24 junio, 2024

Procrastinadores por San Lorenzo.

En esta ocasión, aprovechando el letargo provocado por estos días ya veraniegos, en los que todo invita al descanso y la siesta, vamos a centrarnos en una curiosa y excéntrica asociación que existió en Sevilla a comienzos del siglo XIX y que tuvo su sede, al parecer, no lejos de la parroquia de San Lorenzo; pero como siempre, vayamos por partes.

Preguntar ahora en nuestros días por la calle Caldereros nos llevaría de manera inmediata al barrio de Bellavista, a una vía rotulada en 1950 con este nombre y que anteriormente recibió (sin que se sepa por qué) el de Cañavate; sin embargo, en la Sevilla del siglo XVIII tal apelativo correspondería a la actual de Juan Rabadán, llamada así desde 1913 en honor a un condecorado teniente sevillano muerto en la Guerra de África, en concreto en Melilla, el año anterior de 1912. 

Foto Reyes de Escalona.

Lo de Caldereros, como imaginará quien lea estas líneas, tiene que ver con la presencia de dicho oficio y gremio en esta zona concreta de la ciudad, con el detalle de que la cercana y actual de Teodosio era conocida como Calderería, mientras que Caldereros transcurría (y sigue transcurriendo) desde la propia Plaza de San Lorenzo hasta la calle Torneo, aunque no fue éste el único nombre que recibió la calle, antes bien, fue llamada también de la Cabra (debido a un célebre corral de vecinos que llevaba tal nombre). El final de la calle, ya en Torneo, se llamó Bajondillo, nombre que perduró hasta mediados del siglo XIX debido a la existencia de una especie de hueco u hondonada creada en esa zona para la extracción de barro destinado a los alfares que existían en ese sector, destinados a la fabricación y cocción de ladrillos, vasijas o tejas. Todo ello, unido además a su cercanía al río, habría convertido el extremo de la calle en un apartado poco limpio y  maloliente, tal como reflejaba con frecuencia la prensa de la época.

Para la pequeña historia de la calle Caldereros o de Juan Rabadán, destacar que fue sede, concretamente su número 36, de la autodenominada Sociedad de la Posma, que nuestro habitual cronista Álvarez-Benavides supo retratar en cuando a fines y actividades. Antes que nada, conviene referir que la palabra "posma" hace alusión a pesadez, flema, lentitud o pachorra, de manera que una persona "posma" sería entonces alguien flemático, parsimonioso o, como se dice ahora, procrastinador. Luis Montoto, allá por 1888 escribía:

 "Dícese de la persona lenta y pesada en su modo de obrar, si nos atenemos al significado que de la voz posma da la Academia; pero en la persona que es un posma hay algo más que pesadez y lentitud. El posma enoja por su tenacidad, o, como los andaluces decimos, por su chinchorrería. Equivale a ser un pelma o pelmazo."

Tras todo esto, ¿Qué requisitos eran necesarios para ser recibido en  dicha Sociedad como miembro de pleno derecho?

"Para ser individuo de esta corporación, era preciso dirigir una solicitud a la presidencia y someterse luego a infinidad de pruebas marcadas en el reglamento que conformaran los méritos del aspirante, méritos que tenían necesariamente que basarse en la calma, paciencia, pesadez y todas las demás dotes que unidas formaban un "posma" digno, un "posma" reglamentario".

Al modo de club selecto, pertenecía a la Sociedad de la Posma gente de toda condición, y en sus juntas o reuniones se admitían aspirantes, se elegían cargos directivos o se castigaban comportamientos que iban contra la finalidad de la Asociación, o sea, que se penaba el ser demasiado rápido, diligente o expeditivo y se valoraba muy mucho, hasta el extremo, la falta de velocidad o la pereza suprema, por no decir la "sangre gorda". Los primeros años del siglo XIX fueron especialmente fructíferos en ocurrencias y anécdotas protagonizadas por miembros de esta asociación, algunas de ellas probablemente exageradas o inventadas como ésta que no nos resistimos a transcribir, del Noticiero Sevillano del 16 de noviembre de 1898 y recogida por el recordado profesor Alberto Ribelot:

"En una de las tardes del mes de agosto del año 1800, dos sujetos decentemente ataviados y rayando en las 50 navidades, se encontraron en la calle del Barco, vía próxima a la Alameda de Hércules. Después de cambiar un afectuoso saludo, pusiéronse a conversar, dándoles en el rostro los abrasadores rayos del sol del estío.

