22 febrero, 2021

Don Fadrique y la Cruz del Campo.

 

Hace ahora prácticamente un año, en fechas cuaresmales también, relatábamos en estas páginas el origen y desarollo de la devoción al Via Crucis en la Europa medieval, con especial mención a Sevilla; advertidos por nuestro habitual y laborioso equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas, nunca suficientemente alabado pr nosotros, se nos indicó que habíamos dejado en el tintero las notas o datos sobre el viaje que supuso la primera página de tal devoción. Pero como siempre, vayamos por partes:

El 24 de noviembre de 1518 cayó en miércoles. A las doce del mediodía la campana de un modesto monasterio jerónimo de Bornos, parecía despedir a un grupo de viajeros, que con hábito de peregrinos, partía desde el castillo de aquella localidad gaditana en dirección al Coronil. Ocho criados, un capellán y un mayordomo, Alonso de Villafranca, acompañan y sirven a su señor. Puede que no lo sepan, pero están iniciando un viaje que les llevará por todo el Mar Mediterráneo hasta Tierra Santa y durante el mismo, el primer Marqués de Tarifa, Fadrique Enríquez de Ribera, tomará apuntes y notas de los lugares, de los monumentos, de las gentes y hasta de los campos para redactar una relación que intentará resumir los más de 14.500 kilómetros recorridos. 

 
Nacido en la entonces calle Real de Sevilla, como afirma el clásico historiador hispalense Joaquín González Moreno, en las casas de su familia, de las que aún se conservan algunos vestigios, pocos, en el actual y siempre recomendable Conjunto Monumental San Luis de los Franceses, Fadrique, Adelantado Mayor de Andalucía y primer Marqués de Tarifa, emprenderá el periplo más importante de su vida a la edad de 42 años y necesitará dos años para terminarlo, siendo costumbre entre quienes podían permitírselo el acudir a Palestina, como narramos en su momento con el músico sevillano Francisco Guerrero en 1588
 
El Año Nuevo 1519 le sorprenderá en las montañas de Montserrat, para luego bordear la costa francesa, alcanzar Italia recorriendo Turín, Milán (encargará allí una impresionante armadura aún conservada por la Diputación Provincial) o Génova (donde se escandalizará de ciertas conductas femeninas: "que van solas y hablan por las calles hasta bien entrada la noche, suben en mulas o en sillas, gastan mucho dinero de los hombres en el vestir y se reúnen en casas para haber plazer") y de ahí a Venecia, para embarcar finalmente hacia Israel en la nao "Coreça" junto con otros 85 peregrinos, desembarcando en Haifa y tras pasar por Jericó o Belén, entrar al fin en Jerusalén, agotado por un largo viaje, un caluroso 4 de agosto de 1519, seis días antes de que, curiosamente, Magallanes zarpase de Sevilla para dar la primera vuelta al mundo. 

Como buen aristócrata, en su reducido séquito hubo espacio para la buena literatura, ya que le acompañó el poeta Juan del Encina, incorporado a la peregrinación en Venecia desde Roma, donde residía, y que narró el periplo de modo lírico en su obra Trivagia o Vía Sagrada a Hierusalem, donde en verso hace primeramente examen de conciencia propio tras vida licenciosa para finalmente redimirse espiritualmente e incluso recibir la ordenación sacerdotal en la mismísima Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, bajo custodia de la Orden Franciscana.

Ataviado con el blanco hábito de caballero de Santiago, Don Fadrique contará los pasos (1.321, al parecer) que diese Cristo en su Pasión desde el Pretorio hasta el Calvario, con entonces siete Estaciones según el diario del propio Adelantado: La Sentencia, Caída en la Calle de la Amargura, el Encuentro con las Santas Mujeres, Crucifixión, Muerte y Sepultura. De todo ello tomará nota, pues una idea bulle en su interior.


