29 abril, 2024

El Doctor Salvago.

En esta ocasión, nos trasladamos al siglo XVI en nuestra ciudad de Sevilla, para saber de primera mano sobre un sangriento y controvertido suceso que se cerró en falso, protagonizado por un alto personaje con vivienda no lejos de la Catedral; pero como siempre, vayamos por partes. 

Se llamaba Juan Salvago, apellido de origen genovés, del que se tienen noticias ya en 1490 en Sevilla gracias a la actividad mercantil de Pelegrín Salvago, quien gozó de la protección de los Reyes Católicos, y de Esteban Salvago comerciante de aceites y especias en 1501, aunque ignoramos que tipo de parentesco habrían tenido con Juan, al que todo el mundo llamaba Doctor Salvago. Tal apelativo era, al parecer por poseer un doctorado en leyes, además de ostentar un elevado estatus social, con lujosa vivienda propia en la calle Francos, amueblada y decorada con el mejor gusto. Había contraído feliz matrimonio con Doña María Quebrado, hija de Don Antonio Quebrado. En lo profesional, no sabemos mucho de su carrera, pero gracias a la labor de catalogación de los documentos del Mayordomazgo del Cabildo de la Ciudad de allá por 1511, puede entenderse que, como letrado, poseía cargo de cierta importancia en el complejo organigrama municipal, en concreto el de lugarteniente del Alcalde Mayor, conservándose diversos libramientos y pagos en su favor con motivo de varias visitas de inspección a poblaciones vinculadas a Sevilla, como Utrera, Los Molares o Fregenal de la Sierra, a donde se sabe que acudió por ciertos incidentes allí acaecidos y que conllevaron que le confiscase a un vecino de aquella localidad, llamado Fernando de Jara, un rebaño de ovejas.

 

En cualquier caso, la vida del doctor Salvago transcurría del modo más normal y placentero por aquel entonces, hasta que en el verano del año siguiente, 1512, un suceso truncó la felicidad de la que, aparentemente, disfrutaba. Tal como narra, recurrimos de nuevo a él, el cronista Chaves y Rey en un artículo publicado en el diario El Liberal en enero de 1911, en aquella aciaga fecha la esposa del doctor Salvago, paseaba tranquilamente por la calle Torneros, actual de Álvarez Quintero, cuando resultó desgraciada víctima de un feroz ataque a cuchilladas por parte de un individuo que la acometió con tremenda y rápida violencia. Fue sin mediar palabra, y sin intención de robo. La gravedad de las heridas fue tal, que la ilustre dama falleció en la misma calle, sin que nada ni nadie pudiera remediar tan funesto desenlace y ante la estupefacción de cuantos habían contemplado tan espeluznante escena. 

Imagen generada por Inteligencia Artificial (Qué cosas...)

Iniciadas las pesquisas por parte de las autoridades, no tardó en ser capturado el agresor, de nombre Juan Montoro, y sometido a interrogatorio, declaró a la justicia que era un criado de la marquesa de Moya, cerciorándose los investigadores de que era persona de carácter agresivo y cruel. Hasta ahí, dentro de la atrocidad del crimen, todo transcurría conforme al proceso; el asombro o la sorpresa llegaron cuando, sometido a tormento, Montoro declaró con gran convencimiento que la muerte de la infeliz señora había sido fruto de una petición realizada a su persona por el propio marido, ahora desconsolado viudo, el mismísimo doctor Salvago, algo a lo que nadie dio crédito habida cuenta la fama y estima que poseía dicho señor en la ciudad, donde era muy bien considerado por sus vecinos. Falta de pruebas, con el único testimonio del asesino y sin indicios de que hubiera un instigador del delito, la causa judicial no fue más allá en sus indagaciones sobre el móvil de aquel crimen o de si hubo más participantes en el mismo, de modo y manera que Juan Montoro, único responsable del homicidio de doña María Quebrado, fue condenado a muerte y el 2 de septiembre, ejecutado públicamente: 

 

“Lo arrastraron y le cortaron la cabeza en la plaza de San Francisco, y ambas manos, y lo descuartizaron; y pusieron la cabeza en la picota y la una mano a la casa de la puerta del doctor Salvago en cal de Francos, y la otra en el lugar donde la mató en la plazuela de los Torneros, y los cuatro cuartos de cada uno a las puertas de la ciudad”.

