29 enero, 2024

El Verdugo y las Doncellas.

No lejos de la Puerta de la Carne, sumergida como tantas en el constante trajín de multitud de turistas acarreando maletas, encontraremos una calle sin aparente historia, en la que tuvo su morada un personaje digno de mención por su siniestra forma de ganarse la vida; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto Reyes de Escalona.

Entre la calle Santa María la Blanca, pasando por Cruces, y terminando en un callejón sin salida, la calle Doncellas es quizá muchos más conocida por su famoso Horno del mismo nombre, muy apreciado por el gran público por sus regañás y torrijas en fechas cuaresmales que por su propia historia. Poco se sabe del origen del nombre de esta calle, aunque quizá se deba a que allí vivieran jóvenes con esa condición de doncellas o a la presencia de alguna casa propiedad de algún tipo de fundación o hermandad que tenía como objetivo el cuidar de dichas muchachas proporcionándoles dotes con las que contraer matrimonio.

Foto Reyes de Escalona. 

Estrecha y sinuosa, ahora con numerosos negocios de hostelería orientados al omnipresente turismo, posee algunos edificios del siglo XIX, con la curiosidad de que finaliza en una zona sin salida, tras atravesar otras calles como Mariscal, llamada Trasbolso antiguamente por encontrarse a la espalda de la casa palacio del banquero Pedro de Morga, arruinado en el siglo XVI, y también  Cruces, ambas también muy angostas y llenas de encanto. En el caso de la Plaza de las Tres Cruces, indicar que fue creada en 1942 tras la demolición de una escueta manzana de casas, colocándose tres fustes de columnas con las correspondientes cruces, cercadas por una verja de forja e iluminadas por faroles. Durante un tiempo la zona se denominó de los Cuatro Vientos, aunque González de León afirmaba que ello se debía a: 

"Costumbre viciosa y sin ninguna significación como sucede con la presente, que ni aun el nombre de calle merece por el pequeñísimo tamaño, porque  no sólo está a cuatro vientos pero ni uno, pues es una continuación algo más ancha de la calleja angostísima de las Tres Cruces o Cruces Verdes".

El escritor Alfonso Álvarez-Benavides, en sus Curiosidades Sevillanas, libro rescatado del olvido en 2005 con una cuidada edición de la Universidad realizada y prologada por el malogrado profesor Alberto Ribelot, mencionaba que en esta calle de las Doncellas vivió en aquellos tiempos, finales del siglo XIX, un oscuro personaje: un verdugo. 

Efectivamente, en el número 13 de la calle Doncellas tuvo su domicilio durante un tiempo José Quintana Caballero, sujeto, como afirma el propio Álvarez-Benavides no mal parecido, de elevada estatura y aspecto aseado, con buen hablar y desenvuelto, de manera que podría confundirse con alguien de posición holgada, ya que lucía valiosos anillos de oro y brillantes, vestía de negro, peinaba sus cabellos de manera atildada y usaba elegante bigote. El escritor afirma haberlo conocido en Córdoba en 1891, con motivo de la ejecución del condenado José Cintabelde Pujazón, el famoso Pepillo Cintas Verdes, autor de los llamados crímenes del Jardinito, acaecidos en un cortijo el 27  de mayo de 1890 y en el que encontraron la muerte varias personas, dos niñas incluidas, todo por un botín destinado a comprar entradas para una corrida de toros de la feria cordobesa. 

Con un sueldo de 24 reales diarios, como verdugo cobraba además 40 pesetas en concepto de derechos, que incluían, cosas de aquellos tiempos, la construcción del patíbulo, la hopa o ropajes que había de vestir el reo, sin olvidar otros elementos como las cuerdas con que atarlo llegado el fatídico momento, todo ello con el "plus" de cobrar el doble los días que tenía que ejercer su tremenda función. Como se ve, un puesto de trabajo bien remunerado aunque sus funciones no pudieran ser más odiosas. 

Foto Reyes de Escalona.

Al parecer nacido en Madrid, Quintana era llamado a otras poblaciones para cumplir con su cometido, habiendo acudido a Villanueva del Río para ajusticiar a dos sujetos condenados a la pena máxima por el asesinato de una pareja de la Guardia Civil, a Osuna, para dar muerte a Ventura Medina, autor de varios homicidios y a localidades como Murcia, Albacete, Pozoblanco, Jerez, Granada o Cádiz. El propio Álvarez-Benavides relataba así su encuentro con este ejecutor sevillano, que usaba para su cometido el llamado Garrote Vil: 

"Cuando en Córdoba conocimos y hablamos con Quintana en virtud de nuestra misión como corresponsal de un diario sevillano, aquel no tuvo inconveniente en mostrarnos las máquinas destinadas para las ejecuciones; llevaba dos, perfectamente lustrosas y ensebadas, como demostró a nuestra vista haciéndolas girar, pesa cada una once kilos, y la correa que ha de sujetar al reo es de grandes dimensiones y sumamente fuerte. 

