26 diciembre, 2022

Conspirando.

Es una calle como otra cualquiera, enclavada en el epicentro del barrio, con el trajín diario de gente que acude a la Plaza o Mercado de la Feria, no lejos de la Cruz Verde, lugar de callejeo para ver procesiones o saborear las tapas de la cercana Bodega Mateo o de la recordada Hermanos Núñez, pero pocos saben que en una de sus casas hubo reuniones y conciliábulos secretos para organizar una revuelta armada que anhelaba dar por finalizada la tiránica dominación francesa, de ahí que la calle lleve el nombre de uno de los cabecillas de la conspiración. Pero como siempre, vayamos por partes. 

La antigua calle de los Bancaleros, que alcanza desde la Plaza de Monte Sión hasta la parroquia de Omnium Sanctorum, recibía este nombre por estar establecido en ella el gremio del mismo nombre, dedicado a la realización de tapetes o fundas de tela con las que se cubrían los bancos para adornarlos. Durante siglos, dada su cercanía con la Feria, albergó tabernas y bodegas, algunas cerradas tras la sublevación popular de 1652, sin olvidar que durante mucho tiempo figuró en ella una barreduela conocida como la Piedra o Peña horadada, actualmente absorbida por el número 44 de la calle y que quizá sea el origen de un jardín creado por los propios vecinos y que al parecer peligra por haber concedido permiso el ayuntamiento para la construcción de viviendas en él. 

Lo cierto es que en esa calle Bancaleros, allá por 1810, poseía una casa una tal María Morales, quien al caer la noche, acogía las sigilosas reuniones del llamado Santo Congreso Hispalense. ¿De qué o de quiénes se trataba? Hartos de la presencia francesa, que en ese mismo año ya había ejecutado a varios por atentar contra su autoridad, un grupo de sevillanos, encabezados por el escribano, nacido en la calle Águilas, José González Cuadrado, se había propuesto lograr un levantamiento popular que acabase con la presencia gala en Sevilla, estableciendo para ello contacto con la ciudad de Cádiz, aún libre del yugo francés, y con diversas partidas de guerrilleros y guarniciones leales que vagaban por diversas comarcas cercanas a fin de conseguirlo. Los conjurados, que eran bastantes, casi un centenar, procedían de todos los sectores sociales, captados muchos de ellos por Bernardo Palacios Malaver, tirador de oro por más señas que vivía en la calle Palmas, actual de Jesús del Gran Poder.

Nuestro protagonista, que al parecer ya se había señalado en los sucesos de que siguieron al 2 de mayo de 1808, dedicaba tiempo a recorrer audazmente los pueblos limítrofes, o incluso gaditanos u onubenses, disfrazado como recobero, tomando nota de movimientos de tropas enemigas, llevando información a otros correligionarios, pasando consignas, en definitiva, actuando como un auténtico agente secreto de la época. 

Entre viaje y viaje, el plan, aunque con algunos flecos, iba tomando forma. El Santo Congreso Hispalense tenía previsto que cuando las tropas leales se aproximasen a las cercanías de Sevilla, a las doce de la noche aparecería una luz en el segundo cuerpo de la Giralda, acompañada del toque de "al arma" de las campanas de todas la parroquias, llamando al motín popular con el que contaban alcanzar la victoria sobre las tropas nepoleónicas  acantonadas en Sevilla. Para ello, además, contaban con que personal de la Maestranza de Artillería les entregaría armas, municiones y pertrechos tras la reunión que mantuvieron González Cuadrado y Palacios Malaver con Antonio Amaya y Moreno, empleado de dicha Maestranza, en una taberna de la calle Palmas.

A principios de diciembre de 1810 quedó fijado el día de la sublevación, aunque éste sufrió algunos retrasos debido a que algunos de los conjurados, como Joaquín de Tójar, Antonio Muñoz de Ribera, entre otros, aconsejaron contactar con el general Ballestero, que se acercaría hasta las cercanías de Sevilla para intercambiar cartas y documentos en clave a fin de que se manifestase sobre las posibilidades de la insurrección popular y el apoyo militar exterior. 