Transcurrieron horas y horas, llegó la noche, sonaron las doce, tocó el alba y ya el crepúsculo matutino del siguiente día se dibujaba en el horizonte cuando unos de los interlocutores dijo a su amigo:

-Con que, adiós paisano; en otra ocasión hablaremos más despacio. Voy corriendo a ver qué novedad ocurre en casa, pues ayer encontrándome en el despacho de don Cosme, el presidente de la sociedad, recibí un aviso urgentísimo participándome se había declarado un incendio en mi domicilio y aun ignoro las causas del siniestro y el incremento que haya tomado ya a esta hora.

-Vaya, pues que no sea cosa de cuidado-contestó el segundo "posma" alargándole la mano. Yo también voy deprisa, pues salí de casa con el doble objeto de sacarme una muela cuyos dolores me atormentan, y de camino, avisar a la comadre, pues dejé a mi señora en estado de dar a luz el noveno de mis queridos vástagos. 

-Está muy bien, compañero,  celebraré por mi parte que haya ocurrido ninguna novedad contraria al parto y desde luego me ofrezco a ser padrino de la criatura, si ésta, cuando usted llegue  a su casa, no hubiera recibido ya el agua del bautismo.

Y así diciendo, separáronse al fin después de trece horas de conversación."

Caminar lentamente por calles encharcadas hasta calarse los huesos en días lluviosos, sufrir por arrancar hojas del calendario, quizá no dar cuerda a los relojes o leer periódicos hasta que dejasen de tener actualidad por el paso de las semanas, eran señas de identidad de un buen "posma", por no hablar de responder cartas con meses de retraso o felicitar las Pascuas en junio, intentar sacar papeletas de sitio en septiembre o, es un poner, vestirse de gala para el Corpus en noviembre; en definitiva, se trataba de una filosofía que pretendía dejar que la vida pasase lenta y parsimoniosamente, lo que se llamó más tarde "el dolce far niente" o belleza de no hacer nada, algo que incluso ha llegado a la gastronomía con el conocido concepto de "slow food". El "estrés" no iba con los de la Posma, qué duda cabe.

Las noticias sobre la Sociedad de la Posma tienen quizá su primitivo origen en un texto burlesco, obra del gaditano Francisco Miconi y Cifuentes (1735-1811), segundo Marqués de Méritos, apodado "serenísimo y quietísimo señor", quien llegó a cartearse con el compositor Franz Joseph Haydn, texto en el que él mismo se autodenomina coronel del Regimiento de la Posma y  propone cómo realizar el viaje de Cádiz a Sevilla en el "corto" tiempo de "solo" un año. 

Foto Reyes de Escalona.

Por desgracia, a medida que avanza el siglo XIX se van diluyendo las noticias sobre la Posma, ¿Se "dejarían ir" hasta el punto de abandonar su cometido? ¿Llevaría la grandiosa pereza de sus componentes a quedar en estado latente "in saecula saeculorum"? Quien sabe, quizá al modo de alguna sociedades esotéricas o secretas, siguen ocultos aguardando su momento, a lo mejor en la misma calle Juan Rabadán, en su centenaria Bodeguita, fundada en 1864, para retomar su actividad tras décadas de "descanso", aunque ¿No es menos cierto que todos conocemos a algún buen candidato para engrosar las filas de tan preclara asociación?; pero esa, esa ya es otra historia...

17 junio, 2024

La calle del Chorro.