José Quintana nos manifestó que el día antes de las ejecuciones y aquel en el que se verifican, no puede ni comer ni dormir, por las impresiones que recibe, y que en su opinión, los reos no sufren nada, dada la prontitud con que la máquina concluye la vida de los ejecutados. Nos basta con que Quintana nos lo asegure. "

Por lo que hemos averiguado, Quintana seguía en activo aún en abril de 1905, ya que se le menciona en reseñas de la prensa local sevillana siendo movilizado para realizar su cometido en Cádiz (habría cobrado mil pesetas en concepto de salario, dietas y gastos para el montaje del cadalso) para hacer cumplir la condena a pena de muerte impuesta a Antonio Vega Romero por delitos de homicidio, robo e incendio. Debido a su fama y problemas con sus vecinos, Quintana tuvo que mudarse, dejando la calle Doncellas para marcharse a la calle Imperial número 19, esquina con Lanza, y a partir de ahí se le pierde la pista sobre su vida, pero esa, esa ya es otra historia. 

22 enero, 2024

Escarlata O´Hara y Sevilla.


¿Qué tienen en común los actores Vivien Leigh y Clark Gable con la antigua calle de la Muela? ¿Y un antiguo teatro del siglo XVIII con la refrigeración? En esta ocasión, nos vamos al teatro, o mejor, al cine, o a ambos, para descubrir dónde y cómo tuvo lugar el estreno en Sevilla de una de las mejores películas del llamado Séptimo Arte; pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto Reyes de Escalona.

En el siglo XVIII, casi al lado del convento de San Acasio, de religiosos agustinos, fundado en 1634, luego oficina de Correos y actual sede del Círculo de Labradores, se inauguraba el llamado Teatro Principal, en una tesitura histórica en la que la prohibición de representar obras teatrales se estaba relajando, junto con la llegada de las primeras óperas italianas. El edificio, realizado de manera modesta y con estructura en madera, se levantó en la calle de la Muela, llamada O´Donnell desde 1860, sobre cocheras y solares del marqués de Guadalcázar, siendo gestionado por el matrimonio italiano formado por Lázaro Calderi y Ana Sciomeri, afincados en Sevilla bajo la protección del entonces Asistente conde de Fuente-Blanca, a la sazón cuñado del entonces todopoderoso Manuel Godoy, favorito y valido del rey Carlos IV.

Como constató Chaves Rey, el teatro Principal comenzó su andadura la tarde del 17 de octubre de 1795, representándose en esa ocasión una comedia: El Maestro de Alejandro. Desde el mismo momento de la inauguración la polémica estaba servida, ya que inmediatamente comenzó a alzarse, valga el símil, todo un coro de voces ultraconservadoras, la mayoría de procedencia eclesiástica, que criticó duramente la apertura de dicho teatro por, se afirmaba, los posibles peligros y riesgos para la moralidad que allí podrían conjurarse, (Hombre y mujeres juntos, ¡Qué escándalo!), frente a todo un grupo de acérrimos defensores de las artes escénicas que lo apoyaron devotamente. 


Escenario, nunca mejor dicho, de los vaivenes políticos de su época, en junio de 1823, durante las algaradas ocasionadas por violentos grupos proabsolutistas, el propio teatro vio derribadas sus puertas, destrozada su decoración e incendiado su patio de butacas y escenario, lo que habría sido una auténtica catástrofe de no ser por la intervención oportuna de personal del propio teatro que logró atajar las llamas. Tras estos destrozos, el teatro siguió funcionando hasta que finalmente fue derribado, construyéndose un nuevo edificio, de mayor empaque y riqueza siguiendo las trazas del arquitecto municipal Melchor Cano en 1834, reinaugurándose en 1840 con un aforo para 1.200 personas, y reformándose en 1858 por Suárez Garmendia; se dice que de esa etapa dataría la cubierta metálica o "montera" atribuida tradicionalmente a Gustav Eiffel y que aún se conserva. 


El año 1914 será clave para el Teatro Principal, ya que sus propietarios, al ver que no podía seguir compitiendo con otros espacios como los vecinos San Fernando o del Duque, decidieron reconvertirlo en café-teatro: la Gran Sala Kursaal, lugar de encuentro para los principales artistas y orquestas de aquellos años, sin olvidar su famosa pista de baile que solía reunir a la flor y nata de la alta sociedad hispalense. Cabaret en 1927, el Jueves Santo de 1932 el Kursaal fue escenario, valga la expresión de un suceso: fue lanzada una piedra desde los balcones del propio Teatro contra el Paso del Cristo de las Penas de la Hermandad de la Estrella, única cofradía que decidió realizar Estación de Penitencia aquella Semana Santa. El pedrusco, según el periódico El Liberal:

"Dio en el ala derecha de uno de los ángeles del Paso, desprendiéndola de la escultura. Al rebotar el trozo de ladrillo cayó sobre la cabeza del soldado del regimiento de línea número 9 Ginés Sirvente, causándole una contusión. El soldado herido, que se dio cuenta de dónde partió la agresión, detuvo en unión del guardia Félix Carrillo al autor del hecho, llamado Manuel Fernández Rosa, de 35 años de edad y con domicilio en calle Alfarería 134"

