30 octubre, 2023

Amores y Amargura. Un pasaje y una calle.

Tras nuestro anterior periplo por la Plaza de los Carros, en plena calle Feria, en esta ocasión no dejamos la zona para acercarnos a una calle con nombre cofradiero, siempre comercial y, de paso, por un pasaje perpendicular a ella que bien podría sonar a nombre romántico; pero como siempre, vayamos por partes.

Foto Reyes de Escalona. 

Entre la Plaza de Calderón de la Barca y la calle Relator, la Calle Amargura transcurre con un trazado levemente curvo y que se ensancha en la zona más próxima a San Basilio. La primera vez en la que aparece el nombre de Amargura, al menos así lo indican los expertos en "callejeo", es en un documento datado en 1697, en el Plano de Olavide de 1771 se denomina Calle de la Amargura y para más inri, se desconoce el motivo de tan evocador nombre, ¿Tendrá algo que ver con la bella dolorosa de San Juan de la Palma?

Una excavación arqueológica realizada en el número 5 de la calle por Gregorio Manuel Mora Vicente permitió descubrir, en el estrato más antiguo, los restos de un almacén y una necrópolis de la etapa romana de los siglos I-II d. C., aunque luego la zona parece deshabitada hasta ya el siglo XII, en el que se localizó un edificio con patios y pozo central. Por lo que se ve, estamos en un sector con altibajos poblacionales a lo largo de la historia, hasta que ya en torno al XVI esta zona queda fijada urbanísticamente como vía de acceso a la calle Feria para comerciantes y compradores del mercado. 

Que en ella hubo corrales de vecinos lo demuestra un recorte de prensa del Noticiero Sevillano del 10 de marzo de 1897:

"En la casa de vecinos de la calle Amargura número 1, dio comienzo anoche una misión del reverendo padre Mazuelos de la Compañía de Jesús. Los vecinos del barrio llenaban por completo el patio de la casa, escuchando con mucha atención la fácil y elocuente palabra del jesuita"

En la actualidad es peatonal, pero durante años circularon por ella carromatos y carruajes, muchos de ellos cargados con las frutas y verduras procedentes de las huertas de la zona de la Macarena y con destino al conocido Mercado de la Feria, de ahí que hasta 1925 en esta calle se colocasen no pocos vendedores ambulantes de estos productos, generando las protestas vecinales hasta que en ese año fueron integrados con motivo de la ampliación del cercano Mercado de Abastos. Prueba de la venta de productos alimenticios en no muy buenas condiciones higiénicas es este suelto de abril de 1922 en El Liberal:

"Por el Veterinario de servicio en el Barranco han sido decomisados 380 kilos de pescado que no reunían condiciones para el consumo. También han sido decomisados por el veterinario 16 kilos de pescado en la calle Regina y 18 kilos, más una barrica de sardinas, en dos puestos de la calle Amargura".
Indicar, que el Barranco, junto al Puente de Triana, para quienes desconozcan su historia, era entonces Lonja de Pescado, perviviendo su uso hasta 1971, cuando se trasladó a las nuevas naves de Merca Sevilla.

El comercio, el pequeño comercio, es protagonista en esta calle, donde siempre han existido pequeñas tiendas que, además de con sus escaparates, han usado la propia vía para exponer sus mercancías a la vista de los viandantes, a lo que habría que sumar la cantidad de puestecillos que durante años dieron a esta zona carácter popular y pintoresco. Mención especial para "La Única", clásico supermercado de barrio que lleva años vendiendo comestibles y para "La Cigüeña", tienda de confecciones fundada en 1943.

Foto Reyes de Escalona. 

En 1910 se abrió en uno de sus costados, justo enfrente del número 9,  el llamado Pasaje de Amores, que podría tener resonancias románticas, qué duda cabe, que termina en la calle San Basilio, pero que, que lleva este nombre por una razón más prosaica, en honor a Manuel Amores Domínguez, propietario del edificio que, una vez derribado, dio lugar a un solar que permitió abrir este pasaje, techado en su arranque, que carece de edificios significativos o de comercios reseñables, de no ser por la utilidad que plantea en días semanasanteros para callejear evitando el tránsito por Relator, tal como dejó reseñado el profesor y escritor Carlos Colón en sus artículos encabezados con el nombre de este Pasaje como título.