Aprovechando la sombra que proporciona sus estrecheces y a una hora en la que no esté masificado por los turistas, en esta ocasión nos desplazamos al barrio de Santa Cruz para indagar sobre el pasado de una calle con nombre peculiar en lo antiguo, ahora dedicada a un íntimo amigo del pintor Murillo y que incluso, se dice, fue testigo algún que otro suceso paranormal; pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto: Reyes de Escalona

Entre la plaza de los Venerables y el callejón del Agua, en paralelo a la calle de la Pimienta, la de Justino de Neve toma su nombre del canónigo de la catedral nacido en 1625 y fallecido en 1685; de familia de comerciantes, se caracterizó por ser uno de los grandes mecenas artísticos de su tiempo, prueba de ello es el retrato que le realiza Bartolomé Esteban Murillo en 1665 y que se conserva en tierras británicas, como no podía ser menos. En dicho retrato, podemos contemplarlo con gesto serio y mirada penetrante, sentado en un sillón frailero portando en su mano izquierda un breviario y ante una mesa con tapete verde sobre la que descansan un reloj, una campanilla y un libro, símbolos de su status social. El detalle simpático lo constituye la perrita francesa con lazo rojo, prueba de la fidelidad, cerrando el ángulo inferior derecho de una composición sobria pero llena de vitalidad.

Entre otras obras pías, Justino de Neve, además, fundó el cercano Hospital de Venerables Sacerdotes en 1678 para acoger a presbíteros de edad avanzada y fue uno de los principales impulsores de las obras de mejora y enriquecimiento de la cercana parroquia de Santa María la Blanca, en la que contará de nuevo con la colaboración el aspecto pictórico de Murillo, de quien será vecino (en la actual calle Virgen de la Alegría) y finalmente albacea testamentario, lo que prueba el grado de amistad existente entre ambos.

Foto: Reyes de Escalona

La calle que mencionamos lleva el nombre de Justino de Neve desde 1895, momento en el que pierde su nombre tradicional, el de Calle del Chorro; ¿Por qué este nombre tan peculiar? En 1874, Álvarez Benavides, siguiendo la opinión de un "colega" en estas lides, se pronunciaba en estos términos: 

"Como dejamos indicado, esta calle perteneció a la aljama o barrio de los judíos, y según el señor González de León, su nombre de Chorro se origina por la circunstancia de algún derrame de agua que tuvo procedente de las cañerías que pasando por cerca de este punto se dirigen al Alcázar. No censuramos a los que dieron a esta vía semejante nombre por tan insignificante causa, pero sí a los que han permitido y permiten que continúe, sin embargo de tanto arreglo de nomenclatura".

Corta y estrecha, pavimentada con el característico ladrillo de canto en forma de espiga, alberga viviendas y establecimientos de hostelería, una de las viviendas de esta calle fue conocida durante algún tiempo como "la de Martinito", nombre con el que se llamó a cierto duende que todas las noches vagaba por la calle creando la alarma entre los vecinos por sus trastadas y travesuras. No deja de ser interesante tal asunto, pues, como recordarán los lectores, en la zona de la parroquia de San Andrés hubo otro "Martinito", tal como reflejamos cuando dimos detalles sobre la calle Angostillo; en aquel caso, el legendario geniecillo, según contaban los viejos del lugar, se dedicaba a secuestrar doncellas con la aviesa intención de mantenerlas cautivas en un subterráneo a la espera de que algún caballero quisiera disfrutar de ellas, previo pago al duende, por supuesto. El tema del duende Martín o Martinico aparece con cierta frecuencia dentro del folklore popular español con referencias en zonas castellanas como Mondéjar o Villaluenga de la Sagra o andaluzas, como en las jiennenses localidades de Arjonilla, Porcuna o Quesada, en la granadina de Baza o también en nuestras más cercanas Dos Hermanas o Los Palacios. 

Foto: Reyes de Escalona

Sin embargo, en este caso, los días del duendecillo de la calle del Chorro estaban contados; una noche de allá el año de 1803 un curioso vecino de la calle, harto de habladurías y supersticiones, decidió comprobar por sí mismo la naturaleza de dichas apariciones, de modo que, convenientemente armado con la consabida estaca de acebuche, montó paciente guardia hasta que dio con el presunto duende, al que derribó de un fuerte golpe tras arriesgada persecución por los tejados del barrio, descubriéndose que el tal Martinito no era sino un joven galán desenmascarado que, como en otras ocasiones, aprovechaba esa apariencia para sus citas amorosas. Este final inesperado, el del ente paranormal que es en realidad un mortal que usa su apariencia para cometer ilegalidades de forma anónima, aparece reflejado en el teatro del Siglo de Oro en obras de Calderón de la Barca, siempre atento a recalcar lo racional, como La Dama Duende (1629) o El Galán Fantasma (1637).

