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24 junio, 2024

Procrastinadores por San Lorenzo.

En esta ocasión, aprovechando el letargo provocado por estos días ya veraniegos, en los que todo invita al descanso y la siesta, vamos a centrarnos en una curiosa y excéntrica asociación que existió en Sevilla a comienzos del siglo XIX y que tuvo su sede, al parecer, no lejos de la parroquia de San Lorenzo; pero como siempre, vayamos por partes.

Preguntar ahora en nuestros días por la calle Caldereros nos llevaría de manera inmediata al barrio de Bellavista, a una vía rotulada en 1950 con este nombre y que anteriormente recibió (sin que se sepa por qué) el de Cañavate; sin embargo, en la Sevilla del siglo XVIII tal apelativo correspondería a la actual de Juan Rabadán, llamada así desde 1913 en honor a un condecorado teniente sevillano muerto en la Guerra de África, en concreto en Melilla, el año anterior de 1912. 

Foto Reyes de Escalona.

Lo de Caldereros, como imaginará quien lea estas líneas, tiene que ver con la presencia de dicho oficio y gremio en esta zona concreta de la ciudad, con el detalle de que la cercana y actual de Teodosio era conocida como Calderería, mientras que Caldereros transcurría (y sigue transcurriendo) desde la propia Plaza de San Lorenzo hasta la calle Torneo, aunque no fue éste el único nombre que recibió la calle, antes bien, fue llamada también de la Cabra (debido a un célebre corral de vecinos que llevaba tal nombre). El final de la calle, ya en Torneo, se llamó Bajondillo, nombre que perduró hasta mediados del siglo XIX debido a la existencia de una especie de hueco u hondonada creada en esa zona para la extracción de barro destinado a los alfares que existían en ese sector, destinados a la fabricación y cocción de ladrillos, vasijas o tejas. Todo ello, unido además a su cercanía al río, habría convertido el extremo de la calle en un apartado poco limpio y  maloliente, tal como reflejaba con frecuencia la prensa de la época.

Para la pequeña historia de la calle Caldereros o de Juan Rabadán, destacar que fue sede, concretamente su número 36, de la autodenominada Sociedad de la Posma, que nuestro habitual cronista Álvarez-Benavides supo retratar en cuando a fines y actividades. Antes que nada, conviene referir que la palabra "posma" hace alusión a pesadez, flema, lentitud o pachorra, de manera que una persona "posma" sería entonces alguien flemático, parsimonioso o, como se dice ahora, procrastinador. Luis Montoto, allá por 1888 escribía:

 "Dícese de la persona lenta y pesada en su modo de obrar, si nos atenemos al significado que de la voz posma da la Academia; pero en la persona que es un posma hay algo más que pesadez y lentitud. El posma enoja por su tenacidad, o, como los andaluces decimos, por su chinchorrería. Equivale a ser un pelma o pelmazo."

Tras todo esto, ¿Qué requisitos eran necesarios para ser recibido en  dicha Sociedad como miembro de pleno derecho?

"Para ser individuo de esta corporación, era preciso dirigir una solicitud a la presidencia y someterse luego a infinidad de pruebas marcadas en el reglamento que conformaran los méritos del aspirante, méritos que tenían necesariamente que basarse en la calma, paciencia, pesadez y todas las demás dotes que unidas formaban un "posma" digno, un "posma" reglamentario".

Al modo de club selecto, pertenecía a la Sociedad de la Posma gente de toda condición, y en sus juntas o reuniones se admitían aspirantes, se elegían cargos directivos o se castigaban comportamientos que iban contra la finalidad de la Asociación, o sea, que se penaba el ser demasiado rápido, diligente o expeditivo y se valoraba muy mucho, hasta el extremo, la falta de velocidad o la pereza suprema, por no decir la "sangre gorda". Los primeros años del siglo XIX fueron especialmente fructíferos en ocurrencias y anécdotas protagonizadas por miembros de esta asociación, algunas de ellas probablemente exageradas o inventadas como ésta que no nos resistimos a transcribir, del Noticiero Sevillano del 16 de noviembre de 1898 y recogida por el recordado profesor Alberto Ribelot:

"En una de las tardes del mes de agosto del año 1800, dos sujetos decentemente ataviados y rayando en las 50 navidades, se encontraron en la calle del Barco, vía próxima a la Alameda de Hércules. Después de cambiar un afectuoso saludo, pusiéronse a conversar, dándoles en el rostro los abrasadores rayos del sol del estío.

Transcurrieron horas y horas, llegó la noche, sonaron las doce, tocó el alba y ya el crepúsculo matutino del siguiente día se dibujaba en el horizonte cuando unos de los interlocutores dijo a su amigo:

-Con que, adiós paisano; en otra ocasión hablaremos más despacio. Voy corriendo a ver qué novedad ocurre en casa, pues ayer encontrándome en el despacho de don Cosme, el presidente de la sociedad, recibí un aviso urgentísimo participándome se había declarado un incendio en mi domicilio y aun ignoro las causas del siniestro y el incremento que haya tomado ya a esta hora.

-Vaya, pues que no sea cosa de cuidado-contestó el segundo "posma" alargándole la mano. Yo también voy deprisa, pues salí de casa con el doble objeto de sacarme una muela cuyos dolores me atormentan, y de camino, avisar a la comadre, pues dejé a mi señora en estado de dar a luz el noveno de mis queridos vástagos. 

-Está muy bien, compañero,  celebraré por mi parte que haya ocurrido ninguna novedad contraria al parto y desde luego me ofrezco a ser padrino de la criatura, si ésta, cuando usted llegue  a su casa, no hubiera recibido ya el agua del bautismo.

Y así diciendo, separáronse al fin después de trece horas de conversación."

Caminar lentamente por calles encharcadas hasta calarse los huesos en días lluviosos, sufrir por arrancar hojas del calendario, quizá no dar cuerda a los relojes o leer periódicos hasta que dejasen de tener actualidad por el paso de las semanas, eran señas de identidad de un buen "posma", por no hablar de responder cartas con meses de retraso o felicitar las Pascuas en junio, intentar sacar papeletas de sitio en septiembre o, es un poner, vestirse de gala para el Corpus en noviembre; en definitiva, se trataba de una filosofía que pretendía dejar que la vida pasase lenta y parsimoniosamente, lo que se llamó más tarde "el dolce far niente" o belleza de no hacer nada, algo que incluso ha llegado a la gastronomía con el conocido concepto de "slow food". El "estrés" no iba con los de la Posma, qué duda cabe.

Las noticias sobre la Sociedad de la Posma tienen quizá su primitivo origen en un texto burlesco, obra del gaditano Francisco Miconi y Cifuentes (1735-1811), segundo Marqués de Méritos, apodado "serenísimo y quietísimo señor", quien llegó a cartearse con el compositor Franz Joseph Haydn, texto en el que él mismo se autodenomina coronel del Regimiento de la Posma y  propone cómo realizar el viaje de Cádiz a Sevilla en el "corto" tiempo de "solo" un año. 

Foto Reyes de Escalona.

Por desgracia, a medida que avanza el siglo XIX se van diluyendo las noticias sobre la Posma, ¿Se "dejarían ir" hasta el punto de abandonar su cometido? ¿Llevaría la grandiosa pereza de sus componentes a quedar en estado latente "in saecula saeculorum"? Quien sabe, quizá al modo de alguna sociedades esotéricas o secretas, siguen ocultos aguardando su momento, a lo mejor en la misma calle Juan Rabadán, en su centenaria Bodeguita, fundada en 1864, para retomar su actividad tras décadas de "descanso", aunque ¿No es menos cierto que todos conocemos a algún buen candidato para engrosar las filas de tan preclara asociación?; pero esa, esa ya es otra historia...

17 junio, 2024

La calle del Chorro.