Clausurado finalmente en 1935,  a los pocos años, en plena posguerra, abrió de nuevo como Teatro Cine Palacio Central, no tardando en convertirse en una de las salas de proyección más importantes de la ciudad, y la preferida por muchos cinéfilos. Con entrada por Sierpes y calle Pedro Caravaca, el nuevo Cine debuta como lugar de proyección en 1941, con sus elegantes butacas forradas de terciopelo y su grupo de acomodadores uniformados. Dos años antes, en 1939, se había producido el estreno de la película "Lo que el viento se llevó", la gran superproducción hollywoodiense basada en la novela de Margaret Mitchell, dirigida por Victor Fleming que plasma durante sus cuatro horas de duración cómo el Sur de los Estados Unidos sufre la Guerra de Secesión, con un elenco de artistas encabezado por la británica Vivian Leigh, Olivia de Havilland, Leslie Howard y por supuesto, el gaditano Clark Gable; no, nos equivocamos, no es que el actor que interpretó al famoso Rhett Butler naciera a la vera de la Caleta, sino que vio la luz en el norteamericano pueblo de Cadiz, en el estado de Ohio allá por 1901.

Cosas de la censura de la época, dicha cinta, que había triunfado en todo el mundo, todavía no se había proyectado para el gran público en España, hasta que, por fin, a comienzos de marzo de 1951 la prensa local sevillana anunciaba su ansiado estreno en Technicolor en el Cine Palacio Central como único lugar para dicha proyección, con campaña publicitaria de promoción incluida que hasta sirvió para organizar una cena para los periodistas hispalenses organizada por la productora Metro Goldwyn Mayer y los dueños del entonces Cine Palacio Central, Diego y José María Salmerón, cita en la que se alabaron las cualidades cinematográficas de la película:

"A los postres, el presidente de la Asociación de la Prensa, señor Resa, en nombre de los periodistas dio las gracias por el agasajo a la vez que hizo una brillante apología de "Lo que el viento se llevó", destacando lo certero y simbólico de este título.

El señor Javaloy, llegado expresamente a nuestra ciudad para preparar este estreno, pronunció asimismo unas palabras de saludo a la Prensa sevillana, destacando los méritos singularísimos que concurren en esta extraordinaria película. Señaló igualmente que la copia que se proyectará en Sevilla es totalmente nueva y que no ha sufrido el corte de un solo fotograma original".


Durante las semanas previas al estreno, en aquella Cuaresma de 1951, la prensa local no dudó en deshacerse en elogios sobre "Lo que el viento se llevó", creándose una creciente expectación; hay que tener en cuenta que tras la Semana Santa, entonces en el llamado Sábado de Gloria, tenía lugar el estreno de nuevas cintas tras los días de penitencia y austeridad, de modo que el Cine Palacio Central programó para el 24 de marzo hasta tres pases diarios a las 11:15 de la mañana, 17:45 y 10:15, teniendo en cuenta la duración de cuatro horas del film. Las taquillas permanecieron abiertas todo el día con los mismos precios para las entradas, la más barata, 15 pesetas, admitiendo encargos y reservas de fuera de Sevilla. Hubo largas colas para adquirir localidades para todo un fenómeno cinematográfico que en pocas semanas alcanzó el millón de espectadores en toda España, o al menos, eso decía la propaganda difundida al efecto.

Ni que decir tiene que las críticas tras el estreno fueron unánimes alabando la calidad de la película, la actuación de sus intérpretes y lo logrado del diseño de producción, como indicaba el crítico de cine que firmaba con el seudónimo de "Jota" en una reseña en el periódico "Sevilla: diario de la tarde": 

"Sentimos de veras no disponer de más espacio. Nos pasaríamos gustosamente hablando de esta película el mismo tiempo que dura su proyección, y quizá no sea demasiado si se pretende desmenuzar los valores de todo género que ha sabido reunir en ella ese extraordinario director que es Victor Fleming.

Baste decir,, como final, que en nuestro entusiasmo de espectadores no hemos dejado de considerar la emoción incomparable que sentiría la malograda Margaret Mitchell al contemplar cómo los personajes que ella había creado encarnaban mágicamente en esos geniales artistas que son Clark Gable, Vivien Leigh, Olivia de Havilland, Leslie Howard..." 


Con el paso de los años, y tras incluso ostentar el honor de ser el primer cine refrigerado de la ciudad, el Palacio Central cerró definitivamente sus puertas en 1982, siendo sustituida su actividad por la del Centro Andaluz de Teatro, que también terminó por suspender sus actividades allí y trasladarse, creemos, al recién estrenado espacio escénico de la antigua Expo 92; el antiguo edificio, que posee viviendas también (en una de ellas falleció el torero Rafael el Gallo el 25 de mayo de 1960), quedó en estado de abandono hasta que fue profundamente reformado en 2003 y ahora está ocupado por una conocida tienda de moda femenina que ha conservado poco, muy poco del teatro o cine primitivo, quizá las galerías superiores y la cubierta metálica, pero esa, esa ya es otra historia.


