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03 julio, 2023

Dormitorios.

En estas tórridas noches veraniegas en las que tanto cuesta conciliar el sueño por el calor, cuando el cuerpo cansado reclama dormir, no estaría mal que nos diésemos un imaginario paseo por aquellas calles que fueron lugar de merecido descanso para muchos, y no nos referimos a vías con lujosos hoteles, dignas pensiones o populares posadas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Ciudad conventual, como se ha dado en llamar, Sevilla albergó en su mejor etapa histórica casi cien conventos o monasterios, tanto de órdenes femeninas, muchas de clausura, como masculinas. El concepto de convento como "micro ciudad" quedará claro desde el primer momento siguiendo modelos arquitectónicos traídos de fuera, pues el claustro o patio principal será casi como la plaza mayor a la que darán las "calles" o pasillos que a su vez llevarán a otras dependencias, siempre otorgando el mayor protagonismo al templo. Dentro del entramado de habitaciones o estancias que poseía cualquier monasterio o convento, como la Sala Capitular, la Enfermería o el Refectorio, del que hablamos en su momento, otro lugar, aunque secundario lo constituían los dormitorios para la comunidad. Habitualmente eran comunes, enormes salas corridas apenas divididas con cortinas, en otras ocasiones existían celdas individuales que aunaban austeridad con aislamiento y por supuesto, mención aparte, las habitaciones del prior, superiora, abad o madre general, quien por su cargo poseía estancias quizá algo más destacadas. 

En cualquier caso, los dormitorios conventuales solían situarse en plantas baja (para verano) y altas (para invierno), quizá encima de la zona de cocinas para aprovechar el calor que provenía de las mismas y conectados al claustro y no lejos de la iglesia, ya que era habitual que los monjes o religiosas tuvieran que levantarse, previo toque reglamentario de campana, para rezos a horas nocturnas intempestivas diariamente, como para Laudes o Maitines. El hecho de colocar los dormitorios por encima de otros aposentos tenía que ver, seguramente, con la idea de aislamiento en altura del exterior y el impedir que por esa zona alguien entrase... o saliese, aunque no faltaban fuertes rejas de forja para impedir tal circunstancia.

Despojados de su función, se conservan los antiguos dormitorios del convento de Santa Clara o los de Santa Inés, ambos con la misma función como salas de exposición, o los de Santa Rosalía, utilizados como espacio para celebraciones gestionado por las propias religiosas para allegar fondos a su comunidad. No es de extrañar, por tanto, que en Sevilla se conserve aún hoy una calle con el nombre de Dormitorio, la que va desde la Plaza del Cristo de Burgos hasta Alhóndiga y cuyo origen está en esa estancia perteneciente al convento de Trinitarios Descalzos, del que se conserva por fortuna su torre e iglesia, sede ahora de la Hermandad del Cristo de Burgos. El nombre al menos ya existía en 1728, pero probablemente se utilizase de mucho antes. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Calle con mucha circulación rodada, y que forma un trazado ligeramente curvo, a comienzos del siglo XX estuvo en ella, en el número 6,  la Fundición de Manuel Grosso ya allí al menos en 1860, y de la que salieron piezas para el Palacio de San Telmo o la Catedral; el edificio, puede que ya sin uso,  despertaba denuncias como ésta recogida en el diario El Liberal de diciembre de 1918:

"Se nos quejan los vecinos de la calle Dormitorio de que la fachada de la casa número 6 está convertida en mingitorio público, hasta el extremo de que el rincón lo ponen intransitable los numerosos desaprensivos que allí evacuan sus necesidades. Sería conveniente que por la brigada de desinfección se saneara aquel lugar, que buena falta le hace. También nos dicen que la farola del centro de la calle está apagada desde tiempo inmemorial, y como el pavimento está imposible, los vecinos de la calle Dormitorio viven mejor que quieren".

Foto: Reyes de Escalona. 

 En su esquina con la plaza del Cristo de Burgos alberga el conocido Bar Coloniales, fundado en 1992 pero que posee antecedentes de una antigua tienda de vinos y comestibles, recuerdo quizá de cuando aquella zona era llamada Vinatería, coincidiendo con el sector de Sales y Ferré, por la presencia de numerosas tabernas (quizá de ahí provinieran las quejas vecinales por "aguas menores" en la calle). 

Sin embargo, hubo otras calles "Dormitorio", hoy desaparecidas o con nombres distintos:

Dormitorio del Carmen, el tramo de la actual Pascual de Gayangos, en el barrio de San Lorenzo, llamada así porque los mencionados dormitorios del convento Casa Grande del Carmen daban a esa zona, de hecho en la actualidad a esa calle da la salida de la Escuela Superior de Arte Dramático, ubicada en ese antiguo e importante convento. Como curiosidad, en esta calle vivió durante un tiempo el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, cuando un tramo de esta calle recibía un nombre peculiar: Espejo. Lo olvidábamos, Pascual de Gayangos, nacido en Sevilla en 1809 fue un destacado historiador, erudito y catedrático de Lengua Árabe en Madrid. 

Si tuviésemos que descubrir la calle Dormitorio de San Pablo tendríamos que acudir al tramo de la calle Bailén pegado a la puerta secundaria de la parroquia de la Magdalena, ya que se tienen noticias del uso de tal nombre desde al menos el siglo XV en alusión a que en esa zona estaban esos aposentos del convento dominico, que posteriormente quedó convertido en parroquia; en el siglo XIX la calle perdió el nombre de Dormitorio por el de la célebre batalla de la Guerra de Independencia, y además una serie de nuevas construcciones dejaron "invisible" el ábside de la iglesia, aunque se mantiene abierta la puerta trasera que da a su sacristía, con la consabida lápida de mármol para solicitar la administración de los últimos sacramentos a deshoras. 

Foto: Reyes de Escalona. 

Otro de los grandes conventos masculinos, el conocido como Casa Grande de la Merced, poseyó una extensión mucho mayor a la actual, limitada ahora a patios, dependencias e iglesia del Museo de Bellas Artes; se sabe que existió una calle llamada Dormitorio de la Merced, llamada así todavía en el siglo XVII. Quizá a la altura de la calle Cepeda, muy cerca de la capilla de la Hermandad del Museo, sería buena prueba de lo comentado, ya que hay que pensar que la actual plaza del Museo es fruto de la demolición (entre 1840 y 1860) de todo un sector edificado perteneciente a este convento mercedario, escenario de cierto macabro suceso que ya hemos narrado por estas páginas.

