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06 noviembre, 2023

A la moda.

En esta ocasión, en Hispalensia nos ponemos nuestras mejores galas y, debidamente acicalados, ataviados y perfumados para la ocasión, nos dispondremos a relatar, al menos en parte, cómo afectó una decisión del rey Felipe V a la vestimenta de los sevillanos del siglo XVIII; pero como siempre, vayamos por partes.

No hace mucho, ya narramos algunos detalles sobre la moda sevillana, sobre todo en lo relacionado con las llamadas "Tapadas" y al uso del manto femenino que, cubría prácticamente todo el cuerpo, dando lugar a frecuentes abusos e incidentes que, al menos, se pretendieron subsanar con diversas Pragmáticas en tiempos de los reyes Felipe II y III, respectivamente. Estos reglamentos tuvieron escaso, por no decir nulo, eco, y el uso del manto prosiguió, incluso con una nueva Pragmática dictada por Felipe IV en 1639, que indicaba:

“Mandamos que en estos reinos y señoríos todas la mujeres, de cualquier estado y calidad que sean, anden descubiertos los rostros, de manera que puedan ser vistas y conocidas, sin que en ninguna manera puedan tapar el rostro en todo ni en parte con mantos, ni otra cosa, y acerca de lo susodicho, se guarden, cumplan y ejecuten las dichas pragmáticas y leyes con las penas en ellas contenidas y demás de los tres mil maravedís que por ellas se imponen en la primera vez que caigan e incurran en perdimiento del manto, y de diez mil maravedís aplicados por tercias partes, y por la segunda los dichos diez mil maravedís sean veinte y se pueda poner pena de destierro, según la calidad y estado de la mujer”.

Del mismo modo, comentamos que pese a la amenaza de multas y castigos, las mujeres sevillanas no cejaron en el empeño del uso del manto, con lo cual todo quedó, al parecer, en agua de borrajas, tras incluso algún intento de "huelga" a la hora de salir de sus domicilios si no era portando dicha prenda, tradicional para muchas. 

Pasaron los años. En pleno siglo XVIII, dentro de cierta apertura y reformas políticas,  tuvo lugar un nuevo intento por parte de la corona española de regular la forma de vestir de sus súbditos, y para ello, en noviembre de 1723 se promulgó la "Pragmática sanción que su majestad manda observar sobre trajes y otras cosas", firmada por el rey Felipe V en San Ildefonso el día 15 de aquel mes.

Como narra con maestría Chaves Rey, era Asistente de Sevilla el marqués de la Jarosa, don Alonso Pérez de Saavedra, y el 27 de noviembre de aquel año, nada más tener conocimiento de la llegada del cartapacio que contenía el real documento a Sevilla y reunirse con el cabildo de la ciudad, delegó en el marqués de Gandul para que, aunque ya fuera noche cerrada, se publicara y pregonara la Pragmática siguiendo el solemne ritual habitual; así, se organizó y puso en marcha una comitiva encabezada a caballo por el entonces el teniente de Asistente don Isidoro Palomino, el pregonero Sebastián Francisco, un puñado de alguaciles, el grupo de trompetas y tambores que anunciaba musicalmente la llegada de aquella especie de procesión civil y varios mozos con antorchas encendidas para iluminar las calles, a oscuras a esas horas. Por cierto, al hilo de esto, vale la pena recordar que el pregonero era figura cotidiana en la Sevilla de aquel tiempo y que poco, muy poco, tenía que ver con los actuales pregoneros cuaresmales, como destacamos en su momento.

Siguiendo la costumbre, el primer pregón para leer los veintinueve artículos de la Pragmática fue pronunciado a las puertas de las casas consistoriales, siguiendo a continuación a otras zonas como la Audiencia, el Alcázar, la Alfalfa, Santa Catalina, el barrio de la Feria y otros lugares clave de la ciudad, siempre con la intención de que se proclamase la palabra del rey y que todos pudieran escuchar el contenido de aquella Pragmática que tanto revuelo levantó.

¿Qué se ordenaba en ella? o mejor, ¿Qué se prohibía en relación a trajes y vestidos? el rey ordenaba limitar en el atuendo elementos superfluos, como encajes finos, cintas de plata y oro o terciopelos, sobre todo si no eran fabricados en España; además, mandaba que artesanos, labradores o barberos no usasen seda para sus vestidos y vistieran trajes de paño, bayeta u otro tipo de lana tejida, y que nadie usase aderezos o adornos de piedras falsas (bisutería, para entendernos) para complementar los trajes. Se buscaba con ello frenar el intento de las clases bajas por parecerse en el vestir a las clases privilegiadas, algo que llamaba a confusión y podía eliminar la tradicional diferenciación social.

Tampoco se libraba de las reformas la uniformidad de la servidumbre, ya que se exigía que lacayos y criados vistieran con el menor lujo posible, y también se hacía especial hincapié en la moda femenina, buscando aumentar la decencia y el decoro en los vestidos, ya que Felipe V indicaba que:

"Por cuanto son muy de mi real desagrado las  modas escandalosas en trajes de mujeres y contra la modestia y decencia que en ellos se debe observar, ruego y encargo a todos los obispos y prelados de España que, con celo y discreción,  procuren corregir estos excesos y recurran en caso necesario a mi Consejo, donde mando se les de todo el auxilio conveniente".

En este mismo sentido, conviene recordar que ya en 1722 toda una autoridad como el cardenal Luis Antonio de Belluga y Moncada había publicado en Murcia un sesudo volumen titulado "Contra los trajes y adornos profanos" en el que se manifestaba radicalmente contrario a las modas de aquel momento y alertaba de los "peligros" de las misma; baste este texto para comprobar qué opinaba este buen cardenal sobre vestimentas femeninas:

 "El que una mujer se presente en el templo a los ojos de tan gran concurso de gente vestida y adornada que en presencia de Cristo Sacramentado y de los espíritus del cielo que le asisten vaya despidiendo incentivos de concupiscencia, excitando cuanto menos a pensamientos torpes no ya solo en los jóvenes, en los ancianos, en los casados, en los mancebos en todas las edades sino también en los ministros de Dios, porque de pies a cabeza suelen algunas ir de tal forma que en quanto llevan sobre sí van respirando luxuria".

Una de las estipulaciones más llamativas era aquella dirigida a controlar uno de los objetos más simbólicos de aquellas calendas, y que marcaba notable diferencia entre quien podía disfrutarlo y quien no: el carruaje. La Pragmática borbónica, por un lado, decretaba reducir el exceso de adornos, escudos heráldicos y pinturas en calesas, carrozas o carretelas, y por otro, prohibía que poseyeran coche ni alguaciles, escribanos, notarios, procuradores, agentes de pleitos, recaudadores, ni tampoco mercaderes, plateros o maestros de obras, con lo cual era más que evidente que la corona pretendía con esto reducir el exceso de carruajes en las ciudades, pues en algunas de ellas, como en el caso de Sevilla, comenzaban a ser frecuentes los atascos en calles atestadas de gente cuando llegaban fechas señaladas del calendario, (nada nuevo, ¿Verdad?). 

Como curiosidad, y ya que andamos con cuestiones ecuestres, del enganche de un tiro de caballos o mulas suplementario en la parte delantera del carruaje y del privilegio que de ello tenían el rey y los nobles proviene la expresión "ir de tiros largos", en alusión a acudir a algún acto o cita vestido de modo muy elegante. 

 

Por controlar, el rey hasta pretendía regalar los regalos que cualquier novio quisiera entregar a su prometida con motivo de su matrimonio, poniendo límites a este tenor:

"Por cuanto exceso de joyas y vestidos, y otras cosas que se daban y hacen al tiempo del desposorio... ninguna persona de cualquier estado, calidad y condición que fuere, pueda dar o diere a su esposa y mujer en joyas y vestidos en causa alguna más que lo que montase la octava parte de la dote que de ella recibiera".