Por último, un azulejo recuerda a la entrada de la calle que en esta vía pudo haber nacido otro galán, en este caso, Don Juan Tenorio, glosado por Tirso de Molina y Zorrilla y no lejos de uno de los escenarios de tan famosa obra, la Hostería del Laurel, pero esa, esa ya es otra historia. 

Foto: Reyes de Escalona.

10 junio, 2024

Diplomacia a la sevillana.

En esta ocasión, vamos a viajar en el tiempo y nos vamos a situar en unos días concretos del año 1631, en los que las autoridades de la ciudad de Sevilla tuvieron que asumir el agasajo y hospedaje de un personaje de relumbrón, británico por más señas, que no les era del todo desconocido y al que atendieron "a cuerpo de rey", valga la expresión; pero como siempre, vayamos por partes. 

Las condiciones impuestas por la monarquía española de Felipe IV y su valido el Conde Duque de Olivares al Duque de Buckingham para contraer matrimonio con la infanta María Ana de Austria, que le obligaban a convertirse al catolicismo, provocaron la declaración de guerra por parte de Inglaterra a España en marzo de 1624. La guerra, que dejó episodios dignos de destacar como la Rendición de Breda o el intento de asalto de Cádiz por los ingleses, finalizó con el llamado Tratado de Madrid de 1630, en el que quedó claro que los británicos no salían bien parados militar y políticamente del complicado tablero de ajedrez que era la Europa de la Guerra de los Treinta Años. 

A la hora de resolver el enfrentamiento entre ambas naciones por vía diplomática, la corona inglesa designó un embajador especial para negociar y firmar el antedicho Tratado, recayendo el encargo en un viejo conocido en la cancillería española, Francis Cottington, que con anterioridad había desempeñado el cargo de responsable del Consulado inglés con sede en Sevilla, y no había sido precisamente bien recibido en aquel entonces por su condición religiosa de protestante. Sin embargo, en esta ocasión y como veremos, las tornas habían cambiado ostensiblemente y el propio Cabildo de la Ciudad, siguiendo al dictado las órdenes del poderoso Conde Duque llegadas de la corte, supo estar a la altura de las circunstancias a la hora de dar hospitalidad y agasajo al plenipotenciario inglés.

Sir Francis Cottington, embajador inglés en España en 1630-1631.

El historiador y cronista José Gestoso, siempre puntilloso con los detalles, da buena cuenta de cómo fue se preparó la estancia de este embajador en los Reales Alcázares, comenzando por la retirada previa de basura y malas hierbas del Patio de la Montería, a la que siguió la decoración de las estancias que ocuparía Cottington con tapices y cuadros (algunos, alquilados), y el correspondiente mobiliario: siete bufetes, un escritorio, doce sillas de terciopelo bordadas, seis taburetes, dos alfombras. La cama, colgada y bordada con flecos de oro, contaba con almohadas de tafetán verde, sin que faltase el ineludible "vaso de noche", (no hace falta mencionar su utilidad) dentro de una caja profusamente decorada. Por cierto, se compró una baraja de naipes "para su entretenimiento" por 68 maravedís y también perfumes y cosméticos. Extrañamente, no hay mención al uso de braseros con que calentar las estancias en el frío mes de febrero, no sabemos si por olvido o por otras circunstancias.

 

La llegada del embajador, su secretario Arthur Hopton y su comitiva tuvo lugar el 20 de febrero de 1631, siendo recibido primero en la ciudad de Écija y luego agasajado convenientemente en nuestra ciudad. El ilustre huésped tuvo, al parecer, y como ha narrado la profesora y doctora en Historia Moderna Cristina Bravo, una extensa e intensa agenda con audiencias y visitas con los principales estamentos eclesiásticos y aristocráticos y contó incluso con escolta especial y permanente: cuatro alabarderos por cuenta del Consistorio, que montaron guardia día y noche a las puertas de su alcoba, le acompañaron en todo momento y estrenaron, para la ocasión, sombreros y zapatos nuevos.

