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20 mayo, 2024

Becas.

En esta ocasión, nos vamos a descubrir una calle sevillana que albergó escuelas, cines y hasta cruces de mayo en sus buenos tiempos; insertada en el viario próximo a la Alameda, tiene nombre de subvención para realizar investigaciones o estudios, aunque su nombre original tiene que ver con otro detalle del vestuario académico; pero como siempre, vayamos por partes. 


La calle Becas, entre Lumbreras y Jesús del Gran Poder, posee la particularidad de tener forma de "L", y se llamó en el siglo XVII "Callejón de las Becas" en alusión al Colegio de las Becas, fundado en 1598 por Luis García de Bonilla, quien dispuso en sus mandas testamentarias que 207.272 maravedís de su patrimonio se destinasen a apoyar los estudios de jóvenes sin recursos, bajo los auspicios de la Compañía de Jesús. Llamado de San Ambrosio en principio, luego cambió su advocación por el de la Inmaculada Concepción de la Virgen y en el siglo XVII, como ha analizado Antonio Martín Pradas, del Centro de Documentación del IAPH, también se modificó el hábito estudiantil, pasando a ser: "medias lobas de paño morado oscuro y becas de paño encarnado con otras ropas de manga larga, del mismo color de las lobas, para dentro de casa, que fueron todas veinte y las dio liberalmente de sus bienes que hastó más de 500 ducados".
 
 
Hasta 1767, año de la expulsión de los jesuitas, el colegio había seguido funcionando con los lógicos vaivenes; tras aquel fatídico suceso, el edificio (cuya fachada principal da a la antigua calle Palmas, ahora Jesús del Gran Poder) quedó convertido en sede del Tribunal de la Inquisición y posteriormente en acuartelamiento, algo que a la postre provocó la destrucción de parte la estructura al explotar unos barriles de pólvora el 13 de junio de 1823 durante la revuelta popular agitada por los afines al monarca La iglesia permaneció abierta al culto, para cerrarse en 1827, ser derribada y finalmente construirse viviendas en su solar. Hoy la zona está ocupada por la Casa Sacerdotal Santa Clara, gestionada por el Arzobispado, aunque el solar fue durante años, el Cine de Verano Ideal. 

Fundado al parecer en los años Veinte, funcionó hasta 1987 y por su pantalla en "Cinemascope" y por  sus multitudinarias sesiones que comenzaban a las nueve y media de la noche pasaron títulos como "El hombre tranquilo" con John Wayne, "El prisionero de Zenda" con Steward Granger y Deborah Kerr o "La sirena de las aguas verdes", con Jane Rusell, por citar algunos títulos cinematográficos que, por su puesto, iban acompañados con la obligatoria "Selecta Nevería". No sólo de celuloide vivió el Ideal, ya que en verano se celebraban en él veladas de boxeo y lucha libre, entonces muy aclamadas por el respetable.

La zona, pese a todo, volvió a tener utilidad escolar, pues a finales del siglo XIX debió existir algún tipo de Escuela, de la que,  curiosamente, fue alumno el matador de toros Juan Belmonte. Manuel Chaves Nogales, en su soberbia biografía (1935) sobre el apodado "Pasmo de Triana", describe por boca del propio Juan cómo fue su experiencia como escolar entre aquellas paredes:

"Me mandaron a la escuela, como castigo. Era, de verdad, un castigo aquel caserón triste, con aquellas cuadras húmedas y penumbrosas y aquellos maestros malhumorados, en los que no suponíamos ningún humano sentimiento. Se decía que el edificio de la escuela había sido en tiempos una de las prisiones de la Inquisición, y había corrido la voz entre los niños de que en los sótanos se conservaban los aparatos de tortura que usaron los inquisidores. Todo aquello daba a la escuela un aire siniestro. Lo temíamos todo, y cuando traspasábamos aquel portalón sombrío, era como si nos metiésemos en la boca del lobo. Frente al maestro teníamos una actitud hostil y desesperada de alimañas cautivas. El miedo real a la palmeta y un terror difuso a no sé qué terribles torturas inquisitoriales que nos imaginábamos, nos acorralaban ordenadamente en los duros bancos de la escuela. Una vez un maestro se entusiasmó golpeando a un niño. Le tiramos un tintero a la cabeza y nos fuimos.

Yo no fui a la escuela más que desde los cuatro hasta los ocho años. Me enseñaron a leer y escribir dolorosamente, es cierto, pero muy a conciencia. Ésa fue toda mi cultura académica." 