El convento de Madre de Dios, recientemente restaurado, posee una hermosa fachada que da a la calle San José, a medio camino entre Santa María la Blanca y San Nicolás; como imaginará el lector, la calle Dormitorio de Madre de Dios se situó en uno de los laterales del claustro,  con ese nombre se mantuvo hasta el siglo XVIII en el que curiosamente pasó a denominarse Soledad en honor a un retablo callejero dedicado a una imagen de la Virgen con esa advocación. Por si alguien quiere visitarlo, aún es posible recorrer dicho claustro, ya que pertenece ahora al Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS) y en él se organizan diversas actividades. En esta calle destaca por su belleza el antiguo palacio del caballero Ibarburu, del siglo XVIII, con hermosos patios y monumental escalera con azulejería, en el que desde 1946 se halla situado el Instituto Británico. Por cierto, el nombre de Soledad se sustituyó por el de ahora, Federico Rubio, en 1900 en honor al médico y cirujano fundador de la Escuela de Medicina que ocupó parte del convento de Madre de Dios.

Existió también la calle Dormitorio de los Viejos, que aludía a la presente calle Viejos en la zona entre San Juan de la Palma y San Martín; el nombre se debió a la presencia del edificio del Hospital de San Bernardo, rehabilitado ahora tras muchos años en ruinas, que acoge un Centro de Participación Activa para Mayores y cuya iglesia esa ahora sede de la Hermandad de la Divina Pastora de Santa Marina. Por cierto, el Hospital de los Viejos, como también se le conoció, fue una residencia de ancianos creada en allá por el siglo XIV, concretamente en 1355, por lo que se considera que fue una de las instituciones geriátricas más antiguas de toda Europa, pero esa, esa ya es otra historia. 


15 agosto, 2022

La calle de los costales.

En esta ocasión, pleno agosto, vamos a buscar la "sombrita" al abrigo de una calle poco transitada y que formó parte de uno de los conventos masculinos más importantes de su tiempo; pero como siempre, vayamos por partes. 

A finales del siglo XVII, el arzobispo Palafox y Cardona, impulsor de la devoción a Santa Rosalía en Sevilla, promovió la implantación en nuestra ciudad del Oratorio de San Felipe Neri, congregación creada en el XVI por este santo nacido en Florencia y fallecido en Roma en 1595; el carisma de esta peculiar orden, carente de votos ni de organigrama, excepto la caridad mutua entre sus componentes, se basaba en la oración y la predicación, con la particularidad de que cada convento era independiente de los demás, sosteniéndose con sus propios fondos. 

A comienzos del XVIII, tras bendecirse su iglesia en 1698 por el arcediano de Niebla, Francisco Lelio Levanto,  ya estaba radicado el Oratorio en Sevilla. Para ello, contaron con el apoyo de Josefa Antonia de Alverro, quien donó unas casas de su propiedad en la calle Costales, en la feligresía de Santa Catalina; como curiosidad, esta calle, actual de San Felipe, recibía este nombre porque al parecer en ella se alquilaban los costales necesarios para el transporte del grano que se almacenaba en la cercana Alhóndiga. La nueva sede de los filipense fue puesta bajo la protección de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores.

La actual vía, que arranca en Doña María Coronel y finaliza en Almirante Apodaca, sería, pues, testigo de la llegada de los filipenses a Sevilla, encabezados por el Padre Navascués y del paulatino crecimiento de aquella zona como sede de la congregación, especialmente durante los años como Prepósito (especie de superior o abad) del P. Teodomiro Díaz de la Vega. Sevillano de nacimiento, bautizado en la hispalense parroquia de San Andrés, ingresó en la orden con apenas veinte años, en 1757, y con el tiempo alcanzó fama y popularidad por sus predicaciones, entablando amistad con Fray Diego José de Cádiz y con el también filipense Antonio Sánchez Santa María, fundador del Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz. 

Otro filipense, el P. Cayetano Fernández, lo describió como "de estatura prócer, de complexión robusta y carácter enérgico, al mismo tiempo que atractivo y amable, el P. Vega ganaba para Dios las voluntades, imponiéndose irresistiblemente por la admirable fuerza de su fogosa palabra". Fruto de su ingente labor al frente del oratorio (donde se realizarán obras de mejora en capilla y sacristía por más de medio millón de reales) será lograr que el propio Carlos IV colocase al Oratorio bajo Patronato Regio y el enriquecimiento de la iglesia con diversas pinturas y enseres, y lo que es más importante, conseguir gran difusión de los ejercicios espirituales que allí se celebraban, como contaba el escritor José María Blanco White: 

Este sacerdote estaba dotado de grandes cualidades, pero su extraordinaria influencia sobre los demás se debía particularmente a un profundo conocimiento de la humanidad, una gran confianza en sí mismo y una tosca aunque apasionada elocuencia que se unía a los más vehementes sentimientos religiosos. No me cabe la menor duda de que era un hombre sincero, pero también estoy convencido de que amaba el poder y sabía conseguirlo usando la técnica más depurada y eficiente. Ningún potentado oriental podría llegar a superar sus dotes de mando, que rendían a los espíritus más resueltos en cuanto entraban bajo su influencia (...) Tenía una voz ronca y nasal, pero en la capilla privada que había preparado para los ejercitantes sabía modular el tono de su voz con sorprendente efectividad. La celebración de la misa le afectaba de tal manera que sus ojos derramaban torrentes de lágrimas especialmente en el momento de la consagración. Quizás algunos pudieran pensar que era un buen actor, pero yo, que lo conocía muy bien, después de haber meditado muchas veces sobre su persona me veo obligado a librarlo sinceramente de este cargo.