Anuncio en la prensa local. 1913.

Además, este Pasaje tiene cosas en común como los cercanos de Valvanera, Mallol, o González Quijano o los de Vila y Andreu en el barrio de Santa Cruz; como se afirma en la publicación Guía del Paisaje Histórico de Sevilla (2015): 

"Una de las grandes aportaciones a la tipología de la vivienda es el pasaje, que debe entenderse como una evolución más compleja del corral y de la casa de vecinos. Entronca tradición con modernidad saneando los interiores de grandes parcelas por medio del trazado de una  nueva calle interior. Este tipo de construcción garantizaba la intimidad necesaria para la vida colectiva de los usuarios de las viviendas. Diseñadas para las clases populares y el proletariado, se concentraron en el norte de la ciudad."

El cronista Álvarez Benavides en "Explicación del Plano de Sevilla" de 1874, menciona algunos datos sobre la actividad profesional de un señor Amores que probablemente fuera padre o familiar cercado de quien da el nombre al pasaje, al indicar que:

"El único establecimiento notable que se halla en la calle de la Amargura es: Núm 12 (7 antiguo) Almacén de vinos propiedad de D. Manuel Amores y Pérez. Cuenta esta casas más de treinta y seis años establecida, y en ella se halla un gran surtido de la mejor calidad, procedente de las conocidas y reputadas bodegas que dicho señor posee en Villanueva del Ariscal".

Aparte de esta Vinatería de Amores, hay que reseñar un taller de afilar, en el número 10, la sociedad de albañiles que tuvo allí su local y la taberna Casa Bracho, que estaba en la esquina de la calle, y en la que el gremio de panaderos, allá por 1932, fijó su sede en enero tras el cierre de su centro social de la calle Peral 34. 

Diario "El Liberal". 24 de enero de 1932.

Curiosamente, hemos encontrado una reseña periodística que habla de un incendio acaecido en la calle Amargura y gracias a ella hemos conocido un poco mejor qué tipo de tiendas existían en la calle allá por el 5 de enero de 1913, aparte de algunas peculiaridades:

"En las primeras horas de la noche anterior se inició un voraz incendio en una tienda de comestibles establecida en la planta baja de la casa número 13 de la calle Amargura. La finca es propiedad de Don Manuel Amores y la industria de don Agustín Medina. Los primeros en notar el fuego fueron los vecinos de la casa próxima, que vieron que, obstante estar cerrado el establecimiento, por ser domingo, salía gran cantidad de humo por debajo de aquél." 

La crónica destaca, de manera especial, el papel de los serenos, que apenas supieron del incendio, pasaron aviso a la cercana parroquia de Omnium Sanctorum, cuyas campanas tocaron a rebato en señal de fuego, y al poco rato lo hicieron las demás parroquias próximas, siguiendo una costumbre que era entonces más que habitual a fin de avisar a los feligreses de la necesidad de acudir a sofocar las llamas y de prevenirles del peligro, con lo cual, como resultado, casi todo el mundo se echaba a la calle, bien para colaborar en las tareas de extinción, bien para ser meros espectadores del suceso.

El incendio alcanzó por momentos gran virulencia, amenazando con propagarse a una barbería y un taller de plancha que en la citada casa tenían establecidos Juan Aguilar y Carmen Cano. Ambos, que se encontraban ausentes, se personaron inmediatamente, sacando a la calle, auxiliados de varios vecinos, todos los muebles, llegando a sufrir un síncope una señora que habitaba en el piso superior, siendo auxiliada por vecinas de la zona.  Pocos minutos después llegaba la brigada de bomberos al mando del capataz señor Espejo, que se dispuso a apagar el incendio, aunque primero la Guardia Civil y la Policía Municipal tuvieron que acordonar la zona para evitar daños en la gran cantidad de personas que se hallaban allí. Poco más se supo de las causas del siniestro, destacando la prensa que las autoridades judiciales carecían de pruebas o indicios y que las pérdidas económicas se estimaban en torno a unas 10.000 pesetas de la época.