Aprovechando la sombra que proporciona sus estrecheces y a una hora en la que no esté masificado por los turistas, en esta ocasión nos desplazamos al barrio de Santa Cruz para indagar sobre el pasado de una calle con nombre peculiar en lo antiguo, ahora dedicada a un íntimo amigo del pintor Murillo y que incluso, se dice, fue testigo algún que otro suceso paranormal; pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto: Reyes de Escalona

Entre la plaza de los Venerables y el callejón del Agua, en paralelo a la calle de la Pimienta, la de Justino de Neve toma su nombre del canónigo de la catedral nacido en 1625 y fallecido en 1685; de familia de comerciantes, se caracterizó por ser uno de los grandes mecenas artísticos de su tiempo, prueba de ello es el retrato que le realiza Bartolomé Esteban Murillo en 1665 y que se conserva en tierras británicas, como no podía ser menos. En dicho retrato, podemos contemplarlo con gesto serio y mirada penetrante, sentado en un sillón frailero portando en su mano izquierda un breviario y ante una mesa con tapete verde sobre la que descansan un reloj, una campanilla y un libro, símbolos de su status social. El detalle simpático lo constituye la perrita francesa con lazo rojo, prueba de la fidelidad, cerrando el ángulo inferior derecho de una composición sobria pero llena de vitalidad.

Entre otras obras pías, Justino de Neve, además, fundó el cercano Hospital de Venerables Sacerdotes en 1678 para acoger a presbíteros de edad avanzada y fue uno de los principales impulsores de las obras de mejora y enriquecimiento de la cercana parroquia de Santa María la Blanca, en la que contará de nuevo con la colaboración el aspecto pictórico de Murillo, de quien será vecino (en la actual calle Virgen de la Alegría) y finalmente albacea testamentario, lo que prueba el grado de amistad existente entre ambos.

Foto: Reyes de Escalona

La calle que mencionamos lleva el nombre de Justino de Neve desde 1895, momento en el que pierde su nombre tradicional, el de Calle del Chorro; ¿Por qué este nombre tan peculiar? En 1874, Álvarez Benavides, siguiendo la opinión de un "colega" en estas lides, se pronunciaba en estos términos: 

"Como dejamos indicado, esta calle perteneció a la aljama o barrio de los judíos, y según el señor González de León, su nombre de Chorro se origina por la circunstancia de algún derrame de agua que tuvo procedente de las cañerías que pasando por cerca de este punto se dirigen al Alcázar. No censuramos a los que dieron a esta vía semejante nombre por tan insignificante causa, pero sí a los que han permitido y permiten que continúe, sin embargo de tanto arreglo de nomenclatura".

Corta y estrecha, pavimentada con el característico ladrillo de canto en forma de espiga, alberga viviendas y establecimientos de hostelería, una de las viviendas de esta calle fue conocida durante algún tiempo como "la de Martinito", nombre con el que se llamó a cierto duende que todas las noches vagaba por la calle creando la alarma entre los vecinos por sus trastadas y travesuras. No deja de ser interesante tal asunto, pues, como recordarán los lectores, en la zona de la parroquia de San Andrés hubo otro "Martinito", tal como reflejamos cuando dimos detalles sobre la calle Angostillo; en aquel caso, el legendario geniecillo, según contaban los viejos del lugar, se dedicaba a secuestrar doncellas con la aviesa intención de mantenerlas cautivas en un subterráneo a la espera de que algún caballero quisiera disfrutar de ellas, previo pago al duende, por supuesto. El tema del duende Martín o Martinico aparece con cierta frecuencia dentro del folklore popular español con referencias en zonas castellanas como Mondéjar o Villaluenga de la Sagra o andaluzas, como en las jiennenses localidades de Arjonilla, Porcuna o Quesada, en la granadina de Baza o también en nuestras más cercanas Dos Hermanas o Los Palacios. 

Foto: Reyes de Escalona

Sin embargo, en este caso, los días del duendecillo de la calle del Chorro estaban contados; una noche de allá el año de 1803 un curioso vecino de la calle, harto de habladurías y supersticiones, decidió comprobar por sí mismo la naturaleza de dichas apariciones, de modo que, convenientemente armado con la consabida estaca de acebuche, montó paciente guardia hasta que dio con el presunto duende, al que derribó de un fuerte golpe tras arriesgada persecución por los tejados del barrio, descubriéndose que el tal Martinito no era sino un joven galán desenmascarado que, como en otras ocasiones, aprovechaba esa apariencia para sus citas amorosas. Este final inesperado, el del ente paranormal que es en realidad un mortal que usa su apariencia para cometer ilegalidades de forma anónima, aparece reflejado en el teatro del Siglo de Oro en obras de Calderón de la Barca, siempre atento a recalcar lo racional, como La Dama Duende (1629) o El Galán Fantasma (1637).

Por último, un azulejo recuerda a la entrada de la calle que en esta vía pudo haber nacido otro galán, en este caso, Don Juan Tenorio, glosado por Tirso de Molina y Zorrilla y no lejos de uno de los escenarios de tan famosa obra, la Hostería del Laurel, pero esa, esa ya es otra historia. 

Foto: Reyes de Escalona.

20 mayo, 2024

Becas.

En esta ocasión, nos vamos a descubrir una calle sevillana que albergó escuelas, cines y hasta cruces de mayo en sus buenos tiempos; insertada en el viario próximo a la Alameda, tiene nombre de subvención para realizar investigaciones o estudios, aunque su nombre original tiene que ver con otro detalle del vestuario académico; pero como siempre, vayamos por partes. 


La calle Becas, entre Lumbreras y Jesús del Gran Poder, posee la particularidad de tener forma de "L", y se llamó en el siglo XVII "Callejón de las Becas" en alusión al Colegio de las Becas, fundado en 1598 por Luis García de Bonilla, quien dispuso en sus mandas testamentarias que 207.272 maravedís de su patrimonio se destinasen a apoyar los estudios de jóvenes sin recursos, bajo los auspicios de la Compañía de Jesús. Llamado de San Ambrosio en principio, luego cambió su advocación por el de la Inmaculada Concepción de la Virgen y en el siglo XVII, como ha analizado Antonio Martín Pradas, del Centro de Documentación del IAPH, también se modificó el hábito estudiantil, pasando a ser: "medias lobas de paño morado oscuro y becas de paño encarnado con otras ropas de manga larga, del mismo color de las lobas, para dentro de casa, que fueron todas veinte y las dio liberalmente de sus bienes que hastó más de 500 ducados".
 
 
Hasta 1767, año de la expulsión de los jesuitas, el colegio había seguido funcionando con los lógicos vaivenes; tras aquel fatídico suceso, el edificio (cuya fachada principal da a la antigua calle Palmas, ahora Jesús del Gran Poder) quedó convertido en sede del Tribunal de la Inquisición y posteriormente en acuartelamiento, algo que a la postre provocó la destrucción de parte la estructura al explotar unos barriles de pólvora el 13 de junio de 1823 durante la revuelta popular agitada por los afines al monarca La iglesia permaneció abierta al culto, para cerrarse en 1827, ser derribada y finalmente construirse viviendas en su solar. Hoy la zona está ocupada por la Casa Sacerdotal Santa Clara, gestionada por el Arzobispado, aunque el solar fue durante años, el Cine de Verano Ideal. 

Fundado al parecer en los años Veinte, funcionó hasta 1987 y por su pantalla en "Cinemascope" y por  sus multitudinarias sesiones que comenzaban a las nueve y media de la noche pasaron títulos como "El hombre tranquilo" con John Wayne, "El prisionero de Zenda" con Steward Granger y Deborah Kerr o "La sirena de las aguas verdes", con Jane Rusell, por citar algunos títulos cinematográficos que, por su puesto, iban acompañados con la obligatoria "Selecta Nevería". No sólo de celuloide vivió el Ideal, ya que en verano se celebraban en él veladas de boxeo y lucha libre, entonces muy aclamadas por el respetable.

La zona, pese a todo, volvió a tener utilidad escolar, pues a finales del siglo XIX debió existir algún tipo de Escuela, de la que,  curiosamente, fue alumno el matador de toros Juan Belmonte. Manuel Chaves Nogales, en su soberbia biografía (1935) sobre el apodado "Pasmo de Triana", describe por boca del propio Juan cómo fue su experiencia como escolar entre aquellas paredes:

"Me mandaron a la escuela, como castigo. Era, de verdad, un castigo aquel caserón triste, con aquellas cuadras húmedas y penumbrosas y aquellos maestros malhumorados, en los que no suponíamos ningún humano sentimiento. Se decía que el edificio de la escuela había sido en tiempos una de las prisiones de la Inquisición, y había corrido la voz entre los niños de que en los sótanos se conservaban los aparatos de tortura que usaron los inquisidores. Todo aquello daba a la escuela un aire siniestro. Lo temíamos todo, y cuando traspasábamos aquel portalón sombrío, era como si nos metiésemos en la boca del lobo. Frente al maestro teníamos una actitud hostil y desesperada de alimañas cautivas. El miedo real a la palmeta y un terror difuso a no sé qué terribles torturas inquisitoriales que nos imaginábamos, nos acorralaban ordenadamente en los duros bancos de la escuela. Una vez un maestro se entusiasmó golpeando a un niño. Le tiramos un tintero a la cabeza y nos fuimos.

