21 agosto, 2023

El Café del Turco.

Estaba en plena calle Sierpes, cuando aquella era calle con vida día y noche. Acogió tertulias apasionadas cuando liberales y absolutistas se llevaban como el perro y el gato. En él trabajó alguien que inspiró un personaje de Don Juan Tenorio e incluso fue escenario de procesiones civiles y foro para conocer de primera mano lo que se cocía en la política española en unos tiempos convulsos, con sucesos violentos para más inri. Hoy, en Hispalensia, tomamos asiento en una buena mesa del Café del Turco. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Estamos en los comienzos del siglo XIX. Ha terminado felizmente la Guerra de Independencia y las tropas napoleónicas son solo mal recuerdo. Sin embargo, la situación política dista mucho de ser pacífica en España. Fernando VII y el absolutismo regresan al país en medio de una crisis económica provocada por los desastres de la guerra y la interrupción del comercio e ingresos fiscales procedentes de América, donde soplan vientos de emancipación. 

José Jiménez Aranda: El Café. 1889.

En ese ambiente apasionado, abundaron los denominados Cafés, a los que tan aficionados eran los sevillanos del siglo XIX, pues no sólo eran establecimientos en los que degustar dicho producto (y otros), sino espacios para la tertulia, la discusión e incluso la polémica o la controversia por cuestiones de todo tipo, desde las taurinas hasta las políticas, pasando por las literarias o religiosas. Podemos decir que hasta había cafés con ideología propia, como es el caso que nos ocupa, el Café de la Cabeza del Turco, en plena calle Sierpes, pues en él tuvieron primeramente su sede los afrancesados durante la dominación napoleónica y, posteriormente, los más extremistas del partido liberal, contrario al absolutismo de Fernando VII ("los negros", como les llamaban sus contrarios "blancos") y debía su nombre, al parecer, a que en su fachada principal, sobre su portada, campeaba pintada la cabeza de un turco. 

Como narró Chaves Rey, en 1820 era su propietario Luis Tolva, patriota, liberal ferviente y admirador del General Riego, líder de la sublevación militar en Las Cabezas de San Juan para reinstaurar el régimen constitucional; prueba de esa devoción es que el 13 de diciembre de 1821 partió de allí una insólita procesión civil presidida por un retrato de Rafael de Riego, desfilando por calles engalanadas enmedio del entusiasmo popular, como contó Luis Montoto. La procesión se repitió veinticuatro horas después, siendo en esta ocasión llevado el retrato en coche descubierto y engalanado. Por cierto, dos años después, los habituales del Café del Turco organizaron una serenata nocturna de violines al propio general Riego, de visita en Sevilla y alojado en la calle de Toqueros, actual Conde de Ibarra. 


 En un abigarrado ambiente lleno de espesas humaredas de tabaco y ecos de discusiones, los exaltados parroquianos debatían sin descanso sobre el candente panorama político, de modo que Tolva ideó para su negocio una especie de "Informativos" mediante la lectura, en alta voz, de la prensa diaria nacional o local, empleando para ello a alguien que con buena voz; hasta llegó a establecer un reglamento, que indicaba la colocación de una silla alta, en la sala del billar, desde la cual se leían los periódicos mientras la concurrencia permanecía en expectante y obligado silencio, aunque se permitía que "concluida la lectura de cada artículo podrá cualquiera hacer las observaciones que guste", eso sí, previo pago de los preceptivos ocho reales mensuales, necesarios para ser "abonado" a estos "informativos". Chaves Rey narró cómo terminaban algunas de estas lecturas:

"El salón de lectura del Turco se veía siempre muy concurrido durante la segunda época constitucional y se dio el caso en ciertas ocasiones, que no estando el público conforme con las ideas de algunos artículos, con toda algazara arrojasen los periódicos a la letrina entre grandes aplausos".

Signo de los tiempos, el fin del Trienio Liberal en 1823 trajo consigo el violento asalto al Café del Turco por una multitud incontrolada (las "turbas realistas") en la mañana del 13 de junio,como puede leerse en las páginas de los Anales de Sevilla de Velázquez y Sánchez: 

"Grupos de aquella plebe devastadora fueron a la fonda y café del Turco a destruir su elegante mobiliario, robar servicio y mantelería, romper un sinnúmero de objetos de china, porcelana, cristal, loza y metales bruñidos, y dar suelta a las canilla de la bodega hasta correr mezclados vinos y licores por la calle de las Sierpes, entre los aullidos de júbilo feroz de aquella horda de caníbales".
José García Ramos (1852-1912): Calle Sierpes.

