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14 septiembre, 2020

Niños perdidos


 Aunque esto de los “Niños perdidos” suene quizá a personajes menudos de la divertida y clásica película filmada por Walt Disney en 1953, fruto a su vez de la imaginación y creatividad del autor teatral escocés James Matthew Barrie en 1904, no es menos cierto que en la Sevilla del Siglo de Oro existieron otros muchos y menos conocidos “niños perdidos”.



Retratados con total verismo por Murillo o por Cervantes (recordemos a Rinconete y Cortadillo, discípulos aventajado de Monipodio con su cofradía de ladrones con casa Hermandad en Triana), estos niños, pícaros, huérfanos, truhanes, hambrientos, enfermos, supervivientes en suma de un tiempo difícil y de contrastes, malvivían de la caridad o de la delincuencia y eran, podría decirse, legión en zonas populosas como el Arenal, las Gradas o el Salvador, por no hablar de cómo pululaban alrededor de templos, casas de gula o prostíbulos, atentos a cualquier iluso al que arrebatarle la bolsa, en un ambiente muy similar al retratado a la inglesa por Dickens en el siglo XIX con Oliver Twist, por ejemplo.


Compadecidos por la desgraciada vida de estos “niños perdidos”, un grupo de sevillanos decidió unirse en Hermandad para paliar, en la medida de lo posible, las carencias existentes para la infancia desfavorecida, de modo que sobre 1589 ya había quedado constituida la Hermandad del Santo Niño Perdido, en alusión al pasaje evangélico en el que Jesús, aún joven, se extravía de sus padres en Jerusalén y es hallado finalmente por éstos mientras discute con los doctores de la ley en el Templo. La corporación, todo hay que decirlo, surge sin el apoyo de las autoridades, sustentándose únicamente con las cuotas de sus hermanos y bienhechores y estableciéndose en la zona de la actual Alameda de Hércules. 



Quedaron nombrados como Alcaldes de la Hermandad Andrés de Losa y Cristóbal Pareja, resultando elegido como administrador el sacerdote José Martín, alquilándose una modesta casa con lo necesario para acoger a niños vagabundos y contratando dos criados y una mujer anciana. Chaves y Rey nos cuenta la labor encomiable de los cofrades del Niño Perdido “andaban por las calles de noche, y si en algún portal o en algún rincón hallábamos algún niño desamparado del trato humano, lo llevábamos a nuestra casa por aquella noche, dándole de cenar y regalándole, y al otro día lo llevábamos a nuestra Casa para que allí se remediase con los demás”. Además, también eran aseados y vestidos con ropas limpias, todo por cuenta de la Hermandad.


Poco a poco, además, se consiguió llevar a la vida honrada a gran número de “mozalbetes raterillos”, a los que se procuraba insertar en la sociedad y lograr un empleo como aprendiz o algún oficio en algún taller, alcanzádose la nada despreciable cifra de seiscientos jóvenes a los que se había sacado de las calles en los primeros años de la Hermandad.


Sin embargo, y sin que se sepan a ciencia cierta los motivos, en 1591 el caballero Veinticuatro Juan Pérez de Guzmán ordenó la confiscación de los escasos bienes de la corporación, personándose en su sede con el acompañamiento de varios alguaciles, quienes trasladaron los cuarenta niños acogidos en la casa a la Casa de la Doctrina, quedando disuelta la asociación y apropiándose el consistorio de ciertas cantidades de trigo, cebada, garbanzos y habas, adquiridas por el administrador para la alimentación de los niños.


Los sorprendidos gestores de la Hermandan, ni que decir tiene, pusieron el grito en el cielo, elevando enérgicas protestas al Cabildo de la ciudad por tamaño despropósito, e iniciando un pleito del que se pueden entrasacar, y esto es lo interesante, algunos párrafos escritos por los propios miembros de la Hermandad, como por ejemplo un texto de 1593 que pinta con todo lujo de detalles la desgraciada existencia de nos pocos infantes en la Sevilla de aquel tiempo: “Andan perdidos por las calles y plazas, y yo, como persona que comenzó esta obra, le deseo remedio, porque veo que andan los niños de siete y ocho años desamparados, rotos y aín encueros por los rincones y poyos de la ciudad, donde se quedan a dormir, que en este tiempo aún los muy bien arropados y abrigados lo pasan con dificultad y trabajo; y la semana de Pascua amaneció muerta de frío una mujer, y así las criaturas tienen mayor peligro”

 

Además, el propio Ayuntamiento, al emitir una especie de informe relativo a la infancia callejera, afirmaba igualmente: “La ciudad, calles y plazas, están llenas de muchachos pequeños que andan perdidos pidiendo limosna y muriéndose de hambre, y quedándose a dormir por los poyos y portales desnudos, casi encueros y expuestos a muchos peligros como se ha visto algunas veces por la experiencia, que han sucedido entro otros pícaros a quien se llegan, y otros amaneciendo muertos del hielo y así mismo se han multiplicado los ladrones porque hay infinitos muchachos que lo son, y los clérigos de San Salvador se quejan de que después de que se quitó la casa de los niños hallan en la iglesia detrás de los retablos muchas bolsas de las que quitan los tales ladrones muchachos”

 


Finalmente, la Hermandad del Niño Perdido pudo proseguir con su benemérita labor, recuperando sus bienes y hacienda; incluso hasta nuestros días ha llegado hasta nosotros una calle, la del Niño Perdido, en la zona de la Alameda, que alude al parecer, a cierta Cruz del Niño Perdido, situada en la llamada Cañaverería, esto es, la vía en la que se situaban los que se dedicaban a la venta de cañas, actual calle Joaquín Costa, donde en el siglo XVIII estuvo el llamado Corral de las Almenas.