El historiador González de León que llegó a conocer el templo filipense, lo describía así: 

En esta calle estaba la casa de este instituto de San Felipe de Neri, o como generalmente es llamado, oratorio; era en estos últimos tiempos el más rico en alhajas y preciosidades de todos los de la ciudad, con riquísimos ornamentos y ropa de sacristía. El templo es una nave bastante larga, pero no muy ancha, con su capilla mayor elevada sobre cuatro grandes arcos, con su cúpula o bóveda redonda. A los pies del templo está el coro alto, fuera del área, porque, para su construcción, tomaron todo lo ancho de la calle y formaron un arco sobre el cual pisa el coro; y por los lados hay pequeñas capillas que las forman arcos sobre columnas de mármol, y encima pisan tribunas cerradas con antepechos de barandas de hierro, cubiertas con canceles laboreados, pintados y dorados.
                                San Felipe (Número 81), en el plano de Olavide de 1771.                                                                              Pueden apreciarse también los conventos de Santa Inés (91), Las Dueñas (84) y de la Paz (98).

 Además, la sede de la congregación tenía fachada a la calle Doña María Coronel, en cuyos muros, figuraba un muy buen azulejo (atribuido por José Gestoso a José de las Casas, siglo XVIII) representando a Cristo Caído acompañado del Cirineo camino del Calvario y que por fortuna se conserva en el zaguán de acceso al Museo de Bellas Artes de Sevilla, mientras que el muro meridional de la iglesia era frontero a la calle Costales, que no tardó en llamarse, lógicamente, de San Felipe. Detalle interesante, durante un tiempo el llamado Arquillo de San Felipe, o también las Cuatro Esquinas de San Felipe, encrucijada de las calles Gerona (donde aún seguía en pie el monasterio de Las Dueñas) y Doña María Coronel, fue lugar peligroso y poco recomendable por la gente de mala reputación que allí se congregaba aprovechando su escasa o nula iluminación nocturna.

Foto Reyes Escalona

En su época de mayor esplendor, el oratorio llegó a tener alojamiento para hasta noventa personas, seglares o sacerdotes, que acudían a realizar los célebres y antes aludidos Ejercicios Espirituales, sobre todo a raíz de la expulsión de los jesuitas en 1767. El Padre Díaz de la Vega, a quien tocó vivir en primera persona varios sucesos, como el ajusticiamiento de la Beata Dolores en 1788, a quien acompañó al cadalso, o predicar durante el funeral en Sevilla a Luis XV tras pasar por la guillotina durante la revolución francesa, falleció 1805 y sus honras fúnebres fueron toda una manifestación de duelo; en el más que solemne funeral, que congregó a la flor y nata de la sociedad sevillana del momento, se interpretó el Requiem de Mozart.

Ya que mencionamos la música, destacar que para los filipenses era parte más que importante para la liturgia, de modo que misas y funciones solemnes se armonizaban con la participación de orquestas de cuerda a las que se sumaban incluso instrumentistas aficionados, aunque de una curiosa manera como recordaba de nuevo con su prosa José María Blanco White:

“Por otro lado, la iglesia de San Felipe Neri tenía para mí otra gran atracción: en ella se escuchaba música con tanta frecuencia que con razón San Felipe Neri podría ser considerada como la Ópera religiosa de Sevilla. Los buenos padres del Oratorio habían ideado un ingenioso plan para que la música no les costara dinero. Para ello cultivaban la amistad de los mejores músicos profesionales de la ciudad y recompensaban sus servicios dándoles por un lado ayuda espiritual y por otro prestigio mundano. Como también había en nuestra ciudad buen número de aficionados, cuya cooperación gratuita pudiera dar más fuerza a la orquesta, los Padres habían preparado un lugar en la iglesia, oculto por una celosía, donde los caballeros aficionados podían unirse a la orquesta sin ser vistos del público. La buena sociedad sevillana, en vez de considerar degradante este servicio, los consideraba al contrario  como un excelente acto de devoción."

 

Demolición de 1868. Al fondo el convento de Santa Inés.

Aparte de los reseñados desperfectos de 1843 por Van Halen, el año 1868 será crítico para el Oratorio. Poco podría pensar el joven sacerdote y futuro cardenal Marcelo Spínola,  quien habría celebrado allí su primera misa en 1864, que al cabo de un año, en 1865, un incendio dañaría el templo filipense, y que cuatro años después, como decimos, las autoridades de la llamada "Revolución Gloriosa" iban a decretar no sólo la incautación de todos los bienes filipenses, sino incluso la demolición total del edificio e iglesia. Todo ello se realizó en cuestión de días en los meses de septiembre y octubre de aquel fatídico año de vaivenes políticos, prueba de la premura de los trabajos fue que no dio tiempo a trasladar a la cercana parroquia de San Pedro a la totalidad de difuntos sepultados en las bóvedas de San Felipe, perdiéndose al parecer los restos mortales del afamado P. Vega.

A través de sucesivos inventarios y artículos, como los de Roda Peña, Jordán Fernández o Martínez Lara, se puede comprobar la triste disgregación de parte de los bienes filipenses; algunos pudieron ser recuperados por la propia congregación tras su restablecimiento en Sevilla, en la ex iglesia carmelita de San Alberto, como la propia imagen de la Virgen de los Dolores o Santa Rosalía y Santa María Magdalena, ambas de Pedro Duque Cornejo, otros, sin embargo, se conservan en lugares a donde los llevó la fortuna, como es el caso de un San Felipe Neri del mismo autor, ahora en el convento de Santa Isabel, sendos canceles de madera recibidos por las hermandades de Montserrat o El Silencio, o del órgano, importante pieza del siglo XVIII que fue trasladada a la parroquia de la O junto con otros enseres de San Felipe. 

Foto Reyes Escalona
 

En 1878, el nuevo Prepósito filipense, P. García Tejero (cuya figura merecería un artículo aparte) redactó una petición al arzobispado con la intención de recuperar tanto el órgano como cinco lámparas, alegando el pleno derecho y propiedad de las mismas; tras un decreto arzobispal en el que se ordenaba la devolución, en la mañana del 8 de febrero de aquel año, todo estaba preparado para el desmontaje y posterior traslado del órgano, mas, con lo que no contaba nadie es con que: "habiéndose presentado muchos hermanos de Nuestra Señora de la O, han impedido su entrega, alegando que ellos son los únicos propietarios de esta iglesia y de todo lo contenido en ella. No ha habido desorden ni palabras descompuestas. Lo que me apresuro a ponerlo en conocimiento de V. S. para que me de sus órdenes superiores". Allí quedó el órgano a la postre, sobreviviendo incluso a la quema de la parroquia de julio de 1936, y pendiente de una restauración, pero esa, esa ya es otra historia...