 Con el paso de los años, trabajó en el Café del Turco un italiano, apellidado Ciutti, que atendió en mesa al dramaturgo José Zorrilla, de paso por Sevilla y quien se inspiró en él para el personaje del mismo nombre en su archiconocido Don Juan Tenorio. En 1844 el propio autor describía así al camarero del Turco

"Era un pillete muy listo que todo se lo encontraba hecho, a quien nunca se encontraba en su sitio al primer llamamiento, y a quien otro camarero iba inmediatamente a buscar fuera del café a una de dos casas de vecindad, en una de las cuales se vendía vino más o menos adulterado, y en otra carne más o menos fresca. Ciutti, a quien hizo célebre mi drama, logró fortuna, según me han dicho, y se volvió a Italia".

El Café de la Cabeza del Turco, permaneció abierto con diversos nombres durante el siglo XIX y parte del XX: el Europeo, (escenario de animados bailes de máscaras allá por 1875), de América o, más recientemente, de Madrid, en cuyos altos estuvo la sede del Sevilla F. C. allá por 1915 y abierto aún en los años noventa del pasado siglo XX como salón de juegos. Tampoco podemos olvidar que el Café del Turco también pasó a ofrecer actuaciones de cante y baile flamenco, uniéndose a la moda de los llamados "cafés cantantes".  En la actualidad el local permanece cerrado a cal y canto desde hace bastante tiempo, sin que haya vuelto a tener uso, pero esa, esa ya es otra historia. 

14 agosto, 2023

Agosto de 1873: un robo real.

 " - Dios le guarde, amigo, qué, ¿Se ha enterado de algo de lo de anoche? ¿Qué me puede contar?

- Buenos días nos de Dios; pues mucho no hay que rascar; a ver, que se sepa, eran dos, eso es lo que cuentan los monaguillos, incluso hay quien dice que dejaron alguna prueba de su presencia dentro del recinto, como una colilla y los restos de un puro habano, aunque eso no termino de creérmelo. Emplearon útiles afilados y durante el robo se desprendieron algunas piedras preciosas que quedaron en el suelo. Planeado lo tenían, de eso no hay duda, actuaron con premeditación, nocturnidad y alevosía, como dicen ustedes, ¿No?; es más que seguro que se escondieron tras el cierre, quizá dentro de un armario usado por un capellán enfermo que lleva semanas sin acudir a sus deberes litúrgicos, burlaron la vigilancia y salieron con total impunidad al amanecer tras la apertura para los primeros cultos de la jornada, sin que nadie notase nada extraño.

- Don Juan Manuel, el Capellán Mayor de la Capilla Real, fue puesto de inmediato sobre aviso por Miguel García, el sacristán mayor, de que alguien había forzado las dos cerraduras del camarín de la Virgen y que faltaban... bueno, quede con Dios que ya está llamando a Coro la Giralda y llevo prisa, desconozco más detalles y está a punto de llegar el juez de primera instancia para iniciar las pesquisas. Luego si lo desea nos vemos en Las Escobas y a ver de qué más me entero para relatarle, con un chato de vino por delante, eso sí".-

Ésta bien podría haber sido, por qué no, una probable conversación entre un "repórter" o "plumilla" de hace ciento cincuenta años a la búsqueda de titulares y su fuente anónima, a buen seguro personal de la catedral. ¿Qué ocurrió en la capilla real aquella noche de finales de abril de 1873? ¿Qué sucedió para que hasta la prensa madrileña se hiciera eco? Como siempre, vayamos por partes.

Tras el breve reinado de Amadeo I de Saboya, en febrero de aquel año se había proclamado la I República Española: inestabilidad política y crisis económica iban de la mano; como ha relatado Alfonso Jiménez, el cabildo catedralicio hispalense incluso carecía de los fondos necesarios para  el gran Monumento Eucarístico y éste, insólitamente, quedó sin montar, en una Semana Santa en la que sólo salieron tres cofradías: las Siete Palabras, la Macarena y las Cigarreras. La guerra abierta con los carlistas y los independentistas cubanos y una preocupante y creciente conflictividad social auguraban meses difíciles para la naciente República.  Todo ello se pudo comprobar en nuestra propia ciudad con la proclamación del denominado Cantón de Sevilla, breve intento de federalismo republicano independiente promovido por los llamados "intransigentes" y que funcionó durante los meses de junio y julio de aquel año, hasta que finalmente fue suprimido y reprimido por la fuerzas militares al mando del general Pavía (sí, el de los "soldaditos de bacalao"), quien el 1 de agosto daba por finiquitado el Cantón no sin resistencia armada y destrozos en zonas concretas de la ciudad. 

