Mostrando entradas con la etiqueta Tiendas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tiendas. Mostrar todas las entradas

18 febrero, 2015

Capirotadas.-

 
Creánme si les digo que aquesta tarde, tras placentera sobremesa y no mejor paseo por calles que parecen desperezarse del frío invernal, por un momento creímos haber topado con comercio dedicado a la venta de instrumentos para el Santo Oficio, pues era tal la abundancia de capuces, o capirotes, que por un momento creímos que en breve habría Auto de Fe en la Plaza y que en él serían ajusticiados cientos de herejes, sobre todo por el inmenso número de conos de cartón (y hasta de rejilla, fabricados con gran pericia), que exponía el dicho comercio.



Echamos en falta, eso sí, los correspondientes Sambenitos, las corozas y demás otros elementos necesarios para pergeñar tan tremenda ceremonia, pero convenimos, equivocadamente, que hubiera tal vez otros comercios dedicados a tal menester.

Atendidos solícitamente por experimentada tendera, nos dijo que eran capirotes para cofrades, que no en vano ya había principiado la Cuaresma y que ahora muchos de ellos se aprestaban a adquirirlos, siendo elemento de gran antiguedad en la Semana Santa, pues según cuentan, fue la Cofradía de la Hiniesta quien implantó tal artilugio para alzar la punta de los antifaces de sus nazarenos, allá por el siglo XV o XVI, no recordaba bien la dicha tendera.



Colgados como racimos, a buen seguro serán señal de gozo para no pocos que ansían la llegada de fechas cofradieras...


P.d.: el último Auto de Fe tuvo lugar en Sevilla en 1780, siendo María Dolores López, acusada de trato con el diablo, sometida a tratamiento de sambenito, coroza, garrote vil y hoguera.

27 marzo, 2014

Navegando.-

 Que aquesta ciudad fue Puerto de Indias es cosa sabida y común; que de ella partieron naos, galeras y galeones surcando mares y océanos, también; que a esta tierra nuestra arribaron tras duras singladuras pilotos, marinos y grumetes trayendo consigo riquezas incontables tras penalidades espantosas es algo que cualquier vecino avezado en Historia sabrá sin que seamos nosotros los que añadamos mucho más.


Poco recuerdo queda, salvo Archivo que llaman de Indias, de aquel glorioso y sufrido pasado, aunque no es menos cierto que esta mañana, como si de restos de un naufragio se tratara, hallamos curiosos aparejos para navegar salidos de Dios sabe qué navío.


Pocos rumbos marcará o pocos nudos establecerán estos elementos, pero si por arte de nigromancia lográsemos hacerlos hablar nos narrarían, a buen seguro, todo tipo de andanzas y peripecias...

NOTA: ha querido la Providencia que este sea el pliego que hace número cien desde que comenzamos a publicarlos. Gracias a los que nos han leído, a los que nos leen, y a los que nos leerán. 

28 enero, 2013

Al por menor.-

Créanme quienes siguen aquestos pliegos que si ya en anteriores peripecias sufrimos feroces terrores, como cuando descubrimos escaleras que subían y bajaban por sí solas o cuando dimos cuenta de cómo es agora necesario hablarle a paredes para franquear puertas, en aquesta ocasión, por tratarse de aventura digna de ser narrada por célebre Manco de Lepanto, autor del Ingenioso Hidalgo, comprenderán que nuestros pavores hayan alcanzado cotas inimaginables. Mas vayamos por partes.

 Conocimos no ha mucho competente maestro relojero en la collación de Santa Catalina, que frente a su templo parroquial (que dicho sea de paso, prosigue infelizmenete clausurado), asentaba sus reales y ejercía su noble oficio entre péndulos, manecillas y ruedas dentadas. Exigua tiendecilla, acceder a ella suponía escuchar una perpetua melodía de tic-tacs que agradaba no poco a parroquianos.

 Desapareció relojería sin saber motivos, y bien que lo lamentamos cuando no ha mucho acudimos a ella y encontramos en su lugar extraño cubículo vivamente iluminado y repleto de curiosos anaqueles o estanterías tras cuyos cristales, protegidos de manos codiciosas, exponíanse no pocos alimentos y bebidas.