Las penas por desobedecer estos decretos eran bastante rigurosas, puede que hasta desproporcionadas, y abarcaban desde cuatro años de presidio en África hasta ochos años de condena en galeras; y para comprobar el cumplimiento de estos dictados de la corona, el mismo Asistente mandó a sus subordinados a que durante meses realizasen rigurosos registros en tiendas de ropa, sastrerías y cocheras, ganándose, como podemos imaginar, la animadversión de la mayoría de los sevillanos, aunque él mismo personificó el ejemplo de lo ordenado desde Madrid al comenzar a vestir ropajes negros tal como ordenaba la Pragmática a autoridades y justicias. 

François Boucher (1703-1770): La Modista. 1746.
 

Por cierto, todavía estaba por llegar la prohibición de Carlos III, allá por enero de 1766, del uso de la capa larga y los sombreros de ala ancha (o chambergos) para los  hombres, detonante del Motín de Esquilache llamado así por el apellido del ministro que alentó tal reforma, pero esa, esa ya es otra historia.

09 octubre, 2023

El Padre "Verita".

Esta semana, tras el interés despertado por Fran Antonio de Lagama, el fraile bandolero, nos vamos a centrar en otro religioso, pero con perfil diferente. Apuesto y gallardo en su juventud, con un prometedor futuro al decir de las crónicas, viajero y con suficiente formación para alcanzar un nivel de vida bastante alto, prefirió el áspero hábito de franciscano cupuchino, la predicación y el compromiso por los demás; de él se conserva aún una pintura en su convento y toda una colección de documentos históricos de enorme valor para el estudio de la Guerra de Independencia. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Joaquín María Caravallo y de Vera habría nacido en Sevilla el 16 de agosto de 1766, en el seno de una familia de comerciantes. Siguiendo las instrucciones de su devota madre, en 1777 comenzó los estudios en el Colegio de Santo Tomás junto con su hermano Juan, logrando el grado de Licenciado en Filosofía en la Hispalense, pero un súbito e inexplicable cambio de opinión hará que indique a sus padres el deseo de ver mundo y formarse, de manera que el 13 de abril de 1786 embarcará rumbo a México, quizá para conocer el oficio mercantil de su padre. 

Un cronista contemporáneo a él lo describió de este modo: "cuerpo recto, rostro hermoso, tez muy blanca, ojos negros, rasgados en muy buena proporción; nariz y boca sin imperfección, su modo de reír muy gracioso, y en todo el conjunto le hacía muy bien parecido".

Llegado a México, durante su estancia allí comenzó la costumbre de llevar un pormenorizado y concienzudo diario de sus actividades, sin olvidar hasta estadísticas sobre natalidad o mortalidad de la población, algo que le marcaría de por vida. Los ruegos de su madre por la enfermedad paterna desde España harán que regrese, desembarcando en Cádiz el 28 de mayo de 1788, como ha constatado la profesora Freire López. También en la vida de Joaquín habrá otro regreso por aquellos años: el de la vida académica, pues logrará el título de Maestro en Artes por la Universidad de Sevilla, que correspondería al grado de Doctor.

Un incidente, o accidente, la caída desde su enjaezado caballo, mientras participaba en un vistoso desfile con ocasión de la proclamación como rey de Carlos IV, será para él una especie de mística revelación para abandonar una vida de vanidades y lujos y decidir optar por la dura vida religiosa en comunidad. Permanecerá durante cierto tiempo con los filipenses y los cartujos, pero se decidirá finalmente por el Convento de Santa Justa y Rufina, de padres capuchinos, ingresando en la Orden con la oposición de su familia, que veía en él una prometedora carrera como continuador de los negocios familiares.

El 5 de enero de 1790 toma los hábitos y cambia su nombre; desde entonces será fray Salvador Joaquín de Sevilla. Desde el primer momento hará gala de una proverbial humildad y especial devoción a la Virgen María y al sacramento del Bautismo, pero no por ser capuchino abandonará viejas costumbres, ya que llevará por escrito hasta los bautismos celebrados por él (más de siete mil). Ferviente devoto de la Divina Pastora de Capuchinos, se conservan unas coplas suyas dedicadas a ella, cuyo estribillo final dice así:

No te vayas, Madre,
No, dulce Pastora,
Que tu grey se queda
Sin tí, triste y sola.

Estudió Teología en Jerez de la Frontera y a su regreso al convento de capuchinos y dadas sus cualidades oratorias fue ascendido al puesto Predicador, cargo en el que se entregó en cuerpo y alma ya que poco a poco su figura comenzó a hacerse familiar para todos. Velázquez y Sánchez en sus Anales de Sevilla lo describió de este modo: 

"Viéndosele de contínuo en el hogar aristocrático y en el mísero albergue, ministro fiel de una religión de fraternidad entre los hombres. Grave sin afectación y sencillo sin bajeza, excusaba toda conversación en que se aludiera al crédito de sus misiones apostólicas, al cariño filial que le profesaban los admiradores de su mérito, ni a sus antecedentes en la vida social".

No rehuirá el contacto con los enfermos como cuando estalla la epidemia de Fiebre Amarilla de 1800, durante la cual llegó a contagiarse y a partir de la misma su presencia podrá notarse en todas las zonas de la ciudad, pues lo mismo frecuentaba el famoso Puesto de Agua de Tomares, que ya comentamos en cierta ocasión, que acudía a predicar a los Humeros o la Puerta de Córdoba o que podía vérsele por los caminos para atender a enfermos o moribundos ganándose el cariño de muchos y el apelativo de "Padre Verita". 

 
Su otra faceta, la de culto erudito, se vio alimentada al hacerse cargo de la biblioteca del convento capuchino; dotado de una memoria prodigiosa, meticuloso y detallista, ejercía como consejero de sus hermanos frailes cuando acudían a él para solicitarle bibliografía para componer sermones y homilías, orientándoles sobre qué autor o qué obra emplear. Quizá por todo ello, fue también nombrado Procurador de la causa de beatificación de fray Diego José de Cádiz, a quien había tenido la fortuna de conocer, tanto que, curiosamente, el propio Fray Diego pronunció en 1800 un sermón "De acción de gracias a mi seráfico Padre San Francisco, por haberse librado de ahogarse en un pozo de la Cartuja, donde cayó el Padre Fray Salvador Joaquín de Sevilla, conocido vulgaremente por el Padre Verita". Dedicado con pulcritud a recopilar cuantos textos escritos se conservasen de fray Diego, su empeño sirvió para organizar todo el expediente previo para la beatificación. 
 
Igualmente, la invasión francesa de 1808 sirvió al Padre Verita para dar rienda suelta a su faceta como escritor (se ve que tenía tiempo para todo), redactando dos obras, una de ellas en verso, de carácter patriótico contra las tropas napoleónicas, aquellas que terminarían por expoliar los Murillos que colgaban en la iglesia de su convento. Siguiendo con este tema "napoleónico", en el Instituto de Historia y Cultura Militar del Ministerio de Defensa en Madrid, se conserva la llamada "Colección del Fraile", consistente en un conjunto de documentos, periódicos, proclamas, edictos, gacetas, carteles, sermones, y demás escritos de la etapa de la invasión francesa, colección que fue iniciada por Juan, el hermano de Fray Salvador fallecido en 1816 y continuada por él más tarde, llegando finalmente a manos del Ministerio de la Guerra en 1853. En la actualidad, se considera como uno de los fondos documentales más interesantes para conocer la vida cotidiana de la España de la Guerra de Independencia contra Francia.

El 13 de septiembre de 1830, fallecía "con grande opinión y olor de santidad" el Padre "Verita", a la edad de 64 años y 39 de pertenencia a la orden capuchina siendo multitud de fieles la que acudió a su velatorio y funeral en el convento, aunque Álvarez Benavides afirma que murió en una casa de la calle Francos 26, donde habría vivido durante su enfermedad; desconocemos las causas de su muerte, aunque algunos autores mencionan un fuerte golpe recibido mientras celebraba la Eucaristía en el convento de San Pablo.  Por cierto, el Padre "Verita" pasó a la historia, según sus propias cuentas, por haber regalado más de doscientos mil rosarios, cifra difícil de superar, pero esa, esa ya es otra historia. 