¿Y a la hora de comer? Por poner un ejemplo de cómo ejercía como anfitriona la ciudad para alguien del nivel como este Lord, para la cena de aquel jueves de febrero y para un séquito de caballeros y criados ingleses formado por unas cien personas se prepararon como menú 24 gallinas, 30 conejos, 6 patos, 13 pichones, 3 jamones, 2 cabritos, 1 carnero, 4 libras de lengua, oreja y codillos, 12 libras de vaca, 34 salchichones sin olvidar limones, miel, piñones, vinagre, huevos, aceite y tocino. Durante los cuatro días que duró la estancia británica en tierras hispalenses se consumieron, "grosso modo", 284 huevos de gallinas, 64 perdices, 9 piernas de cabrito y carnero, 42 arrobas de vino, 332 hogazas de pan, 1.000 nueces, 30 barriles de aceitunas y también hubo sitio para el pescado: 70 besugos, 60 libras de corvina y 10 de jibias, todo él conservado en nieve traída expresamente desde Ronda. Todo ello, ni que decir tiene, elaborado por cuatro cocineros (suponemos que auxiliados por un equipo de mayordomos, despenseros, pinches y demás personal) y que percibieron la cantidad de 6.800 maravedíes.

Francisco Barrera: Febrero. Bodegón de invierno. 1640. Museo del Prado

 Como vemos, la "lista de la compra", con la que agasajar fue de primer nivel para las exhaustas arcas hispalenses, pero también, por añadidura hubo sitio para los postres, con batata, "alfajores de Carmona", confituras y frutas diversas. Y por supuesto, todo ello servido en buena mantelería, vajilla y cubiertos, acompañados de fuentes, tinajas, lebrillos y demás menaje, parte del mismo realizado ex profeso para la ocasión en los conventos de San Leandro y Madre de Dios.

Hay registrados pagos a José de Salazar  y Pedro de Ortegón por organizar la representación de dos comedias, a Luis de Estrada por hacer otro tanto con un Torneo, a lo que hay que sumar, siguiendo instrucciones del Conde Duque de Olivares el "obsequio" final de, tomamos aliento, 4 arrobas de higos de Córdoba, 24 barriles de conservas, 1 docena de barrilillos de aguada de azahar, dos docenas de jamones, 13 arrobas de aceite ecijano, 60 almudes (276 kilos) de aceitunas, 24 barriles de alcaparras y alcaparrones, 7 docenas de chorizos, 12 quesos, 500 limones, 1000 naranjas, 2 jamones y 4 piernas de cordero, entre otras exquisiteces poco accesibles para el sevillano de a pie. 

Alexander Van Adrianssen: Bodegón con pescados y un gato tras la mesa. Siglo XVII. Museo del Prado.

De manera que entre ágapes y representaciones teatrales, nuestro buen embajador debió llevarse no mal recuerdo de su estancia en Sevilla, embarcando en falúas para Sanlúcar de Barrameda con destino a Cádiz y singladura hacia Inglaterra, primeramente el servicio del embajador y a continuación el propio Lord Cottington con sus caballeros, quienes en el trayecto dieron buena cuenta de lampreas y sábalos. En total, el gasto superó con creces el medio millón de maravedís, cifra más que respetable teniendo en cuenta los tiempos de crisis que se vivían, no sólo en la ciudad, sino en toda la nación.

¿Qué sucedió a nuestro buen embajador, aparte de, quizá, haber puesto algún kilo de más? De regreso a su patria, proseguirá su ascendente carrera política, siempre apegado fielmente al gobierno monárquico, incluso durante el turbulento periodo de la Guerra Civil inglesa; será entonces cuando volverá a la corte española para recabar apoyos para el bando realista, sin cosechar nada destacable. Todavía en España, a la postre, cosas del destino, tomará la decisión, junto a su familia, de convertirse al catolicismo y quedará alojado con los jesuitas de Valladolid, donde fallecerá en 1649 y quedará inhumado en el Colegio de los Ingleses; su cuerpo no será trasladado a su patria hasta años después, para ser sepultado definitivamente en 1679 en la Abadía de Westmister, pero esa, esa ya es otra historia.


03 junio, 2024

¿Tarrina o cucurucho?

