Para esta publicación, o "post", como se suele decir, vamos a recurrir a una calle casi desconocida, con barreduelas ignoradas, un almirante valeroso y un nombre antiguo; pero como siempre, vayamos por partes.
La calle Almirante Hoyos, entre Vírgenes y Cabeza del Rey Don Pedro, muy próxima a la calle Águilas y a la plaza de la Alfalfa, recibió durante mucho tiempo el nombre de Correo Viejo, debido a que en ella estuvieron las oficinas de este servicio de la Corona a comienzos del siglo XVIII; sin embargo, y como solía pasar en tiempos convulsos, la calle recibió con posterioridad los nombres de Prim, en honor a uno de los generales protagonistas de la Revolución de 1868, y Ocho de Marzo, pero no por el Día de la Mujer Trabajadora, sino por ser, qué cosas, la fecha del decreto gubernamental que ordenaba la disolución del siempre levantisco Cuerpo de Artillería allá por 1873.
Finalmente, en 1875 recibió su nombre definitivo, en honor a Francisco de Hoyos y Larreviedra, marino y astrónomo; nació en el pueblecito burgalés de Araduenda en 1782, figurando ya como guardiamarina en Cádiz en 1800, participando en los combates navales de cabo Finisterre (1805) contra buques británicos, siendo apresado y llevado a Inglaterra. Regresó a España bajo palabra de honor y durante la Guerra de Independencia luchó contra la armada napoleónica en la bahía de Cádiz, logrando el grado de alférez de navío. Experto en lenguas extranjeras, hombre cosmopolita, durante sus misiones y travesías visitó desde Manila hasta Finlandia, pasando por Argel o Trípoli; en San Petersburgo, como detalle, será incluso condecorado por el Zar.
En 1840, tras estar ostentando el cargo de segundo astrónomo en el Observatorio de la Marina de San Fernando en Cádiz durante doce años, cambiará de destino al pasar a ser Director del sevillano Colegio Naval de San Telmo, una institución pionera en Europa y piedra angular en la Carrera de Indias, auspiciada por la Corona desde 1682 para la educación en artes naúticas, el mismo donde apenas cinco años después comenzará sus estudios a los once años un chaval del barrio de San Lorenzo llamado Gustavo Adolfo Bécquer.
Durante esa etapa al frente de esta institución académica Hoyos vivirá en una de las casas palacios de la calle del Correo Viejo, el actual número 10 que aún se conserva, quizá el mismo en el que, siglos antes, vivió Doña María Coronel, y donde radicaron las antes aludidas oficinas postales. Durante el famoso bombardeo de la ciudad por el general Van Halen, afecto al regente Espartero, en 1843, el 24 de julio una bomba entró por una de las ventanas dicho edificio, la correspondiente a la zona de cocinas, muriendo en la explosión una criada del citado Almirante de nombre María Montesinos y chilena de nacimiento. Curiosamente el entonces Brigadier, militar de lealtad contrastada, se hallaba fuera de Sevilla al no haber querido reconocer la autoridad de Espartero, presentándose en Cádiz y poniéndose a las órdenes de las legítimas autoridades.
Integrado en la vida intelectual de la ciudad, culto, condecorado y con lo que entonces se decía de "mucho mundo", el distinguido almirante recibió de muy buen el puesto de Académico de la de Buenas Letras, en la que ingresó pronunciando, en 1845, un muy documentado discurso sobre Geografía Griega en tiempos de Homero, una lectura que sorprendió a todos por su enorme nivel de erudición; además, no olvidó a otros colegas suyos, ya que fue el principal impulsor de que el Ayuntamiento de Sevilla dedicase calles a los Almirantes Ulloa (en la zona de Alfonso XII - Monsalves), Valdés (calle desaparecida en la zona de Imagen), Espinosa (entorno de la Plaza de los Carros - Montesión) y Mendoza Ríos (entre Redes y Baños), ilustres marinos hispalenses para quienes Hoyos solicitó se conservasen sus casas natales y escribió sus biografías para que no se olvidase nunca su protagonismo en la Historia. El almirante Hoyos fallecerá en Cádiz (aunque algunos sitúan su muerte en Alhama de Granada) en septiembre de 1854, no sin antes haber sido nombrado Diputado en las Cortes por la ciudad de Sevilla.
Patio en el número 10. |
El cronista Álvarez Benavides destacó la calidad y abundancia de las aguas de sendos pozos ubicados en el número 8 de la calle, todo ello sin olvidar que en ella tuvieron su sede en 1697 el Platero Domingo Riquel, una posada allá por 1821 y, en ese mismo siglo XIX, la escuela privada de niños de don Camilo Canalejo, de varias consultas médicas a lo largo de su historia, lo que da idea de la importancia de esta vía.
En otro orden de cosas, en esta calle estuvo a principios del siglo XVIII la imprenta de Francisco de Leefdael, quien tuvo allí sus prensas entre 1701 y 1727, de las que salieron multitud de obras, tanto religiosas y devocionales como teatrales, ya que se especializó en la edición de comedias, algunas clásicas como las de Tirso de Molina o Calderón de la Barca; a su muerte, será su viuda la que regente la imprenta, manteniéndola abierta hasta mediados del siglo XVIII con el nombre de Imprenta Real del Correo Viejo.
Además, la calle (calificada en su tiempo por González de León como "angosta y corta") posee dos pequeñas barreduelas de bastante antigüedad y que nos recuerdan un tipo de entramado viario próximo a la etapa musulmana, no en vano muy cerca de allí estuvo la antigua judería; situadas en uno de los lados, una de ellas carece de nombre siquiera y se cierra con una cancela, mientras que la otra, de sorprendente y bastante longitud, se denomina Diamela, nombre que alude a un tipo de especie de jazmín y alberga alguna que otra vivienda de bastante antigüedad.
Barreduela de Diamela |
Por último, no podemos dejar en el tintero el panel de cerámica sevillana situado en el número 1 de la calle, esquina con Muñoz y Pavón, buen ejemplo de azulejería comercial tradicional, que data de 1926 al haber habido allí una conocida tienda de comestibles y que ha sido restaurado recientemente con el mecenazgo de la propia firma bodeguera; eso sí, la calle, como tantas otras, ha visto cambiada su población, ya que está repleta de los ahora habituales apartamentos turísticos, lejos de las quejas de la prensa de los años 50 que aludía a "un grupo de mozalbetes, algunos bastante talluditos ya, que a casi todas las horas de día "gamberrean", "tirando a gol", ya casi en la confluencia de Vírgenes", pero esa, esa ya es otra historia.