31 octubre, 2022

Cuando tembló la tierra.

Como alguien quizá recuerde, el 1 de noviembre de 1755 la tierra tembló en Sevilla y en muchas otras zonas de España, registrándose un movimiento sísmico de tremendas proporciones que causó ingentes daños humanos y materiales, siendo el primero que fue estudiado con los medios científicos de la época. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Eran aproximadamente las diez de la mañana de aquel día de Todos los Santos cuando, con epicentro a unos 300 kilómetros de Lisboa en el Océano Atlántico, se produjo el maremoto. Se estima que su intensidad habría oscilado entre los 8,7 y los 9.0 en la escala de magnitud de momento, causando enormes daños en primer lugar por el derrumbe de casas y edificios y después numerosas víctimas por el subsiguiente Tsunami que arrasó ciudades enteras o devastó capitales como Lisboa, víctima además de un sinfín de inundaciones e incendios que se prolongaron durante días. Del mismo modo, Cádiz (que sufrió olas de 20 metros de altura) o Huelva (con derrumbes y desprendimientos de gran calado) fueron víctimas de la virulencia del seísmo. 

Terremoto en Lisboa, pintura de Joao Glama (1708-1792), 1755.

 ¿Qué ocurrió en Sevilla? A juzgar por la documentación solicitada tras el terremoto por la Corona a las ciudades que lo padecieron, la misma víspera o aquella mañana estuvieron llenas de sucesos extraños que sorprendieron a muchos, tal como narran unas peculiares "Anotaciones de unos Matemáticos y Curiosos sobre el terremoto sucedido en 1º de noviembre del año de 1755, a las 10 horas, y 4 minutos de la mañana, en la Ciudad de Sevilla; útil para que trabajen los Físicos, y poderse precaver en lo posible, las gentes y sus edificios.", incluidas en la documentación remitida a la Corte por las autoridades sevillanas:

"La mañana referida de él estaba en calma, y con un calor no regular; el cielo y el Sol de un aspecto triste, y a las siete y media de ella se apareció una niebla de vapores espesa, en figura redonda, la que se fue extendiendo por la que el Sol parecía como Luna pero de mayor magnitud, y con aspecto espantoso; la que se desvaneció a las nueve y media; pero éste quedó del propio modo. No había viento, y el que se conocía era del nordeste, y después del terremoto lo hubo algo fuerte del Nordeste. 

Dicen que se encontró en algunos pozos el agua turbia, y que un hombre del campo, en su lugar, habiendo hallado así que la que temprano sacó del suyo, pronosticó grandes desgracias y fue con su mujer a oir misa, para precaverse.

La misma mañana, temprano, vieron algunos en la Puerta del Arenal asomarse por el husillo de la Laguna grandes ratas, y ratones, y en el colegio de la Compañía haber cogido el taquillero el día antes y el mismo muchas de estas, como muy natural, pues dejaron sus cuevas, y sitios, no pudieron sufrir las exhalaciones que por los poros de la tierra subían y las sofocaban, y aturdidos por la novedad, y del fuego, huían de sus moradas. "

En un claro ejemplo de estudio zoológico previo al sismo, algunos observadores notaron comportamientos extraños en aves, lobos, perros y caballos, como si presintieran lo que iba a ocurrir, mientras que otros afirmaron escuchar el ruido bajo la tierra cinco minutos antes del terremoto. Además, el interesante documento relata cómo grandes edificios oscilaron por la vibración, como por ejemplo la Giralda o cómo también los efectos del sismo se dejaron sentir, y mucho, otras localidades como Coria, Carmona o Bollullos Par del Condado, entonces perteneciente al territorio hispalense.

Es conocida la historia de cómo hubo de suspenderse la solemne misa de Todos los Santos en la Catedral, (se estaban entonando los "Kiries"), debido al pánico de los asistentes ante el cataclismo y de cómo finalmente se concluyó la Eucaristía en el lugar en el que posteriormente se colocó un monumento o templete conmemorativo junto a la trasera del actual Archivo de Indias, con una lápida en acción de gracias por la salvación de la ciudad y sus habitantes. Con la población aún atemorizada por lo ocurrido, aquella misma tarde del 1 de noviembre, se organizó una solemne procesión en acción de gracias presidida por la imagen de la Virgen de la Sede y el Lignum Crucis portado bajo palio, acompañados por todo el clero catedralicio con cera encendida y numerosísima concurrencia de fieles, con la particularidad de que, al estar las calles llenas de escombros, se decidió que el cortejo hiciera devota estación buscando aire libre, a la ermita de San Sebastián, en el Prado del mismo nombre, actual parroquia sede de la Hermandad de la Paz.

Un cronista describió con tintes casi apocalípticos, cómo fue el discurrir de aquella insólita procesión: 

"No puede recordarse este acto, sin que el aliento desfallezca. Si se elevaba la vista, se veían rajas, y separadas piedras que no solo recordaban el castigo, sino pronosticaban dificultades, cuando no imposibilidades al remedio. Si se inclinaba, el pavimento se atendía poblado de fragmentos, que explicaban el superior destrozo."


Los efectos en Sevilla, como ha estudiado el profesor Campese Gallego, se tradujeron en un 3% de las casas de la ciudad derrumbadas y otro 45% dañadas de tal modo que hubieron de ser apuntaladas. Se suspendió por ello el tránsito de carruajes por las calles para evitar que las vibraciones perjudícanse aún más a los edificios. En templos como el del Salvador, por poner un ejemplo, las grietas, conservadas aún antes de su restauración integral de 2003-2008, llegaron a ser de hasta cinco centímetros de ancho.

Como curiosidad, en la feligresía del Sagrario se arruinaron 14 casas y se dañaron 617, mientras que en Triana ocurrió otro tanto con el hundimiento de 40 casas y el apuntalamiento de 631. Todas las collaciones quedaron en precario, sin distinción por riqueza o localización, lo que indica que el terremoto dañó por igual a todo y a todos. 

Por fortuna, y aquí la ciudad, como hemos visto, hizo voto de gracias a la Divinidad, sólo se registraron nueve fallecimientos, debido quizá a que a esa hora la población se encontraba en las calles o a que hubo tiempo de huir de las viviendas. 

Tras la tempestad, llegó la calma y se hubo de comenzar con las labores de desescombro y reparación de numerosos inmuebles. Para ello, se comisionó al caballero veinticuatro Antonio de Andrade para que, junto con dos maestros de obras, un alguacil y un escribano, como ha recogido Campese Gallego, inspeccionase tanto el exterior como el interior de los edificios, anotando los daños y avisando de la necesidad de desalojar o apuntalar según los mismos. De Andrade se vería, a buen seguro, un tanto desbordado, pues finalmente se comprobó que 5.000 edificios necesitaban reparaciones urgentes, pero escaseaban tanto los materiales (vigas, puntales) como la mano de obra, por no hablar del incremento de precios a la hora de la adquisición de yeso, cal, ladrillo de más elementos. El consistorio organizó una comisión de seguimiento de las reparaciones, que se reunía dos veces en semana, a fin de controlar la evolución de los trabajos, aunque éstos se llevaron a cabo con lentitud, como narraba el Álferez Mayor Miguel Serrano en enero de 1756:

"Hoy se halla esta Ciudad intratable en su piso a causa de haberse quedado todos los fragmentos de ruinas en medio de las calles, a exepción de los que pueden valer, como la teja y el ladrillo, que estos ha habido sitio dentro de las casas para meterlos y no lo hay para la tierra y cascote, ya que se ha descuidado el que los dueños de las casas maltratadas los manden a sacar al campo o los recojan dentro de las casas."

