30 agosto, 2021

Hauser.

 Aunque a primer vista el título de este post recuerde -sólo un poco- al afamado doctor televisivo interpretado por el actor británico Hugh Laurie, en esta ocasión pondremos nuestra mirada en otro doctor, un médico bastante considerado en la Sevilla del XIX y que además de atender a numerosos pacientes realizó una aportación muy importante para conocer mejor la realidad sociosanitaria de la ciudad de su época. Pero como siempre, vayamos por partes. 

El 2 de abril de 1832 nacía en Trstín, actual República de Eslovaquia, Felipe Hauser y Kobler, o mejor, Philippe o, como firmaba en sus publicaciones, Ph. Hauser. Al alcanzar la edad de trece años rechazó seguir los pasos de su progenitor como comerciante y comenzó los estudios secundarios que le llevarían a la Facultad de Medicina de Viena desde 1852 hasta 1856, donde recibió las enseñanzas de los mejores galenos de la época, a ello hay que sumar dos estancias en París y la redacción de su tesis doctoral sobre un tema que le perseguiría siempre: la nutrición. 

Tras un periplo como doctor que le llevó a Tetuán, Gibraltar y de nuevo París, donde contraerá matrimonio en 1863 con Pauline Neuburger Oppenheimer, judía parisina de ascendencia alemana y muy vinculada al círculo de la familia Rothschild, con quien el médico austrohúngaro tendrá una estrecha relación. Al convalidar su título de Medicina en la Universidad de Cádiz durante su estancia gibraltareña conocerá al que será uno de los impulsores de su venida a Sevilla: el catedrádico de la Hispalense Antonio Machado, de ideas liberales y abuelo de los poetas Manuel y Antonio. Al fin, en 1872, Hauser arribará a Sevilla junto a su mujer y sus cuatro hijos más tres criados, contando además con el influyente apoyo del Marqués de Pickman, paciente suyo, e instalándose primero en la céntrica calle San Miguel y posteriormente en el número 24 de la actual Plaza del Molviedro. Allí abrió su consulta, a lo que no tardaron en acudir pacientes en busca de curación.

Pese a sus raices hebreas, nunca se consideró muy practicante, las clases aristocráticas de la alta sociedad sevillana lo acogieron con gran interés, convirtiéndolo en uno de sus "médicos de cabecera", pero Hauser no olvidó nunca sus orígenes e ideas y supo cultivar relaciones y vínculos con sectores pertenecientes a la intelectualidad y con aquellos profesionales que por entonces luchaban contra las malas condiciones de vida existentes para un muy importante porcentaje  de sevillanos. 

Como él mismo explicó, ése fue otro de los motivos para establecerse en Sevilla: 

 "Después de reflexionar un poco sobre las condiciones antihigiénicas de la localidad concebí la idea de la conveniencia de establecerme en Sevilla para estudiar su mortalidad y su morbilidad relacionadas con las condiciones de la higiene social."

Fruto de su ingente labor recabando datos durante diez años, fue la publicación en 1882 de sus Estudios médicotopográficos de Sevilla y, en 1884, de sus Estudios médico-sociales de Sevilla, con prólogo del abogado y ministro Manuel Silvela. En ambas publicaciones queda de manifiesto el interés de Hauser por la relación entre el binomio higiene-alimentación y la proliferación de determinadas patologías, especialmente las vinculadas con procesos infecciosos. Curiosamente, en 1883 Hauser ya había trasladado su residencia a Madrid, donde su hijo Enrique comenzó sus estudios Ingeniería de Minas.

Aunque no contase con el total apoyo de las autoridades, que muchas veces le negaron respuesta o simplemente ignoraron sus cuestionarios, el trabajo de Hauser fue muy importante; así, en su segunda obra (que esttuvo entonces a la venta en la Librería de Tomás Sanz, Sierpes 92), aparecen temas como el clima de la ciudad, la calidad del agua potable, la alimentación, la prostitución, la pobreza, la criminalidad, la beneficencia municipal o las enfermedades de transmisión sexual, sin olvidar todo lo que tuviese que ver con la sanidad pública, tan poco valorada entonces salvo en caso de epidemias como la del Cólera de aquellos años. 