Apenas entrados en tal sitio, apreciamos total ausencia de tendero o mozo que atendiera clientela, sin que existiera mesa o banco en que poner mercancías y menos aún puerta a almacén o cosa similar. Si todo ello nos resultó cuanto menos sorprendente, más aún fue, rayano en paroxismo, escuchar como  una voz, femenina sin duda y no exenta de aterciopelado eco, nos daba bienvenida a aquel lugar; y vive Dios que intentamos sin éxito trabar conversación con dicha fémina, que sin embargo sólo repetía, incesante, misma frase y tono, ignorando de dónde procedía.

 Resignados a nuestra suerte, procuramos adquirir algunos de los bocados que aparecían dibujados con vivos colores en las antedichas repisas, incluyendo extraños panes y no menos curiosas tortas que nos dicen proceder de Italia y se prodigan muchos en estas calendas, hasta que finalmente colegimos que era menester introducir algunos maravedís en dichos artilugios y aguardar a que brotasen, como por ensalmo, de ciertos orificios practicados en ellas.

Añadir leyenda
Quede para otra ocasión relatar otro tipo de curiosísimos aparejos y enseres que también exponíanse, pues por apariencia y aspecto no dudamos que han de procurarse para ocasiones ciertamente de alcoba, mas como dicen gentes de farándula, mejor hagamos "mutis por el foro" en este tenor, que no es aqueste lugar para disquisiciones sobre tales aperos.

22 mayo, 2012

Al final de la escalera.-

Pavorosa y diabólica aventura hubimos de padecer no hace pocas fechas, desfallecemos incluso al recordarla; necesitando adquirir ciertos artículos, aconsejados por buen amigo, resolvimos concurrir a enorme comercio, mas no indicaremos nada sobre su inglesa denominación por mor de evitar funesta publicidad. Franquear sus puertas constituyó enorme confusión, tanto por ser de transparente vidrio como por abrirse “motu propio”, sin que necesario fuere empujarlas, bastó acercarnos a ellas para que, como movidas por invisibles resortes, se nos dejara libre paso al interior.

Ello supuso pasmo y admiración, pues no alcanzamos a colegir qué fuerzas prodigiosas movían tales batientes, ni que oculto portero era quien daba órdenes de cerrar o separar dichos portones. Ingentes cantidades de individuos accedían o salían del dicho comercio, los más ayunos de bolsas, que parecía acudían más por gozar de grata temperatura en su interior que por avituallarse de artículos allí expuestos.

Mas no seremos nosotros quienes alabemos o denigremos tal comercio, sino que yendo a meollo del asunto, habremos de decir, sin menoscabo de nuestra hombría, probada en mil lances, cien sucesos y peripecias a docenas, que en pocas ocasiones habremos sentido mayor y aterradora conmoción cuando hubimos de tomar cierta escalinata que a la sazón resultó causa de nuestro más colosal sobresalto.



No bien tomamos pie en ella, carecimos de oportunidad de adelantar zancada para de esta manera seguir elevándonos, sino que aquellos malignos peldaños, ligeros y raudos, cobraron vida propia y determinaron subir por sí mismos, sin que a nuestra vista distinguiéramos aparejo, engranaje o mecanismo que accionara tales, ni esforzados mozos que girasen manivelas, antes bien, todo era silencioso transitar hacia piso de arriba. Asidos fuertemente a pasamanos (que movíase también por sí solo), estuvimos a punto de caer finalmente, perdimos equilibro y compostura, cuando al rematar la escalera los peldaños eran devorados uno a uno, temiéndonos ser igualmente pasto de tan maligna maquinaria.


Concluyó ascensión sin más resultado que corazón acelerado, formidable sofoco y firme resolución de denunciar tales escalinatas a Santo Oficio, pues no vemos en ellas sino obra del Maligno, amén de decidir descender por cristiana y normal escalera, que no estaba nuestro ánimo para probar de nuevo tamaño engendro.

29 enero, 2012

Sierpes.-

Llamada en tiempos del Rey Santo “calle de los espaderos”, proviene para unos su nombre de venero antiguo del río, que antaño surcaba, serpenteando, estos sitios; para otros, de feroz reptil que en su tiempo habitó en subterráneos y que resultó capturado y muerto tras no pocas víctimas entre infantes; para unos alude a cierto caballero apellidado así, para otros refiérese a Cruz de Cerrajería (aún en pie en otro sitio) que hubo en su mitad y que posee a esta bestia como frecuente adorno; por último, no falta quien cree a pies juntillas que todo se debe a que en cierto comercio figuró durante años quijada de serpiente, y que de ahí tomara nombre.  





