25 septiembre, 2023

El hábito no hace al monje.

Que la Iglesia de los Terceros, en la calle Sol, fue sede de hermandades como la del Amor o las Cigarreras o que ahora cuida de ella la de la Sagrada Cena es cosa bastante sabida, pero lo que no muchos recuerdan es que formó parte de un antiguo convento franciscano y que uno de sus monjes fue ejecutado en Sevilla en el año 1817 y, además, por muy graves delitos; pero como siempre, vayamos por partes.

Antonio de Lagama y Cosano (o de Legama  o La Grama según algunos textos) habría nacido en 1782 en la localidad de Aguilar de la Frontera, provincia de Córdoba, y en su juventud se habría trasladado a Sevilla para ingresar como novicio en el convento de la Orden Tercera Franciscana, cuya iglesia, titulada de Nuestra Señora de Consolación, es popularmente conocida como la de los Terceros, al igual que la conocida y cercana plaza del mismo nombre en el barrio de Santa Catalina. 

Siendo hermano lego con el nombre de Fray Ignacio, nadie pudo nunca reprobarle malas conductas o comportamientos, antes bien, sus superiores comenzaron a atisbar en él cualidades para ser en el futuro toda una lumbrera de la religión y un bondadoso monje. La ejemplar formación de Antonio proseguía con grandes avances y toda la comunidad franciscana se hacía voces de la fe y devoción con la que asistía a los oficios religiosos y el cariño con que atendía a los menesterosos. Sin embargo, la invasión napoleónica dio al traste con todo: en 1810 el rey José I Bonaparte ordenó la incautación de conventos y monasterios y la expulsión de sus componentes, de modo y manera que los frailes terceros tuvieron que abandonar su sede, fundada en 1602, quedando la comunidad diseminada y cada fraile en destinos de lo más variado. 

Hombre nada apocado, Fray Ignacio volvió a ser Antonio de Lagama y decidió probar fortuna en otro lugar y pronto se asentó en su patria chica de Aguilar, en casa de su madre, donde consiguió ocupación como maestro de primeras letras, logrando en poco tiempo la consideración y el aprecio de los vecinos por su paciencia y carácter pacífico. Allí encontró, en principio, su lugar en el mundo y el modo de ganarse honradamente la vida.

Pasaron los meses. En 1814, Fernando VII, ocupando ya el trono español tras la expulsión de las tropas francesas, decretó la devolución de los bienes incautados por los galos a las órdenes religiosas, por lo que el bueno de Antonio de Lagama, hecho ya a las lecciones de gramática y a una apacible existencia, fue requerido por sus frailes terceros de la calle Sol. Los autores Carlos Olavarrieta y José Antonio Rodríguez, descubrieron un curioso documento firmado por la madre de Fray Antonio, Inés Cosano, implorando al superior franciscano que se le permitiera quedar en su compañía por quedar desamparada, escribiendo el prior al obispado hispalense en estos términos: 

"Fray Ignacio ayuda a sostener a su madre, y aunque por esta razón sería justo concederle que permaneciese en su compañía, me inclino a creer que sería más conveniente que se reúna con su comunidad, porque su conducta y distracciones que tiene en aquel pueblo lo exigen de este modo".

Por tanto, en la primavera de 1815, al menos eso narra Chaves Rey, Antonio acató las órdenes de sus superiores, desempolvó su viejo hábito, se revistió con él, se despidió de su madre y  vecinos y a lomos de una mula emprendió el camino hacia Sevilla no de muy buen grado, todo hay que decirlo, pues este regreso a la vida monástica suponía para él abandonar una vida desahogada y libre. 

No quedó ahí la cosa. A mitad de camino entre la Luisiana y Écija el destino hizo que topase con una de tantas partidas de bandoleros que menudeaban en la región; de malas maneras, fue forzado a descender de su modesta montura y registrado por manos expertas, los crueles bandidos pronto comprobaron que carecía de nada de valor, lo que no le eximió de la correspondiente paliza que le dejó maltrecho y malherido. 