28 febrero, 2022

Remedios.

Aunque han existido, y subsisten, monasterios y conventos sevillanos creados en torno al cauce de río Guadalquivir, hubo uno, que por sus especiales características permaneció ligado para siempre al caudaloso Río Grande, aprovechando de él lo mejor y sufriendo, también de él, lo peor. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Históricamente hablando, desde época medieval siempre se ha aludido la existencia de una pequeña ermita dedicada a la Virgen de los Remedios, situada en la orilla trianera, en el extremo sur de la calle Betis, y al lado del llamado "Sitio de las Bandurrias". El nombre tiene su miga, y Manuel Macías en su libro "Triana, el Caserío" de 1982 , lo menciona como lugar ribereño en el que pescadores ponían a secar y reparar sus aparejos, denominados de este modo. Igualmente, junto a las Bandurrias estarían los molinos de pólvora de Matías de Bolaños y Damián Pérez, establecimiento no exentos de riesgo como prueban las explosiones acaecidas en 1579 y sobre todo la de 1613, que causó enormes daños (incluso en las vidrieras catedralicias) e innumerables víctimas mortales. Todavía en 1807 pervivía el sitio de las Bandurrias, ya que un edicto municipal prohibe ese año la venta allí de sábalos, sabogas y machuelos, debiéndose llevar todo el pescado a la pescadería mayor.

Sin embargo, el gremio de historiadores no se pone de acuerdo: para Alonso Morgado fue un tal Fray Pedro quien en 1540 habría fundado la ermita, con la idea de permanecer en ella aislado del mundanal mundo, aunque la devoción que poco a poco alcanzó la pintura de la Virgen de los Remedios hizo que aquella zona poco tuviera de silenciosa; por su parte, Ortiz de Zúñiga afirma que la fundación habría sido anterior, sobre 1526, gracias al mecenazgo de un canónigo de la catedral hispalense de nombre Martín Guasco.

Vista del Convento de los Remedios en el siglo XVI, con el número 4

Junto al Convento, en la actual calle de Juan Sebastián Elcano, habría estado también el Puerto de las Mulas, del que partirá el 10 de agosto de 1519 la expedición de Magallanes y al que rendirá fin de travesía la Nao Victoria comandada por Elcano el 8 de septiembre de 1521, tal como recuerda una placa de mármol situada en la fachada lateral del edificio del que hablamos el 12 de octubre de 1929.
 
Finalmente, un discípulo de Santa Teresa de Ávila, Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, conseguirá en 1574 la posesión de la ermita para la orden carmelita descalza, fundación obtenida del cardenal Cristóbal de Rojas y Sandoval. A la antigua ermita se le añadió por tanto un monasterio, que pronto adquirió fama por su santidad y por su huerta, regada por el cercano río que también se cobraba su particular tributo, pues como ha recogido la investigadora Noemi Cinelli:

"Las inundaciones frecuentes y la humedad del entorno destrozaban la cosecha y no favorecían las condiciones de salud de los frailes y con las muchas venidas del río se inunda todo lo interior de él las veces que sale de madre se ha hecho su habitación tan enferma de que muchos años a esta parte lo está casi toda la comunidad todos los veranos, y mueren muchos."

Testimonio del daño de la meteorología en el convento de los Remedios lo tenemos en sendas crónicas de Justino Matute, quien describe así dos accidentados sucesos, en 1603: 

"Pasado el verano se inició el otoño con tormentas, y fue tan furiosa la del día 20 de octubre, que el huracán arrancó algunos remates de la crestería del templo metropolitano, derribando muchos árboles en el Aljarafe y una campana de la torre del convento de los Remedios en el barrio de Triana, con muerte instantánea del fraile que la tañía (...) Los religiosos carmelitas descalzos, del convento de los Remedios, situado en el otro extremo del arrabal, fuertemente combatido por el viento y rodeado por las aguas que destruyeron la cerca, viendo próxima su muerte, pidieron socorro tocando la campana; y a pesar de ser dificilísimo y arriesgado atravesar el río para auxiliarlos, el Asistente fletó un barco tripulado por veinticuatro ágiles y valiente remeros, que recogieron y salvaron a los religiosos, trasladándolos al colegio del Ángel de la Guarda, de su misma Órden."

Catástrofes así hicieron que el convento fuera finalmente trasladado a una zona ribereña un poco más elevada, aunque las obras se demoraron hasta 1700, año en el que tiene lugar la bendición del nuevo templo con la bendición del arzobispo Jaime de Palafox.


Pese a todo, el vínculo entre el monasterio y Triana permaneció inalterable, especialmente con las gentes de la mar, que saludaban al pasar a la Virgen de los Remedios con salvas de artillería o toques de clarines al iniciar o finalizar singladura en sus navíos. Cercano al convento se constató la existencia del corral de vecinos llamado "de los Títeres" sobre el año 1705.

El siglo XVIII será un periodo de cierto esplendor para los carmelitas de los Remedios, ya que ampliarán sus huertas de naranjos y limoneros, que adquirirán cierta fama, llegando a construir "un suntuoso estanque en el medio, que con su noria lo tiene siempre lleno de agua del Guadalquivir por una grande acequia en tan costoso edificio", aunque no por ello se librará de los efectos de la crecidas del río: en 1752 la riada será de tal calibre que la iglesia quedará completamente anegada. La huerta de los Remedios será el terreno sobre el que crecerá el barrio así llamado, a partir de los años cuarenta del pasado siglo XX.

La iglesia aún conserva su portada, muy reformada por Juan Talavera, así como una parte de su arquitectura dieciochesca, aunque se han perdido retablos, claustros y patios por la acción de los tiempos; incluso la venerada imagen de la Virgen de los Remedios fue trasladada a la parroquia de la O, desapareciendo tras ser quemada la parroquia en julio de 1936, aunque algún autor sostiene que la imagen, en piedra, pudo ser alojada en uno de los patios del palacio de la familia Ibarra en la feligresía de San Nicolás.