Pese a todo, el tiempo transcurrió. La ciudad recuperó, poco a poco, la normalidad, retirándose escombros, restaurándose edificios y restableciéndose el tráfico rodado por sus principales calles; sin embargo, el terremoto no sólo había sacudido a los edificios hispalenses, sino también a las conciencias de sus habitantes. Como penitencia por sus pecados, causantes, según muchos, de la ira divina, las autoridades eclesiásticas ordenaron penitencias, procesiones, sermones, ayunos y abstinencias, e incluso algo peor: llegó plantearse (sin mucho éxito, todo hay que decirlo) la posibilidad de la prohibición de asistir a espectáculos como el teatro, la ópera o los toros, por ser lugares donde el pecado podía hallarse a sus anchas, pero esa, esa ya es otra historia...

10 octubre, 2022

Primeros auxilios.

En alguna ocasión, sobre todo en fechas veraniegas, hemos aludido al uso del río Guadalquivir como lugar de esparcimiento y diversión, especialmente para el baño, con los riesgos inevitables que ello conllevaba. Esta vez, con la ayuda de un curioso y pionero documento, conservado en la Universidad Hispalense, nos centraremos en las precauciones y remedios que la ciudad dispuso en el siglo XVIII con la intención de reducir el número de ahogados. Pero como siempre, vayamos por partes.

El cauce del río, escenario histórico para navíos que zarpaban hacia las Indias o para otros que atracaban en sus orillas tras la travesía, era también, por desgracia, lugar en el que muchos encontraban la muerte debido a no saber nadar o a las peligrosas corrientes fluviales. No podemos olvidar que la Hermandad de San Jorge o de la Santa Caridad, en la que Miguel de Mañara es uno de sus pilares fundamentales, fue fundada en sus orígenes para dar sepultura a los ahogados en el río.
 
En vista de la proliferación de este tipo de incidentes y en pleno siglo XVIII, en el que abundaron tantas iniciativas en favor de la comunidad, de la cultura o del bien individual, la llamada Sociedad Literaria de Sevilla, decidió tomar cartas en el asunto y, contando con el apoyo de las autoridades pertinentes, editó la denominada "Instrucción sobre el modo y los medios de socorrer a los que se ahogaren o hallaren peligro en el río de Sevilla."


¿Qué se buscaba con esta iniciativa? En primer lugar, evitar que aumentase la mortandad entre quienes buscaban cruzar el río a nado, pues se calculaban más de sesenta muertes por este motivo al año, o bien lanzarse al baño en parajes llenos de remolinos o poco seguros; en segundo lugar, establecer una especie de protocolo de salvamento con suficientes medios humanos y materiales, con la intención además que hubiese una especie de retén siempre de guardia en prevención a posibles accidentes acuáticos.

Para ello, el documento establece una "Instrucción para los buzos", llamados entonces Maestros de Agua, quienes deberían ser expertos nadadores bajo las órdenes del Capitán del Puerto. Ni que decir tiene que su cometido sería socorrer con rapidez a los que estuvieran en trance de ahogarse; además, se ocuparían de explorar el cauce del río y comprobar hoyos, corrientes y todo tipo de obstáculos que pudieran entorpecer el baño.

Estos "socorristas", los primeros de la Historia de los que quizá se tenga noticia documental, debían andar siempre vestidos con su "traje", consistente en unos calzones de lienzo, por debajo de las rodillas y un chaleco del mismo tejido. Como equipo, contarían con cuerdas o cabos, una bocina con la que llamar la atención (denominada "caracol de campo"), dos o tres campanas en diversos puntos del cauce e incluso una red que se colocaría desde San Telmo a la otra orilla, cerca del convento de Los Remedios, a fin de que recogiese a aquellos cuerpos llevados por la corriente.

A título de anecdótico, aparte de su salario, recibirían una gratificación dependiendo de los salvamentos llevados a buen término, ya que por cada ahogado sacado vivo y con menos de quince minutos en el agua percibirían cien reales, disminuyendo la "propina" a medida que tardasen más tiempo en el rescate (ni que decir tiene que suponemos que realizarían su labor en tiempo récord...). 

Además, se regulaba que habría que seleccionar seis enfermeros del Hospital de la Caridad, a orillas casi del río, para que estuvieran prevenidos hasta para lo peor, pues se les ordenaba: 

"Escogerá el Superior seis, instruyendo a cada uno de la función en que debe emplearse; y al instante que tenga noticia de que hay un ahogado, lo que sabrán por el aviso, que reciban por el Caracol, que oigan, o por las campanas, que suenen, hará salir a los dos que estén destinados para esto con un féretro enteramente cubierto de tumba alta, y cuatro mantas de bastante abrigo".

La tétrica mención al féretro hace pensar en una función funeraria, pero hay que indicar que las instrucciones también contemplaban, que duda cabe, la posibilidad de salvar al ahogado, contándose para ello con una "máquina insuflatoria" o sea: "un soplete con una plancha que tapa la boca, y una tenaza, que cierra las narices del paciente." y por si este remedio lo lograse el fin deseado, se ponía en marcha la "máquina fumigatoria" de tan peculiar uso que mejor dejemos que lo cuenten los de aquella época: 

"No es más que una pipa de fumar tabaco con poca diferencia, de que se sirven los facultativos, para echar clisteres (líquido inyectable) de tabaco en los partos difíciles. Se introduce la cánula por el orificio posterior, y lleno el hornillo de tabaco encendido, se sopla por él, y de este modo se introduce el humo en los intestinos". 

De modo que, con este particular enema, que empleaba "cigarros habanos fuertes" un equipo formado por médico y cirujano intentaba la reanimación, al igual que con la cama llena de cenizas calientes a fin de "darle movimiento a la sangre." Existían otros remedios, como las inevitables sangrías, las friegas por todo el cuerpo o la inhalación de sustancias estimulantes como el amoniaco o el hollín y otras soluciones rechazadas ya por la medicina de entonces, digamos que "poco terapéuticas" y algo resolutivas, como colgar al paciente por los pies o hacerlo rodar metido en un tonel, recetas que quizá conseguirían el efecto contrario a la sanación...

Caso de sobrevivir a estos tratamientos, llegaba para el ahogado la convalecencia y para ello se establecía que :

"Si, restituido el enfermo, le quedare opresión de pecho, tos o calentura, se deberá sangrar del brazo, tenerlo a dieta tenue y administrarle tisana de cebada, orozuz y chicoria, u otros remedios blandamente discucientes".

¿Se puso en marcha este servicio de socorristas ribereños? Todo parece indicar que sí, ya que se nombró a Bonifacio Lorite como Médico responsable y a Juan Matony como cirujano allá por julio de 1773,  aunque desconocemos por cuanto tiempo se mantuvo esta loable iniciativa, que suponemos sirvió para reducir la mortalidad del Guadalquivir, siempre peligroso como demostró en tantas y tantas riadas e inundaciones, pero esa, esa ya es otra historia...

15 agosto, 2022

La calle de los costales.

En esta ocasión, pleno agosto, vamos a buscar la "sombrita" al abrigo de una calle poco transitada y que formó parte de uno de los conventos masculinos más importantes de su tiempo; pero como siempre, vayamos por partes. 

A finales del siglo XVII, el arzobispo Palafox y Cardona, impulsor de la devoción a Santa Rosalía en Sevilla, promovió la implantación en nuestra ciudad del Oratorio de San Felipe Neri, congregación creada en el XVI por este santo nacido en Florencia y fallecido en Roma en 1595; el carisma de esta peculiar orden, carente de votos ni de organigrama, excepto la caridad mutua entre sus componentes, se basaba en la oración y la predicación, con la particularidad de que cada convento era independiente de los demás, sosteniéndose con sus propios fondos. 

A comienzos del XVIII, tras bendecirse su iglesia en 1698 por el arcediano de Niebla, Francisco Lelio Levanto,  ya estaba radicado el Oratorio en Sevilla. Para ello, contaron con el apoyo de Josefa Antonia de Alverro, quien donó unas casas de su propiedad en la calle Costales, en la feligresía de Santa Catalina; como curiosidad, esta calle, actual de San Felipe, recibía este nombre porque al parecer en ella se alquilaban los costales necesarios para el transporte del grano que se almacenaba en la cercana Alhóndiga. La nueva sede de los filipense fue puesta bajo la protección de la imagen de Nuestra Señora de los Dolores.