Sería muy extenso incluso resumir el quehacer de Hauser, pero baste resaltar que, por ejemplo, reseñó la importancia del clima de la ciudad, la falta de sombra al no haber arbolado en sus calles (algo que ya entonces preocupaba tanto como ahora), la importancia de una adecuada red de saneamiento para las aguas fecales, de modo que no se formasen bolsas o lagunas pestilentes o la simple mención a cómo los índices de mortalidad de la ciudad tenían no poco que ver con la calidad de vida de sus habitantes, especialmente los más desfavorecidos, que malvivían en corrales de vecinos donde las condiciones higiénicas era muy escasas y favorecían la aparición de enfermedades. 

Como complemento a todo lo anterior, cartografió la mencionada mortalidad en Sevilla en su tiempo, con la conclusión de que ésta (sobre todo la infantil) era más elevada en aquellos barrios en los que la pobreza y la falta de higiene eran caldo de cultivo para enfermedades infecciosas, de modo que, a mayor nivel de vida, mayor esperanza de vida. La zona norte era quien se llevaba la palma en este escalafón negativo: San Julián, San Gil, Santa Marina, San Marcos, Omnium Sanctorum y otras collaciones se caracterizaban por ser focos de insalubridad donde la tuberculosis estaba a la orden del día, por citar una única enfermedad.  

A todo ello que habría que unir dos factores que siempre habrían convivido con Sevilla a lo largo de su historia: las riadas del Guadalquivir (como la que le tocó vivir a Hauser en 1876 cuando el nivel de las aguas rebasó en cinco metros su cota habitual) y las epidemias, bien de Fiebre Amarilla como la de 1800 (para la que el facultativo calculó unos 16.000 fallecimientos) o las temidas de Peste del XVI y especialmente del XVII en 1649.

Constató además que el agua de los pozos no era apta para consumo, al verse afectada por las filtraciones del río en el subsuelo, aunque constató que existían pozos que sí se surtían de aguas procedentes del nivel freático, y por ello poseían buena calidad, como los situados en la plaza de Villasís, calle Cuna o Plaza de San Francisco, alejados además de la acción contaminante de las riadas del Guadalquivir. Así mismo, estudió el consumo de carne por sevillano y su consiguiente aporte alimenticio, comprobando que, aparte de ser muy escaso, era muy exagerada preponderancia del consumo de carne porcina, destacando que del cerdo se aprovechaba prácticamente todo (carne y grasa): "esto llega hasta tal punto, que no gusta ningún caldo que no tenga el sabor de tocino, de jamón y de chorizo, que forman la base del puchero español". 

Analizó la dieta de los trabajadores, considerada por él de vital importancia para el bienestar; en el ámbito rural abundaban sobre todo las migas, el gazpacho y el cocido a base de carne de oveja o carnero, con legumbres y tocino; también se comía el "sopeado" o gazpacho espeso, o la caldereta. En el caso del sector industrial, los trabajadores de la fábrica de cerámica de Pickman de la Cartuja, otro ejemplo, comían sobre todo fiambres, aceitunas, queso y fruta, sin olvidar el puchero o potaje de garbanzos y como elemento indispensable y denominador común el pan, sobre todo blanco, de Alcalá de Guadaira.

Ante este análisis alimenticio, Hauser incluso se atrevió a afirmar que la tan traida y llevada pereza de los andaluces tenía mucho que ver con una alimentación sobre cargada de grasas animales y escasa de proteínas, lo que provocaría una insuficiente nutrición a la hora de desarrollar labores en el campo o la fábrica y por tanto llevaría al cansancio. 