 

Apenas cumplida la sangrienta condena, antes de que el asunto quedara olvidado, el doctor Salvago se comportó de manera sorprendente, pues malvendió sus propiedades, enajenó sus bienes apresuradamente, y con la misma premura solicitó ingresar como fraile novicio en el sevillano convento de San Jerónimo de Buenavista, fundado en 1414 y en cuya comunidad se hallaba acogido desde el mismo día 2 de septiembre, fecha de la ejecución del asesino de su esposa. Además, desde ese momento, se pierde su rastro en la documentación municipal, como si hubiera decidido cortar de raíz su labor en el consistorio hispalense, ajeno al ejercicio de su puesto como letrado.

Durante su prolongada vida monacal, no reparó en ayunos, abstinencias, oraciones y penitencia, como si hasta el final de sus días buscase purgar un grave pecado, sólo conocido por él y por Dios, falleciendo ya anciano tras una ejemplar trayectoria llena de austeridad y humildad, alejada del poder y los lujos de la vida terrena. En la ciudad siempre quedó cierto resquemor hacia él, cierta duda no resuelta, ¿Fue acaso el inductor de la muerte de su mujer? ¿Debió ser investigado o juzgado por ello?, como solemos decir en esta páginas, "esa, esa ya es otra historia". 

22 abril, 2024

A todo gas.

En esta ocasión, terminadas ya las jornadas festivas en el Real de la Feria, vamos a ocuparnos de un elemento mecánico indispensable siempre para llegar hasta aquel lugar, bueno, y a cualquier otro, una máquina fruto de distintos descubrimientos a lo largo de los siglos, que forma parte de la sociedad moderna con derecho propio y que comenzó a emplearse en Sevilla hace ya casi ciento veinticinco años; pero como siempre, vayamos por partes.

Mencionar apellidos como Benz, Ford o Renault, harán que inevitablemente nos acordemos del automóvil, definido por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como: "vehículo que puede ser guiado para marchar por una vía ordinaria sin necesidad de carriles y lleva un motor, generalmente de combustión interna o eléctrico, que lo propulsa". Históricamente, como decíamos, el automóvil es fruto de la inventiva de países como Alemania, Inglaterra o Francia, en donde a lo largo del siglo XIX se irán perfeccionando sucesivos prototipos que aunque en principio aprovechaban la energía del vapor de agua, llegará un momento en el que se logrará mucha más autonomía y velocidad con la introducción del motor de explosión de gasolina y las ruedas con neumáticos, sin olvidar que a comienzos ya del siglo XX, Richard Ford comenzará la producción en serie de automóviles en Estados Unidos para convertir al coche en un símbolo de progreso y riqueza, de ahí que lo que en principio era una idea conducida por cuatro "iluminados" a los que la gente temía por sus excentricidades, no tardará en convertirse en una necesidad social para muchos. 


 ¿Y en España? Cuentas las antiguas crónicas madrileñas que ya en 1898 los vecinos de Madrid contemplaron atónitos el primer automóvil por sus calles, conducido por el conde de Peñalver, aunque hay que añadir que la  Dirección General de Tráfico conserva en sus archivos la lista de vehículos matriculados a lo largo de los primeros años del siglo XX, y ello nos permite saber que allá por el año 1900, concretamente en octubre y en Palma de Mallorca José Sureda Fuentes (maquinista de la Armada jubilado) recibió la primera matrícula española de la historia con la inscripción PM-1 y que colocó en su modelo marca Clement de origen francés, tipo triciclo y peso estimado de cien kilos. A partir de ahí, la matriculación de vehículos a motor en nuestro país se verá incrementada progresivamente, desde los 268 entre 1901 y 1905 hasta los 24.110 de 1936 a 1939, siempre según los datos de la propia DGT. 

