Teniendo en cuenta las fechas
en las que nos encontramos, hemos decidido en aquesta ocasión que sería bonito dar
pormenores sobre algo que en estos días se visita, se contempla y se
disfruta, tanto por niños, como por mayores: nos referimos a los
tradicionales Nacimientos o Belenes, que se instalan por
instituciones, hermandades, asociaciones o entidades con el fin de
recrear, con mayor o menor fortuna, el entorno de esa Belén de Judea
donde nació Jesús de Nazaret.
Líbrenos Dios hablar de ríos de papel de plata, figuras de animales del
más diverso pelaje o pastores y reyes encaminados al pesebre, aunque
desde luego vaya desde aquí nuestro más sincero homenaje hacia esas
personas que durante los meses previos a la Navidad se desviven en el
montaje de sus Belenes, y que luego los muestran y comparten con
amigos e invitados.
Vamos
a hablar, pues, de uno de los Nacimientos más antiguos de
Sevilla, si no el que más, y que ha dado nombre incluso a una de la
puerta de la catedral hispalense, aunque esa puerta, por la que
entran las cofradías en las jornadas de Semana Santa sea nombrada
con otro nombre.
Pero
vayamos por partes.
A
comienzos del siglo XV, los canónigos de la Catedral, un poco
cansados de mantener en pie la primitiva mezquita mayor musulmana
convertida en primer templo de la ciudad desde 1248, acometieron la
fabulosa tarea de realizar una nueva catedral, tan imponente, que
según se decía entonces, los canónigos formularon una frase que
pasaría a la historia: «Hagamos una iglesia tan hermosa y tan
grandiosa que los que la vieren labrada nos tengan por locos».
Las
obras, al parecer, arrancaron en 1434 por lo que serían los pies del
templo, esto es, la zona contraria al altar mayor, lo que ahora es el
testero correspondiente la actual Avenida de la Constitución, y
fueron desarrollándose con lentitud, derribando zonas constructivas
de la etapa almohade/cristiana y levantando elementos góticos. La
llamada “piedra postrera” sobre el cimborrio se colocará el 10
de octubre de 1506, aunque los trabajos seguirían. Vamos, que 72 años dieron para mucho.
Como
buena catedral, necesitaba puertas (“postigos”) de acceso, y por
tanto no es de extrañar que en el plano original, reencontrada una
copia suya en el convento de bidaurreta en Oñate (Guipúzcoa),
aparecieran. El edificio proyectado, aún sin cuantificar sus
dimensiones, era colosal: 5 naves con 32 pilares exentos, 22 unidos a
estribos, 4 pilastras, 9 puertas y un total de 20 capillas laterales,
se da la curiosidad de que la catedral de Sevilla y la de México son
las dos únicas en el mundo que poseen dos puertas en sus cabeceras.
Y
ya que hablamos de puertas... como ven, corremos el riesgo
de siempre, el de irnos por las ramas y no centrar el tema. Lo
retomamos, pues, si les parece.
Mencionábamos
la fachada del lado Este de la catedral en la que destacan las
portadas del Bautismo y de la Asunción, puerta ésta que solo se
abre en ocasiones excepcionales, como la llegada de un nuevo prelado
a la sede hispalense. La tercera puerta, la que nos interesa, se
sitúa en el extremo más próximo a la Puerta de Jerez, casi en la
esquina con la calle Fray Ceferino González, muy cerca, por tanto,
de la antigua Lonja de Mercaderes o actual Archivo de Indias.
Desde
siempre se la ha llamado “de San Miguel”, pero ¿por qué?
Pues porque enfrente, se hallaba el llamado Colegio de San Miguel,
propiedad de la Catedral y en el que estudiaban los niños (unos 40)
que luego pasarían a forma parte del personal subalterno del primer
templo de la ciudad como sacristanes, peones o intregados en la
escolanía o de los propios Seises bajo la supervisión del Maestro
de Capilla. Andando los siglos el colegio desaparecería y se
construiría el moderno edificion de la plaza del cabildo (donde
venden sellos y monedas en las mañanas dominicales), quedando como
recuerdo de aquella antigua etapa la portada de estilo gótico
mudéjar que da a la propia Avenida de la Constitución.
Al
lado de la puerta propiamente dicha, aparece una lápida que indica
que nos encontramos en el “Quartel A, Barrio 1, Manzana 13”,
resto de la organización urbana que realizó allá por 1769 el
Asistente Pablo de Olavide. Y justo delante, seguimos con detalles,
hay en el suelo una inscripción que recuerda que allí arranca ni
más ni menos que el camino jacobeo, el camino para los que
peregrinen desde Sevilla a Santiago de Compostela.
En
la portada del Nacimiento, como pueden imaginar los oyentes, se
desarrolla el comienzo del Nuevo Testamento, escrito por los cuatro
evangelistas, y la difusión del mensaje cristiano junto con los
orígenes de la Iglesia hispánica, representada por el primer obispo de Sevilla, San
Laureano y el mártir San Hermenegildo.