Como buen "turista" de su época, y teniendo en cuenta su buena posición social y económica, traerá de regreso diversos regalos para deudos y familiares, tales como medallas, cruces, libros y hasta cien velas, bendecidas especialmente en el propio templo del Santo Sepulcro, por no hablar de comprar propias, como las cerca de treinta alfombras turcas adquiridas en Venecia de vuelta de la peregrinación, la antes aludida armadura milanesa, y, sobre todo, encarga en la Italia renacentista la hechura de los monumentales sepulcros familiares que realizados en mármol y en el mejor estilo clásico todavía pueden contemplarse en la antigua Cartuja de las Cuevas de nuestra ciudad. El regreso se demora aún un poco más, pues Don Fadrique, todavía con ganas de devorar leguas castellanas, decide atravesar España de norte a sur, recorriendo su geografía pero al final, de todo se cansa uno, ya con los indudables deseos de divisar Sevilla tras tan larga ausencia de sus dominios.

Terminada la fructífera peregrinación por los Santos Lugares, el Marqués de Tarifa pondrá en práctica lo ideado, pues establecerá en Sevilla en 1521 el esquema de Via Dolorosa traído de Palestina, en un recorrido que con 977,13 metros de longitud arrancaría en la capilla de su propio palacio y terminará ya en las afueras de Sevilla, señalizando con cruces sobre pedestales la estaciones o marcándolas en los muros de los templos de San Esteban, San Agustín o San Benito. 

 

Prácticamente, el itinerario sacro finalizaba en el llamado Humilladero de la Cruz del Campo, un templete del que ya se tienen noticias en el siglo XIV aunque algunos autores sostienen que el edificio definitivo habría sido construido en 1482 por el Asistente Diego de Merlo (famoso por la leyenda de Susona y el complot judío para reconquistar Sevilla) como afirma una inscripción que se conserva en su interior. La cruz de mármol tallada es atribuida al escultor Juan Bautista Vázquez "El Viejo" y podría datarse en 1571.

Así, todos los viernes de Cuaresma, partiendo del palacio nobiliario, la Casa de Pilatos en la feligresía de San Esteban, se formaba una pequeña comitiva, encabezada por el propio marqués y su capellán mas los criados que le habían acompañado en Jerusalén, aunque al poco se fue añadiendo prácticamente toda su familia, el resto de la servidumbre de la Casa e incluso numerosos devotos y curiosos. Poco podía imaginar el Marqués de Tarifa que aquella modesta práctica religiosa cuaresmal se convertiría en uno de los principales acicates para la constitución de la Semana Santa de Sevilla tal como la conocemos... 

 

15 febrero, 2021

El Santo Cristo de la Caridad.

 Ahora que en pocos días arranca el tiempo de Cuaresma, una Cuaresma especial todo hay que decirlo, nuestro habitual y numerosísimo equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas, al que nunca agradeceremos lo suficiente su gran labor, nos ha propuesto que cada semana vayamos desgranando detalles, aspectos, historias u obras relacionadas bien con estas fechas, bien con la próxima Semana Santa.

Así, en esta primera ocasión nos encaminaremos al barrio del Arenal, y dentro de él, a la Iglesia del Señor San Jorge, donde recibe culto una imagen impactante de Cristo que curiosamente jamás ha salido a las calles en procesión aunque haya una corporación que la venere. Portentosa talla, es propiedad de la Hermandad de la Santa Caridad, de la que ya se tienen noticias en el siglo XV y que tuvo entre sus fines, desde sus principios, el de dar digna sepultura tanto a los ahogados en el cercano río Guadalquivir como a quienes morían ejecutados por la justicia, propocionándoles consuelo espiritual en sus últimos momentos de vida; todo ello sin olvidar tampoco el enterrar cristianamente a los fallecidos por causa de las frecuentes epidemias, de modo que la Santa Caridad era conocida y reconocida en toda Sevilla por la labor de sus hermanos en pro de los desfavorecidos. 


