25 enero, 2021

El príncipe fingido (I).

 

En la Sevilla de mediados del siglo XVIII, una anécdota en torno la desmedida atención prestada a un recién llegado puso de manifiesto, una vez más, cómo esa bendita ciudad suele echarse en los brazos del primer adulador foráneo sin ningún tipo de pudor, aunque luego, como veremos, no era todo oro lo que relucía... 

Corría el año de 1748. A las dos, o quizá las tres de la tarde del 26 de octubre, cruzaba el Puente de Barcas a caballo un joven no mal parecido, de ojos azules, con una cicatriz en el rostro y rubia y bien rasurada barba. Vestía a la última moda de Francia y en sus ademanes podía adivinarse una personalidad distinguida y acostumbrada a impartir órdenes. Tras atravesar el Arenal, despertando admiración a su paso por su porte, buscó alojamiento en la Posada de la Reina, en la actual calle Jimios, una de las más afamadas (y caras) de la ciudad. Allí, se dio a conocer como Príncipe de Módena, nada menos, reservando varias de las mejores estancias para él y su séquito, ante la atónita mirada de los dueños del establecimiento hostelero. Nuestro personaje había dejado al parecer su carruaje en Castilleja de la Cuesta tras un percance, y había decidido adelantarse; al día siguiente, llegó a Sevilla todo su séquito, formado por un aposentador, criados, pajes, médico, capellán y hasta un marqués y un conde, sin olvidar las cuatro literas y un enorme equipaje en baúles. 

Joven, treinta y un años, impecablemente ataviado, de modales educados y una buena bolsa que no dudaba en abrir sin reparar en gastos, no tardó en echarse a la calle aquel mismo día para familiarizarse con la ciudad, recorriendo sus calles y plazas, compartiendo con gitanos de la Puerta del Sol bizcochos y rosoli (especie de aguardiente con canela, azúcar, anís y otros ingredientes aromáticos), pasando a la noche a un bodegón trianero y terminando su debut en Sevilla con una "expedición" noctámbula entre el barrio de la Feria y la calle Cantarranas (actual Gravina), de uno de cuyos bodegones fue "rescatado" por Bernardo Molina, alguacil de la Audiencia, a eso de la una de la mañana, imaginemos que en estado no muy sobrio...

Sabedor el Asistente de su presencia en la ciudad, los rumores volaban con increíble rapidez sin necesidad de redes sociales o "wuasap", acudió a la mañana siguiente con la idea de darle la bienvenida la ciudad y presentarle sus respetos, tomándose la decisión tras la visita de cortesía de honrarle con una guardia de honor permanente con veinticinco soldados, sargento, tambor y pífanos, acorde a la alcurnia del personaje. El piquete militar rendía honores presentando armas cada vez que el Príncipe entraba o salía, de modo que el vecindario estaba de lo más distraído con tan fausta presencia y tanta revista de armas. El Asistente, además, encargó a Don José Faini, caballero de Santiago y capitán del regimiento de Caballería de Alcántara, que actuase como anfitrión y acompañante e igualmente, cedióle su carroza nueva con seis mulas para sus desplazamientos, estrenándola en la visita que realizó al Monasterio de la Cartuja, donde fue recibido bajo palio y agasajado con grandes muestras de admiración.


Algo similar comenzó a ocurrir al inicio de cada jornada, pues el aristócrata, pulcramente vestido con lujosa casaca de terciopelo celeste galoneada en oro y escudo de la Orden del Sancti Espiritus al pecho, tomó la piadosa costumbre de ir a misa al Convento de San Pablo (ahora parroquia de la Magdalena), donde al llegar y apearse de su carroza era protocoloriamente recibido, también bajo palio, por toda la comunidad de dominicos, quienes reservaban sitial para él junto al altar mayor, destacando la cuantiosa limosna que dejaba tras cada eucaristía, sin que dejasen de repicar las campanas del templo ni de tocar el órgano.