A la hora de entregar los documentos, los conjurados salieron de la ciudad por parejas para no levantar sospechas, a fin de reunirse en una venta situada en Castilleja de la Cuesta. El plan parecía sencillo, de no ser por la extraña amistad que Palacios mantenía con otro personaje crucial en esta historia: José Avendaño, apodado "Pantalones". Delincuente habitual, indultado por los franceses y persona poco recomendable por sus malos hábitos, era encubierto confidente del jefe de policía afrancesado Miguel Ladrón de Guevara, y fue quien, tras una indiscreción de Palacios, alertó a las autoridades galas de la existencia de una posible conspiración, de modo que a renglón seguido, comenzó un sigiloso seguimiento de los presuntos conspiradores para finalmente instalarse un cuidadoso dispositivo policial que logró detener, en las cercanías de Castilleja, a González Cuadrado y Palacios Malaver, que se hacía acompañar de su esposa, Ana Gutiérrez; fue a ella  a quien le intervinieron documentos cifrados alusivos a la conjuración.

Como curiosidad, en uno de los mensajes se hablaba de "braceros (jornaleros) de Utrera, Carmona y Écija, para segar, trillar y coger mieses, a último del año 1810", o lo que es lo mismo, el texto aludía a la predisposición de guerrilleros de aquellas localidades para acudir a Sevilla en la fecha dispuesta para la sublevación en diciembre de aquel funesto año. El uso de términos agrarios era seña de identidad en las comunicaciones cifradas de aquel grupo, ya que al propio González Cuadrado se le denominaba "Mayoral" dentro del esquema de la organización secreta.

Llevados a prisión, tanto uno como otro rehusaron valientemente delatar a sus colegas durante los intensos interrogatorios, aunque José de Velilla sostiene que Palacios pudo haber culpado a González Cuadrado siguiendo los insistentes ruego de su mujer. De poco sirvió, pues ambos fueron finalmente condenados a la pena capital; sin embargo, en un último intento, el presidente del tribunal alentó a ambos a declarar los nombres de los cómplices de la conspiración a cambio de un indulto del mariscal Soult de manos del Emperador. Cuando el abogado defensor Pablo Pérez Seoanes propuso tal acuerdo a González Cuadrado, éste (según las crónicas de la época) declaró solemnemente:

"No, señor. Que muera González y vivan tantos buenos, que otro día podrán servir a la Patria con más fruto. ¿Quién me asegura de que los franceses que han engañado al rey, y no respetan los tratados que hacen con las naciones, han de cumplir la palabra que dan a un particular? Me horroriza la idea sola de que tantos otros conciudadanos míos puedan sufrir igual suerte por mi causa. González no quiere más vida que morir por su patria."

 El 9 de enero de 1811, a las dos de la tarde, la Plaza de San Francisco fue testigo del ajusticiamiento a garrote vil de ambos conspiradores, siendo fueron sepultados en sus parroquias de San Ildefonso (allí aún se conserva una lápida de mármol en su memoria) y Omnium Sanctorum, entre muestras de dolor e ira contenida de los allí congregados, aunque, la verdad sea dicha, que más de un centenar de implicados en la rebelión pudo suspirar tranquilo al saberse a salvo...

Durante la Guerra de Independencia, pese al fracaso de la conjuración, el Sacro Congreso Hispalense prosiguió con sus actividades encubiertas, con actos de sabotaje y propaganda o con, por ejemplo, el cuidado de los padres de González Cuadrado, en la indigencia tras su muerte. El precio pagado por esas actividades fue alto, ya que además de Palacios y González fueron ejecutados otros de sus miembros, incluso sacerdotes como Juan de la Cuesta o Santiago Albertos. 


Por fin, los franceses salieron definitivamente de Sevilla en el verano de 1812, y un año después, el 19 de agosto de 1813 llegaba el momento de saldar cuentas pendientes: moría en la horca el comisario Miguel Ladrón, siendo colocada su cabeza en un gancho en el camino de Castilleja, en el mismo lugar en el que fueron capturados González Cuadrado y Palacios Malaver, cuyos restos mortales se trasladaron al Patio de los Naranjos de la Catedral para honrar su memoria; incluso en 1893 el escultor José González Jiménez realizó un boceto para un monumento que se habría de colocar en la Plaza de San Francisco, contando con el apoyo del consistorio hispalense, monumento que finalmente no llegó a ver la luz, aunque esa, esa ya es otra historia... 