Sin embargo, pese a las magulladuras y la consiguiente humillación, Antonio de Legama experimentó algo en su interior, una especie de cortocircuito mental (¿O quizá algo parecido al famoso "Síndrome de Estocolmo", que hace que el secuestrado termine simpatizando con su secuestrador?), que le hizo de improviso solicitar a los bandoleros el formar parte de su partida, sin saber que, al "echarse al monte" estaba pidiendo ingresar en los llamados Siete Niños de Écija, como ha narrado Felipe del Pino en un interesante artículo.

José Ulloa, "Tragabuches" o "Gitano", torero y bandolero, era el cabecilla del fiero y pintoresco grupo, acompañado de hombres y nombres que en aquellos años aterrorizaban a habitantes de cortijos y aldeas, viajeros y transeúntes de unos caminos inseguros y llenos de peligro. Con él, habrían colaborado, en diferentes etapas, sujetos como Juan Palomo, Luis de Vargas, "Ojitos", Antonio Fuentes "Minos", "Escalera" o "El Cojo", al que hubo que sumar, no sin ciertas reticencias iniciales un nuevo apodo: el de "El Fraile". El traje corto, el calañés y la chaquetilla o marsellés sustituyeron al hábito pardo, el breviario se convirtió en trabuco y la mula en brioso corcel. Por cierto, nunca fueron siete ni eran de Écija, pero las habladurías hicieron de las suyas y la leyenda puso el resto. 

Atracos, robos, palizas, violaciones, contrabando, asesinatos, todos los delitos habidos y por haber formaron parte del sangriento curriculum de esta cuadrilla, como los sucesos acaecidos en la aldea de Zapata en 1817 o en los baños de Horcajo, donde fue muerto todo aquel que opuso resistencia; retratada e incluso admirada por los viajeros románticos que veían en ella un salvaje instinto por la libertad, las autoridades no cejaron en su empeño de capturar a aquella banda de malhechores enviando escuadras de escopeteros o de "migueletes" para capturar a sus integrantes, pero lo agreste del terreno y la gran capacidad de escapar y ocultarse de la que hacían gala impedían que fuesen arrestados. "El Fraile", por su parte, haciendo oídos sordos a su antigua condición religiosa, consiguió poco a poco hacerse respetar en el grupo, ganarse un sitio e incluso conseguir la admiración de algunos camaradas por su valentía, falta de escrúpulos y escaso miedo a represalias. 

Francisco de Goya: Asalto al coche. 1786.

Sin embargo, la trayectoria delictiva de Antonio de Lagama quedó cercenada en 1817, cuando fue capturado por los escopeteros de caballería en la llamada Huerta de la Alameda, en el término municipal de Aguilar de la Frontera, propiedad de un potentado cordobés que atendía al nombre de Antonio Jordán. Su compañero Pablo Aroca, "Ojitos" tuvo mayor fortuna y puso pies en polvorosa, eludiendo a la justicia. 

Pese a que los vecinos de Aguilar protestaron por la entrada en prisión de su paisano, la Audiencia de Sevilla, que ya había condenado y ejecutado a dos de sus camaradas el 18 de agosto de ese año, lo reclamó para juzgarle y condenarle a muerte. De nada sirvieron las súplicas de los padres Terceros de la calle Sol, pues el 27 de septiembre de 1817 "El Fraile" se vio las caras, es un decir, con el verdugo Andrés Cabezas sobre el patíbulo levantado al efecto en la Plaza de San Francisco, para que éste diera fin a su vida según decía la sentencia: 

"Mandamos que el Fray Antonio de Lagama en consideración de su cualidad y a la súplica del Juez Oficial y Vicario general sufra la pena de muerte en garrote, que se entreguen a los escopeteros de la villa de Aguilar que aprehendieron a Fray Antonio de Lagama los mil ducados ofrecidos".

Por cierto, el profesor Aguilar Piñal cita que el cronista Félix González de León escribió sobre la ejecución del bandolero que comentamos en estos términos:

"Se dio muerte de garrote a Fray Antonio de la Goma, por ladrón y ser de la cuadrilla de los Niños de Écija. Era lego profeso de los Terceros de Sevilla y por más que hizo la Comunidad no pudo libertarle ni hacerle entierro, aunque lo pretendió. Aunque en la sentencia no se expresaba, fue descuartizado".

