Cuéntannos que fue más alla de Cartuja de las Cuevas, cabe anchuroso Guadalquivir. Faze agora par de décadas.
Que fueron años de ímprobo esfuerzo y denodado trabajo por cimentar y edificar, que construyéronse puentes y que agora aún extasian a sesudo observador.
Que hubo sinsabores y decepciones a porfía, que no pocos aprovecharon río revuelto para aprovechar pescadora ganancia.
Que erigido recinto, juntáronse en él miles de almas, acudiendo gentes de toda nación y raza, convirtiendo aquel erial en metrópoli a manera de cómo quien suscribe conocióla antaño.
Que hubo músicas, festejos, jolgorios, triunfales desfiles y vistosos cortejos para asombro de cuanto acercóse a aquellos lares, pese a que no fuera baratura ni plato de gusto abonar estipendio exagerado por contemplar aquellos prodigios de ciencia y técnica.
Que brotaron largas filas frente a pabellones, con público ansioso por descubrir maravillas y objetos traídos de todo el orbe para ser contemplados con embeleso en seis meses.
Que acudieron monarcas y jerarcas, ministros y plenipotenciarios, cancilleres y legados, dignatarios y consejeros, oriundos de extrañas repúblicas, ignotas naciones o reconocidos estados.
Que, antes bie, fue feliz suceso, y que no pocos rememóranlo con nostalgia de juventud o aniñada añoranza.
Vano espejismo o gozosa realidad, ilusión o desengaño, metáfora de lo vivido, ocasión importante resultó para Sevilla, aprovechada o no dejarémoslo a criterio del piadoso lector de aquestos pliegos.