Ahora que 2022 está próximo a finalizar, aprovechamos para desear un feliz y próspero 2023 a todos los seguidores de este humilde Blog. Mil gracias por estar ahí.

19 diciembre, 2022

La Bruja del Postigo.

No hace mucho tiempo, en estas mismas páginas, mencionábamos algunos aspectos sobre la importancia capital que tuvo el espacio dedicado a la Aduana, pieza clave en todo el entramado comercial que enviaba o recibía mercancías a través del Atlántico hacia las Indias. En esta ocasión, nos centraremos en una calle muy, muy cercana, que tuvo nombres curiosos y hasta su propia "Bruja"; pero como siempre, vayamos por partes.

La actual calle Tomás de Ibarra, que arranca junto a Almirantazgo y concluye en Adolfo Rodríguez Jurado, muy cerca de la Delegación de Hacienda, recibió varios apelativos a lo largo de su historia. Según Álvarez Benavides, su nombre primitivo fue el de Victoria, debido a su proximidad con el lugar en el que se verificó, según la tradición, el acto de entrega de las llaves de la ciudad a manos de San Fernando por parte del Cadí Axataf en noviembre de 1248. Según el mismo autor, también se la conoció, y no es moco de pavo el nombre, por la calle de los Cuernos; no hay que ser mal pensados, en este caso por la abundancia de artesanos que se dedicabas a la realización de vasijas o vasos para contener aceite, vinagre u otras sustancias, empleando para ello astas de toro, quizá procedentes, por qué no pensarlo, del cercano coso taurino de la Maestranza. 

Sin embargo, durante buena parte de su historia, la calle se llamó del Aceite, por la existencia en ella de no pocos almacenes dedicados a este producto; no hay que olvidar que a pocos metros se halla el Postigo del Aceite, de modo que todo quedaba "en casa", por así decirlo. Sin embargo, en 1868 se modificará de nuevo el nombre de la calle, que pasará a ser el de Aduana, aunque finalmente en 1918 quedará con su denominación actual en honor al político, diputado y senador sevillano hijo del primer conde de Ibarra Tomás de Ibarra González (1847-1916). Ibarra, que llegará a contraer matrimonio hasta en tres ocasiones, se caracterizará por su gran mecenazgo económico en la restauración de varias de las puertas de la Catedral, como la de los Palos o las Campanillas o por pagar de su propio bolsillo la restauración del derribado cimborrio catedralicio en 1881, sin olvidar que ostentó el cargo de Hermano Mayor del Silencio durante diecinueve años, en una etapa de recuperación del esplendor patrimonial y corporativo de la conocida como "Madre y Maestra". 

Detalle interesante, hay que resaltar que toda la hilera de edificios de la acera más próxima al río se fue adosando al lienzo de muralla que arrancaba desde el mencionado Postigo del Aceite en dirección al desaparecido Postigo del Carbón, en  la calle Santander; de hecho, al fondo de algunos edificios pueden apreciarse restos de esas murallas, como parte de sus muros, como el que es visible en el solar del número 14.

Además, una de las casas forma parte de la trasera del cercano Hospital de la Caridad, como lo atestigua un azulejo del siglo XVIII en el que se menciona que es "Postigo de la Santa Caridad para tiempos de arriada", o lo que es lo mismo, un acceso algo más elevado que facilitaba no sólo la evacuación cuando el Guadalquivir anegaba sus orillas con gran peligro para todo el Arenal, sino, por poner un ejemplo, el apresurado traslado de ancianos y enfermos de la Santa Caridad con motivo del pavoroso incendio del 7 de mayo de 1792 ocasionado en la Aduana y que a punto estuvo de arrasar toda la calle durante los cinco días que duró. 

Dentro del caserío de la calle sobre salen los edificios de dos o tres plantas, muchos del XIX y algunos de mérito, como el correspondiente al número 16 de la calle, ideado por el conocido arquitecto Aníbal González y que albergó durante años el Bar el Barril, muy frecuentado por los universitarios de mediados del siglo XX. En la prensa local de finales del XIX y comienzos del XX se registra también la presencia de varias oficinas consignatarias de buques, algo comprensible habida cuenta la cercanía con el puerto.


