09 junio, 2016

Paso a dos


 Nos contaron aquesta historia una noche entre jarros de mosto, aceitunas, queso y chicharrones, que para eso no andábamos alejados de la Plaza de la Feria, famosa por sus manjares y valentones: 

 "Se cuenta que, en tiempos del buen rey Felipe el Cuarto, unos enamorados, de buena cuna y aristocráticas familias, hartos de soportar la negativa de sus progenitores, fugáronse una noche, contrayendo matrimonio con la complicidad y aquiescencia del párrroco de Omnium Sanctorum y su sacristán. 



Conchabados todos, con dos testigos aprestados para la ocasión, contrajeron nupcias, sin que el secreto fuera levantado. Prometiánselas muy felices, e incluso celebraron banquete con más íntimos deudos, donde no faltaron ni las risas ni los bailes, amén de razonables cantidades de apetitosas viandas y deliciosos vinos del Condado y el Aljarafe. 

Mas cuentan también que, encolerizadas ambas familias por tamaño desafío, una vez conocido el suceso, los apresaron y obligaron a renunciar a tan cabal matrimonio, ingresando el marido en un monasterio cartujo y ella en convento de clausura, no lejos de San Marcos. Quedó con ello tapado el escándalo y el honor en salvaguarda de tan nobiliarias casas.


 Pueden imaginarse vuesas mercedes cómo el dolor por la separación y la angustia por no saber el uno del otro causaron tan profunda tristeza que en lo sucesivo renunciaron a toda visita o contacto con sus semejantes, al heremítico modo."



Llega hasta aquí la narración, amable lector de estos pliegos. Apócrifa o no, se dice que, fallecidos al cabo de los años, todavía en aquestos tiempos que corren, pueden verse sus osamentas por la calle de la Feria, bailando como si fuera la primera danza de su convite nupcial, ora una zarabanda, ora una chacona y que quienes así los han contemplado incluso han escuchado melodías alegres que acompañan los pasos y giros de los frustados esposos...

02 junio, 2016

En los huesos...

No hace muchas fechas, realizamos interesante periplo por tierras portuguesas, en concreto allá donde desemboca el caudaloso Tajo, en la insigne Lisboa, ciudad sin duda preclara y merecedora de alabanzas por lo benigno de su clima, sus gentes y monumentos, aunque, a fuer de ser sinceros, no hallamos ni chicharrones ni observan la costumbre de servir altramuces a la hora de beber vinos o derivados de la malta y la cebada.


En ella, descubrimos interesante fundación carmelitana, mas al entrar en ella nuestra devoción e interés trocáronse en extrañeza y hasta desasosiego.


Fue al parecer el noble Nuno Álvares Pereira (canonizado al andar de los años por Su Santidad Bendicto XVI) quien en el año del Señor de 1389 realizó piadosa fundación de un monasterio advocado del Carmen en la capital portuguesa, mas sin duda tratóse de convento con regular fortuna, perteneciente a la orden dominica, ya que en el nefasto terremoto del 1 de noviembre de 1755, funesto para Lisboa y que provocó no pocos destrozos y víctimas, quedó derruido y desolado de modo espantoso, sin que hubiera mecenas o patronos dispuestos a reconstruirlo.


 Y todo ello pese a fortaleza de sus muros, como bien puede apreciarse, ya que sobrevivieron al seismo, quedando en pie como pétreas osamentas de descarnado edificio (casi poéticas palabras nos han salido, vive Dios...). 


Convertido en museo arqueológico, su iglesia se nos aparece desnuda de ornamentos y hasta de techumbre, con el cielo lisboeta como única bóveda, lo cual no deja de tener su encanto cierto.