27 marzo, 2023

Vuelan banderas.

Presentes en los cortejos de las hermandades de penitencia, suelen situarse al principio del tercer tramo, a continuación del Senatus, y muchas veces pasan desapercibidas frente a la riqueza o simbología de otras insignias portadas por nazarenos durante las estaciones de penitencia. Sin embargo, estas peculiares banderas pierden su origen en la noche de los tiempos y bien podrían ser casi "fósiles" de antiguas ceremonias, al igual que otras banderas mucho menos conocidas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Las celebraciones litúrgicas de la Cuaresma y Semana Santa en la catedral de Sevilla llegaron a compararse, por su boato y solemnidad, con las del Vaticano, ya que el rico ceremonial acompañado de las bordadas vestiduras de los canónigos y la solemnidad con que todo se celebraba atraía a los fieles. Tal como han divulgado algunos estudiosos del tema, los actos catedralicios estaban lleno de detalles que, en muchos casos, han desaparecido, como la velación de los altares, el encendido (y apagado) del llamado Tenebrario o la ruidosa y dramática escenificación de la ruptura del Velo, recogida incluso por viajeros del XIX como Charles Davillier, por no hablar de Cirio Pascual, caracterizado entonces por una altura de ocho metros. 

Sin embargo, una de los ritos más curiosos e interesantes, a la par que atrayentes era el  denominado de la "Ostensión de la Seña", de la que el sacerdote Juan Rodríguez, allá por 1632, escribía:

"En este tiempo santo de Pasión hace nuestra Santa Madre Iglesia una ceremonia muy misteriosa, y que mueve las almas a quienes asistan a ella con particular devoción y ternura, que es la Seña que se hace en las iglesias catedrales de la cual no he hallado en algún autor algo escrito, y así la declararemos atendiendo al Himno que se canta mientras se hace, que en él me parece que se declara el intento de esta santa ceremonia y esto mismo es parecer de varones graves a quien se lo he comunicado". 

La ostensión de esta bandera tenía lugar hasta cinco ocasiones a partir del llamado Domingo de Lázaro, actual Domingo de Pasión, hasta llegar al Miércoles Santo, pasando por el Domingo de Ramos. Saliendo el Cabildo del Coro, los canónigos y demás dignidades, cubiertas sus cabezas con los capuces de sus ropajes, se situaban reverencialmente arrodillados en las escalinatas del altar mayor y allí se entonaba el himno "Vexilla Regis", acompañado de la música, mientras uno de los cargos catedralicios, el Chantre, empuñaba una bandera realizada con tafetán negro en la que aparecía una cruz roja. Acto seguido, la bandera era ondeada o tremolada ante el pueblo y los canónigos postrados en tierra, cubriéndolos con ella de modo simbólico, como anticipo de la adoración de la Cruz que tendrá lugar el Viernes Santo. Al decir de algunos autores del XIX como Alonso Morgado, el hecho de que se tremolase en cinco ocasiones simbolizaba las cinco edades que estuvo el mundo sin el conocimiento de Jesucristo: la primera desde Adán hasta Noé; la segunda, desde Noé hasta Abraham; la tercera desde Abraham hasta Moisés;  la cuarta, desde Moisés a David; y la quinta desde David hasta el nacimiento de Jesús. 

Horarios de las ceremonias de la Catedral de Sevilla en 1868.

En 1866 esta ceremonia impresionó vivamente a una aristocrática dama inglesa recién convertida al catolicismo, Lady Herbert (apodada "Lady Ligtnening", "Relámpago" por la vehemencia con que se comprometía en causas caritativas), quien mencionó en su obra "Impressions of Spain" en 1866 la importancia de "la misteriosa ostensión de la sagrada bandera". 

Horarios de la Catedral de Sevilla en Semana Santa. Diario El Liberal. 1908.

 A todo, esto habría que sumar que el acudir a este acto suponía para los fieles el ganar numerosas indulgencias; en cuanto a los colores, el negro aludiría a las tinieblas que oscurecieron el mundo a la muerte de Jesús, y el rojo, a la sangre derramada por Él. Por cierto, el himno antes aludido, el "Vexilla Regis", fue compuesto en el año 569 por San Venancio Fortunato como alabanza a las reliquias de la Vera Cruz enviadas desde Bizancio por Justino II a Roma y su comienzo podría traducirse por 

"Las banderas del Rey avanzan,

resplandece el misterio de la Cruz, 

donde el creador de la carne, 

está suspendido en carne en un patíbulo". 

¿Por qué una bandera? Al parecer, la idea tendría su origen en antiguos ceremoniales militares, ya que cuando fallecía un general en el campo de batalla, para enaltecer su valor se enarbolaba su estandarte o insignia ante la tropa como signo de victoria y también como muestra de dolor, tristeza y respeto; de este modo, la muerte de Cristo, entendido como "Capitán y Salvador", se escenificaba con la bandera antes descrita. Por cierto, aunque se trate de otra esfera, en Granada se conserva aún la tradición de la tremolación del pendón de los Reyes Católicos cada 2 de enero en recuerdo de la conquista de la ciudad por estos.