¿Y en Sevilla? al parecer, el primer automóvil que rodó por nuestras tierras no lo hizo en la capital, sino en la localidad de Alcalá del Río, estando al volante el famoso matador de toros Antonio Reverte, entonces en la cumbre de su carrera en la tauromaquia, quien lo habría traído desde la Exposición Universal de París de 1900 y que alcanzaba, dicen, la "increíble" velocidad de 15 Km/hora. En los antes referido archivos de la DGT se menciona, al fin, que en 1905 Vicente Turmo Romera consigue la matrícula SE-1 para su vehículo o turismo Renault. Es el primer automóvil del que se tienen datos. 


Poco se sabe de Vicente Turmo, salvo que era oficial del Cuerpo de Artillería, abogado y propietario, nacido en Carmona y que por aquellos años era considerado todo un "sportman", o sea, un habitual practicante de todo tipo de deportes o actividades al aire libre. En efecto, en la prensa de la época aparece su nombre en eventos relacionados con el Tiro de Pichón, Carreras de Caballos, Monterías o, también hay que decirlo, los palcos de la Plaza de San Francisco para contemplar el paso de las cofradías en Semana Santa, lo que indica que formaba parte de los círculos selectos de la alta sociedad hispalense y no se perdía ni un evento o "sarao".

Como curiosidad, el 5 de abril de 1908 el Diario Sevilla publicaba un suelto con este texto, que nos da idea de cómo los automóviles comenzaban a convertirse en signo de distinción, prueba de ello es que se mencionan los modelos empleados a la hora de que un grupo de aficionados a la cinegética acuda una cacería: 

"Cacería. Ayer verificóse una cacería de avutardas en las Alcantarillas que indiscutiblemente ha sido en la que más piezas se han cobrado desde hace muchos años. Entre los tiradores no iba nadie... ¡casi nadie!: don Manuel Camino, don Clemente Camino, don Vicente Turmo, don Rafael Osborne, don Félix Pérez Machuca, don Manuel Flores, don Carlos M. Mora y don José Piñar, la flor y nata de los tiradores sevillanos. 

Dichos señores salieron en los automóviles Berlit 60 H. P., propiedad de don Vicente Turmo; Renault 30 H.P., de don Rafael Osborne y Berliet 22 H.P. de los señores Camino, a las seis de la mañana, llegando a las Alcantarillas antes de las siete".

Un inciso, aclaremos que las siglas "H.P." aluden al término inglés "Horse Power" o "Caballo de Fuerza", medida empleada para indicar la potencia de un motor, equivalente casi al "Caballo de Vapor" (C. V.) y como puede apreciarse, Vicente Turmo tuvo, al menos, dos automóviles por aquellos años, se ve que era aficionado a la "velocidad". A todo ello hay que sumar un detalle: la Reglamentación que obligaba a los automovilistas a matricular sus vehículos sentó poco o nada bien entre este colectivo, que pensaba, no sin razón, que estas matriculaciones tenían una finalidad eminentemente fiscal para con el Estado, de ahí la tardanza de muchos en realizar el trámite burocrático. Ese mismo año 1905, el de la matrícula SE-1, unos meses antes, en febrero, se había fundado el Automóvil Club de Andalucía, al que Alfonso XIII concedería el título de Real poco tiempo después, tal como consignó la prensa sevillana allá por febrero de aquel año:

"Para el mes de abril proyecta el Real Automóvil Club de Andalucía una expedición a Madrid, con objeto de entregar a Su Majestad el Rey, el nombramiento de Socio Honorario de tan distinguida Sociedad"

En unos tiempos en los que los caminos estaban, por supuesto, sin asfaltar, en los que semáforos o señales de tráfico eran algo impensable y en los que el propio suministro de gasolina era complicado, estos primeros coches, rudimentarios y primitivos, fueron el prólogo a todo lo que vendría después y que, aún hoy, ha hecho del automóvil un elemento cotidiano e indispensable en nuestra sociedad, con sus pros y sus contras. En marzo de 1915, el rey Alfonso XIII y su familia utilizarán automóviles para desplazarse por Sevilla durante su visita a la ciudad, con lo cual quedaba claro su apoyo hacia este medio de transporte.

Prueba de la creciente importancia de este vehículo será el progresivo aumento de su presencia publicitaria en prensa y cartelería, destacando cómo en 1924 se instala un precioso azulejo en la calle Tetuán dedicado a promocionar la marca de automóviles "Studebaker" y realizado por Enrique Orce Mármol, artista vinculado a la Fábrica Viuda e Hijos de Manuel Ramos Rejano; de manera divertida y durante años, se dijo que iba en contramano, por aparecer orientado hacia la Plaza Nueva, desde donde venía el tráfico rodado durante un tiempo, antes de la peatonalización de la calle Tetuán en el año 1991.