Yo no fui a la escuela más que desde los cuatro hasta los ocho años. Me enseñaron a leer y escribir dolorosamente, es cierto, pero muy a conciencia. Ésa fue toda mi cultura académica." 

Juan Belmonte nació en 1892, viviendo su infancia entre las calle Feria y Roelas, a espaldas de Hombre de Piedra, de manera que cursó estudios entre 1896 y 1900, lo que haría imposible que lo hiciera en el llamado Grupo Escolar Cervantes, fundado en 1922 aprovechando antiguos dormitorios en  la trasera del Convento de Santa Clara, con un edificio realizado por el arquitecto Juan Talavera que aún permanece en pie tras haber sido sede del CEP o Centro de Formación del Profesorado, Conservatorio Elemental de Música "Macarena" entre 2000 y 2010 y ahora destinado, parece ser, a convertirse en sede un espacio museístico relacionado con la Universidad Hispalense. 

Según la leyenda, en un edificio de esta calle Becas permaneció escondida Doña María Coronel para evitar el acoso del Rey Don Pedro I, antes de finalmente poder ingresar en secreto tras los muros del convento de Santa Clara dentro de las legendarias andanzas de esta dama sevillana que incluso llegó a desfigurarse el rostro con aceite hirviendo y que terminó sus días finalmente en otro convento, el de Santa Inés, fundado por ella misma en 1374, donde está sepultada.  En el número 10, subsiste un edificio de 1910, con fachada en ladrillo visto, obra del conocido arquitecto Aníbal González.

Como toda calle popular que se preciase, llegando mayo, albergó la consabida Cruz de Mayo, aunque algo tardía en cuanto a la fecha de su celebración, al menos eso es lo que hemos constatado y aparece en el diario El Liberal de principios de junio de 1925:

"A beneficio del asilado del Monte Carmelo ha sido instalada esta cruz, en la cual ha puesto toda su buena voluntad el maestro señor Montiel. Sin grandes pretensiones, aquello está bastante bien y seguramente responde a los beneméritos fines para que ha sido instalada. Hay hasta guardarropía. 

A los acordes de una pequeña orquesta de guitarras y bandurrias, el elemento joven baila sin cesar. Sin duda debe asistir allí cierta prevención contra los "castigadores", porque en la pared hay un gran letrero que dice: "Cuidado con las madres". Ya lo sabéis, niños: ¡mucho cuidado!.

Entre las simpáticas cruceras que acuden a calle Becas recordamos a Carolina y Pascuala Segovia, Rosario Rodríguez, Amparo y Carmen López, Pepita Muñoz, Pepita Ramírez, Natividad Pérez, Encarnación López, Enriqueta Jiménez, Rosalía Guerrero, Salud Valencia, Matilde Jiménez, Amparo y Rosario Teniente, Lola Macía, Dolores Muñoz, Pastora Escamilla y otras muchas."


Por supuesto, hay que mencionar que a esta calle Becas da el acceso al Espacio Santa Clara, propiedad del Ayuntamiento y sala de exposiciones, que además incluye el claustro y refectorio del mencionado cenobio, que permaneció abierto hasta 1998, sin olvidar la Torre de Don Fadrique, pero esa, esa ya es otra historia. 


 

06 mayo, 2024

"Rasca-Viejas"

En esta ocasión nos vamos justo de detrás de la parroquia de San Marcos, casi al lado de la Plaza de Santa Isabel, para conocer un poco mejor la pequeña historia de una calle que durante años mantuvo un nombre de lo más peculiar; pero como siempre, vayamos por partes. 


Como decíamos, entre la calle Vergara y la de Lira, la calle Hiniesta es un muy buen ejemplo de cómo el urbanismo de esta zona de Sevilla conserva el prototipo de calle estrecha y sinuosa, fruto del devenir del tiempo. Desde al menos el año 1473, según documentos conservados, mantuvo siempre el mismo nombre, algo que no es nada desdeñable, máxime cuando dicho nombre no deja de tener su peculiaridad: "Raspaviejas", "Rascaviejas" o "Rasca-Viejas", que de tres maneras lo hemos visto escrito. Como es inevitable, surge el interrogante: ¿Por qué se llamó así?. Allá por 1839 el escritor, habitual de estas páginas, Félix González de León añadía su teoría en su "Noticia Histórica de los nombres de las calles de Sevilla":

"Se halla en el cuartel D, y en las parroquias de San Marco y San Julián; no es una, que son varias callejas que todas salen a la parroquia de San Julián entrando por la única entrada de la plaza de San Marcos. El haber habitado esta calle algún tiempo los espaderos y cuchilleros, limpiadores de armas, le dio el nombre de Rasca (o Raspa) Viejas, (como si se dijera espadas viejas). Es una calle con muchas revueltas, callejas sin salidas y otras callejas casi toda de solares, en que hay hermosos jardines que las hacen un tanto divertidas".

La novelista sevillana Cecilia Böhl de Faber, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero, debió conocer esta última circunstancia, ya que menciona esta calle en su obra "Clemencia, novela de costumbres", cuando uno de sus personajes, Don Galo, realiza un obsequio a la protagonista:

"Abrióse la puerta y apareció D. Galo, resplandeciente de satisfacción, con un enorme ramo de violetas en la mano, el que puesto en tercera posición, doblando el cuerpo y redondeando el codo, presentó a Clemencia.

- Don Galo, exclamó Sir George, esto pertenece a los bellos tiempos de la galantería que hacía milagros. ¿De dónde han salido estas violetas, que hubiese pagado a precio de oro?

- Pues a mí solo me ha costado correr hasta Rasca-Viejas, en donde se halla un jardín en que sabía que las había tempranas.

- Por las cuales os habrá rascado bien el bolsillo una vieja en Rasca-ídem, dijo Paco Guzmán al oído a D. Galo".

Como curiosidad, y por añadir una segunda teoría al nombre primitivo de esta calle, la "Rasca-Vieja" es también la Aliaga o Aulaga, un tipo de arbusto espinoso de flores amarillas, usado como leña para los hornos de cocción y que es involuntario protagonista también en el capítulo LXI del cervantino El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, como base una broma pesada que sufren Don Alonso y Sancho a su llegada a la ciudad de Barcelona, cuando un grupo de chiquillos ata haces de este arbusto a las colas de sus desventurados Rocinante y Rucio, descabalgando a ambos de manera brusca y humillante para regocijo de los bromistas. No deja de ser curioso que cerca de allí haya otras calles con nombre de plantas, como Arrayán, Laurel, Morera o Clavellinas. 

Algunos autores sostienen que la manzana central existente entre la antigua RascaViejas y la calle Lira, que vista en un plano es casi un cuadrado perfecto, bien podría haber sido una antigua huerta de las muchas que abundaron en aquel sector. En el año 1845 la calle cambió de nombre, llamándose desde entonces Hiniesta en honor a la imagen de la Virgen del mismo nombre que recibía (y recibe) culto en la cercana parroquia de San Julián y que en torno al año 1480 se sabe que presidía un Hospital en la esquina de Rasca-Viejas con Vergara, como recuerda aún un azulejo colocado en dicho lugar en el año 1949 que menciona el año de 1461 como el de inicio de dicho Hospital. 

Justo enfrente se encuentra la entrada principal al convento de Santa Isabel, fundado en 1490 por Isabel de León para la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, desamortizado en 1835 para ser convertido en cárcel de mujeres o Casas de Arrepentidas, y ocupado desde 1869 por las religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa, una congregación fundada por el soriano Padre García Tejero y encabezada por Madre Dolores Márquez, declarada Venerable por el Papa Benedicto XVI en 2006. Su encomiable labor docente y caritativa se una de las señas de identidad de esta calle.