 Nuestro buen presbítero Juan Rodríguez al terminar de relatar el ceremonial de la bandera, aprovechaba para darle un sentido eminentemente penitencial y ejemplarizante:

"Y así cuando asistas a esta ceremonia de la santísima seña, dale gracias a este soberano Capitán de que te llamó a su bandera, y con su santísimo ejemplo te animó a que le siguieses, y determínate a a hacer de nuevo penitencia de tus culpas, y aborrecer el regalo, y frecuentar los Santos Sacramentos para recibir los frutos de la Cruz, considerando a menudo lo mucho que este Señor padeció, y el premio que te aguarda, y la pena del infierno, o del Purgatorio, por los regalos y gustos mundanos".

La ceremonia de la Ostensión de la Seña pasó incluso desde Sevilla a las nuevas diócesis americanas, de hecho en la catedral de Quito aún se mantiene el Miércoles Santo con un ritual muy similar al hispalense, pero cayó en el olvido con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, pero su uso se mantuvo en las cofradías, que tomaron el símbolo para añadirlo a sus procesiones, de ahí el empleo de banderas con cruces en colores diversos, muchas veces coincidentes con los de las túnicas de los nazarenos de cada corporación. 

Como curiosidad, el "revoleo" de la bandera se ha conservado, pero en distintas circunstancias y en las calles de Alcalá de Guadaira, promovido por la Hermandad de Jesús, en un acto lleno de simbolismo y tradición; durante el mismo, será la "Judea", conformada por cuatro soldados, un abanderado, dos músicos, un niño (el Paje de Jineta o "pagineta") y el capitán, la encargada de protagonizar la tremolación de la bandera en puntos concretos durante el Jueves Santo y la antigua ceremonia del prendimiento ya en la madrugada del Viernes Santo, ritos que han sido premiados recientemente con el premio "Demófilo" de la Fundación Machado.


Por último, y ya que hablamos de banderas, en algunas cofradías andaluzas, como el Descendimiento de Málaga, mantienen el uso de las llamadas "banderas quitasangres", arrastradas por nazarenos tras los Pasos para enjugar simbólicamente, la sangre derramada por Cristo. Su uso fue muy antiguo, pues al parecer en 1535 la sevillana Hermandad del Santo Entierro sacó seis de estas banderas realizadas en tafetán negro aunque, por desgracia, hay pocos datos sobre cuándo desaparecieron del cortejo de la Hermandad del Sábado Santo y además, esa, esa ya es otra historia.

20 marzo, 2023

1879: Semana Santa.

En esta ocasión, estando en Cuaresma como estamos, nos vamos a centrar en la Semana Santa celebrada en un año concreto, una Semana que dio mucho que hablar por circunstancias diversas, entre ellas, por ¡El uso de la dinamita!; pero como siempre, vayamos por partes. 

File:Sevilla 1855.jpg

Nos situamos en el último cuarto del siglo XIX, en una etapa histórica caracterizada por cierta tranquilidad política tras la Restauración de la Monarquía con la figura de Alfonso XII. La Sevilla de esa etapa rondaba unos 100.000 habitantes y seguía siendo la tercera ciudad en importancia tras las dos grandes capitales, Madrid y Barcelona, y aunque basaba su economía en el medio agrario, no faltaban instalaciones industriales dedicadas al corcho, el metal o el vidrio. Son los años de Manuel de la Puente y Pellón al frente del Consistorio, aquel que logró traer el "agua de los ingleses" o luchó por mejorar el alcantarillado o los años de estancia en San Telmo de los Duques de Montpensier, cuya hija, María de las Mercedes, había fallecido en 1878 dejando viudo al rey Alfonso, dejando, ya se sabe, aquello de "Dónde vas Alfonso XII, dónde vas, triste de tí...".

Una ciudad que anhelaba sus Fiestas de Primavera y que las disfrutaba, con procesiones, carreras de caballos, certámenes, cabalgatas, conciertos, bailes y demás actos que servían, especialmente, para reunir a lo más elegante de la alta sociedad sevillana y de otras zonas, sin olvidar la importancia de las ceremonias religiosas en la Catedral, con la interpretación del Miserere de Eslava, ya entonces con quejas en la prensa sobre el mal comportamiento de los fieles asistentes e incluso la denuncia de robos frecuentes (¡de relojes!) por "amigos de lo ajeno" y también la celebración de los solemnes Oficios con el montaje del majestuoso Monumento Eucarístico. Con hermandades que comenzaban a superar la crisis ocasionada por los vaivenes de aquellos años, con nuevas cofradías (como Las Penas, fundada en 1875) o con refundaciones de otras que habían estado aletargadas (la Hiniesta, reorganizada en 1879), con la revitalización del Santo Entierro o con el comienzo del concepto de la Semana Santa como algo que podría atraer visitantes y riqueza.