Como curiosidad, sus estudios alcanzaron hasta la adulteración del chocolate, al que se le quitaba la manteca de cacao, vendida a los perfumistas, que era sustituida por otros tipos de grasa, a lo que habría que añadir el empleo de féculas distintas a las del cacao: arroz, cacahuete, harina, bellota, etc.

Como buen galeno, prestó también atención especial a la extensión de las enfermedades venéreas, como la sífilis o la gonorrea, reclamando una mayor atención sanitaria para las prostitutas en lo tocante a su higiene y salud a fin de prevenir en ellas esas enfermedades, siempre eso sí de una óptica médica sin caer en moralismos.

Publicados ambos libros, el doctor Hauser fue unánimemente alabado por quienes supieron de su investigación, que también abarcó otros terrenos de la Medicina (como la Geografía Médica de la Península Ibérica, de 1913) e incluso la defensa a ultranza del Movimiento Sionista, abogando por combatir el antisemitismo desde el diálogo y la integración plena dentro de Europa. 

En 1914 tomó la decisión de donar a la ciudad de Sevilla su vasta y extensa biblioteca, hecho que le valió serle otorgado el título de Hijo Adoptivo y Colegiado de Honor del Colegio de Médicos hispalense; el legado de Hauser quedó depositado en la Real Academia de Medicina de Sevilla desde 1921, cuatro años antes de su fallecimiento el 13 de enero de 1925.


NOTA: Agradecidos en grado sumo porque este modesto Blog, que comenzó sus andanzas allá por 2011, haya alcanzado la nada despreciable cifra de 150.000 visitas. Mil gracias a todos los que nos leen y comparten.

23 agosto, 2021

Eritaña.

Para muchos, el nombre de Eritaña sonará a la actual avenida de la Guardia Civil, entre el desaparecido Puesto de los Monos y Manuel Siurot, frente a la Casa Rosa, propiedad en la actualidad de la Junta de Andalucía. El nombre de la avenida procede, como sabrán no pocos, de la famosa Venta de Eritaña, que estuvo situada en este lugar durante los siglos XIX y XX. Pero como siempre, vayamos por partes.

Históricamente hablando, la zona, ubicada en las cercanías de los arroyos Tagarete y Tamarguillo, siempre habría sido residual por lo alejado del casco urbano de Sevilla, ya que lo más cercano era el Prado de San Sebastián y, a partir del XVIII, la Fábrica de Tabacos o el Palacio de San Telmo. Ello hará que estos terrenos apenas tengan importancia por ser fácilmente inundables, aunque a partir de 1833, con la intervención del Asistente Arjona, se crean los Jardines de las Delicias, que abarcarían todo el margen del Guadalquivir y finalizarían en un extremo próximo a la zona de la que hablamos. 

No lejos de Ermita de San Sebastián, en 1839, el historiador González de León destacaba ya la presencia de la Venta de Eritaña, encrucijada para los caminos a Dos Hermanas y a El Copero y enclavada en la llamada Huerta Mariana, terrenos en los que andando los años se construiría la Plaza de América. Como curiosidad, el autor mantenía que el nombre de Eritaña procedía de Aritaña, que a su vez habría sido vocablo de origen romano relacionado con el dios Ares que habría tenido en esta zona un templo romano en su honor...

El 24 de junio de 1880 se estrenó en el Jardín del Buen Retiro de Madrid la obra "La Cachucha", "Pasillo Histórico Lírico" escrito por el sevillano Rafael Leopoldo Palomino de Guzmán con música del maestro Carlo Mangiagalli; el desarrollo de la obra, que transcurre en 1820 dentro del ámbito del más evidente costumbrismo andaluz, tiene lugar en la Venta de Eritaña, lo cual nos da idea de la antiguedad del lugar; a mayor abundamiento, en 1899, en el número 100 de la revista taurina madrileña Sol y Sombra, el cronista Carlos L. Olmedo publicó un extenso y laudatorio artículo que finalizaba así, en alusión a Manuel Vázquez, propietario entonces del negocio: 

Venir a Sevilla y no haber visitado la famosísima Venta de Eritaña, es tanto como ser cristiano y no haber entrado nunca en la Iglesia, y perdónenme la comparación. ¿Quién no conoce, aunque no sea más que de referencia, a Manolito Vázquez?
 