Hubo en ella Cárcel Real, Conventos como los de San Acacio o la Pasión, Jardines Botánicos como el del ilustre Nicolás Monardes (allá donde cultiváronse por vez primera tomates venidos de Indias), conviviendo a la par con mesones, tabernas y lupanares.





Con el tiempo fue lugar de imprentas, cafés, mentideros, tertulias, tratantes de ganado e individuos del más variado pelaje, llegándose a decir que era calle sin noche por su animación permanente; sin dejar en tintero que llegando fechas semanasanteras pasa por ser lugar envidado para contemplar procesionales desfiles.





Incluso conté entre mis amistades, siglos ha, a cierto sujeto a quien recuerdo ahora que transito por esta calle. Jorobado o giboso, mal encarado, mascullando medias frases entreveradas de mal francés y peor castellano, pese a su gesto huraño y hosco, logré trabar cierta amistad con él. Respondía al nombre de Pierre Papin y regentaba negocio de naipes, no como tahúr o fullero, sino como fabricante y vendedor de barajas, porque lograba sustento y hasta ciertos beneficios en ello.  




Era su tienda ágora de chismes y patrañas, y por ella pasaba lo más granado del oficio ventajista o apostador, mas nunca lográramos colegir si se limitaba a proporcionar útiles para jugar a coimeros, gariteros o vivandores o si en su oficio iba trucar naipes para rentoy, dobladilla, cinquillo, veinte y una, tresillo o pechigonga; el caso es que gozó de predicamento item más quedó inmortalizado por cierto escritor, herido y manco en Lepanto, que para más inri dio con sus huesos (no una, sino dos veces) en la Cárcel Real, no lejos de la tienducha de Papin.



Poco ha cambiado aquesta vía, a fe mía, salvo en tiendas más acordes a tiempos corrientes, en edificios modernos y en solería acomodada, sin embargo, y aunque perviven establecimientos señeros, poco queda de pasados esplendores de no ser por foráneos y extranjeros, aunque, a fuer de ser sinceros, nótase aún en ella latir de ciudad.



18 diciembre, 2011

Sin Norte.

Erróneamente, elucubramos era trasunto de la Fiesta del Obispillo, que celebrábase en calendas de diciembre cada año, por la conmemoración de San Nicolás. Consistía en nombrar con tal rango a mozo de coro catedralicio (dispuesto a mofa y burla), pues durante una jornada completa gozaba de mismo poder que el Prelado, ataviado con sus insignias episcopales y acompañado de sus simulados fámulos, deanes, racioneros y canónigos, usurpando todos a dignidades de la sede catedralicia y procurando hacer su santa voluntad durante aquel día. Y lo que principió ceremonia burlesca concluyó, con el paso de los años, carnavalada,  origen de no pocos desmanes, cuando no excusa manifiesta para desórdenes e infortunios.


Conjeturábamos, por ende, si el tal Obispillo de San Nicolás hubiérase trocado en comediante barbado con notoria barriga, fruto a todas luces de copiosa pitanza, y vestido con colores escarlatas y albos. Parece disfrutar agora del favor de muchos infantes, quienes emplean su tiempo en componerle misivas en que imploran dádivas en fiestas de Pascuas, cuando no malgastándolo, antedicho tiempo, aguardando acceder a su simulada presencia.



De su predicamento en estos tiempos hay buena muestra en las calles hispalenses, pues no hemos hallado comercio, negocio o lonja en que no esté presente consabida y oronda figura del mofletudo personaje cuyo nombre dejaremos en olvido.  

Todo lo cual inquiétanos en grado sumo pues, según nos señalan finalmente, trátase de individuo venido de tierras del Norte, molestándonos en demasía que sin tener privilegio real goce del uso de carruaje y que, en efeto, ostente patente para comercio de juguetes sin haber pasado examen en su gremio. 
Todos estos augurios nos hacen barruntar contienda cierta entre el tal alias de San Nicolás y Sus Regios rivales de Oriente, de cuyas vanguardias atisbánse ya algunos elementos.


Incluso en balaustradas y ventanales no faltan banderolas o gallardetes de un partido u otro.