Aquel año de 1879 el Domingo de Ramos cayó en 6 de abril, y fue el último año en el que el tradicional Cabildo de Toma de Horas se celebró en Martes Santo, pasando al propio Domingo de Ramos al año siguiente. Como curiosidad, se registró la visita del Duque de Connaught, hermano del Príncipe de Gales e hijo de la Reina Victoria de Inglaterra, hospedándose en el Hotel Cuatro Naciones de la Plaza Nueva, establecimiento propiedad de Estanislao D´Angelo y por el que pasaron personajes como el mismo Príncipe de Gales, embajadores de otras naciones e incluso el Barón de Rothschild, famoso banquero.

En cuanto al tiempo, los sevillanos se pasaron la Semana mirando al cielo, pues anduvo inestable en principio, ya que llovió el Domingo de Ramos, mojándose las dos cofradías que salieron, las Penas de San Vicente y la Amargura y registrándose un incidente que, por fortuna, quedó en nada, para ésta, como recogió la prensa local: 

"No hemos de pasar en silencio un hecho que presenciamos en la Plaza del Salvador. Cuando parte de la cofradía de San Juan Bautista estaba ya en la calle Cuna y completamente llena de espectadores la expresada plaza, un carruaje pasó al galope por dicha calle, teniendo que apartarse los cofrades para dejar libre el paso y se abrió camino entre la apiñada multitud hasta ganar la calle de Alcuceros (actual Córdoba). No ocurrió alguna desgracia, no sabemos por qué." 

Como anécdota, la otra cofradía del Domingo, la de las Penas de San Vicente, entró con todo su cortejo en el Palacio Arzobispal a fin de que el Cardenal Lluch pudiera contemplarla, saliendo a la calle por la puerta que da a la actual Cardenal Amigo Vallejo (antes, Alemanes). El Miércoles siguieron las incidencias, provocando la lluvia que las Siete Palabras tuviese que regresar a su templo en la mañana del Jueves Santo, tras quedar resguardada la cofradía en la Catedral. Sin embargo, lo peor llegaría en la tarde de ese Jueves, 10 de abril. A eso de las ocho de la tarde, la "hora punta", desde el punto de vista de las cofradías, se escuchó una fuerte explosión en las inmediaciones de la Plaza del Duque, cerca de la calle Armas, actual de Alfonso XII. Hubo carreras, gritos y una fuerte conmoción entre la gente que se hallaba en esa zona, a lo que habría que añadir, casi sin solución de continuidad, una segunda explosión de la misma intensidad que hizo temblar cristales y causar estupor; ¿Qué había pasado?

A esa hora de la tarde permanecía abierta la Iglesia de San Antonio Abad, sede de la Hermandad del Silencio, pero mejor, dejemos que lo cuente Joaquín Guichot, cronista de aquellos años:

"En aquel templo, pues, se habían disparado dos cartuchos de dinamita, causa de aquella fundada alarma, uno en la puerta y otro dentro del templo, cuyas explosiones causaron varias desgracias personales y grandes destrozos en la iglesia, en cuyas naves se encontraban reunidas en aquella hora muchas personas, entre las cuales se produjo la mayor confusión y el pánico consiguiente al ignorar la causa y significación de aquellos terribles disparos y la de los gritos, los lamentos y las voces implorando auxilio de las personas atropelladas en tales momentos, o heridas por los pedazos de madera, cristales y ornamentos arrancados de los altares y lanzados a lo lejos por la explosión".

Igualmente, la prensa local, en concreto el diario La Andalucía, narró la dantesca escena que vivieron quienes estaban en aquel lugar: 

 "Por la calle Monsalves huían una señora con un niño en los brazos, de cuya cara brotaba la sangre en abundancia, y otra, cuyas ropas se veían también tintas en sangre. Un vecino de esta calle las amparó en su casa y les ofreció socorro, pero como no se encontraba en aquel instante un médico por las inmediaciones, la señora condujo al niño herido para su curación a una oficina de farmacia próxima. Otras señoras muy conocidas de la buena sociedad sevillana que oraban en el templo, cayeron desmayadas, y las que pudieron correr lo hacían con el terror pintado en sus semblantes (...) Dentro de la iglesia todo era confusión y pánico. Varias urnas de cristal de los altares saltaron en pedazos, algunas efigies vinieron a tierra y las puertas de la iglesia se arrancaron".