Con las temperaturas elevadas que están registrando los termómetros locales, y con lo que nos queda sin que el verano meteorológico haya aún comenzado, ¿A quién no le apetece algo frío, dulce y cremoso para refrescar el paladar?; Esta semana, nos vamos a por un helado, no sin antes conocer su pequeña historia y su presencia en nuestra ciudad; pero como siempre, vayamos por partes.

Elaborado con productos lácteos, y enriquecido con azúcar, edulcorantes o miel, puede admitir los más variados sabores, gracias al añadido de chocolates, frutos secos, frutas, galletas y además los consabidos aditivos. Cada día se consumen en el mundo millones de helados en sus más variadas formas: en vasito, en cucurucho, al corte, polos, barquillo, el ineludible "bombón-helado", y de los más variados tipos: artesanos, cremosos, sorbetes, tartas, cremas... pero, ¿Cuál es su origen?

Hay noticias de bebidas o cremas frías elaboradas y enriquecidas a partir de hielo o nieve natural tanto en la China más antigua (con leche de arroz) como en la Persia del 400 antes de Cristo, al igual que es conocido que Alejandro Magno o Nerón tomaban vino o zumos también enfriados con hielo, en el caso del emperador romano, procedente de los cercanos Alpes y mezclado con agua de rosas, miel, frutas y resina. Médicos de aquel tiempo considerarán que el uso del hielo era nocivo para la salud, aunque ello no frenará su difusión. Será finalmente el explorador italiano Marco Polo quien traiga a su tierra varias recetas de helados procedentes del lejano Oriente. De Italia, pasó a Francia, donde comenzó a añadírsele huevo y de ahí, a Inglaterra. El helado comenzó a aparecer en las mesas de la aristocracia como manjar favorito y signo de distinción.

En 1686 un siciliano, Francesco Procopio del Coltelli, que se dedicaba en París a la venta de limonadas y jugos de frutas congelados puso en marcha su propio negocio, el "Café Procope", donde por primera vez se comercializaron helados elaborados en una máquina de su invención que mezclaba leche, crema, mantequilla y huevos, empleando sal para mantener la temperatura de congelación. El resultado final agradó tanto al monarca Luis XIV, que incluso autorizó la fundación del Gremio de Heladeros de París, que pronto contó con más de 200 miembros; dicho café, además, se convirtió en lugar de cita para intelectuales y aristócratas, aún hoy permanece abierto, es considerado el primero de su género y el más antiguo de la ciudad parisina. En 1693, en un recetario publicado en Nápoles por Antonio Latini, apareció por primera vez reseñado el helado de chocolate, antes incluso que otro sabor clásico: el de vainilla.

En el siglo XVIII podemos decir que el helado ya se consumía en casi toda Europa, mientras que la llegada de la industrialización del siglo XIX trajo consigo la aparición de las primeras máquinas para fabricar helados, de patentes estadounidenses y británicas a lo que hay que unir la mejora en las técnicas de conservación frigorífica. Tras la Segunda Guerra Mundial se multiplicó el consumo por el gran público que lo hizo suyo y lo comenzó a adquirir como un alimento más en todo el mundo, producido de manera industrial y también artesana. 


¿Y en nuestra ciudad? Sabemos que en el siglo XIX y coincidiendo con la llegada del verano ya se consumían sorbetes y leches merengadas en muchos cafés, y de agosto de 1858 hemos encontrado un anuncio publicado en el diario La Andalucía que indica: 

"En la Nevería antigua de la Puerta de Triana, establecida en la calle de las Sierpes se sirven sorbetes líquidos fríos y quesitos helados desde las 12 del día".

En julio de 1867 el Café San Fernando, por su parte, anunciaba en las páginas del mismo diario que: 

"El dueño de este establecimiento, a invitación de varios de sus clientes, ha establecido nevería, sirviéndose mantecados y sorbetes bien condimentados, al precio de 2 reales copa con barquillos y 2 reales y medio con bizcochos; horchata y naranja fría, a real y medio".

En otros establecimientos había incluso música en directo. En agosto de 1897, seguimos con el mismo diario sevillano, se menciona la reapertura del Café Nevería, junto al Puente de Triana:

"Desde el sábado 19 quedó nuevamente abierto al público el CAFÉ NEVERÍA, que en años anteriores se ha venido instalando en este mismo sitio con gran aceptación del público, que en esta época del año, gusta de pasar cómodamente las veladas.