La actual vía, que arranca en Doña María Coronel y finaliza en Almirante Apodaca, sería, pues, testigo de la llegada de los filipenses a Sevilla, encabezados por el Padre Navascués y del paulatino crecimiento de aquella zona como sede de la congregación, especialmente durante los años como Prepósito (especie de superior o abad) del P. Teodomiro Díaz de la Vega. Sevillano de nacimiento, bautizado en la hispalense parroquia de San Andrés, ingresó en la orden con apenas veinte años, en 1757, y con el tiempo alcanzó fama y popularidad por sus predicaciones, entablando amistad con Fray Diego José de Cádiz y con el también filipense Antonio Sánchez Santa María, fundador del Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz. 

Otro filipense, el P. Cayetano Fernández, lo describió como "de estatura prócer, de complexión robusta y carácter enérgico, al mismo tiempo que atractivo y amable, el P. Vega ganaba para Dios las voluntades, imponiéndose irresistiblemente por la admirable fuerza de su fogosa palabra". Fruto de su ingente labor al frente del oratorio (donde se realizarán obras de mejora en capilla y sacristía por más de medio millón de reales) será lograr que el propio Carlos IV colocase al Oratorio bajo Patronato Regio y el enriquecimiento de la iglesia con diversas pinturas y enseres, y lo que es más importante, conseguir gran difusión de los ejercicios espirituales que allí se celebraban, como contaba el escritor José María Blanco White: 

Este sacerdote estaba dotado de grandes cualidades, pero su extraordinaria influencia sobre los demás se debía particularmente a un profundo conocimiento de la humanidad, una gran confianza en sí mismo y una tosca aunque apasionada elocuencia que se unía a los más vehementes sentimientos religiosos. No me cabe la menor duda de que era un hombre sincero, pero también estoy convencido de que amaba el poder y sabía conseguirlo usando la técnica más depurada y eficiente. Ningún potentado oriental podría llegar a superar sus dotes de mando, que rendían a los espíritus más resueltos en cuanto entraban bajo su influencia (...) Tenía una voz ronca y nasal, pero en la capilla privada que había preparado para los ejercitantes sabía modular el tono de su voz con sorprendente efectividad. La celebración de la misa le afectaba de tal manera que sus ojos derramaban torrentes de lágrimas especialmente en el momento de la consagración. Quizás algunos pudieran pensar que era un buen actor, pero yo, que lo conocía muy bien, después de haber meditado muchas veces sobre su persona me veo obligado a librarlo sinceramente de este cargo.

El historiador González de León que llegó a conocer el templo filipense, lo describía así: 

En esta calle estaba la casa de este instituto de San Felipe de Neri, o como generalmente es llamado, oratorio; era en estos últimos tiempos el más rico en alhajas y preciosidades de todos los de la ciudad, con riquísimos ornamentos y ropa de sacristía. El templo es una nave bastante larga, pero no muy ancha, con su capilla mayor elevada sobre cuatro grandes arcos, con su cúpula o bóveda redonda. A los pies del templo está el coro alto, fuera del área, porque, para su construcción, tomaron todo lo ancho de la calle y formaron un arco sobre el cual pisa el coro; y por los lados hay pequeñas capillas que las forman arcos sobre columnas de mármol, y encima pisan tribunas cerradas con antepechos de barandas de hierro, cubiertas con canceles laboreados, pintados y dorados.
                                San Felipe (Número 81), en el plano de Olavide de 1771.                                                                              Pueden apreciarse también los conventos de Santa Inés (91), Las Dueñas (84) y de la Paz (98).

 Además, la sede de la congregación tenía fachada a la calle Doña María Coronel, en cuyos muros, figuraba un muy buen azulejo (atribuido por José Gestoso a José de las Casas, siglo XVIII) representando a Cristo Caído acompañado del Cirineo camino del Calvario y que por fortuna se conserva en el zaguán de acceso al Museo de Bellas Artes de Sevilla, mientras que el muro meridional de la iglesia era frontero a la calle Costales, que no tardó en llamarse, lógicamente, de San Felipe. Detalle interesante, durante un tiempo el llamado Arquillo de San Felipe, o también las Cuatro Esquinas de San Felipe, encrucijada de las calles Gerona (donde aún seguía en pie el monasterio de Las Dueñas) y Doña María Coronel, fue lugar peligroso y poco recomendable por la gente de mala reputación que allí se congregaba aprovechando su escasa o nula iluminación nocturna.

Foto Reyes Escalona

En su época de mayor esplendor, el oratorio llegó a tener alojamiento para hasta noventa personas, seglares o sacerdotes, que acudían a realizar los célebres y antes aludidos Ejercicios Espirituales, sobre todo a raíz de la expulsión de los jesuitas en 1767. El Padre Díaz de la Vega, a quien tocó vivir en primera persona varios sucesos, como el ajusticiamiento de la Beata Dolores en 1788, a quien acompañó al cadalso, o predicar durante el funeral en Sevilla a Luis XV tras pasar por la guillotina durante la revolución francesa, falleció 1805 y sus honras fúnebres fueron toda una manifestación de duelo; en el más que solemne funeral, que congregó a la flor y nata de la sociedad sevillana del momento, se interpretó el Requiem de Mozart.

Ya que mencionamos la música, destacar que para los filipenses era parte más que importante para la liturgia, de modo que misas y funciones solemnes se armonizaban con la participación de orquestas de cuerda a las que se sumaban incluso instrumentistas aficionados, aunque de una curiosa manera como recordaba de nuevo con su prosa José María Blanco White:

“Por otro lado, la iglesia de San Felipe Neri tenía para mí otra gran atracción: en ella se escuchaba música con tanta frecuencia que con razón San Felipe Neri podría ser considerada como la Ópera religiosa de Sevilla. Los buenos padres del Oratorio habían ideado un ingenioso plan para que la música no les costara dinero. Para ello cultivaban la amistad de los mejores músicos profesionales de la ciudad y recompensaban sus servicios dándoles por un lado ayuda espiritual y por otro prestigio mundano. Como también había en nuestra ciudad buen número de aficionados, cuya cooperación gratuita pudiera dar más fuerza a la orquesta, los Padres habían preparado un lugar en la iglesia, oculto por una celosía, donde los caballeros aficionados podían unirse a la orquesta sin ser vistos del público. La buena sociedad sevillana, en vez de considerar degradante este servicio, los consideraba al contrario  como un excelente acto de devoción."

 

Demolición de 1868. Al fondo el convento de Santa Inés.

Aparte de los reseñados desperfectos de 1843 por Van Halen, el año 1868 será crítico para el Oratorio. Poco podría pensar el joven sacerdote y futuro cardenal Marcelo Spínola,  quien habría celebrado allí su primera misa en 1864, que al cabo de un año, en 1865, un incendio dañaría el templo filipense, y que cuatro años después, como decimos, las autoridades de la llamada "Revolución Gloriosa" iban a decretar no sólo la incautación de todos los bienes filipenses, sino incluso la demolición total del edificio e iglesia. Todo ello se realizó en cuestión de días en los meses de septiembre y octubre de aquel fatídico año de vaivenes políticos, prueba de la premura de los trabajos fue que no dio tiempo a trasladar a la cercana parroquia de San Pedro a la totalidad de difuntos sepultados en las bóvedas de San Felipe, perdiéndose al parecer los restos mortales del afamado P. Vega.

A través de sucesivos inventarios y artículos, como los de Roda Peña, Jordán Fernández o Martínez Lara, se puede comprobar la triste disgregación de parte de los bienes filipenses; algunos pudieron ser recuperados por la propia congregación tras su restablecimiento en Sevilla, en la ex iglesia carmelita de San Alberto, como la propia imagen de la Virgen de los Dolores o Santa Rosalía y Santa María Magdalena, ambas de Pedro Duque Cornejo, otros, sin embargo, se conservan en lugares a donde los llevó la fortuna, como es el caso de un San Felipe Neri del mismo autor, ahora en el convento de Santa Isabel, sendos canceles de madera recibidos por las hermandades de Montserrat o El Silencio, o del órgano, importante pieza del siglo XVIII que fue trasladada a la parroquia de la O junto con otros enseres de San Felipe. 