Sin embargo, el XIX será nefasto, como es de imaginar. A la invasión de tropas francesas, que saquearán el convento en 1810 se sumará la desamortización de 1836, que expulsará a la comunidad carmelita definitivamente de sus dominios, siendo finalmente subastado el edificio en 1869 y quedando en estado de semi abandono, aunque se sabe que pintores sevillanos como Eustaquio Marín o Gonzalo Bilbao usarán sus naves como estudios. Como curiosidad, tras el expolio de las tropas de Bonaparte se ubicarán en los Remedios la imágenes titulares de la desaparecida Hermandad de la Entrada en Jerusalén de Triana, a las que se les pierde la pista conforme pasan las décadas.

Será finalmente el mecenas Rafael González Abreu quien compre finalmente la iglesia conventual y sus dependencias para reformarla y convertirla en sede del Instituto Hispano Cubano de Historia de América, nacido al calor de los fastos de 1929 y que aún funciona como centro de investigación y biblioteca. 

 

Además, una Real Orden del 8 de febrero de 1931 declaró que el edificio fuera considerado Monumento Nacional, habiendo tenido otros usos, como ejemplo, acuartelamiento alemán durante la Guerra Civil, punto de información previo sobre la Expo del 92, Museo de Carruajes (desde 1999) y en la actualidad centro cultural para actos y presentaciones gestionado por un diario local. Ni que decir tiene que el entorno ha cambiado sustancialmente, poco queda de aquel sitio de las Bandurrias o de la famosa Huerta de los Remedios, pues en sus terrenos llegó a haber cines de veranos, talleres del Puerto, fábricas de cerámica e incluso, dato curioso, el llamado canódromo de Triana, luego polideportivo, y añadiéndose a la lista las instalaciones del Círculo de Labradores de 1962 o la urbanización de la propia Plaza de Cuba, llamada durante años "el Campillo" por las gentes del barrio.

La antigua copla trianera lo dejó claro hace muchos, muchos años: 

"Aquellos cuatro puntales

que mantienen a Triana,

San Jacinto, Los Remedios,

La O y "Señá" Santa Ana"

 


23 noviembre, 2021

A su merced.

 

Afirmar que la Sevilla del siglo XVII era una ciudad insegura y violenta no sería nada nuevo a la luz de crónicas y publicaciones sobre el tema, pero comprobar, en cambio, que los homicidios y asesinatos podían alcanzar a un honorable convento con asuntos de caudales de por medio, sería harina de otro costal, casi digna de una novela al estilo de El Nombre de la Rosa; pero como siempre, vayamos por partes. 


Pasear por la Plaza del Museo supone para el viandante descubrir un plácido entorno, enmarcado por la profusa arboleda con magnolios y las jacarandas, los arriates con vegetación de acantos, el monumento a Bartolomé Esteban Murillo y, por supuesto, la portada de piedra de la antigua Casa Grande de la Merced Calzada, que da la bienvenida a los visitantes al magnífico y nunca sufientemente bien valorado Museo de Bellas Artes de Sevilla. La Plaza en sí misma es de "nueva" creación, ya que fue constituida a partir del año 1840 gracias al derribo de buena parte del referido Convento masculino de mercedarios, uno de los más importantes de Sevilla, que había sido fundado en la Edad Media y que fue sede también de las hermandades de penitencia de Pasión y el Museo, además de la del Santo Entierro. Tras la Desamortización de 1835 se decidió derribar la zona correspondiente al noviciado, que estaba en ruinas, para abrir una plaza, del mismo modo que se hizo en Santa Cruz o la Encarnación.


 Poco quedaba del esplendor de tiempos pasados. Parte de las pinturas (muchas de ellas de Zurbarán, Murillo, Pacheco, Alonso Vázquez...) habían sido expoliadas por los franceses en 1810 cuando convirtieron el lugar en cuartel y sus maderas y retablos sirvieron de leña para los soldados napoleónicos, mientras que la iglesia se conservó a duras penas junto con los diferentes patios y claustros y la espectacular escalera diseñada por Juan de Oviedo en 1614. 

La misión de los mercedarios, orden fundada por San Pedro Nolasco en 1219, fue durante años la de servir como intermediarios a la hora de negociar la liberación de aquellos cristianos hechos prisioneros por los musulmanes en la cuenca del Mediterráneo, acudiendo con el rescate pactado dada su condición de religiosos. La labor llegaba al extremo de ofrecerse los propios frailes como rehenes en sustitución de los cautivos y buena prueba de la labor benéfica de esta orden será la participación incluso en el rescate en Argel de Miguel de Cervantes, aunque no debe olvidarse tampoco a la orden de los Hermanos Trinitarios, promotores de la devoción a Jesús Cautivo. 

Francisco de Zurbarán 026.jpg

Como detalle curioso, en esa sevilla de comienzos del XVII, en ese convento de la Merced vivió durante el año 1625 un fraile mercedario llamado Fray Gabriel Téllez aunque quizá lo conozcamos mejor con el seudónimo con el que firmó sus comedias y otras obras: Tirso de Molina, autor del precedente de Don Juan Tenorio con su obra El Burlador de Sevilla y que recaló en nuestra ciudad a modo de destierro acusado de escribir comedias profanas y dar mal ejemplo por la llamada Junta de Reformación del Conde Duque de Olivares que así se expresaba en 1625:

"El escándalo que causa un frayle merçenario que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con Comedias que haçe profanas y de malos incentivos y exemplos. Y por ser caso notorio se acordó que se consulte a S. M. de que el Confessor diga al Nuncio le eche de aquí a uno de los monasterios más remotos de su Religión y le imponga excomunión mayor latæ sententiæ para que no haga comedias ni otro género de versos profanos. Y esto se haga luego."

