18 diciembre, 2023

Sevilla, Navidad 1887.

En esta semana previa a la celebración de las Pascuas de Navidad, ya con sonido de fondo de villancicos y visitas a belenes, vamos a centrarnos en una curiosa revista que publicó sus primeros números en el siglo XIX y en cómo plasmó estas fechas tan tradicionales a través de sus páginas; pero como siempre, vayamos por partes. 

En un antiguo callejón perpendicular a la calle Moratín, no lejos de la calle Zaragoza, comenzó todo. Allí, en el siglo XVII, se ubicó la sede gremial  y el hospital de los Cómitres, o lo que es lo mismo, de los capitanes de la mar, de ahí que durante años aquella zona se llamase Plaza de los Cómitres o Barrera de los Cómitres, pasando a llamarse de Tirso de Molina en el siglo XIX en honor al escritor mercedario autor del Burlador de Sevilla, germen del Tenorio. Por aquellas fechas, fallecido prematuramente Alfonso XII en 1885, ocupando la regencia su viuda María Cristina y en un momento en el que las revistas satíricas gozaban de gran aceptación, se estableció la redacción de una, cuyos ejemplares nos han llegado en préstamo de manos de un buen amigo y mejor seguidor del noble arte de Gutemberg. 

La revista se llamó "Perecito", seguidora de la estela de otras como "El tío Clarín" y editó su primer número (se publicaba los domingos) en la Imprenta de Gironés y Orduña (Calle Lagar 3 y 5)  el 6 de noviembre de 1887, siendo si director Leoncio Lasso de la Vega; el precio de la suscripción mensual era de cincuenta céntimos, mientras que el número suelto costaba diez, pudiéndose incluso enviar a provincias de ultramar. La redacción de Perecito estaba conformada por una plantilla insultantemente joven, ya que, como ha estudiado Jesús Carlos Méndez Paguillo, en ella estaban integrados, por poner un ejemplo, los hermanos utreranos Joaquín y Serafín  Álvarez Quintero, que contaban a la sazón cada uno quince y diecisiete años de edad respectivamente, junto con otros autores como Manuel Cano y Cueto, Luis Montoto, Benito Más y Prat o Mercedes de Velilla, por citar algunos. 

En un primer momento careció de ilustraciones, centrándose en la crónica de la ciudad, poemas, artículos e incluso pasatiempos, todo ello en dos humildes pliegos con hojas tamaño folio. La temática de los artículos iba en muchas ocasiones en consonancia con la época del año, de ahí que nos hallamos fijado especialmente en el número del 25 de diciembre de aquel año de 1887, sobre todo porque menciona una costumbre navideña que por entonces tenía mucha presencia y que ahora en nuestros días prácticamente ha desaparecido: el aguinaldo, entendido como  especie de donativo o propina que trabajadores de todo tipo solicitaban (usando para ello tarjetas de diverso tipo) y recibían de los ciudadanos. 

Daniel Perea: Navidad.  Ilustración para la Revista "La Ilustración Española". 1875

"Perecito" daba su particular opinión sobre este tema: 

"La petición de aguinaldos va siendo realmente insoportable. Todo el mundo se cree con derecho a pordiosear con motivo de las Pascuas. Serenos, municipales, guardas, carabineros del muelle, repartidores de periódicos, carteros, aguadores, fontaneros, etc, etc,, os acosarán con sus injustificadas peticiones. Los unos en prosa, en versos chistosísimos los otros; ello es que se da el "sablazo", y, lo que es más triste, se recibe con resignación. 

Pero hay un modo eficaz de parar los golpes: contra el vicio de pedir hay la virtud de no dar. Y decir claro que no, a todo el que merezca las atenciones que solicita".

Otra tradición ya indispensable y popular era el jugar al sorteo de la Lotería de Navidad, que como se sabe, inició su andadura en Cádiz allá por diciembre de 1812. En aquella primera edición el billete costó cuarenta reales, el sorteo se celebró el 18 de diciembre (festividad de la Esperanza, no fue mala fecha) y el número agraciado resultó ser el 03604 con un premio de cuatro mil pesetas, nada menos. En la redacción de "Perecito" tenían su propia opinión, ciertamente pesimista, sobre este sorteo extraordinario, que ya por entonces movía miles de reales y tenía "enganchados" a muchos sevillanos: 

"Ya se pasó el susto del premio gordo de la lotería. Por esta vez los sevillanos se han quedado en el aire haciendo castillos de risueñas ilusiones. La loca fortuna les ha vuelto las espaldas, dejándolos con un palmo de narices. 

Los aficionados incorregibles suspiran y dicen "a otra"; y los que juegan por jugar, siguen perdiendo pesetas en el juego de azar lícito, en el mantenido y fomentado por Gobiernos sin gobierno. 

Así los pobres viven en la mayor miseria; los agricultores, industriales y comerciantes se arruinan, y todos se quejan y nadie encuentra el remedio. Y es que el remedio no es cosa de juego, sino de formalidad y trabajo, no de engaños y robos". 

Como detalle anecdótico, en aquel año el Gordo cayó íntegramente en Madrid con el número 24.566. En estos días actuales en los que las calles céntricas de Sevilla aparecen atestadas de público en busca de compras navideñas o simplemente de pasear admirando la iluminación propia de estas jornadas, "Perecito" publicó del mismo modo cómo era eso de pasar las Pascuas: 

"Sigue la piadosa costumbre de festejar el nacimiento de Cristo teniendo una Nochebuena por excelencia y unos cuantos días de descanso y regocijo. 

Para celebrar el nacimiento del que nos trajo la vida, nada más propio que atracarse de todo género de golosinas y alegrarse a costa de los barriles, y hacer una carnicería de cebados y pavos. 

Entre col y col, entre frutas y mazapanes, entre los pavos y dulces, suenen las zambombas y las panderetas, vengan las coplitas al Niño, hablen por los codos, ríanse hasta más no poder, y eche usted aguardiente que no se derrame, en señal de alegría y para entrar en calor, y en recuerdo al Dios de la gula. 

Así se compaginan Sancho Panza y Don Quijote."

Anuncio de 1877.

 Por último, para no cansar en demasía al oyente o lector, mencionar que gracias a unos curiosos versos de Serafín Álvarez Quintero podemos conocer cómo en la antigua calle de Alcuceros, ahora calle Córdoba, se establecía en aquellos años uno de los epicentros de las compras navideñas, pues en ella vendedores ambulantes ofrecían tortas, pestiños, corrucos, confites, piñonates o mazapanes, sin contar con la "fauna" habitual de sablistas, haraganes, piropeadores, borrachuzos, algunos en torno al célebre establecimiento "El Istmo", Gran Almacén de Víveres, en lo que sería todo un cuadro costumbrista que finaliza así:

"Ofrece, señores, 
La calle Alcuceros
un golpe de vista
que no lo hay mejor.
desde que por calle
Lineros entramos
hasta que salimos
por el Salvador."

La revista satírico literaria"Perecito" alcanzó gran popularidad pero, cosas de aquellas calendas, sólo perduró dos años, dejando paso a otras revistas en las que se integraron muchos de sus colaboradores, pero esa, es ya es otra historia. 

Llegado este punto, y antes de finalizar, aprovechamos para desear a los pacientes lectores de este humilde blog unas Felices Pascuas y que el Niño Dios nazca en nuestros corazones.



11 diciembre, 2023

Redes.

No, no vamos a hablar en esta ocasión de cuestiones relacionadas con el ciberespacio o las redes sociales, sino que nos vamos a trasladar a un antiguo barrio de Sevilla, para conocer mejor una calle que sólo con su propio nombre nos indica quienes eran sus habitantes, y que incluso, con el paso de los años, fue sede de una supuesta congregación religiosa que se declaró contraria al Vaticano; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre las calles Alfonso XII y Baños, cruzada por la de Alfaqueque, no lejos de la Puerta Real y del barrio de los Humeros, la calle Redes, larga, recta y no muy ancha, parece que no ha cambiado de nombre en ningún momento, pues ya a comienzos del siglo XV recibía ese apelativo, relacionado sin duda con las gentes del río y sus aparejos de pesca, no en vano muy cerca de allí estaba el barrio de los Humeros, habitado por población dedicada a vivir de todo aquello que podía extraerse del Guadalquivir.