Al estar montados los dos Pasos de la Hermandad del Silencio, la Virgen de la Concepción, acompañada de San Juan Evangelista, aparecía exornada con numerosas joyas y alhajas, lo cual dio que pensar a muchos que la intención de los autores de las explosiones era aprovechar la confusión siguiente a aquellas para el robo de dichas joyas, aunque no consiguieran sus propósitos al formarse un cordón de personas en torno a las andas para evitar cualquier daño o sustracción. Poco a poco, se fue recuperando la calma.

La Semana Santa continuó con sus celebraciones, saliendo las cofradías del Jueves, Madrugada y Viernes con normalidad y sin incidentes dignos de mención; como detalles a tener en cuenta, faltaba aún mucho (hasta 1919) para que se colocase el palquillo de toma de horas en la Campana, pues por entonces el inicio de la carrera oficial u "oficiosa" se establecía en la esquina de Sierpes con Cerrajería, calle a la que accedían cofradías como el Cristo de San Agustín el Miércoles o Pasión el Jueves; mientras, la mayoría de las cofradías buscaban la Campana por el hecho de transitar por una de las zonas de mayor presencia de público y establecimientos sociales como casinos y círculos. Además, resaltar que en la Madrugada y por diversas circunstancias no salieron las tres últimas hermandades actuales (la Esperanza de Triana, el Calvario y los Gitanos) y sin embargo sí cerró la jornada la Hermandad la O, que tenía marcada la salida desde su parroquia de la calle Castilla a las tres de la madrugada. El Viernes Santo, último día, salieron todas las que actualmente lo hacen, con el añadido de la de el Museo. 

En relación al atentado o intento de robo en San Antonio Abad, indicar que personadas las autoridades y las fuerzas de orden público en el templo, comenzaron las investigaciones para averiguar la identidad de los autores de la acción, sin que finalmente las pesquisas dieran resultados, aunque sí trascendió a la prensa, como ya hemos indicado, que el explosivo utilizado fuese uno nuevo en el "mercado": la dinamita, inventada por Alfred Nobel en 1866, sí, el de los famosos galardones, pero esa, esa ya es otra historia. 


13 marzo, 2023

Perfiles cofradieros.

Fue en el año 1918 cuando vio la luz una obra escrita por un canónigo de la catedral hispalense no nacido en nuestra ciudad, cofrade, rociero, fumador empedernido, predicador incansable en cultos de hermandades y ferviente partidario de Joselito El Gallo; en esa obrita, con un barniz netamente costumbrista, el autor plasmó a diversos personajes vinculados a nuestra Semana Santa, de modo y manera que bien merecería la pena, aunque sea brevemente, dar cuenta de algunos de los perfiles reseñados en esa publicación; pero como siempre, vayamos por partes. 

El 15 de junio de 1866 nacía en la localidad onubense de Hinojos Juan Francisco Muñoz y Pabón, cuarto hijo de la familia formada por Antonio Muñoz García (que era sochantre o cantor de la parroquia del pueblo) y María Josefa Pabón Illanes. Buen estudiante, con doce años marchará a Sevilla a ingresar en el Seminario en 1878, viviendo con su tío Juan Francisco, también sacerdote, en la entonces plaza de López Pintado, actual de Jesús de la Redención. Ordenado sacerdote en 1890 tras superar todos los exámenes con brillantez, el cardenal Marcelo Spínola lo nombrará párroco de la de Santiago y en 1903 ganará por oposición la plaza de Canónigo Lectoral en el Cabildo de la Catedral, ejerciendo como rector del Sagrario, y como catedrático en el Seminario. Además, desarrolló una ingente labor como predicador en cultos de hermandades, donde era muy solicitado, llegando a predicar en un año hasta 162 sermones a diferentes cofradías, no sólo de la capital, sino de la provincia.

Desde temprana edad se sentirá profundamente inclinado a la escritura, y animado a proseguir en esa senda por el propio Spínola, mantuvo contacto con escritores de la talla de Rodríguez Marín, Luis Montoto o Juan Valera, cultivando una prosa de gran calidad dentro del realismo costumbrista, con su pueblo muchas veces como telón de fondo y sin faltar aspectos de denuncia social o ejemplarizantes. El Buen Paño, Paco Góngora, Justa y Rufina, La Millona, Oro de Ley, Juegos Florales, serán, por mencionar algunos, títulos salidos de su prolífica pluma, una pluma que, curiosamente llegó a recibir como regalo realizado en oro por parte de los partidarios del fallecido Joselito el Gallo por la defensa que realizó en la prensa de la celebración de sus honras fúnebres en la Catedral tras su trágica muerte en 1920, algo que no todos entendieron. La pluma de oro forma parte ahora del ajuar de la Esperanza Macarena, luciéndola prendida en la saya en las festividades cuaresmales, semanasanteras o especiales.

