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08 agosto, 2022

Un "Plan B" para la Virgen de los Reyes.


Ahora que nos vamos adentrando en las vísperas de la celebración de la Asunción, y que en Sevilla han comenzado los solemnes cultos anuales a la Virgen de los Reyes, no estaría de más comentar algo sobre una curiosa faceta de la devoción a esta imagen: la teatral, que fue tan importante y respetada que incluso provocó hasta el rechazo de una obra escrita por uno de los mejores dramaturgos españoles de todos los tiempos; pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto Reyes de Escalona

Sabido es que la devoción a la Virgen de los Reyes arranca tras la conquista de Sevilla en 1248 por Fernando III el Santo, y que esta devoción, ligada estrechamente a la ciudad y a sus cabildos eclesiales y seculares, tuvo siempre especial protagonismo, considerándose su salida procesional del 15 de agosto una de las fechas más importantes del calendario religioso hispalense, junto con la anual procesión del Corpus Christi.

¿Qué tendrían en común ambas festividades con respecto al teatro? Viajemos al año 1620. El consistorio sevillano ha nombrado una delegación de caballeros veinticuatro (especie de concejales, pero eso sí, aristócratas únicamente) para que se ocupe de todo lo relativo a la organización de los festejos y procesión del Corpus, y para ello, propone encargar al gran Lope de Vega Carpio, residente entonces en la Villa y Corte, no uno, sino cuatro textos para otros tantos autos sacramentales a representar en tan señalada fecha. Sin embargo, y pese a aceptar el encargo de buen grado, todo son evasivas por parte del encumbrado escritor, alegando falta de tiempo para entregar los manuscritos, sin olvidar que la compañía teatral encargada de representarlos, regida por Alonso de Olmedo, presionaba para tener los manuscritos cuantos antes, ya que en caso contrario se vería con apenas unos días para ensayar adecuadamente tan importantes obras.

El siempre concienzudo historiador Santiago Montoto, recogió el curioso testimonio de primera mano del escritor Hipólito de Vergara, poeta nacido quizá en Osuna, ensalzado por el mismo Cervantes, y que en numerosas ocasiones había demostrado una especial devoción tanto por San Fernando como por la Virgen de los Reyes, ya que, por ejemplo, cuando se recaban supuestos hechos milagrosos atribuibles al Rey Santo para su canonización, Vergara había comunicado hasta dos de estos hechos, como quedó transcrito en 1627 en un volumen denominado "Antepreguntas que se han de hazer a los testigos que declararen en las provanças del Santo Rey Don Fernando, antes que se examinen":

“Tenía una mujer estéril, y aviendo estado sin parir doce años, se encomendó al Santo Rey, a quien hizo dezir una missa y poco después su mujer se halló preñada, y en fin de nueve meses parió felicísimamente, lo qual por merced que luego al instante le fue hecha, se atribuyó por todas las personas a la intercesion del Santo Rey: lo qual fue, era, y es verdad, publico, notorio, y manifiesto, publica voz, y fama.”

Y para mayor abundamiento:

“Tenia un esclavo, a quien dio ciertas escrituras, las quales estimava en mucho, y las perdió, y encomendandose al dicho Santo Rey, con promesa de vna Misa, luego milagrosamente las halló: lo qual fue, era, y es verdad, publico, notorio, y manifiesto, pública voz y fama.”