Curiosamente, el nombre de la calle fue poco a poco abreviándose. "corrompiéndose" afirma el Diccionario de las Calles de Sevilla, hasta quedar convertida en la calle Res o Rez, tal como queda recogida en el conocido plano de Olavide en 1771 y como aparece todavía en 1932 en la publicidad de cierta Guía Nocturna, donde se recoge que existían "Camas Lujosas, todo confort en el número 13 de la calle Res, muy recomendadas por su distinción absoluta, agua corriente y todo confort". Sobran las palabras. 

Con posterioridad, en torno a 1930, la calle se llamó del Marqués de Valencina, para recuperar su nombre original, Redes, en 1946. En el siglo XVI contó con una callejuela hoy desaparecida, cercana a la Puerta Real y en el siglo XIX se conformó la plaza o plazuela del Carmen, actual del Duque de Veragua, en honor al descendiente de Cristóbal Colón que hizo posible el traslado de los restos del Almirante a la Catedral de Sevilla hasta su actual sepultura. 

José Gestoso indica que en esta calle vivió en 1444 Pedro García, de profesión músico intérprete de cítola, o lo que es lo mismo, citolero, y también el pintor Pedro González en 1484, en casas del cabildo de la catedral, aunque con posterioridad se mudó a la collación de San Nicolás. 

Ilustre vecino de la calle, según el escritor, cervantista e investigador ursaonense Francisco Rodríguez Marín habría sido el escritor Mateo Alemán, autor de la célebre novela picaresca Guzmán de Alfarache; en concreto, el nombre de esta calle aparece en un documento notarial por el cual el novelista bautizado en la Colegial del Salvador da poder a Domingo García y a las doncellas Gregoria Bolante y María Calderón para que puedan alquilar en su nombre unas casas que poseía de por vida en dicha calle; la fecha del protocolo, junio de 1607, tiene la particularidad de ser inmediatamente anterior a la marcha del escritor (y Hermano Mayor de la cofradía del Silencio) a Nueva España, donde buscará mejor fortuna y donde le sorprenderá la muerte en 1614 y en la más absoluta indigencia, tal como comentamos en otra ocasión.

No tan famoso ni reconocido será otro vecino de la calle, éste apodado "Balazo", que a comienzos del siglo XIX se significó como firme partidario de las tropas napoleónicas asentadas en Sevilla, traicionando a quienes se posicionaban dentro del movimiento de resistencia contra la ocupación gala; junto a otro compinche de similar ralea, de apellido Ariza, pudieron huir por la Puerta Real durante la expulsión de las fuerzas francesas en agosto de 1812, aunque finalmente "Balazo" fue capturado y fusilado por traidor a su patria en el sitio conocido como el Salitre, no lejos de la Puerta Osario. 

Adoquinada en 1898 y de carácter eminentemente popular por la zona en la que estuvo y está enclavada, la calle Redes poseyó un cuartel (vinculado quizá al cercano del Carmen), fábricas con hornos de ladrillos, algún negocio relacionado con la prostitución (como ya hemos visto) y en el número 37 el llamado Corral de las Armas, sin olvidar que durante cierto tiempo y en el número 20 de la calle tuvieron sus casas los miembros de la controvertida Orden de los Carmelitas de la Santa Faz, fundada a raíz de las supuestas apariciones marianas registradas en el Palmar de Troya (nunca reconocidas por la Diócesis Hispalense entonces en manos del cardenal Bueno Monreal)  y que tuvo en sus inicios como cabeza visible a Clemente Domínguez, quien en 1978, tras la muerte de Pablo VI se autoproclamó Papa con el nombre de Gregorio XVII; pero esa, esa ya es otra historia. 

04 diciembre, 2023

El Arzobispo y los Seises.

Ahora que se acercan las fechas de celebración de la solemnidad de la Inmaculada, con el tradicional baile de los Seises en su Octava de la Catedral, no estaría de más comentar cómo debido al poderoso influjo de un arzobispo estos niños y sus danzas estuvieron a punto de desaparecer en el siglo XVIII; pero como siempre, vayamos por partes. 

Simón de la Rosa y López, allá por 1904, publicó un interesante y extenso volumen sobre la historia de los Seises y en un ejercicio de sinceridad, destacó que no era empresa fácil descubrir el origen de esta danza, pues se consideraba que los Seises bailaban desde tiempos inmemoriales. Las primera noticias documentales sobre ellos datan de 1508, aunque su origen podría ser de mucha mayor antigüedad, pese a que este autor sostiene que sus comienzos no deberían estar en danzas profanas, sino en otras de carácter religioso. Vinculados al colegio de San Miguel, situado en la actual Avenida de la Constitución, todavía existe una puerta catedralicia que conserva ese nombre en recuerdo al centro educativo en el que durante siglos los mozos de coro recibían formación. 

Desde sus comienzos, bailan sin el clásico tamboril, señal de no proceder de bailes populares, y además, no había participación femenina, algo que por entonces era frecuente en danzas populares hasta que en 1699 se prohibe la presencia de mujeres en los bailes. Al principio vestirían como ángeles y danzarían ya delante del Santísimo durante la procesión del Corpus Christi, llevando zaragüelles, sayo sin mangas y jubón con alas doradas, más borceguíes con polainas. No llevaban máscara y la cabeza iba coronada con una guirnalda de flores contrahechas. 

En el Corpus de 1564 se suprimen las guirnaldas; los niños aparecieron llevando lujosas gorras de damasco o sombreros de raso carmesí con vistosas plumas y lujosos caireles dorados. Por cierto, las castañuelas características aún no habían hecho acto de presencia en las manos de los Seises, será más adelante cuando pasen a formar parte del sonido peculiar de estas danzas. 

La leyenda popular siempre ha considerado que el Santo Padre concedió a la iglesia sevillana el privilegio del uso de esos sombreros (llamados entonces "capeletes" por ser de copa alta) y que los seises bailasen cubiertos con ellos ante el Santísimo con la condición de que ese permiso especial duraría lo que durasen los trajes de entonces, por lo que se tuvo la astuta idea de ir renovándolos por piezas cada año y así no dar fin al privilegio papal. 

A fines del siglo XVII, era Arzobispo de Sevilla el aragonés Jaime de Palafox y Cardona, hombre recio y de gran carácter según los cronistas de la época, quien impulsó las obras del Hospital de Venerables Sacerdotes, realizó importantes mejoras en el palacio arzobispal y difundió la devoción a Santa Rosalía, promoviendo la fundación del convento del mismo nombre y donando un hermoso busto de plata de dicha santa que se conserva en la catedral. Además, y esto es lo que nos interesa, emprendió una feroz campaña para eliminar las danzas del el Corpus, buscando una mayor severidad en el cortejo, por considerar que era blasfemo bailar en presencia de Jesús Sacramentado. 

El suceso, muy sonado y que tuvo su punto álgido en la procesión del Corpus de 1690, de la que hablamos en otra ocasión, trajo consigo la pugna, en forma de pleitos, entre Palafox y los defensores de las danzas de manera constante, llegando el enfrentamiento a adquirir tintes algo más que preocupantes cuando, la noche del 3 de octubre de 1692, el prelado salvó la vida tras un atentado fallido contra su persona, ya que junto al confesionario que habitualmente usaba en la parroquia del Sagrario fue descubierto:

"un barril relleno de pólvora, cohetes, paños embreados, trozos de tea y otros combustibles puestos en comunicación con la misma puerta por medio de una larga cuerda untada de alquitrán, que salía a la parte exterior por debajo del quicio para servir de mecha".

Por su parte, el Cabildo de la Catedral defendió siempre el uso tradicional de los Seises, llegó hasta Roma e incluso se cuenta que el propio Papa fue testigo de cómo eran los pasos de baile de los niños danzantes al ser llevados hasta Roma, con su maestro de capilla al frente, en un barco fletado por los propios canónigos de la catedral hispalense. El Santo Padre, impresionado por la inocencia y belleza de la danza, mandó sobreseer el caso, declarar que era lícita y que nadie osase a suprimir tan inmemorial costumbre, cuyas raíces se hunden en el ceremonial catedralicio. Como detalle, desde 1655 los Seises actuaban también en la Octava posterior a la festividad de la Inmaculada. 