A título de curiosidad, en la famosa serie televisiva sobre el bandolero "Curro Jiménez", como algún lector ya habrá recordado, aparece el personaje de "El Fraile", interpretado por el actor madrileño Paco Algora, quizá como "homenaje" al fraile que hemos venido comentando, pero esa, esa ya es otra historia.



18 septiembre, 2023

Cinco tenedores.

En la Sevilla de Rinconete y Cortadillo, la de nobles y mendigos, la del Río y la calle de la Feria, la de la belleza y los malos olores, había sitio, qué duda cabe, también para llenar el estómago, lugares para saciar el hambre y para… otras cosas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Dentro del abigarrado ambiente de la Sevilla de los siglos XVI y XVII no existían, evidentemente, los actuales conceptos de restaurante o bar, entendidos como lugares donde almorzar, cenar, o simplemente tapear con una carta por delante y los correspondientes vinos, licores o derivados de la malta y la cebada (cerveza, para entendernos).

A la hora de comer, quien podía, como ha afirmado con especial gracejo nuestro profesor Francisco Núñez Roldán, lo hacía en su propia casa con una dieta variada, basada en potajes, caldos, gazpacho, verduras, algo de pescado y carne (sobre todo carnero, gallina y cerdo) en días de fiesta aquellos que se lo pudieran permitir, como ya comentamos en su momento cuando le tocó el turno a la cocina de conventos y monasterios.

Pese a todo, existían los despachos de vino, tabernas, en los que se servían mostos, aguardientes o vinos traídos sobre todo de la zona del Aljarafe, de la Sierra, Jerez o del Condado de Huelva, ya que la cerveza, antes aludida tenía nula implantación en aquellos años, nada que ver con nuestros días. Estas tabernas vendían vinos para llevar a casa según tarifas y precios establecidos, aunque no faltase, inevitablemente todo un repertorio de trucos y engaños para timar a incautos compradores, como por ejemplo el aguar el vino, algo que las autoridades locales intentaban evitar a toda costa dentro de sus limitaciones.

Diego Velázquez: El Almuerzo. 1617.

A manera de casas de comida, dejando a un lado a vendedores ambulantes, pero distintas a posadas o mesones por algunos "extras", existían las llamadas Casas de Gula, en clara alusión al pecado capital relacionado con la glotonería; llegó a haber bastantes, sobre todo en el centro histórico de la ciudad y en zonas como la actual calle Álvarez Quintero, entonces llamada Mercaderes, donde hasta comienzos del siglo XX subsistió una establecimiento de este estilo llamado “El Patio de Caifás”, derribado en torno a 1911. 

Con el pan como primer elemento, guisos, empanadas, chacinas, huevos, chicharrones, quesos, vinos y… eran las especialidades en el menú de estas casas de gula, que además, de ser lugares ruidosos, sucios y llenos de humo, poseían sitio, y mucho, para la diversión, la música, el juego con dados o naipes y el sexo, al disponer de cuartos o estancias con camas que podían ser usadas previo pago del correspondiente “donativo”, de ahí que surgiesen las habituales voces críticas por dichas actividades “non sanctas”.

Del mismo modo, banquetes y festines terminaban casi siempre en riñas y pendencias, con vajillas rotas y mesas y banquetas por el suelo, y eso que los dueños de estas casas solían ser gente avezada en estos asuntos por haber sido antes soldados en los Tercios, bravucones o pícaros, aunque las trifulcas eran fuente de molestias para vecinos y parroquianos, por lo que el cabildo de la ciudad decidió poner orden en ellos, como recogió Chaves Rey en uno de sus textos.

