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28 marzo, 2022

El Señor de las Fatigas


Fue para muchos la última visión antes de su muerte, estuvo (y está) en el epicentro del bullicio catedralicio, sirvió como modelo para una Hermandad de Carmona y hasta el escritor que dio vida al Ratoncito Pérez llegó a mencionarlo en sus escritos. Pero como siempre, vayamos por partes. 


 Es cosa sabida que en el tiempo esplendoroso y lleno de contrastes de la Sevilla del XVI las llamadas "Gradas" de la Catedral constituían uno de los puntos fuertes dentro de lo que era el gran mercado de productos llegados desde América, de hecho, la cercanía de la Alcaicería de la Seda (actual Hernando Colón) y la proximidad con los grandes centros de toma de decisiones (Cabildo de la Ciudad, Casa de Contratación, etc) hicieron que los mercaderes se agolparan en esta zona pregonando sus productos, desde especias hasta esclavos, con el consiguiente griterío que amenazaba la quietud del templo catedralicio, quizá por eso se colocó en la Puerta del Perdón el famoso relieve de la Expulsión de los Mercaderes del Templo a modo de amenaza y quizá por eso los canónigos de la Catedral suplicaron al Rey que construyese un nuevo espacio como Lonja (el actual Archivo de Indias).

Enmedio de ese ambiente heterogéneo y colorista, ruidoso, bullanguero y hasta peligroso por la abundancia de pícaros y amigos de los ajeno, la fachada norte de la catedral ostentaba varias capillas en las que se colocaron varias imágenes de devoción, quizá con el objetivo de sacralizar el espacio y evitar, en lo posible, desmanes y sacrilegios a las mismas puertas del primer templo de la ciudad. 

En una de esas capillas, la Hermandad Sacramental del Sagrario, como ha documentado Gámez Martín, acordó solicitar al cabildo catedralicio la colocación de una pintura de carácter pasionista, que será encargada al pintor sevillano Luis de Vargas (1506-1567). En concreto, se trata de la imagen de Jesús en la calle de la Amargura, en ademán encorvado, portando la cruz del revés con la particularidad de que, según tradición, la túnica que porta es de color blanco; ¿Por qué?

Dejemos que sea el historiador González de León quien lo explique:  

"es voz común que se pintó así, porque antiguamente paseaban por la estación del Corpus, a los reos que llevaban a morir por sus delitos, y al pasar por este sitio los paraban para que rezasen al Señor, y como estos reos para ir al suplicio llevan puestos una opa blanca, pintaron a Jesucristo del mismo modo, para que su vista les sirviera de consuelo”

De este modo, podemos imaginar cómo de tremendo serían esos momentos postreros en la vida de cualquier condenado a la pena capital, orando arrepentido ante la imagen de Jesús Nazareno, rodeado de todo el cortejo habitual en estos casos: tropas, alguaciles, oficiales de la justicia, sacerdotes, y la consabida multitud agolpada en la estrecha calle Alemanes. Téngase en cuenta que el recorrido de los reos hasta el patíbulo de la Plaza de San Francisco era similar al del Corpus Christi, esto es, iniciándose en la calle Sierpes, sede de la Cárcel Real, por Cerrajería, Cuna, Salvador, Álvarez Quintero, Chapineros, Francos, Placentines, la calle Alemanes, para luego tomar por Génova (actual Avenida) y de ahí a San Francisco. Toda una "carrera oficial", aunque por aquellas calendas se decía "por las calles acostumbradas".

Sin embargo, la ubicación de la capilla, la fuerza del sol en aquella zona e incluso los desperfectos causados por un fuerte temporal de lluvia y viento en 1777 hicieron tanta mella en el lienzo original que finalmente en octubre de 1778 el pintor Juan de Espinal se comprometió a realizar una nueva pintura, copia fiel del original, por 1.800 reales, como afirma Gámez Martín. Esta segunda versión es la que ha llegado hasta nosotros, restaurada a su vez en el pasado siglo XX (y en 2014 por Ars Nova) y expuesta a la veneración en su retablo tras las obras de acondicionamiento de la Biblioteca Colombina.


No es de extrañar que la imagen pintada por Luis de Vargas pronto adquiriese la advocación de Cristo de los Ajusticiados, de los Ahorcados o de las Fatigas, que de estos tres modos hemos leído descripciones, gozando de cierta devoción popular durante siglos, algo que se puede comprobar incluso en cómo la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Carmona, a la hora de encargar, en 1607, su imagen titular al escultor Francisco de Ocampo le solicita que sea una figura de cedro de "un hombre de siete palmos y medio y que la hechura de él sea de la misma trasa e hechura del Cristo questá a las espaldas del Sagrario de la Santa ygrecia desta ciudad ensima de las gradas". 

  Sobre la pintura, dos textos en latín que son toda una declaración de intenciones: "Tibi soli pecavi" (contra Tí solo pequé) y "Parce peccatis meis" (perdona mis pecados). Como curiosidad, el jerezano Padre Coloma, autor de cuentos y novelas en el siglo XIX, y creador de la figura del Ratoncito Pérez como personaje de un cuento escrito expresamente para el aún niño Alfonso XII, narra, sin decir dónde, cómo era el retablo del Cristo de los Ajusticiados: 

Hay en la Catedral de ..., en la fachada que mira al lado de poniente, un balcón de pesado herraje, no muy distante del suelo, cuyas sencillas puertas de madera aparecen de ordinario cerradas. Una vez las vi abiertas,  y sentí al verlas ese estremecimiento repentino de todas las fibras, que producen en el alma las cosas sublimes; porque era lo que allí había, lo más profundo, lo más misericordiosamente grande que pudo la caridad inspirar a la fe, para apoyo de la esperanza.

Sobre un altar cubierto de negro, ardían seis velas de cera amarilla, ante un gran cuadro de oscuras tintas, en cuyo fondo se destacaba una imagen de Jesús Nazareno, camino del Calvario, llevando la cruz a cuestas, vestida, en vez de túnica, con una hopa en todo semejando a la que llevan al patíbulo los condenados a muerte... Llamábanle por esto el Cristo de los Ajusticiados, y era costumbre que todos los que habían de serlo, pasasen ante la imagen al marchar a la muerte, y postrados a sus pies rezasen el Credo...

Impasible al discurrir de los siglos, ya no recoge las súplicas desesperadas de aquellos que marchaban rumbo a la muerte, quizá ahora sea testigo de la vida cotidiana, de turistas despistados mapa en mano o escenas, por fortuna, mucho más alegres que las aludidas con anterioridad.