15 enero, 2024

Un fraile sevillano en el País del Sol Naciente.

En esta ocasión nos vamos a conocer una calle, como casi siempre, pero ella nos va a servir para descubrir por qué recibe el nombre de un monje beato que sabía japonés y que llegó a conocer al mismísimo Papa antes de ser martirizado; pero como siempre, vayamos por partes. 

Entre las calles Escoberos y la Resolana se sitúa la calle Fray Luis Sotelo, ubicada en un espacio muy próximo al desaparecido recorrido del recinto amurallado almohade. Es ciertamente poco conocida y en ella, aparte de diversos comercios, un supermercado ubicado en el antiguo Cine Bécquer, un bar y una clínica dental, sobresale el número 4, con fachada también a la calle Bécquer, edificio realizado por el arquitecto navarro Jesús Yanguas Santafé allá por 1915; curiosamente Yanguas, que falleció en Madrid en 1951, era cuñado del poeta Luis Cernuda, al estar casado con su hermana Ana y además gran melómano, llegando a presidir la Sección de Música en el Ateneo de Sevilla. El tramo entre Bécquer y Escoberos se abrió en el siglo XIX, mientras que el siguiente, que desemboca a Resolana, se configuró en 1915 a partir de unos solares cedidos por el industrial Luis Piazza.


¿A qué se debe el nombre de Fray Luis Sotelo? Nuestro personaje habría nacido en Sevilla en el seno de una familia noble y poderosa, siendo el segundo de los hijos de Don Diego Caballero de Cabrera y Doña Catalina Niño Sotelo de Deza. Don Diego era Caballero Veinticuatro, lo que indicaba su influencia y capacidad para los asuntos ciudadanos y pertenecía a un linaje acostumbrado al comercio más allá del Atlántico. Los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a su fecha de nacimiento, ya que para unos habría sido el 6 de septiembre de 1574 y para otros, como el investigador Angel Schlatter, gran conocedor de su trayectoria, habría sido bautizado un año antes, en concreto el día 24 de octubre de 1573. 

Con una profunda vocación religiosa inculcada por su piadosa madre, era el segundo de sus hermanos no hay que olvidarlo, Luis marchará a Salamanca para su formación universitaria pero a la postre ingresará en la orden franciscana, profesando como monje. Animado por su espíritu inquieto, su ejercicio religioso le llevará muy lejos, a Filipinas, donde se empleará denodadamente en la conversión al cristianismo de no pocos individuos, lo que unido a penitencias, oraciones y ayunos le hará ser admirado por muchos en aquellas tierras.

A comienzos del siglo XVII, Fray Luis Sotelo decidirá cambiar de aires, desembarcará en Japón y en 1610 entrará en la corte del Shogun de Yedo, donde conocerá y tratará a un personaje que marcará su vida: Daté Masamune, apodado "Dragón de un solo ojo" por la falta de uno de sus ojos, uno de los señores feudales más importantes de aquella zona nororiental y fundador de la ciudad de Sendai. Bautizado a la fe cristiana, todo un logro para un simple franciscano, su conversión abrirá toda una serie de posibilidades, y fruto de todo ello será la organización de una delegación japonesa, llamada Embajada Keicho, que entre 1613 y 1620 pondrá rumbo a Europa, pasando por Sevilla y Madrid con destino a la Roma Papal, donde se pretendía conseguir el envío de más misioneros al reino de Masamune y, de camino, abrir vías comerciales con la monarquía española a través de Filipinas. 

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Como ha destacado el archivero Marcos Fernández Gómez en un interesante artículo, el desembarco en tierras españolas del galeón "San José" con su pasaje asiático tuvo lugar en el verano de 1614 y en Sanlúcar de Barrameda, siendo atendido debidamente por el Duque de Medina Sidonia, quien les proporcionó dos galeras para remontar el Guadalquivir y alcanzar Coria del Río y partir por tierra hasta Sevilla.

El 30 de septiembre de 1614, lo narra Chaves y Rey, el Cabildo de la ciudad hispalense se vio sorprendido por la llegada de una misiva indicando la llegada de la delegación diplomática procedente de Japón; el entonces Asistente, Diego Sarmiento, conde de Salvatierra dispuso los preparativos para su alojamiento, preparando al efecto una serie de aposentos en los Reales Alcázares y delegó en Diego de Caballero de Cabrera, hermano de Fray Luis Sotelo para que hiciera de anfitrión de tan ilustres huéspedes. Con lo que no se contaba era con que la comitiva se vería acompañada por una multitud que llegó a estorbar el tránsito cuando se alcanzó el trianero Puente de Barcas en la tarde de aquel 23 de octubre, cuando  tuvo lugar la llegada de la extraña comitiva, que llamó la atención por las vistosas y extrañas armaduras y armas que portaban. Recibidos y agasajados  en las casas consistoriales, el embajador japonés Hasekura Tsunegaga, un capitán samurai, hizo entrega al consistorio de una carta firmada por su señor Masamune (conservada aún en el archivo municipal) y de una espada (katana) y daga que por desgracia no han llegado hasta nuestros días.

