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11 octubre, 2021

Cuna.

 

Corre el año 1558. El entonces Arzobispo de Sevilla, Fernando Valdés, en unión de Juan de Obando, Vicario General de la Archidiócesis deciden fundar una Hermandad en honor al Patriarca San José y a la advocación de la Virgen del Amparo, dedicada a ayudar y mantener a un sector de la población siempre en riesgo: los niños. 

Así, la nueva Corporación, a semejanza de otras entidades de aquel tiempo,  tenía entre sus cometidos el de salvar de las calles a aquellos recién nacidos que eran abandonados en zonas concretas de la ciudad; la iniciativa no era nueva, ya que se tiene constancia de establecimientos benéficos de este tipo en Italia ya en el siglo VIII. Para entender cómo era la situación en aquella Sevilla del Quinientos baste el desolador documento que sacó a la luz la Doctora Giménez Muñoz, donde se afirmaba que esos niños "expuestos a la inclemencia de los temporales que por el rigor de los fríos en su tierna edad y desabrigo ya por la impiedad de los perros faltos del natural instinto apenas habían abierto los ojos a esta vida cuando se hallaban despojados de ella con su temprana muerte, quedando privados de gozar de Dios para siempre por faltarles el agua del Santo Bautismo muriendo antes de recibirla"

Ni que decir tiene que la mayoría de estos pequeños eran fruto de relaciones extramatrimoniales (en unos tiempos en los que la deshonra suponía un estigma social) o hijos de familias sin recursos que optaban por la dolorosa decisión de abandonarlos a la espera de que algún alma caritativa se apiadase de ellos, de ahí la costumbre de dejarlos en la puerta de monasterios y conventos (¿quién no recuerda la emotiva novela y película de Marcelino Pan y Vino?). 

La nueva Hermandad, nacida al calor de una época en la que la ciudad bullía en actividad y en la que los contrastes sociales era muy fuertes, irá poco a poco alcanzando cierta pujanza. En 1627, con el mecenazgo del Cardenal Diego de Guzmán, tras no pocas vicisitudes se convertirá en una Junta con doce vocales en la que tendrán cabida personajes del estamento eclesiástico y del civil, siempre bajo la presidencia del Prelado de turno que ostentaría el rango de Protector; además, a fines del XVII la Casa Cuna, tras una estancia en la calle Francos, se establecerá en la calle de los Carpinteros o Carpintería, aunque el nombre del gremio poco a poco irá siendo desplazado por el de Cuna, llegando con esta denominación hasta nuestos días. 


Pese a la influencia arzobispal, no tuvo nunca la Casa Cuna una saneada economía, ya que, por ejemplo, durante años son constantes las quejas de los administradores por la falta de recursos con los que alimentar a la numerosa población infantil y con los que pagar los sueldos de las nodrizas o amas de cría encargadas de alimentar a no pocos recién nacidos que eran dejados literalmente en el "Torno", muy similar al existente en los conventos femeninos de clausura y que garantizaba el anonimato de las manos que entregaban al niño a Casa Cuna. En muchas ocasiones los niños venían acompañados de alguna nota o carta con instrucciones sobre su crianza futura, pues quizá fueran de nuevo recogidos, en otras, los niños apenas traían lo puesto y llegaban en pésimas condiciones de salud. 

Richard Ford ya lo recogió en sus escritos de 1830, que la Casa Cuna era "el lugar donde los inocentes son asesinados y los hijos naturales abandonados por sus antinaturales padres, y atendidos en el sentido de que se les mata a hambre lenta.", lo que da idea, por desgracia, de las condiciones de vida allí, con una mortalidad de más del 50%. Prueba de ellos son los libros conservados en el Archivo Provincial y la existencia, en la Parroquia del Salvador, de la llamada Cripta de San Cristóbal; en ella, durante las excavaciones arqueológicas realizadas en la restauración de dicho templo en 2004, se contabilizaron novecientos cuerpos correspondientes a población infantil, enterrados allí debido quizá a episodios de alta mortalidad motivados por epidemias (peste, fiebre amarilla, cólera, sarampión...). Fue sin duda uno de los hallazgos más sorprendentes, e incluso la prensa local de se hizo eco de ellos. 


Un portero montaba guardia durante la noche junto al torno, y en el caso de que se dejase algún niño, prontamente se le entregaba a las religiosas a cargo del establecimiento, cuya Superiora no tardaba en ordenar su higiene, alimentación, inscripción en los correspondientes libros de registro y, por supuesto, su bautismo y otorgarle un nombre, normalmente el del santo del día. Eso sí, el apellido sería el mismo para todos aquellos desafortunados: Expósito, que aún perdura en el catálogo de apellidos españoles.

