18 diciembre, 2023

Sevilla, Navidad 1887.

En esta semana previa a la celebración de las Pascuas de Navidad, ya con sonido de fondo de villancicos y visitas a belenes, vamos a centrarnos en una curiosa revista que publicó sus primeros números en el siglo XIX y en cómo plasmó estas fechas tan tradicionales a través de sus páginas; pero como siempre, vayamos por partes. 

En un antiguo callejón perpendicular a la calle Moratín, no lejos de la calle Zaragoza, comenzó todo. Allí, en el siglo XVII, se ubicó la sede gremial  y el hospital de los Cómitres, o lo que es lo mismo, de los capitanes de la mar, de ahí que durante años aquella zona se llamase Plaza de los Cómitres o Barrera de los Cómitres, pasando a llamarse de Tirso de Molina en el siglo XIX en honor al escritor mercedario autor del Burlador de Sevilla, germen del Tenorio. Por aquellas fechas, fallecido prematuramente Alfonso XII en 1885, ocupando la regencia su viuda María Cristina y en un momento en el que las revistas satíricas gozaban de gran aceptación, se estableció la redacción de una, cuyos ejemplares nos han llegado en préstamo de manos de un buen amigo y mejor seguidor del noble arte de Gutemberg. 

La revista se llamó "Perecito", seguidora de la estela de otras como "El tío Clarín" y editó su primer número (se publicaba los domingos) en la Imprenta de Gironés y Orduña (Calle Lagar 3 y 5)  el 6 de noviembre de 1887, siendo si director Leoncio Lasso de la Vega; el precio de la suscripción mensual era de cincuenta céntimos, mientras que el número suelto costaba diez, pudiéndose incluso enviar a provincias de ultramar. La redacción de Perecito estaba conformada por una plantilla insultantemente joven, ya que, como ha estudiado Jesús Carlos Méndez Paguillo, en ella estaban integrados, por poner un ejemplo, los hermanos utreranos Joaquín y Serafín  Álvarez Quintero, que contaban a la sazón cada uno quince y diecisiete años de edad respectivamente, junto con otros autores como Manuel Cano y Cueto, Luis Montoto, Benito Más y Prat o Mercedes de Velilla, por citar algunos. 

En un primer momento careció de ilustraciones, centrándose en la crónica de la ciudad, poemas, artículos e incluso pasatiempos, todo ello en dos humildes pliegos con hojas tamaño folio. La temática de los artículos iba en muchas ocasiones en consonancia con la época del año, de ahí que nos hallamos fijado especialmente en el número del 25 de diciembre de aquel año de 1887, sobre todo porque menciona una costumbre navideña que por entonces tenía mucha presencia y que ahora en nuestros días prácticamente ha desaparecido: el aguinaldo, entendido como  especie de donativo o propina que trabajadores de todo tipo solicitaban (usando para ello tarjetas de diverso tipo) y recibían de los ciudadanos. 

Daniel Perea: Navidad.  Ilustración para la Revista "La Ilustración Española". 1875

"Perecito" daba su particular opinión sobre este tema: 

"La petición de aguinaldos va siendo realmente insoportable. Todo el mundo se cree con derecho a pordiosear con motivo de las Pascuas. Serenos, municipales, guardas, carabineros del muelle, repartidores de periódicos, carteros, aguadores, fontaneros, etc, etc,, os acosarán con sus injustificadas peticiones. Los unos en prosa, en versos chistosísimos los otros; ello es que se da el "sablazo", y, lo que es más triste, se recibe con resignación. 

Pero hay un modo eficaz de parar los golpes: contra el vicio de pedir hay la virtud de no dar. Y decir claro que no, a todo el que merezca las atenciones que solicita".

Otra tradición ya indispensable y popular era el jugar al sorteo de la Lotería de Navidad, que como se sabe, inició su andadura en Cádiz allá por diciembre de 1812. En aquella primera edición el billete costó cuarenta reales, el sorteo se celebró el 18 de diciembre (festividad de la Esperanza, no fue mala fecha) y el número agraciado resultó ser el 03604 con un premio de cuatro mil pesetas, nada menos. En la redacción de "Perecito" tenían su propia opinión, ciertamente pesimista, sobre este sorteo extraordinario, que ya por entonces movía miles de reales y tenía "enganchados" a muchos sevillanos: 

"Ya se pasó el susto del premio gordo de la lotería. Por esta vez los sevillanos se han quedado en el aire haciendo castillos de risueñas ilusiones. La loca fortuna les ha vuelto las espaldas, dejándolos con un palmo de narices. 