Con el paso de los años, los jardines y huertos dejaron paso a viviendas de dos o tres plantas, corrales de vecinos, como el de los Muertos (del que no hemos hallado más datos que al parecer estaba en el número 42 de la calle) destacando durante el siglo XIX y parte del XX las constantes quejas del vecindario por el mal olor de los husillos y la grave amenaza para la integridad física que suponían las frecuentes "pedreas" entre niños del barrio, algo que denunciaba el periódico El Español, allá por enero de 1874:

"El domingo fue día magno por los alrededores de San Marcos y Santa Isabel: la calle Hiniesta estuvo convertida en un campo de batalla, poniendo en peligro a los transeúntes, alguno de los cuales recibió una pedrada, y tuvo que dispersas a mogicones a aquellos pequeños combatientes (...) en todo el citado domingo no se vio por los sitios que hemos nombrado más guardia municipal ni agente de orden público que uno que vive por allí cerca, y esto a la hora en que se fue a comer."

La calle Hiniesta, además, fue sede de varias industrias, como una dedicada a la fabricación de gaseosas y con especial mención a la de fabricación de tapones de corcho, una de ellas propiedad de Miguel Fernández en torno a septiembre de 1904, fecha de la que hemos encontrado reseñas en la prensa sobre una huelga de sus obreros, unos ciento veinte (lo que da idea de su tamaño) insatisfechos con la condiciones laborales y opuestos a la instalación de máquinas que realizasen su labor. Del mismo modo, en el número 35 de la misma calle estaba establecida la Asociación de los Trabajadores del Corcho, lo que dice mucho de la importancia de este tipo de instalaciones fabriles en la zona norte de la ciudad.

Como curiosidad, sabemos que existió también en torno a 1898 una carbonería, dato que hemos hallado al registrarse en ella un incendio en enero de ese año, como recogió El Noticiero Sevillano: 

"En una carbonería situada en la casa número 18 de la calle Hiniesta se inició un incendio que pudo alcanzar grandes proporciones a no ser por la oportuna intervención del sereno Manuel Román Núñez y varios vecinos, que consiguieron extinguirlo a los pocos momentos de empezado.

La dueña de la carbonería, Ana Pérez Mallol, en unión de dos niños de corta edad se acostaron dejando encendido el brasero. Este prendió fuego en la ropa de la camilla, comunicándose a las ceras del carbón y amenazando a la parte alta de la casa. 

El expresado sereno observó que salía mucho humo de la carbonería y abriendo la puerta pudo ver que las materias almacenadas en la carbonería eran pasto de las llamas. Sabiendo que en la habitación próxima dormían los niños, entró en ella, consiguiendo sacar a la Ana y a sus dos hijos que completamente dormidos no habían sentido el fuego. Después, en unión de varios vecinos, se consiguió la extinción total de aquél."

Gracias al testimonio del buen amigo Javier Montiel "Séneca de las Sevillanas", criado en esta calle, sabemos que ya en el siglo XX, la calle albergó desde negocios de alimentación hasta una imprenta, pasando por el obrador de confitería de la familia Gavira (ahora establecido en Pilas), el Cine Hiniesta, la Peña "Mi Rocío" o incluso el escultor y taxidermista Jaime Mate, natural de Almadén de la Plata, experto en disecar animales y cuyo local recordamos con cierta impresión en nuestra infancia. Por cierto, ya que mencionamos escultores, el imaginero Juan González García, más conocido como "Juan Ventura", nacido en Lora del Río y discípulo de Francisco Buiza, radicó también en esta calle a principios de los años ochenta del pasado siglo. 

En nuestros días, la antigua calle RascaViejas es, en los días laborables, un continuo trajín de niños con mochilas escolares que se encaminan a sus cercanos centros educativos, con permiso de algún despistado turista arrastrando la inevitable maleta con ruedas, una calle que aguarda año tras año el milagro de cómo los pasos de la Hermandad de la Hiniesta, de regreso a su parroquia, consiguen superar sus estrecheces, como si el tiempo se hubiera detenido, pero esa, esa ya es otra historia.

15 abril, 2024

"Azituno".

Con un nombre peculiar, en esta ocasión, nos vamos a la zona cercana a Santa Lucía y la Ronda para descubrir una calle que aunque aparentemente no acoge ni edificios ni historias dignas de ser contadas, merece su hueco en este humilde blog, sobre todo porque no debe su  nombre a acontecimiento o personaje que lo mereciera; pero como siempre, vayamos por partes. 

En lo que fue una zona de huertas, arrancando desde Santa Lucía y terminando en el ruidoso trajín del tráfico de la Ronda de Capuchinos, en el siglo XIX zona aún amurallada, casi enfrente de la Avenida de Miraflores, la Calle Aceituno conserva su curioso nombre desde al menos 1665, aunque el conocido plano del Asistente Olavide (1771) aparece con el nombre de "Azituno" ¿Quizá se debiera ese nombre a la presencia en la zona de un olivo? ¿Es acaso apellido?

Se sabe de la existencia de molinos de aceite en esta zona, uno de ellos incluso propiedad del Cabildo de la Catedral de Sevilla, y también de las constantes quejas del vecindario por los malos olores provocados por el alpechín que salía de dichos molinos y era vertido en las proximidades de la cercana Puerta de Córdoba, algo que costaría entender en nuestros días. Además, calle actual no termina propia y directamente en la Ronda, sino en otra vía, hoy casi desconocida, llamada Corinto, y que en origen ahora estaría ocupada en parte por la actual Plaza del Giraldillo, espacio privado de una serie de bloques construidos en los años setenta del pasado siglo XX y cuyos laterales dan a Aceituno, San Hermenegildo y la Ronda de Capuchinos, sin olvidar que otro lateral da directamente al cercano Colegio Sor Ángela de la Cruz.

Sobre "Aceituno", acude en nuestra ayuda el clásico cronista sevillano Manuel Álvarez-Benavides, quien relataba en 1874 esta original teoría sobre el apelativo de esta calle:

"En época lejana hubo un  largo periodo de tiempo en el cual todas las noches se dejaba escuchar en esta calle un ruido acompasado y extraño, que traía, como si dijésemos en ascuas, a toda la vecindad. Se hablaba de que había encantamentos; dábase por cierta la existencia de un fantasma tan alto como la copa de un pino; muchos afirmaron haber visto salir llamas infernales de cierto punto de la calle, y que grandes columnas de humo formando espirales, eclipsaban el fulgor de las estrellas después de la una de la noche, y por último, las erróneas creencias y vulgares preocupaciones dieron gran longitud al radio del círculo de la superstición.

Las autoridades se encargaron por último de averiguar este asunto, sacando por resultado, que una fábrica de monedas falsas regenteada por un tal Andrés del Aceituno, era lo que ocasionaba el pánico de todos aquellos contornos. La justicia puso a buen recaudo a los laboriosos artistas que halló en aquella reprobada ocupación, los fantasmas terminaron, los asombros concluyeron, y desde entonces se dió a esta calle el nombre del Aceituno en memoria del criminal que por mucho tiempo explotó tanto los bolsillos cuanto la credulidad del público."

 Como se ve, de ser cierta esta teoría, estaríamos ante el peculiar caso de una calle que lleva el nombre de un delincuente detenido en ella, a lo que habría que añadir que a lo largo de su historia fue siempre una vía con un caserío de escaso valor y empobrecido, no hay que olvidar que estaríamos en una de las zonas más humildes del sector norte de Sevilla a lo largo de su historia, víctima de la escasez de recursos, las epidemias y la riadas. 

Quizá fruto de su ubicación, la calle fue escenario de diversos crímenes a lo largo de la historia, como el ocurrido en una fábrica de hielo establecida allí allá por mayo de 1911 y que se saldó con la muerte a puñaladas del encargado de dicho establecimiento, Manuel Martín Reyes, de cuarenta y tres años, a manos de un empleado del mismo llamado Diego González Muñoz, de profesión carrero, con domicilio en la calle Pureza. La prensa del momento se hizo especial eco del suceso, destacando la mala relación que existía entre ambos y la afición a la bebida del segundo, que fue detenido al poco de cometer el homicidio en las inmediaciones de la cercana calle Sol. 