González de León narra que en el siglo XIX la Casa Cuna se hallaba en el entonces número 13 de la calle del mismo nombre, y que se trataba de un edificio con una fachada sin apenas adornos dignos de mención, excepción hecha de dos lápidas de mármol, una a cada lado de la puerta principal, en una de ellas con la escueta leyenda: 

AQUÍ SE ECHA LA LIMOSNA 

PARA ESTA STA. CASA

Mientras que en el otro lateral figuraba ésta inscripción del Salmo 26 del Antiguo Testamento:

Cuya traducción sería "Porque mi padre y mi madre me desampararon, el Señor me recogió". Ni que decir tiene que el torno antes aludido ocupaba lugar preferente en la fachada de la Casa, que a su vez, como recoge el mismo autor, poseía sala de lactancia, dos salas para "destete" y una enfermería que era atendida gratuitamente por un médico, por no hablar de las demás dependencias y la capilla, reconstruida en 1734 por Diego Antonio Díaz. Como curiosidad, la capilla era presidida por un retablo barroco con una imagen de San José obra de Pedro Duque Cornejo

A los seis años, los niños pasaban al Hospicio, entonces en el actual Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses, aunque existía la posibilidad de que fuesen adoptados siempre que los padres "sean de buenas costumbres y tengan medios para sostener al prohijado". En torno a 1874, por poner un ejemplo, había 430 niños en la Casa Cuna, a los que habría que sumar casi 600 más, acogidos en las llamadas "Hijuelas" o sedes de Cazalla, Écija, Morón, Osuna, Utrera y Carmona. 

A partir del siglo XIX una Junta erigida por el Cabildo de la Ciudad, formada por diversas damas de la alta sociedad, asumió la gestión de la Casa Cuna con notables mejoras, como la construcción de una nueva sede abandonando el vetusto edificio de la calle Cuna y trasladándose en 1917 a la zona de Miraflores, donde el arquitecto Antonio Gómez Millán diseñó un funcional edificio de corte regionalista. Gestionada por la Diputación Provincial de Sevilla durante toda esta etapa y con la ayuda de las Hijas de la Caridad, en 1989 finalmente cesó su actividad, pasando la cuestión social a manos de la Junta de Andalucía. 


La calle, eso sí, conservó el nombre y el recuerdo de aquel establecimiento benéfico, aunque en su lugar, sobre 1925, se construyó uno de los primeros lugares destinados en Sevilla a proyecciones cinematográficas: el Cine Pathé, aún en pie en el número 15 de la calle, pero esa, esa ya es otra historia.

Fotos: María Coronel. 

26 abril, 2021

Beatos

 En no pocas ocasiones, una calle, mejor dicho, su nombre, coincide o alude a algún edificio construido en ella o cerca de ella. Los casos de de plazas como las del Salvador o San Francisco (en alusión a la desaparecida Casa Grande de ese nombre) o calles como San Isidoro, San Esteban o San Ángela de la Cruz son bien patentes;  sin embargo, no deja que ser interesante que la calle San Luis, como es obvio, aluda al magnífico y muy barroco Conjunto  Monumental de ese nombre, pero que también la calle que queda justo frente a su monumental portada posea el nombre de uno de los principales artistas que durante el siglo XVIII participó, de la mano de la Compañía de Jesús, en la decoración tanto del templo principal como en la de la hasta ahora poco conocida Capilla Doméstica: Duque Cornejo, o mejor, Pedro Duque Cornejo. Pero, como siempre, vayamos por partes.

Es sabido que en torno a 1442 la calle era conocida como Beatos, sin que se sepa a ciencia cierta el motivo de tal nombre, y que mantuvo ese nomenclátor hasta 1859, cuando recibirá el nombre del referido escultor y retablista. 

Lo curioso del caso es que su abuelo, también magnífico artista, tendrá que aguardar hasta 1929 para ver su nombre en una calle sevillana, en concreto en la zona del antiguo Matadero, en la Puerta de la Carne, pese a que en esta calle Beatos, como veremos, Pedro Roldán, nacido en Sevilla en 1624, tuvo vivienda y taller. 

 Tras formarse en su juventud en Granada con Alonso de Mena, Roldán regresa a Sevilla en 1647 y en 1651 ya tiene casa y taller en la Plazuela de Valderrama, en la collación de San Marcos; la muerte de Martínez Montañés durante la epidemia de Peste de 1649 había dejado un hueco importante en el panorama artístico hispalense, hueco que Roldán se apresuró a cubrir con apenas treinta años, sin olvidar que a lo largo de los años, y habida cuenta la extensión de su taller y de sus necesidades (más hijos y familia), siempre abrigó la esperanza de construir un espacio que sirviera casi como de factoría artística, logrando sus propósitos en 1665 cuando adquiere una serie de casas en la dicha calle Beatos, añadiéndolas a otras de su propiedad desde 1651 y que conformarán el gran taller barroco del que saldrán no pocas obras, como por ejemplo el retablo mayor de la Santa Caridad.

En aquel taller, suguramente de techos altos, habitaciones amplias y bien ventiladas e incluso hasta con huerto propio, correteará el nieto preferido del maestro, pues llevará hasta su nombre: Pedro Duque Cornejo. Nacido en 1678, era hijo de Francisca Roldán Villavicencio, casada a su vez con uno de los oficiales del taller de Roldán, José Felipe Duque Cornejo, de modo que todo su ámbito familiar prácticamente tiene que ver con pintores, escultores o tallistas. Curiosamente, el patriarca se opuso al matrimonio de Francisca y José Felipe (ya lo hizo con su otra hija Luisa "La Roldana" con Luis Antonio de los Arcos), aunque en el primer caso el matrimonio tuvo lugar finalmente en la parroquia de San Juan de la Palma sin obstáculos finales.