Por cierto, un apunte para finalizar, entre los integrantes del mencionado Club Automovilista sevillano estaban los más fervientes aficionados a la utilización del automóvil como medio de transporte y diversión, industriales, ganaderos y propietarios agrícolas, destacando la figura de Carlos Piñar Pickman (1886-1972) como Subsecretario y fundador. Piñar será presidente del Sevilla F. C. entre 1921 y 1924, logrando el club tres campeonatos de Andalucía durante su mandato, pero esa, esa ya es otra historia.

15 abril, 2024

"Azituno".

Con un nombre peculiar, en esta ocasión, nos vamos a la zona cercana a Santa Lucía y la Ronda para descubrir una calle que aunque aparentemente no acoge ni edificios ni historias dignas de ser contadas, merece su hueco en este humilde blog, sobre todo porque no debe su  nombre a acontecimiento o personaje que lo mereciera; pero como siempre, vayamos por partes. 

En lo que fue una zona de huertas, arrancando desde Santa Lucía y terminando en el ruidoso trajín del tráfico de la Ronda de Capuchinos, en el siglo XIX zona aún amurallada, casi enfrente de la Avenida de Miraflores, la Calle Aceituno conserva su curioso nombre desde al menos 1665, aunque el conocido plano del Asistente Olavide (1771) aparece con el nombre de "Azituno" ¿Quizá se debiera ese nombre a la presencia en la zona de un olivo? ¿Es acaso apellido?

Se sabe de la existencia de molinos de aceite en esta zona, uno de ellos incluso propiedad del Cabildo de la Catedral de Sevilla, y también de las constantes quejas del vecindario por los malos olores provocados por el alpechín que salía de dichos molinos y era vertido en las proximidades de la cercana Puerta de Córdoba, algo que costaría entender en nuestros días. Además, calle actual no termina propia y directamente en la Ronda, sino en otra vía, hoy casi desconocida, llamada Corinto, y que en origen ahora estaría ocupada en parte por la actual Plaza del Giraldillo, espacio privado de una serie de bloques construidos en los años setenta del pasado siglo XX y cuyos laterales dan a Aceituno, San Hermenegildo y la Ronda de Capuchinos, sin olvidar que otro lateral da directamente al cercano Colegio Sor Ángela de la Cruz.

Sobre "Aceituno", acude en nuestra ayuda el clásico cronista sevillano Manuel Álvarez-Benavides, quien relataba en 1874 esta original teoría sobre el apelativo de esta calle:

"En época lejana hubo un  largo periodo de tiempo en el cual todas las noches se dejaba escuchar en esta calle un ruido acompasado y extraño, que traía, como si dijésemos en ascuas, a toda la vecindad. Se hablaba de que había encantamentos; dábase por cierta la existencia de un fantasma tan alto como la copa de un pino; muchos afirmaron haber visto salir llamas infernales de cierto punto de la calle, y que grandes columnas de humo formando espirales, eclipsaban el fulgor de las estrellas después de la una de la noche, y por último, las erróneas creencias y vulgares preocupaciones dieron gran longitud al radio del círculo de la superstición.

Las autoridades se encargaron por último de averiguar este asunto, sacando por resultado, que una fábrica de monedas falsas regenteada por un tal Andrés del Aceituno, era lo que ocasionaba el pánico de todos aquellos contornos. La justicia puso a buen recaudo a los laboriosos artistas que halló en aquella reprobada ocupación, los fantasmas terminaron, los asombros concluyeron, y desde entonces se dió a esta calle el nombre del Aceituno en memoria del criminal que por mucho tiempo explotó tanto los bolsillos cuanto la credulidad del público."

 Como se ve, de ser cierta esta teoría, estaríamos ante el peculiar caso de una calle que lleva el nombre de un delincuente detenido en ella, a lo que habría que añadir que a lo largo de su historia fue siempre una vía con un caserío de escaso valor y empobrecido, no hay que olvidar que estaríamos en una de las zonas más humildes del sector norte de Sevilla a lo largo de su historia, víctima de la escasez de recursos, las epidemias y la riadas. 

