para poder acceder a dicho artilugio, decidimos colocarnos
en ella y aguardar nuestro turno, llegando el momento de poner nuestros pies en
su interior y disponernos a subir a los cielos (valga la expresión sin ánimo
jocoso, Dios nos libre).
Durante la ascensión el mozo que
manejaba los resortes de aquel armatoste nos explicó que aquel “Globo” (pues
tal era el nombre del ingenio) podía alzarse merced al calentamiento del aire
que se situaba en el interior de su forma, y que por ello, gracias a leyes de la Física nosotros podíamos
alcanzar respetable altura y aún más, de no ser por oportunas sogas que impedían
tal cosa.
Descendimos de modo suave y
lento, gratamente sorprendidos por la experiencia, y un poco temerosos porque
el Santo Oficio viera en este vuelo asunto de nigromantes o brujas, más nos
afirmaron que tal levitación era asunto legal y hasta muy usado para variados
menesteres, sin que por ello se fuera en contra de lo establecido.
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