En uno de mis habituales y peripatéticos tránsitos nocturnos topé con cierto caballero embozado y a punto estuvimos de desenvainar toledana de no ser porque reconocimos al punto fino bigotillo atusado, golilla valona y acuchillado jubón. Vecino nuestro en otro tiempo, triunfante siempre en lides de Cupido, lo hallamos demacrado, desmejorado y meditabundo, por lo que, tras plácemes y saludos de cortesía al uso, resolvimos inquirirle por su malestar:
- Cabizbajo y absorto os contemplo,
Más, ¿qué pesares intuyo
- Decid triste y somnoliento,
mi buen amigo Escalona,
- ¿Ruina acaso, me temo?
- Peor, Don Alonso, peor.
- Decid, Don Juan, os lo impetro,
que en puro trance me hallo.
- Bien sabéis, amigo nuestro,
pues para voacé nada oculto,
y que en días como aquestos,
es mejor narrar pesares
y aliviar abatimiento
que padecer languidez
teniendo corazón preso.
Al punto, suspiró mohíno y
melancólico y prosiguió proporcionándonos razones para su hondo penar:
- Pasaron aquellos tiempos
en que mis pasos, mi voz,
mi empaque y hasta mi cuerpo
Eran temblor para damas,
A las que falté al respeto.
- Amigo, Don Juan, ya pasó,
purgásteis en el Infierno
todos vuestros delitos
y todos aquellos yerros.
- Pero, ah, amigo Escalona,
hay algo que más lamento
y es que la plebe me olvide,
que de mí no haya recuerdo,
y en estos días de otoño
carnavalada de asueto
disfrácese de espantajos
y sin apenas pretexto
abunden brujas y duendes,
aparecidos y espectros.
- No os falta razón, Don Alonso,
ni inteligencia, ni seso,
mas han de ser nuevos usos
que borran otros recuerdos,
evitando culto franco
para difuntos y deudos,
honrándolos en camposanto,
visitando cementerios.
Suspirando nueva y hondamente, embozóse en su capa, encogióse de hombros y casi en sepulcral susurro despidióse de quien pergeña aquestas letras:
- Quedad con Dios, buen amigo,
plácenos que platiquemos.
- Quedad con Él, buen Don Juan.
El año que viene ¿os veremos?.