Vergara sabía moverse en círculos mercantiles y aristocráticos; había hecho negocios monetarios con Francisco Madrid, guarda mayor de la vallisoletana Casa de la Moneda y, aquí lo importante, contaba con la amistad de Antonio Domingo de Bovadilla, caballero veinticuatro, familiar del Santo Oficio, custodio de la devoción a la Reina de Reyes, y uno de los que encarga la antedicha obra a Lope de Vega. Presintiendo que se les venía encima un más que probable incumplimiento por parte de éste, se juramentaron solemnemente para tener prevenido un “Plan B”, valga la expresión, consistente en que Vergara escribiría un auto dedicado a la Virgen de los Reyes “donde se haría notoria al mundo la tradición de su milagroso santuario, quedando así su particular devoción, y la de su ciudad más satisfecha”

Foto Reyes de Escalona

 Los veinticuatro suspiraron aliviados en principio cuando, tres días antes del Corpus, llegaron los escritos de Lope procedentes de Madrid, pero pronto sintieron que no les llegaba la camisa al cuello cuando uno de los autos, concretamente el dedicado a la patrona de Sevilla, era reprobado sin ambages por los canónigos de la Catedral, ¿la razón?, un sacerdote y su particular manera de documentar a Lope de Vega sobre la Virgen de los Reyes y el nacimiento de su devoción:

“Por haber venido y estar errado en la parte principal, que es la verdad de la tradición; y la culpa de este error tuvo un capellán de la Real Capilla, que siendo nuevo en ella, sin más fundamento que haber visto dos flores de lis en los zapatos de la Virgen, pareciéndole que eran insignias de Francia, y que San Luis pudo enviar al Santo Rey aquella Imagen, lo certificó por una memoria que envió a Lope de Vega.”

Desafortunadamente, no se conserva el texto de Lope, pero todo parece indicar que en él no aparecía la milagrosa leyenda de los dos misteriosos jóvenes peregrinos y escultores, (¿Ángeles?) que en tiempo récord realizan una imagen solicitada por San Fernando durante el sitio de Sevilla, idéntica a la soñada por él, desapareciendo como por ensalmo, sino una versión diferente que también ha sido difundida a lo largo de los años: que el monarca francés Luis IX, futuro San Luis de los Franceses, habría obsequiado gentilmente la imagen de la Virgen con el Niño en su regazo a Fernando, su primo castellano a fin de cuentas.

¿Qué sucedió al final? ¿Llegó a representarse el auto de Lope de Vega? ¿Se estrenó la farsa de Hipólito de Vergara con el apoyo de Bovadilla?

 


Acudimos de nuevo a Montoto. Don Santiago comprobó los pagos realizados en aquellos años dentro de los gastos del Corpus, existiendo una partida de 1.200 reales abonados a Lope de Vega por la escritura de cuatro autos sacramentales (cuyos títulos no han llegado hasta nosotros) aunque esto no significa que se representasen finalmente como atestiguó Hipólito de Vergara, quien a la postre no cumplió el juramento de tener pergeñado el “Plan B” y a quien la vida, como castigo según él mismo por su negligencia o pereza, se le complicó allá por diciembre de 1622: un tribunal madrileño había dictado orden de captura contra su persona.

Como descubrió el profesor navarro Miguel Zugasti, ni que decir tiene que el poeta hizo lo habitual en casos así, acogerse "a sagrado", en esta ocasión en el desaparecido monasterio de San Jerónimo, donde, en aquel monacal cautiverio voluntario tuvo tiempo para hacer examen de conciencia sobre el incumplimiento de su promesa con Bovadilla y componer finalmente el texto a la Virgen de los Reyes, afirmando incluso que “el mismo día y a la misma hora que yo comencé a escribir la comedia de la Virgen, se mandó en la corte que no se usase de la provisión contra mí que se había despachado”

 

File:Fernando III el Santo, rey de Castilla y León.jpg

La trama de la pieza teatral en sí viene a dramatizar la tradicional leyenda popular sobre la aparición de la Virgen María a Fernando III y el deseo por parte del monarca de lograr una escultura idéntica a su visión; en tal búsqueda el autor se tomará algunas licencias, desde anacronismos de libro, como que el escultor Juan Martínez Montañés (estamos, se supone, en el siglo XIII) es uno de los “candidatos fallidos”, a imágenes semejantes, como la Virgen de la Aguas del Salvador, una devoción también de origen fernandino, pasando por todo un repertorio de loas y alabanzas marianas. Como podemos imaginar, todo concluye con final feliz, con San Fernando literalmente "alucinado" por la prestancia de la devota imagen de la Virgen realizada por los dos peregrinos, proclamando ser idéntica a la de su milagrosa aparición y otorgándole la advocación de Virgen de los Reyes: 

"Retrato deseado y milagroso: 

¿Quién, sino quien os hizo, hacer pudiera

imagen tan perfecta y verdadera

de aquel original que vi glorioso?"