Como podemos imaginar, la presencia de nuestro porotagonista despertó grandes controversias entre todos los estamentos sociales, siempre ávidos de novedades o visitas egregias; unos, afirmaban que sí, que efectivamente se trataba del Príncipe de Módena, otros, por el contrario, que era el mismísimo hijo de Jacobo II de Inglaterra, también Príncipe, pero de Gales; no es de extrañar, pues, que nobles y autoridades literalmente se disputasen su presencia en todo tipo actos, ceremonias o banquetes. Prueba de ello fue lo acaecido el 3 de noviembre cuando el Cabildo de la Catedral, teniéndolo todo dispuesto para la visita del noble protagonista de nuestra historia, se vio sorprendido y decepcionado con la negativa de no poder acudir ante la invitación del propio Asistente de la Ciudad a una fiesta campestre en el llamado Jardín de Batista, ubicado en el Prado de Santa Justa (donde la actual estación ferroviaria). 


La gira campestre se desarrolló en un clima distendido y festivo, con numerosas viandas y caldos e incluso opípara merienda, a cuyo final, el Asistente solicitó tomar la palabra. Todos pensaron que iba a comenzar algún tipo de discurso laudatorio, pero nada más lejos, el Asistente mostró una Orden de Su Majestad el Rey en la que se le inquiría apresar al Príncipe de Módena. Como es de imaginar, la noticia cayó como un jarro de agua fría entre los presentes y demudó el rostro del joven noble; prueba de que todo estaba siguiendo un plan premeditado fue que la autoridad municipal tenía predispuesto un pelotón de infantería y cierto número de tropas de caballería rodeando el jardín donde tenía lugar la fiesta, a fin de evitar la huida del presunto delincuente, que ni opuso resistencia al ser introducido en su coche ni tampoco al ser ingresado en la celda habilitada en la Puerta de Triana, donde quedó preso junto, vigilado por un considetable retén de soldados. 

¿Qué sucedió con su séquito? Al marqués y al conde, junto con el médico personal de "Su Alteza" los llevaron a la Cárcel Real, mientras que pajes y criados dieron con sus huesos en la arzobispal. Se llevó a cabo igualmente un meticuloso registro en las habitaciones ocupadas por el grupo en la Posada de la Reina, confiscándose numerosas propiedades de nuestro protagonista. 

La ciudad quedó consternada por todo lo que estaba ocurriendo, la incertidumbre empezó a enmarañarlo todo y la sorpresa mayúscula fue la  nota dominante en aquellos días de noviembre de 1748, máxime cuando días después sucedieron hechos dignos de una novela; pero esa, esa será otra próxima historia... 

Capítulo II: aquí.

Capítulo III (y último): aquí.


18 enero, 2021

Mármoles

 

Numerosos historiadores han destacado, y la arqueología incluso lo ha corroborado con cierto número de hallazgos, que la zona más alta de Sevilla, es un decir, constituyó el germen de la población original en tiempos remotos, especie de altozano o colina natural sobre un Guadalquivir que hace dos o tres mil años poseía un curso fluvial muy diferente al actual. Hablamos de la zona concreta que abarcaría la zona más alta de la Cuesta del Rosario, el entorno de San Isidoro y San Nicolás hasta llegar a las proximidades de Abades y el tramo más alto de la llamada Cuesta del Bacalao, sin olvidar quizá la parte más elevada de Santa Cruz.

En ese sector se encuentra un calle cuyo nombre lo dice todo: Mármoles. Apelada así desde al menos el siglo XV, abarca desde la calle Aire hasta la confluencia con Federico Rubio y la Plaza de Ramón Ybarra Llosent (antes tramo perteneciente a la calle Muñoz y Pabón). Se sabe que en el siglo XVIII, tiempos del Asistente Pablo de Olavide, se denominó del Mármol, como lo atestigua un antiguo azulejo aún conservado en la calle y que con anterioridad a 1839 también se denominó de las Columnas de Hércules, nombre basado en la creencia popular que atribuía a este héroe mitológico la fundación de la ciudad y la existencia de un templo en su honor en esta calle, como veremos.

