No, no se trata del nombre del estadio de fútbol de la localidad de la Puebla del Río, ni de un tipo de juguete antiguo que con media nuez y un trozo de pergamino imitaba el croar del animalito en cuestión, sino del nombre de una calle que fue lugar de nacimiento para un importante investigador, vivienda de una dramaturga cubana, sede de hoteles y consultas médicas, y otras muchas cosas, pero como siempre, vayamos por partes...
Si hay una calle con nombre extraño e incierto, sería el antiguo de la calle Gravina, ya saben, la que va desde Alfonso XII hasta San Pablo, casi donde estuvo la Puerta de Triana, pues Cantarranas, al decir de González de León allá por 1839, habría recibido este nombre por estar aquella zona, junto a la muralla, llena de charcas donde camparían a sus anchas estos anfibios, pero sin embargo, Juan de Mal Lara, varios siglos antes, escribió que tal vía era llamada así por "unos caños y husillos que tiene por donde se limpia la ciudad", llamados al parecer "cantarranas", lo cual tendría sentido si se piensa que a lo largo de la calle transcurriría la muralla, entre la Puerta Real o de Goles y la ya mencionada Puerta de Triana y que no pocas casas y edificios apoyarían sus muros en dicha muralla.
En cualquier caso, el nombre se mantendría hasta bien entrado el siglo XIX, hasta que fue cambiado por el del famoso almirante español, de nombre Federico, que murió en combate durante la batalla naval de Trafalgar en 1806. Lo que sí está claro es que la proximidad al río hizo que fuese calle fácil de anegar por sus aguas o simplemente por el desagüe de las lluvias, que a la postre formarían no pocas lagunas con los inevitables malos olores, baste como ejemplo la inundación de 1684, cuando
"el agua del husillo de la Laguna llegaba hasta la mitad de la calle de la Mar y se juntaba en el husillo de Cantarranas y llegaba cerca de la plaza de la Magdalena, inundaba las calles de San Pedro Mártir y Pedro del Toro y se juntaba con el husillo de la Puerta Real".
No es de extrañar, como cuenta Rogelio Reyes Cano, que a lo largo de los siglos y riadas el ayuntamiento tuviera que proporcionar lanchas y barcas a los atribulados vecinos de esta calle, con constantes quejas por parte de estos aludiendo la necesidad de empedrar la calle, sobre todo porque en días de lluvia "no puede pasar el Santísimo ni las mujeres a oír misa". No será hasta 1858 cuendo quede empedrada y hasta 1910 cuando sea adoquinada.
Tradicionalmente, dada la proximidad con la estación de ferrocarril de Plaza de Armas, abundaron los establecimientos hoteleros, como fondas y pensiones, y también pasaban consulta en esa calle no pocos doctores, algo que ha desaparecido prácticamente, resultando ahora una vía eminentemente residencial con algo de tráfico rodado.
Merece la pena destacarse el inmueble situado en el número 31, donde una placa de azulejería recuerda que en esa vivienda falleció, en 1917, el gran erudito e investigador sevillano José Gestoso y Pérez; bibliófilo, coleccionista, ceramista, decorador, asesor, mecenas, crítico de arte, fue además autor de innumerables estudios sobre la ciudad y, como sabemos, posee calle propia en las proximidades de la Plaza de la Encarnación, no en vano nació en 1852 en esa misma zona de la Venera. Gestoso, que había cursado estudios de Derecho en la Hispalense, acompañó a su padre en numerosas ocasiones cuando éste visitaba la Biblioteca Colombina, lo cuál quizá hizo que finalmente se decantase por la Arqueología y la Archivística, ostentando el cargo de Conservador del Museo Arqueológico, sin olvidar también su contribución al de Bellas Artes o su participación en la llamada Comisión de Monumentos. Como curiosidad, a instancias suyas se logrará, en 1908, la declaración como Monumento Nacional de las murallas de la Macarena, lo que las salvará de la piqueta e igualmente con su gestión se instalará el famoso león de azulejería que campea sobre la Puerta del León de los Reales Alcázares, realizado por el ceramista Tortosa en los talleres de Mensaque en Triana en 1892.
Foto: Reyes Escalona |
Casado con María Daguerre Dospital, tuvo tres hijas, Paz, Salud y Josefa. Tras su muerte, su familia accedió a que el enorme archivo de Gestoso (el llamado "Fondo Gestoso") pasará a formar parte del Archivo de la Catedral Hispalense, lo que ha supuesto una inagotable fuente de información para archiveros e historiadores. En 1945 sus restos mortales fueron trasladados solemnemente desde su sepultura en el cementerio de San Fernando hasta el Panteón de Sevillanos Ilustres, en la cripta de la Iglesia de la Anunciación.
Igualmente, en el número 9, residió durante varias épocas la poetisa y dramaturga Gertrudis Gómez de Avellaneda, que aunque cubana de nacimiento, poseía raíces sevillanas, ya que su padre, el capitán Manuel Gómez de Avellaneda, que fallece cuando ella solo tiene nueve años, era natural de Constantina, donde aún conservaba la familia casa solariega. Tras un periplo por varias ciudades europeas, recalará en Sevilla el 18 de abril de 1838 tras desembarcar del vapor "Península", procedente de Lisboa con escala en Cádiz.
En esta casa de la calle Gravina, Tula, como era conocida familiarmente, cultivará la amistad de literatos e intelectuales sevillanos, entre ellos la de Fernán Caballero, terminará su obra teatral Leoncia, drama estrenado con éxito en nuestra ciudad en 1840 y que plasma a una mujer engañada por su seductor y la sociedad; también intentará mantener una relación amorosa con Ignacio Cepeda, un joven estudiante de leyes que finalmente marchará a Madrid a seguir sus estudios, ("tibio galán", lo llamó entonces ella ante sus dudas), dejando a su paso una enorme cantidad de correspondencia amorosa escrita con enorme calidad literaria no exenta del romanticismo característico de aquellos años.
No podemos dejar en el tintero que además, Tula, finalizó en Sevilla la redacción de su novela Sab, que transcurre en la Cuba de hacendados y plantaciones y que es todo un alegato en contra de la práctica de la esclavitud, vigente aún en aquellas tierras. Prueba del amor sentido hacia Sevilla será que tras fallecer en Madrid en 1873 a la edad de 51 años, sus restos mortales fueran trasladados hasta el cementerio de San Fernando de Sevilla, donde reposan desde entonces.
Un azulejo colocado en 2014 recuerda a "La Avellaneda" en la casa que fue su hogar en dos etapas de su vida, con un texto de la propia escritora:
"¡Tantas cosas hay que admirar en Sevilla!... una ciudad histórica, grande, clásica, rica de monumentos y recuerdos, que parece mejor y más bella cuanto más se la mira y examina".
Cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda muere, José Gestoso es un joven de sólo veintiún años, que quizá ignore la importancia de la que fue su "vecina" en la calle Cantarranas, pero esa, esa ya es otra historia...
1 comentario:
Muy interesante como todo lo que publicas Carmelo. En mi pueblo ZALAMEA LA REAL, donde nací mi abuela vivía en la calle Canterranas.
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