Sin embargo, pese a todo, a Palafox parece que "le iba la marcha",  pues volvió a la carga, en esta ocasión por con la excusa del uso del color azul en los ornamentos litúrgicos en la festividad de la Inmaculada y alegando que era incorrecto y arbitrario, contrario a la normativa litúrgica romana. Los canónigos de la hispalense, curtidos ya en mil batallas legales y acostumbrados a litigar contra su prelado (a quien apodaron "el arzobispo de los cien pleitos"), mandaron a Roma una muestra del color azul usado en los ternos litúrgicos catedralicios para que la Sagrada Congregación dictaminase su idoneidad, e incluso, como el propio Palafox alegase que esa tela no era auténtica, enviaron una casulla de color azul. Finalmente, tras  muchos dimes y diretes, el pleito quedó fallado en favor de los canónigos sevillanos, declarándose legítimo el uso del color azul el 8 de diciembre, uso que ha pervivido hasta nuestros días.

Gracias a esto, y como muestra de la devoción a María Inmaculada, casullas y dalmáticas pudieron ostentar ese color azul, los Seises ataviarse así, una bandera celeste y blanca ondea desde la Giralda a partir del ocho de diciembre, e incluso podemos contemplar ese color en sayas y mantos con los que se visten muchas imágenes de la Virgen María, para disfrute de sus devotos y, suponemos, disgusto de Palafox; pero esa, esa ya es otra historia.

27 noviembre, 2023

1626 o el "Año del Diluvio".

No para de llover torrencialmente desde el martes. Refugiada la población en sus casas, casi toda actividad ha cesado. Las calles aparecen solitarias y silenciosas, de no ser por sonido del agua repiqueteando en aleros y charcos. El cabildo de la ciudad, por vía de urgencia, ha decidido sellar los husillos como medida precautoria así como calafatear las puertas que dan al Arenal, o sea, al Río, a fin de que, junto con las murallas, sirvan una vez más como eficaz muro de contención ante la inevitable riada que se avecina. Sin embargo el sábado 23 de enero, a eso de la medianoche, el Guadalquivir, alimentado por las aguas caídas en la sierra y las nieves derretidas por el temporal, embiste literal y ferozmente contra la ciudad con gran violencia, logra reventar la Puerta del Arenal, con débiles defensas. Tras vencer este exiguo obstáculo se extiende desde ahí por la antigua calle de la Mar y a la de Harinas, en cuyas posadas dicen que la gente sale flotando en sus camas,  a la zona de la Punta del Diamante, y de ahí a la Catedral, anegando todo los que encuentra a su paso, desde la Puerta de Jerez hasta la Macarena. Ni siquiera la Plaza de San Francisco se libra. Es una catástrofe de proporciones bíblica, un desastre sin parangón que afectará a dos terceras partes de la ciudad. Es 1626. El Año del Diluvio.

Estando en tiempos de sequía, no vendría mal, para conjurar la llegada de nubes y chubascos, recordar cierta ocasión en que Sevilla soportó tal cantidad de aguas torrenciales que cronistas y relatores dejaron constancia de ello en unas fechas en las que la población temió, literalmente, que el mundo tocaba a su fin; pero como siempre, vayamos por partes. 

En aquel año ostentaba el trono de las Españas y las Indias su Católica Majestad el rey Felipe IV, contando con el Conde Duque de Olivares como Valido, quien intentará, al menos, reformar cuestiones como la moral pública, la hacienda o las siempre complicadas relaciones internacionales con otras potencias europeas, como Francia o Inglaterra. El oro y la plata americanos seguían fluyendo hacia Sevilla pero, todo hay que decirlo, marchaba casi inmediatamente para ser destinado al pago de inmensas deudas estatales por guerras y conflictos armados, sin olvidar que las flotas de Indias eran constantemente hostigadas por corsarios y piratas holandeses o británicos. Son tiempos complicados, llenos de incertidumbre. 

Un anónimo cronista de aquellos días aciagos de enero de 1626, en un documento descubierto por el profesor Francisco Zamora Rodríguez, afirma: "Dios ha días que está resuelto en castigarnos". Las consecuencias de la inundación son inabarcables; iglesias y conventos tocan sus campanas pidiendo auxilio como si llegara el juicio final,  quedan abandonadas más de ocho mil casas que han de ser desalojadas desde las ventanas superiores y sus moradores rescatados en barcos. Otras puertas del perímetro amurallado hispalense corrieron mejor suerte, como las de la Macarena, la de la Carne o la del Sol, pero el agua, cercando por completo la ciudad inexorablemente, alcanzó el Prado de Santa Justa y se unió al arroyo Tagarete, sufriendo las consecuencias la feligresías de San Roque y San Bernardo y el convento de San Agustín. En Triana, el nivel del agua se elevó hasta alcanzar el altar mayor de la parroquia de Santa Ana (en cuya torre algunos encontraron refugio) y el Castillo de San Jorge quedó anegado, teniendo en cuenta que su zonas más bajas quedaban por debajo del nivel del propio río. 

Mención aparte merece el caso de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, donde ante las tremendas inundaciones provocadas por el Guadalquivir, el Prior Diego de Güelvar ordenó de manera imperiosa el traslado de una parte de la comunidad monacal a tierras más altas, a una finca de propiedad cartujana situada en Tomares, mientras que otra parte se distribuiría por otras cartujas andaluzas a la espera de que bajase el nivel de las aguas.  

Hubo sucesos y sucedidos de lo más insólito, así lo contaba el escritor Rodrigo Caro por carta a su buen amigo Francisco de Quevedo:

"Viéronse casos muy lastimosos y extraordinarios. Parieron dos mujeres o malparieron en la iglesia mayor, y otras dos en el colegio de frailes victorios, que allí se habían recogido. Pescáronse anguilas y albures en algunas calles, viéronse gatos y ratones juntos en los tejados y azoteas sin ofenderse, arrojábanse las señoras y doncellas a los barcos desde las ventanas sin cuidarse de su honestidad y otras daban voces pidiendo de comer y llamando a los barcos que las socorriesen. Era cosa lastimosa mirar la ciudad inundada, viendo las casas solas y abiertas, aullando los perros tristemente, otras caídas encima de sus habitadores".

Los daños fueron enormes, se perdieron cargamentos enteros que iban o venían de las Indias, podían verse flotar en el río bultos, mercancías y pertrechos:

"Nunca el Arenal de Sevilla con la venida reciente de la flota se vio tan rico como en aquesta ocasión. Desde la Torre del Oro hasta la puente, que es un grandísimo trecho, no había sino montes de palo de Brasil, de cajas de azúcar, de infinidad de corambre y de otras mil cosas de valor."

La falta de materias primas trajo consigo una inevitable y preocupante carestía en los productos de primera necesidad por, por ejemplo, el hecho de que los hornos de pan no funcionasen por estar inundados, a lo que había que sumar la codicia de algunos, algo que incluso provocó hasta un conato de revuelta popular que no llegó a definirse contra el entonces Asistente de la ciudad, Fernando Ramírez Fariñas, a quien muchos señalaron como culpable por su falta de previsión a la hora de evitar los daños de una inundación, nunca mejor dicho, que se veía venir a leguas. 

Poco a poco, con lentitud, la ciudad intentó rehacerse del desastre. Los canónigos de la catedral se pusieron manos a la obra, como reflejó el cronista anónimo antes citado:

"De las comunidades el Cabildo de esta Santa Iglesia ha hecho lo que siempre en estos casos semejantes. El mismo Deán y Chantre en un gran barco y en otros diversos prebendados han ido y van repartiendo por todo la Ciudad y por Triana infinidad de limosnas. La Religión de la Compañía de Jesús no es creíble la manera que se ha esmerado y esmera en acudir a esta desgracia, tres barcos trae desde el primer día socorriendo y proveyendo de comida de un barrio a otro a todos lo que han podido, gastando en esto toda la provisión que tenían recogida para el sustento de sus casas". 