Foto Reyes Escalona
 

En 1878, el nuevo Prepósito filipense, P. García Tejero (cuya figura merecería un artículo aparte) redactó una petición al arzobispado con la intención de recuperar tanto el órgano como cinco lámparas, alegando el pleno derecho y propiedad de las mismas; tras un decreto arzobispal en el que se ordenaba la devolución, en la mañana del 8 de febrero de aquel año, todo estaba preparado para el desmontaje y posterior traslado del órgano, mas, con lo que no contaba nadie es con que: "habiéndose presentado muchos hermanos de Nuestra Señora de la O, han impedido su entrega, alegando que ellos son los únicos propietarios de esta iglesia y de todo lo contenido en ella. No ha habido desorden ni palabras descompuestas. Lo que me apresuro a ponerlo en conocimiento de V. S. para que me de sus órdenes superiores". Allí quedó el órgano a la postre, sobreviviendo incluso a la quema de la parroquia de julio de 1936, y pendiente de una restauración, pero esa, esa ya es otra historia...



12 julio, 2021

Manolito.

 

Desde prácticamente siempre, nuestra ciudad ha generado toda una serie de tipos o personajes muy concretos, a medio camino entre lo entrañable y lo picaresco; en alguna ocasión ya ha paseado por estas páginas el Loco Amaro, sin que pueda olvidarse al casi bufonesco "Bizco Pardal" o soslayarse la figura simpática y bonachona de "Antoñito Procesiones", las rondas nocturnas sorteando automóviles de "Vicente el del Canasto" o más recientemente la pareja formada por Juan Joya y Antonio Rivero, o lo que es lo mismo, el "Risitas" y el "Peíto" que tanta fama mediática alcanzaron con Jesús Quintero en sus programas televisivos. 

A caballo entre el siglo XVIII y el XIX, vivió en Sevilla otro individuo digno de haber aparecido estelarmente en los actuales medios de comunicación por su capacidad para el relato y la exageración. El Deán López Cepero y también Manuel Chaves Rey han dejado detalles sobre la curiosa biografía de Manuel Gázquez, o mejor dicho, Manolito Gázquez, que fue como mejor se le conoció y como se hizo popular en su época. 

 
Había nacido a mediados del siglo XVIII y tenido una infancia difícil y llena de penurias, con muchas privaciones. Tras no pocas vicisitudes, logró establecer su propio negocio, una tienda de lámparas de aceite hechas de cobre ("velones") realizadas por él mismo de manera artesanal, situada en la entonces calle Gallegos, actual Sagasta. Del mismo modo, contrajó matrimonio con Teresa, una joven de menor edad que la suya no exenta de gracia y belleza al decir de sus contemporáneos. Su tienda y taller no tardó en convertirse en punto de reunión para tertulias y charlas para clientes y parroquianos, donde Gázquez era protagonista por sus opiniones y chanzas, siempre cercanas al embuste o la onomatopeya, pero siempre también eludiendo temas obscenos o escabrosos, todo hay que decirlo.

Manolito era de baja estatura, grueso y mofletudo, y tras su rostro siempre amable y sonriente se dejaba ver en parte su carácter, como veremos. Pero a mayor abundamiento, demos voz al Deán López Cepero, que lo trató durante años, para que lo describa con su fina prosa: 

"Gázquez conservó siempre cabal su dentadura, vivos los ojos y más agraciado el semblante de lo que sus años permitían, porque era tal su robustez y grosura, que las arrugas no habían podido desfigurarle, y así es que mientras no hablaba, lejos de excitar el ridículo tenía un aspecto a todas luces venerable. Era graciosamente balbuciente, aunque sin tartamudear, pero no hallando su fantasía, por falta de instrucción, medios de expresar lo que concebía, ni manera de referir las cosas maravillosas que se figuraba, adquirió fama de embustero, siendo así que nada era más ajeno a su carácter que la mentira."

Aficionado fiel a los toros, apoyó fervientemente como partidario al diestro Pepe Illo, de quien fue amigo personal y a quien llamaba "Señor Pepe"; se cuenta que incluso intentaba aconsejarle a grandes voces durante la lidia desde su localidad en el tendido, sin que sepamos a ciencia cierta si el matador seguía las recomendaciones, o si sufría las consabidas "broncas" por cómo había hecho tal o cual suerte en el ruedo.

Igualmente, como buen sevillano de su tiempo, era gran devoto de los Rosarios Públicos, tan en boga en aquellos años, en los que tomaba parte con especial protagonismo, dado su virtuosismo con el fagot o piporro, aunque Manolito, con su peculiar pronunciación lo llamaba "Pimpoddo". Haciendo alarde de su capacidad como músico, circulaba esta anécdota, contada presumiblemente por él mismo y fruto de su inagotable imaginación: 

"En cierta ocasión -dijo-, quise pasmar a Roma y al Padre Santo. Para ello entré en da iglesia de San Pedro un día del Santo Patrón el primer Apóstol. Allí estaba el Papa y dos cardenales, y ciento cincuenta y cinco obispos, y toda la cristiandad. Tocaban veinte órganos y muchos instrumentos, y más de mil pitos y flautas, y entonaban el Pange linguae dos mil y cincuenta voces. Llega don Manolito con su casaca (iba yo de corto) y me pongo detrás de una columna que hay a la entrada por Oriente, así conforme se entra a mano derecha, y cuando más bullicio había, meto un "pimpoddazo" y toda aquella algazara calló y la iglesia hizo bum, bum a este lado y al otro como para caerse. A poco siguió la función, creyendo el Consistorio que el terremoto había pasado, y entonces meto otro "pimpoddazo" de mis mayúsculos, y la gente se asusta, y el Papa dijo al punto: «O el templo se viene abajo, o Manolito Gázquez está en Roma tocando el pimporro.» Salieron a buscarme, pero yo tenía que hacer, y me vine a Sevilla para ir al rosario."

José Rico Cejudo (1864-1939): Preparando el Rosario. 1922.

Como comentábamos no hace mucho, frecuentó el famoso Puesto de Aguas de Tomares, situado al pie del Puente de Barcas frente a Triana; analfabeto como era (aunque afirmaba que si supiera leer sería más sabio que Séneca) promovía la lectura "comunitaria" de la madrileña Gaceta, abonando una moneda como lo demás oyentes a un "lector", gracias a lo cual se convirtió en todo un analista de las estrategias y tácticas de Napoleón, invicto entonces en los diferentes campos de batalla europeos. Detalle a tener en cuenta, en aquellos años primeros del XIX llegaban a Sevilla desde Madrid únicamente cinco ejemplares del citado "rotativo". 

Serafín Estébanez Calderón, en sus "Escenas Andaluzas" de 1847, lo retrató como un auténtico "opinador" de su tiempo, ya que eran muchos los que acudían a la antedicha tienda a escucharle valorare los más variados temas de política, toros, religión e incluso esgrima, como cuando en cierta ocasión presumió de evitar mojarse durante un temporal gracias a las estocadas que fue dando por la calle cortando a la propia lluvia. Ni que decir tiene que su fama y sus "historias" sobrepasaron a su propio protagonista, atribuyéndosele chanzas o cuentos que en modo alguno salieron de sus labios, baste decir que en 1855 se publicó la comedia en verso "Manolito Gázquez", obra del dramaturgo Mariano Pina, en la que aparece como protagonista absoluto con sus exageraciones en compañía de su mujer, Teresa y del Tío Fatigas.

Para fortuna, o para desgracia suya, Manolito Gázquez falleció en Sevilla, víctima de una enfermedad pulmonar en abril de 1808, apenas un mes antes de los sucesos del Dos de Mayo de Madrid y del inicio de la Guerra de Independencia contra Francia. A buen seguro, que como patriota convencido habría sido el mejor narrador de la contienda y quizá, quien sabe, uno de sus más gloriosos héroes, eso sí, siempre desde su particular visión de la realidad...