Empedrada en el siglo XVII y pavimentada con losas en el XIX, en 1940 fue adoquinada. Como curiosidad, en 1858 aún no contaba con iluminación de gas, y en los años 40 del pasado siglo XX fue finalmente dotada con iluminación eléctrica. En cuanto a edificaciones, sobresale una espléndida casa palacio del siglo XVIII en el número 12, sede desde 1984 de la galería de arte Rafael Ortiz, dedicada especialmente a jóvenes artistas en la parcela del arte contemporáneo.


A mitad de la calle, muy por debajo de su nivel, encontraremos tres poderosos y rotundos fustes de columnas, realizados en granito y que siempre han llamado la atención tanto de viandantes como de eruditos. Como afirma el profesor Carlos Márquez, se desconoce el modo en que surgieron estos fustes allá por el siglo XVI, pero en cualquier caso es de sobras sabido que en principio eran seis, y que en tiempos de Pedro I, allá por el siglo XIV, se intentó llevar uno de los fustes a los Reales Alcázares pero al quedar partido en el traslado fue enterrado en la Calle Mateos Gago, donde aún permanecería sepultado en lugar ignorado; dos de ellos fueron llevados por el Conde de Barajas a la naciente Alameda de Hércules en 1576, donde junto con dos capiteles corintios sirven de base al propio Hércules y a Julio César. Los otros tres fustes permanecieron embutidos en una edificación que finalmente fue demolida en torno a 1877 y cuyo solar fue adquirido por la municipalidad en 1886 con la idea de darles visibilidad. 

 

También merece la pena destacarse cómo en 1877 se pretendió usar estas últimas columnas reseñadas para que formasen parte de un monumento en honor a San Fernando en la Plaza Nueva, idea anterior a la actual, para lo cual el propietario del solar donde se encontraban propuso cederlas. La iniciativa del Cabildo de la ciudad perdió fuerzas tras no contar con el visto bueno de la llamada Comisión de Obras Públicas, tras lo cual la zona quedó convertida prácticamente en vertedero, con las consiguientes quejas de los vecinos sin que se haya dado nunca del todo con la “tecla” que consiga integrar estos restos en la calle.

En cualquier caso, todo parece indicar que los mencionados fustes de la calle Mármoles habrían formado parte de un conjunto perteneciente al siglo II después de Cristo, quizá  de tiempos del emperador Adriano; Las basas miden en torno a 60 centímetros en todos los casos (incluidas las de la Alameda) con la curiosidad de presentar orificios o hendidura quizá para anclaje de algún tipo de reja. En cuanto al material de los fustes, monolíticos y sin estrías, con casi 9 metros de altura cada uno, el granito, más robusto que el mármol y de mayor durabilidad, quizá hubiera procedido de la canteras que de este material se encuentran en la cercana localidad de Gerena o incluso se ha planteado la posibilidad de que fuera material de expolio traído directamente desde Itálica, aunque no ha podido demostrarse.

También sigue en tela de juicio por parte de los investigadores si esta zona concreta de la Hispalis romana formó parte del foro en tiempos republicanos, se hablaría cronológicamente por tanto de los siglos coincidentes con el nacimiento de Cristo y también en nuestros días han proseguido los estudios sobre la función del edificio. 

 

Tradicionalmente se ha dado por supuesta la dedicación religiosa como templo para el propio Hércules, una "devoción" que procedería de tiempos fenicios, y que ello, además, alimente o se alimente mejor dicho de la fundación legendaria de Sevilla por parte de Heracles, fundación que por supuesto ennoblecería a la ciudad por un origen mitológico acreditado; por otra parte, algunos arqueólogos se han desmarcado de estas teorías historicistas, sugiriendo que quizá las columnas habría servido como pórtico de un edificio de ese foro antes aludido.


11 enero, 2021

De aquellos Polvos...