Aunque no forme parte de la propia calle, siempre habrá que  mencionar, por su cercanía, la presencia del Palacio de los Marqueses de la Algaba, fundación de la familia Guzmán allá por el siglo XV, corral de vecinos y hasta teatro en sus tiempos y ahora convertido en dependencias municipales y sede del Centro Múdejar, testigo del devenir del barrio a lo largo de los siglos, como el famoso Motín de la Feria de 1652, iniciado en esa misma plaza, pero esa, esa ya es otra historia.

16 octubre, 2023

Plaza de los Carros.

Cementerio, mercado, escenario al paso de cofradías, hoy, en Hispalensia nos vamos a conocer una Plaza muy especial; pero como siempre, vayamos por partes.


En 1304 la plaza de Monte Sión, que éste es su actual apelativo, se llamaba del Caño Quebrado, en alusión a que bajo ella pasaba una de las tuberías que desaguaban en la zona de la Alameda, entonces insalubre laguna; el nombre abarcará, con el tiempo, no sólo a la plaza, sino a calles adyacentes o incluso al barrio, hasta que en 1845 con la reforma municipal de calles y plazas, se decidió rotularla con el de Plaza de los Maldonados, fruto de la presencia en ella de las casas de este linaje sevillano, propietario del Condado del Águila. El palacio, que contaba con vistoso mirador,  fue derribado hace ya algunos años, siendo construido en su lugar un edificio de viviendas denominado "Núcleo Montesión", que ahora acoge en sus bajos un supermercado y las inevitables viviendas turísticas. En 1960 fue llamada Plaza de Monte Sión en honor a la Hermandad del mismo nombre cuya capilla preside la plaza, aunque una parte más alejada mantendrá el de Maldonados. Por cierto, pese a tanto nombre siempre será para muchos la Plaza de los Carros, en recuerdo a una parada de estos vehículos existente en la plaza antiguamente.

"Sevilla", Diario de la Tarde, 17 de octubre de 1961.

El área de la plaza en cuestión ha sido modificada con el paso de los siglos, pues todavía en el siglo XIX presentaba un saliente a la altura de la antigua calle Bancaleros, ahora González Cuadrado, e incluso hay constancia en el siglo XV de que poseyó todo un anillo de soportales rodeándola, lo que ocasionó constantes y molestos pleitos entre los propietarios de esos edificios y la autoridad municipal, hasta que finalmente desaparecieron en el siglo XIX. Quizá esos pintorescos soportales (que eran muy frecuentes en la época en otros lugares como la calle San Jacinto, la Plaza de los Terceros o la propia de San Francisco) servían como refugio para vendedores y tenderos, por lo que no es de extrañar que la Plaza se llamase también en otras etapas también de los Trapos, ¿Por la presencia de ropavejeros?

En época medieval hubo allí importante carnicería con cuatro puestos de venta allá por 1505, que estuvieron funcionando hasta bien entrado el siglo XIX; además un documento datado en 1454 indicaba que era lugar para que en él se colocasen mujeres para vender todo tipo de productos al por menor, las llamadas también "regatonas". Los fabricantes de sayal, tela basta de lana muy empleada en hábitos religiosos, vivían también en la zona, pues en 1714 veintidós de ellos, pertenecientes al gremio, vivían en el Caño Quebrado, al igual que algunos carpinteros. Contó también con botica y barbería, de modo y manera que vino a ser, salvando las distancias, todo un "Centro Comercial" al aire libre.

Empedrada primitivamente, en 1906 fue adoquinada, en torno a 1970 fue asfaltada y hace escasos meses fue reurbanizada de nuevo con bancos, adoquines y árboles, aunque según los vecinos no los suficientes, además de parcialmente peatonalizada, para contento de los establecimientos de hostelería allí enclavados. 