Los caballeros Jurados del Municipio, garantes del orden y de la limpieza de la ciudad, además de evitar fraudes y excesos, promovieron en 1629 un edicto municipal, firmado por el entonces Asistente Diego Hurtado de Mendoza, conde de la Corzana, en el que se establecía una serie de normas a fin de meter en cintura a estos establecimientos culinarios, prohibiéndose el acceso a ellos a “mujeres que ganasen por sus personas”, ni solteras ni casadas con maridos ausentes bajo pena de 600 maravedíes, que no se vendiese allí pescado fresco, aves ni caza con pena de dos años de destierro y que no se permitiesen juegos de naipes, con horario de cierre a las ocho en invierno y a las nueve en verano con multa de 400 maravedíes.

Foto: Reyes de Escalona.

Por cierto, sobre el Asistente Diego Hurtado de Mendoza, primer conde de la Corzana decir que propuso al valido del rey Felipe IV, el conde duque de Olivares, la construcción de un puente de piedra que uniese Sevilla y Triana, llegó a ofrecer una recompensa de 20,000 ducados de oro a quien descubriese y denunciase espías de naciones enemigas de España, ya que, como comentamos en otra ocasión, se creía que estos agentes extranjeros se estaban dedicando a esparcir la Peste por los territorios de la península, e incluso se atrevió a dar normas sobre las túnicas de los nazarenos.


 Sobra decir que en aquella “Roma triunfante en ánimo y grandeza” que fue la Sevilla del Siglo de Oro, la implantación aquellas severas normas apenas tuvo efecto en las casas de gula de calles como Tintores (actual Joaquín Guichot, donde continúa la actividad hostelera), Pajería (ahora, calle Zaragoza, junto al Compás de la Laguna o Molviedro, epicentro de la prostitución hispalense) o la Alhóndiga (no lejos de El Tremendo, ya se sabe), y que, como relataba Chaves Rey, no faltó algún dueño de este tipo de casas como uno llamado Román Vizcaíno (apellido muy tabernero, no hay duda) quien con aires de fanfarrón se vanagloriaba y jactaba ante todo aquel que quisiera escucharle, de hacer oídos sordos a tales ordenanzas y bandos alegando estar a salvo de toda sanción o castigo.

Con lo que no contaba Román era que una de esas noches en las que la animación y jolgorio en su local eran tan ruidosos como abundantes, ya fuera del horario de cierre, todo hay que decirlo, el mismísimo Asistente con sus alguaciles a la zaga llamó a sus puertas con furia y con la indudable intención de constatar las irregularidades y desacatos y dar oportuno castigo. Maese Vizcaíno, siempre zalamero con los poderosos y lisonjero con las autoridades, le salió al paso con sus mejores excusas y palabras, intentando quitar hierro al asunto y subsanar el entuerto, más he aquí que Don Diego el Asistente contempló asombrado y boquiabierto cómo dos de los clientes que más disfrutaban de manjares, vinos y excelente compañía femenina eran, ni más ni menos, que ¡Dos de los caballeros Jurados que más le habían insistido en proponer normas para las casas de gula!.

Ignoramos cómo terminó la tragicómica escena, digna de comedia de Lope de Rueda o Mateo Alemán, y si el bueno de Román Vizcaíno sufrió alguna represalia, pero lo cierto es que al año siguiente, 1630, los dos mismos Jurados firmaban un escrito en el que solicitaban con vehemencia al Asistente el cierre de todas las casas de gula por los excesos que en ellas se cometían, pero esa, esa ya es otra historia.

11 septiembre, 2023

Por San Vicente.

En esta ocasión nos vamos a perder por los vericuetos próximos a la parroquia de San Vicente, en concreto por una calle poco conocida pero con curiosa historia, donde hubo residencia de caritativa joven y que ahora posee nombre de juriconsulto y erudito; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

