Cuando
pensábamos a ciencia cierta que era práctica en desuso y que apenas sucedían
estos lances, hete aquí que la otra mañana, mientras disfrutábamos de soleado
paseo (sí, antes de que las lluvias casi nos anegasen y mojasen), apreciamos
cómo mozos y mozas (lo cual nos sorpredió no poco), ataviados con extrañas
máscaras se dedicaban con bastante soltura a administrarse unos a otros estocadas y mandobles, además, con
acierto, pues se les veía diestros en arte de Esgrima.
Sables,
floretes o espadas entrechocaban sus aceros con peligrosa violencia, de modo
que de no ser por estar vallado el campo de armas no hubéramos llevado alguna cuchillada.
Creímos que en cualquier momento acudirían con presteza alguaciles y corchetes
para sofocar tales desmanes, antes bien, los transeúntes parecían disfrutar
como si fueran juegos de cañas o mero simulacro, pero a fe que se batían con
denuedo y violencia.