La hospitalidad sevillana se tradujo en una estancia de varias semanas en la que no faltaron banquetes, visitas a monumentos y asistencia a teatros y fiestas, pese al maltrecho estado de las arcas hispalenses. Fray Luis Sotelo, por su parte, ejerció de intérprete y de valedor de la causa cristiana japonesa,  adoptando un papel más que protagonista en aquellos días, ya que movió influencias e hilos para lograr que se escuchase su proyecto, destinado a conseguir misioneros para Japón y, a la vez, abrir vías comerciales entre Europa y Asia, algo con lo que portugueses y holandeses no estaban muy de acuerdo, lógicamente.

Hasekura y Fray Luis Sotelo dialogando. Pintura en la Sala Regia del Palacio Quirinal. Roma.
 

Tras partir en dirección a Córdoba, visitar Toledo, alcanzar Madrid donde la embajada fue recibida por el rey Felipe III y  Hasekura fue solemnemente bautizado en el Monasterio de las Descalzas Reales con el nombre de Felipe Francisco y dirigirse a Roma, la embajada logró, al fin, audiencia con el Papa Paulo V aunque según las crónicas el resultado de dicho encuentro no dejo de ser meramente ceremonial, lleno de buenas intenciones pero sin llegarse a decisiones concretas en lo referente a la mejora de la estructura eclesiástica nipona o a la deseada aprobación papal de la apertura de nuevas rutas mercantiles. Tocaba regresar. El embarque en Sevilla se realizó con un contingente menor al que arribó dos años antes, ya que Hasekura y parte de su acompañamiento alegaron motivos de salud para permanecer temporalmente en tierras sevillanas, concretamente en la localidad de Espartinas, no lejos de Coria del Río, donde la tradición establece que el apellido Japón tiene su origen en aquellos que prefirieron quedarse a soportar los riesgos de una nuestra travesía transoceánica. 

¿Y Fray Luis Sotelo? Nuestro buen franciscano se despidió de Sevilla y partió hacia Japón con el resto de la exigua expedición, arribando a Filipinas en el verano de 1620; allí tuvo noticias del brusco cambio producido en Japón, donde había comenzado la unificación religiosa que conllevaba la persecución de los cristianos, algo que desaconsejaba que partiera hacia allí. Haciendo oídos sordos de la prohibición japonesa, Fray Luis, sin vestir el hábito franciscano y en unión de dos conversos japoneses, se embarcó en un navío chino con rumbo al país del Sol Naciente, con tan mala fortuna que el capitán del buque mercante lo delató ante un juez al desembarcar cerca de Nagasaki. Apresado y condenado en Omura, el 25 de agosto de 1624 morirá ejecutado en la hoguera en unión de sus compañeros mártires, el dominico Pedro Vázquez de Santa Catalina y el jesuita Miguel Carballo.


 Así terminaba la aventura japonesa de Fray Luis Sotelo, que sería beatificado por Pío IX en 1867 en atención a sus méritos como misionero y difusor de la fe cristiana en el Lejano Oriente, y quizá coincidiendo con su elevación a los altares fue cuando la ciudad honró su memoria dando su nombre a esta calle macarena; por su parte Hasekura, que regresó finalmente a su tierra, morirá y será sepultado sin que se sepa a ciencia cierta en qué lugar se halla su tumba, aunque una estatua suya en Coria del Río recordará siempre su presencia en nuestras tierras, pero esa, esa ya es otra historia.

08 enero, 2024

Correduría.

A medio camino entre la Alameda y Feria, calle popular, cofradiera y cabalgatera, en esta ocasión nos vamos a conocer un lugar lleno de ajetreo y ciertamente afectado por el tráfico rodado. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto Reyes de Escalona.

Entre las confluencias de Feria y Guadiana y la de Quintana, Torrejón, Barco y Joaquín Costa, la calle Correduría poseía dicho nombre desde tiempos inmemoriales, aunque los arqueólogos que han realizado diversas prospecciones en  esa zona han comprobado que la cercanía del río y la antigua zona pantanosa de la actual Alameda habría provocado que hasta el siglo XV no se hallan encontrado restos de construcciones. En aquel sentido, durante años fue zona víctima de las inundaciones, llegándose a alcanzar en algunas ocasiones el metro sesenta de altura en cuanto a nivel del agua. 

