25 septiembre, 2023

El hábito no hace al monje.

Que la Iglesia de los Terceros, en la calle Sol, fue sede de hermandades como la del Amor o las Cigarreras o que ahora cuida de ella la de la Sagrada Cena es cosa bastante sabida, pero lo que no muchos recuerdan es que formó parte de un antiguo convento franciscano y que uno de sus monjes fue ejecutado en Sevilla en el año 1817 y, además, por muy graves delitos; pero como siempre, vayamos por partes.

Antonio de Lagama y Cosano (o de Legama  o La Grama según algunos textos) habría nacido en 1782 en la localidad de Aguilar de la Frontera, provincia de Córdoba, y en su juventud se habría trasladado a Sevilla para ingresar como novicio en el convento de la Orden Tercera Franciscana, cuya iglesia, titulada de Nuestra Señora de Consolación, es popularmente conocida como la de los Terceros, al igual que la conocida y cercana plaza del mismo nombre en el barrio de Santa Catalina. 

Siendo hermano lego con el nombre de Fray Ignacio, nadie pudo nunca reprobarle malas conductas o comportamientos, antes bien, sus superiores comenzaron a atisbar en él cualidades para ser en el futuro toda una lumbrera de la religión y un bondadoso monje. La ejemplar formación de Antonio proseguía con grandes avances y toda la comunidad franciscana se hacía voces de la fe y devoción con la que asistía a los oficios religiosos y el cariño con que atendía a los menesterosos. Sin embargo, la invasión napoleónica dio al traste con todo: en 1810 el rey José I Bonaparte ordenó la incautación de conventos y monasterios y la expulsión de sus componentes, de modo y manera que los frailes terceros tuvieron que abandonar su sede, fundada en 1602, quedando la comunidad diseminada y cada fraile en destinos de lo más variado. 

Hombre nada apocado, Fray Ignacio volvió a ser Antonio de Lagama y decidió probar fortuna en otro lugar y pronto se asentó en su patria chica de Aguilar, en casa de su madre, donde consiguió ocupación como maestro de primeras letras, logrando en poco tiempo la consideración y el aprecio de los vecinos por su paciencia y carácter pacífico. Allí encontró, en principio, su lugar en el mundo y el modo de ganarse honradamente la vida.

Pasaron los meses. En 1814, Fernando VII, ocupando ya el trono español tras la expulsión de las tropas francesas, decretó la devolución de los bienes incautados por los galos a las órdenes religiosas, por lo que el bueno de Antonio de Lagama, hecho ya a las lecciones de gramática y a una apacible existencia, fue requerido por sus frailes terceros de la calle Sol. Los autores Carlos Olavarrieta y José Antonio Rodríguez, descubrieron un curioso documento firmado por la madre de Fray Antonio, Inés Cosano, implorando al superior franciscano que se le permitiera quedar en su compañía por quedar desamparada, escribiendo el prior al obispado hispalense en estos términos: 

"Fray Ignacio ayuda a sostener a su madre, y aunque por esta razón sería justo concederle que permaneciese en su compañía, me inclino a creer que sería más conveniente que se reúna con su comunidad, porque su conducta y distracciones que tiene en aquel pueblo lo exigen de este modo".

Por tanto, en la primavera de 1815, al menos eso narra Chaves Rey, Antonio acató las órdenes de sus superiores, desempolvó su viejo hábito, se revistió con él, se despidió de su madre y  vecinos y a lomos de una mula emprendió el camino hacia Sevilla no de muy buen grado, todo hay que decirlo, pues este regreso a la vida monástica suponía para él abandonar una vida desahogada y libre. 

No quedó ahí la cosa. A mitad de camino entre la Luisiana y Écija el destino hizo que topase con una de tantas partidas de bandoleros que menudeaban en la región; de malas maneras, fue forzado a descender de su modesta montura y registrado por manos expertas, los crueles bandidos pronto comprobaron que carecía de nada de valor, lo que no le eximió de la correspondiente paliza que le dejó maltrecho y malherido. 

Sin embargo, pese a las magulladuras y la consiguiente humillación, Antonio de Legama experimentó algo en su interior, una especie de cortocircuito mental (¿O quizá algo parecido al famoso "Síndrome de Estocolmo", que hace que el secuestrado termine simpatizando con su secuestrador?), que le hizo de improviso solicitar a los bandoleros el formar parte de su partida, sin saber que, al "echarse al monte" estaba pidiendo ingresar en los llamados Siete Niños de Écija, como ha narrado Felipe del Pino en un interesante artículo.

