30 septiembre, 2011

Desechos


Común y conocido fue, y hace siglos dello, que higiene y limpieza de las calles constituyeran conceptos desconocidos y que salvo en señaladas jornadas, ejemplificadas en día de Corpus Christi, el Cabildo de la Ciudad apenas malgastara unos maravedís en adecentar algunas vías retirando inmundicias y apartando basuras.


Todo lo cual daba como fruto ambiente maloliente y malsanos aromas a los que, toda vez, los ciudadanos nos habíamos acostumbrado tanto como al repicar de las campanas o al resonar de callejeros pregones, dando la razón a la frase de “cuánto mayor la riqueza, mayor la suciedad”…


En no pocos lugares acumulábanse restos, y muchos individuos tras hacer de aguas (mayores o menores, sin distinción, dicho queda) tenían poco edificante costumbre de lanzarlas por sus ventanas con el consabido grito, lo que era de mucha indecencia e impudicia y motivo de enojo y pendencias, que llegábase a los aceros por cosa más baladí, ocurriendo lances curiosos con algún que otro malherido.


Colocábanse cruces en plazas u otros lugares, creemos que dello ya hicimos mención en otros pliegos de este tenor, mas por evitar que se convirtieran en muladares que por recordar sucesos desgraciados o marcar la existencia de camposanto, empero, era Sevilla, en fin, ciudad llena de suciedad, yendo a la par de otros emporios de la nación española, pagándolo con el alto precio de enfermedades y epidemias favorecidas por todo lo anterior y que diezmaron a su población a lo largo de siglos.



Deambulando en estos otoñales días, hemos percatado la presencia de extraños muebles de hierro, modelados de rara forma, a la manera de buzones pero sin su amarillo color, en los que incluso algún incauto ha llegado a depositar su correspondencia, y que, sin embargo, poseen boca y conducto a semejanza de monstruos, siendo cosa espantable para nos hasta que pudimos comprobar “in situ” que su misión era bien distinta, aunque su colocación cuando menos sea admirable al embellecer no poco la ciudad con su donosura…




 Item más, abundan depósitos en los que colocar basuras, ya sean de mucho o poco tamaño, lo cual debería ir en detrimento de la aludida falta de higiene, mas no es así, que la ciudad, o mejor, ciertos habitantes della, parecen carecer de sentido de la limpieza, al menos afuera de sus hogares, y parecen competir en torneo o justa para dirimir quien lanza mayor porquería al suelo.


Queda para otra ocasión aludir a los del gremio de cocheros que con grave perjuicio empéñanse en abonar el suelo con los desechos de sus caballerías, siendo cosa reprochable que en los más monumentales lugares el hedor sea digno de mi época.




Todos se hacen lenguas de los esfuerzos por parte de los municipales regidores, mas nos tememos que, como en otros tantos sucedidos que atañen a esta Hispalis nuestra, sea más cuestión de propio brío que de ajeno empeño.



18 septiembre, 2011

In itinere

“A este lugar vienen los pueblos bárbaros y los que habitan
en todos los climas del orbe…
cumpliendo sus votos en acción de gracias para con el Señor
 y llevando el premio de las alabanzas”


Poco podíamos imaginar que ir en pos de las señales aludidas en anteriores pliegos nos supondría vivir venturoso sucedido y gozosa oportunidad; el caso es que la dicha senda nos llevó a cientos de leguas de la Ciudad en la que el Creador nos hizo nacer y que rindiésemos viaje a tierras galaicas, allá dónde la espesura campea todo el año y la lluvia es amable camarada de viaje.



Quien desconozca aquellas tierras en poco tendrá nombres como Sarria, Melide, Palas de Rei, Pedrouzo o Arzúa, más todas estas poblaciones han en común que por ellas transite jacobea senda que, señalada por amarillas flechas, condúcenos hasta Santiago de Compostela.