La infancia de Pedro Duque Cornejo, rodeado de un ambiente absolutamente volcado en la creación artística, transcurrirá entre la plazuela de Valderrama y la calle Beatos; el abuelo, Pedro Roldán, fallece en 1699, cuando él cuenta la edad de veinte años, lo cual nos indica que es más que probable que su aprendizaje transcurriera a la sombra del patriarca de la familia; asentado como artista y ya casado en 1709, Duque Cornejo será vecino tanto de la entonces calle Real (actual San Luis) como del Caño de los Locos (actual calle Clavellinas), en una casa arrendada a un canónigo de la catedral, hasta que el 12 de noviembre de 1711 adquiere finalmente a su tía Josefa de Serrallonga, nuera de Pedro Roldán y por 3440 reales, la ya famosa casa y taller familiar de la calle Beatos, actual número 22 de la calle. 

Como curiosidad, en el verano de 1716, Duque Cornejo hubo de "acogerse a sagrado" en el Noviciado de San Luis de los Franceses, algo que en no pocas ocasiones ha servido para justificar que trabajase tanto y tan bien para los jesuitas sevillanos, dándose el caso de que problemas con la justicia debido a un encargo sin finalizar en Trigueros junto con un préstamo impagado hicieran que finalmente el artista marchase a Granada, donde prosiguió con su fecunda labor. 

Simpre hizo gala de su caracter de hidalgo, logró el título de "Vecino" de la ciudad que lo vio nacer, con las ventajas sociales y fiscales que ello suponía, amén de poseer derecho al uso de espada y carroza y llevar un tren de vida nada modesto, poseyendo incluso tierras de labor en la localidad aljarafeña de Valencina. En 1747 traslada su residencia a Córdoba, a fin de realizar la talla de la sillería del coro de su catedral, arrendando las casas de la calle Beatos a Juan Domínguez, zapatero, y también a José González, maestro albañil. 

Tras una vida plena de éxitos en el campo artístico, Pedro Duque Cornejo fallece en Córdoba en 1757, siendo sepultado en su catedral. Su viuda le sobrevivirá hasta 1776, siendo enterrada junto a su marido, lo que indica que no habría regresado a Sevilla. Las casas de la calle Beatos recaerán en su familia, aunque en algún momento parece que se desprenden de ellas, pues aproximadamente un siglo después, en agosto de 1868, cambian los propietarios: Juan Manuel Rodríguez de la Rosa y de María de los Dolores Ojeda Gómez toman posesión de la vivienda taller de Duque Cornejo, en la antigua de Beatos, tras comprársela a la hermana del primero por cien ducados a pagar en monedas de oro y plata, con la condición de que dicha hermana siguiera viviendo allí. 

Al tiempo, el hijo de ambos, Juan Manuel, establecerá allí su taller de bordado en oro. Perfeccionista y ordenado, el diseñador convertirá de nuevo aquel inmueble en un espacio para la creación, en el que oficialas y aprendizas, bajo la dirección de la "Tía Pepa", hermana de Juan Manuel y conocida por su fuerte carácter, serán las encargadas de bordar toda una serie de piezas imprescindible para entender la evolución estética de la Semana Santa sevillana en general y del concepto de paso de palio en particular.

Enclavada en pleno barrio de Santa Marina, el ambiente populoso rodeó siempre a la calle Duque Cornejo, incluso con negocios algo "nocivos" como un secadero de pieles que a finales del XIX generaba las protestas de los vecino por los malos olores desprendidos.

Mañes Manaute destaca incluso que en la referida casa hasta hubo en su interior un taller de fundición en bronce, a cargo de dos hermanos de Juan Manuel, José y Luis, del cual salió el Velázquez de la Plaza del Duque (con el modelo de Antonio Susillo, en 1892) o incluso una de las campanas de la Giralda, la "Santa Bárbara".

La fachada de la casa cuenta con una sencilla portada con pilastras toscanas y remate con frontón partido y con un azulejo de la Virgen de la Esperanza Macarena realizado por encargo de Juan Manuel Rodríguez Ojeda en los años veinte del pasado siglo al pintor Antonio Kiernam, a semejanza de otros similares en las calles Doña María Coronel o Sor Ángela de la Cruz. Tras seguir sirviendo como vivienda para sus familiares a su muerte en 1930, incluso con un negocio familiar relacionado con la fabricación de carpetería demás productos para papelería y artes gráficas, la casa quedó finalmente sin actividad de ningún tipo en torno a 1988, para ser profundamente reformada y convertida en viviendas entre 1989-1990 hasta la actualidad. 


Un panel de azulejería recuerda, en el patio interior de la actual casa, los devenires históricos que acaecieron en ella y que humildemente hemos intentado resumir.