Juan Belmonte nació en 1892, viviendo su infancia entre las calle Feria y Roelas, a espaldas de Hombre de Piedra, de manera que cursó estudios entre 1896 y 1900, lo que haría imposible que lo hiciera en el llamado Grupo Escolar Cervantes, fundado en 1922 aprovechando antiguos dormitorios en  la trasera del Convento de Santa Clara, con un edificio realizado por el arquitecto Juan Talavera que aún permanece en pie tras haber sido sede del CEP o Centro de Formación del Profesorado, Conservatorio Elemental de Música "Macarena" entre 2000 y 2010 y ahora destinado, parece ser, a convertirse en sede un espacio museístico relacionado con la Universidad Hispalense. 

Según la leyenda, en un edificio de esta calle Becas permaneció escondida Doña María Coronel para evitar el acoso del Rey Don Pedro I, antes de finalmente poder ingresar en secreto tras los muros del convento de Santa Clara dentro de las legendarias andanzas de esta dama sevillana que incluso llegó a desfigurarse el rostro con aceite hirviendo y que terminó sus días finalmente en otro convento, el de Santa Inés, fundado por ella misma en 1374, donde está sepultada.  En el número 10, subsiste un edificio de 1910, con fachada en ladrillo visto, obra del conocido arquitecto Aníbal González.

Como toda calle popular que se preciase, llegando mayo, albergó la consabida Cruz de Mayo, aunque algo tardía en cuanto a la fecha de su celebración, al menos eso es lo que hemos constatado y aparece en el diario El Liberal de principios de junio de 1925:

"A beneficio del asilado del Monte Carmelo ha sido instalada esta cruz, en la cual ha puesto toda su buena voluntad el maestro señor Montiel. Sin grandes pretensiones, aquello está bastante bien y seguramente responde a los beneméritos fines para que ha sido instalada. Hay hasta guardarropía. 

A los acordes de una pequeña orquesta de guitarras y bandurrias, el elemento joven baila sin cesar. Sin duda debe asistir allí cierta prevención contra los "castigadores", porque en la pared hay un gran letrero que dice: "Cuidado con las madres". Ya lo sabéis, niños: ¡mucho cuidado!.

Entre las simpáticas cruceras que acuden a calle Becas recordamos a Carolina y Pascuala Segovia, Rosario Rodríguez, Amparo y Carmen López, Pepita Muñoz, Pepita Ramírez, Natividad Pérez, Encarnación López, Enriqueta Jiménez, Rosalía Guerrero, Salud Valencia, Matilde Jiménez, Amparo y Rosario Teniente, Lola Macía, Dolores Muñoz, Pastora Escamilla y otras muchas."


Por supuesto, hay que mencionar que a esta calle Becas da el acceso al Espacio Santa Clara, propiedad del Ayuntamiento y sala de exposiciones, que además incluye el claustro y refectorio del mencionado cenobio, que permaneció abierto hasta 1998, sin olvidar la Torre de Don Fadrique, pero esa, esa ya es otra historia. 


 

14 noviembre, 2022

Expulsados.


Llovía a cántaros en aquella fría madrugada del 2 al 3 de abril de 1767. Aprestadas en la Plaza de San Francisco, las tropas permanecían en perfecta formación soportando estoicamente el fuerte aguacero que humedecía ya sus casacas y tricornios y amenazaba con mojar también la pólvora de los fusiles. Entre truenos y relámpagos, habían sido convocados con urgencia por Don Juan Pedro Coronado Tello de Guzmán, Teniente de Asistente sin que, por el momento, se supiese a qué se debía tal premura, siendo levantados literalmente de sus catres a las once de la noche para tomar armas e impedimenta mientras fuera, pese a la incipiente primavera sevillana, jarreaba sin piedad. 

Entre los soldados y cabos, aburridos por la larga espera, comenzaron a extenderse los más diversos rumores, como suele ocurrir, algunos de lo más disparatado, como el de la inopinada subida de invasores por el Guadalquivir o el de una sangrienta revuelta en Triana, pero, al fin, parece que algo se mueve desde el interior del Ayuntamiento. Hay corrillos entre los caballeros veinticuatro. Los alguaciles van y vienen con premura sorteando los grandes charcos nacidos de los socavones de la plaza. Los escribanos disponen sus cartapacios. En medio del diluvio, el reloj de la catedral marca las tres de la mañana. Al fin, los soldados comprueban aliviados que se ordena dividir el contingente en seis escuadras encabezadas por ministros de la Justicia, y que se designan varios puntos de destino, desde luego, muy poco "militares": casas y sedes de la Compañía de Jesús. ¿Qué ocurría?