Joaquín Domínguez Bécquer. Virgen de los Reyes portando la corona sustraida. Siglo XIX.

En un clima de cierta tensión, al amanecer de aquel martes de la primavera de aquel año de 1873 el cabildo de capellanes reales hubo de reunirse con carácter de urgencia ante la gravedad de los hechos acaecidos en la noche anterior, la sacrílega sustracción de varios elementos que formaban parte de la vestimenta de la Virgen de los Reyes, a saber: corona, peto, alhajas varias y una flor de pedrería que solía portar en su mano el Niño Jesús, tal como ha recogido en sus interesantes investigaciones la profesora Teresa Laguna. 

Avisado el Cardenal Arzobispo Luis de la Lastra, la noticia del expolio corrió de boca en boca, congregándose gran cantidad de curiosos en el entorno de la catedral a la búsqueda de las últimas novedades de un caso que había entristecido a la ciudad tanto por el atentado que suponía a su patrona como la pérdida de una parte importante de su patrimonio. Ni que decir tiene que la prensa no tardó en hacerse eco de lo sucedido, planteando, como en el caso del diario La Andalucía algunas incógnitas:

"Lo extraño del suceso es que la gran verja que sirve de puerta de entrada no tenía señales de haber sido forzada. ¿Por dónde entraron los autores del robo? Sin duda se quedarían dentro de la capilla desde el día anterior; y aun siendo así, ¿Por dónde salieron? Cuestiones son éstas que la autoridad se ha encargado de aclarar."

Para mayor abundamiento, el delictivo suceso se propagó hasta la capital del Reino, (perdón, de la República), ya que el diario El Imparcial de Madrid publicaba citando a otro colega sevillano:

"Dice El Español de Sevilla que el jueves se echó de ver que a la imagen de la Virgen de los Reyes de la real capilla de la Catedral le habían robado la corona y el peto, ambas alhajas de oro, plata y piedras preciosas. Sin duda el robo se hizo por el camarín y se supone que los ladrones quedaron escondidos en el templo desde el día anterior. La corona robada es la real de San Fernando, donado por el Santo Rey a la imagen, juntamente con el peto, propiedad que fue de doña Berenguela su madre. Su valor, aparte de su mérito histórico, asciende a unos 30.000 duros".

Dejando aparte que esos 30.000 duros ahora serían unos 900,00 euros, la corona sustraída, llamada de las águilas, pudo haber formado parte de las posesiones de doña Beatriz de Suabia, esposa de  Fernando III el Santo, era una pieza de gran antigüedad, y poseía además una secular tradición que hablaba de una legendaria donación fernandina a la Virgen. 

En respuesta a lo sucedido, el Cabildo de la catedral, anticipándose al devenir político y al gobierno de Madrid, y esperando una inminente incautación de sus bienes, ordenó actualizar los libros de inventario y aumentar la vigilancia de sus dependencias, capillas y estancias, efectuar registros de todos los espacios públicos antes de cada cierre y aumentar el retén de guardia nocturna, con tres peones armados acompañados por perros, bajo supervisión de un clérigo que permanecía de guardia durante la franja de la noche. Todas estas medidas, que pasaron a formar parte de un llamado "plan de seguridad", sirvieron de muy poco un año después, cuando se produjo un nuevo robo, éste también de bastante importancia, en el templo mayor de la ciudad, el del San Antonio de Murillo, que ya tuvo su espacio en estas páginas no hace mucho. 

Por cierto, calmados en parte los ánimos tras los enfrentamientos entre el general Pavía y los cantonalistas, la prensa local destacó en sus páginas que aquel año la procesión del 15 de agosto sería casi una acción de gracias por los malos momentos vividos en la ciudad, que a la Novena a la Virgen de los Reyes seguiría la solemne Octava y que la popular Velada en honor a la Virgen cobraba especial importancia:

"En la Real Capilla se celebrará la octava de su excelsa patrona, según se ha acostumbrado desde la institución de dichas fiestas, no obstante haberle retirado el gobierno desde hace tiempo la asignación que tenía señalada. 