Entre las calles Jesús de la Vera Cruz y Abad Gordillo, no lejos de donde estuvo el "Palacio Apostólico" de la secta del Palmar de Troya y la plaza del Museo, se encuentra la calle Ricardo de Checa, llamada así desde 1930 en honor al catedrático de Derecho y vicerrector de la Hispalense Ricardo Checa y Sánchez, nacido en Sevilla en diciembre de 1857 y fallecido en 1927. Muy conocido en los ambientes académicos de la ciudad, tesorero del Colegio de Abogados, miembro de la Asociación Sevillana de Caridad, de la Real Academia de Buenas Letras y del Ateneo y experto en derecho mercantil, sin olvidar su relación con los fundadores de la Hermandad de los Estudiantes, ejerció la abogacía como defensor en casos muy conocidos en aquellos tiempos, como el del asesinato y robo a Emilio Benítez, que habría tenido lugar en las cercanía de  Castilleja de la Cuesta el 25 de julio de 1912. A título familiar, su abuelo fue José de Checa y Gijón, coronel de infantería y caballero veinticuatro de Sevilla, vocal de la Junta Suprema contra la dominación napoleónica allá por 1808.

Lo más curioso de esta vía, corta, estrecha, que conserva todavía típicas casas del siglo XIX con dos plantas, cancela y patio interior y que sirve a muchos para cortar camino en fechas semanasanteras es que durante muchos años antes, al menos desde el siglo XVIII, fue llamada Calle de la Dama y que Álvarez Benavides plasmó en sus libros una sabrosa anécdota sobre el origen de tal nombre que no nos resistimos a relatar.

Vivía en dicha calle una joven de gran belleza y corazón, preocupada constantemente por los desvalidos y que era conocida en la feligresía como la Dama de los Pobres, debido a su compromiso caritativo. Nadie que acudía a su puerta salía sin la correspondiente limosna, e incluso la joven colaboraba, dicen, con la propia parroquia de San Vicente atendiendo a personas sin recursos. A los veintiún años contrajo matrimonio con un rico potentado llamado Mateo, que aunque muy poderoso en fortuna no lo era tanto en cultura o saberes. Al poco tiempo de la boda, Mateo comunicó a su amada esposa que había de ausentarse durante unos meses a la corte madrileña por atender sus múltiples negocios y, ni corto ni perezoso, pero sí algo celoso, encargó a una vecina de la calle, con quien mantenía amistad, que semanalmente le escribiese a la capital del reino contándole puntualmente las actividades, idas y venidas y visitas de su esposa durante su ausencia.

La vecina, encantada con la tarea, todo hay que decirlo, creía además poseer dotes de erudición y de escritora de altos vuelos, de modo y manera que, en vez de escribir a Mateo narrando escuetamente que la apacible vida de su mujer a falta de su marido consistía en levantarse al amanecer, pasear, bañarse, dormir la siesta o contemplar las estrellas desde la azotea de su casa, envió elaboradas y artificiosas misivas por correo, indicando con todo lujo de detalles que, por ejemplo:

“Tres horas después almuerza y da un paseo por el jardincito, participando del gratísimo aliento de Eolo. A las dos de la tarde se entrega en brazos de Neptuno, mecida por el cual permanece como media hora. Morfeo se encarga después de transportarla al sueño más tranquilo, dulce y encantador. Generalmente pasa la hora de nueve a diez de la noche contemplando a Júpiter en la azotea.”

La llegada de tales nuevas a Madrid hizo montar en cólera a un indignado Mateo que maldijo durante horas a esos tales Eolo, Neptuno, Morfeo o Júpiter que cortejaban con tanto descaro y sin pudor a su amada esposa; encolerizado y viéndose deshonrado en tan gran modo (como vemos sabía poco de mitología, vientos, aguas, sueños o planetas) tomó una trágica determinación: la de dar fin a su miserable vida lanzándose a las frías aguas del Manzanares, donde a buen seguro habría fallecido desengañado una mañana gris, ahogado de no haber sido salvado in extremis por un avezado nadador que pasaba casualmente por allí. Aún chorreando sus ropas, e igual o más iracundo, decidió empaquetar sus pertenencias por vía de urgencia y partir sin demora hacia Sevilla, con el signo de la venganza entre ceja y ceja, planeando siniestramente balazos, estocadas y puñetazos que dispensar a todos aquellos malandrines de nombres tan extraños que osaban acercarse a su morada con tan perversas intenciones.

La calle de la Dama en el plano de Olavide. 1771.