Por otra parte, las crónicas del XIX aún relataban las peripecias de una famosa anciana que tuvo vivienda en la calle de la Aduana: la llamada "Bruja del Postigo" o Tía Isidora. Impune durante meses, las autoridades francesas, dueñas y señoras de la Sevilla de 1812, intentaron capturarla por sus crímenes y tropelías pero, como por arte de magia, desaparecía de su modesta casucha y luego reaparecía triunfante y burlesca por San Juan de la Palma, por Santa Catalina o por el Muro de los Navarros, lugares más apartados donde disponía de la cobertura de gente fiel y afín a sus intereses sin que la justicia pudiera echarle el guante.

Además, para acrecentar el halo de misterio que la rodeaba, se decía que formaba parte de una temida y secreta sociedad delictiva: La Garduña, que operó en Sevilla y toda España durante décadas, una especie de sindicato del crimen a la española en la que, como ya narramos en otro momento, existía toda una estructura piramidal en la que existían rangos y niveles, una enigmática jerga propia (bien conocida por los cervantinos Rinconete y Cortadillo), multitud de nombres en clave y peculiares apelativos como los "punteadores", los "floreadores" o "fuelles", para nombrar a matones, rateros o soplones, sin olvidar a las "sirenas", a quienes la feroz Tía Isidora capitaneaba con férrea mano en su labor como galanas prostitutas y recabadoras de información a un tiempo. Derribada su casa de la calle Aduana, huida finalmente de la ciudad, su rastro se pierde en Granada, donde algunos sostienen que fue capturada y ejecutada por su extenso curriculum delictivo. 

Por último, pecaríamos de olvidadizos si no aludiéramos que en esta calle vivió durante años el popular Francisco Palacios "El Pali", el gran Trovador de Sevilla, autor y cantante de sevillanas inolvidables y fuente inagotable de anécdotas en torno a su persona; pero esa, esa ya es otra historia...

Post Data: aprovechamos para desear a todos unas Felices Pascuas y que el Niño que nos va a nacer colme de bendiciones todos los lectores y oyentes de este humilde Blog. 







12 diciembre, 2022

Rescate.


Todo comenzó en 1690, en la tienda de un mercader, causó inquietud y sorpresa a partes iguales entre las gentes de la época, y pudo resolverse a posteriori gracias a una increíble, casi milagrosa, casualidad; pero como siempre, vayamos por partes. 

La actual calle Clavellinas, que es prolongación de la de Pedro Miguel, formó parte, junto con la de Inocentes, del sitio llamado Caño de los Locos, quizá debido a la presencia en aquel lugar de cañerías o desagües pertenecientes al conocido Hospital de los Inocentes, lugar del que ya hablamos en otra ocasión al ser el famoso Loco Amaro uno de sus más destacados "huéspedes".

Estrecha y de poca longitud, Clavellinas no habría tenido cabida en este nuestro humilde espacio de no ser por un extraño episodio acaecido a finales del siglo XVII y que resumiremos con la ayuda de Manuel Álvarez Benavides, quien recogió lo acontecido allá por 1874.

Corría el invierno de 1696. Todo empezó de manera fortuita, por las sospechas de una vecina de la calle hacia otra, llamada María Palomo. De conducta intachable en principio, esta anciana vivía de manera austera y sobria compartiendo vivienda con la antes aludida vecina. La convivencia entre ambas era de lo más correcta, pero sin mayor trato que el cotidiano. Cierta tarde de aquel frío invierno, la segunda mujer quedó aturdida por extraños los sonidos que procedían de la habitación de la primera; creyendo escuchar los maullidos de un gato o los ladridos de animal, lo cierto es que al fin comprendió que se trataba, ni más ni menos, que de quejidos y lamentos humanos, lo cual la inquietó grandemente. Pasaron varias jornadas, y prosiguieron los sollozos y gemidos, y con ellos, la preocupación de aquella vecina.