Con el paso de los años, la zona se caracterizó por la presencia de diversas naves con función industrial, una maderera, por ejemplo, y por el profundo cambio urbanístico ocurrido a partir de 1963, tras la riada del Tamarguillo que afectó especialmente a esta zona y provocó la expropiación por parte de las autoridades de la mayoría de los corrales de vecinos ubicados en aquel sector, con el consiguiente desalojo hacia otras zonas urbanas y el desarraigo para muchos. Como curiosidad, sólo quedó en pie en la Ronda de Capuchinos el edificio en el que siguió abierta, durante un tiempo, la famosa cervecería Baturones (o "Baturrones"). Reedificado con viviendas de mayor nivel, poco queda de ese barrio populoso y empobrecido, tan lleno de contrastes, sólo quedan como edificios más antiguos la antigua parroquia de Santa Lucía, el colegio y beaterio de la Santísima Trinidad o la pequeña casa en la que nació Sor Ángela de la Cruz, cuidada con esmero por sus Hijas, pero esa, esa ya es otra historia.

08 abril, 2024

La calle de la Encomienda, el Adobo y un poeta en la Feria.

En esta ocasión, retomamos la costumbre de recorrer las calles de Sevilla, y, como atraídos por un poderoso aroma que se propaga por toda la zona, vamos a descubrir una vía que lleva el nombre, a su vez, de un poeta sevillano que en alguna ocasión recordó la Feria de Abril de su época; pero como siempre,vayamos por partes.


Entre la calle Velázquez (no con confundir con Tetuán) y la Plaza de la Magdalena, la calle José de Velilla llama poderosamente la atención, sobre todo a mediodía o por la noche, por el especiado sabor y no menos potente olor del adobo, ya se sabe, esa salsa que sirve para sazonar y conservar alimentos realizada con una base de vinagre, pimentón, orégano, ajo, sal y otras especias y que tiene un papel más que protagonista en los tradicionales boquerones fritos que se sirven como manjar en el no menos conocido establecimiento fundado en 1926 por José Blanco Cerrillo, constituyendo toda una seña de identidad para esta calle, llena ahora en nuestros días, curiosamente, de bares, establecimientos de belleza femenina y una reconocida clínica dental.

Al menos desde el siglo XVII, la calle recibió el nombre de la Encomienda, sin que se sepa a ciencia cierta el por qué de tal nombre, tan vinculado al sistema feudal medieval y a las órdenes militares de aquel tiempo, sin olvidar su relación con la forma de gestionar las propiedades en el Nuevo Mundo tras la llegada de los españoles. Durante años la prensa local del XIX y comienzos del XX registrará las constantes quejas del vecindario por los más que habituales escándalos provocados por ser zona de proliferación del "oficio más antiguo del mundo" y en 1914 tomará su actual nombre, en honor al escritor José de Velilla, quien nació en diciembre de 1847 y vivió durante un tiempo no lejos de allí, en la calle Manteros, actual General Polavieja. 

Velilla, historiador y abogado, triunfará a la temprana edad de diecisiete años con su primer drama, titulado Don Jaime el desdichado, arrancando ahí una importante trayectoria literaria que sabrá compaginar con su labor como procurador de tribunales y con el cuidado de su infortunada hermana Mercedes, reconocida poeta injustamente tratada por la sociedad de su tiempo. Miembro de la Real Academia de Buenas Letras y del propio Ateneo de Sevilla, hará gala siempre de sus combativas ideas, avanzadas y reformistas, y en unión de otros intelectuales sevillanos como Federico de Castro o Antonio Machado y Núñez (padre de Antonio y Manuel), liderará la lucha por el progreso de la ciudad. Sus inquietudes como escritor le llevarán al terreno lírico e incluso al satírico, colaborando con publicaciones de este tipo como El Tío Clarín, dejando huella por su certero y ácido estilo para caricaturizar escenas de la vida cotidiana, siendo incluso víctima de alguna denuncia mal intencionada. 

La Aurora, El Gran Mundo, El Liceo Sevillano, El Baluarte o El Alabardero serán espacios en los que publicará sus escritos, e incluso será requerido por publicaciones de "Despeñaperros para arriba", como La Correspondencia de España o Blanco y Negro, ésta última fundada en 1891 por el sevillano Torcuato Luca de Tena. Precisamente de esta afamada revista madrileña hemos recuperado unos interesantes textos de nuestro autor, ilustrados maravillosamente por el pintor José García Ramos, textos que buscan describir de la manera más colorista posible una de las fiestas de nuestra ciudad que ahora se aproxima: la Feria de Abril. 


Como es sabido, los concejales Narciso Bonaplata y José María Ybarra, catalán y vasco, respectivamente, lograron de la reina Isabel II el permiso para establecer una feria anual de ganados y productos agrícolas en nuestra ciudad, con el fin de promover las transacciones comerciales y dar aliciente a labradores y criadores de ganado para mejorar sus productos, a semejanza de otras ferias ya conocidas como las de Mairena del Alcor o Carmona. Se fijaron a tal fin los días 18, 19 y 20 de abril del año 1847 (el mismo año, curiosamente, del nacimiento de José de Velilla) y el llamado Prado de San Sebastián como lugar escogido para la Feria;  en ella, al decir de las crónicas de aquel momento, se movieron 9.684 ovejas, 4.289 carneros o 4.111 cerdos, y para los amantes de las cifras, baste decir que el volumen de negocio ascendió a la nada despreciable cantidad de 316.000 reales. 


Pasados los primeros años, en 1891 y como decíamos, José de Velilla publica un precioso artículo en Blanco y Negro, donde ya venía colaborando habitualmente con textos relativos siempre a nuestra ciudad y costumbres. Asentada y convertida también ya en una de las principales fiestas de la primavera sevillana (con permiso de la Semana Santa), Velilla analiza en su artículo la más que palpable evolución desde una mera feria ganadera hacia otro tipo de feria, eso sí, sin que aún se hubiera levantado la famosa Pasarela.

En primer lugar, destaca el aspecto del Real:

"Llegó el 18 de Abril, y desde por la mañana innumerable gentío acude al Real de la feria, yendo unos a pie, otros en ómnibus, tranvías y carruajes de todas hechuras y edades. Gallardos jinetes y bellísimas majas pasan al trote de sus caballos, con vistosos jaeces y paramentos, recordando los arreos que para cabalgar usaban los árabes. La movediza "ciudad de los tres días", formada por tiendas de lona listada de blanco y azul, con apariencias de campamento, y por artísticas casetas de madera labrada, que parecen trabajos de una grandiosa marquetería, ocupa el prado de San Sebastián, y los gallardetes, las banderas y las músicas alegran la vista y el oído."

A continuación, sin olvidar resaltar previamente la importancia de la feria ganadera, realiza una colorista descripción del bullicioso ambiente y la animación reinante en aquel lugar levantado para la celebración: 

"A un lado están los puestos de juguetes, encanto de los niños, cuyos ojos no se cansan de admirar, ni sus bocas de pedir; otro, los panoramas, los teatros mecánicos y las barracas de los saltimbanquis, los cuales producen ruido ensordecedor con las ingratas músicas de sus destemplados instrumentos; más allá, el titiritero que se traga una espada, arroja por-la boca cintas de colores y come estopa llameante; acullá, los caballitos llamados tíos vivos, cuya marcha giratoria y vertiginosa acompañan el tamboril y el pito; aquí, las fieras domesticadas ; allí, las figuras de cera y los polichinelas, con la desenfadada y picaresca Rosita y el aporreador Don Cristóbal; y en último término, los cafés y restaurantes (hay que españolizar la palabra), los establecimientos de bebidas, las tiendas donde se guisa menudo y caracoles, según reza el letrero, y las alegres y limpias buñolerías, adornadas con percales de tonos chillones..."