Casi lo dejamos en el tintero, la obra, finalmente, se estrenó en Sevilla por la compañía teatral de Hipólito Avendaño en 1624, coincidiendo casualmente, o no, con la estancia en la ciudad del rey Felipe IV.  Fernando III sería canonizado en 1671.

En definitiva, y prestos ya a echar el telón a este episodio, aquel “Plan B” por si Lope de Vega no llagaba a tiempo, se convirtió, en una época en la que las redes sociales ni se soñaban, en una de las más eficaces formas de propagar, desde los escenarios, el origen prodigioso de la patrona de Sevilla, constituyendo, al decir de los investigadores del tema, la primera ocasión en la que un texto dramático se ocupa de la milagrosa intervención angelical en la talla de una imagen mariana, pero esa, esa ya es otra historia...

Foto Reyes de Escalona


09 noviembre, 2020

El Coliseo en llamas.

 En nuestra anterior entrega, comentábamos detalles biográficos sobre la actriz metida a monja Rosa Pérez y de pasada, aludíamos la situación anómala que vivió el teatro en Sevilla durante los siglos XVII y XVIII; durante mucho tiempo, los sevillanos hicieron gala de una enorme afición a los escenarios, sobre todo a las comedias, destacando incluso la presencia de Lope de Vega durante un tiempo en nuestra ciudad o con anterioridad la muy estimada labor como comediante del hispalense Lope de Rueda, autor de infinidad de entremeses o farsas y considerado como el primer actor profesional español de todos los tiempos. 


 ¿A qué teatros se podía acudir a presenciar representaciones? Durante mucho tiempo, fue famoso el llamado Corral de la Montería (1626-1679), ubicado en los Reales Alcázares bajo los auspicios del Conde Duque de Olivares y que gozó de merecida fama por su planta elíptica y el amplio aforo y comodidades con que contó. Un desgraciado incendio lo destruyó en 1692 en plena etapa de prohibición de las representaciones teatrales, por lo que no hubo interés en reedificarlo. Otro corral destacable en grado sumo fue el llamado de Doña Elvira, construido en la antigua Judería en terrenos de los Condes de Gelves y que desapareció "engullido" por la construcción del Hospital de Venerables Sacerdotes en 1632.

Por último, y es el que en esta ocasión centrará nuestro interés, habrá uno situado en la actual calle Alcázares, ejemplo de cómo las autoridades utilizaron el teatro no sólo como entretenimiento para el pueblo, sino para obtener beneficios económicos como veremos a continuación. En 1608 el consistorio de la ciudad hallábase en dificultades económicas; para salir del atolladero, el cabildo sevillano, sabedor de la afición al arte drámatico de muchos, decidió y aprobó la construcción de sendos teatros, para con sus ingresos aumentar los ingresos y sanar las maltrechas arcas municipales. Uno de esos teatros será el de Doña Elvira ya comentado, y el otro en el llamado Corral de los Alcaldes en la collación de San Pedro, que con el tiempo será denominado Corral del Coliseo. 

 

El ayuntamiento buscó también dos modos de conseguir beneficios económicos en ambos teatros, por un lado, con el cobro de la cantidad de ocho maravedís en concepto de entrada para el público, por otro, arrendando la gestión del escenario a comediantes (en el mejor sentido de la palabra) como los conocidos entonces Diego Almonacid, padre e hijo. El corral del Coliseo será alquilado a éste por seis años previo pago de 3.250 ducados anuales, reservándose además el consistorio la gestión particular de catorce "aposentos" (palcos, para entendernos). 