Porque lo que de verdad hace revivir a esta plaza (con permiso de la imprescindible y clásica Taberna Vizcaíno, fundada en 1929), aparte de la tarde del Jueves Santo y la mañana del Viernes, es el popular y conocido mercadillo de El Jueves, que asienta sus reales en ella cada semana y sigue siendo considerado como uno de los mercados callejeros más antiguos de Europa, por lo que no debe extrañar que durante siglos, como hemos comentado, existieran tiendas de objetos antiguos o de segunda mano, así como libros o ropa. El Jueves es día y lugar de tratos, de regateos, de rebuscar, para coleccionistas, curiosos o simples paseantes. Tampoco podemos olvidar la "vida nocturna" que mantuvo la plaza, personalizada en el local Viña Blanca, que pasó de ser bar o taberna a convertirse en cabaret y se mantuvo abierto con actuaciones en directo, bailes y demás hasta finales de los años ochenta.

Anuncio en Prensa. Año 1961.

Algo que durante siglos estuvo más que presente fue el antes aludido colector de aguas que se dirigía a la Alameda, por lo que son más que habituales las quejas del vecindario por los malos olores y por la frecuentes roturas que experimentaba, de ahí lo de Caño Quebrado, encharcando la plaza de aguas nauseabundas que a buen seguro serían foco de infecciones. En 1784, Cándido María Trigueros, autor del libro La Riada escribía así de este sector:

"Una de las más perniciosas resultas de la inundación es el rebosar de los pozos y llenarse la Ciudad de agua filtrada por otros conductos, lo cual no puede dejar de causar los mayores perjuicios en las casas, cuyos cimientos se reblandecen; ya se han resentido muchas sin haber sido inundadas, por la flaqueza que ha causado en éstos la filtración inferior. En algunos barrios, especialmente en la Feria y Caño Quebrado, mana continuamente tanta agua, que puede junta formar un riachuelo."


Como curiosidad, el conocido poeta y cantor de la Inmaculada Miguel Cid, vivió en este Caño Quebrado antes de mudarse a la collación del Salvador e incluso lo hizo presente en alguna de sus composiciones, como ésta en la que alaba el paso de la procesión del Corpus por su casa: 

"Arroyo que habéis manado
de allá de la eterna fuente,
¿Cómo hoy vuestra corriente
Pasa por Caño Quebrado?
Un caño nos quebró Adán
Por do la gracia corrió;
Mas Dios el caño soldó
con un bocado de pan.
Corre el arroyo sagrado
hoy por el caño del suelo
y hoy toda la corte y cielo
está en el Caño Quebrado."

 La Plaza de los Carros quedó retratada en la en su tiempo controvertida novela de Alfonso Grosso El Capirote (1964), ejemplo de texto con denuncia social en pro de los trabajadores que narra la dureza de la vida y las penurias de un jornalero enfermo de tuberculosis que terminará sus días como costalero asalariado:

"Sólo le preocupada ahora su gesto cansino, el sonido de su tos, su voz que había cambiado, y su acento y su trabajo eventual de una semana en las regolas y la tercera en la carga y descarga del muelle, o, peor aún, en nada que consumiera su jornada, sino al quiebro de los chapuces, esperando en la Plaza de los Carros o en la del Pumarejo el cuarto de jornal por ayudar a descargar un motocarro, o desmontar un camión de harina, o arrastrar en el matadero las pieles de las reses y amontonarlas y pesarlas para los contratadores, o auxiliar en el Mercado Central o en la Lonja del Pescado a los subastadores."

La gran epidemia de Peste que asoló Sevilla en el inverno y primavera de 1649 ocasionó que, llenas las iglesias de cadáveres, hubiera de recurrirse a las plaza públicas como improvisados cementerios; tal fue el caso del sector de la Plaza de los Carros más cercano a la calle Laurel, donde se colocó como recuerdo una humilde cruz de madera. No tardó en congregarse en torno a ella un grupo de fieles, fundándose una Hermandad para rendirle culto en 1656, quienes costearon una nueva cruz de forja en la que aparecía, y aparece porque se conserva, la inscripción: "IMPLENTA SVNT QUARE CONCINIT FIDELIS CARMINE DICENS, IN NATIONIBUS REGNA VITA A LIGNO DEUS", o lo que es lo mismo: "Se ha cumplido lo que David cantó en verso fiel diciendo, Dios reinó desde la cruz en todas las naciones". Un azulejo, colocado en 2006, recuerda que esta cruz fue, andando los años, el germen de la actual Hermandad de la Soledad de San Buenaventura, y una copia de este emblema, convertido en Cruz de Guía, encabeza a la cofradía cada tarde de Viernes Santo, pero esa, esa ya es otra historia.