Durante el viaje de regreso, Mateo, ensimismado en negros pensamientos, siguió rumiando como sería el ansiado ajuste de cuentas, regodeándose en él, pero una vez en Sevilla, y aclarado el contenido de las cartas ante una compungida vecina que no tenía idea de lo fatal que había sido su pretendida erudición postal, finalmente hubo de asumir ante su mujer que todo aquel funesto embrollo era fruto de su ignorancia e incultura, y que la fidelidad de Dama de los Pobres estaba, por supuesto, fuera de toda duda; mas, fue tanta la difusión de la historia de aquel marido celoso e ignorante que finalmente la calle recibió el nombre de la Dama y así se quedó hasta, como decíamos, el año de 1930.

Anécdota verdadera o divertida invención popular para explicar el nombre de una calle, nada se sabe sobre si el celoso Mateo finalmente decidió mejorar su bagaje cultural o si la vecina cotilla optó por dedicarse a otro tipo de escritura menos "mitológica".

Por cierto, en la ciudad de Ávila existe aún otra calle de la Dama, donde un 28 de marzo de 1515 nacía Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, o lo que es lo mismo, Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia; pero esa, esa ya es otra historia.

04 septiembre, 2023

A las armas: Lanza, Espada y Flecha.

En esta ocasión, superado el pequeño receso vacacional para nuestro equipo, recuperamos la costumbre de destacar, de vez en cuando, algunas vías hispalenses que por su historia, su forma o sus edificios merezcan la pena; Y en este lunes de septiembre nos vamos a descubrir Lanza, Espada y Flechas; no, nos vamos a combatir en torneo medieval ni a pertrecharnos con tales elementos para lanzarnos a la guerra con mesnadas, antes bien, como diría nuestro amigo Don Alonso de Escalona, son pintorescos nombres de calles sevillanas, desconocidas para muchos y que esconden antiguos nombres, algunos de ellos hasta "peculiares", por no decir otra cosa. Pero como siempre, vayamos por partes.

Foto: Reyes de Escalona. 

La antigua Calle de la Lanza, entre Santiago e Imperial, en la feligresía de la de Santiago, si no nos equivocamos, podría ser una de las que posee más antiguo nombre, ya que era mencionada como tal a comienzos del siglo XVII, aunque en 1484 era conocida como Traviesa a Santiago. Estrechísima en su tramo medio, apenas caben dos personas a la vez, se ensancha al final, al llegar a la trasera de la parroquia de Santiago, y expertos en la materia consideran que este ensanche bien podría ser motivado por la conversión del antiguo cementerio parroquial en zona de tránsito peatonal; de hecho, en el Diccionario de las Calles de Sevilla se recoge la petición de un sacerdote de dicho templo para conseguir "un poco de sitio que está a las espaldas de la iglesia para faser osario y de que la yglesia tiene necesidad". Justo en esa zona se encuentra el gran portón que es uno de los accesos a un hotel cuya fachada principal da a la antigua plaza de López Pintado, hoy de Jesús de la Redención. 

En 1988 los trabajos arqueológicos de José Escudero y Manuel Vera en sendos solares de la calle trajeron consigo el hallazgo de restos de época romana e islámica, aunque la cercanía del nivel freático impidió comprobar con exactitud si por esa zona habría estado situada la muralla romana o si en tiempos posteriores el sector habría estado ocupado por un palacio musulmán; en cualquier caso, los restos de cerámica encontrados atestiguaron que la zona habría estado habitada desde tiempos remotos. 

Calle popular y castiza, donde incluso se celebraban típicas cruces de mayo, e incluso sede, allá por 1859, de una molesta y peligrosa fábrica de fósforos y de la Jefatura de la Reserva del Arma de Caballería en torno a 1877, la calle Lanza fue escenario de un conocido atraco a un capitán de esa misma arma de Caballería allá por marzo del año 1900, siéndole sustraido un valioso reloj de oro, aunque se dio el caso que el presunto "caco" , José Naranjo, apodado como "El Chele" y vecino de la calle González Cuadrado, fue posteriormente víctima, a su vez, de un violento ataque por arma blanca por otro "colega" en lides delictivas, todo ello enmedio de una monumental bronca acaecida en la calle Cuna en la que resultó muerto otro correligionario por disparos de arma de fuego, algo de lo que se hizo eco la prensa local, siempre deseosa de sucesos sangrientos de este tipo.