Los aficionados incorregibles suspiran y dicen "a otra"; y los que juegan por jugar, siguen perdiendo pesetas en el juego de azar lícito, en el mantenido y fomentado por Gobiernos sin gobierno. 

Así los pobres viven en la mayor miseria; los agricultores, industriales y comerciantes se arruinan, y todos se quejan y nadie encuentra el remedio. Y es que el remedio no es cosa de juego, sino de formalidad y trabajo, no de engaños y robos". 

Como detalle anecdótico, en aquel año el Gordo cayó íntegramente en Madrid con el número 24.566. En estos días actuales en los que las calles céntricas de Sevilla aparecen atestadas de público en busca de compras navideñas o simplemente de pasear admirando la iluminación propia de estas jornadas, "Perecito" publicó del mismo modo cómo era eso de pasar las Pascuas: 

"Sigue la piadosa costumbre de festejar el nacimiento de Cristo teniendo una Nochebuena por excelencia y unos cuantos días de descanso y regocijo. 

Para celebrar el nacimiento del que nos trajo la vida, nada más propio que atracarse de todo género de golosinas y alegrarse a costa de los barriles, y hacer una carnicería de cebados y pavos. 

Entre col y col, entre frutas y mazapanes, entre los pavos y dulces, suenen las zambombas y las panderetas, vengan las coplitas al Niño, hablen por los codos, ríanse hasta más no poder, y eche usted aguardiente que no se derrame, en señal de alegría y para entrar en calor, y en recuerdo al Dios de la gula. 

Así se compaginan Sancho Panza y Don Quijote."

Anuncio de 1877.

 Por último, para no cansar en demasía al oyente o lector, mencionar que gracias a unos curiosos versos de Serafín Álvarez Quintero podemos conocer cómo en la antigua calle de Alcuceros, ahora calle Córdoba, se establecía en aquellos años uno de los epicentros de las compras navideñas, pues en ella vendedores ambulantes ofrecían tortas, pestiños, corrucos, confites, piñonates o mazapanes, sin contar con la "fauna" habitual de sablistas, haraganes, piropeadores, borrachuzos, algunos en torno al célebre establecimiento "El Istmo", Gran Almacén de Víveres, en lo que sería todo un cuadro costumbrista que finaliza así:

"Ofrece, señores, 
La calle Alcuceros
un golpe de vista
que no lo hay mejor.
desde que por calle
Lineros entramos
hasta que salimos
por el Salvador."

La revista satírico literaria"Perecito" alcanzó gran popularidad pero, cosas de aquellas calendas, sólo perduró dos años, dejando paso a otras revistas en las que se integraron muchos de sus colaboradores, pero esa, es ya es otra historia. 

Llegado este punto, y antes de finalizar, aprovechamos para desear a los pacientes lectores de este humilde blog unas Felices Pascuas y que el Niño Dios nazca en nuestros corazones.



11 diciembre, 2023

Redes.

No, no vamos a hablar en esta ocasión de cuestiones relacionadas con el ciberespacio o las redes sociales, sino que nos vamos a trasladar a un antiguo barrio de Sevilla, para conocer mejor una calle que sólo con su propio nombre nos indica quienes eran sus habitantes, y que incluso, con el paso de los años, fue sede de una supuesta congregación religiosa que se declaró contraria al Vaticano; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre las calles Alfonso XII y Baños, cruzada por la de Alfaqueque, no lejos de la Puerta Real y del barrio de los Humeros, la calle Redes, larga, recta y no muy ancha, parece que no ha cambiado de nombre en ningún momento, pues ya a comienzos del siglo XV recibía ese apelativo, relacionado sin duda con las gentes del río y sus aparejos de pesca, no en vano muy cerca de allí estaba el barrio de los Humeros, habitado por población dedicada a vivir de todo aquello que podía extraerse del Guadalquivir.

Curiosamente, el nombre de la calle fue poco a poco abreviándose. "corrompiéndose" afirma el Diccionario de las Calles de Sevilla, hasta quedar convertida en la calle Res o Rez, tal como queda recogida en el conocido plano de Olavide en 1771 y como aparece todavía en 1932 en la publicidad de cierta Guía Nocturna, donde se recoge que existían "Camas Lujosas, todo confort en el número 13 de la calle Res, muy recomendadas por su distinción absoluta, agua corriente y todo confort". Sobran las palabras. 