Tampoco olvida en el artículo, magníficamente ilustrado por José García Ramos, que las tardes están destinadas a los festejos taurinos en el coso maestrante, donde intervienen los más destacados diestros del escalafón, pero que, en cuanto se pone el sol, al atardecer, en la Feria:

"Las tiendas de los círculos, casinos y sociedades, y cada casilla , se convierten en salones de baile: suenan orquestas, pianos y guitarras, el repiqueteo de las castañuelas o palillos y el palmoteo clásico; los cantadores y los aficionados al cante más ó menos hondo lanzan sus interminables jipíos, y las apuestas jóvenes bailan las sevillanas y las manchegas con la sal y el ángel que sólo se hallan en esta tierra de María Santísima. En los instantes de descanso apúranse cañas de pálida Manzanilla y de oloroso y dorado Jerez, la alegría sube de punto (...) El cuadro es magnífico, e imposible bosquejarlo. La esplendidez y la generosidad andaluza, que son un vicio de la raza, exceden á toda ponderación en esas fiestas; pero Andalucía es la tierra del pipiripero, y así es el andaluz, aun en las clases humildes y trabajadoras: gasta hoy sin mirar el mañana, con rumbo de príncipe, aunque al día siguiente cante con melancólica filosofía:

Cuatro puertas tiene abiertas
el que no tiene dinero: 
la cárcel y el hospital, 
la iglesia y el cementerio."

José de Velilla morirá en agosto de 1904, sin saber que la ciudad le dedicará una calle no lejos del lugar donde vio la luz, sustituyendo la Encomienda por su nombre, una calle cuyo olor a adobo bien habría merecido un poema de los de su estilo, pero esa, esa ya es otra historia.


29 enero, 2024

El Verdugo y las Doncellas.

No lejos de la Puerta de la Carne, sumergida como tantas en el constante trajín de multitud de turistas acarreando maletas, encontraremos una calle sin aparente historia, en la que tuvo su morada un personaje digno de mención por su siniestra forma de ganarse la vida; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto Reyes de Escalona.

Entre la calle Santa María la Blanca, pasando por Cruces, y terminando en un callejón sin salida, la calle Doncellas es quizá muchos más conocida por su famoso Horno del mismo nombre, muy apreciado por el gran público por sus regañás y torrijas en fechas cuaresmales que por su propia historia. Poco se sabe del origen del nombre de esta calle, aunque quizá se deba a que allí vivieran jóvenes con esa condición de doncellas o a la presencia de alguna casa propiedad de algún tipo de fundación o hermandad que tenía como objetivo el cuidar de dichas muchachas proporcionándoles dotes con las que contraer matrimonio.

Foto Reyes de Escalona. 

Estrecha y sinuosa, ahora con numerosos negocios de hostelería orientados al omnipresente turismo, posee algunos edificios del siglo XIX, con la curiosidad de que finaliza en una zona sin salida, tras atravesar otras calles como Mariscal, llamada Trasbolso antiguamente por encontrarse a la espalda de la casa palacio del banquero Pedro de Morga, arruinado en el siglo XVI, y también  Cruces, ambas también muy angostas y llenas de encanto. En el caso de la Plaza de las Tres Cruces, indicar que fue creada en 1942 tras la demolición de una escueta manzana de casas, colocándose tres fustes de columnas con las correspondientes cruces, cercadas por una verja de forja e iluminadas por faroles. Durante un tiempo la zona se denominó de los Cuatro Vientos, aunque González de León afirmaba que ello se debía a: 

"Costumbre viciosa y sin ninguna significación como sucede con la presente, que ni aun el nombre de calle merece por el pequeñísimo tamaño, porque  no sólo está a cuatro vientos pero ni uno, pues es una continuación algo más ancha de la calleja angostísima de las Tres Cruces o Cruces Verdes".

El escritor Alfonso Álvarez-Benavides, en sus Curiosidades Sevillanas, libro rescatado del olvido en 2005 con una cuidada edición de la Universidad realizada y prologada por el malogrado profesor Alberto Ribelot, mencionaba que en esta calle de las Doncellas vivió en aquellos tiempos, finales del siglo XIX, un oscuro personaje: un verdugo. 

Efectivamente, en el número 13 de la calle Doncellas tuvo su domicilio durante un tiempo José Quintana Caballero, sujeto, como afirma el propio Álvarez-Benavides no mal parecido, de elevada estatura y aspecto aseado, con buen hablar y desenvuelto, de manera que podría confundirse con alguien de posición holgada, ya que lucía valiosos anillos de oro y brillantes, vestía de negro, peinaba sus cabellos de manera atildada y usaba elegante bigote. El escritor afirma haberlo conocido en Córdoba en 1891, con motivo de la ejecución del condenado José Cintabelde Pujazón, el famoso Pepillo Cintas Verdes, autor de los llamados crímenes del Jardinito, acaecidos en un cortijo el 27  de mayo de 1890 y en el que encontraron la muerte varias personas, dos niñas incluidas, todo por un botín destinado a comprar entradas para una corrida de toros de la feria cordobesa. 

Con un sueldo de 24 reales diarios, como verdugo cobraba además 40 pesetas en concepto de derechos, que incluían, cosas de aquellos tiempos, la construcción del patíbulo, la hopa o ropajes que había de vestir el reo, sin olvidar otros elementos como las cuerdas con que atarlo llegado el fatídico momento, todo ello con el "plus" de cobrar el doble los días que tenía que ejercer su tremenda función. Como se ve, un puesto de trabajo bien remunerado aunque sus funciones no pudieran ser más odiosas. 

Foto Reyes de Escalona.

Al parecer nacido en Madrid, Quintana era llamado a otras poblaciones para cumplir con su cometido, habiendo acudido a Villanueva del Río para ajusticiar a dos sujetos condenados a la pena máxima por el asesinato de una pareja de la Guardia Civil, a Osuna, para dar muerte a Ventura Medina, autor de varios homicidios y a localidades como Murcia, Albacete, Pozoblanco, Jerez, Granada o Cádiz. El propio Álvarez-Benavides relataba así su encuentro con este ejecutor sevillano, que usaba para su cometido el llamado Garrote Vil: 

"Cuando en Córdoba conocimos y hablamos con Quintana en virtud de nuestra misión como corresponsal de un diario sevillano, aquel no tuvo inconveniente en mostrarnos las máquinas destinadas para las ejecuciones; llevaba dos, perfectamente lustrosas y ensebadas, como demostró a nuestra vista haciéndolas girar, pesa cada una once kilos, y la correa que ha de sujetar al reo es de grandes dimensiones y sumamente fuerte. 

José Quintana nos manifestó que el día antes de las ejecuciones y aquel en el que se verifican, no puede ni comer ni dormir, por las impresiones que recibe, y que en su opinión, los reos no sufren nada, dada la prontitud con que la máquina concluye la vida de los ejecutados. Nos basta con que Quintana nos lo asegure. "

Por lo que hemos averiguado, Quintana seguía en activo aún en abril de 1905, ya que se le menciona en reseñas de la prensa local sevillana siendo movilizado para realizar su cometido en Cádiz (habría cobrado mil pesetas en concepto de salario, dietas y gastos para el montaje del cadalso) para hacer cumplir la condena a pena de muerte impuesta a Antonio Vega Romero por delitos de homicidio, robo e incendio. Debido a su fama y problemas con sus vecinos, Quintana tuvo que mudarse, dejando la calle Doncellas para marcharse a la calle Imperial número 19, esquina con Lanza, y a partir de ahí se le pierde la pista sobre su vida, pero esa, esa ya es otra historia. 

08 enero, 2024

Correduría.

A medio camino entre la Alameda y Feria, calle popular, cofradiera y cabalgatera, en esta ocasión nos vamos a conocer un lugar lleno de ajetreo y ciertamente afectado por el tráfico rodado. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto Reyes de Escalona.

Entre las confluencias de Feria y Guadiana y la de Quintana, Torrejón, Barco y Joaquín Costa, la calle Correduría poseía dicho nombre desde tiempos inmemoriales, aunque los arqueólogos que han realizado diversas prospecciones en  esa zona han comprobado que la cercanía del río y la antigua zona pantanosa de la actual Alameda habría provocado que hasta el siglo XV no se hallan encontrado restos de construcciones. En aquel sentido, durante años fue zona víctima de las inundaciones, llegándose a alcanzar en algunas ocasiones el metro sesenta de altura en cuanto a nivel del agua. 

Por su parte, los historiadores no se ponen de acuerdo en el por qué de dicha denominación de Correduría; algunos estiman que se debería a la presencia en dicha vía de algunos miembros del gremio de Corredores de Lonja (aunque radicarían algo alejados de su zona de influencia en el centro de la ciudad), mientras otros, como Santiago Montoto apuntan a que el término sea una corrupción de otra palabra, "Correeros", ya que en 1310 hay noticia de hallarse aquí la corporación de los fabricantes de correas. Este mismo autor, como curiosidad, constató que ya el 2 de marzo de 1416 el maestro armero Gil Martínez hizo donación mediante escritura otorgada ante el escribano público Bernal Fernández, de una casas en la Correduría al hospital de Santa María.