Como curiosidad, en el noviciado Jesuita de San Luis de los Franceses quedó acogida la comunidad de padres dominicos, anegada su casa. Imitando estos ejemplos, parte de la nobleza sevillana colaboró igualmente en la labor de atender a los afectados por la riada; destacaron personajes como  Bernardo Saavedra Rojas y Sandoval, Tomás de Mañara (padre de Miguel) y Fernando Melgarejo, caballero veinticuatro, que no era otro que el famoso "Barrabás" de quien hablamos en otra ocasión, quizá para congraciarse con los propios sevillanos. Además, se pregonó bando municipal en el que se prohibía el uso de coches y carruajes.

Todas las miradas estaban puestas en el cielo. Con la intención de aplacar la ira divina y rogar por el cese de las lluvias e inundación, en muchas parroquias los predicadores convocaron a los fieles a orar, ayunar y hacer penitencia y se acordó que saliesen en procesión de rogativas imágenes de gran devoción para el pueblo, como Santa Ana en Triana, la Virgen de las Aguas de la Colegial Salvador y la de los Reyes de la Santa Iglesia Catedral; incluso se acordó subir a la giralda el valioso Lignum Crucis catedralicio y realizar la solemne ostensión del mismo en las cuatro caras de la torre mayor de la ciudad, dándose el caso de que en ese momento apareció el arco iris en el cielo, algo que maravilló a muchos como signo de esperanza. 

¿A cuánto ascendieron las pérdidas? El importe sería incalculable, pero aún así nuestro anónimo cronista lo intentó:

"Muchos tasan en más de ocho millones el daño de esta avenida en sola esta ciudad sin la pérdida inestimable de ganados que fuera se va descubriendo cada día por toda esta comarca no han quedado en pie millares de molinos con que el costal de trigo que se molía por seis reales cuesta treinta."

Durante meses, hubo que reparar parte del caserío, demoler viviendas en mal estado, retirar animales muertos y aguardar a que muchos pudieran volver a sus hogares, sin olvidar que las aguas tardaron en abandonar la ciudad, formando lagunas putrefactas e insalubres y que la actividad cotidiana tuvo que abrirse paso con lentitud hasta recobrar la normalidad. Quedaba mucho por hacer y, lo que es peor, quedaban aún muchas riadas por sufrir en Sevilla a lo largo de los siglos, pero esa, esa ya es otra historia. 

20 noviembre, 2023

Un azulejo en Santa Paula

En esta ocasión nos vamos a centrar en un azulejo tristemente desaparecido en un conocido monasterio sevillano, pintado por un ceramista italiano y del que se ha tenido noticia gracias a un fotógrafo francés del siglo XIX; pero como siempre, vayamos por partes. 

Fundado en 1473 por Ana de Santillán, y bendecida su primera iglesia en 1475, el Monasterio de Santa Paula, de la orden jerónima femenina, no tardó en convertirse en uno de los más importantes conventos de Sevilla, en unas fechas en las que poco a poco todo el plano de la ciudad comenzó a verse sembrado de este tipo de comunidades religiosas de clausura, destacando San Clemente, Santa Isabel, Madre de Dios o Santa Clara, por citar algunas. Muchos han sufrido los embates de epidemias, guerras o revoluciones y otros desaparecieron con las desamortizaciones del siglo XIX, dispersándose su importante patrimonio en otros conventos o incluso en colecciones privadas. 

En el caso de Santa Paula, por fortuna, prosigue funcionando como comunidad religiosa, sobreviviendo con la venta de los productos realizados por las religiosas (espectaculares las famosas mermeladas, sobre todo la de naranja amarga) y contando con un interesante museo visitable, donde Sor Bernarda, medio granadina, medio sevillana, con un gracejo fuera de toda duda, atiende a los visitantes siempre con una sonrisa. Del mismo modo, es ineludible destacar su magnífica portada de acceso a la iglesia, a la que se llega tras atravesar un compás o jardín que sirve de zona de acogida o silencio previo a la entrada al templo. La portada, de estilo gótico-mudéjar terminada en 1504 por Pedro Millán, constituye un muy buen ejemplo de la labor también de un ceramista de origen italiano que llegó a Sevilla a finales del siglo XV y que por aquellas fechas vivía en Triana, cuna de no pocos ceramistas: Francisco Niculoso Pisano. 

Santa Paula, por Richard Ford. 1831.

Por datos documentales que se conservan, se sabe que vivió y trabajó en la actual calle Pureza; casado y con varios hijos y con contactos con la alta sociedad sevillana, Pisano traerá consigo la técnica consistente en pintar los azulejos esmaltados con color blanco y decorarlos con motivos polícromos, algo muy distinto al tradicional azulejo de cuerda seca, tan usado en decoración todavía en nuestros días. 

En su taller se realizarán, por poner algunos ejemplo más, el retablo de azulejos de la Visitación de la Virgen que se conserva en los sevillanos Reales Alcázares y también la conocida lauda sepulcral de Íñigo López (1503) que puede encontrarse en el lateral de una de las naves de la Real Parroquia de Santa Ana, sin olvidar el retablo que realiza para el monasterio de Santa María de Tentudía en Calera de León.

La Revolución de 1868, denominada "La Gloriosa", de marcados tintes laicistas y antimonárquicos en una etapa de profunda depresión económica, supuso para Sevilla la expulsión de los filipenses y jesuitas, el derribo de casi todas las puertas de la ciudad y la incautación de numerosos templos, como la desaparecida parroquia de San Miguel o el convento de las Dueñas, al igual que el cercano cenobio de San Felipe, del que hablamos en otra ocasión o la parroquia de Santa Lucía, también exclaustrada. Fueron meses de algaradas y revueltas, al grito de "Viva España con honra" en un momento histórico en el que la propia reina Isabel II marcha al exilio.


Las violentas manifestaciones antirreligiosas provocaron numerosos incidentes, como el relatado por José Gestoso,  que afectó significativamente al monasterio de Santa Paula y que supuso el destrozo, ¡A balazos!, del valioso azulejo de Santa Paula que presidía el acceso al compás del monasterio, realizado por Francisco Niculoso Pisano, sustituido en 1888 por otro realizado en tierras valencias y que puede hoy día observarse en el mismo lugar.

Gestoso cita al Barón Davillier, el cual en 1865 (tres años antes de los sucesos revolucionarios) publica una guía de viajes que en el apartado de Sevilla alude al convento de Santa Paula, destacando en la puerta de entrada: 

"En el convento de Santa Paula, en la puerta de entrada, vemos a esta santa que figura estar en una especie de patio, solado de azulejos violetas y blancos; los muros están guarnecidos con de azulejos blancos con trazos azules. Vénse allí representados cuatro árboles verdes puntiagudos y a la santa Paula encuadrada por dos columnas verdes que sostienen un arco de medio punto".

Por fortuna, en 2017 el Centro Andaluz de la Fotografía publicó un interesante volumen dedicado a la labor como fotógrafo del francés Luis León Masson, nacido en 1825, quien ejerció como tal en la Sevilla unos años antes de la mencionada Revolución de 1868, viviendo primeramente en la calle Escobas (actual Álvarez Quintero) y posteriormente en Sierpes, donde tuvo su estudio como retratista. Además, estableció una fluida relación con los Duques de Montpensier, entonces residentes en el Palacio de San Telmo y realizó reproducciones de diversas pinturas de Murillo. Igualmente, como han documentado María Teresa García Ballesteros y Juan Antonio Fernández Rivero, autores de dicha publicación, se dedicó a realizar instantáneas de los diferentes monumentos de su ciudad de acogida, por lo que se conserva una fotografía, quizás la única, que refleja la puerta de Santa Paula en 1865, antes de la destrucción del azulejo de Pisano que venimos comentando.


La imagen concuerda con el análisis del Barón Davillier, mostrando el ladrillo labrado de la fachada, la puerta con su arco conopial entre baquetones y el referido azulejo, ignorante del destino que desgraciadamente le aguardaba. Por cierto, sobre otra de las puertas de entrada al Monasterio se encuentra otro azulejo con el escudo heráldico del mismo, con el correspondiente capelo cardenalicio y el característico león de San Jerónimo; ni que decir tiene que recomendamos la visita a Santa Paula, un que merece la pena conocer, ahora que incluso se ha editado una cuidada publicación sobre su pasado y el patrimonio que atesora, pero esa, esa ya es otra historia.