 


 Será Juan de Oviedo el encargado de poner en marcha las obras del corral, con varios detalles, descubiertos por Sanchez- Arjona: a un tal Diego del Valle, maestro ensamblador, se le encargó la hechura de 250 sillas de respaldo y 50 taburetes con asientos y respaldos de cuero por importe de 5.450 reales, lo que da idea aproximada del aforo de público sentado, aunque no podemos olvidar que no eran pocos los que presenciaban las representaciones de pie. Además, como quiera que las obras de los vestuarios para los actores habían perjudicado un muro perteneciente a la casa palacio de los marqueses de Ayamonte, se acordó en compensación que éstos tuviran un palco con caracter permanente, contando incluso con su propio acceso desde su vivienda. 

 


 El ambiente en estos corrales no es difícil de imaginar: al igual que hombres y mujeres se hallaban separados, (aquellas en la denominada "cazuela" o palco reservado para ellas) también era posible que en cualquier momento surgiera una riña que terminase en duelo a espadas, que abundasen los aguadores y vendedores ambulantes de frutas secas, dulces, aloja o vino o que estudiantes y gentes de mal vivir intentasen "colarse" en el recinto sin abonar la entrada dando lugar a no pocas trifulcas. Si a ello unimos el olor de los candiles o de la cera de las velas (y el olor a "humanidad", no lo olvidemos), la música o el griterío, no es de extrañar que el parecido con una representación de nuestros días sea casi mera coincidencia. 

Durante años, el Corral del Coliseo se convirtió en la referencia para los aficionados a la farsa, a la comedia, a los entremeses; en él se pusieron en escena obras de los más afamados autores, cosechando triunfos y fracasos, logrando aplausos o abucheos.  

  JUAN-RANA-CORRAL-DE-COMEDIAS-1

 A lo largo de su existencia, el teatro que comentamos sufrió también diversas desgracias en forma de incendio, cosa habitual por otra parte dados los materiales inflamables (telas, maderas, papel...) que se utilizaban en el escenario y la iluminación a base de candilejas o bujías en el proscenio o entre bastidores.

Así, llegamos al meollo de la cuestión. El jueves 23 de julio de 1620, a las ocho de la tarde, finalizando el último acto de la obra "El Rey de los Desiertos" por la compañía de Ortiz y los Valencianos, una vela prendió fuego a unas ramas, pasando las llamas rápidamente al resto de los decorados y de ahí a la techumbre y viguería de maderas, prendiendo y cayendo sobre el aterrorizado público. Podemos imaginarnos el humo, la confusión y los gritos de terror, constatándose muchos más daños por la avalancha humana deseosa de abandonar el corral que por el efecto de las propias llamas. El cronista Joaquín Guichot, allá por el siglo XIX, relataba cómo incluso hubo "amigos de lo ajeno" que aprovechando el tumulto hicieron su agosto sustrayendo joyas y bolsas a no pocas víctimas y heridos en vez de socorrerlos. 

 

 El Asistente, conde de Peñaranda, acudió rápido con los socorros necesarios, derribándose dos casas fronteras al foco del incendio para prevenir que éste se extendiera por toda la manzana de casas. Poco quedó del teatro salvo sus cuatro paredes, el fuego permaneció activo hasta las tres de la mañana. Jesuitas de la cercana Casa Profesa y dominicos del convento de Regina dieron los últimos auxilios espirituales a las 16 víctimas mortales. Del cuadro de actores todos se salvaron, excepción hecha del que hacía de la figura del ángel, que se chamuscó todo y del actor que interpretaba a San Onofre quien vió como sus ropas ardían completamente hasta dejarlo casi desnudo, cubriéndose con una mata de yedra por paños menores, de esta guisa corrió hasta su casa, perseguido por un grupo de muchachos, regocijados por la desgracia ajena. Tres niños quedaron huérfanos, pregonándose sus circunstancias ya que eran tan pequeños que no daban razón de sus padres. 