 El año de 1662 será decisivo para la Hermandad. La ciudad se recuperaba lentamente de la feroz epidemia de Peste de 1649 (que había terminado, por ejemplo, con la vida del escultor Martínez Montañés) y poco a poco se reemprendían iniciativas caritativas o artísticas. Una de estas ideas, pendiente de finalización desde 1644, era la propia Iglesia del Señor San Jorge, cuyas obras cobrarán fuerza hasta su terminación con planos de Leonardo de Figueroa merced al poderoso impulso de un nuevo hermano, que ostentando además el rango de Caballero Veinticuatro será recibido como cofrade en ese mencionado 1662 y al poco ostentará el cargo de Hermano Mayor hasta su muerte en 1679: Miguel de Mañara Vicentelo de Leca. 

 Figura clave para comprender la religiosidad y el mecenazgo del XVII en Sevilla, aristócrata y caballero de Calatrava nacido en la collación de San Bartolomé, de familia con orígenes en Córcega, Mañara dará un profundo giro a la Hermandad, pues aparte de continuar con los menesteres ya reseñados, emprenderá una auténtica cruzada para rescatar de las calles a los numerosos y harapientos mendigos de todas las edades que vagaban por ellas, aquellos que en invierno morían de frío o de hambre en verano. A tal fin, obtendrá, mediante concesión de la Corona, una de las naves de las cercanas Atarazanas, a la que se sumarán otras más adelante, convirtiéndola en albergue con fuego y comida para los desfavorecidos, e instalando un hospital para enfermos terminales poco tiempo después. En alguna ocasión, ya dimos detalle de cómo realizaba su encomiable labor.

Todo este ingente esfuerzo asistencial se complementará con la pasión con que diseñó el complejo programa iconográfico del templo, en el que todo parece orientarse hacia un único mensaje: la necesidad de hacer obras de caridad para conseguir la salvación junto con la fe. No es de extrañar, pues, que encargase al pintor Murillo las seis pinturas sobre las Obras de Misericordia, dejando la séptima y última (enterrar a la difuntos) para el imponente retablo mayor realizado por Bernardo Simón de Pineda, con esculturas de Pedro Roldán y la policromía de Valdés Leal, casi nada. 

Sin embargo, ante este enorme despliegue artístico pleno de belleza, pasa desapercibida una hermosa escultura ubicada en el testero derecho de la iglesia y que siempre nos ha llamado la atención por su lejano parecido con el impactante y trianero Cristo de la Expiración, "El Cachorro", aunque, todo hay que decirlo, la imagen de Francisco Antonio Gijón sale de su taller en 1682; nos referimos al Santo Cristo de la Caridad, escultura realizada por Pedro Roldán en torno a 1673-1674. El maestro, que ha estado dejando muestras de su estilo en el retablo mayor de la propia Santa Caridad, se encuentra en ese momento en plena madurez artística, lleno de ideas y proyectos, con su taller de la calle Beatos (actual de Duque Cornejo) funcionando a pleno rendimiento y ayudado esporádicamente por su hija Luisa, casada desde 1671 con el también escultor Luis Antonio de los Arcos. 

Quizá uno de los aspectos más interesantes del encargo por parte de Mañara a Roldán sea que el primero "dictó" al segundo sobre cómo debía realizar la representación de Cristo arrodillado y orante, en sus propias palabras, de este modo: “antes de entrar Cristo en la Pasión hizo oración y a mi me vino el pensamiento de que sería ésta la forma como estaba, y así lo mandé hacer porque así lo discurrí”.

Por tanto, nos encontramos con una figura de Cristo devoto, arrodillado, con las manos entrelazadas en actitud implorante, con la mirada, una mirada de súplica, puesta en el Cielo mientras una gruesa soga, para acrecentar el dramatismo, recorre el cuello y el torso hasta atarse en un grueso nudo en las muñecas; el pelo, especial y cuidadosamente gubiado, cae abundante sobre los hombros. 

