Solazábamos una mañana con el buen tiempo reinante en aquesta ciudad cuando, movidos por mala curiosidad, nos acercamos a contemplar unas extrañas estructuras de fierro que fornidos mozos componían con presteza y diligencia en la Plaza cabe dónde estuvo el Convento Casa Grande de San Francisco.
La curiosidad dio paso al merodeo y de éste pasóse al fisgoneo, toda vez que ignorábamos la utilidad de aquellas estructuras tan bien compuestas, ordenadas y alineadas que dejaban una especie de calle central y se elevaban en forma de graderío o tablado.
Item más, no eran pocos los conciudadanos que se arrimaban a ellas con semblante felicísimo y admirativo comentando tal o cual detalle pese a ser sólo eso, metal y madera, y además de lo más humilde y sencillo que hallarse pueda. No faltaban quienes, incluso, sacaban bocetos e imágenes de aquel andamiaje gracias a curiosas y diminutas maquinarias, simulacros de muy gran parecido al original y ejecutados sin ayuda de pincel o carboncillo, lo que nos maravilló en demasía…
Nos preguntamos: “¿Acaso el Santo Oficio convoca a Auto de Fe?”
No habíamos oído pregón alguno, ni se habían pegado las habituales convocatorias; de tan enojoso dilema nos sacó cierta dama que por nuestro lado acertó a pasar, bien atildada y con sumo gusto vestida, la que nos aclaró con hispalense donosura que hacía tiempo esta plaza no era escenario de tales autos y que agora herejes, bígamos, blasfemos, usureros, sodomitas, brujos, hechiceros y clérigos acusados de deslices contra natura no eran acusados ni mortificados por el Santo Tribunal, antes bien, eran cosa del común, de lo cual nos escandalizamos no poco.
De tal manera que, solventado el entuerto y perdida la vergüenza, osamos preguntar a los antedichos mozos y éstos nos contestaron que andaban componiendo los “palcos”, palabra que al parecer es ahora la que define la forma y manera en la que los hispalenses pudientes prefieren contemplar el paso de las cofradías en las fechas de la Semana Santa, ya que en aquel lugar rivalizaban en lucimiento y gallardía tanto unos como otros. Y que en aquestas tribunas toman asiento los Regidores de la Ciudad haciendo uso de sus mejores galas, aunque haya algún que otro Regidor que por su ateísmo prefiere no hacer acto de presencia, lo que también nos escandalizó no poco.
Y todo ello nos sorprendió sobremanera, empero no era habitual en nuestra época sino el acudir a presenciar el devoto transitar de las hermandades en lugar cualquiera, al albur, y ver como incluso en cruces de calles producíanse no pocas pendencias por mor del derecho a pasar una cruz ante otra, con profusión de desmanes, desvaríos y cirios maltrechos, que la Autoridad no solía atajar debidamente. Ya lo afirmaba cierto refrán de mi siglo: “Ni fía, ni porfía, ni cuestión con cofradía”.
Habida cuenta todo lo dicho, decidimos no hacer uso de los dichos Palcos, y que cuándo llegasen tan gozosas fechas resolveríamos como la Providencia nos designase.