Quizá fruto de su ubicación, la calle fue escenario de diversos crímenes a lo largo de la historia, como el ocurrido en una fábrica de hielo establecida allí allá por mayo de 1911 y que se saldó con la muerte a puñaladas del encargado de dicho establecimiento, Manuel Martín Reyes, de cuarenta y tres años, a manos de un empleado del mismo llamado Diego González Muñoz, de profesión carrero, con domicilio en la calle Pureza. La prensa del momento se hizo especial eco del suceso, destacando la mala relación que existía entre ambos y la afición a la bebida del segundo, que fue detenido al poco de cometer el homicidio en las inmediaciones de la cercana calle Sol. 

Con el paso de los años, la zona se caracterizó por la presencia de diversas naves con función industrial, una maderera, por ejemplo, y por el profundo cambio urbanístico ocurrido a partir de 1963, tras la riada del Tamarguillo que afectó especialmente a esta zona y provocó la expropiación por parte de las autoridades de la mayoría de los corrales de vecinos ubicados en aquel sector, con el consiguiente desalojo hacia otras zonas urbanas y el desarraigo para muchos. Como curiosidad, sólo quedó en pie en la Ronda de Capuchinos el edificio en el que siguió abierta, durante un tiempo, la famosa cervecería Baturones (o "Baturrones"). Reedificado con viviendas de mayor nivel, poco queda de ese barrio populoso y empobrecido, tan lleno de contrastes, sólo quedan como edificios más antiguos la antigua parroquia de Santa Lucía, el colegio y beaterio de la Santísima Trinidad o la pequeña casa en la que nació Sor Ángela de la Cruz, cuidada con esmero por sus Hijas, pero esa, esa ya es otra historia.

08 abril, 2024

La calle de la Encomienda, el Adobo y un poeta en la Feria.

En esta ocasión, retomamos la costumbre de recorrer las calles de Sevilla, y, como atraídos por un poderoso aroma que se propaga por toda la zona, vamos a descubrir una vía que lleva el nombre, a su vez, de un poeta sevillano que en alguna ocasión recordó la Feria de Abril de su época; pero como siempre,vayamos por partes.


Entre la calle Velázquez (no con confundir con Tetuán) y la Plaza de la Magdalena, la calle José de Velilla llama poderosamente la atención, sobre todo a mediodía o por la noche, por el especiado sabor y no menos potente olor del adobo, ya se sabe, esa salsa que sirve para sazonar y conservar alimentos realizada con una base de vinagre, pimentón, orégano, ajo, sal y otras especias y que tiene un papel más que protagonista en los tradicionales boquerones fritos que se sirven como manjar en el no menos conocido establecimiento fundado en 1926 por José Blanco Cerrillo, constituyendo toda una seña de identidad para esta calle, llena ahora en nuestros días, curiosamente, de bares, establecimientos de belleza femenina y una reconocida clínica dental.

Al menos desde el siglo XVII, la calle recibió el nombre de la Encomienda, sin que se sepa a ciencia cierta el por qué de tal nombre, tan vinculado al sistema feudal medieval y a las órdenes militares de aquel tiempo, sin olvidar su relación con la forma de gestionar las propiedades en el Nuevo Mundo tras la llegada de los españoles. Durante años la prensa local del XIX y comienzos del XX registrará las constantes quejas del vecindario por los más que habituales escándalos provocados por ser zona de proliferación del "oficio más antiguo del mundo" y en 1914 tomará su actual nombre, en honor al escritor José de Velilla, quien nació en diciembre de 1847 y vivió durante un tiempo no lejos de allí, en la calle Manteros, actual General Polavieja. 