 

Un escueto sudario anudado con una cuerda rodea la cintura y muslos, sin olvidar el acentuado patetismo de la imagen, con una encarnadura ensangrentada y presentando con detalle las numerosas heridas recibidas con los azotes en el Pretorio o las sufridas en las rodillas y codos fruto de las caídas en la Calle de la Amargura. La espalda, no visible de manera habitual, muestra del mismo modo el tremendo castigo físico, con incontables laceraciones y hematomas. El dramatismo barroco se adueña de modo genuino de esta escultura, llamada a incitar la devoción y, por qué no, al arrepentimiento que empujaría a la ejecución de obras en pro de "nuestros hermanos los pobres", al decir de Mañara.

Intervenida hace unos años por el restaurador Enrique Gutiérrez Carrasquilla, la imagen del Santo Cristo de la Caridad fue venerada por vez primera en devoto besapiés en 2015 a instancias de la Hermandad de la Caridad, culto que ha seguido celebrándose en los años siguientes hasta el pasado 2020, sin que sepamos aún si en esta Cuaresma de 2021 tendrá lugar este acto piadoso que normalmente finalizaba con el rezo del Via Crucis. 

Apenas unos años después de que Pedro Roldán entregase esta efigie, en 1679, Mañara otorgará su propio testamento, en cuyo encabezamiento aparecerá toda una auténtica declaración de intenciones, redactada casi como si contemplase a su Santo Cristo de la Caridad: 

“Yo elijo por mi especial abogada a la misericordia y entrañable caridad de Dios mi Señor: ella me cubra, ella me defienda, ella me ampare delante de su tremendo juicio. Padre mío, padre mío, padre mío, acuérdate de que tienes misericordia; y espero firmísimamente por los méritos de mi Señor Jesucristo, sacrificio nuestro, que en algún tiempo he de ver tu paternal rostro, y con ésta esperanza vivo y muero”.


08 febrero, 2021

El Príncipe Fingido (Punto ¿Y final?)

 Habíamos dejado la pasada semana a nuestro presunto Príncipe de Módena alojado en la Cárcel Real mientras se sucedían los interrogatorios y los intentos de fuga, que todo hay que decirlo, no hacían sino acrecentar los dimes y diretes sobre la situación de nuestro protagonista. 

 Para colmo de males, durante la noche del 11 de marzo de aquel año de 1749 se detuvo a un cuidadano francés que fue llevado a la cárcel de la Santa Hermandad, ya que se sospechaba o tenían indicios que había estado intentando trabar amistad o confianza con el personal que trabajaba en el restaurante desde el que se le servía la comida al ilustre preso, al parecer con la intención de conseguir acceso a los platos antes de ser servidos en la cárcel y así envenenar su contenido. De ser esto cierto, poco más se pudo averiguar, o al menos no ha llegado hasta nosotros si los propósitos del galo eran asesinar al príncipe y, de ser así, si actuaba por cuenta propia o en nombre de terceros. 

El Viernes de Dolores, 28 de marzo por más señas, a las nueve de la mañana, los curiosos que se arremolinaban a las puertas de la Cárcel Real comprobaron la llegada de una calesa y poco después que nuestro presunto impostor era subido a ella, vestido con casaca militar encarnada y grilletes atados, dicen con cordón de seda. A su lado, de nuevo, se situó el capitán de guardia Antonio Suazo, quien con una escolta de 25 soldados de infantería y otros tantos a caballo cumplía órdenes de vigilar muy de cerca el traslado del preso, sin que faltase en otro carruaje el pertinente escribano de gobierno para que diese fe de lo que acontecía. Al mismo tiempo, fue liberado parte del "séquito" del Príncipe. 