Tirso de molina.jpg

En aquel tiempo, los mercedarios proseguían con esa labor casi de ONG encargada de pagar los rescates de los cautivos; para ello, existían las llamadas Arcas de la Redención, nutridas de donativos y limosnas de fieles y biehechores, además de las "alcancías" o huchas colocadas en lugares diversos de la ciudad; ni que decir tiene que el regreso de los redimidos se celebraba con una solemne procesión y ceremonia litúrgica de agradecimiento con "Te Deum" incluido a las plantas de la venerada imagen de la Virgen de la Merced, que ahora recibe culto en el colegio de las mercedarias de la calle San Vicente. 

Allá por 1637, la recaudación y gestión del arca de redención estaba al cargo del padre Vilches, hombre profundamente religioso, sobrio y ascético y cuya respetabilidad le había hecho encargado de gestionar esos importantes fondos. Sin embargo, aquel año el reverendo Vilches denunció ante el Padre Superior del Convento el robo de su celda de 2.000 ducados, destinados a la salvación de cautivos. La acusación sobre el posible autor del robo se dirigió hacia un fraile lego a su servicio que, tras notarse la falta de los caudales, se había evaporado literalmente, por lo que se dedujo que se habría dado a la fuga con el botín; sobra decir que el suceso consternó a la sociedad sevillana de la época, lamentándose por tan desdichado lance, como bien cuenta Chaves y Rey. 


Sin haberse logrado averiguar el paradero ni del lego ni de los ducados, tres años después acudió a la Casa Grande de la Merced de Padre Provincial de la Orden para una "auditoría", y la sorpresa fue mayúscula tal como cuentan unas "efemérides Sevillanas" recuperadas por el antes aludido Chaves Rey:

"El Provincial reconoció faltaba cantidad de dinero considerable de dinero de las arcas de la Redención, en las cuales, por supuesto, debía tener alguna intervención el padre Vilches. El Provincial quiso buscar el dinero en la celda de los religiosos, haciendo escrutinio en ellas; y bien fuese por alguna sospecha, por poco afecto que le tuviese, o por dar ejemplo para que otros no se excusasen, ni lo sintiesen, empezó por la celda del maestro Vilches. En ella se encontró una alhacena tabicada (decían que estaba en la misma pieza donde él dormía), hízola abrir y en ella hallaron los huesos del fraile lego que él había muerto". 

Superada la estupefacción inicial y enmedio de un gran escándalo, ya que la noticia corrió como la pólvora por la ciudad pese a los intentos mercedarios por acallarla con el debido mutismo monacal, el padre Vilches fue apresado por la justicia civil, aunque el proceso fue lento dada la negativa de la comunidad mercedaria a declarar "o por ser política que observaban o por precepto que les había impuesto el prelado", todo lo cual no hizo sino encrementar los dimes y diretes sobre el suceso, aunque finalmente resultó aclarado "que el dinero de las Arcas de la Redención le había sacado el padre Vilches, y gastándolo, y qiue de ello había sido sabedor el religioso lego; y que cautelándose no lo descubriese, lo mató, porque él riñendo con el maestro Vilches lo amenazó"


¿Había recibido el Padre Provincial algún "soplo" sobre el paradero del desdichado lego? ¿Cómo pudo el padre Vilches soportar en silencio la culpa durante tanto tiempo? Y, ¿Qué había pasado con los 2.000 ducados? Finalmente, en septiembre de 1640 el padre Vilches, autor confeso del homicidio y que durante tres años había convivido en su misma celda con el cadáver emparedado de su víctima, fue condenado a reclusión perpetua en el convento, junto con otras penas y penitencias, falleciendo años después, dicen que contrito y más que arrepentido de su fechoría, sin que llegase a saberse en qué gastó una suma de dinero tan importante para aquella época, aunque, siendo sinceros, por aquel entonces la ciudad brindaba no pocos lugares "no caritativos" donde dilapidar fortunas como aquella...

25 marzo, 2020

Calles para recordar en confinamiento (II)




Aunque ya en cierta ocasión relatábamos pormenores sobre esta vía que nos ocupa, no lo es menos que en aquel momento dejamos en el tintero narrar detalles sobre uno de los edificios más preclaros que adornaron la antigua calle del Carmen, actual de Baños: El Convento Casa Grande del Carmen. Al decir del cronista: 

“Tiene Sevilla y toda su comarca a este real convento en gran aprecio y estimación tanto por la virtud y religiosa observancia que en él han reconocido cuanto por la grande literatura que en sus hijos han admirado, los que en todo tiempo han servido de gran consuelo y alivio al pueblo cristiano”.


Erigido en 1358, gozó de merecida fama por la santidad y bien hacer de sus monjes, carmelitas descalzos, y por ocupar casi una completa manzada dentro del caserío de la collación de San Vicente, por no hablar de los innumerables bienes que atesoró a lo largo de su historia, con obras artísticas singulares y sin igual biblioteca con cuantiosos volúmenes. Obras de Murillo, Alonso Cano y otros artistas ornaban sus muros. 

Baste decir que poseyó huerto propio, dos claustros, espaciosa iglesia, presidida por devota Virgen del Carmen ejecutada en alabastro (ahora en la parroquial de San Lorenzo) y que es tenida por la más antigua imagen de tal advocación que se conserva en nuestra ciudad; con adecuada sacristía, así como amplios dormitorios y celdas, por no hablar del refectorio, que daba a la calle Hondonada, actual de Pascual de Gayangos. 

Tampoco podríamos olvidar que en ese Convento tuvieron su sede insignes cofradías, labrando capillas propias corporaciones como la Quinta Angustia o las Siete Palabras, ésta última fruto de la unión de varias hermandades que radicaron en este enclave y que gozó de adornada capilla junto a la cabecera del templo, cerca de la aludida sacristía. 

Otro tanto sucedió a la Hermandad de la Soledad, considerada entonces como la más rica y devota de todas las hispalenses, tanto por lo fervoroso de sus cultos o las ingentes alhajas de plata, como por la elevada condición social de muchos de sus integrantes, pues formaban parte de la aristocracia local, como Miguel de Mañara o los Bucarelli, y además formar parte de la Soledad era marchamo de limpieza de sangre y de pertenencia a superior estamento social (quede constancia que en nuestros tiempos intentamos pertenecer como cofrades, pero envidias y celos de otros hidalgos dieron al traste con nuestras pretensiones, decidiendo ingresar en otra Cofradía de Viernes Santo, imaginarán vuesas mercedes cuál...) 