Como relata el profesor Duhart, de la Facultad de Ciencias Gastronómicas de Mondragón, el local poseía varios espacios o pabellones, con decoración ciertamente historicista, como el Merendero del Puente de Triana, el de la Torre del Oro o el rústico, así como una carta basada en menús con productos andaluces que eran muy apreciados por la aristocracia hispalense y por no pocos turistas o visitantes,  no en balde, llegó incluso a recibir, entre otras, la visita del Ministro de Marina, Arias de Miranda, en 1910, narrando la prensa local que degustó unas cervezas junto con sus acompañantes.

Además, la Venta de Eritaña se caracterizó en sus primeros tiempos por acoger innumerables banquetes en honor de personajes destacados del ámbito político, castrense, académico o artístico, banquetes en los que los discursos e intervenciones se prodigaban y en los que no faltaban los vinos generosos o los consabidos cigarros habanos. Buena prueba de ello es el homenaje brindado al escritor Vicente Blasco Ibáñez en la primavera de 1907 por parte de sus correligionarios del Partido Radical, al que pertenecía y por el que se presentó como Diputado a Cortes; Eritaña debió impactar al literato valenciano, pues aparece en su novela "Sangre y Arena" como lugar tanto para elegantes comidas como para sórdidas juergas de madrugada protagonizadas por el torero protagonista, Juan Gallardo y su séquito de aduladores y banderilleros, en las que nunca faltaba el cante flamenco. 

Del mismo modo, el lugar era también propicio para mítines y reuniones de corte político, como la celebrada en junio de 1931, promovida por el Comandante Ramón Franco, entonces Director General de Aeronáutica, en la que participó Blas Infante.

Unida a estos pormenores, otro de cierta importancia, esta vez en el orden gastronómico: el origen de la tapa. Tradicionalmente se ha atribuido, merced al relato de Antonio Burgos, éste a la iniciativa de un cliente del Café Iberia, en la calle Sierpes, quien envió a por manzanilla a un camarero a otro bar con el ruego de que le colocase al catavino una "tapa" de jamón. Sin embargo, en 1904, un escritor español, aunque establecido en La Habana, Nicolás Rivero Muñiz, en su obra "Recuerdos de un viaje", escribía: 

De la Biblioteca Colombina fuimos a la "Eritaña", venta célebre en Sevilla por sus hermosos emparrados y por las juergas que allí suelen correrse. Almorzamos bajo aquellos doseles de verdura, salpicados de flores, un gazpacho y un corderito asado que olían y sabían á gloria. Y antes habíamos preparado convenientemente el estómago catando unos chatos con tapaera, capaces de resucitar á un muerto. Dan allí ese nombre a unas cañitas achatadas de manzanilla cubiertas con unas rajas casi trasparentes de salchichón de Vich ó de jamón de la Sierra, que en materia de comer y beber son la esencia de lo sabroso y la suprema elegancia

De este modo, parece ser que la "tapadera" de chacinas o jamón con la que cubrir la copa o caña de manzanilla era algo más que habitual por aquellas fechas, o puede que incluso antes. 

1917: Cruz de Mayo en Eritaña

Como homenaje musical, el célebre compositor Isaac Albéniz, al componer su famosa Suite Iberia para piano entre 1905 y 1909 tituló uno de sus pasajes con el nombre de la "Venta de Eritaña", en una composición llena de vida y colorido basada en los acordes de unas sevillanas. El también músico Debussy afirmó tras escuchar esta pieza que "Nunca la música ha alcanzado expresiones tan diversas. Los ojos se cierran como fatigados de haber contemplado tantas imágenes".