En aquella lluviosa noche de abril, ninguno de aquellos empapados soldados sabía que era el mero brazo ejecutor de una Real Orden dictada por el monarca Carlos III, y que esta Orden suponía la expulsión "ipso facto" de los jesuitas sevillanos de España. Pero como siempre, vayamos por partes. 

No cabe duda que el papel de los jesuitas en la historia de nuestro país ha estado siempre marcado por una evidente relación de amor/odio. Su papel como educadores de las élites está fuera de duda, aunque quizá, simplificándolo todo, la diatriba se debiera al llamado Cuarto Voto, aquel que, junto con Pobreza, Obediencia y Castidad, suponía obediencia total al Papa de Roma, con todo lo que ello conllevaba en unos tiempos en los que la monarquía autoritaria, por no decir absolutista, del "ordeno y mando" era moneda corriente en todas las cortes europeas, suavizado todo ello por los aires reformistas e ilustrados provenientes de Francia. Ese Cuarto Voto venía acompañado en aquellos años con una proverbial antipatía hacia todo aquello que supusiera reforma o cambio, de ahí que los conservadores jesuitas, confesores de los reyes españoles durante años, se vieran poco menos que en el ojo de un huracán cuyo epicentro sería su presunta participación en el llamado Motín de Esquilache, del que no saldrían indemnes como veremos, pese a ser una institución más que respetada por todos. 

En completo silencio, evitando incluso el ruido del entrechocar de correajes y fusiles, una por una, las seis escuadras fue tomando posiciones a las puertas de cada una de las seis sedes jesuitas aguardando a la amanecida, mientras la noche seguía fría y desapacible con fuertes lluvias intermitentes. Tiritando, los sargentos acallaban voces de protesta por un desayuno que nunca llegó y por un servicio de armas por el que la tropa esperaba recibir una suculenta bolsa tras aquel lance extraordinario. 

Antes de salir el sol, los porteros de la Compañía de Jesús, aún con sueño en sus ojos, comprobaron cómo la milicia sevillana estaba apostada y se vieron sorprendidos al ver cómo todo un contingente militar franqueaba puertas con violencia, irrumpía de manera enérgica en sus sedes y tomaba posesión de ellas en el nombre del Rey, con el consiguiente desconcierto en cada una de las comunidades jesuíticas, aterradas por la presencia de hombres armados de bastante mal humor y por lo inaudito de la situación. Tomadas las casas jesuitas, El Teniente de Asistente, Juan Pedro Coronado, dedicó toda la jornada a visitar desde la principal Casa Profesa de la actual calle Laraña (Facultad de Bellas Artes e Iglesia de la Anunciación) hasta el recién terminado Noviciado de San Luis, cuyas dos iglesias casi olían aún a nuevo, pasando por los diferentes colegios de la Compañía, como de las Becas o el de San Hermenegildo. En todos ellos, los rostros sorprendidos de los jesuitas, escuetas sotanas negras y alzacuellos blancos, indicaban que todo aquello les había cogido "in albis", o lo que es lo mismo, absolutamente por sorpresa.


Pese a lo inesperado de los acontecimientos, pues verdaderamente se habían visto atrapados en su propia casa, los textos de la época reseñan cómo los jesuitas hicieron gala de una absoluta serenidad y resignación tras escuchar la lectura por parte de un notario del texto que decretaba no sólo su "extrañamiento" o expulsión de territorio español, sino el embargo de todos sus bienes, entre los que estaban veintidós haciendas y cortijos propiedad de la Compañía, y el arresto de los padres procuradores y coadjutores, administradores de estos bienes, a fin de que dieran cuenta a las autoridades. Esa triste resignación les acompañará durante todo el largo proceso. 

Solo se permitió entrar y salir de cada recinto a despenseros, médicos y cirujanos, incomunicándose al resto de jesuitas y novicios. Los desconcertados padres procuradores o rectores hubieron de entregar llaves y documentos de cada una de las sedes a los oficiales al mando, mientras las autoridades gubernamentales comenzaron la ardua tarea de inventariar los bienes y propiedades incautadas, a la espera de darles un destino adecuado. Otro asunto complicado fue el consumir todas las formas consagradas reservadas en los Sagrarios; además, tampoco hay que olvidar cómo hubo que acordonar las sedes jesuitas ante la curiosidad del pueblo llano, deseoso de saber qué sucedía y por qué, como suele ser habitual en estos casos.