Por su parte, los historiadores no se ponen de acuerdo en el por qué de dicha denominación de Correduría; algunos estiman que se debería a la presencia en dicha vía de algunos miembros del gremio de Corredores de Lonja (aunque radicarían algo alejados de su zona de influencia en el centro de la ciudad), mientras otros, como Santiago Montoto apuntan a que el término sea una corrupción de otra palabra, "Correeros", ya que en 1310 hay noticia de hallarse aquí la corporación de los fabricantes de correas. Este mismo autor, como curiosidad, constató que ya el 2 de marzo de 1416 el maestro armero Gil Martínez hizo donación mediante escritura otorgada ante el escribano público Bernal Fernández, de una casas en la Correduría al hospital de Santa María.

Con este nombre se ha mantenido durante largo tiempo, aunque entre 1916 y el año 2000 modificó su apelativo por el de Doctor Letamendi, en honor al catedrático de patología José de Letamendi y de Manjarrés, atendiendo con ello a una petición formulada por la Facultad de Medicina de Sevilla. Ingenioso y entusiasta, el Doctor Letamendi se caracterizó por sus amplios conocimientos no sólo en medicina, sino también en poesía, periodismo, economía e incluso música, ya que llegó a componer una Misa de Réquiem. Todo ello, unido a su carácter humilde y poco dado a honores, hizo de él un personaje admirado y prestigioso, falleciendo en Barcelona en 1897 tras haber ocupado diversas cátedras médicas y puestos políticos de importancia. 

En torno a mediados del siglo XIX la Correduría amplió su nombre al absorber la zona conocida como Plaza de Nuestra Señora de la Europa, Pasaderas de la Europa, o lisa y llanamente, la Europa, erigida así en honor a una imagen de la Virgen con el Niño en brazos que figuró durante años en un retablo dentro de una pequeña capilla pública en dicho sector, contando con Hermandad propia desde el siglo XVII y que con posterioridad pasó a recibir culto en la parroquia de San Marín, donde aún permanece. 

No sería el único aspecto devocional en esta calle, ya que un azulejo colocado en 1999 en el número 59 recuerda la piadosa tradición sobre la fundación, en estos terrenos del llamado Hospital de la Expectación o de la O, por parte del rey Fernando III el Santo, luego en manos del gremio de pellejeros, germen de la devoción a la Esperanza Divina Enfermera. Casualidades del destino, poseyó importante hermandad propia a la que perteneció el cronista Diego Ortiz de Zúñiga y que tras pasar diversas vicisitudes quedó fusionada en 1981 con la cofradía de la Sagrada Lanzada, quien celebre solemnes cultos y procesión anual en su honor cada mes de octubre. 

Su cercanía a la Alameda le ha supuesto ventajas e inconvenientes a lo largo de su historia, ya que a comienzos del siglo XX se benefició del ambiente popular y castizo de aquel sector, con numerosas tabernas (como la cercana y desaparecida de Las Siete Puertas) en las que incluso floreció la afición carnavalera y las conocidas Murgas de los años veinte y treinta, formadas por personajes populares llenos de gracejo y guasa como Carabolso, Regaera, Manolín, Escalera o Panseco, por citar a algunos de los más conocidos en aquellos años. 

Aparte de tabernas, en Correduría abundó el comercio tradicional, con diversos establecimientos como por ejemplo la zapatería La Colmena, Calzados Elda (donde después estuvo La Ilustre Víctima), la Farmacia de José Sánchez o Rodríguez y Martínez, en el número 11, abierto en abril de 1922 y cuya publicidad indicaba en la prensa local que: 

"Habrá un surtido tan extenso como variado y elegante, no solamente en trajes y blusas para señoras y niñas, sino tambien en géneros para primavera, jerseys y echarpes de seda, gran moda, géneros de punto y medias de seda para señoras y calcetines de seda para caballeros, cuyos precios, por sus cualidades han de llamar poderosamente la atención."

En 1906 los vecinos de la calle comenzaron una campaña en la prensa local para lograr que se les colocase alumbrado eléctrico, a semejanza de lo que había ocurrido en la cercana calle Amor de Dios, sin olvidar que, como comentamos antes, dada su situación como conexión entre Feria y Alameda, el tranvía fuera un viejo conocido, fuente además de algún que otro susto para conductores y viandantes, como ocurrió en marzo de 1958 y recogió el periódico Sevilla: diario de la tarde:

"Don Juan Sánchez, conductor del auto matrícula de Huesca núm. 2.930 ha denunciado que al partir con su coche hacia la calle Doctor Letamendi, no obstante haber hecho la oportuna indicación la persona que le acompañaba, fue arrollado por el tranvía de la línea núm. 1, coche motor 128, que enganchándolo por una de las aletas, le arrastró unos cincuenta metros, causándole al coche desperfectos de consideración. Por fortuna no hubo que lamentar desgracias personales."

Ni que decir tiene que en fechas navideñas o semanasanteras, la calle Correduría cobra especial protagonismo, al pasar por ella la Cabalgata de Reyes Magos y casi todas las cofradías del sector de la calle Feria, San Julián o San Gil, resultando un lugar más que apropiado para disfrutar del paso de estos cortejos, pero esa, esa ya es otra historia.

03 enero, 2024

Aquellas Cabalgatas.