Velilla, historiador y abogado, triunfará a la temprana edad de diecisiete años con su primer drama, titulado Don Jaime el desdichado, arrancando ahí una importante trayectoria literaria que sabrá compaginar con su labor como procurador de tribunales y con el cuidado de su infortunada hermana Mercedes, reconocida poeta injustamente tratada por la sociedad de su tiempo. Miembro de la Real Academia de Buenas Letras y del propio Ateneo de Sevilla, hará gala siempre de sus combativas ideas, avanzadas y reformistas, y en unión de otros intelectuales sevillanos como Federico de Castro o Antonio Machado y Núñez (padre de Antonio y Manuel), liderará la lucha por el progreso de la ciudad. Sus inquietudes como escritor le llevarán al terreno lírico e incluso al satírico, colaborando con publicaciones de este tipo como El Tío Clarín, dejando huella por su certero y ácido estilo para caricaturizar escenas de la vida cotidiana, siendo incluso víctima de alguna denuncia mal intencionada. 

La Aurora, El Gran Mundo, El Liceo Sevillano, El Baluarte o El Alabardero serán espacios en los que publicará sus escritos, e incluso será requerido por publicaciones de "Despeñaperros para arriba", como La Correspondencia de España o Blanco y Negro, ésta última fundada en 1891 por el sevillano Torcuato Luca de Tena. Precisamente de esta afamada revista madrileña hemos recuperado unos interesantes textos de nuestro autor, ilustrados maravillosamente por el pintor José García Ramos, textos que buscan describir de la manera más colorista posible una de las fiestas de nuestra ciudad que ahora se aproxima: la Feria de Abril. 


Como es sabido, los concejales Narciso Bonaplata y José María Ybarra, catalán y vasco, respectivamente, lograron de la reina Isabel II el permiso para establecer una feria anual de ganados y productos agrícolas en nuestra ciudad, con el fin de promover las transacciones comerciales y dar aliciente a labradores y criadores de ganado para mejorar sus productos, a semejanza de otras ferias ya conocidas como las de Mairena del Alcor o Carmona. Se fijaron a tal fin los días 18, 19 y 20 de abril del año 1847 (el mismo año, curiosamente, del nacimiento de José de Velilla) y el llamado Prado de San Sebastián como lugar escogido para la Feria;  en ella, al decir de las crónicas de aquel momento, se movieron 9.684 ovejas, 4.289 carneros o 4.111 cerdos, y para los amantes de las cifras, baste decir que el volumen de negocio ascendió a la nada despreciable cantidad de 316.000 reales. 


Pasados los primeros años, en 1891 y como decíamos, José de Velilla publica un precioso artículo en Blanco y Negro, donde ya venía colaborando habitualmente con textos relativos siempre a nuestra ciudad y costumbres. Asentada y convertida también ya en una de las principales fiestas de la primavera sevillana (con permiso de la Semana Santa), Velilla analiza en su artículo la más que palpable evolución desde una mera feria ganadera hacia otro tipo de feria, eso sí, sin que aún se hubiera levantado la famosa Pasarela.

En primer lugar, destaca el aspecto del Real:

"Llegó el 18 de Abril, y desde por la mañana innumerable gentío acude al Real de la feria, yendo unos a pie, otros en ómnibus, tranvías y carruajes de todas hechuras y edades. Gallardos jinetes y bellísimas majas pasan al trote de sus caballos, con vistosos jaeces y paramentos, recordando los arreos que para cabalgar usaban los árabes. La movediza "ciudad de los tres días", formada por tiendas de lona listada de blanco y azul, con apariencias de campamento, y por artísticas casetas de madera labrada, que parecen trabajos de una grandiosa marquetería, ocupa el prado de San Sebastián, y los gallardetes, las banderas y las músicas alegran la vista y el oído."

A continuación, sin olvidar resaltar previamente la importancia de la feria ganadera, realiza una colorista descripción del bullicioso ambiente y la animación reinante en aquel lugar levantado para la celebración: 

"A un lado están los puestos de juguetes, encanto de los niños, cuyos ojos no se cansan de admirar, ni sus bocas de pedir; otro, los panoramas, los teatros mecánicos y las barracas de los saltimbanquis, los cuales producen ruido ensordecedor con las ingratas músicas de sus destemplados instrumentos; más allá, el titiritero que se traga una espada, arroja por-la boca cintas de colores y come estopa llameante; acullá, los caballitos llamados tíos vivos, cuya marcha giratoria y vertiginosa acompañan el tamboril y el pito; aquí, las fieras domesticadas ; allí, las figuras de cera y los polichinelas, con la desenfadada y picaresca Rosita y el aporreador Don Cristóbal; y en último término, los cafés y restaurantes (hay que españolizar la palabra), los establecimientos de bebidas, las tiendas donde se guisa menudo y caracoles, según reza el letrero, y las alegres y limpias buñolerías, adornadas con percales de tonos chillones..."