Ahora que tocamos la vertiente cofradiera, Muñoz y Pabón estuvo muy vinculado a dos cofradías del Jueves Santo: las Cigarreras y el Valle. En la primera influyó muy mucho en el cambio de su imagen cristífera, pasando la anterior a Hinojos, donde aún se conserva; en la segunda, como recordó uno de sus biógrafos el fallecido sacerdote Carlos Ros, fue anfitrión de la propia imagen de la Virgen en su casa de la calle Abades número 3 durante una restauración realizada a la misma por José Ordóñez en 1909 tras un incendio fortuito declarado en su sede de la iglesia del Santo Ángel en el mes de julio de aquel año y del mismo modo, influyó decisivamente en la realización del nuevo grupo escultórico del Paso de la Coronación de Espinas, obra de Joaquín Bilbao. 

Fruto de su interés por la Semana Santa es la frecuente aparición de este tema en sus novelas, demostrando además un profundo conocimiento de las cofradías tanto en su organización interna y sus rituales como al entenderlas como expresión de la religiosidad popular. Así, en 1918 publicará "En el Cielo de la Tierra", recopilación de una serie de artículos aparecidos en el diario madrileño El Debate; en ellos, Muñoz y Pabón disecciona con gracejo y seriedad, valga la paradoja, parte del mundillo de las cofradías y sus personajes, en un estilo muy similar al de los protagonistas de los entremeses teatrales de los hermanos Álvarez Quintero, donde abunda la pronunciación popular. El nazareno, el "armao", el costalero o el penitente aparecerán en sus páginas, de modo que al menos nos centraremos en alguno de estos tipos para ver qué concepto tenía de ellos nuestro canónigo, quien sabe, a lo mejor hay lectores u oyentes que se sienten identifyicado con alguna de estas "siluetas", como las llamó su autor.

El artículo dedicado al nazareno, por ejemplo, se caracteriza por hacer un perfecto retrato de quien cada año se reviste con su túnica y lo que supone participar con ella en las cofradías, la responsabilidad en el pago de las cuotas de hermano, la participación en los cultos o la desilusión, siempre, que supone la lluvia el día de la Estación de Penitencia; quizá lo mejor sea cuando menciona, a modo de subtipo,  al "tipo más soberano de la Semana Santa": el "Capirotero", quien acude a varias hermandades para salir de nazareno, a veces sin ser hermano, y sin siquiera ni asistir a cultos o actos, aunque viva, a su manera, sus particulares vísperas con la misma intensidad que cualquier otro cofrade: 

"Una usted a esto que desde quince o veinte días antes de la Semana Santa, desde que se anuncia en los periódicos que tal o cual Hermandad "ha empezado a repartir las túnicas", él fue a recoger la suya, y la trajo a su casa, y se la probó, para que lo viera su mujer, su cuñada, su suegra, sus chiquillos y casi todas las vecinas del corral. Y se quitó la blanca, para ponerse la morada... y se puso luego la negra... y a seguida, la de sotana blanca y manto celeste; y luego la de sotana morada y manto negro... la de escapulario y la sin él..."

Salir en varias cofradías era práctica más cercana a la afición que a la devoción, aunque parece que no mayoritaria, lo cierto es que al describir al capirotero Muñoz y Pabón no olvidará su diferente comportamiento según sea hermandad seria o popular, ya que en esta última faceta retrata perfectamente cómo eran aquellas estaciones de penitencia de los "felices años veinte" tan bien descritas por otros escritores contemporáneos como Núñez de Herrera o Eugenio Noel: 

"Vaya en una cofradía de orden, seria, que es la expresión: y ni se moverá de su sitio, aunque se muera, ni se levantará el antifaz del capirote, ni le arrancará una palabra, aunque lo maten. ¡Ya pueden venir sobre él las necesidades más perentorias!... ¡El capirotero será la edificación de las naciones! Pero vaya, por la inversa, en una de bullanga y jaleo: y se fumará una cajetilla en la estación, y se beberá en cada esquina donde haya taberna -y haylas en todas- cuantos chatos "con tapas" y "destapados", cafés, cervezas, refrescos y copas de aguardiente le permita su portamonedas... y hasta su crédito comercial en la plaza, y volverá a su casa haciendo ese y hasta cedas, ronco, de los vivas de la entrada".
José García Ramos: "Nazareno, dame un caramelo". 1890.