La Capilla de la Soledad, estudiada por los doctores Pastor y Cañizares, era de lo mejor de la Ciudad, labrada con más de cuarenta metros de largo ycon magnificente retablo dorado y tallado y ensamblado por Bernardo Simón de Pineda y el no menos insigne Pedró Roldán. Capilla que ocupaba todo un testero del convento y de la que ahora no queda sino un triste solar y una placa de mármolo colacada por su cofradia como recuerdo de su glorioso pasado en tal lugar. 

Mas arribaron los invasores franceses y la Desamortización de Mendizábal en el malhadado siglo XIX, cebándose con los muros carmelitanos, despojándolo de sus bienes y repartiéndolos por pinacotecas de medio mundo como Los Desposorios de la Virgen de Murillo, procedente del Carmen, hoy en The Wallace Collection de Londres. 


A partir de 1841, y hasta 1878, el convento pasó a cuartel, la tropa de infantería sustituyó a la comunidad carmelitana, ocurriéndole lo mismo a la Iglesia y a la casa rectoral. Alojóse allí el Regimiento Granada número XXXIV, de cuya afamada Banda de Música fue director Manuel López Farfán, (autor de marchas cofradieras como "Pasan los campanilleros" o "Estrella Sublime") antes de serlo del Soria 9.


La presencia del cuartel provocaba también lógicas pendencias y ruidos, entre las quejas de unos vecinos que además soportaban afligidos también los humos de bodegas y freidurías y en general las molestias del comercio popular allí ubicado, por no mencionar establecimientos de mala nota frecuentes cerca de acuartelamientos...
 

Curioso suceso, fruto quizá de las habladurías locales, fue que una madre tenía la siniestra costumbre de decapitar a sus hijos al nacer, arrojando las cabezas al husillo que transcurría por la calle Baños, y así llegó a matar a siete de ellos. Un día desapareció la madre y posteriormente se pudo ver en la noche cómo los siete niños sin cabezas -las "terneras descabezadas"- la buscaban con denuedo maldiciéndola.


Allá por 1984 el edificio fue adquirido por el Cabildo de la ciudad, con la intención de en él la Gerencia de Urbanismo, idea desechada al poco; al fin, en 1990, el conjunto fue comprado por la Junta de Andalucía, que lo rehabilitó. ​En 2002 pasó a ser la sede del Conservatorio Superior de Música y de la Escuela Superior de Arte Dramático, donde hogaño músicos y actores se forman para deleitarnos con sus interpretaciones.

De no hace muchas fechas son estas imágenes que tomamos antes del pertinaz confinamiento en el que nos hallamos sometidos, lleven con paciencia el enclaustramiento y oren al Creador por el restablecimiento de los enfermos y la salud de todos, en buenas manos de sanitarios.
 











24 febrero, 2020

Mercado, Cárcel, Convento...


  

      En esta ocasión, y como está próximo a celebrarse el via crucis cuaresmal del consejo de cofradías, este año presidido por el Señor de la Salud de la hermandad de los Gitanos, vamos a centrarnos en un convento desaparecido y que albergó a esta corporación durante ochenta años. Poco, muy poco ha llegado hasta nosotros de este convento masculino, pues sus bienes fueron incautados, como veremos, y el edificio en parte derribado y en parte transformado, como veremos también. Sin embargo, si cualquier día accedemos al Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad, como por ejemplo, para admirar la gran exposición sobre Martínez Montañés, comprobaremos que en dicho museo se cobijan elementos que provienen de este cenobio masculino, nos referimos, en concreto, a los azulejos que adornan su vestíbulo o algún otro elemento que comentaremos. 

     Algún avispado oyente ya sabrá por dónde van en esta ocasión las pesquisas de nuestro numerosísimo equipo de archiveros, documentalistas y bibliotecarios; efectivamente, se trata del antiguo Convento del Pópulo, fundado en 1625 en pleno barrio del Arenal. Por un momento, viajemos en el tiempo y acerquémonos a aquel lugar, por aquel entonces bastante peligroso y nada recomendable, extramuros, y que al decir de las crónicas estaba necesitado de “saneamiento” en tres órdenes, urbanístico, humano y espiritual, por estar “sujeto a muchas inquietudes, y asistir de ordinario por el comercio del río mucha gente vagabunda y del mal vivir como se ha experimentado”, donde de ordinario se producían “pendencias y no pocas muertes violentas”. 

    Como suponíamos, esta zona de Sevilla, fuera de las murallas, entre las Puertas de Triana y del Arenal, lo que ahora sería más o menos el Paseo de Colón, estaba casi desierta, alejada del bullicio del centro histórico. En este sector, tres padres agustinos recoletos o descalzos serán los fundadores de un convento, en principio modesto y humilde, erigido en honor a Santa Mónica, la madre de San Agustín.

            El nombre del Pópulo será agregado por culpa de un cuadro flotante, una pintura con vocación “marinera”, por así decirlo. No, no te extrañes, Antonio, lo explicamos con más precisión: en una vivienda de la cercana calle Harinas vivía Antonio Pérez, barcelonés de nacimiento por más señas, casado con la sevillana Antonia de Villafañe, ambos fervorosos devotos de la Virgen María en su advocación romana del Pópulo, de ahí que en el portal de su casa estuviera colocado un lienzo con dicha imagen mariana y sus correspondientes candelas que era encendidas puntualmente cada noche para iluminar con fervor dicha pintura y también, por qué no, alumbrar esa zona de la calle.

Cuadro de la Virgen del Pópulo en la Parroquia de la Magdalena y restaurado en 2014
             Justo un año después de la fundación del convento, llegó el llamado “año del diluvio”. Furiosos temporales asolaron la ciudad. Las aguas se desbordaron en el Guadalquivir. Las inundaciones, gravísimas, anegaron todo el Arenal, alcanzando a la propia calle Harinas y amenazando con rebasar el nivel donde estaba la Virgen del Pópulo, cosa que efectivamente sucedió y, oh prodigio, el cuadro se mantuvo flotando sobre las aguas con las dos lamparillas que lo iluminaban encendidas, sin que nunca se agotasen. Así estuvo durante tres días, casi nada, siendo testigos muchos vecinos quienes presenciaron este hecho y lo juzgaron como milagroso. 