Tampoco olvida en el artículo, magníficamente ilustrado por José García Ramos, que las tardes están destinadas a los festejos taurinos en el coso maestrante, donde intervienen los más destacados diestros del escalafón, pero que, en cuanto se pone el sol, al atardecer, en la Feria:

"Las tiendas de los círculos, casinos y sociedades, y cada casilla , se convierten en salones de baile: suenan orquestas, pianos y guitarras, el repiqueteo de las castañuelas o palillos y el palmoteo clásico; los cantadores y los aficionados al cante más ó menos hondo lanzan sus interminables jipíos, y las apuestas jóvenes bailan las sevillanas y las manchegas con la sal y el ángel que sólo se hallan en esta tierra de María Santísima. En los instantes de descanso apúranse cañas de pálida Manzanilla y de oloroso y dorado Jerez, la alegría sube de punto (...) El cuadro es magnífico, e imposible bosquejarlo. La esplendidez y la generosidad andaluza, que son un vicio de la raza, exceden á toda ponderación en esas fiestas; pero Andalucía es la tierra del pipiripero, y así es el andaluz, aun en las clases humildes y trabajadoras: gasta hoy sin mirar el mañana, con rumbo de príncipe, aunque al día siguiente cante con melancólica filosofía:

Cuatro puertas tiene abiertas
el que no tiene dinero: 
la cárcel y el hospital, 
la iglesia y el cementerio."

José de Velilla morirá en agosto de 1904, sin saber que la ciudad le dedicará una calle no lejos del lugar donde vio la luz, sustituyendo la Encomienda por su nombre, una calle cuyo olor a adobo bien habría merecido un poema de los de su estilo, pero esa, esa ya es otra historia.


01 abril, 2024

Pascual.


En esta ocasión, transcurridos desigualmente los fastos de la Semana Santa, nos vamos a centrar en un elemento litúrgico muy común en este tiempo de Resurrección, pero sobre todo y especialmente, en uno que se encontraba en el primer templo de la ciudad; pero como siempre, vayamos por partes. 

En el siglo V era costumbre encender lámparas durante la vigilia pascual en Jerusalén, e incluso el emperador Constantino ordenó encender numerosas columnas de cera para alumbrar la noche en la que se conmemoraba la Resurrección de Cristo. Curiosamente, la Iglesia rechazaba el empleo de cirios por considerarlos paganos, aunque desde el mismo siglo V, como decíamos, se usaba un cirio pascual en la Roma de aquellos años. 


El fuego y la luz se han identificado siempre en la liturgia cristiana como el triunfo de la vida frente a la oscuridad de la muerte, de ahí que ya en época medieval se asocie a Jesús durante su Pasión y Resurrección, concretamente en símbolo de victoria y luz del mundo. Fabricado en cera pura de abeja, o al menos parcialmente, actualmente se graba en él una cruz y las letras Alfa y Omega, primera y última del alfabeto griego, aparte de otras inscripciones e incluso cinco granos de incienso, como recuerdo de las Cinco Llagas de Jesús. Además de encenderse por primera vez desde el fuego bendecido de la noche del Sábado Santo, el Cirio Pascual preside encendido todas las eucaristías hasta la solemnidad de Pentecostés y ha de estar presente también con su luz las exequias fúnebres y los bautismos. 

Fue célebre a lo largo de los siglos el Cirio Pascual de la Catedral de Sevilla, tanto por su tamaño como por su calidad, de hecho Alonso de Morgado, en su Historia de Sevilla se refería a él en estos términos al describir la opulencia de la Catedral: 

"En lo que menos se imagina, se manifiesta también la gran magestad y riqueza de la Sancta Iglesia. Pues quien dirá que el Cirio Pascual (que a su tiempo se pone en la Capilla Mayor muy dorado, y labrado) tiene de peso setenta y seys arrobas de cera y que también se labren en cada un año doze mil y setecientas y veynte y tantas Libras para su gasto."