El "gallego", como era entonces denominado el costalero por tratarse, en muchos casos, de  oriundos de aquella región, también queda reflejado en el libro, sobre todo en un curioso párrafo, lleno de expresividad donde se alude a la "corría" que realizaba entonces de uno de ellos, o sea, la lista de cofradías que sacaba con la excepción del Lunes Santo, jornada en la que aún no salían cofradías: 

¿Tú ves lo que es una casa en la calle Tetuán? ¡Po una casa en lo mejón de la calle Tetuán me ofrecían a mí ahora mismo, y no lo llaman! ¡Arma mía! ¡Ebajo de un paso, ¡seis vece!, En una Semana Santa...! Er domingo, en la Amargura. Er marte, en Santa Cru. El miércole, en la Siete Palabra. Er jueve, en la Virgen der Valle. Er vierne, de madrugá, en er Gran Podé, y er vierne, por la tarde, en la Carretería. Con la particularidá, para que te entere: que ni en Señó der Gran Podé cobra un cuarto, porque lo tiene de promesa por lo e las quinta, ni en la Carretería tampoco, porque la novia se llama Lú, como la Virgen y tiene esa fineza con la celestiar Señora. ¡Es mu güeno mi José...!

Otro capítulo del libro será desde entonces casi referencia para muchos cofrades, ya que alude a un tipo de cofrade que en aquella época era muy minoritario, aunque esencial: el que vivía su hermandad y la Semana Santa todo el año. Según algunos autores, será Muñoz y Pabón el que acuñe el término para designarlo: Capillita, o lo que es lo mismo: "el hombre que tiene la fe de su cofradía, que profesó en el santo bautismo". Cofrade comprometido, erudito, ("se sabrá de memoria el libro de Don José Bermejo "Historia de las Cofradías"), experto en priostías y montajes de pasos, conocedor del mundillo artesanal vinculado a las hermandades, asistente habitual a quinarios y besamanos, es analizado como alguien que vive por y para la Cuaresma y lo que viene detrás, capaz de buscar recursos económicos donde no los hay o de dar el típico "sablazo" a personas de alto nivel económico siempre con el fin de mejorar el patrimonio de su Hermandad. Sería extensísimo reproducir completo el texto, ocurrente y de fina gracia, pero al menos, dejemos que el propio Canónigo Lectoral narre cómo vive las vísperas un Capillita de 1919, con especial atención a las últimas líneas, para comprobar que nada ha cambiado en este mundillo:

"Pero cuando la calentura cofradiera del Capillita sube y se recrudece, hasta no haber termómetro que alcance a marcarla, es cuando allá por los días de Pascua de Navidad comienza la novena al Gran Poder, que viene a ser algo así como el "rompan fuego" cofraderil. Porque tras ella viene la de Pasión, el quinario de la Sagrada Mortaja; a seguida, el del Calvario y el de la Quinta Angustia... ahora, el de las Siete Palabras y el de la Hermandad de la O..., el del Santo Cristo de Burgos y la novena de las Tres Caídas..., el del Amor y la del Silencio, el del Museo y el de la Carretería... y luego los septenarios de la Esperanza y de la Amargura (...) ¡Y deje usted de ir a ver ningún altar, aunque no sea más que para ponerle faltas, y de escuchar a ningún predicador, sobre todo si es forastero, porque eso sería imperdonable en un Capillita".

Para finalizar, y como no podía ser menos, describe los preparativos, el montaje de la cofradía y todas las pequeñas tareas a realizar, como si todo aquello fuera un conjunto de piezas por encajar hasta conseguir completarlo todo: 

 "Quédese, que ya es tarde, en el tintero, lo de tratar la cera y buscar el juego de dalmáticas para los acólitos; contratar los "gallegos" para los pasos y la banda o bandas de música para la estación... y el achuchón al bordador y la filípica al platero... la visita al taller del dorador y la llamada urgente al tallista... el recolectar alhajas para el pecho de la Virgen y el encargar las flores para los pasos... y a todo esto, ¡el de los respiraderos, que no los entrega! y ¡el de los faroles, que no los concluye!... las guardabrisas para los candelabros del Señor, que no se encuentran iguales, y ¡la toga del pertiguero, que ha aparecido comida de ratones!... ¡Por muestras, a la carrera, y volando, el sastre! ¡Y este hombre, teniendo que entender de todo, y hacerlo todo...!

Por cierto, muchos años después, en 2019, la Real Academia de la Lengua Española admitió el término "Capillita" en su Diccionario, con la siguiente acepción: dicho de una persona que vive con entusiasmo las actividades organizadas por las cofradías religiosas a lo largo del año y participa en ellas. Quizá por la buena amistad que mantuvo con un alto cargo de la Fábrica de Tabacos, Miguel de Quesada, mantuvo a lo largo de su vida un empedernido hábito de fumador, lo cual a la postre y desgraciadamente le provocó la muerte de un cáncer de pulmón a la edad de tan sólo cincuenta y cuatro años el 30 de diciembre de 1920, y al año siguiente el Ayuntamiento decidió dedicarle una calle junto a la parroquia de San Nicolás, pero esa, esa ya es otra historia.






06 marzo, 2023

El Abad y sus "Estaciones Sevillanas".