Despertando la lógica expectación a esas horas, la comitiva partió de la Plaza de San Francisco hacia la calle Génova (actual Avenida de la Constitución) para alcanzar la Puerta de Jerez, donde se retiró el contingente de infantería, mientras que el escribano se retiraba también al llegar a la alcantarilla de la llamada venta de Ambrosío. Ya el día 30 se intentó registrar la entrada del prisionero en el gaditano Castillo de Santa Catalina, pero al no quererlo admitir allí su Gobernador, fue llevado a la Cárcel Real y en ella quedó alojado en el mejor de sus aposentos. Dicha prisión se encontraba por aquel entonces en la Plaza de San Juan de Dios de Cádiz y era un conglomerado de viviendas en cuyos bajos se hallaban las celdas.

El 10 de mayo, auxiliado al andar porque parece que no se tenía en pie y encadenado con otros ochenta y nueve presos, fue embarcado en una gabarra con destino al presidio de Ceuta, pero por problemas desconocidos el navío tardó en zarpar, aprovechando la alta sociedad gaditana para visitar al supuesto príncipe y agasajarlo, de modo que llegó a recibir exquisitas viandas, compuestas de hasta dieciocho platos, con carnes y frutas exquisitas, al decir de las crónicas, ¡Se ve que no pasó hambre en su cautiverio provisional!, además dormía en el camarote principal en tanto que el resto, lo hacía en la incómoda cubierta. 

Finalmente, se ordenó la partida del barco. Durante la travesía, nuestro personaje sorprendió a todos por sus conocimientos de náutica y matemáticas y por entretener a la tripulación con composiciones tocadas en un organillo, incluso llegó a comunicarse en su idioma con marinos ingleses que se cruzaron en un navío con el que le llevaba a Ceuta. 

Finalmente, el 16 de mayo se produjo la arribada a Ceuta, siendo llevado al convento de San Francisco, alojado en una celda que le tenían preparada y atendido con todo lujo, mientras recibía de nuevo las visitas de los oficiales y jefes de la guarnición así como gran concurso de gentes, incluso se le permitió conservar parte de su servidumbre. Aparentemente, ahí habría terminado el periplo del presunto aristócrata, con un prolongado cautivero ordenado por la corona como impostor...


 Han pasado dos años apenas cuando de nuevo por los corrillos de Sevilla vuelve a sonar con insistencia el nombre del Príncipe de Módena o de Gales, y no precisamente en relación a su prolongada ausencia, sino todo lo contrario. En el caluroso agosto de 1751, alguaciles de la justicia al mando del Segundo Teniente del Asistente, Don Juan Salanco, se encaminaban a Triana de madrugada con órdenes de prender, por enésima vez, al protagonista de nuestra historia. ¿Cómo había terminado al otro lado del Guadalquivir?

 Ni que decir tiene, que todo arranca con un nuevo intento de fuga, esta vez con éxito, logrado con la ayuda de la dotación de un barco con bandera de Suecia, según cuenta Joaquín Guichot en su Historia de Sevilla. Llegado a costas ceutíes, el navío habría atracado para desembarcar mercancías, barriles y demás elementos, momento en el cual, el príncipe, disfrazado de marinero, logró abandonar la prisión y embarcarse, probablemente con la ayuda de algún miembro de la tripulación. El barco se hizo a la vela y desembarcó a su "polizón" en Gibraltar, desde donde partió hacia Faro en Portugal, localidad en la que parmaneció oculto unos meses. Se ve que los aires lusos no eran de su agrado, porque el 12 de agosto se supo que estaba ya alojado en la casa de un zapatero de Ayamonte y que al poco había viajado a Sevilla, ocultándose en el domicilio, trianero como hemos dicho, de Francisco Muñoz, mantequero por más señas.