Foto: Reyes de Escalona

09 octubre, 2023

El Padre "Verita".

Esta semana, tras el interés despertado por Fran Antonio de Lagama, el fraile bandolero, nos vamos a centrar en otro religioso, pero con perfil diferente. Apuesto y gallardo en su juventud, con un prometedor futuro al decir de las crónicas, viajero y con suficiente formación para alcanzar un nivel de vida bastante alto, prefirió el áspero hábito de franciscano cupuchino, la predicación y el compromiso por los demás; de él se conserva aún una pintura en su convento y toda una colección de documentos históricos de enorme valor para el estudio de la Guerra de Independencia. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Joaquín María Caravallo y de Vera habría nacido en Sevilla el 16 de agosto de 1766, en el seno de una familia de comerciantes. Siguiendo las instrucciones de su devota madre, en 1777 comenzó los estudios en el Colegio de Santo Tomás junto con su hermano Juan, logrando el grado de Licenciado en Filosofía en la Hispalense, pero un súbito e inexplicable cambio de opinión hará que indique a sus padres el deseo de ver mundo y formarse, de manera que el 13 de abril de 1786 embarcará rumbo a México, quizá para conocer el oficio mercantil de su padre. 

Un cronista contemporáneo a él lo describió de este modo: "cuerpo recto, rostro hermoso, tez muy blanca, ojos negros, rasgados en muy buena proporción; nariz y boca sin imperfección, su modo de reír muy gracioso, y en todo el conjunto le hacía muy bien parecido".

Llegado a México, durante su estancia allí comenzó la costumbre de llevar un pormenorizado y concienzudo diario de sus actividades, sin olvidar hasta estadísticas sobre natalidad o mortalidad de la población, algo que le marcaría de por vida. Los ruegos de su madre por la enfermedad paterna desde España harán que regrese, desembarcando en Cádiz el 28 de mayo de 1788, como ha constatado la profesora Freire López. También en la vida de Joaquín habrá otro regreso por aquellos años: el de la vida académica, pues logrará el título de Maestro en Artes por la Universidad de Sevilla, que correspondería al grado de Doctor.

Un incidente, o accidente, la caída desde su enjaezado caballo, mientras participaba en un vistoso desfile con ocasión de la proclamación como rey de Carlos IV, será para él una especie de mística revelación para abandonar una vida de vanidades y lujos y decidir optar por la dura vida religiosa en comunidad. Permanecerá durante cierto tiempo con los filipenses y los cartujos, pero se decidirá finalmente por el Convento de Santa Justa y Rufina, de padres capuchinos, ingresando en la Orden con la oposición de su familia, que veía en él una prometedora carrera como continuador de los negocios familiares.

El 5 de enero de 1790 toma los hábitos y cambia su nombre; desde entonces será fray Salvador Joaquín de Sevilla. Desde el primer momento hará gala de una proverbial humildad y especial devoción a la Virgen María y al sacramento del Bautismo, pero no por ser capuchino abandonará viejas costumbres, ya que llevará por escrito hasta los bautismos celebrados por él (más de siete mil). Ferviente devoto de la Divina Pastora de Capuchinos, se conservan unas coplas suyas dedicadas a ella, cuyo estribillo final dice así:

No te vayas, Madre,
No, dulce Pastora,
Que tu grey se queda
Sin tí, triste y sola.

Estudió Teología en Jerez de la Frontera y a su regreso al convento de capuchinos y dadas sus cualidades oratorias fue ascendido al puesto Predicador, cargo en el que se entregó en cuerpo y alma ya que poco a poco su figura comenzó a hacerse familiar para todos. Velázquez y Sánchez en sus Anales de Sevilla lo describió de este modo: 

"Viéndosele de contínuo en el hogar aristocrático y en el mísero albergue, ministro fiel de una religión de fraternidad entre los hombres. Grave sin afectación y sencillo sin bajeza, excusaba toda conversación en que se aludiera al crédito de sus misiones apostólicas, al cariño filial que le profesaban los admiradores de su mérito, ni a sus antecedentes en la vida social".