El dueño de este local ofrece al público artículos de superior calidad, tanto en café, como en exquisitos helados que ha el público conoce.

La banda del regimiento de Granada amenizará las veladas tocando de ocho a once las más escogidas piezas de su numeroso repertorio."

 Por su parte, en el Noticiero Sevillano del 2 de agosto de 1909 podemos leer el siguiente suelto: 

"En el Prado de San Sebastián, en la sucursal de la Vaquería Bretona, se sirven los mejores mantecados de Sevilla, leche merengada, cremas, leche helada y helados de todas clases, cervezas, refrescos, etc."

Un habitual cronista de la ciudad que acude a estas páginas, Manuel Chaves y Rey, escribía sobre la Plaza del Salvador durante el verano en 1905, y en su colorista descripción encontraremos alusiones al tema que tratamos: 

"Las noches de estío, esas noches de Julio y Agosto en Sevilla, en que el calor es sofocante, acude un público bastante numeroso al paseo del Salvador en busca de alguna agradable brisa; allí se pasa las horas tranquilamente el desocupado, viendo a los corros de niños que juegan, a la gente joven que pasea, a los viejos que dormitan o a los que toman sorbetes y refrescos en los puestos de agua, siendo aquel, campo muy a propósito para conquistas de niñeras y criadas de servicio que incautamente creen en las promesas de chicucos domingueros y militares sin graduación."
 

Mientras, el famoso establecimiento Pasaje de Oriente, en Sierpes 76 y luego en Albareda 22, ofrecía helados durante todo el año allá por 1912, lo que indica que era un producto muy demandado y apreciado por los sevillanos, y no solo en fechas estivales. Por cierto, el "mantecado" era en realidad una especie de natillas heladas que gozaron de gran aceptación en su tiempo.

Detalle interesante, en 1925 existían establecimientos como Casa Pando, en calle Bailén número 5, esquina a San Pablo que se encargaban de proveer a los heladeros de todo tipo suministros: 

Tras la Guerra Civil, surgirán empresas y fábricas dedicadas a la fabricación de helado, (aunque La Ibense databa de 1892 en Sanlúcar de Barrameda) lo que, como decíamos, popularizará aún más su consumo y proliferará toda una serie de marcas, muchas de ellas parte de nuestra cultura. 


En este sentido, hemos hallado un interesante anuncio de julio de 1944 en La Hoja del Lunes de Sevilla, a una sola página de la marca de helados Frigo, fundada en Barcelona en 1927. En Sevilla, y por aquel tiempo, la distribución de estos helados corría por cuenta de la Cruz del Campo y en dicho anuncio aparecen los locales y establecimientos dónde se podían adquirir. Ni que decir tiene que muchos han desaparecido, como Casa Marciano o Casa Calvillo, en calles Lineros o Sierpes, como la Cervecería La Española en calle Tetuán o Los Candiles en Plaza de San Francisco. Del listado de bares y tiendas sólo perviven, con cambios o modificaciones, el Bar San Juan de la Palma, el Plata, frente a la Puerta de la Macarena, Casa Palacios, en el Porvenir, el Bilindo del Parque de María Luisa o Bodega Puente en la zona de la Puerta de la Carne. 
 
Curiosamente, en el extenso listado comercial no se menciona la llamada "Granja Hernal" o "Salones Hernal", situados en la actual Plaza Nueva esquina con Tetuán y que eran propiedad de la misma familia que regentaba (y regenta) la Confitería La Campana; de dicha cafetería o heladería se sabe que reunía, allá por los años 40 del siglo XX a lo más selecto de la sociedad sevillana y que en sus salones tenían lugar exposiciones, conciertos y bailes, dentro de lo que se permitía en aquella época, de hecho, allí expuso el pintor Romero Ressendi y allí también debutó, en 1941, un cantante de origen cubano que en 1943 contraería matrimonio con una sevillana con la iglesia de San Luis de los Franceses como testigo: Antonio Machín; pero esa, esa ya es otra historia.  
 
Publicidad del año 1943.