De ahí fue sacado por los alguaciles el 24 de agosto y llevado a la bien conocida Cárcel Real, escoltado de cerca por un piquete armado con bayoneta calada, siendo despojado de sus lujosas ropas y "en pechos de camisa" colocado en un lóbrego calabozo con dos grilletes. Inquirido por su nombre, alegó llamarse "Príncipe fingido" y así se registró en el libro correspondiente. Para no alargar en demasía la narración, baste decir que tras declarar ante el Oidor de la Real Audiencia fue encadenado y sacado de la Cárcel Real a las dos de la mañana del 2 de septiembre. Una Real Orden, con la firma además del Marqués de la Ensenada, lo condenaba a la pena de diez años, a cumplir en el presidio de Vélez la Gomera, situado en el Peñón del mismo nombre, en la costa africana entre Ceuta y Melilla; además, se prescribía que no gozase de privilegio alguno y se le mantuviese incomunicado. 

Peñón de Vélez la Gomera. Ceuta.

La estancia en aquel inhóspito lugar sabemos que se prolongó por más tiempo del esperado, durante los que Carlos de Roma (así confesó llamarse una vez allí) se dedicó a intentar el perdón del Cabildo de la Catedral de Sevilla y solicitar una renta con la que, decía, pretendía fundar una orden de caballería destinada a conquistar los Santos Lugares. Finalmente, en 1778, fue decretada su puesta en libertad y también su destierro perpetuo, de modo que es en ese año cuando le perderemos la pista. 

La figura del Príncipe de Módena, de quien nos despedimos, forma parte de una larga lista de impostores, desde el supuesto Ricardo de York en el siglo XVI hasta el falso Cardenal Luis de Borbón en el XIX, pasando por Catalina de Erauso, la famosa "Monja alférez", o la famosa Princesa Caraboo en la inglaterra decimonónica, cuya vida fue llevada al cine incluso. Todos ellos hicieron gala de una extraordinaria capacidad para aparentar lo que no eran, y, lo que es mejor (o peor), para hacerlo creer...

01 febrero, 2021

El Príncipe Fingido (II)

 

En nuestra anterior entrega, dejábamos al supuesto Príncipe de Módena encarcelado en un calabozo situado sobre la Puerta de Triana, tras la Real Orden de su Majestad ejecutada por el Asistente de Sevilla. Tras varios días en la celda, cosa que no debió de gustar en absoluto a "Su Alteza", la noche del martes 5 de noviembre manifestó a sus custodios que se encontraba indispuesto, aprestándose a marchar a su cama sin tomar alimento con la mayor premura; quizá por ello, la guardia aflojó la vigilancia del astuto reo, quien raudo y veloz, en un inesperado descuido, aprovechó para intercambiar sus ropajes con los del mozo que le había traído la cena, y espadín en mano corrió velozmente hasta franquear las puertas sin que nadie le interceptase o se diera cuenta de la evasión. En la celda, tras la fuga, se realizó un minucioso registro, dando como resultado el hallazgo de una cuerda trenzada con sábanas de la cama, lo que a las claras demostró de un modo u otro una evidente intención de escapar.

Una vez en la calle, el fugado, con paso firme y decidido, encaminóse hacia el cercano Convento de San Pablo, donde logró fácilmente acogerse a sagrado con la aquiescencia del Padre Prior, agradecido sin duda por las limosnas entregadas semanas antes; éste, incluso le proporcionó alojamiento y comida en una celda frailuna. Sin embargo, a la mañana siguiente, el propio Prior pasó recado al Asistente, Don Ginés de Hermosa y Espejo, informándole de que en su convento hallábase el consabido Príncipe de Módena bajo la jurisdicción de la orden de los dominicos. Una comisión de autoridades municipales encabezada por el propio Asistente y auxilidada por el Juez Eclesiástico Don Fernando de Albear, conmminó a abandonar su celda al prófugo de la justicia, pero ambos únicamente lograron recibir violentas amenazas y ademanes gesticulantes del presunto impostor, pues en todo momento reivindicó a gritos su derecho de asilo en el convento hasta tanto no se aclarase desde Madrid la "lamentable confusión" en torno a su identidad verdadera.