Ya que aludimos al peso de dicho Cirio, allá por 1641 Luis Vélez de Guevara publicaba El Diablo Cojuelo, obra satírica en la que un joven estudiante libera al diablo de una redoma donde había estado encerrado y éste, como agradecimiento, le invita a realizar un viaje aéreo por la ciudad, divisando incluso lo que ocurre bajo sus tejados, todo ello en un claro tono crítico y burlesco. En uno de sus "Trancos" o capítulos, se menciona el Cirio Pascual de la Catedral de Sevilla:

"Ya por aquella torre que descubrimos desde tan lejos discurrirás que esa bellísima fábrica que está arrimada a ella es la Iglesia Mayor y mayor templo de cuantos fabricó la antigüedad ni el siglo de agora reconoce. No quiero decirte por menudos sus grandezas; baste afirmarte que su cirio pascual pesa ochenta y cuatro arrobas de cera."

Francisco Rodríguez Marín, que analizó y editó esta obra, considera la cifra una más que evidente exageración para acrecentar aún más lo cómico de lo explicado, ya que esas ochenta y cuatro arrobas equivaldrían en nuestros días a más de una tonelada de cera, una auténtica barbaridad imposible de fabricar en los talleres cereros del cercano Colegio de San Miguel, lugar donde se elaboraba. 

  Resulta curioso que un viejo conocido de este Blog, el erudito José Gestoso, encontrase en el archivo catedralicio referencias de pintores de los siglos XVI y XVII a los que el Cabildo encargaba la decoración del mencionado cirio; así, aparecen y destacan los nombres de, por ejemplo, Lorenzo Fernández, que cobró en 1462 cuatro maravedíes por la pintura del cirio pascual, Luis Hernández, que cobró quince ducados en 1581 por la misma tarea o Antón Pérez "pintor de imágenes" que en 1543 vivía en unas casas de la calle Alhóndiga con su mujer Isabel Ortiz y sus dos hijas desde 1540 a 1560 se encargó de esa tarea ininterrumpidamente, lo que indica que era un elemento sumamente importante en el ajuar litúrgico de la catedral sevillana.

Por su parte, el Cirio Pascual llamó la atención a muchos extranjeros que acudieron a presenciar los cultos catedralicios; así, en 1837 el viajero romántico británico David Roberts (1796-1864) plasmó en una litografía la apariencia de dicho Cirio Pascual, con elevada altura (unos ocho metros) y a cuyo cuidado siempre había un acólito que recogía la cera derretida y evitaba que la llama del pabilo se acrecentase hasta peligrar el propio cirio. Pocos años después, Teófilo Gautier (1811-1872), otro viajero francés que dedicó parte de su vida a descubrir nuestro país, tuvo palabras para Sevilla allá por 1840, haciendo hincapié en el referido Cirio, incluso con un punto de exageración intencionada:

"El cirio pascual, semejante al palo de un barco, pesa 2.050 libras. El candelero de bronce correspondiente está copiado del que había en el templo de Jerusalén, según se le ve en los bajo relieves del arco de Tito. Arden al año en la Catedral 20.000 libras de cera y otro tanto de aceite y se consumen para consagrar 18.750 litros de vino. Verdad es que se dicen cada día 500 misas en los ochenta altares."



Parece que con el paso de las décadas el tamaño del gigantesco cirio pascual de la catedral hispalense fue reduciéndose, aunque aún en 1901 el anónimo autor de "Sevilla histórica, monumental, artística y topográfica", editada por la Librería de José G. Fernández, indicaba, al referirse a la Capilla Mayor de la Catedral que: 

"Al lado del Evangelio se encuentra un robusto pedestal de jaspe con su base, sobre el que se sienta el gran cirio pascual en forma de columna ochavada que es la admiración de naturales y extranjeros por su colosal tamaño. El que se ponía antiguamente pesaba 53 arrobas y el de hoy no pesa más de 6 y media."

En resumidas cuentas, todo lo que hemos reseñado brevemente nos da idea de la importancia de este tipo de elementos a lo largo de la historia de la liturgia catedralicia, en unión de otros que merecerían una reseña, como la matraca o el tenebrario, pero esa, esa ya es otra historia.