Foto: Reyes de Escalona. 

Menos oscura y hasta divertida resulta la pequeña historia de la calle Espada, entre Enladrillada y Sol, en cuya esquina se encuentra clásica barbería. Pese a su nombre, es corta y angosta, aunque lo interesante en este caso y, como veremos más adelante, es que recibió tal apelativo en sustitución de otro mucho más explícito y hasta carnal; será muchísimo mejor que lo relate el cronista Félix González de León con sus palabras de allá por 1839:

"Calle de la Teta.

Es una pequeña travesía de la calle Enladrillada a la del Sol, en el cuartel D y parroquia de San Román, que se nombra así por una piedra redonda y saliente que está embutida en lo bajo de una de sus paredes, y la gente la llama la Teta".

Como puede apreciarse, el nombre tenía su miga, y a buen seguro que sería motivo de guasa para muchos y de problemas para el vecindario, todo hay que decirlo, de ahí que en 1845 el Ayuntamiento decidiera sustituirlo por el de Espada, sin que se sepa el motivo de nombre tan bélico. Algunos autores afirman que quizá el original apelativo tuviera que ver con la presencia de una antigua estatua femenina de época romana usada como guardacantón en una fachada, quizá la versión femenina del famoso Hombre de Piedra de la zona de San Lorenzo del que ya hablamos en otra ocasión. Por desgracia, la casa que albergaba este mármol romano tan peculiar fue derribada en 1979 y la pieza arqueológica desapareció sin que se sepa a dónde fue a parar. 

Si en 1845 la calle de la Teta pasó a ser la calle de la Espada, ese mismo año otra calle, esta vez en el entorno de San Gil-San Luis, vio como su nombre era modificado en el nomenclátor viario hispalense. Desde San Luis hacia Torreblanca transcurre la calle Orden de Malta, denominada de San Sebastián hasta 1940. En su interior existe una pequeña barreduela sin salida, en la acera de los números impares, que hasta el antes aludido año de 1845 era llamada callejón de Medio Culo. El nombrecito se las trae y no hemos logrado por el momento conocer el motivo de tan escatológica denominación, aunque en algunas crónicas se menciona como Medio Cubo, quizá para salvar un poco la honestidad de dicha barreduela, ahora zona residencial en la zona. 

Como detalle, entre abril y mayo de 1897 dos sucesos relacionados con la misma casa en la calle Flecha llamaron la atención de los redactores de El Noticiero Sevillano, el primero, sobre la situación de extrema pobreza de una familia:

"La guardia municipal ha participado al teniente alcalde del distrito que en la casa número 3 de la calle Flecha había un matrimonio con cinco hijos, todos atacados de una grave enfermedad y en la mayor miseria, sin mas enseres en la habitación que unos trapos, que amontonados en el suelo sirven de cama a toda la familia.

La autoridad municipal ordenó el ingreso en el Hospital Central de la madre y dos de los hijos más pequeños, quedando en la casa el padre y los tres mayores. Estos infelices carecían de toda clase de recursos para atender a la subsistencia y combatir la enfermedad que padecen. Las almas caritativas tienen una ocasión más de ejecutar la mayor de sus virtudes."

El segundo suceso, más violento, ocurrió así según "El Noti":

"Entre vecinas. En la casa número 3 de la calle Flecha cuestionaron dos vecinas, pasando de las palabras a los hechos y resultando Remedios Villaseca Chía con una herida en la cabeza, que fue curada en el Hospital Central. La agresora, Francisca González Lucena, no pudo ser detenida por haber apelado a la fuga, El palo con que causó la herida a su contrincante, fue ocupado por la policía". 

De cualquier modo, no deja de ser curioso y llama la atención cómo los ediles municipales sevillanos, sustituyeron nombres populares de calles por otros carentes de significado, pero esa, esa ya es otra historia.