Esta noche y mañana se verificará la popular velada en derredor de nuestro hermoso primer templo; y como los acontecimientos de los dos últimos meses han privado al pueblo sevillano de distracciones de igual clase, es de esperarse que la que nos ocupa se verá extraordinariamente favorecida."

¿Se recuperaron las joyas robadas? Lamentablemente, se les perdió la pista para siempre, sin que se hallase a los culpables o a los inductores del delito; de ahí que fuese necesario encargar una nueva corona para la Virgen de los Reyes, como quedó reflejado en la prensa local, en concreto en el diario El Español del 10 de octubre de aquel fatídico año de 1873, con una reseña que firma el "Inspeccionador de objetos artísticos": 

"Se halla expuesta en la conocida y acreditada platería de D. José Lecaroz, calle Chicarreros núm. 17 una corona de plata sobredorada que ha de sustituir a la que robaron a la imagen de la Virgen de los Reyes. Esta corona ha sido costeada por una señora devota, cuyo nombre no estoy autorizado para manifestar, y se ha construido en el citado establecimiento con arreglo a modelos y dibujos que existen de la que ha desaparecido. Esta nueva obra es en mi juicio un modelo de arte, por lo bien acabada que se halla".

Realizada bajo pautas historicistas, como ha apuntado Teresa Laguna, la llamada corona de Lecaroz consta de ocho módulos repujados enriquecidos con el añadido de pedrería que posteriormente quizá desvirtuase la idea original, la de rendir homenaje a la pieza robada y nunca más hallada, pero esa, esa ya es otra historia.


 

07 agosto, 2023

La calle de los Catalanes

En esta ocasión vamos a encaminar nuestros pasos hacia una zona muy transitada de Sevilla, próxima a la calle Sierpes, sede de palacios, colecciones pictóricas, periódicos centenarios y que en su tiempo poseyó una Cruz con una curiosa historia; pero como siempre, vayamos por partes.

Desde la intersección de las calles Méndez Núñez y Carlos Cañal, hasta otra intersección, la existente entre General Polavieja y Almirante Bonifaz, discurre la calle Albareda, aunque hay que destacar que este nombre es relativamente moderno, como veremos. 

Afirma el Diccionario Histórico de las Calles de Sevilla que, desde al menos el siglo XIV, era conocida esta calle como la de Catalanes, debido probablemente a que tras la conquista de Sevilla por Fernando III el Santo gentes de aquella región se asentasen en este sector de la ciudad, uno de los más comerciales y populosos; además, como recogió Fermín Arana de Varflora, concedió a los catalanes privilegios económicos y hasta el permiso para una carnicerías que todavía seguían funcionando a pleno rendimiento a principios del siglo XVII. El mismo autor, allá por 1804, destaca que en esta calle tenía su sede el Hospital de la Orden Tercera de San Francisco, bajo la advocación de San José,  fundado por Bartolomé de Urbina en 1755 y que habría estado ubicado en el tramo perpendicular a la calle Jaén que da a la Plaza Nueva.

Curiosamente en el plano ordenado trazar por el Asistente Pablo de Olavide en 1771 la zona aparece reseñada con el peculiar título de Cruz del Negro, muy relacionada con la esclavitud en Sevilla aunque de una manera muy especial. Corría el siglo XVII y las diferentes cofradías y hermandades de la ciudad rivalizaban en devoción, suntuosidad y solemnidad a la hora de celebrar los cultos dedicados a una de las grandes e históricas devociones de la ciudad: la Inmaculada Concepción. 

Crónicas de la época narraban que una de las corporaciones que más se distinguió con sus cultos fue la de los Negros pese a que, dado el carácter humilde de sus componentes, no siempre conseguían los fondos monetarios necesarios para tal propósito, de ahí, llegado el caso y como bien narra el profesor Isidoro Moreno en la historia de esta Hermandad, que dos oficiales de su junta de gobierno, Fernando de Molina y Pedro Francisco Moreno decidieron sacrificarse y poner a la venta su propia libertad al precio de cien pesos cada uno, recorriendo las calles principales de Sevilla pregonando tal "autoventa", ante la mirada de los sorprendidos viandantes que quedaron vivamente impresionados por el desprendido gesto de los cofrades de la Virgen de los Ángeles. 