Como curiosidad, en el Noviciado de San Luis de los Franceses se confiscó la cantidad monetaria de 7.000 pesos, y sus 57 novicios fueron trasladados a casas particulares de confianza para la autoridad, siendo interpelados sobre sus deseos de seguir o no en la Compañía de Jesús; según Joaquín Guichot, sólo 4 decidieron seguir el destino de los demás jesuitas hispalenses, aunque otros autores sostienen que aconteció lo contrario. Según historiadores que han estudiado este asunto, llama muy mucho la atención la minuciosa precisión con la que se llevó a cabo la orden de expulsión, pues desde el 22 de marzo poseía el Teniente de Asistente una carta de Madrid que incluía la instrucción de abrir otra en la mañana del mismo día 2 de abril, algo que ocurrió en otras muchas ciudades españolas a fin de que todo sucediera de manera sincronizada en todas partes, como un "wuassap" en pleno siglo XVIII, vamos. El efecto sorpresa jugó también un papel importante, ya que, en contra de lo habitual, todo se mantuvo en el más estricto secreto.

El texto de la Carta Orden era:

"En vista de la consulta tenida con sujetos del más elevado carácter; por justos motivos que mi Real ánimo ha tenido; He venido en ordenar a todos los Gobernadores, Asistentes y demás personas empleadas en mi Real Servicio, en todos mis Dominios extrañar de ellos a los religiosos jesuitas; ejecutándose plenamente en una misma hora dicha ejecución: y siendo ese Partido uno de mis Dominios os mando lo ejecutéis conforme a derecho.-Así lo mando en Madrid a 15 de marzo de 1767.- YO EL REY".
Los bienes incautados a los jesuitas corrieron diversa suerte. La Casa Profesa, siguiendo las instrucciones del ministro Aranda para este tipo de edificios, quedó convertida en nueva sede de la Universidad hasta 1954, fecha en la que se traslada a la antigua Fábrica de Tabacos; por su parte, el noviciado de San Luis de los Franceses volverá a ser utilizado como tal por los monjes franciscanos dieguinos, luego de nuevo por los propios jesuitas y finalmente, tras la Desamortización de Mendizábal de 1837 el edificio quedará en manos de la Diputación Provincial de Sevilla, ubicándose en él el llamado Hospicio Provincial hasta 1968. Como curiosidad, el escudo jesuita situado sobre el interior de la puerta de entrada fue burdamente sustituido por otro con las armas reales, pues la premura de tiempo o la escasa pericia del artista anónimo hizo colocar a los leones rampantes del reino de León mirando en el sentido contrario, según las más elementales normas de la Heráldica.


Otras sedes corrieron diversa suerte, como el colegio de San Hermenegildo, demolido parcialmente tras ser convertido en cuartel y cuyo templo aún permanece cerrado a la espera de uso por parte del Ayuntamiento en la zona de la Plaza de la Concordia, junto a la del Duque.

El proceso de expulsión se llevó a cabo, como decíamos, con gran rapidez, de manera que antes de la Semana Santa de 1768 se procedió al traslado, con escolta militar, de las diferentes comunidades en los puertos de la Corona designados para ello. En el caso de Sevilla, el punto elegido fue El Puerto de Santa María, con destino en principio a varias ciudades del mediterráneo de manera que el 4 de mayo se hicieron a la mar los 455 jesuitas andaluces, como pasajeros de varios navíos; los sevillanos, 95 sacerdotes y 58 coadjutores, en un barco mercante sueco, el "General Vankoulbaes", mientras que el resto embarcó en otro mercante sueco y en la fragata militar La Paz, actuando la fragata Princesa en labores de escolta, capitaneada por Juan Manuel Lombardón.

Foto: Reyes de Escalona

Comenzaba una larga singladura por el Mediterráneo. Tras toda una serie de peripecias, con ciudades que rechazaron a los jesuitas a cañonazos incluidas, pasando por Córcega, Rímini o Civitavecchia, todo el contingente, un grupo calculado en unos 5.000, encontró acomodo en Roma, donde cada uno, decretada la disolución de la Compañía de Jesús por el Papa Clemente XIV en 1773, tuvo que comenzar una nueva vida empezando de cero, pero esa, esa ya es otra historia...

Postdata: nuestro más sincero agradecimiento a oyentes y lectores que han hecho posible que este humilde Blog haya rebasado ya las 300 publicaciones y las 200.000 visitas. 


21 octubre, 2019

Mártires.-

Audio de nuestra colaboración semanal en el programa "Estilo Sevilla" dirigido por Antonio Bejarano, en esta ocasión tratamos, brevemente eso sí, sobre los llamados "Mártires de Nagasaki".