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11 septiembre, 2023

Por San Vicente.

En esta ocasión nos vamos a perder por los vericuetos próximos a la parroquia de San Vicente, en concreto por una calle poco conocida pero con curiosa historia, donde hubo residencia de caritativa joven y que ahora posee nombre de juriconsulto y erudito; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

Entre las calles Jesús de la Vera Cruz y Abad Gordillo, no lejos de donde estuvo el "Palacio Apostólico" de la secta del Palmar de Troya y la plaza del Museo, se encuentra la calle Ricardo de Checa, llamada así desde 1930 en honor al catedrático de Derecho y vicerrector de la Hispalense Ricardo Checa y Sánchez, nacido en Sevilla en diciembre de 1857 y fallecido en 1927. Muy conocido en los ambientes académicos de la ciudad, tesorero del Colegio de Abogados, miembro de la Asociación Sevillana de Caridad, de la Real Academia de Buenas Letras y del Ateneo y experto en derecho mercantil, sin olvidar su relación con los fundadores de la Hermandad de los Estudiantes, ejerció la abogacía como defensor en casos muy conocidos en aquellos tiempos, como el del asesinato y robo a Emilio Benítez, que habría tenido lugar en las cercanía de  Castilleja de la Cuesta el 25 de julio de 1912. A título familiar, su abuelo fue José de Checa y Gijón, coronel de infantería y caballero veinticuatro de Sevilla, vocal de la Junta Suprema contra la dominación napoleónica allá por 1808.

Lo más curioso de esta vía, corta, estrecha, que conserva todavía típicas casas del siglo XIX con dos plantas, cancela y patio interior y que sirve a muchos para cortar camino en fechas semanasanteras es que durante muchos años antes, al menos desde el siglo XVIII, fue llamada Calle de la Dama y que Álvarez Benavides plasmó en sus libros una sabrosa anécdota sobre el origen de tal nombre que no nos resistimos a relatar.

Vivía en dicha calle una joven de gran belleza y corazón, preocupada constantemente por los desvalidos y que era conocida en la feligresía como la Dama de los Pobres, debido a su compromiso caritativo. Nadie que acudía a su puerta salía sin la correspondiente limosna, e incluso la joven colaboraba, dicen, con la propia parroquia de San Vicente atendiendo a personas sin recursos. A los veintiún años contrajo matrimonio con un rico potentado llamado Mateo, que aunque muy poderoso en fortuna no lo era tanto en cultura o saberes. Al poco tiempo de la boda, Mateo comunicó a su amada esposa que había de ausentarse durante unos meses a la corte madrileña por atender sus múltiples negocios y, ni corto ni perezoso, pero sí algo celoso, encargó a una vecina de la calle, con quien mantenía amistad, que semanalmente le escribiese a la capital del reino contándole puntualmente las actividades, idas y venidas y visitas de su esposa durante su ausencia.

La vecina, encantada con la tarea, todo hay que decirlo, creía además poseer dotes de erudición y de escritora de altos vuelos, de modo y manera que, en vez de escribir a Mateo narrando escuetamente que la apacible vida de su mujer a falta de su marido consistía en levantarse al amanecer, pasear, bañarse, dormir la siesta o contemplar las estrellas desde la azotea de su casa, envió elaboradas y artificiosas misivas por correo, indicando con todo lujo de detalles que, por ejemplo:

“Tres horas después almuerza y da un paseo por el jardincito, participando del gratísimo aliento de Eolo. A las dos de la tarde se entrega en brazos de Neptuno, mecida por el cual permanece como media hora. Morfeo se encarga después de transportarla al sueño más tranquilo, dulce y encantador. Generalmente pasa la hora de nueve a diez de la noche contemplando a Júpiter en la azotea.”

La llegada de tales nuevas a Madrid hizo montar en cólera a un indignado Mateo que maldijo durante horas a esos tales Eolo, Neptuno, Morfeo o Júpiter que cortejaban con tanto descaro y sin pudor a su amada esposa; encolerizado y viéndose deshonrado en tan gran modo (como vemos sabía poco de mitología, vientos, aguas, sueños o planetas) tomó una trágica determinación: la de dar fin a su miserable vida lanzándose a las frías aguas del Manzanares, donde a buen seguro habría fallecido desengañado una mañana gris, ahogado de no haber sido salvado in extremis por un avezado nadador que pasaba casualmente por allí. Aún chorreando sus ropas, e igual o más iracundo, decidió empaquetar sus pertenencias por vía de urgencia y partir sin demora hacia Sevilla, con el signo de la venganza entre ceja y ceja, planeando siniestramente balazos, estocadas y puñetazos que dispensar a todos aquellos malandrines de nombres tan extraños que osaban acercarse a su morada con tan perversas intenciones.

La calle de la Dama en el plano de Olavide. 1771.

Durante el viaje de regreso, Mateo, ensimismado en negros pensamientos, siguió rumiando como sería el ansiado ajuste de cuentas, regodeándose en él, pero una vez en Sevilla, y aclarado el contenido de las cartas ante una compungida vecina que no tenía idea de lo fatal que había sido su pretendida erudición postal, finalmente hubo de asumir ante su mujer que todo aquel funesto embrollo era fruto de su ignorancia e incultura, y que la fidelidad de Dama de los Pobres estaba, por supuesto, fuera de toda duda; mas, fue tanta la difusión de la historia de aquel marido celoso e ignorante que finalmente la calle recibió el nombre de la Dama y así se quedó hasta, como decíamos, el año de 1930.

Anécdota verdadera o divertida invención popular para explicar el nombre de una calle, nada se sabe sobre si el celoso Mateo finalmente decidió mejorar su bagaje cultural o si la vecina cotilla optó por dedicarse a otro tipo de escritura menos "mitológica".

Por cierto, en la ciudad de Ávila existe aún otra calle de la Dama, donde un 28 de marzo de 1515 nacía Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, o lo que es lo mismo, Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia; pero esa, esa ya es otra historia.