13 noviembre, 2023

Tintes.

En esta ocasión, nos vamos a trasladar a la antigua Judería de Sevilla, en concreto, a una calle que albergó un arquillo en su mitad, en la que tuvo casa un comerciante que da nombre a una conocida urbanización del Aljarafe y que incluso en el siglo XVIII acogió una fábrica de cerveza; pero como siempre, vayamos por partes. 

La calle Tintes, que transcurre desde la de San Esteban hasta la plaza de los Zurradores, ya era conocida con ese nombre allá por 1613, debido a la presencia en sus edificios de artesanos dedicados a la elaboración de este tipo de producto, incluso aún en 1864  González de León afirmaba existir allí uno de estos negocios. En la Sevilla del XVI se introdujo el cultivo de una serie de plantas cuya maceración en agua, en depósitos llamados tinacos, generaba el añil, colorante natural de color azul que se usaba como pigmento para telas, tintas o pinturas; además, se conocía ya entonces el uso de la cochinilla y el palo campeche, procedentes ambos de América, el primero procedente de un insecto que crece en los cactus y el segundo de un árbol de la familia de las leguminosas, de uno se extraía el pigmento rojo y de otro, el negro, respectivamente, de ahí la importancia de estos tintes, sobre todo para el sevillano gremio del Arte de la Seda, que los usaba para colorear sus valiosas telas y gozó de gran predicamento durante varios siglos por la calidad de sus paños.

Foto Reyes de Escalona
 
Se trata de una vía estrecha y sinuosa que transcurre paralela al trazado de la muralla, algo que puede observarse sin ningún problema en el extremo que da a San Esteban, pues allí subsiste un trozo de este perímetro defensivo, visible en un pequeño solar y formando parte del muro medianero de un establecimiento de hostelería, una pizzería en concreto. Curiosamente, algunos autores sostienen que en mitad de la calle, dentro de ese trazado amurallado, estaría el denominado Postigo del Jabón, o lo que es lo mismo, una puerta menor de entrada y salida de la ciudad entre las cercanas Puertas de Carmona y de la Carne, similar al célebre Postigo del Aceite tan mencionado en días de Semana Santa, aunque de dicho Postigo del Jabón sólo se conserva su nombre, sin que se conozca su exacta ubicación. 
 
Una excavación arqueológica realizada en enero de 1987 en los números 5 y 7 de la calle antes de construirse un nuevo bloque de viviendas puso de manifiesto, efectivamente, la presencia de un fragmento de muralla almohade bastante bien conservado y realizado con los materiales habituales, cal, arena y guijarros que se colocaban en moldes para conformar el llamado tapial, muy presente en este tipo de construcciones. En concreto este lienzo de muralla se conservaba con 15 metros de longitud y 4 de alto, más 3 de profundidad, habiendo estado durante siglos enmascarado por azulejos, tabiques, pinturas y demás elementos. Los arqueólogos María Teresa Moreno, José Escudero y José Lorenzo, constataron en esta zona, además, que el solar no habría estado ocupado hasta el siglo XV o comienzos del XVI, lo que elimina la posibilidad de que allí hubiera población perteneciente a la antigua aljama judía de Sevilla. Por desgracia, no se hallaron referencias constructivas del mencionado Postigo del Jabón, también llamado de Clarebout en honor a una familia que vivió en sus inmediaciones en el siglo XVI y que puede que se hallase en otra zona de la calle o simplemente, haya desaparecido sin dejar rastro.
 
Un acuerdo del Consistorio en 1613 decide empedrar esta calle, siendo necesarias y frecuentes las reparaciones de su pavimentación debido al gran tránsito de personas y carruajes que registraba; como anécdota, en marzo de 1934 el diario El Liberal recogía esta noticia:
 
"La atropella una cabalgadura y le parte una pierna.
 
En la calle Tintes fue atropellada por una caballería Emilia Vázquez Capitán, de cincuenta y cuatro años, que vive en la plaza de Zurradores número 10. Trasladada a la casa de socorro del Prado de San Sebastián, el médico de guardia señor Díaz Tenorio, auxiliado por el practicante señor Moya, le apreció la fractura del fémur izquierdo, calificada de pronóstico reservado. Después de curada fue trasladada al Hospital y encamada en la sala del Carmen."
En 1943 recibió por primera vez el alumbrado público eléctrico, mientras que en la calle conviven edificios de corte moderno con otros antiguos restaurados, datados entre 1869 y 1941. No faltó la actividad industrial en esta calle, pues aparte de los mencionados tintes, se sabe de la existencia de una fábrica de cerveza en 1733 y de una de loza en 1839, sin olvidar una fábrica de curtidos para guantes de cabritilla que ocasionaba las lógicas protestas de los vecinos por los malos olores que emanaban de tal negocio. 

En el número 17 hubo casa con patio, o corral, ya que en 1925 era célebre la Cruz de Mayo instalada, incluso reflejada fotográficamente en la prensa local:


Por cierto, gran consternación generó en Sevilla el atentado con bomba registrado en el número 12 de esta calle allá por 1906, al parecer dirigido contra José Huesca y Rubio, entonces  Vicepresidente de la Cámara Agrícola. El suceso tuvo lugar a las nueve de la noche del 5 de diciembre, y aunque no hubo que lamentar víctimas sí provocó bastantes daños materiales, destacando la prensa de entonces que tras este acto podría haber motivos políticos, habida cuenta la afiliación maurista de este señor, que ostentó la presidencia de la Cámara Agrícola de Sevilla. 


Ya que hablamos de vecinos de esta calle Tintes, no podemos dejarnos en el tintero que en ella tuvo sus "casas principales" el comerciante de origen italiano Juan Bautista Cavaleri (1652-1732), oriundo de Génova, quien tras un periplo por Madrid y las Indias recalará finalmente en Sevilla en 1684 y creará todo un pequeño emporio comercial que le hará ostentar cargos de gran importancia, como los de Cosechero del Consulado de Indias, Escribano Mayor, Caballero Veinticuatro en el Cabildo de la ciudad e incluso Hermano Mayor de la Hermandad de la Santa Caridad. En 1687 contraerá matrimonio con Cristina Funes Renier, con quien tuvo cinco hijos varones, uno de los cuales construirá un palacio en la Plaza del Duque, del cual, con permiso de unos grandes almacenes, se conserva únicamente su portada.  
 
Como han estudiado los profesores Francisco J. Gutiérrez y Salvador Hernández, fruto del poder económico de Cavaleri y de su intento por ser aceptado en los estamentos más altos de la sociedad hispalese, será adquirir una capilla propia en el cercano convento de San Agustín para ser sepultado en ella, la de la Virgen de Guadalupe en concreto, y la adquisición de tierras de labor en la zona de San Juan de Aznalfarache, ahora término municipal de Mairena del Aljarafe, lo que se llamó la Hacienda Cavaleri, en el camino de Mairena a Sevilla; cuarenta hectáreas de olivar que con el paso de los años se han convertido en parques, urbanizaciones (como Ciudad Expo) y hasta una estación de Metro y un Instituto de Enseñanza Secundaria que llevan el apellido de este activo comerciante de la calle Tintes, pero esa, esa ya es otra historia.

06 noviembre, 2023

A la moda.

En esta ocasión, en Hispalensia nos ponemos nuestras mejores galas y, debidamente acicalados, ataviados y perfumados para la ocasión, nos dispondremos a relatar, al menos en parte, cómo afectó una decisión del rey Felipe V a la vestimenta de los sevillanos del siglo XVIII; pero como siempre, vayamos por partes.