 
Vista la escasa predisposición del "príncipe", y para evitar males mayores, se acordó ponerle guardia de ocho soldados y un cabo en la misma puerta de la celda, guarnición que fue aumentada a la jornada siguiente con la idea de bloquear por completo cualquier nuevo intento de fuga, cerrándose todos los accesos posibles a claustros, sacristía y otras dependencias conventuales. Para desesperación de las autoridades y divertirmento de los sevillanos, haciendo uso de un ventanuco de la celda que daba a la calle del Dormitorio de San Pablo (actual calle Bailén), el "ingresado" se dedicó a asomarse por él y lanzar puñados de monedas a los mendigos que se acercaban, mientras no poco público acudía a contemplarlo durante todo el día como si fuera un espectáculo (y en verdad debía serlo). La algarabía infantil le aclamaba como príncipe, dividiéndose (cosa rara) las opiniones sobre la identidad y nobleza del sujeto y estándose a la espera de noticias sobre el caso. 

Finalmente, el 10 de diciembre, al alba, el Asistente recibió órdenes tanto del Rey como del Nuncio de Su Santidad que le revestían de autoridad suficiente para poder sacar de San Pablo al "refugiado"; para ello, al abrigo de la noche y aprovechando el momento de la cena, fue capturado por sorpresa y maniatado llevado sin oponer resistencia a la Cárcel Real, encerrándosele en un calabozo con grilletes en los tobillos y gruesa cadena. Registradas sus pertenencias, se le hallaron dos pistolas, pólvora y balas, así como una cuerda realizada con manteles (se ve que estaba siempre presto a la fuga). 

Fachada de la Cárcel Real. 1714.

 Al día siguiente, se le tomó declaración en la Sala de Vistas, en un interrogatorio que se prolongó hasta bien entrada la tarde; durante el mismo, el joven insistió en declararse inocente e hijo legítimo y primogénito de Hércules de Este, duque de Módena, afirmando que había embarcado en Francia con destino a la Martinica para luego regresar a tierras europeas, atracando en la localidad portuguesa de Faro y desde allí, por Ayamonte, llegar a Sevilla con la idea de pasar a la Corte y visitar toda la nación. 

La declaración por escrito fue enviada con un mensajero a Madrid y, mientras, se ordenó relajar en parte las condiciones del cautiverio, disponiéndose que tuviera su propio servicio de "catering" de manos de "Casa Batista", uno de los mejores (y más caros) fogones a la italiana que existían por entonces en Sevilla. Pasaban los días y no se producía confesión alguna, de manera que se acordó suspender las comidas lujosas, pasar al pan, queso y vino no sin cierto debate entre las autoridades sobre a quien correspondía abonar las comidas; se le mantuvo bajo vigilancia aunque "se le manifestó que no era por su honor, sino por su seguridad"

Los interrogatorios se sucedieron a lo largo del mes de enero del nuevo año de 1749, incluso con amenazas de tortura, ruidos de cadenas o cierta violencia, todo ello con la intención de aterrarlo y sacarle algún tipo de confesión, pero ésta no se produjo. Para colmo, el 27 de enero el capitán de guardia Antonio Suazo descubrió toda una trama oculta para otra nueva fuga del preso; gracias al aviso de uno de los soldados, a quien un compañero de armas le había pedido prestada su casaca, pudo saberse de la intención de ataviar con ella al presunto príncipe y de este modo disfrazado franquear los muros de la Cárcel Real. Tras minuciosas pesquisas, se comprobó además que los grilletes estaban limados en gran parte, por lo que, tras detener al soldado traidor y alojarlo en un calabozo separado, se determinó redoblar la guardia y atrancar por dentro la puerta de la celda, durmiendo el capitán a los pies de la cama del preso y a un lado un ayudante, con numerosas medidas de seguridad que incluían la revisión de la celda cada dos horas. 

Como podemos ver, toda precaución era poca para evitar la huida de tan "egregia" persona, de modo que por el momento la dejaremos a buen recaudo aguardando impaciente noticias sobre su futuro.

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