Preocupada por la suerte de aquella persona oculta, fuese quien fuese y decidida a desentrañar el misterio, acudió sin más demora al párroco de San Juan de la Palma y éste a su vez, conocidos los hechos, a Jerónimo Ortiz de Sandoval, caballero veinticuatro por más señas, acordando de mutuo acuerdo realizar una vista de inspección a la vivienda de María Palomo en la calle Clavellinas, haciéndose acompañar de escribano, alguaciles y dos testigos. En un principio, fue únicamente el sacerdote quien accedió a la habitación en compañía de su ocupante, muy solícita en principio aunque inquieta a medida que se sucedían las preguntas y requerimientos, dando fe de su absoluta soledad e inocencia. Sin embargo, cuando el párroco le ordenó abrir un segundo cuarto mostró enorme resistencia a ello, incluso con violencia, por lo que fue apresada por los alguaciles sin demora.

El caballero Veinticuatro y el párroco quedaron estupefactos al encontrar en la oscura estancia a una niña de unos diez años, mal vestida, sucia, desnutrida y llena de hematomas que, en un lenguaje rudimentario, negó ser familiar de María Palomo y afirmó desconocer cómo había llegado allí y quienes eran sus verdaderos padres. Puesta bajo la custodia del mencionado caballero en su casa-palacio, la muchacha fue aseada y acomodada, aunque seguía sin dar detalles sobre su pasado, presentando defectos a la hora de expresarse y sin noción alguna sobre creencias o doctrina cristiana, parecía como si hubiera vivido aislada del mundo durante años...

Confesó haberse alimentado durante su prolongado cautiverio con lo que la anciana le proporcionaba, verduras y alguna sopa, de ahí que rehusara comer "nuevos" alimentos para ella cuando se le ofrecían, como la carne, el pan blanco o los guisos calientes.

Mientras, María Palomo fue encarcelada como sospechosa de secuestro e interrogada sobre el origen de aquella niña, alegando únicamente en su defensa que la había hallado fortuitamente en la calle y negándose a declarar sobre el origen de las heridas y hematomas que presentaba la joven. Todo indicaba que se trataba de un secuestro, pero los magistrados carecían de más evidencias que sirvieran para identificar a aquella extraña niña.

La noticia había corrido como la pólvora por toda la ciudad. Si el hallazgo fue sorprendente, sin embargo, mayor fue el hecho de que a los pocos días de producirse compareció ante las autoridades un desesperado mercader con tienda en la calle Culebras (actual Villegas, al inicio de la Cuesta del Rosario) quien declaró ante el juez que aquella niña era su hija, sustraída hacía seis años del mostrador de la propia tienda y cuya prolongada y agónica búsqueda había sido infructuosa en todo este largo tiempo pese a los anuncios, pregones y pesquisas realizadas.

Como prueba, la atormentada madre de la niña testificó que como señal poseía un gran lunar en el hombro derecho, lo que a la postre, hechas las comprobaciones pertinentes, resultó ser cierto, para regocijo de aquella familia que veía el final a la tortura provocada por la desaparición de su hija. La justicia dictaminó, por tanto, que la niña podía ser devuelta sus maravillados padres, siendo llevada en carruaje hasta su casa de la calle Culebras en medio de un gran gentío que deseaba verla y que obligó a emplearse a fondo a los oficiales de la judicatura hasta abrirle paso a su domicilio. Como detalle curioso y poco entendible en nuestros días, la niña quedó "expuesta" en el mostrador de la tienda para que la gente la viese durante varios días, tal era la expectación que había levantado el suceso.

¿Qué ocurrió con la malvada María Palomo? acusada por la Fiscalía de los crímenes de secuestro e inhumanidad, con el agravante de intento de homicidio por hambre y extenuación, y una vez que supo que la niña se encontraba de nuevo con su familia, decidió ahorcarse en su celda aprovechando la escasa vigilancia por parte de quienes la custodiaban, siendo sepultada en el cementerio de San Sebastián sin que llegara a saberse el por qué de su horrible proceder. 

La niña, según narran las crónicas de la época, pudo sobreponerse poco a poco de las penurias sufridas durante su prolongado cautiverio, recuperando la salud y el entendimiento, contrayendo matrimonio a los pocos años y llevando una vida normal. 

El Caño de los Locos quedó como mudo escenario de un suceso que impactó tanto a la sociedad sevillana que hasta se publicaron romances impresos, a cargo de Juan Pérez Berlanfa en la calle Siete Revueltas, pero esa, esa ya es otra historia.