Poco a poco, el Corral del Coliseo resurgió de sus cenizas, volviendo a abrir sus puertas, aunque en 1659 se volvió a repetir el suceso y las llamas dañaron seriamente el teatro. Finalmente, en 1679, la autoridad eclesiástica, el arzobispo Ambrosio Spínola, a instancias del predicador Tirso González (quien afirmaba que "no entraría la peste en Sevilla si se desterrasen las comedias") y de Miguel de Mañara, rogó al Cabildo de la Ciudad que prohibiera las representaciones teatrales, prohibición que se logró y se mantuvo por muchos años. 


 Del primitivo corral de comedias de la calle Alcázares subsiste en la actualidad el edificio, bastante reformado, y convertido en viviendas tras una profunda restauración, en su interior, si algún lector accede franqueando sus puertas, parecen aún flotar los ecos de las representaciones, el murmullo del público, los pregones de los vendedores, el ambiente, en una palabra, que rodea al mundo del teatro...

Obras de rehabilitación
 en el Corral del Coliseo. 1983.

Cartel publicitario anunciado una función teatral, Archivo Municipal de Sevilla. "Vallejo y Acasio representan sus famosas fiestas "Oi" miércoles en Doña Elvira a las dos. 1619.


 







25 noviembre, 2019

El "Monstruo de la Naturaleza" y Sevilla.


           


Hoy lunes, 25 de noviembre se cumplen 457 años del nacimiento, allá en el Madrid de los Austrias, del llamado Fénix de los Ingenios o también Monstruo de la Naturaleza (así lo calificó Miguel de Cervantes). Autor de innumerables obras literarias, pasará a la historia por su ingente capacidad para crear piezas teatrales, comedias, con las que se consagrá en una etapa, la barroca, en la que tendrá como antagonistas a escritores de la talla de Calderón de la Barca o Tirso de Molina, en una etapa en la que el teatro barroco se convierte en un auténtico fenómeno de masas, aún contando con la oposición de la jerarquía eclesiástica que veía en los corrales de comedias, auténticos lugares de pecado. 

          El teatro cobra un tremendo auge, hay rivalidad, pendencias, grupos de espectadores que van a abuchear y reventar los estrenos del autor rival, todo ello mezclado con el estruendoso ambiente de los corrales de comedias, donde por un precio irrisorio se podía, comer, beber, gritar, abuchear, silbar, lanzar objetos y disfrutar del espectáculo (como el fútbol, vamos). La situación será tal, que el Consejo de Castilla habrá de regular los corrales de comedias, mediante un decreto, en el que incluía la presencia de un alguacil, con el objetivo de vigilar que: "...no haya ruidos, ni alborotos, ni escandalos, y que los hombres y mujeres estén apartados, así en los asientos, como en las entradas y salidas, para que no hagan cosas deshonestas y para que no consientan entrar en los baños a persona alguna fuera de los actores."  

           Mil disculpas, con tanto corral y tanta comedia hemos dejado abandonado a quien hoy habría celebrado su cumpleaños, nada más y nada menos que Don Lope de Vega y Carpio, un genio del siglo de oro español y cuya vida, rodeada de mil andanzas, merece hoy, en su cumpleaños, una modesta reseña. De familia modesta, hijo de padre bordador y madre de quien poco se conoce, Lope manifestó de niño una gran inteligencia y habilidad para el latín, ya que se sabe que con apenas cinco años lo leía con enorme soltura y que con 12 años era capaz de escribir comedias con singular estilo, lo que se dice un niño prodigio, vamos. 