No hace mucho, ya narramos algunos detalles sobre la moda sevillana, sobre todo en lo relacionado con las llamadas "Tapadas" y al uso del manto femenino que, cubría prácticamente todo el cuerpo, dando lugar a frecuentes abusos e incidentes que, al menos, se pretendieron subsanar con diversas Pragmáticas en tiempos de los reyes Felipe II y III, respectivamente. Estos reglamentos tuvieron escaso, por no decir nulo, eco, y el uso del manto prosiguió, incluso con una nueva Pragmática dictada por Felipe IV en 1639, que indicaba:

“Mandamos que en estos reinos y señoríos todas la mujeres, de cualquier estado y calidad que sean, anden descubiertos los rostros, de manera que puedan ser vistas y conocidas, sin que en ninguna manera puedan tapar el rostro en todo ni en parte con mantos, ni otra cosa, y acerca de lo susodicho, se guarden, cumplan y ejecuten las dichas pragmáticas y leyes con las penas en ellas contenidas y demás de los tres mil maravedís que por ellas se imponen en la primera vez que caigan e incurran en perdimiento del manto, y de diez mil maravedís aplicados por tercias partes, y por la segunda los dichos diez mil maravedís sean veinte y se pueda poner pena de destierro, según la calidad y estado de la mujer”.

Del mismo modo, comentamos que pese a la amenaza de multas y castigos, las mujeres sevillanas no cejaron en el empeño del uso del manto, con lo cual todo quedó, al parecer, en agua de borrajas, tras incluso algún intento de "huelga" a la hora de salir de sus domicilios si no era portando dicha prenda, tradicional para muchas. 

Pasaron los años. En pleno siglo XVIII, dentro de cierta apertura y reformas políticas,  tuvo lugar un nuevo intento por parte de la corona española de regular la forma de vestir de sus súbditos, y para ello, en noviembre de 1723 se promulgó la "Pragmática sanción que su majestad manda observar sobre trajes y otras cosas", firmada por el rey Felipe V en San Ildefonso el día 15 de aquel mes.

Como narra con maestría Chaves Rey, era Asistente de Sevilla el marqués de la Jarosa, don Alonso Pérez de Saavedra, y el 27 de noviembre de aquel año, nada más tener conocimiento de la llegada del cartapacio que contenía el real documento a Sevilla y reunirse con el cabildo de la ciudad, delegó en el marqués de Gandul para que, aunque ya fuera noche cerrada, se publicara y pregonara la Pragmática siguiendo el solemne ritual habitual; así, se organizó y puso en marcha una comitiva encabezada a caballo por el entonces el teniente de Asistente don Isidoro Palomino, el pregonero Sebastián Francisco, un puñado de alguaciles, el grupo de trompetas y tambores que anunciaba musicalmente la llegada de aquella especie de procesión civil y varios mozos con antorchas encendidas para iluminar las calles, a oscuras a esas horas. Por cierto, al hilo de esto, vale la pena recordar que el pregonero era figura cotidiana en la Sevilla de aquel tiempo y que poco, muy poco, tenía que ver con los actuales pregoneros cuaresmales, como destacamos en su momento.

Siguiendo la costumbre, el primer pregón para leer los veintinueve artículos de la Pragmática fue pronunciado a las puertas de las casas consistoriales, siguiendo a continuación a otras zonas como la Audiencia, el Alcázar, la Alfalfa, Santa Catalina, el barrio de la Feria y otros lugares clave de la ciudad, siempre con la intención de que se proclamase la palabra del rey y que todos pudieran escuchar el contenido de aquella Pragmática que tanto revuelo levantó.

¿Qué se ordenaba en ella? o mejor, ¿Qué se prohibía en relación a trajes y vestidos? el rey ordenaba limitar en el atuendo elementos superfluos, como encajes finos, cintas de plata y oro o terciopelos, sobre todo si no eran fabricados en España; además, mandaba que artesanos, labradores o barberos no usasen seda para sus vestidos y vistieran trajes de paño, bayeta u otro tipo de lana tejida, y que nadie usase aderezos o adornos de piedras falsas (bisutería, para entendernos) para complementar los trajes. Se buscaba con ello frenar el intento de las clases bajas por parecerse en el vestir a las clases privilegiadas, algo que llamaba a confusión y podía eliminar la tradicional diferenciación social.

Tampoco se libraba de las reformas la uniformidad de la servidumbre, ya que se exigía que lacayos y criados vistieran con el menor lujo posible, y también se hacía especial hincapié en la moda femenina, buscando aumentar la decencia y el decoro en los vestidos, ya que Felipe V indicaba que:

"Por cuanto son muy de mi real desagrado las  modas escandalosas en trajes de mujeres y contra la modestia y decencia que en ellos se debe observar, ruego y encargo a todos los obispos y prelados de España que, con celo y discreción,  procuren corregir estos excesos y recurran en caso necesario a mi Consejo, donde mando se les de todo el auxilio conveniente".

En este mismo sentido, conviene recordar que ya en 1722 toda una autoridad como el cardenal Luis Antonio de Belluga y Moncada había publicado en Murcia un sesudo volumen titulado "Contra los trajes y adornos profanos" en el que se manifestaba radicalmente contrario a las modas de aquel momento y alertaba de los "peligros" de las misma; baste este texto para comprobar qué opinaba este buen cardenal sobre vestimentas femeninas:

 "El que una mujer se presente en el templo a los ojos de tan gran concurso de gente vestida y adornada que en presencia de Cristo Sacramentado y de los espíritus del cielo que le asisten vaya despidiendo incentivos de concupiscencia, excitando cuanto menos a pensamientos torpes no ya solo en los jóvenes, en los ancianos, en los casados, en los mancebos en todas las edades sino también en los ministros de Dios, porque de pies a cabeza suelen algunas ir de tal forma que en quanto llevan sobre sí van respirando luxuria".

Una de las estipulaciones más llamativas era aquella dirigida a controlar uno de los objetos más simbólicos de aquellas calendas, y que marcaba notable diferencia entre quien podía disfrutarlo y quien no: el carruaje. La Pragmática borbónica, por un lado, decretaba reducir el exceso de adornos, escudos heráldicos y pinturas en calesas, carrozas o carretelas, y por otro, prohibía que poseyeran coche ni alguaciles, escribanos, notarios, procuradores, agentes de pleitos, recaudadores, ni tampoco mercaderes, plateros o maestros de obras, con lo cual era más que evidente que la corona pretendía con esto reducir el exceso de carruajes en las ciudades, pues en algunas de ellas, como en el caso de Sevilla, comenzaban a ser frecuentes los atascos en calles atestadas de gente cuando llegaban fechas señaladas del calendario, (nada nuevo, ¿Verdad?). 

Como curiosidad, y ya que andamos con cuestiones ecuestres, del enganche de un tiro de caballos o mulas suplementario en la parte delantera del carruaje y del privilegio que de ello tenían el rey y los nobles proviene la expresión "ir de tiros largos", en alusión a acudir a algún acto o cita vestido de modo muy elegante. 

 

Por controlar, el rey hasta pretendía regalar los regalos que cualquier novio quisiera entregar a su prometida con motivo de su matrimonio, poniendo límites a este tenor:

"Por cuanto exceso de joyas y vestidos, y otras cosas que se daban y hacen al tiempo del desposorio... ninguna persona de cualquier estado, calidad y condición que fuere, pueda dar o diere a su esposa y mujer en joyas y vestidos en causa alguna más que lo que montase la octava parte de la dote que de ella recibiera".

Las penas por desobedecer estos decretos eran bastante rigurosas, puede que hasta desproporcionadas, y abarcaban desde cuatro años de presidio en África hasta ochos años de condena en galeras; y para comprobar el cumplimiento de estos dictados de la corona, el mismo Asistente mandó a sus subordinados a que durante meses realizasen rigurosos registros en tiendas de ropa, sastrerías y cocheras, ganándose, como podemos imaginar, la animadversión de la mayoría de los sevillanos, aunque él mismo personificó el ejemplo de lo ordenado desde Madrid al comenzar a vestir ropajes negros tal como ordenaba la Pragmática a autoridades y justicias. 

François Boucher (1703-1770): La Modista. 1746.
 

Por cierto, todavía estaba por llegar la prohibición de Carlos III, allá por enero de 1766, del uso de la capa larga y los sombreros de ala ancha (o chambergos) para los  hombres, detonante del Motín de Esquilache llamado así por el apellido del ministro que alentó tal reforma, pero esa, esa ya es otra historia.

30 octubre, 2023

Amores y Amargura. Un pasaje y una calle.