 

En unos tiempos como los actuales, en las que las llamadas "fake news", o mejor dicho, los llamados bulos, infundios o patrañas de toda la vida para entendernos, surgen por todas partes, y más aún con el auge de las redes sociales, no estaría de más relatar someramente lo que sucedió en nuestra ciudad allá por el año 1630, cuando la rumorología dio paso la "certeza" y sus consecuencias. 

Sevilla seguía siendo Puerto y Puerta de Indias, gozando de una posición envidiable en la península, pero lenta y progresivamente, comenzaba a percibir los primeros síntomas de una crisis económica proveniente de la propia Corona y su política, con numerosos frentes abiertos (nos encontramos en plena Guerra de los Treinta Años) y un endeudamiento galopante. A ello había que sumar el constante temor a la llegada de todo tipo de males o calamidades, y que los índices de pobreza eran alarmantes, que se producían hambrunas por las malas cosechas y que las desigualdades sociales eran enormes. El panorama no estaba desde luego para lanzar las campanas al vuelo.

En el otoño de aquel año, se pregonó un Bando Real firmado por el monarca Felipe IV, bando que fue pregonado en los sitios de costumbre despertando la curiosidad de no pocos transeuntes, siempre ávidos de nuevas procedentes de la Corte madrileña. El documento que no hará sino acrecentar un rumor que ya circulaba, dándole, pues, carta de naturaleza: 

"Sepan todos que al Rey nuestro señor se le ha dado noticia por personas celosas del servicio de Dios y el suyo, que algunos enemigos del género humano tratan de sembrar los polvos que con tan gran rigor han causado la peste en el estado de Milán y en otros estados de aliados y amigos desta Corona, y que para este efecto vienen personas a estos reinos cuyos retratos y señas están en poder de su Majestad y Gobernador del Consejo."


 ¿Qué ocurría en Milán, entonces bajo jurisdicción hispana? En principio, se trataría de la habitual epidemia de peste, cosa bastante frecuente por otra parte por desgracia, pero en esta ocasión la situación se enrarece, se complica; surgen rumores que hablan, murmuraciones, de la presencia de supuestos agentes al servicio de naciones contrarias a España y que estarían esparciendo la enfermedad, con especial incidencia, para colmo, en el clero; ¿De qué manera actuaban aquellos "Untori", como fueron denominados? Nos lo cuenta un cronista italiano de la época, que hace suyas las habladurías: 

“Para echarse estos polvos, aderezan unas vejigas, y las ponen a modo de jeringas, y con ellas los echan a los que pasan por la calle, y luego quedan apestados y a poco tiempo muertos; y porque esto se encubre mejor debajo de hábitos largos,de que estos infernales usan, se ha prohibido que ninguno los traiga sino cortos. Estos ungüentos, y polvos, también se echan en las pilas del agua bendita, y se dice que se hacen por arte diabólica.”

Nunca mejor dicho, la historia tiene todos los ingredientes para aterrorizar a una más que ya asustada población, en principio, y luego a todo un país como el nuestro: que espías extranjeros actuasen como terroristas bacteriológicos en suelo español suponía no sólo una amenaza, sino un peligro, de modo que se le dio crédito a los rumores, de ahí la Orden de la Corona, que incluso llegó a atisbar toda una conjura encabezada por un Grande de España, el Duque de Híjar, que pretendía derrocar al Rey para beneficiar a Portugal de quién se dijo era agente doble. Como podemos apreciar, la historia comenzó a alcanzar cotas próximas casi a la histeria colectiva, donde incluso llegaron a darse casos de falsas acusaciones contra presuntos "esparcidores de polvos medionalenses".

 En Sevilla, concretamente, tras el antes aludido Bando Real, el Cabildo de la Ciudad ordenó el cierre inmediato de todas las puertas, dejando solo abiertas las del Arenal, Triana, Macarena, Carmona y el Postigo del Aceite, colocándose guardias en ellas; a los frailes Trinitarios se les encomendó custodiar la Puerta del Sol y a los Mercedarios la Puerta Real. Además, en un intento de control de la población no sevillana, el día 14 de octubre se ordenó que todos aquellos extranjeros residentes en Sevilla se presentasen y se identificasen ante los llamados Diputados de Puertas, cargo ostentado por los Caballeros Veinticuatro. La orden se mantuvo en vigor hasta diciembre, cuando la situación pareció calmarse. 