       El poeta y músico Vicente Espinel será su maestro y protector, entrando a estudiar en el colegio jesuita madrileño de los teatinos y también en el llamado Colegio de los Manriques de Alcalá de Henares, pero se sabe que no logró título alguno, quizá por que ya en aquellas fechas había entrado en escena, nunca mejor dicho, otra de las grandes pasiones de Lope de Vega y por cuya culpa se vería metido en no pocos sinsabores y desdichas, aunque también en gozos y alegrías: las mujeres. ¡con 18 años ya estaba “amancebado” esto es, conviviendo sin contraer matrimonio canónico con María de Aragón, con quien tendrá su primera hija!                 

       Fino bigote, recortada perilla y aires de galán, apasionado, atribulado, sensible, impetuoso, él mismo parece un personaje sacado de sus propios dramas, todo un seductor con indudable capacidad para el galanteo. 

       Es evidente que con estos antecedentes no era firme candidato para el sacerdocio, de modo que hubo de buscar fortuna haciendo lo que mejor sabía: escribir. Prosiguió con sus estudios con regular éxito, pero de todas estas ocupaciones le distraían las continuas relaciones amorosas. 

       Elena Osorio, a la que conoció en 1583, fue su primer gran amor, la «Filis» de sus versos, separada entonces de su marido, el actor Cristóbal Calderón; Lope estuvo cuatro años con ella y pagaba sus favores con comedias para la compañía del padre de su amada, el empresario teatral o autor Jerónimo Velázquez. En 1587 Elena aceptó, por conveniencia, entablar una relación con el noble Francisco Perrenot Granvela, sobrino del poderoso cardenal Granvela. Un despechado Lope de Vega hizo entonces circular contra ella y su familia unos libelos: 

Una dama se vende 
a quien la quiera. 
En almoneda está. 
¿Quieren comprarla? 
Su padre es quien la vende, 
que aunque calla, 
su madre la sirvió de pregonera... 

    Su vida será a partir de entonces un constante ir y venir, lleno de inquietudes y dificultades, pero siempre llevado por el corazón, siempre alentado por el amor a una mujer… 

           Podríamos seguir con la novelesca vida del autor de Fuenteovejuna, pero en esta mañana de lunes, si te parece Antonio, nos centraremos en su relación con nuestra ciudad, con Sevilla. Presente en sus obras, ahora lo comentaremos, no podemos olvidar que vivió en aquella Sevilla puerto y puerta de Indias, por la que entraban innumerables riquezas y que atraía a gentes de toda condición social y económica en busca de la “aventura americana”.

        Estudios como los de García baquero o Serrera contreras ponen de manifiesto que en su niñez, cuando era ya un experto en latines, vivió en nuestra ciudad, en concreto en la casa de su tío Miguel de Carpio, entonces inquisidor de Sevilla, y que tenía su residencia al parecer en el barrio de Triana, lo cual no es de extrañar habida cuenta la proximidad al Castillo de San Jorge, la siniestra fortaleza sede del Santo Oficio. Lope de Vega le dedicará palabras de agradecimiento en la dedicatoria de su comedia La hermosa Ester (1621) : "de noble y santa memoria, en cuya casa pasé algunos de los primeros días de mi vida" y en donde el poeta recuerda con agrado que se crió y que con él "aprendió las primeras letras latinas". Debió ser duro e intransigente en su inquisitorial oficio don Miguel, ya que por entonces era considerado "hombre por quien hoy dicen en Sevilla cuando una cosa está caliente: 'quema como Carpio'"

      Como curiosidad, Miguel del Carpio será uno de los inquisidores que investiguen a Teresa de Ávila tras ser denunciada por una dama sevillana que no fue aceptada en la comunidad carmelita descalza, siendo imputada de practicar una doctrina nueva y supersticiosa, llena de embustes y semejante a la de los alumbrados de Extremadura. Los inquisidores investigan sobre el «Libro de la Vida»; están seguros de que contiene engaños muy graves para la fe cristiana. El documento está fechado en Triana, en el castillo de San Jorge, el 23 de enero de 1576. Finalmente, los propios inquisidores comprobarán las patrañas de la dama denunciante y la Santa de Ávila saldrá airosa de un proceso que a punto está de llevarla a las cárceles trianeras. 