Ahora que en estos días son muchos los que recorren iglesias y parroquias en busca de los altares de culto o devotos besamanos y besapiés que montan las hermandades en honor a sus Titulares, valdría la pena quizá reseñar, aunque sea brevemente, que esta costumbre, tan habitual en tiempo cuaresmal, no es especialmente nueva, ya que cierto clérigo de la parroquia de la Magdalena, a comienzos del siglo XVII, dio cumplida cuenta de este tipo de "recorridos devocionales"; pero como siempre, vayamos por partes. 

En 1561 nacía en Sevilla Alonso Sánchez Gordillo, hijo de Alonso Sánchez y María Sánchez, ambos vecinos de la feligresía de San Vicente; de familia numerosa, uno de sus hermanos fue monje cartujo, mientras que él mismo ingresó en la carrera eclesiástica bastante joven, logrando vastos conocimientos en el terreno del derecho canónico y alcanzando, a los treinta y cuatro años de edad, el importante cargo de Abad de la Universidad de Beneficiados, así como un puesto importante entre el clero de la parroquia de la Magdalena. Sus intervenciones durante el Sínodo de 1604, promovido por el Cardenal Niño de Guevara, fueron de gran importancia, destacando por su erudición sobre la historia de la iglesia hispalense. 

Además de todo esto, dedicó parte de su tiempo a defender determinados privilegios del clero, entablando cuantiosos pleitos que le enfrentarían en ocasiones a la propia jerarquía eclesiástica, ganándose una injusta fama de cicatero y "embrollador", como recogió el profesor Bernales Ballesteros. Vecino de la parroquia de la Magdalena (la derribada en el XIX y entonces en la actual plaza del mismo nombre), y un poco partidista, todo hay que decirlo, la consideraba segundo templo en importancia de la ciudad, por encima incluso del Salvador, que en aquellos años aún se hallaba en la antigua mezquita-colegial. Escribió diversas obras sobre historia eclesiástica de la diócesis sevillana, abarcando desde un memorial sobre todos sus arzobispos hasta curiosas crónicas, como un relato sobre el asesinato del Provincial de la orden agustina en Sevilla a manos de cinco religiosos de la misma congregación. Además, durante años, recopiló pacientemente datos y reseñas sobre la religiosidad sevillana, dando como resultado un manuscrito que tituló "Religiosas Estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana", y que no llegó a ver publicado, pues desgraciadamente falleció en 1644. 

Conservadas algunas copias, el libro fue reeditado en 1982 por el Consejo de Cofradías de Sevilla, y en él, aparece toda una serie de devociones a las que los sevillanos acudían a lo largo del año o en épocas concretas, lo que se llamaban "estaciones", herederas de la costumbre instaurada en Roma por el Papa Gregorio I de visitar diversas iglesias y detenerse en ellas orar o celebrar la eucaristía. Veamos, al menos, algunas de ellas. 


La parroquia de Santa Marina, enclavada en el sector norte de la ciudad, podría ser la primera, ya que a ella acudían las mujeres embarazadas próximas al momento del parto para encomendarse a su titular; la costumbre consistía en ir a orar ante la imagen de la santa durante nueve días seguidos, y encargar el mismo número de misas o al menos una, según las posibilidades de cada una; el Abad recogía que "han sentido y sienten notables socorros de ligeros partos de manera que saliendo de ellos vuelven a dar las gracias por el beneficio recibido. Y así es estimada y frecuentada esta estación"

Un segundo templo al que acudían los sevillanos para lograr algún favor era el trianero de Santa Ana, al que, en este caso, acudían mujeres que creían ser estériles para realizar novenarios a la imagen de la madre de la Virgen María. Según Gordillo, se habían producido notables milagros en el sentido de quedar embarazadas muchas que desde años lo intentaban, merced a esta antigua devoción, prueba de ello eran las innumerables ofrendas en cera que la iluminaban. 


Existía también la costumbre de visitar lugares de devoción fuera del término de la ciudad, como era el caso de la entonces muy conocida ermita en honor a Santa Brígida, en su cerro de la localidad de Camas, a ciento diez metros de altura. Como curiosidad, dada la preeminencia del cerro sobre Sevilla, se decía popularmente que, cuando amenazaba lluvia, "las nubes cubren a Santa Brígida". Un pobre ermitaño estaba al cuidado de aquel lugar de peregrinación, que constaban de una humilde hospedería, sostenido únicamente por las limosnas de los fieles y devotos, y que era escenario de numerosas visitas, especialmente en la Fiesta de la Purificación de la Virgen el 2 de febrero y durante la romería que tenía lugar en octubre; la ermita fue destruida a comienzos del XIX y en la actualidad se ha vuelto a celebrar la romería, organizada por su Hermandad y partiendo de la parroquia de Santa María de Gracia de Camas. 