Con este nombre se ha mantenido durante largo tiempo, aunque entre 1916 y el año 2000 modificó su apelativo por el de Doctor Letamendi, en honor al catedrático de patología José de Letamendi y de Manjarrés, atendiendo con ello a una petición formulada por la Facultad de Medicina de Sevilla. Ingenioso y entusiasta, el Doctor Letamendi se caracterizó por sus amplios conocimientos no sólo en medicina, sino también en poesía, periodismo, economía e incluso música, ya que llegó a componer una Misa de Réquiem. Todo ello, unido a su carácter humilde y poco dado a honores, hizo de él un personaje admirado y prestigioso, falleciendo en Barcelona en 1897 tras haber ocupado diversas cátedras médicas y puestos políticos de importancia. 

En torno a mediados del siglo XIX la Correduría amplió su nombre al absorber la zona conocida como Plaza de Nuestra Señora de la Europa, Pasaderas de la Europa, o lisa y llanamente, la Europa, erigida así en honor a una imagen de la Virgen con el Niño en brazos que figuró durante años en un retablo dentro de una pequeña capilla pública en dicho sector, contando con Hermandad propia desde el siglo XVII y que con posterioridad pasó a recibir culto en la parroquia de San Marín, donde aún permanece. 

No sería el único aspecto devocional en esta calle, ya que un azulejo colocado en 1999 en el número 59 recuerda la piadosa tradición sobre la fundación, en estos terrenos del llamado Hospital de la Expectación o de la O, por parte del rey Fernando III el Santo, luego en manos del gremio de pellejeros, germen de la devoción a la Esperanza Divina Enfermera. Casualidades del destino, poseyó importante hermandad propia a la que perteneció el cronista Diego Ortiz de Zúñiga y que tras pasar diversas vicisitudes quedó fusionada en 1981 con la cofradía de la Sagrada Lanzada, quien celebre solemnes cultos y procesión anual en su honor cada mes de octubre. 

Su cercanía a la Alameda le ha supuesto ventajas e inconvenientes a lo largo de su historia, ya que a comienzos del siglo XX se benefició del ambiente popular y castizo de aquel sector, con numerosas tabernas (como la cercana y desaparecida de Las Siete Puertas) en las que incluso floreció la afición carnavalera y las conocidas Murgas de los años veinte y treinta, formadas por personajes populares llenos de gracejo y guasa como Carabolso, Regaera, Manolín, Escalera o Panseco, por citar a algunos de los más conocidos en aquellos años. 

Aparte de tabernas, en Correduría abundó el comercio tradicional, con diversos establecimientos como por ejemplo la zapatería La Colmena, Calzados Elda (donde después estuvo La Ilustre Víctima), la Farmacia de José Sánchez o Rodríguez y Martínez, en el número 11, abierto en abril de 1922 y cuya publicidad indicaba en la prensa local que: 

"Habrá un surtido tan extenso como variado y elegante, no solamente en trajes y blusas para señoras y niñas, sino tambien en géneros para primavera, jerseys y echarpes de seda, gran moda, géneros de punto y medias de seda para señoras y calcetines de seda para caballeros, cuyos precios, por sus cualidades han de llamar poderosamente la atención."

En 1906 los vecinos de la calle comenzaron una campaña en la prensa local para lograr que se les colocase alumbrado eléctrico, a semejanza de lo que había ocurrido en la cercana calle Amor de Dios, sin olvidar que, como comentamos antes, dada su situación como conexión entre Feria y Alameda, el tranvía fuera un viejo conocido, fuente además de algún que otro susto para conductores y viandantes, como ocurrió en marzo de 1958 y recogió el periódico Sevilla: diario de la tarde:

"Don Juan Sánchez, conductor del auto matrícula de Huesca núm. 2.930 ha denunciado que al partir con su coche hacia la calle Doctor Letamendi, no obstante haber hecho la oportuna indicación la persona que le acompañaba, fue arrollado por el tranvía de la línea núm. 1, coche motor 128, que enganchándolo por una de las aletas, le arrastró unos cincuenta metros, causándole al coche desperfectos de consideración. Por fortuna no hubo que lamentar desgracias personales."

Ni que decir tiene que en fechas navideñas o semanasanteras, la calle Correduría cobra especial protagonismo, al pasar por ella la Cabalgata de Reyes Magos y casi todas las cofradías del sector de la calle Feria, San Julián o San Gil, resultando un lugar más que apropiado para disfrutar del paso de estos cortejos, pero esa, esa ya es otra historia.

11 diciembre, 2023

Redes.

No, no vamos a hablar en esta ocasión de cuestiones relacionadas con el ciberespacio o las redes sociales, sino que nos vamos a trasladar a un antiguo barrio de Sevilla, para conocer mejor una calle que sólo con su propio nombre nos indica quienes eran sus habitantes, y que incluso, con el paso de los años, fue sede de una supuesta congregación religiosa que se declaró contraria al Vaticano; pero como siempre, vayamos por partes.

Entre las calles Alfonso XII y Baños, cruzada por la de Alfaqueque, no lejos de la Puerta Real y del barrio de los Humeros, la calle Redes, larga, recta y no muy ancha, parece que no ha cambiado de nombre en ningún momento, pues ya a comienzos del siglo XV recibía ese apelativo, relacionado sin duda con las gentes del río y sus aparejos de pesca, no en vano muy cerca de allí estaba el barrio de los Humeros, habitado por población dedicada a vivir de todo aquello que podía extraerse del Guadalquivir.

Curiosamente, el nombre de la calle fue poco a poco abreviándose. "corrompiéndose" afirma el Diccionario de las Calles de Sevilla, hasta quedar convertida en la calle Res o Rez, tal como queda recogida en el conocido plano de Olavide en 1771 y como aparece todavía en 1932 en la publicidad de cierta Guía Nocturna, donde se recoge que existían "Camas Lujosas, todo confort en el número 13 de la calle Res, muy recomendadas por su distinción absoluta, agua corriente y todo confort". Sobran las palabras. 

Con posterioridad, en torno a 1930, la calle se llamó del Marqués de Valencina, para recuperar su nombre original, Redes, en 1946. En el siglo XVI contó con una callejuela hoy desaparecida, cercana a la Puerta Real y en el siglo XIX se conformó la plaza o plazuela del Carmen, actual del Duque de Veragua, en honor al descendiente de Cristóbal Colón que hizo posible el traslado de los restos del Almirante a la Catedral de Sevilla hasta su actual sepultura. 

José Gestoso indica que en esta calle vivió en 1444 Pedro García, de profesión músico intérprete de cítola, o lo que es lo mismo, citolero, y también el pintor Pedro González en 1484, en casas del cabildo de la catedral, aunque con posterioridad se mudó a la collación de San Nicolás. 

Ilustre vecino de la calle, según el escritor, cervantista e investigador ursaonense Francisco Rodríguez Marín habría sido el escritor Mateo Alemán, autor de la célebre novela picaresca Guzmán de Alfarache; en concreto, el nombre de esta calle aparece en un documento notarial por el cual el novelista bautizado en la Colegial del Salvador da poder a Domingo García y a las doncellas Gregoria Bolante y María Calderón para que puedan alquilar en su nombre unas casas que poseía de por vida en dicha calle; la fecha del protocolo, junio de 1607, tiene la particularidad de ser inmediatamente anterior a la marcha del escritor (y Hermano Mayor de la cofradía del Silencio) a Nueva España, donde buscará mejor fortuna y donde le sorprenderá la muerte en 1614 y en la más absoluta indigencia, tal como comentamos en otra ocasión.

No tan famoso ni reconocido será otro vecino de la calle, éste apodado "Balazo", que a comienzos del siglo XIX se significó como firme partidario de las tropas napoleónicas asentadas en Sevilla, traicionando a quienes se posicionaban dentro del movimiento de resistencia contra la ocupación gala; junto a otro compinche de similar ralea, de apellido Ariza, pudieron huir por la Puerta Real durante la expulsión de las fuerzas francesas en agosto de 1812, aunque finalmente "Balazo" fue capturado y fusilado por traidor a su patria en el sitio conocido como el Salitre, no lejos de la Puerta Osario. 