Senda dura, tosca y hasta fastidiosa, transcurre por frondosísimos bosques señoreados por altos robles, viejos castaños y avellanos, por aldeas olvidadas, por abandonados lugares, caminos poco transitados y calzadas, por el contrario, concurridísimas, todo ello señalado por las aludidas flechas de amarillo color, siendo cosa digna de ver el que por la dicha senda peregrinos, de la más variada nación y procedencia, avancen con la única ayuda de sus pies y cayados, acarreando pesados fardos que suponen su única pertenencia.



No será misión de estas letras aburrir al lector con prolija relación o sesudo memorial, pero no ha de olvidarse que en aquellas feraces tierras álzanse numerosas fuentes de frescas aguas y cruces, todas ellas en piedra, por honrar a Nuestro Señor y por suponer hito y parada en el Camino, que junto a ellas el caminante parece hallar momentáneo descanso.







Item más, son copiosos los templos que jalonan la vía, construidos en basto estilo, con poco adorno y escaso ornamento, con más hechura de fortaleza que de iglesia, y con una composición y hechura que a quién viene de tierras meridionales ha supuesto entusiasta sorpresa.







Item más, que como en todo recorrido han de hacerse altos, no hemos descuidado el yantar y el beber, que la tierra gallega es preclara en caldos y asaz fértil en frutos de la tierra y el mar, y que en sana compañía lo penoso del sendero torna a olvidarse y a compartir lo vivido al calor de jarra y escudilla, no en balde con pan y vino ándase el camino.




Y si áspero deleite ha sido el caminar por estos vericuetos, mayor júbilo, no sin antes subir penosamente al Monte que llaman del Gozo, ha sido alcanzar la compostelana Ciudad, y asombrarnos ante la magnificencia de la Plaza apelada del Obradoiro con su Catedral, poder abrazar la efigie del Santo Patrón de las Españas, visitar su sepulcro y hasta pasmarnos con el gigante incensario que allá usan para litúrgicas ceremonias.




De la Ciudad que acogiónos por breve tiempo poco apuntaremos, salvo que confrontarla con aquella de la que somos originarios sería huero intento por tamaño, disposición de sus calles, carácter de sus naturales, hospitalidad de sus gentes y limpieza de sus edificios, llegando a conclusión de que es vano comparar y baldío esfuerzo prevalecer una urbe a otra, atesorando en nuestro ánimo noble recuerdo de tan notable viaje y aguardando con ansia poder retornar al camino si el Apóstol nos lo permitiera.








04 septiembre, 2011

Contraseñas

Que aquesta urbe, extravagante como pocas,  háyase plena de asombros es comúnmente aceptado por sus habitantes, que en copiosas ocasiones el paseante tópase con novedades es aspecto siempre tenido en cuenta; pero que el transeúnte peripatético, como nos, encuentre signos o símbolos sumamente extraños esparcidos por sus calles con un sentido concreto no deja de ser cosa peregrina y hasta alentadora para aguzar el ingenio a la par que demostrativa de cómo la ciudad nunca dejar de maravillar a quien la ama.



Descubrímoslas no ha mucho en la collación del Sagrario. Anómalas señales, llegamos a colegir se trataba de avisos del maligno o de secretos códigos de cierta herética secta, cuando no de ignotos vericuetos hacia destinos que mejor es no averiguar, habida cuenta pasaban cabe la antigua Mancebía del Compás de la Laguna; no había duda de que marcaban senda, iniciático camino.



Nos hemos firmemente determinado a desenderezar el entuerto y comprobar de esta manera qué arcano misterio encierran tan enigmáticas e ininteligibles indicaciones. Caminamos en pos de ellas mas comprobamos, con desaliento cierto, que no alcanzamos destino, determinando regresar sobre nuestros pasos a la espera de mejor ocasión.



En ello andamos, que es de asombro y admiración contemplar cómo manos humanas se han esforzado en pintarlas y componerlas, con poca destreza, damos fe, pero con la intención de marcar una vía que alguna vez nos placería recorrer.