Como hemos visto, se llegó a decir incluso que había foráneos que echaban esos llamados “Polvos de Milán” en las pilas de agua bendita de las iglesias (imaginemos los bulos y rumores recorriendo las Gradas, las Plazas del Salvador, la Feria o San Francisco, con la ferviente religiosidad hispalense como telón de fondo) lo que llevó hasta a la celebración de una solemne procesión de rogativas organizada por el Cabildo catedralicio el 11 de octubre de aquel año, teniendo lugar Misa Mayor, predicando el canónigo Alonso Gómez de Rojas, comulgando todas las autoridades y estando todo el día expuesto el Santísimo Sacramento en la propia catedral, todo ello con la idea de aplacar la ira divina o que los "enemigos del género humano" cambiasen sus malignas intenciones. 

Aparte de todas estas medidas, fruto de la confusión y del miedo existentes, se inició una tremenda polémica, analizada por el profesor Sèbastien Riguet, entre afamados médicos sevillanos, con la discusión, lógicamente, centrada en la existencia o no de aquellos polvos maléficos que tantos quebraderos de cabeza estaban causando. En un bando aparecerá el doctor Francisco Marvelli de Puebla, quien llegó a publicar una disertación dedicada al Asistente el Vizconde de la Corzana, en la que advertía de los perversos efectos del veneno de Milán, entendido como caso claro de contaminación importada; le secundarán otros doctores sevillanos como Fernando de Solá, mientras que en el otro bando aparecen galenos correspondientes al mismísimo Santo Oficio como Francisco de Figueroa o Diego de Valverde Orozco. 

La sesuda controversia duró meses y pasó del terreno científico al teológico, mezclándose ambas facetas con citas de Galeno o San Pablo, sobre todo a la hora de discutir si los "polvos de Milán" perdían sus propiedades al ser esparcidos en las pilas de agua bendecida, aliñado todo con la presencia del Diablo y con el componente añadido del propio desconocimiento médico existente sobre posibles vías de contagio.¡Lo que dieron de sí aquellos rumores procedentes de Milán! 

Lentamente, los rumores fueron diluyéndose como la espuma en el mar, aunque poco podían imaginar aquellos doctores que en 1649, esta vez sí, la Peste asolaría la ciudad sin necesidad de espías o agentes, con una mortalidad inimaginable y dejando a Sevilla exánime y mermada; pero esa, esa ya es otra historia... 


04 enero, 2021

Como Reyes.

 El día 6 de enero, la Iglesia Católica conmemora la festividad en la que, como cuenta el evangelista Mateo, el Niño Jesús es adorado por unos magos llegados expresamente desde Oriente siguiendo una Estrella y como prueba de esa adoración obsequian al Niño tres elementos muy concretos: oro, incienso y mirra, símbolos de la triple categoría de Jesús como Rey, Sacerdote y Profeta. Por tanto, Epifanía significa "manifestación" y supone que Jesús se da a conocer al mundo en esta fecha. Tampoco faltan teorías que establecen que los tres reyes simbolizan o bien las tres edades del ser humano (juventud, madurez y vejez) o bien los tres continentes conocidos hasta aquel momento (Europa, Asia y África).

Ni que decir tiene que con el tiempo la celebración se ha convertido en el momento perfecto para que en muchos países, sobre todo de habla hispana o de tradición católica, los niños reciban sus regalos de manos de los Tres Reyes y que sea una jornada llena de alegría, sin olvidar la víspera con la celebración de las Cabalgatas (marcadas este año por la inevitable situación en la que nos encontramos) y los nervios de los más pequeños en una noche llena de esperanza e ilusión

A pocas hora de la llegada de Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, no está de más hacer un pequeño recorrido por algunas de sus representaciones en nuestra ciudad de Sevilla. ¿Comenzamos?