La clausura de la Exposición Iberoamericana de 1929 en 1930 supondrá el lento declive de Eritaña, que poco a poco pasará de ser un elegante lugar de encuentro para las clases altas a convertirse en lugar de mala fama por comenzar a ser frecuentado por personas del entonces llamado "mal vivir", al menos por la noche, como alude la experta profesora y doctora en Antropología Isabel González Turmo. Finalmente, la Venta de Eritaña aún mantendrá abiertas sus puertas sobre 1962, cerrándolas más tarde, tras más de siglo y medio alegrando la vida de los sevillanos.

16 agosto, 2021

La escritora de la calle Francos.

 Probablemente, una de las calles más transitadas del entorno de la Plaza del Salvador sea la que arranca (o finaliza) en la calle Francos y concluye en la propia plaza, casi frente por frente a Álvarez Quintero, justo donde estuvo durante años un establecimiento comercial bastante conocido y dedicado a la confección infantil, sobre todo para Primeras Comuniones: "El Paraíso". 

La calle, ya lo habrán adivinado, es la dedicada a la escritora sevillana Blanca de los Ríos, aunque a lo largo de su extensa historia recibió nombres de lo más variado, desde Cordoneros (allá por 1408) hasta Agujas o Agujeros, que derivó en "Abujeros", tal como recogió Santiago Montoto. Como detalle curioso, también se le llamó calle de Martín Morales, quizá en alusión a algún vecino destacado.


En 1880 y 1920 la calle sufrió sendas reformas en el tramo del Salvador, donde se derribó parte de la acera de los pares para ampliar la plaza, con lo cual quedó un espacio mayor que hasta permitió ubicar un quiosco que ha llegado hasta nuestros días (el de "Carmelita", para los niños del Salvador de los años 70 y 80 del pasado siglo). Se sabe que en pleno XVII ya estaba empedrada, lo que da, como siempre, idea de su importancia. En la esquina de calle Villegas destaca un importante edificio regionalista de Juan Talavera, la llamada "Casa Pérez Salvador" (1920-1923), en uno de cuyos bajos muchos aún quizá recuerden la desaparecida Librería Internacional de Lorenzo Blanco, fundada en 1923.

En cuanto a su función, a lo largo de la historia fue eminentemente comercial, como lo atestiguan la presencia de tiendas de paños en el siglo XIV, la de cordoneros o la de fabricantes de agujas, todo ello en relación con los nombres antes aludidos para la calle. Gozó siempre de gran prestigio como lugar, prueba de ellos es que en el siglo XVIII formó parte del recorrido en varias procesiones extraordinarias de la Virgen de los Reyes. 

En la actualidad sigue siendo calle de tiendas y comercios, de trajín para compras en mayo o en Navidad, aunque cerrara sus puertas la clásica tienda infantil "Jardilín" sustituida por un negocio de hostelería en la misma esquina con el Salvador. 

Un hermoso azulejo pintado por Gustavo Bacarisas, recuerda el nombre de Blanca de los Ríos, a quien se puede considerar como una escritora perteneciente a la Generación del 98. Había nacido el 15 de agosto de 1859 en el número 15 de la cercana calle Francos, y era hija de Demetrio de los Ríos, afamado arquitecto, director de las excavaciones de Itálica, autor del monumento a Murillo de la Plaza del Museo y defensor a ultranza de la conservación de varias parroquias sevillanas durante el periodo revolucionario de 1868, consiguendo evitar el derribo de San Marcos o Santa Catalina. La madre de Blanca, María Teresa Nostench, habría destacado en la faceta pictórica, llegando a ganar varios premios por su obra, sin olvidar a otro familiar muy destacado, también con calle en Sevilla: José Amador de los Ríos, tío de Blanca y eminente arqueólogo e historiador. 