      Como puede atisbarse, vive Dios, de nuevo nos estamos yendo por las ramas... 

      Ya en el siglo XVII, está completamente comprobado que entre 1600 y 1604 Lope de Vega residirá en Sevilla. ¿Concidió con Cervantes? Quizá, aunque no hay pruebas documentales. Se sabe que por aquel entonces Lope de Vega se hallaba ya casado en segunda nupcias (su primera esposa falleció de sobreparto) con Juana de Guardo, hija de un rico abastecedor de carne madrileño, con quien tendrá tres hijos. 

      Sin embargo, Juana se encuentra en Madrid, mientras que Lope pasea por las calles hispalenses llevando del brazo a otra mujer, ¿quién? Micaela de Luján. Actriz de gran belleza, su marido había cruzado el Atlántico y se hallaba por aquel entonces en el Perú, falleciendo allí en 1603. 

     Ignorando una vez más las convenciones sociales de la época Lope y Micaela vivirán juntos desde 1599, en una vivienda alquilada en la collación de San Vicente. Se sabe que en su iglesia parroquial serán bautizados algunos de los cinco hijos que engendrará la pareja en sus años de relación, en la que Lope convertirá a Micaela en Camila Lucinda o Lucinda y la hará protagonista de encendidos sonetos de amor dedicados a ella y de al menos dos comedias que transcurren en nuestra ciudad: El Arenal de Sevilla, ejemplo claro de comedia de capa y espada, y El ruiseñor de Sevilla. 

       Trasladada la pareja a Madrid, Lope se verá en la obligación de hacer frente a dos hogares a la vez, ya que su esposa Juana vivía por aquel entonces en Toledo, con lo cual podemos imaginar la situación, Antonio... 

       En Sevilla, Lope de Vega frecuentará la famosa tertulia literaria del noble y poeta sevillano Juan de Arguijo, cuya casa palacio aún se conserva en la calle del mismo nombre, convertida ahora en el colegio Itálica, junto a la calle Laraña. Arguijo, excelente vihuelista y mecenas, será merecedor de varias dedicatorias de Lope, entre ellas sus Rimas o su comedia “La Hermosura de Angélica”, compuesta en su mayor parte en Sevilla aunque publicada en Madrid. 

        Además, por no extendernos mucho, hay que dejar constancia de la estrecha relación de amistad que Lope de Vega mantuvo con el escritor Mateo Alemán, autor del pícaro Guzman de Alfarache y que llegó a ser Hermano Mayor de la Hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén, el Silencio. 

      Sevilla, la Sevilla de nobles, pícaros, canónigos, damas, mercaderes, caballeros, mendigos, prostitutas, artesanos, espadachines, matones, religiosas, esa es la Sevilla que pisó Lope de Vega. La de las entradas reales, terremotos, procesiones, riadas, autos de fe, riñas, mercados, epidemias, esa fue también la ciudad que disfrutó y sufrió. 

       Dos fragmentos sobre el Arenal bastarán para dejar dicho lo que él vió allí en aquellos años felices junto a Micaela de Luján: 

Famoso está el Arenal, 
¿cuándo lo dejó de ser? 
No tiene, a mi parecer, 
todo el mundo vista igual. 
 Cuánta galera y navío 
mucho al Betis engrandece. 

Otra Sevilla parece 
que está fundada en el río. 
Eso hay en el Arenal, 
¡oh, gran máquina Sevilla! 
¿Esto sólo os maravilla? 
Es a Babilonia igual. 
Pues aguardad una flota 
y veréis toda esta arena 
de carros de plata llena, 
que imaginarlo alborota. 

          Viudo, al fin de sus días, Lope de Vega experimentó una fuerte crisis existencial que le llevó a ordenarse sacerdote (había sufrido incluso un intento de asesinato) y a cuestionarse una vida hecha para escribir pero necesitada siempre del amor, pero esa, esa ya es otra historia…