21 junio, 2021

Entre libros y sellos.

¿Dónde estuvo la única Biblioteca Pública de Sevilla allá por el siglo XVIII? ¿Dónde debía dictar un telegrama un sevillano de finales del XIX? ¿A dónde acudir para recoger una carta certificada o un franquear un paquete postal hasta 1930? 

 Quien haya accedido a alguna exposición en el patio del Real Círculo de Labradores, ubicado en plena calle Sierpes, habrá notado inmediatamente que no es un patio cualquiera, pues su decoración, barroca hasta la médula, lo convierte en uno de los más hermosos de la ciudad y quizá, de los más desconocidos, sobre todo por los avatares históricos que le ha tocado vivir. 


Pero como siempre, vayamos por partes:

Es sabido que la Orden de San Agustín tuvo en la Puerta de Carmona (y aún se conserva en parte) su Casa Grande, con portada de piedra, dependencias, claustro y templo, donde recibió culto durante siglos el famoso Cristo de San Agustín, desaparecido tras la quema de la Parroquia de San Roque en julio de 1936. Aparte de esa gran sede, que acogió obras de gran mérito de Murillo o Valdés Leal, los agustinos crearon un convento aparte en la zona próxima al Humilladero de la Cruz del Campo, con la intención de convertirlo en centro de formación para sus novicios, el Colegio de San Acasio (o Acacio). 

A comienzos del XVII, como cuenta doctor López Lorenzo, el colegio funcionaba a pleno rendimiento con el apoyo de doña Leonor de Virués y con fray Agustín Vallejo como primer Rector. En 1621 se constituye la biblioteca del colegio, pero al poco tiempo, apenas doce años después, se decide cambiar la ubicación, motivada quizá por lo inseguro de la zona o porque el edificio se hallaba en pésimas condiciones. 

En 1634 ya tenemos a nuestros escolares agustinos situados en su nueva sede, adquirida por 8.740 ducados, en la actual calle Pedro Caravaca, esquina con Sierpes y Velázquez, no era mal sitio. Del primitivo edificio poco se conserva, excepción hecha del magnífico claustro, ahora patio, atribuido desde siempre al arquitecto Leonardo de Figueroa, sobre todo por el diseño basado en pilastras salomónicas, el uso de diseños mixtilíneos y la gran profusión de adornos como florones, mascarones o jarras, recordando no poco a obras similares como la cúpula de la Magdalena, por ejemplo. 

Como detalle, entre 1696 y 1703 residió en el colegio de San Acasio la entonces llamada Hermandad el Traspaso, o lo que es lo mismo, la actual del Gran Poder; la cofradía provenía del convento de los Trinitarios Descalzos, en la actual Plaza del Cristo de Burgos, y la estancia en la sede agustina duró bien poco, imaginamos que debido a las escasas dimensiones de la capilla y de su puerta, con lo cual los cofrades del Señor de Sevilla decidieron de cambiar de nuevo de sede, trasladando sus imágenes titulares la Parroquia de San Lorenzo, donde habrían de residir durante más de dos siglos. 

En el año 1744 fallece en Madrid el Cardenal Fray Gaspar de Molina y Oviedo, a la edad de sesenta y cinco años. Este hecho, en principio poco relacionado con San Acasio, será de capital importancia al poco tiempo, pues en su testamento dejará un importante legado para el lugar en el que estudió de joven y en el que impartió clases ya en edad adulta: nos referimos a su voluminosa (nunca mejor dicho) biblioteca, conformada por 7.500 libros, muchos de ellos de gran interés y calidad y encuadernados primorosamente. Tras un litigio largo y pesado con sentencia favorable para los intereses hispalenses, los fondos fueron traidos desde Madrid, con la colaboración económica del Cabildo de la Ciudad que aportó 1.000 ducados, pues la intención era hacerlos accesibles a todos los sevillanos "con la condición de que la Provincia y el Colegio se obligasen a labrar, dentro del año de la entrega, pieza competente para colocarla y exponerla al público, para beneficio de los literatos de la ciudad". 

El 6 de octubre de 1749 se estrenaba la nueva biblioteca, tras construirse unas salas anejas al colegio con puerta a la calle Triperas (Velázquez); el horario de apertura dependía de la época del año, por las mañanas permanecía abierta de siete a once de la mañana y de cuatro de la tarde al toque de Avemaría de mayo a septiembre, mientras que de octubre a abril lo hacía de ocho a once de la mañana y de tres de la tarde al toque de Avemaría. Como curiosidad, el toque de Avemaría tenía lugar al atardecer de la jornda. El Cabildo de la Ciudad fijó una subvención anual a razón de 150 ducados, destinados a la conservación de los fondos, dotación de mobiliario y materiales y el salario del bibliotecario, siempre vinculado a la orden agustina, destacando la figura del Padre Garrido, principal valedor de la institución e incluso responsable del constante trabajo de clasificación y ordenación hasta su muerte en 1793.


 La invasión francesa privó a los agustinos de su colegio y a los sevillanos de su biblioteca entre 1810 y 1813, siendo ocupadas por las oficinas gubernamentales del Crédito Público. Tras un breve regreso, finalmente, en 1834 la Desamortización obligó al desalojo definitivo del edificio por parte de la orden agustina. ¿Qué pasó con el patio de Figueroa y la biblioteca?

En un principio, se instaló en él la Real Escuela de Nobles Artes, hasta 1850, año en el que se muda al exconvento de la Merced. Desde mediados del XIX, el edificio agustino quedó convertido en la sede del Servicio de Correos y Telégrafos, como ya comentamos en otra ocasión, de esos tiempos es la colocación de la montera de hierro y cristal que cubre y protege el claustro barroco, que aún permanece. Fue muy conocido el buzón instalado en la fachada de la calle Sierpes, acompañado de una cabeza de león que con su aspecto fiero parecía vigilar el destino de la correspondencia depositada. Del mismo modo, y para que sirva como referencia, en 1918 también radicaba en el edificio el Servicio de Teléfonos, que permitía conectar de modo interurbano con: Carmona, Utrera, Sanlúcar la Mayor, El Pedroso, Guadalcanal, la Palma del Condado, Badajoz y Zafra. La tasa era de 0,50 pesetas por tres minutos de conferencia o fracción y 0,25 pesetas por el aviso de conferencia. No olvidemos que existía también la modalidad del Telefonema (un arcaico antepasado del "wuasap", quizá), muy utilizada para comunicaciones con el extranjero.

Por otra parte, los fondos bibliográficos quedaron depositados las Casas Consitoriales para luego pasar, en 1878, a la Universidad de Sevilla, entonces en la calle Laraña. A día de hoy, se conservan en la sede actual de la calle San Fernando unos 1.300 volúmenes de la mencionada biblioteca pública, lo que da idea de la desaparición de gran cantidad de libros, fruto de expolios y pérdidas. 


 En 1926 el Ayuntamiento y el Estado acordaron permutar una serie de solares y edificios entre los que se encontraba el antiguo colegio de San Acacio. Así, mientras que el Consistorio entregaba a Madrid un terreno en la actual Avenida de la Constitución, el gobierno central otorgó al ayuntamiento la propiedad del edificio ocupado por Correos y Telégrafos hasta entonces, ya que en 1930 éste Servicio pasó a la Avenida, donde permanece en la actualidad. 

Foto: Reyes de Escalona
 
El Ayuntamiento, tras ocupar el inmueble de la calle Sierpes con parte de sus oficinas municipales (Servicio de Aguas, Reclutamiento y hasta un pequeño centro sanitario) durante algún tiempo, decidió al final enajenarlo, saliendo a pública subasta y siendo adquirido a la sazón por su actual propietario, el Real Círculo de Labradores, quien desde 1950, tras una serie de obras de adaptación y reforma lo sigue utilizando como céntrica sede social con el patio como escenario para certámenes y exposiciones.
 

Como se puede ver, un edificio siempre destacable por su historia y por el sorprendente (y barroco) patio que atesora.