Con este ambiente intelectual en la familia, no es de extrañar, por tanto, que la enfermiza Blanca de los Ríos se dedicara a la literatura desde su infancia, siendo apodada como "La Escritora" en los colegios de monjas por los que pasó. Con apenas siete años dictaba a su hermano José los párrafos de una novela que tituló "La Estrella de Sevilla", aunque contaba que la destruyó al enterarse por su madre de que Lope de Vega se le había adelantado en título y argumento siglos antes. No cejó en su empeño, y en 1878 publicó, esta vez sí, su primera novela: "Margarita". 

A partir de ahí, nunca cesaría de escribir, de estudiar, de indagar, de publicar, tanto en el terreno lírico (usaba como seudónimo "Carolina del Boss") como en el novelístico o ensayístico, ganando justa fama como conferenciante por toda España, ocupando también lugar preferente sus investigaciones sobre Tirso de Molina o Teresa de Ávila. 

Mario Méndez Bejarano la calificó en 1925 de "Niña precoz, mujer de alto pensar y admirable decir, poetisa, novelista, investigadora, dio en su juventud flores de poesía y en su madurez óptimos frutos. La cultura española agradecerá más los últimos; nosotros, estimándolos mucho, seguimos enamorados de las primeras", mientras que su amiga Emilia Pardo Bazán la describió como: “sencilla, tímida, de endeble salud, de vasta y bien guiada instrucción, de carácter plácido que oculta una tenacidad sorprendente”

En un mundo intelectual copado por hombres, Blanca de los Ríos supo hacerse un importante hueco dentro del panorama posterior a la crisis de 1898; en 1918 funda la revista "Raza Española", al hilo del hispanismo tan en boga en aquellos momentos que impulsaba, por ejemplo, la sevillana Exposición Iberoamericana que se inauguraría, tras no pocos retrasos, en 1929.

Durante su vida, viajará con frecuencia a París y Madrid, donde se establecerá definitivamente tras contraer matrimonio con el arquitecto Vicente Lampérez; allí proseguirá colaborando en diversas revistas de la época, preocupada por la situación nacional, será discípula de Menéndez Pidal y mantendrá una estrecha amistad, como hemos mencionado, con la gran Emilia Pardo Bazán, a quien seguirá como segunda socia femenina del Ateneo de Madrid, aunque lamentablemente, al igual que Concha Espina, Carmen de Burgos o la propia Pardo Bazán, viera rechazada su candidatura (apadrinada por los hermanos Álvarez Quintero) para ingresar en la Real Academia de la Lengua. Cosas de otros tiempos.

En 1922, entrevistada por el periodista González Fiol sobre si era feminista, contestó: 

“Sí, señor. La mujer es tan apta para toda clase de disciplinas como el hombre. Lo prueba la Historia, que si en número ofrece menos reinas que reyes, en grandeza muestra más, [...] Eso no quita para que yo crea que la mujer tiene su misión peculiar. A mí no me gusta en este problema del feminismo sacar las cosas de quicio. Con todos sus derechos, me gusta que el hombre sea muy hombre; pero con los mismos derechos, la mujer, muy mujer”
 
Entre 1927 y 1929 se hará presente en la política española, ostentando el reseñable puesto de Diputada en la Asamblea Nacional del General Primo de Rivera, y también recibirá importantes condecoraciones y premios a lo largo de su extensa y dilatada trayectoria, como la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio o la Medalla al Trabajo, continuando con una ingente labor como crítica literaria y publicando y editando tras la Guerra Civil gran parte de la obra de su admirado Tirso de Molina, con tiempo incluso para divulgar aspectos poco conocidos sobre Cervantes y el Quijote o de nuevo Santa Teresa.

Hija Predilecta de Sevilla desde 1916, año en que la calle recibirá su nombre, fallecerá en la capital de España en 1956, siendo la única mujer sepultada en el Panteón de Hombres Ilustres que posee la madrileña Asociación de Escritores en la Sacramental de San Justo de Madrid. Aunque lejos de su ciudad, el nombre de Blanca de los Ríos siempre formará parte, no solo del callejero hispalense, sino de su historia literaria.