Como no podía ser menos, recién estrenado este año 2024 y hallándonos en las fechas en las que nos hallamos, en esta ocasión vamos a intentar viajar en el tiempo y trasladarnos a hace un siglo, para comprobar cómo celebraban los sevillanos la llegada a su ciudad de Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente; pero como siempre, vayamos por partes. 

En aquellos "Felices Años Veinte", posteriores a la llamada Gran Guerra, Sevilla se preparaba con premura para la Exposición Iberoamericana, cuya fecha de inauguración estaba fijada, tras no pocos retrasos, en 1929, todo ello en medio de un clima de inestabilidad social, voces reformistas que buscaban cambios y mejoras tanto a nivel nacional como a nivel local y la guerra en el norte de África como trágico telón de fondo por todo lo que conllevaba.

Foto: Reyes de Escalona.

Como es sabido, gracias a la encomiable figura del escritor y poeta José María Izquierdo ("Jacinto Ilusión), la primera Cabalgata de Reyes Magos se puso en la calle el 5 de enero de 1918, organizada por el Ateneo de Sevilla, saliendo desde la entonces calle Lombardos, ahora Muñoz Olivé, no lejos de la Plaza Nueva. Como ha divulgado el propio Ateneo, en aquella histórica primera ocasión las carretas de bueyes que participaron en aquel recordado cortejo repartieron más de 1.800 bolsas de caramelos, casi 500 cajas de dulces y 3.400 pesetas en juguetes más 1.000 en metálico, todo ello logrado merced a una campaña realizada entre todos los sectores de la ciudad, que se volcó tanto con sus donativos como en acompañar por las calles la primera cabalgata.

Foto: Ateneo de Sevilla.

José María Izquierdo, autor de la indispensable "Divagando por la ciudad de la Gracia", fallecerá en 1922 a la prematura edad de 36 años, dejando como legado para Sevilla haber constituido las figuras de los Reyes Magos y su Cabalgata como pórtico indispensable para una noche mágica, la de cada 5 de enero, en la que la ilusión y los caramelos se reparten a manos llenas.

Durante las Pascuas, la ciudad se aprestaba a celebrar la cabalgata poniendo todo de su parte, desde la consabida cuestación de donativos, que se publicaba en largas listas en la prensa local, hasta incluso, como en 1923, con un festival taurino a beneficio de los Reyes Magos, celebrado en la Plaza de Toros de la Real Maestranza y al que se facilitaba el acceso mediante invitación a todos los niños de las escuelas públicas y benéficas acompañados de sus maestros. Rifas, regalos, la actuación de los payasos "Charlot" y "Fatigón" y la lidia de una becerra (que no murió en la plaza), completaban esta celebración que servía para alegrar a los niños y, tal vez, recabar fondos para la Cabalgata, con la particularidad de que este festejo tenía lugar el día 6 de enero por la tarde. 

En cuanto al recorrido de la propia Cabalgata, por aquellos años el vistoso cortejo se formaba, salía y entraba del interior de la Plaza de Toros de la Real Maestranza, partiendo en dirección a los diferentes centros de beneficencia de la ciudad; el Ateneo, por su parte, invitaba a los sevillanos a que adornasen fachadas y balcones de las callas por la que transitaba la cabalgata pero, por qué no, quizás sea mejor que permitamos a un anónimo "plumilla" del diario El Liberal que narre el paso de los Reyes, provenientes de la calle Adriano, por la calle en la que estaba la sede del propio periódico:

"Al hacer su entrada en nuestra calle -García de Vinuesa- adquiere el espectáculo más que extraordinario lucimiento, verdadera solemnidad. El electricista Romero ha hecho una magnífica instalación de acera a acera en honor de los Reyes populares.

El industrial señor Ruiz de los Ríos ha adornado también su casa, instalando en la muestra del establecimiento una preciosa "estrella de rabo", a base de luces y flores. En todos los balcones hay colgaduras y al nivel de los barandales un rosario interminable de caritas de "diablos" en que se refleja una expresión de asombro ante la realidad de tanta grandeza para ellos..."

El orden del cortejo que efectuó su salida en 1923 a partir de las seis de la tarde estuvo conformado por: Gran Visir, Trompeteros anunciadores de los Reyes, Estrella de Oriente, Pajes, Heraldos, Batidores con banderas y estrellas, Rey Melchor con su séquito, Tres mulas con angarillas, una carroza adornada, banda de música municipal, batidores con banderas y estrellas, Rey Gaspar con su séquito, tres mulas con angarillas, Banda del Regimiento de Granada con tambores, una carreta adornada, Batidores con banderas y estrellas, Rey Baltasar con su séquito, tres mulas con angarillas, una carreta adornada y cerrando una banda de música.   

Los Reyes en San Luis. Foto: Ateneo de Sevilla.