Adoquinada en 1898 y de carácter eminentemente popular por la zona en la que estuvo y está enclavada, la calle Redes poseyó un cuartel (vinculado quizá al cercano del Carmen), fábricas con hornos de ladrillos, algún negocio relacionado con la prostitución (como ya hemos visto) y en el número 37 el llamado Corral de las Armas, sin olvidar que durante cierto tiempo y en el número 20 de la calle tuvieron sus casas los miembros de la controvertida Orden de los Carmelitas de la Santa Faz, fundada a raíz de las supuestas apariciones marianas registradas en el Palmar de Troya (nunca reconocidas por la Diócesis Hispalense entonces en manos del cardenal Bueno Monreal)  y que tuvo en sus inicios como cabeza visible a Clemente Domínguez, quien en 1978, tras la muerte de Pablo VI se autoproclamó Papa con el nombre de Gregorio XVII; pero esa, esa ya es otra historia. 

13 noviembre, 2023

Tintes.

En esta ocasión, nos vamos a trasladar a la antigua Judería de Sevilla, en concreto, a una calle que albergó un arquillo en su mitad, en la que tuvo casa un comerciante que da nombre a una conocida urbanización del Aljarafe y que incluso en el siglo XVIII acogió una fábrica de cerveza; pero como siempre, vayamos por partes. 

La calle Tintes, que transcurre desde la de San Esteban hasta la plaza de los Zurradores, ya era conocida con ese nombre allá por 1613, debido a la presencia en sus edificios de artesanos dedicados a la elaboración de este tipo de producto, incluso aún en 1864  González de León afirmaba existir allí uno de estos negocios. En la Sevilla del XVI se introdujo el cultivo de una serie de plantas cuya maceración en agua, en depósitos llamados tinacos, generaba el añil, colorante natural de color azul que se usaba como pigmento para telas, tintas o pinturas; además, se conocía ya entonces el uso de la cochinilla y el palo campeche, procedentes ambos de América, el primero procedente de un insecto que crece en los cactus y el segundo de un árbol de la familia de las leguminosas, de uno se extraía el pigmento rojo y de otro, el negro, respectivamente, de ahí la importancia de estos tintes, sobre todo para el sevillano gremio del Arte de la Seda, que los usaba para colorear sus valiosas telas y gozó de gran predicamento durante varios siglos por la calidad de sus paños.

Foto Reyes de Escalona
 
Se trata de una vía estrecha y sinuosa que transcurre paralela al trazado de la muralla, algo que puede observarse sin ningún problema en el extremo que da a San Esteban, pues allí subsiste un trozo de este perímetro defensivo, visible en un pequeño solar y formando parte del muro medianero de un establecimiento de hostelería, una pizzería en concreto. Curiosamente, algunos autores sostienen que en mitad de la calle, dentro de ese trazado amurallado, estaría el denominado Postigo del Jabón, o lo que es lo mismo, una puerta menor de entrada y salida de la ciudad entre las cercanas Puertas de Carmona y de la Carne, similar al célebre Postigo del Aceite tan mencionado en días de Semana Santa, aunque de dicho Postigo del Jabón sólo se conserva su nombre, sin que se conozca su exacta ubicación. 
 
Una excavación arqueológica realizada en enero de 1987 en los números 5 y 7 de la calle antes de construirse un nuevo bloque de viviendas puso de manifiesto, efectivamente, la presencia de un fragmento de muralla almohade bastante bien conservado y realizado con los materiales habituales, cal, arena y guijarros que se colocaban en moldes para conformar el llamado tapial, muy presente en este tipo de construcciones. En concreto este lienzo de muralla se conservaba con 15 metros de longitud y 4 de alto, más 3 de profundidad, habiendo estado durante siglos enmascarado por azulejos, tabiques, pinturas y demás elementos. Los arqueólogos María Teresa Moreno, José Escudero y José Lorenzo, constataron en esta zona, además, que el solar no habría estado ocupado hasta el siglo XV o comienzos del XVI, lo que elimina la posibilidad de que allí hubiera población perteneciente a la antigua aljama judía de Sevilla. Por desgracia, no se hallaron referencias constructivas del mencionado Postigo del Jabón, también llamado de Clarebout en honor a una familia que vivió en sus inmediaciones en el siglo XVI y que puede que se hallase en otra zona de la calle o simplemente, haya desaparecido sin dejar rastro.
 
Un acuerdo del Consistorio en 1613 decide empedrar esta calle, siendo necesarias y frecuentes las reparaciones de su pavimentación debido al gran tránsito de personas y carruajes que registraba; como anécdota, en marzo de 1934 el diario El Liberal recogía esta noticia:
 
"La atropella una cabalgadura y le parte una pierna.
 
En la calle Tintes fue atropellada por una caballería Emilia Vázquez Capitán, de cincuenta y cuatro años, que vive en la plaza de Zurradores número 10. Trasladada a la casa de socorro del Prado de San Sebastián, el médico de guardia señor Díaz Tenorio, auxiliado por el practicante señor Moya, le apreció la fractura del fémur izquierdo, calificada de pronóstico reservado. Después de curada fue trasladada al Hospital y encamada en la sala del Carmen."
En 1943 recibió por primera vez el alumbrado público eléctrico, mientras que en la calle conviven edificios de corte moderno con otros antiguos restaurados, datados entre 1869 y 1941. No faltó la actividad industrial en esta calle, pues aparte de los mencionados tintes, se sabe de la existencia de una fábrica de cerveza en 1733 y de una de loza en 1839, sin olvidar una fábrica de curtidos para guantes de cabritilla que ocasionaba las lógicas protestas de los vecinos por los malos olores que emanaban de tal negocio. 

En el número 17 hubo casa con patio, o corral, ya que en 1925 era célebre la Cruz de Mayo instalada, incluso reflejada fotográficamente en la prensa local:


Por cierto, gran consternación generó en Sevilla el atentado con bomba registrado en el número 12 de esta calle allá por 1906, al parecer dirigido contra José Huesca y Rubio, entonces  Vicepresidente de la Cámara Agrícola. El suceso tuvo lugar a las nueve de la noche del 5 de diciembre, y aunque no hubo que lamentar víctimas sí provocó bastantes daños materiales, destacando la prensa de entonces que tras este acto podría haber motivos políticos, habida cuenta la afiliación maurista de este señor, que ostentó la presidencia de la Cámara Agrícola de Sevilla. 


Ya que hablamos de vecinos de esta calle Tintes, no podemos dejarnos en el tintero que en ella tuvo sus "casas principales" el comerciante de origen italiano Juan Bautista Cavaleri (1652-1732), oriundo de Génova, quien tras un periplo por Madrid y las Indias recalará finalmente en Sevilla en 1684 y creará todo un pequeño emporio comercial que le hará ostentar cargos de gran importancia, como los de Cosechero del Consulado de Indias, Escribano Mayor, Caballero Veinticuatro en el Cabildo de la ciudad e incluso Hermano Mayor de la Hermandad de la Santa Caridad. En 1687 contraerá matrimonio con Cristina Funes Renier, con quien tuvo cinco hijos varones, uno de los cuales construirá un palacio en la Plaza del Duque, del cual, con permiso de unos grandes almacenes, se conserva únicamente su portada.  
 
Como han estudiado los profesores Francisco J. Gutiérrez y Salvador Hernández, fruto del poder económico de Cavaleri y de su intento por ser aceptado en los estamentos más altos de la sociedad hispalese, será adquirir una capilla propia en el cercano convento de San Agustín para ser sepultado en ella, la de la Virgen de Guadalupe en concreto, y la adquisición de tierras de labor en la zona de San Juan de Aznalfarache, ahora término municipal de Mairena del Aljarafe, lo que se llamó la Hacienda Cavaleri, en el camino de Mairena a Sevilla; cuarenta hectáreas de olivar que con el paso de los años se han convertido en parques, urbanizaciones (como Ciudad Expo) y hasta una estación de Metro y un Instituto de Enseñanza Secundaria que llevan el apellido de este activo comerciante de la calle Tintes, pero esa, esa ya es otra historia.