No rehuirá el contacto con los enfermos como cuando estalla la epidemia de Fiebre Amarilla de 1800, durante la cual llegó a contagiarse y a partir de la misma su presencia podrá notarse en todas las zonas de la ciudad, pues lo mismo frecuentaba el famoso Puesto de Agua de Tomares, que ya comentamos en cierta ocasión, que acudía a predicar a los Humeros o la Puerta de Córdoba o que podía vérsele por los caminos para atender a enfermos o moribundos ganándose el cariño de muchos y el apelativo de "Padre Verita". 

 
Su otra faceta, la de culto erudito, se vio alimentada al hacerse cargo de la biblioteca del convento capuchino; dotado de una memoria prodigiosa, meticuloso y detallista, ejercía como consejero de sus hermanos frailes cuando acudían a él para solicitarle bibliografía para componer sermones y homilías, orientándoles sobre qué autor o qué obra emplear. Quizá por todo ello, fue también nombrado Procurador de la causa de beatificación de fray Diego José de Cádiz, a quien había tenido la fortuna de conocer, tanto que, curiosamente, el propio Fray Diego pronunció en 1800 un sermón "De acción de gracias a mi seráfico Padre San Francisco, por haberse librado de ahogarse en un pozo de la Cartuja, donde cayó el Padre Fray Salvador Joaquín de Sevilla, conocido vulgaremente por el Padre Verita". Dedicado con pulcritud a recopilar cuantos textos escritos se conservasen de fray Diego, su empeño sirvió para organizar todo el expediente previo para la beatificación. 
 
Igualmente, la invasión francesa de 1808 sirvió al Padre Verita para dar rienda suelta a su faceta como escritor (se ve que tenía tiempo para todo), redactando dos obras, una de ellas en verso, de carácter patriótico contra las tropas napoleónicas, aquellas que terminarían por expoliar los Murillos que colgaban en la iglesia de su convento. Siguiendo con este tema "napoleónico", en el Instituto de Historia y Cultura Militar del Ministerio de Defensa en Madrid, se conserva la llamada "Colección del Fraile", consistente en un conjunto de documentos, periódicos, proclamas, edictos, gacetas, carteles, sermones, y demás escritos de la etapa de la invasión francesa, colección que fue iniciada por Juan, el hermano de Fray Salvador fallecido en 1816 y continuada por él más tarde, llegando finalmente a manos del Ministerio de la Guerra en 1853. En la actualidad, se considera como uno de los fondos documentales más interesantes para conocer la vida cotidiana de la España de la Guerra de Independencia contra Francia.

El 13 de septiembre de 1830, fallecía "con grande opinión y olor de santidad" el Padre "Verita", a la edad de 64 años y 39 de pertenencia a la orden capuchina siendo multitud de fieles la que acudió a su velatorio y funeral en el convento, aunque Álvarez Benavides afirma que murió en una casa de la calle Francos 26, donde habría vivido durante su enfermedad; desconocemos las causas de su muerte, aunque algunos autores mencionan un fuerte golpe recibido mientras celebraba la Eucaristía en el convento de San Pablo.  Por cierto, el Padre "Verita" pasó a la historia, según sus propias cuentas, por haber regalado más de doscientos mil rosarios, cifra difícil de superar, pero esa, esa ya es otra historia. 

02 octubre, 2023

Cerrajería, o la calle de los "Tiznados".

En esta ocasión nos vamos a dar un paseo por una céntrica calle sevillana, de las de toda la vida, en la que el comercio y los gremios han estado presentes desde siempre, que tuvo hace muchos años el mismo especial protagonismo en Semana Santa que en la actualidad cuando llega el Corpus y su procesión, tradicionalmente entoldada en los calurosos meses de verano (y otoño) y que alberga alguno de los edificios más destacados del estilo regionalista; pero como siempre, vayamos por partes. 