No deja de tener interés cómo el anónimo cronista de El Liberal alude a que los Reyes visitaban el Hogar de San Fernando (situado en las inmediaciones de San Leandro por aquel entonces), el Hospicio Provincial (ahora Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses) o el Hospital de las Cinco Llagas, donde los Reyes entregaban regalos a niños y enfermos. Se ve, además, que el periodista acompañó como reportero todo el recorrido de la cabalgata, recogiendo anécdotas, impresiones a pie de calle, e incluso cartas a Sus Majestades, algunas de las cuales no nos resistimos a reproducir por su especial gracejo:

"Señores Reyes: las niñas quieren sillas y costureros y Rafael quiere un libro de cuentos. - Rafael de Alba. Vergara, 5."

"Seguimos ahora a paso de tortuga, por el gentío, cada vez mayor. En la plaza de los Terceros la aglomeración es enorme. Aquí son saludados los Magos por una murga, que toca a su paso la Marcha Real, ¡Muy bien!.

La calle Bustos Tavera tarda en recorrerla la comitiva más de media hora. En San Marcos le entregan a Baltasar (el negro) un memorial que cae al suelo u recogemos nosotros. Dice así: "Los hombres que hacen esta fiesta son los hombres más buenos de Sevilla.- Un bolchevique".

En calle San Luis le pregunta otro chico a Baltasar si el caballo es suyo. Estuvo graciosísimo el chiquitín. La cabalgata aprieta el paso y se detiene en el Hospicio Provincial".

Los regalos más habituales entonces eran pelotas, juegos de construcción, caballos de cartón, aros, los lujosos soldaditos de plomo y muñecos, juguetes todos que podían adquirirse en diferentes establecimientos sevillanos como el Bazar Español (calle Méndez Nuñez), el Bazar Sevillano (Calle Tetuán), La Fábrica de Juguetes (calle Sierpes, 45), Casa Leoncio Conde (calle Castelar, 2) o el Bazar de la Venera (calle José Gestoso), con especial mención a los muñecos llamados "Pepes" (también "Pepones") que se fabricaban en la calle Lanza cuya publicidad hemos recogido de las páginas de El Liberal:


 Tampoco se puede olvidar la faceta gastronómica de la Fiesta de Reyes Magos, en la que las principales confiterías sevillanas competían por brindar sus mejores productos, especialmente con el ya tradicional Rosco de Reyes mejor elaborado. En este sentido, la prensa de la época aludía a negocios como las Confiterías San Lorenzo, La Española, la Pastelería El Buen Gusto o la Pastelería Victoria de la familia Ochoa en calle Sierpes, en cuyos anuncios se aludía a que:

"Elaborará para los días 5 y 6 Roscos de Reyes, todos con "el haba" y entre éstas se pondrán tres monedas de oro de 25 pesetas y trescientas moneditas de plata de cincuenta céntimos."

Con tanto juguete y tanto rosco, nos hemos olvidado de la Cabalgata. Vayamos a su encuentro. La habíamos dejado en la calle San Luis, ya tras una obligada parada en el antes mencionado Hospicio se dirigía hacia uno de los puntos fuertes de su recorrido, la calle Feria, para luego desembocar en la Campana y desde ahí marchar hacia la Magdalena buscando la Plaza de Toros:

"Hemos entrado en la calle Feria. ¿Qué tiene esta calle que tanto luce la cabalgata? La alegría del público se comunica a todos y se aplaude, se grita, se dan vivas, se chicolea a las mujeres, se vuelven locos todos. La mayoría de los balcones lucen colgaduras y vistosas iluminaciones. Como más original citaremos la azotea de la casa número 123, adornadísima y en la que una murga tocaba alegres composiciones.

Desde Omnium Sanctorum a la Cruz Verde hay establecida una feria de juguetes, dulces y golosinas para los chicos. Los vendedores han hecho un gran negocio. Las tabernas del barrio, como en pleno verano, habían sacado a la calle las mesas y el público aguardaba el frío gustosísimo."

De lo que no cabe duda, leyendo crónicas del momento, es que pese a su juventud, la comitiva real promovida desde el Ateneo había calado ya muy hondo en los sevillanos, el recorrido solía terminar en torno a las once de la noche de nuevo en la Plaza de Toros; por cierto, por poner un ejemplo, en 1924 los Reyes Magos estuvieron encarnados por Adolfo Lama Collado, el pintor Santiago Martínez y el dramaturgo Jacinto Benavente, y al finalizar la cabalgata, como era costumbre, partieron a repartir regalos a diferentes hospitales infantiles y centros sanitarios,

Como vemos, hace cien años la tarde del 5 de enero se estaba convirtiendo en la víspera de la noche más mágica del año, en la que los "peques" duermen soñando con la fría amanecida del día siguiente y con una puerta que se abre hacia un salón en el que se obra magia en esa mañana de nervios y alegría;  será 6 de enero, fiesta de la Epifanía, pero esa, esa ya es otra historia. 

Postdata: si algún oyente o lector desea conocer mejor la historia de la Cabalgata, recomendamos las publicaciones sobre el tema de Vicente Flores Luque o de Enrique Barrero González. 

Foto: Ateneo de Sevilla.