Con posterioridad, en torno a 1930, la calle se llamó del Marqués de Valencina, para recuperar su nombre original, Redes, en 1946. En el siglo XVI contó con una callejuela hoy desaparecida, cercana a la Puerta Real y en el siglo XIX se conformó la plaza o plazuela del Carmen, actual del Duque de Veragua, en honor al descendiente de Cristóbal Colón que hizo posible el traslado de los restos del Almirante a la Catedral de Sevilla hasta su actual sepultura. 

José Gestoso indica que en esta calle vivió en 1444 Pedro García, de profesión músico intérprete de cítola, o lo que es lo mismo, citolero, y también el pintor Pedro González en 1484, en casas del cabildo de la catedral, aunque con posterioridad se mudó a la collación de San Nicolás. 

Ilustre vecino de la calle, según el escritor, cervantista e investigador ursaonense Francisco Rodríguez Marín habría sido el escritor Mateo Alemán, autor de la célebre novela picaresca Guzmán de Alfarache; en concreto, el nombre de esta calle aparece en un documento notarial por el cual el novelista bautizado en la Colegial del Salvador da poder a Domingo García y a las doncellas Gregoria Bolante y María Calderón para que puedan alquilar en su nombre unas casas que poseía de por vida en dicha calle; la fecha del protocolo, junio de 1607, tiene la particularidad de ser inmediatamente anterior a la marcha del escritor (y Hermano Mayor de la cofradía del Silencio) a Nueva España, donde buscará mejor fortuna y donde le sorprenderá la muerte en 1614 y en la más absoluta indigencia, tal como comentamos en otra ocasión.

No tan famoso ni reconocido será otro vecino de la calle, éste apodado "Balazo", que a comienzos del siglo XIX se significó como firme partidario de las tropas napoleónicas asentadas en Sevilla, traicionando a quienes se posicionaban dentro del movimiento de resistencia contra la ocupación gala; junto a otro compinche de similar ralea, de apellido Ariza, pudieron huir por la Puerta Real durante la expulsión de las fuerzas francesas en agosto de 1812, aunque finalmente "Balazo" fue capturado y fusilado por traidor a su patria en el sitio conocido como el Salitre, no lejos de la Puerta Osario. 

Adoquinada en 1898 y de carácter eminentemente popular por la zona en la que estuvo y está enclavada, la calle Redes poseyó un cuartel (vinculado quizá al cercano del Carmen), fábricas con hornos de ladrillos, algún negocio relacionado con la prostitución (como ya hemos visto) y en el número 37 el llamado Corral de las Armas, sin olvidar que durante cierto tiempo y en el número 20 de la calle tuvieron sus casas los miembros de la controvertida Orden de los Carmelitas de la Santa Faz, fundada a raíz de las supuestas apariciones marianas registradas en el Palmar de Troya (nunca reconocidas por la Diócesis Hispalense entonces en manos del cardenal Bueno Monreal)  y que tuvo en sus inicios como cabeza visible a Clemente Domínguez, quien en 1978, tras la muerte de Pablo VI se autoproclamó Papa con el nombre de Gregorio XVII; pero esa, esa ya es otra historia. 

04 diciembre, 2023

El Arzobispo y los Seises.

Ahora que se acercan las fechas de celebración de la solemnidad de la Inmaculada, con el tradicional baile de los Seises en su Octava de la Catedral, no estaría de más comentar cómo debido al poderoso influjo de un arzobispo estos niños y sus danzas estuvieron a punto de desaparecer en el siglo XVIII; pero como siempre, vayamos por partes. 

Simón de la Rosa y López, allá por 1904, publicó un interesante y extenso volumen sobre la historia de los Seises y en un ejercicio de sinceridad, destacó que no era empresa fácil descubrir el origen de esta danza, pues se consideraba que los Seises bailaban desde tiempos inmemoriales. Las primera noticias documentales sobre ellos datan de 1508, aunque su origen podría ser de mucha mayor antigüedad, pese a que este autor sostiene que sus comienzos no deberían estar en danzas profanas, sino en otras de carácter religioso. Vinculados al colegio de San Miguel, situado en la actual Avenida de la Constitución, todavía existe una puerta catedralicia que conserva ese nombre en recuerdo al centro educativo en el que durante siglos los mozos de coro recibían formación. 

Desde sus comienzos, bailan sin el clásico tamboril, señal de no proceder de bailes populares, y además, no había participación femenina, algo que por entonces era frecuente en danzas populares hasta que en 1699 se prohibe la presencia de mujeres en los bailes. Al principio vestirían como ángeles y danzarían ya delante del Santísimo durante la procesión del Corpus Christi, llevando zaragüelles, sayo sin mangas y jubón con alas doradas, más borceguíes con polainas. No llevaban máscara y la cabeza iba coronada con una guirnalda de flores contrahechas. 