Entre Sierpes y Cuna, casi en la intersección con Rioja, la calle Cerrajería es uno de los puntos urbanos de más actividad en el centro histórico de Sevilla, un trajín comercial que casi podríamos decir ha estado siempre ahí, desde sus orígenes. Un apunte, no confundir esta calle con la plaza de la Cerrajería, donde estaba la famosa cruz que actualmente preside la plaza de Santa Cruz en el barrio del mismo nombre, dicha plaza, de reducido espacio, supondría ahora el arranque de la calle Rioja con Sierpes, donde existe en la actualidad un quiosco.

Foto: Reyes de Escalona. 

Lo curioso es que a mediados del siglo XV recibía el nombre de Arqueros, se dice que por vivir en ella gentes que tenían esa condición, quizá descendientes de los que acompañaron a Fernando III en la conquista de la ciudad allá por 1248, pero ya en pleno siglo XVI tomó la actual denominación de Cerrajería en honor a este gremio; allí moraban no pocos de sus miembros, de hecho, el historiador José Gestoso, tantas veces citado en estas páginas, descubrió nombres como los de Martín de Oña, Agustín Pérez, Diego Rodríguez o Juan de Salas, vecinos todos ellos de la calle en los siglos XVI y XVII y expertos artesanos en realizar llaves, candados o cerraduras. 

Las Ordenanzas del Gremio que se conservan, de 1502, estipulan su organización, cargos, formación y hechura de las obras salidas de los talleres, pero lo verdaderamente interesante es un párrafo en el que las normas son bastante claras en lo referente a la turbia y secreta relación, a  veces, entre cerrajeros y delincuentes, pero será mejor que ellas mismas lo cuenten: 

"Por cuanto muchas veces acaece, que muchas personas van a los maestros cerrajeros y a sus obreros y les llevan las figuras de llaves imprimidas en cera o en masa y les ruegan que les fagan llaves de aquella misma forma, prometiéndoles por ello mucha cantidad de maravedís, lo cual notoriamente paresce que las dichas llaves se mandan facer escondidamente de aquella forma para abrir puertas y cerraduras ajenas y hacer muchos delictos de hurtos y otras cosas muy dañosas y peligrosas; por ende, por evitar los dichos inconvenientes, ordenamos y mandamos que de aquí en adelante ningún oficial  ni obrero del dicho oficio de cerrajero no faga llave alguna a persona que la traiga imprimida en la dicha cera o masa, salvo si no trajese la dicha llave o cerradura para que le sea fecha por aquella y el que lo contrario de lo susodicho fiziere incurra en pena de dos mil maravedís y sean dados cien azotes públicamente por esta ciudad, como persona que da consejo y favor para fazer hurtos y otros delictos".

No fueron los cerrajeros los únicos en residir en esta calle, merece la pena nombrar también, entre los antes aludidos siglos, al armero Alonso Gómez que vivía arrendando la vivienda al Cabildo de la Catedral, al bordador Sebastián Gerónimo Delgado, al latonero Francisco de la Barrera o al cuchillero Juan Alvo. Como se ve, la calle debió ser desde siempre populosa y llena del trajín de carromatos y carruajes, y puede que en esa época fuese cuando recibió el nombre de calle de los Tiznados como recogió Santiago Montoto; ¿Quizá por la actividad de los cerrajeros entre humos y hollines? Entre 1911 y 1938 se denominó Pi y Margall en recuerdo al político y presidente de la I República Española. 

Anuncio en el Diario El Porvenir. Año 1900.

Dada su ubicación, fue escenario de la colocación de arcos triunfales por la canonización de San Fernando en 1630, y también paso de procesiones de Semana Santa, Corpus o extraordinarias, como las que tuvieron lugar por la muerte de Carlos II, por rogativas para la lluvia e incluso en 1880 se colocó un tribunal en la esquina con Sierpes a fin de controlar el tránsito de las cofradías y solventar conflictos horarios entre las mismas, ya que ese punto era entonces el arranque de lo que sería Carrera Oficial y a veces las cosas terminaban "a farolazos", nunca mejor dicho. Si no nos equivocamos, la única cofradía que ha estado pasando por Cerrajería ha sido la del Valle, cuando en siglos pasados eran muchas las que alcanzaban Sierpes por este sector.