05 diciembre, 2022

Sin Pecado Concebida.

 El 8 de diciembre de 1918 pasó a la pequeña historia de Sevilla por ser una fecha dedicada la Inmaculada, como marca la tradición, y además, por la inauguración de un momumento que poco a poco supo hacerse un sitio entre los demás de la ciudad. Pero como siempre, vayamos por partes. 

 Apenas hacía un mes que había finalizado la sangrienta Primera Guerra Mundial. La ciudad de Sevilla vivía en aquellos primeros fríos días de diciembre (17 grados de máxima, 3 de mínima) pendiente del llamado "Crimen de la calle del Coliseo" (actual Alcázares), en una de cuyas tabernas se produjo el asesinato de una mujer a manos de su esposo, quien se dio a la fuga para ser detenido posteriormente, siendo salvado del linchamiento popular por las fuerzas del orden público. Puesto a disposición en sede judicial de la calle San Vicente, alegó en su defensa celos y enajenación mental fruto del alcohol para cometer tal crimen; de igual modo la vida sevillana transcurría, con permiso de la temible gripe, entre mítines políticos, "Rigoletto" en el Teatro Cervantes, huelga de cocheros, conferencias en el Ateneo, actos sociales como el homenaje al historiador José Gestoso (fallecido el año anterior) o partidos de fútbol, como el amistoso disputado entre Sevilla y Betis saldado con un 4-2 a favor del blancos, "Hat-Trick" del sevillista Juan Antonio Armet, más conocido como "Kinké" incluido.  

Anuncio comercial en prensa local. Diciembre de 1918.

Un año más, la ciudad se disponía a celebrar la festividad de la Inmaculada Concepción, vinculada tradicionalmente al Dogma de la Inmaculada proclamado en 1854 por el Papa Pío IX, aunque en nuestra ciudad existía la creencia popular desde mucho antes, siendo abanderada en la defensa de dicho dogma con innumerables ejemplos tanto a nivel individual como de entidades o hermandades que juraron incluso defenderlo hasta la última gota de su sangre si preciso fuera, como es el caso de la de El Silencio. Tampoco podemos olvidar el patronazgo de la Inmaculada sobre el Arma de Infantería, circunstancia promovida tras el llamado "Milagro de Empel" que narramos no hace mucho al relatar la estancia del Conde de Puñonrrostro en Sevilla.

Sin embargo, no es hasta el verano de 1917 cuando a través de una iniciativa privada, promovida por el joven sacerdote José Sebastián y Bandarán y por Ramón Ybarra y González en unión de otros personajes de la vida pública sevillana se solicitaba licencia al Ayuntamiento para instalar un monumento a María Inmaculada. Como ha recogido Mercedes Espiau, ello se hacía "interpretando el sentir de muchos sevillanos, amantes de las tradiciones de ésta nuestra ciudad, y más amantes aún del honor y la gloria que puedan dar a la santísima Virgen en el Misterio de su Concepción Inmaculada".

La idea no cayó en esta ocasión en saco roto, pues aprovechando la reforma urbanística realizada a la Plaza del Triunfo por Juan Talavera se decidió colocar el monumento en la misma, abriéndose una suscripción popular para costearlo, y que alcanzó la cantidad de 102.952,52 pesetas de la época, logradas con los donativos de más de mil setecientas personas que engrosaron una lista que quedó depositada en la primera piedra del monumento colocada en agosto de 1918, y todo ello pese a los informes desfavorables de la Academia de Bellas Artes de Sevilla, presidida por Joaquín Bilbao, que lograron paralizar las obras por un breve espacio de tiempo.

Foto: Reyes de Escalona.