Tras nuestro anterior periplo por la Plaza de los Carros, en plena calle Feria, en esta ocasión no dejamos la zona para acercarnos a una calle con nombre cofradiero, siempre comercial y, de paso, por un pasaje perpendicular a ella que bien podría sonar a nombre romántico; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto Reyes de Escalona. 

Entre la Plaza de Calderón de la Barca y la calle Relator, la Calle Amargura transcurre con un trazado levemente curvo y que se ensancha en la zona más próxima a San Basilio. La primera vez en la que aparece el nombre de Amargura, al menos así lo indican los expertos en "callejeo", es en un documento datado en 1697, en el Plano de Olavide de 1771 se denomina Calle de la Amargura y para más inri, se desconoce el motivo de tan evocador nombre, ¿Tendrá algo que ver con la bella dolorosa de San Juan de la Palma?

Una excavación arqueológica realizada en el número 5 de la calle por Gregorio Manuel Mora Vicente permitió descubrir, en el estrato más antiguo, los restos de un almacén y una necrópolis de la etapa romana de los siglos I-II d. C., aunque luego la zona parece deshabitada hasta ya el siglo XII, en el que se localizó un edificio con patios y pozo central. Por lo que se ve, estamos en un sector con altibajos poblacionales a lo largo de la historia, hasta que ya en torno al XVI esta zona queda fijada urbanísticamente como vía de acceso a la calle Feria para comerciantes y compradores del mercado. 

Que en ella hubo corrales de vecinos lo demuestra un recorte de prensa del Noticiero Sevillano del 10 de marzo de 1897:

"En la casa de vecinos de la calle Amargura número 1, dio comienzo anoche una misión del reverendo padre Mazuelos de la Compañía de Jesús. Los vecinos del barrio llenaban por completo el patio de la casa, escuchando con mucha atención la fácil y elocuente palabra del jesuita"

En la actualidad es peatonal, pero durante años circularon por ella carromatos y carruajes, muchos de ellos cargados con las frutas y verduras procedentes de las huertas de la zona de la Macarena y con destino al conocido Mercado de la Feria, de ahí que hasta 1925 en esta calle se colocasen no pocos vendedores ambulantes de estos productos, generando las protestas vecinales hasta que en ese año fueron integrados con motivo de la ampliación del cercano Mercado de Abastos. Prueba de la venta de productos alimenticios en no muy buenas condiciones higiénicas es este suelto de abril de 1922 en El Liberal:

"Por el Veterinario de servicio en el Barranco han sido decomisados 380 kilos de pescado que no reunían condiciones para el consumo. También han sido decomisados por el veterinario 16 kilos de pescado en la calle Regina y 18 kilos, más una barrica de sardinas, en dos puestos de la calle Amargura".
Indicar, que el Barranco, junto al Puente de Triana, para quienes desconozcan su historia, era entonces Lonja de Pescado, perviviendo su uso hasta 1971, cuando se trasladó a las nuevas naves de Merca Sevilla.

El comercio, el pequeño comercio, es protagonista en esta calle, donde siempre han existido pequeñas tiendas que, además de con sus escaparates, han usado la propia vía para exponer sus mercancías a la vista de los viandantes, a lo que habría que sumar la cantidad de puestecillos que durante años dieron a esta zona carácter popular y pintoresco. Mención especial para "La Única", clásico supermercado de barrio que lleva años vendiendo comestibles y para "La Cigüeña", tienda de confecciones fundada en 1943.

Foto Reyes de Escalona. 

En 1910 se abrió en uno de sus costados, justo enfrente del número 9,  el llamado Pasaje de Amores, que podría tener resonancias románticas, qué duda cabe, que termina en la calle San Basilio, pero que, que lleva este nombre por una razón más prosaica, en honor a Manuel Amores Domínguez, propietario del edificio que, una vez derribado, dio lugar a un solar que permitió abrir este pasaje, techado en su arranque, que carece de edificios significativos o de comercios reseñables, de no ser por la utilidad que plantea en días semanasanteros para callejear evitando el tránsito por Relator, tal como dejó reseñado el profesor y escritor Carlos Colón en sus artículos encabezados con el nombre de este Pasaje como título.

Anuncio en la prensa local. 1913.

Además, este Pasaje tiene cosas en común como los cercanos de Valvanera, Mallol, o González Quijano o los de Vila y Andreu en el barrio de Santa Cruz; como se afirma en la publicación Guía del Paisaje Histórico de Sevilla (2015): 

"Una de las grandes aportaciones a la tipología de la vivienda es el pasaje, que debe entenderse como una evolución más compleja del corral y de la casa de vecinos. Entronca tradición con modernidad saneando los interiores de grandes parcelas por medio del trazado de una  nueva calle interior. Este tipo de construcción garantizaba la intimidad necesaria para la vida colectiva de los usuarios de las viviendas. Diseñadas para las clases populares y el proletariado, se concentraron en el norte de la ciudad."

El cronista Álvarez Benavides en "Explicación del Plano de Sevilla" de 1874, menciona algunos datos sobre la actividad profesional de un señor Amores que probablemente fuera padre o familiar cercado de quien da el nombre al pasaje, al indicar que:

"El único establecimiento notable que se halla en la calle de la Amargura es: Núm 12 (7 antiguo) Almacén de vinos propiedad de D. Manuel Amores y Pérez. Cuenta esta casas más de treinta y seis años establecida, y en ella se halla un gran surtido de la mejor calidad, procedente de las conocidas y reputadas bodegas que dicho señor posee en Villanueva del Ariscal".

Aparte de esta Vinatería de Amores, hay que reseñar un taller de afilar, en el número 10, la sociedad de albañiles que tuvo allí su local y la taberna Casa Bracho, que estaba en la esquina de la calle, y en la que el gremio de panaderos, allá por 1932, fijó su sede en enero tras el cierre de su centro social de la calle Peral 34. 

Diario "El Liberal". 24 de enero de 1932.

Curiosamente, hemos encontrado una reseña periodística que habla de un incendio acaecido en la calle Amargura y gracias a ella hemos conocido un poco mejor qué tipo de tiendas existían en la calle allá por el 5 de enero de 1913, aparte de algunas peculiaridades:

"En las primeras horas de la noche anterior se inició un voraz incendio en una tienda de comestibles establecida en la planta baja de la casa número 13 de la calle Amargura. La finca es propiedad de Don Manuel Amores y la industria de don Agustín Medina. Los primeros en notar el fuego fueron los vecinos de la casa próxima, que vieron que, obstante estar cerrado el establecimiento, por ser domingo, salía gran cantidad de humo por debajo de aquél." 

La crónica destaca, de manera especial, el papel de los serenos, que apenas supieron del incendio, pasaron aviso a la cercana parroquia de Omnium Sanctorum, cuyas campanas tocaron a rebato en señal de fuego, y al poco rato lo hicieron las demás parroquias próximas, siguiendo una costumbre que era entonces más que habitual a fin de avisar a los feligreses de la necesidad de acudir a sofocar las llamas y de prevenirles del peligro, con lo cual, como resultado, casi todo el mundo se echaba a la calle, bien para colaborar en las tareas de extinción, bien para ser meros espectadores del suceso.

El incendio alcanzó por momentos gran virulencia, amenazando con propagarse a una barbería y un taller de plancha que en la citada casa tenían establecidos Juan Aguilar y Carmen Cano. Ambos, que se encontraban ausentes, se personaron inmediatamente, sacando a la calle, auxiliados de varios vecinos, todos los muebles, llegando a sufrir un síncope una señora que habitaba en el piso superior, siendo auxiliada por vecinas de la zona.  Pocos minutos después llegaba la brigada de bomberos al mando del capataz señor Espejo, que se dispuso a apagar el incendio, aunque primero la Guardia Civil y la Policía Municipal tuvieron que acordonar la zona para evitar daños en la gran cantidad de personas que se hallaban allí. Poco más se supo de las causas del siniestro, destacando la prensa que las autoridades judiciales carecían de pruebas o indicios y que las pérdidas económicas se estimaban en torno a unas 10.000 pesetas de la época.