En el Corpus de 1564 se suprimen las guirnaldas; los niños aparecieron llevando lujosas gorras de damasco o sombreros de raso carmesí con vistosas plumas y lujosos caireles dorados. Por cierto, las castañuelas características aún no habían hecho acto de presencia en las manos de los Seises, será más adelante cuando pasen a formar parte del sonido peculiar de estas danzas. 

La leyenda popular siempre ha considerado que el Santo Padre concedió a la iglesia sevillana el privilegio del uso de esos sombreros (llamados entonces "capeletes" por ser de copa alta) y que los seises bailasen cubiertos con ellos ante el Santísimo con la condición de que ese permiso especial duraría lo que durasen los trajes de entonces, por lo que se tuvo la astuta idea de ir renovándolos por piezas cada año y así no dar fin al privilegio papal. 

A fines del siglo XVII, era Arzobispo de Sevilla el aragonés Jaime de Palafox y Cardona, hombre recio y de gran carácter según los cronistas de la época, quien impulsó las obras del Hospital de Venerables Sacerdotes, realizó importantes mejoras en el palacio arzobispal y difundió la devoción a Santa Rosalía, promoviendo la fundación del convento del mismo nombre y donando un hermoso busto de plata de dicha santa que se conserva en la catedral. Además, y esto es lo que nos interesa, emprendió una feroz campaña para eliminar las danzas del el Corpus, buscando una mayor severidad en el cortejo, por considerar que era blasfemo bailar en presencia de Jesús Sacramentado. 

El suceso, muy sonado y que tuvo su punto álgido en la procesión del Corpus de 1690, de la que hablamos en otra ocasión, trajo consigo la pugna, en forma de pleitos, entre Palafox y los defensores de las danzas de manera constante, llegando el enfrentamiento a adquirir tintes algo más que preocupantes cuando, la noche del 3 de octubre de 1692, el prelado salvó la vida tras un atentado fallido contra su persona, ya que junto al confesionario que habitualmente usaba en la parroquia del Sagrario fue descubierto:

"un barril relleno de pólvora, cohetes, paños embreados, trozos de tea y otros combustibles puestos en comunicación con la misma puerta por medio de una larga cuerda untada de alquitrán, que salía a la parte exterior por debajo del quicio para servir de mecha".

Por su parte, el Cabildo de la Catedral defendió siempre el uso tradicional de los Seises, llegó hasta Roma e incluso se cuenta que el propio Papa fue testigo de cómo eran los pasos de baile de los niños danzantes al ser llevados hasta Roma, con su maestro de capilla al frente, en un barco fletado por los propios canónigos de la catedral hispalense. El Santo Padre, impresionado por la inocencia y belleza de la danza, mandó sobreseer el caso, declarar que era lícita y que nadie osase a suprimir tan inmemorial costumbre, cuyas raíces se hunden en el ceremonial catedralicio. Como detalle, desde 1655 los Seises actuaban también en la Octava posterior a la festividad de la Inmaculada. 

Sin embargo, pese a todo, a Palafox parece que "le iba la marcha",  pues volvió a la carga, en esta ocasión por con la excusa del uso del color azul en los ornamentos litúrgicos en la festividad de la Inmaculada y alegando que era incorrecto y arbitrario, contrario a la normativa litúrgica romana. Los canónigos de la hispalense, curtidos ya en mil batallas legales y acostumbrados a litigar contra su prelado (a quien apodaron "el arzobispo de los cien pleitos"), mandaron a Roma una muestra del color azul usado en los ternos litúrgicos catedralicios para que la Sagrada Congregación dictaminase su idoneidad, e incluso, como el propio Palafox alegase que esa tela no era auténtica, enviaron una casulla de color azul. Finalmente, tras  muchos dimes y diretes, el pleito quedó fallado en favor de los canónigos sevillanos, declarándose legítimo el uso del color azul el 8 de diciembre, uso que ha pervivido hasta nuestros días.

Gracias a esto, y como muestra de la devoción a María Inmaculada, casullas y dalmáticas pudieron ostentar ese color azul, los Seises ataviarse así, una bandera celeste y blanca ondea desde la Giralda a partir del ocho de diciembre, e incluso podemos contemplar ese color en sayas y mantos con los que se visten muchas imágenes de la Virgen María, para disfrute de sus devotos y, suponemos, disgusto de Palafox; pero esa, esa ya es otra historia.