            Cuando el peligro pasó y las aguas descendieron, el cuadro fue recogido y se decidió que éste debería estar en una iglesia y no en una casa particular. De este modo, se acordó que la suerte elegiría el lugar sagrado donde debería ubicarse, se prepararon papelitos con nombres de todos los conventos sevillanos y la mano inocente de un niño extrajo tres veces la papeleta con el nombre del convento de los Agustinos Recoletos. Una vez ubicado allí continuaron los milagros que atraerían a muchos devotos al convento y que extenderían su devoción.

Con gran alegría y “gozo espiritual” recibió la comunidad agustiniana la imagen del Pópulo, colocándola en el altar mayor, donde comenzó a ser venerada y a “resplandecer con muchos milagros”. No solo los religiosos sino los devotos de la Virgen María, patrona y protectora del convento y de los sevillanos, plantearon la conveniencia de levantar un nuevo cenobio e iglesia donde pudiese ser venerado el milagroso icono.

En 1637 el cabildo aprobó la ubicación del lugar, frente al río Guadalquivir, en su margen izquierda, y entre la Puerta del Arenal y la de Triana, denominado “de las eneas”, porque allí crecían con abundancia, extramuros de la ciudad, en lugar semidespoblado y vinculado “a gentes de mal vivir”. En torno a la fundación agustina, crecerá, no es de extrañar, el llamado arrabal de la Cestería. 

La construcción no tardó en ponerse en marcha, pues, constando de acceso a través de un porche, con su portería, varios patios o claustros, celdas ubicadas en dos plantas con mayor o menor luminosidad según la zona, enfermería, huerta, en fin, las diferentes dependencias habituales en este tipo de conventos, sin olvidar la amplia sacristía, cocinas, refectorio y demás estancias. De este modo, con el tiempo, el convento del Pópulo llegó a sobresalir por su tamaño entre el caserío de la zona y quedó convertido en noviciado y punto de salida para no pocos misioneros que embarcaban en el cercano puerto rumbo a Indias o el Pacífico, llegando a convivir entre sus muros más de cincuenta religiosos. 

La llegada de la Peste de 1649 afectará profundamente a la comunidad agustina, que se volcará en el socorro espiritual de los contagiados, falleciendo treinta religiosos y cinco sirvientes y dará lugar a un nuevo hecho milagroso, centrado en Fray Luis de San Agustín, natural de Guadalajara, gran devoto de la Virgen del Pópulo y que cuando enfermó dos veces por la epidemia, fue pagado por esta “Divina Señora” con una curación milagrosa, “en premio de su devoción”.

Área ocupada por el Convento del Pópulo según el Plano de Olavide de 1771.
 Construida en ladrillo, la iglesia constaba de planta rectangular, tres naves, crucero con media naranja, techumbre de bovedilla en cuyo encabezado estaba el retablo mayor, y dos capillas laterales. Su piso estaba baldosado de losetas de Génova azules y blancas. Ni que decir tiene que en el altar mayor recibía culto la famosa imagen de la Virgen que daba nombre al convento. La iglesia se dotaba también de una airosa espadaña con campanario. 

Hemos dejado para el final la fachada de la iglesia. ¿recuerdan los oyentes el aspecto de la fachada de la iglesia del Señor San Jorge o, lo que es lo mismo, la Santa Caridad? En efecto, se trata de una fachada decorada con paneles de azulejería y este sería el aspecto que presentaría la del Pópulo, dato contrastado gracias a crónicas de la época y a un grabado de Pedro Tortolero de 1729 que muestra el Arenal durante la triunfal entrada en sevilla del monarca Felipe V.


 La ubicación del convento desde luego no facilitaba las cosas, porque las frecuentes crecidas del río obligaban a realizar constantes obras de reparación, en algunos casos el agua alcanzaba cotas elevadas y la comunidad tenía que tomar la decisión de abandonar momentáneamente los muros del Pópulo, mientras los vecinos acudían a implorar de la Virgen del Pópulo para que las aguas bajasen. 

            La Desamortización de Mendizábal terminó con la vida monástica y con los bienes del Pópulo repartidos por diversas iglesias, como el órgano, que se halla en San Bartolomé o el retablo de Santa Rita o el mismo lienzo de la Virgen del Pópulo, ambos en la parroquial de la Magdalena. El 3 de julio de 1837, 500 presos abandonaban la ruinosa Cárcel Real de la calle Sierpes y eran internados en la nueva Prisión del Pópulo.


En 1843 la iglesia fue derribada, “dejándola hecha solar”, y consultando la necesidad de realizar en despoblado las ejecuciones capitales, se resolvió labrar en el muro zaguero del edificio una espaciosa azotea, en donde se cumplieran las sentencias de muerte en garrote; librando a los reos de ese doloroso tránsito de la cárcel al patíbulo por entre la curiosa multitud, y evitando con esto escenas repugnantes y propias a muchos desórdenes”.

Los paneles de azulejos de la mencionada fachada, por fortuna, han sobrevivido. San Agustín, Santa Clara Montefalco, Santa Mónica o San Gelasio, nos dan la bienvenida al entrar en el Museo de Bellas Artes, ya que terminaron colocados allí tras la Desamortización de Mendizábal, y la Virgen del Pópulo, en azulejos polícromos, preside el llamado patio de los bojes de la mencionada pinacoteca.


Al convento, como vemos, le aguardaba un destino como prisión provincial hasta al menos 1933. Tras sus muros los presos aguardaban cada mañana de Viernes Santo el momento del paso de la Esperanza de Triana tras los barrotes, cuando las saetas y las súplicas llenaban el aire e incluso inspiraron una marcha: “Soleá dame la mano”. Finalmente, la Prisión del Pópulo será historia desde el 14 de septiembre de 1935, cuando todo el edificio quede convertido en un solar y posteriormente en Mercado de Entradores. Pero esa, esa, esa ya es otra historia…