Aunque no forme parte de la propia calle, siempre habrá que  mencionar, por su cercanía, la presencia del Palacio de los Marqueses de la Algaba, fundación de la familia Guzmán allá por el siglo XV, corral de vecinos y hasta teatro en sus tiempos y ahora convertido en dependencias municipales y sede del Centro Múdejar, testigo del devenir del barrio a lo largo de los siglos, como el famoso Motín de la Feria de 1652, iniciado en esa misma plaza, pero esa, esa ya es otra historia.

16 octubre, 2023

Plaza de los Carros.

Cementerio, mercado, escenario al paso de cofradías, hoy, en Hispalensia nos vamos a conocer una Plaza muy especial; pero como siempre, vayamos por partes.


En 1304 la plaza de Monte Sión, que éste es su actual apelativo, se llamaba del Caño Quebrado, en alusión a que bajo ella pasaba una de las tuberías que desaguaban en la zona de la Alameda, entonces insalubre laguna; el nombre abarcará, con el tiempo, no sólo a la plaza, sino a calles adyacentes o incluso al barrio, hasta que en 1845 con la reforma municipal de calles y plazas, se decidió rotularla con el de Plaza de los Maldonados, fruto de la presencia en ella de las casas de este linaje sevillano, propietario del Condado del Águila. El palacio, que contaba con vistoso mirador,  fue derribado hace ya algunos años, siendo construido en su lugar un edificio de viviendas denominado "Núcleo Montesión", que ahora acoge en sus bajos un supermercado y las inevitables viviendas turísticas. En 1960 fue llamada Plaza de Monte Sión en honor a la Hermandad del mismo nombre cuya capilla preside la plaza, aunque una parte más alejada mantendrá el de Maldonados. Por cierto, pese a tanto nombre siempre será para muchos la Plaza de los Carros, en recuerdo a una parada de estos vehículos existente en la plaza antiguamente.

"Sevilla", Diario de la Tarde, 17 de octubre de 1961.

El área de la plaza en cuestión ha sido modificada con el paso de los siglos, pues todavía en el siglo XIX presentaba un saliente a la altura de la antigua calle Bancaleros, ahora González Cuadrado, e incluso hay constancia en el siglo XV de que poseyó todo un anillo de soportales rodeándola, lo que ocasionó constantes y molestos pleitos entre los propietarios de esos edificios y la autoridad municipal, hasta que finalmente desaparecieron en el siglo XIX. Quizá esos pintorescos soportales (que eran muy frecuentes en la época en otros lugares como la calle San Jacinto, la Plaza de los Terceros o la propia de San Francisco) servían como refugio para vendedores y tenderos, por lo que no es de extrañar que la Plaza se llamase también en otras etapas también de los Trapos, ¿Por la presencia de ropavejeros?

En época medieval hubo allí importante carnicería con cuatro puestos de venta allá por 1505, que estuvieron funcionando hasta bien entrado el siglo XIX; además un documento datado en 1454 indicaba que era lugar para que en él se colocasen mujeres para vender todo tipo de productos al por menor, las llamadas también "regatonas". Los fabricantes de sayal, tela basta de lana muy empleada en hábitos religiosos, vivían también en la zona, pues en 1714 veintidós de ellos, pertenecientes al gremio, vivían en el Caño Quebrado, al igual que algunos carpinteros. Contó también con botica y barbería, de modo y manera que vino a ser, salvando las distancias, todo un "Centro Comercial" al aire libre.

Empedrada primitivamente, en 1906 fue adoquinada, en torno a 1970 fue asfaltada y hace escasos meses fue reurbanizada de nuevo con bancos, adoquines y árboles, aunque según los vecinos no los suficientes, además de parcialmente peatonalizada, para contento de los establecimientos de hostelería allí enclavados. 


Porque lo que de verdad hace revivir a esta plaza (con permiso de la imprescindible y clásica Taberna Vizcaíno, fundada en 1929), aparte de la tarde del Jueves Santo y la mañana del Viernes, es el popular y conocido mercadillo de El Jueves, que asienta sus reales en ella cada semana y sigue siendo considerado como uno de los mercados callejeros más antiguos de Europa, por lo que no debe extrañar que durante siglos, como hemos comentado, existieran tiendas de objetos antiguos o de segunda mano, así como libros o ropa. El Jueves es día y lugar de tratos, de regateos, de rebuscar, para coleccionistas, curiosos o simples paseantes. Tampoco podemos olvidar la "vida nocturna" que mantuvo la plaza, personalizada en el local Viña Blanca, que pasó de ser bar o taberna a convertirse en cabaret y se mantuvo abierto con actuaciones en directo, bailes y demás hasta finales de los años ochenta.

Anuncio en Prensa. Año 1961.

Algo que durante siglos estuvo más que presente fue el antes aludido colector de aguas que se dirigía a la Alameda, por lo que son más que habituales las quejas del vecindario por los malos olores y por la frecuentes roturas que experimentaba, de ahí lo de Caño Quebrado, encharcando la plaza de aguas nauseabundas que a buen seguro serían foco de infecciones. En 1784, Cándido María Trigueros, autor del libro La Riada escribía así de este sector:

"Una de las más perniciosas resultas de la inundación es el rebosar de los pozos y llenarse la Ciudad de agua filtrada por otros conductos, lo cual no puede dejar de causar los mayores perjuicios en las casas, cuyos cimientos se reblandecen; ya se han resentido muchas sin haber sido inundadas, por la flaqueza que ha causado en éstos la filtración inferior. En algunos barrios, especialmente en la Feria y Caño Quebrado, mana continuamente tanta agua, que puede junta formar un riachuelo."


Como curiosidad, el conocido poeta y cantor de la Inmaculada Miguel Cid, vivió en este Caño Quebrado antes de mudarse a la collación del Salvador e incluso lo hizo presente en alguna de sus composiciones, como ésta en la que alaba el paso de la procesión del Corpus por su casa: 

"Arroyo que habéis manado
de allá de la eterna fuente,
¿Cómo hoy vuestra corriente
Pasa por Caño Quebrado?
Un caño nos quebró Adán
Por do la gracia corrió;
Mas Dios el caño soldó
con un bocado de pan.
Corre el arroyo sagrado
hoy por el caño del suelo
y hoy toda la corte y cielo
está en el Caño Quebrado."

 La Plaza de los Carros quedó retratada en la en su tiempo controvertida novela de Alfonso Grosso El Capirote (1964), ejemplo de texto con denuncia social en pro de los trabajadores que narra la dureza de la vida y las penurias de un jornalero enfermo de tuberculosis que terminará sus días como costalero asalariado:

"Sólo le preocupada ahora su gesto cansino, el sonido de su tos, su voz que había cambiado, y su acento y su trabajo eventual de una semana en las regolas y la tercera en la carga y descarga del muelle, o, peor aún, en nada que consumiera su jornada, sino al quiebro de los chapuces, esperando en la Plaza de los Carros o en la del Pumarejo el cuarto de jornal por ayudar a descargar un motocarro, o desmontar un camión de harina, o arrastrar en el matadero las pieles de las reses y amontonarlas y pesarlas para los contratadores, o auxiliar en el Mercado Central o en la Lonja del Pescado a los subastadores."

La gran epidemia de Peste que asoló Sevilla en el inverno y primavera de 1649 ocasionó que, llenas las iglesias de cadáveres, hubiera de recurrirse a las plaza públicas como improvisados cementerios; tal fue el caso del sector de la Plaza de los Carros más cercano a la calle Laurel, donde se colocó como recuerdo una humilde cruz de madera. No tardó en congregarse en torno a ella un grupo de fieles, fundándose una Hermandad para rendirle culto en 1656, quienes costearon una nueva cruz de forja en la que aparecía, y aparece porque se conserva, la inscripción: "IMPLENTA SVNT QUARE CONCINIT FIDELIS CARMINE DICENS, IN NATIONIBUS REGNA VITA A LIGNO DEUS", o lo que es lo mismo: "Se ha cumplido lo que David cantó en verso fiel diciendo, Dios reinó desde la cruz en todas las naciones". Un azulejo, colocado en 2006, recuerda que esta cruz fue, andando los años, el germen de la actual Hermandad de la Soledad de San Buenaventura, y una copia de este emblema, convertido en Cruz de Guía, encabeza a la cofradía cada tarde de Viernes Santo, pero esa, esa ya es otra historia.

Foto: Reyes de Escalona