Es
curioso, pero en este caso la parte escultórica más
antigua son los altorrelieves en piedra que rodean los tímpanos y
que se ejecutaron a mediados del siglo XV en sincronía con la
decoración arquitectónica realizada por los entalladores; la
calidad de la piedra dificultó su calidad plástica pero son obras
de bastante interés.
Los
siete profetas y el ángel de la portada del Bautismo fueron
realizados en 1449 y presentan una talla más detallista, más trabajada y unos rasgos formales diferentes a los ángeles de la
portada del Nacimiento. En esta última, seguimos a la profesora
Teresa Laguna, los paños de las figuras son menos angulosos, los
rasgos faciales más inflamados y los cabellos tienen distinto
volumen; responden claramente a la obra de un escultor distinto que
trabajaría inmediatamente después.
¿Un escultor distinto? En 1804 Ceán Bermúdez las atribuyó a Lope Marín, escultor
de la primera mitad del sigloXVI, y su opinión fue compartida por
posteriormente hasta que Francisco Tubino en 1877 hizo una leve
referencia al trabajo de Mercadante de Bretaña. Pocos años después,
un viejo conocido de este programa, José Gestoso, alcanzó a leer
las dos cartelas de los profetas de la portada del Bautismo y señaló
el trabajo de Pedro Millán al cual, por extensión, atribuyó
prácticamente la totalidad de las imágenes de estas dos portadas
occidentales.
Sin
embargo, en 1911, será el eminente historiador granadino Manuel Gómez Moreno quien llame la atención de manera irrefutable sobre el carácter flamenco de dichas esculturas y las relacione con un
sepulcro conservado en la propia catedral: el del Cardenal Cervantes, firmado por Mercadante de Bretaña. Su acertada teoría fue aceptada por otro gran investigador (en este caso nacido en Valverde del Camino)
Diego Angulo y la mantienen todos los historiadores desde entonces.
¿Cómo
llegan las formas artísticas flamencas a Sevilla? Se constatan, poco
a poco, a partir del segundo tercio del siglo XV, y en escultura está
relacionada documentalmente con la llegada de Lorenzo Mercadante de
Bretaña para realizar, a requerimiento del Cabildo, el sepulcro de
Don Juan de Cervantes, cardenal de Ostia y uno de los prelados más
influyentes de este período, que fue arzobispo de esta diócesis
desde 1449 hasta su fallecimiento. La
figura del cardenal y la importancia del encargo hicieron necesaria
la presencia en esta ciudad de un escultor de reconocido prestigio, y
cuatro meses más tarde «Maestre Lorenço, mercader imaginero»
llegó a Sevilla y percibió seiscientos maravedíes por su viaje
desde Francia; a finales de 1454 tenía casi concluida la escultura
yacente del prelado y había realizado para la Catedral una escultura
en alabastro de la Virgen. En el sepulcro, tallado en alabastro entre
1454 y 1458 para la capilla de San Hermenegildo, contrastó con
acusado realismo los rasgos del prelado con la riqueza plástica de
sus vestiduras litúrgicas y en el túmulo confirió un tratamiento
flamenco no sólo a las imágenes sino incluso a los ciervos de los
escudos; es la única obra que firmó y por su calidad destaca entre
la escultura funeraria contemporánea.
Tenemos,
pues, Antonio, a un escultor de primera linea como Mercadante y un
material quizá no tan manejable o noble como el barro, pero el
resultado constituye una escena fundamental para entender la
Natividad en Sevilla.
En
el centro, figura central, está el Niño, dejado sobre las pajas, y
sobre él un coro de ángeles que cantan gozosos su nacimiento. Las
figuras de la Virgen y San José, vestidos de traje de época del
artista, están en actitud de adoración, con manos orantes. Detrás de la Virgen surgen las cabezas del buey y la mula,
asomadas desde el establo para completar el misterio. Y detrás de
San José, una pastora con regalos para el recién nacido. Sobre las
figuras, unos tejadillos góticos ponen un signo de acogida y
recogimiento a la escena. A los dos lados, unos pastores que reciben
con gozo el anuncio del ángel, en un relieve menos marcados, y una
vista de Belén, esto alarga la escena central hacia dentro, dándole
una mayor profundidad.
Esta figura de la pastora, escribe el padre jesuita García Gutiérrez, es de lo más interesante del arte gótico, en que ya se manifiestan abiertamente los sentimientos al exterior: la pastora ríe de alegría, mientras mira a la escena de la Sagrada Familia. La risa abierta aparece algunas veces como un gesto de la maestría a que ha llegado la escultura gótica. Igual puede verse en el rostro del Profeta Daniel, en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. Esta manifestación abierta de los sentimientos indica una alta perfección en el arte, que con más facilidad, y anterior en el tiempo, muestra la pena que el gozo de la escultura.
Terminamos nuestro pliego navideño, no sin antes desear a quienes lo leyeran unas Felices Pascuas y que el Niño Dios nos colme de bendiciones.