Llegados a la desembocadura de la calle Catalanes con Colcheros, ahora Tetuán, no lejos de las tapias del convento Casa Grande de San Francisco, se detuvieron y comprobaron que gracias a las limosnas recogidas se habían obtenido ochenta pesos, que sumados a los ciento veinte que como limosna entregó Jerónimo Rodríguez de Morales permitieron al fin celebrar los ansiados cultos con todo el boato y dignidad requeridos, sin que sus vidas terminasen esclavizadas. Como recuerdo, en ese mismo lugar quedó colocada la llamada Cruz del Negro, que se mantuvo allí al parecer hasta el 20 de julio 1836 en que fue retirada por el ayuntamiento a fin de facilitar el tránsito procedente del Convento Casa Grande de San Francisco, entonces convertido en cuartel y al que se le había abierto una nueva puerta por aquel lateral. El nombre, pese a todo se mantuvo, en la conocida Tienda del Negro, taberna que Álvarez Benavides, allá por 1874 llegó a conocer y a describir de esta forma:

"Establecimiento en su clase de los más antiguos en esta ciudad, contando ya con 121 años por lo menos en el mismo punto en que se halla. La puerta principal de esta casa es una verdadera crónica de sus diversos dueños o arrendatarios, pues en sus hojas se hallan toscamente grabados y en caracteres más o menos bien hechos, muchos nombres y apellidos de dichos dueños con las fechas en las que comenzaron a regentar el establecimiento."

 José Gestoso descubrió, gracias a los padrones municipales de aquellos años, que allá por el siglo XVI vivían en la calle Catalanes desde Juan Díaz, de profesión alforjero, hasta Ferrand González, afinador, pasando por el organero Hernando de Piedrahita o un colchero apellidado Maldonado, sin olvidar que en el siglo XIX tuvieron allí su palacio los condes de Castilleja de Guzmán, famoso por acoger fiestas de la altas sociedad sevillana o, periódicos diarios diversos, como La Andalucía, con oficinas en el número 4 de la calle Catalanes o, en el desaparecido número 17, El Correo de Andalucía, fundado por el cardenal Marcelo Spínola en 1899 y cuyo primer número vio la luz el 1 de febrero de aquel año. 

En 1842, una denominada "Noticia de los principales monumentos de Sevilla", especie de guía para visitantes editada por el periódico local El Sevillano, mencionaba que en el número 10 de la calle vivía el señor Aniceto Bravo, al que dicha publicación consideraba poseedor de una de las mejores colecciones pictóricas de Sevilla, con obras de Velázquez, Murillo, Zurbarán, etc., sin menoscabo de pinturas de autores extranjeros. Poco se sabe del posterior destino de la gran colección de Aniceto Bravo, uno de los impulsores del comienzo de las excavaciones en Itálica en 1839 y a quien el viajero Richard Ford llamó "ignorante mercader de tejidos", pero todo parece indicar que fue puesta a la venta por sus herederos, y algunas piezas pasaron a engrosar la llamada Galería de Luis Felipe en el museo del Louvre, aunque otras quedaron en Sevilla.

Curiosamente, doce años antes de la fundación de El Correo, en 1877, como atestigua un azulejo colocado en el número 22, Manuel Sales y Ferré, primer catedrático de Sociología en España, fundaba el denominado "Ateneo y Sociedad de Excursiones", actualmente ubicado en la calle Orfila y que a lo largo de su centenaria historia ha sabido combinar sabiamente, "Docta Casa" la llaman, ideas, mentalidades e ilusión, que para eso son los encargados de organizar anualmente la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla.

Mención especial merece el edificio que se encuentra en la esquina de la calle Albareda con Tetuán, y que ahora es sede de una entidad bancaria sucesora del desaparecido Banco Coca. Construido en 1802, como ha descubierto el investigador Marcos Fernández, posee un patio central arcos y columnas a semejanza de esquemas del siglo XVIII y resulta ser uno de los inmuebles más antiguos de la calle pese a las sucesivas reformas a las que ha sido sometido.

En 1888 finalmente, el Ayuntamiento decidió sustituir el nombre de Catalanes por Albareda, en honor al gaditano José Luis Albareda y Sezde (1828-1897), abogado por la Hispalense, fundador del periódico El Contemporáneo y que llegó a ostentar el puesto de Senador por Sevilla, gobernador civil de Madrid y la cartera de Fomento, siendo uno de los partidarios de Amadeo de Saboya para ocupar el trono español allá por 1871, pero esa, esa ya es otra historia.