Una práctica religiosa habitual, especialmente realizada por las mujeres, era la de visitar durante siete viernes consecutivos siete templos sevillanos, y en cada uno de ellos rezar la nada despreciable cantidad de ciento cincuenta avemarías y quince padrenuestros ofrecidos a la Pasión de Cristo, a María Inmaculada, a los doce apóstoles y a los santos San Hermenegildo, San Leandro, San Isidoro, Santa Justa y Rufina; las iglesias o capillas a las que acudir eran la de la Virgen de la Antigua en la Catedral, la parroquia de San Bernardo, el Prado de Santa Justa, San Hermenegildo, la capilla del Santo Crucifijo de San Agustín (una de las grandes devociones de aquel momento), la parroquia de San Esteban y la de Santiago, para concluir

Allá por el siglo XVII era también grande la devoción existente hacia el llamado Cristo del Coral, que recibía, y recibe, culto en el monasterio de monjas jerónimas de Santa Paula; de autor desconocido aunque atribuido a Pedro Millán (fin del siglo XV, principios del XVI), eran muchos los que oraban ante él para mejorar sus salud y especialmente para pedir por el regreso, sanos y salvos, de aquellos que estaban ausentes por realizar largas travesías por mar a Indias. Los fieles acudían durante cinco viernes consecutivos, rezando treinta y tres padrenuestros y otras tantas avemarías en recuerdo de los años de vida de Jesús; también se rezaban treinta y tres credos. Además, existía la costumbre de entrar andando de rodillas hasta el altar donde se encontraba el Cristo, celebrando misa el último viernes y dejando encendidas dos candelas hasta que se consumía, tal era el rito. ¿Por qué el nombre del Coral? Al parecer, lo relataba nuestro buen Abad, una señora rogó con tanto ahínco por el regreso de su marido desde América que éste regresó de manera rápida y sorprendente, ofreciendo como acción de gracias un ramo de coral que quedó colocado a los pies del crucificado, surgiendo así la advocación, vinculada por algunos historiadores a la actual Hermandad de Monte Sión. 

Durante la cuaresma el pueblo no sólo visitaba y veneraba imágenes sagradas, sino que también oraba ante reliquias de singular importancia, destacando, por poner un ejemplo, el conjunto propiedad del convento de Nuestra Señora de la Victoria, en Triana, legado al mismo por un caballero Contador de la Real Casa de la Contratación, consistente en elementos tan destacables como curiosos: desde un fragmento del Lignum Crucis hasta cabellos y leche de la Virgen María, pasando por un diente de San Juan Bautista o parte de la barba de San Pedro, incluso cinco de las cabezas de las denominadas Once Mil Vírgenes. Las tardes de los domingos de cuaresma se exponían a la veneración estas reliquias, acudiendo gran cantidad de gente al convento, ahora desaparecido y su lugar ocupado por los Padres Paúles de la calle Pagés del Corro.

Terminada una fructífera peregrinación por los Santos Lugares, el Marqués de Tarifa, Don Fadrique Enríquez de Ribera establecerá en Sevilla en 1521 el esquema del Via Crucis traído de Palestina, en un recorrido que con 977,13 metros de longitud arrancaría en la capilla de su propio palacio, a Casa de Pilatos,  y terminará ya en las afueras de Sevilla, señalizando con cruces sobre pedestales la estaciones o marcándolas en los muros de los templos de San Esteban, San Agustín o San Benito. 

Prácticamente, el itinerario sacro finalizaba en el llamado Humilladero de la Cruz del Campo, un templete del que ya se tienen noticias en el siglo XIV aunque algunos autores sostienen que el edificio definitivo habría sido construido en 1482 por el Asistente Diego de Merlo (famoso por la leyenda de Susona y el complot judío para reconquistar Sevilla) como afirma una inscripción que se conserva en su interior. Una cruz de mármol tallada, atribuida al escultor Juan Bautista Vázquez "El Viejo" y que podría datarse en 1571, presidiría el conjunto, germen de lo que luego serían las procesiones de Semana Santa.

En tiempos del Abad Gordillo el rezo de las estaciones constaba de once, no las catorce de nuestros días y el rezo se realizaba durante los siete viernes de Cuaresma o los días de Semana Santa, dando lugar a grandes manifestaciones de devoción popular que terminaron por salirse un poco de cauce, ya que el propio Abad reconocerá que: 

"Esta estación en su principio antiguo fue de notable devoción y edificación para el pueblo hasta que el enemigo del linaje humano procuró turbarlo. Y es dolor que salió con ello y se profanó de manera que se resfrió la caridad y amor de Dios y fue necesario como de presente es, poner cuidado los Prelados para que se eviten los pecados que de resulta de la corta devoción y poco respeto que se tienen a estos Misterios."

Como puede apreciarse, parece que ya en aquellos tiempos estaba en entredicho la religiosidad popular, pues al aspecto religioso se sumó el profano, con puestos ambulantes, vendedores de reliquias, ciegos con sus cantares... pero esa, esa ya es otra historia.