El papel de la calle como sede de tiendas y comercios es algo casi paralelo, como hemos visto, a la existencia de la calle. Por poner algunos ejemplos en este sentido, en 1865 y en el número 4, estaba el "Establecimiento de quincalla y otros efectos de utilidad y ornato Las Tres B.B.B.", que se publicitaba afirmando que:

"Las Tres B. B. B. se han distinguido en este ramo, hace mucho tiempo, por la baratura tan reconocida por la totalidad de los compradores. La buena calidad de los géneros y la verdad en los precios han hecho merecer la confianza del público, aumentando su consumo, cada día más importante. Recomendamos este establecimiento por su especialidad, lo mismo al mundo elegante que al más honesto proletario".

Álvarez Benavides narraba cómo abundaban los negocios de ferretería, abanicos, menaje, mármoles, litografía, porcelanas, cristalerías, armerías, mereciendo la pena destacar cómo, allá por 1874 estaba en el número 3 de la calle la "Gran Tintorería a vapor" de Juan Tastét e Hijos, que poseía talleres en la calle Mendigorría y en el número 25 y 27 la Fábrica de Fideos de todas clases propiedad de Don José Galin "el más antiguo de su clase de cuantos se hallan en esta población, pues cuenta ya con más de sesenta años en el mismo punto que hoy existe"

Publicidad en el diario "El Liberal". 1926.

El edificio más llamativo de la calle, esquina con Cuna, es sin duda el construido por José Espiau entre 1912 y 1914 para Luciano S. Vélez, bajo pautas neomudéjares o platerescas. En principio concebido como espacio para viviendas, una reforma posterior lo convirtió en el famoso "Almacén de Tejidos y Novedades Ciudad de Londres", dentro de un estilo regionalista en los que toman protagonismo materiales como el ladrillo, la forja, la azulejería o el mármol y se combinan con ideas procedentes del pasado, con modelos como el Palacio de las Dueñas o los Reales Alcázares. En 2014 fue adquirido por una conocida marca de trajes de novia, que reformó su interior. 

En tiempos más recientes, si seguimos a la profesora López Rioja en su libro La Tienda Tradicional Sevillana, destacó el desaparecido establecimiento de comestibles de Los Tres Leones "Mantequería y Ultramarinos Finos", que recordamos haber visitado y que respondía a la razón social "Viuda de A. Gómez y Sainz de la Maza"; dedicada a productos de la sierra, conservas y comestibles, se hizo muy popular por la ingeniosa publicidad en verso (ahora poco saludable) que podía leerse en su escaparate, y que algunos recordarán como "Nadie se pone malo si come chorizo de Cantimpalo" o "La buena alimentación empieza por el morcón".

Del mismo modo, podría recordarse el establecimiento de perfumería, bolsos y géneros de punto "Arancón", en los números 19 y 21, propiedad, al menos en 1992, de Don Nicanor Arancón, quien la habría fundado en 1940 en el lugar en el que con anterioridad existía ya una perfumería llamada "Galíndez". Curiosamente, el domingo 15 de octubre de 1961, tras una misa en la capilla de la Hermandad de Montserrat fueron bendecidos por el obispo auxiliar Monseñor Cirarda los salones del llamado "Centro Catalán", presidido por José María Colomer y situado en la calle Cerrajería y ya para casi terminar, no podemos olvidar que un lateral de la popular confitería Ochoa, fundada hace más de un siglo con el nombre de "Granja Victoria" da a Cerrajería o el no menos famoso y desaparecido salón de juegos recreativos "Las Vegas", ahora convertido en hotel, pero esa, esa ya es otra historia.

Post scriptum: publicado y difundido ya este post, un amable lector nos ha recordado un establecimiento que se fundó en el número 8 (más tarde pasó al 9) de la calle Cerrajería hace ya la friolera de ciento veinticinco años. Era 1898 cuando Domingo Queraltó Horta fundaba el Bazar La Estrella Roja, germen de la conocida ortopedia que aún pervive en nuestros días.

Anuncio en el diario "El Liberal". 1911.