La estructura del monumento debe sus trazas al arquitecto José Espiau y Muñoz, quien le proporcionó un basamento octogonal sobre el que colocó una plataforma del mismo tipo. En la cúspide, sobre cuatro fustes de columnas con capiteles jónicos, se colocó la imagen de María Inmaculada realizada en mármol blanco por el escultor y discípulo de Antonio Susillo Lorenzo Coullant Valera, inspirada en los modelos de Murillo, mientras que en el basamento se añadieron cuatro esculturas representando otros tantos personajes vinculados a la defensa sevillana del Dogma de la Inmaculada en el siglo XVII, a saber: el escultor Juan Martínez Montañés, el sacerdote y teólogo jesuita Juan de Pineda, el propio pintor Bartolomé Esteban Murillo y el poeta Miguel Cid, autor de las populares coplas de 1614: 

Todo el mundo en general 

a voces reina escogida

Diga que sois concebida

sin pecado original. 

 Para recabar datos sobre cómo fue la inauguración de este monumento bastará con recurrir a las fuentes periodísticas de la época, como El Correo de Andalucía, que lanzó una portada al día siguiente con gran alarde tipográfico o El Liberal, que publicó una extensa crónica de lo sucedido en aquella fría mañana del 8 de diciembre de 1918.


Según las crónicas, la mañana comenzó con la celebración de la función litúrgica a la Inmaculada en el interior de la catedral, efectuada con toda la solemnidad habida y por haber y presidida por el Cardenal Enrique Almaraz y Santos. Terminada la celebración litúrgica, a las once de la mañana y bajo un sol radiante, se organizó una procesión que partiendo de la catedral se encaminó hacia el monumento a bendecir, formada por representaciones de todos los estamentos religiosos, comunidades (capuchinos, franciscanos, salesianos, dominicos, escolapios), seminaristas, parroquias, hermandades, destacando la presencia de la de el Silencio y la Sacramental del Sagrario, congregaciones y clero, capellanes reales y canónigos catedralicios,  y de los diferentes colegios profesionales, academias, Real Audiencia, Maestranza de Caballería, delegaciones del gobierno nacional, comandancias militares, diputación provincial y el propio consistorio, las "fuerzas vivas" que solía decirse en esos tiempos. 

Así describía la escena "El Liberal": 

"La Plaza del Triunfo se hallaba totalmente ocupada por el público, así como todas las calles adyacentes. Alrededor de la plaza se había instalado un cordón para que en aquella sólo penetrasen las Comisiones que formaban la procesión y las autoridades.

En lugar próximo al monumento se había colocado una mesa, para firmar el acta de la entrega y varios sillones para las autoridades. El aspecto que presentaba la plaza y sus alrededores era verdaderamente hermoso. Todos los balcones de las casas se hallaban completamente llenos, así como las azoteas de la Lonja, del Alcázar y de la Catedral."

A la solemne bendición del monumento por el Cardenal siguió toda una serie de emocionados discursos por parte de los promotores del monumento, en cuyo nombre habló el diputado en Cortes Rojas Marcos como vicepresidente de la comisión gestora y que fue contestado por el alcalde de la ciudad, tras lo cual se firmó la pertinente acta de entrega por parte de todas las dignas autoridades asistentes, dándose por inaugurado el conjunto en un ambiente de día grande. 

Como curiosidad, la Real Sociedad Colombófila de Andalucía procedió a soltar cuentrocientas dos palomas mensajeras y el Orfeón Sevillano interpretó las famosas coplas inmaculistas de Miguel Cid,  mientras que las bandas militares allí congregadas (Regimientos de Granada y Soria) interpretaron la Marcha Real acompañada del jubiloso repique de primera clase por las campanas de la Giralda. Para recordar tan destacada fecha para la religiosidad sevillana, se repartieron cientos de estampas con la imagen de María Inmaculada, en cuyo reverso podía leerse la siguiente oración:

"Recibid, Madre, esta ofrenda de vuestros hijos los Sevillanos; ayudadnos a cumplir nuestros propósitos, y alcanzadnos la gracia de imitar vuestras virtudes, a fin de que nuestras obras, palabras y pensamientos sean dignos de unos hijos vuestros, y que merezcamos veros y alabaros por toda la eternidad en el Cielo. Amén."

 
A título anecdótico, y como colofón a la jornada, por la tarde se celebró en la Plaza de Toros Monumental un festival taurino con la participación de, por ejemplo, Joselito y Rafael "El Gallo" e Ignacio Sánchez Mejías, a beneficio de la coronación canónica de otra de las grandes devociones de Andalucía: La Virgen del Rocío. Pero esa, esa ya es otra historia.