José Ulloa, "Tragabuches" o "Gitano", torero y bandolero, era el cabecilla del fiero y pintoresco grupo, acompañado de hombres y nombres que en aquellos años aterrorizaban a habitantes de cortijos y aldeas, viajeros y transeúntes de unos caminos inseguros y llenos de peligro. Con él, habrían colaborado, en diferentes etapas, sujetos como Juan Palomo, Luis de Vargas, "Ojitos", Antonio Fuentes "Minos", "Escalera" o "El Cojo", al que hubo que sumar, no sin ciertas reticencias iniciales un nuevo apodo: el de "El Fraile". El traje corto, el calañés y la chaquetilla o marsellés sustituyeron al hábito pardo, el breviario se convirtió en trabuco y la mula en brioso corcel. Por cierto, nunca fueron siete ni eran de Écija, pero las habladurías hicieron de las suyas y la leyenda puso el resto. 

Atracos, robos, palizas, violaciones, contrabando, asesinatos, todos los delitos habidos y por haber formaron parte del sangriento curriculum de esta cuadrilla, como los sucesos acaecidos en la aldea de Zapata en 1817 o en los baños de Horcajo, donde fue muerto todo aquel que opuso resistencia; retratada e incluso admirada por los viajeros románticos que veían en ella un salvaje instinto por la libertad, las autoridades no cejaron en su empeño de capturar a aquella banda de malhechores enviando escuadras de escopeteros o de "migueletes" para capturar a sus integrantes, pero lo agreste del terreno y la gran capacidad de escapar y ocultarse de la que hacían gala impedían que fuesen arrestados. "El Fraile", por su parte, haciendo oídos sordos a su antigua condición religiosa, consiguió poco a poco hacerse respetar en el grupo, ganarse un sitio e incluso conseguir la admiración de algunos camaradas por su valentía, falta de escrúpulos y escaso miedo a represalias. 

Francisco de Goya: Asalto al coche. 1786.

Sin embargo, la trayectoria delictiva de Antonio de Lagama quedó cercenada en 1817, cuando fue capturado por los escopeteros de caballería en la llamada Huerta de la Alameda, en el término municipal de Aguilar de la Frontera, propiedad de un potentado cordobés que atendía al nombre de Antonio Jordán. Su compañero Pablo Aroca, "Ojitos" tuvo mayor fortuna y puso pies en polvorosa, eludiendo a la justicia. 

Pese a que los vecinos de Aguilar protestaron por la entrada en prisión de su paisano, la Audiencia de Sevilla, que ya había condenado y ejecutado a dos de sus camaradas el 18 de agosto de ese año, lo reclamó para juzgarle y condenarle a muerte. De nada sirvieron las súplicas de los padres Terceros de la calle Sol, pues el 27 de septiembre de 1817 "El Fraile" se vio las caras, es un decir, con el verdugo Andrés Cabezas sobre el patíbulo levantado al efecto en la Plaza de San Francisco, para que éste diera fin a su vida según decía la sentencia: 

"Mandamos que el Fray Antonio de Lagama en consideración de su cualidad y a la súplica del Juez Oficial y Vicario general sufra la pena de muerte en garrote, que se entreguen a los escopeteros de la villa de Aguilar que aprehendieron a Fray Antonio de Lagama los mil ducados ofrecidos".

Por cierto, el profesor Aguilar Piñal cita que el cronista Félix González de León escribió sobre la ejecución del bandolero que comentamos en estos términos:

"Se dio muerte de garrote a Fray Antonio de la Goma, por ladrón y ser de la cuadrilla de los Niños de Écija. Era lego profeso de los Terceros de Sevilla y por más que hizo la Comunidad no pudo libertarle ni hacerle entierro, aunque lo pretendió. Aunque en la sentencia no se expresaba, fue descuartizado".

A título de curiosidad, en la famosa serie televisiva sobre el bandolero "Curro Jiménez", como algún lector ya habrá recordado, aparece el personaje de "El Fraile", interpretado por el actor madrileño Paco Algora, quizá como "homenaje" al fraile que hemos venido comentando, pero esa, esa ya es otra historia.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como siempre, originalísimo y amenísimo

Anónimo dijo...

Muy interesante

Anónimo dijo...

Siempre interesante

Manolo Sousa dijo...

Muchísimas gracias por vuestros comentarios.