En cualquier caso, cercanos como estamos a fechas de regocijo cierto por el Nacimiento de Nuestro Señor, haremos caso omiso de tales pendencias, que no seremos nosotros quienes aconseje sobre tales o cuales navideños benefactores, bien vengan del Norte, bien del Oriente.


Lo que sin duda aprovecharemos es para desear a todos cuantos la presente lean unas Felices Pascuas, agradecerles magnanimidad con que nos consta leen aquestos humildes pliegos y, a modo de comedido y respetuoso obsequio, dejar por escrito sonoras rimas de cierto Cancionero que llaman de Upsala:

Dadme albricias, hijos d'Eva
di, ¿de qué dártelas han?
Qu'es nascido el nuevo Adán
O Hi de Dios, y qué nueva.
Dádmelas y habed plazer
Pues esta noche es nasçido,
El Mesías prometido
Dios y Hombre de Mujer.
Y su nascer nos relieva
del pecado y de su afán,
Pues nasçió el nuevo Adán
O Hi de Dios y qué nueva.

Relieve del Nacimiento (Juan de Oviedo, Iglesia Colegial del Salvador)

26 octubre, 2011

R. I. P.



Honrar a difuntos es cosa comúnmente reconocida por la Santa Madre Iglesia, y en honor a ellos, llegando Todos los Santos, tienen lugar misas, Novenas de Animas, y visitas a cementerios.



Como quiera que no había camposanto en mis tiempos, vemos regocijados, en lo que cabe, sereno y agraciado el sitio donde hogaño depositar los muertos, que ello va en no poco beneficio de higiene y salubridad. Y es cosa triste ver rostros compungidos de deudos y familiares acudiendo en fechas de Todos los Santos a visitar panteones y orar ante sepulcros y lápidas.




Cuando pensábamos, a ciencia cierta, que fiestas y regocijos habíanse clausurado en esta ciudad, no menos hasta Pascuas, hemos colegido, con desazón cierta, que al igual que copiánse modos y vestimentas de tierras allende el océano, item más ocurre con cierta festividad que prepárase para estos días finales de octubre, agora que el rigor del otoño aduéñase de tardes y noches hispalenses.


Apesadumbrados, por no decir acongojados, hemos inquirido a fieles amigos y nos han dado razón y explicación de extraño festejo, tanto, que nuestro pobre intelecto no ha conseguido, a día de hoy, hallar sentido a él y a quienes, con ansia renovada, se aprestan a celebrarlo.


Si mal no entendimos lo que se nos relataba, vístese el mocerío en general algarada con ropajes espantosos y extraños, asemejándose a monstruos o criaturas del Averno, ataviándose al modo de hechiceras o brujos, ornándose con máscaras pavorosas y con todo ello acudiendo a festejos diversos, cometiendo tropelías a diestro y siniestro o visitando hogares de gente de bien que para evitar espanto y pánico otorgan a tan espeluznantes visitantes golosinas o pequeños manjares, sin que veamos en ello sentido alguno más que en el conseguir diarreas y cólicos que el barbero o cirujano deba sanar con emplastes o cocimientos, máxime cuando entendemos han de comer tanta calabaza de inusitado aspecto.


Sin embargo, tan extraña costumbre parece haber arraigado, pues abundan quienes deciden disfrazarse de modo y manera que en mis tiempos más de uno habría terminado acosado por el Santo Oficio, salpicado de aguas menores o, en peor caso, perseguido a estacazos, que era antaño cosa sabida que nada fastidiaba más a engendros merodeadores que ser violentados contra su ser natural. 



Por nuestra parte, (aunque por nuestro perfil e indumentaria bien podríamos pasar por uno de tales mozos calaveras),  acudiremos a orar por nuestros antepasados, familiares y amigos a las parroquias u osarios donde suponemos reposan sus restos, encenderemos candelas por ellos y elevaremos plegarias al Creador para que estos días de francachela fachosa y juerga grotesca dejen en franquía a mejores jornadas para nuestra ciudad, no sin antes adquirir crisantemos junto a la Venera y catar docena y media de “huesos de santo” que en cierto obrador de confites por donde estuvo la Cruz de la Cerrajería aderezan con diabólica dulzura y que a buen seguro, nos aseguran,  nos harán olvidar tanta carnavalada y mentecatez…