07 junio, 2021

Volando.

Para muchos sevillanos, en pleno siglo XVIII, existían los OVNIS. 
 
La frase, así, como el que no quiere la cosa, tiene su miga, pero como veremos en esta líneas, todo tiene una explicación científica. 
 
Todo un experto en historia aeronáutica, el sevillano Javier Almarza, ha investigado concienzudamente sobre el deseo de volar por parte de los sevillanos en pleno siglo de la Ilustración, teniendo en cuenta que los hermanos Montgolfier, en el año 1782, habían conseguido hacer volar un globo aerostático no tripulado en Annonay, Francia, globo que alcanzó la nada desdeñable altitud de 250 metros de altura gracias al calentamiento del aire en su interior utilizando como combustible lana húmeda y paja. En pocos años, el invento se extendió por toda Europa como espectáculo público, sin olvidar que las travesías quedaban siempre sometidas al capricho de los vientos reinantes, ya que los pilotos o aeronautas carecían de un sistema de guiado o dirección efectivo. 


En España se tiene noticia de ascensiones aerostáticas a finales del XVIII en Barcelona o Madrid, siendo en este último caso curioso de reseñar cómo fue pilotado por el francés Charles Bouch, pintor por más señas, el 5 de junio de 1784. Realizado en papel o seda, comenzó a arder al poco de iniciar la exhibición, resultando herido tras saltar del artefacto en llamas (eran frecuentes los percances y accidentes teniendo en cuenta el combustible y materiales usados).
 
 ¿Y en nuestra ciudad? El profesor Almarza, navegando, nunca mejor dicho, entre legajos y documentos, consiguió averiguar con certeza que los primeros experimentos en esta materia aeronaútica se dieron en el seno del Real Colegio de San Telmo, ubicado en el palacio del mismo nombre y actual sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía; como centro educativo, su labor se centraba en formar y preparar a futuros navegantes y pilotos, proporcionándoles avanzados conocimientos sobre matemáticas, geometría, cartografía, química, física y demás ciencias, de ahí que no es de extrañar que el llamado Diario Histórico y Político de Sevilla reseñase de manera escueta el día 21 de septiembre de 1792: 
 
"Hoy 21, del corriente, es la elevación del Globo Aerostático, en el Real Colegio de San Telmo, á la 5. de la tarde".
 
Desconocemos el resultado de ese primer vuelo y si los vientos fueron propicios, lo que sí se conoce es que unas semanas después se produjo un segundo intento con otro globo no tripulado, realizado probablemente con tejido de seda y elevado por calentamiento de aire o gas hidrógeno. En este caso, los protagonistas de la "hazaña" fueron Manuel de los Santos, que ostentaba el rango de segundo piloto en la carrera de Indias y era ex alumno de San Telmo y José Portillo y Labaggi, catedrático de matemáticas en el mencionado centro educativo. Como mencionaba el Diario Histórico y Político de Sevilla en el número correspondiente al 10 de octubre de 1792: 
 
"El dia 4 del corriente , a las 5 y media de la tarde se dio elevación a un Globo Acreostatico en la casa inmediata al Arquillo de Manuel Sánchez, Arrabal de Triana, construido por el segundo Piloto de la carrera de Indias Don Manuel dé los Santos: Ex-Colegial del Real de S. Telmo , baxo la Dirección del segundo Catedrático de Matemáticas del dicho Colegio D. Josef Portillo, cuyo Globo vino á caer a espaldas de S. Marcos, en la huerta del Convento de Santa Isabel, y recogido por los interesados en estado de poder ser útil."
 

 
(Un pequeño inciso, ya que las hemos mencionado, recordar que las religiosas de Santa Isabel andan recabando fondos para restaurar la magnífica portada renacentista de su convento y que toda ayuda económica es bienvenida)
 

 
Retomando la narración, mil disculpas por el inciso, decir que poco o nada se sabe de dónde estaba aquel Arquillo de Manuel Sánchez, aunque algunos autores afirman que existió un Arquillo de Sánchez en la que ahora es la trianera calle Fortaleza, entre Troya y Gonzalo Segovia; de igual modo, consultando el plano de Sevilla realizado por el Asistente Olavide en 1771 se puede comprobar que en la trasera del Convento de Santa Isabel existía una extensa zona de huertas que desapareció a comienzos del siglo XX tras la operación urbanística que supuso la apertura del Pasaje Mallol que uniría las Moravias, en San Julián, con la zona del Monasterio de Santa Paula. 
 
Recuperado el globo, quizá con el permiso de las religiosas sanjuanistas que por entonces ocupaban el convento, De los Santos y Portillo no cejaron en su empeño, y pocos días después, el 8 de octubre, el aerostato surcaba de nuevo los cielos de Sevilla, aunque en este caso con bastante mala fortuna como reseñó el referido Diario: 
 
"El Globo Areostatico que se anunció en el Diario número 40 haberlo recogido en estado de poder servir, se elevó segunda vez en el mismo paraje citado, el día 3 a las seis de la tarde, por los mismos sugetos, habiendo caído en la  huerta inmediata á la de las Ranillas y habiendo podido servir otra vez  á no haberse agolpado algunas gentes, y destrozadolo hechandole capotes , y dándole con palos para detenerlo temiendo se volviese a elevar."
 
 
Podemos imaginar la sorpresa que para muchos sería contemplar este tipo de Ovnis (a fin de cuenta, lo era para ellos) y la reacción que generaría entre la población ignorante de este tipo de avances científicos, sentimientos que abarcarían desde el temor hasta la ira, como podemos comprobar. Detalle curioso, la propia Iglesia, a través de sesudos tratados, trató de analizar teológicamente si el hombre como tal estaba destinado a volar según del plan de Dios, lo que generó no pocas controversias en una ciudad como Sevilla tan propicia a debates y discusiones. 
 
A De los Santos le salió ese mismo año otro "antagonista", José Domínguez, vecino de la collación del Sagrario, en la antigua calle del Mar (actual García de Vinuesa) desde la que el 4 de noviembre elevó un nuevo globo, de diez varas de circunferencia, o lo que es lo mismo, unos ocho metros. Se calculó entonces que habría alcanzado una altura de legua y media y que su recorrido se habría detenido al cabo de recorrer tres leguas, lo que serían unos quince kilómetros, sin que la crónica mencione dónde se produjo el aterrizaje, puede que los habitantes del Aljarafe quedasen sorprendidos por el vuelo lento y majestuoso de un artefacto como aquel, y que no pocos se santiguasen buscando la protección divina ante aquella "obra del Diablo" como la denominaron algunos. Por cierto, Domínguez ya había realizado sendos intentos anteriores con escaso resultado, pues un globo finalizó su trayectoria estrellado en el Colegio de San Telmo y otro en la zona de los Cuarteles, sin que hayamos descubierto a qué lugar correspondería tal denominación.
 
 Por último, como bien analiza el profesor Almarza, en 1796, con motivo de la visita a Sevilla del rey Carlos IV, el Cabildo de la Ciudad acordó celebrar el acontecimiento con diversos agasajos y festejos, entre los que se hallaba la ascensión de un globo, en este caso tripulado por el italiano Vicenzo Lunardi, quien en tiempo récord hubo de tenerlo todo dispuesto, no en vano el acto se programó para el domingo 28 de febrero. Lunardi, con una dilatada experiencia en vuelos aerostáticos en Europa a los que ya se daba cierto carácter de espectáculo y que incluso ya había volado para la Corte en el Buen Retiro, rogó encarecidamente al Cabildo sevillano que le proporcionase toda la ayuda necesaria, logrando los servicios de varias decenas de carpinteros y peones, el transporte del globo con su vistosa góndola y todos los componente químicos para inflar el artilugio, que, se supone, se elevó desde el coso taurino de la Maestranza aquel 28 de febrero, y decimos se supone porque por desgracia, ningún cronista estimó oportuno dejar por escrito aquel acontecimiento, será que aquel día no mirarían el cielo con detenimiento... 
 
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