Quizá por su monumentalidad, y por encontrarse a la misma sombra de la Giralda, habría que comenzar por la llamada Puerta de los Palos, sí, esa por la que salen las cofradías en Semana Santa tras hacer Estación de Penitencia a la Catedral. Los expertos no se ponen de acuerdo en el por qué del nombre, unos afirman que se debe a las rejas de madera que la separaban del llamado Corral de los Olmos, situado entonces en la actual Plaza de la Virgen de los Reyes; otros, en cambio, sostienen que el nombre se debe a que en torno a esa puerta se almacenaba la madera necesaria para la construcción de la propia catedral. De lo que no cabe duda es de que la escena representada en el tímpano de la puerta es una Epifanía en toda regla, realizada en torno a 1520 por el escultor francés afincado en Sevilla Miguel Perrin. 

 

La composición puede leerse de izquierda a derecha, como un libro, con Baltasar en el extremo, seguido de Gaspar, tocado con sombrero, mientras que Melchor, descubierta la cabeza, se arrodilla admirado ante el Niño que aparece en brazos de María. Los tres monarcas aparecen ataviados con ropas que podrían ser viaje, incluso Gaspar va armado con una espada y Baltasar porta turbante. En actitud sorprendida, no lo olvidemos, San José contempla la escena, mientras al fondo, abigarrado, se distingue al séquito de los Magos de Oriente, en el que no falta ni un camello. 


 Abandonando la capital, nos dirigimos a Santiponce, al Monasterio de San Isidoro del Campo, fundación de origen cisterciense y luego jerónima, siempre bajo los auspicios de la Casa de los Guzmán, fundadores y mecenas del Monasterio desde sus comienzos allá por 1301, nada menos. Precisamente para los fundadores Alonso Pérez de Guzmán, héroe de Tarifa, y su esposa María Alonso Coronel realizará dos sepulcros el escultor Juan Martínez Montañés en el siglo XVII, representando a ambos con clásica serenidad en sus semblantes. ¿Y los Reyes Magos? están más que presentes en la escena de la Epifanía que figura en el retablo realizado por el mismo autor entre 1609 y 1613. 

 

En este caso, la composición parece descender de arriba a abajo y con dos ejes verticales, como si fuesen dos columas, el primero nos llevaría desde Baltasar, Gaspar a Melchor, ya arrodillado, y el segundo desde San José (con un enorme parecido con Nuestro Padre Jesús de la Pasión, ahora que se preparan sus cultos solemnes) hasta el Niño, pasando por la Virgen María.Todo un acierto por parte del llamado "dios de la madera". El tratamiento de los ropajes, el estudio de los rostros y la actitud de los personajes nos dan idea de la capacidad creativa del autor, así como de cómo contó con la ayuda de artistas tan importantes como el pintor sanluqueño Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, en la labor de policromar las esculturas. 

Para finalizar, regresamos a Sevilla y como curiosidad, accederemos al Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses, antiguo noviciado jesuita. Dejando a un lado la magnífica iglesia principal con su interesante cripta visitable tras reciente restauración, encontraremos a Sus Majestades en la Capilla Doméstica, recinto plenamente barroco, con abundancia de reliquias, en el que intervinieron figuras tan importantes del panorama artístico sevillano del siglo XVIII como Duque Cornejo, Domingo Martínez o Lucas Valdés. 

 

 Sin embargo, desconocemos el autor de la serie de pinturas sobre cobre relativas a la vida de la Virgen, de origen flamenco y que a modo de catequesis rodean todo el recinto. En esta ocasión la escena tiene lugar al aire libre, con unas ruinas clásicas a la derecha, aunque vuelve a darse el detalle de cómo puede leerse a manera de libro, de izquierda a derecha como comentamos antes. Llama la atención el rojo del manto con armiño del rey Gaspar, escoltado por un paje, así como la luminosidad que brota del conjunto de la Virgen con el Niño.