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01 julio, 2024

Leones hispalenses.

Animal de noble belleza, temido y admirado, Rey del Mundo Animal y especie ahora protegida, en esta ocasión vamos a centrarnos en un hermoso felino y su presencia, nada menos que en Sevilla, porque ¿Hubo leones en nuestra ciudad? Como siempre, vayamos por partes. 

 

Dejando a un lado su nombre científico, "Panthera Leo", nos referimos concretamente a un mamífero carnívoro de las familia de los félidos, una especie que hace miles de años pobló gran parte del planeta, y que era la segunda más numerosa, con permiso de la especie humana. Animal sociable, vive en manadas, en las que las hembras, que  pueden llegar a vivir hasta catorce años, mantienen una relación familiar con sus crías y un grupo reducido de machos. Como buen depredador, el león es cazador por naturaleza, capturando sus presas mediante trabajo coordinado de varios miembros de la manada, dedicando la mayor parte del día al descanso.

San Jerónimo en su gabinete. Alberto Durero. 1471-1528.

Históricamente, depositario de fuerza y fiereza, ha servido como símbolo y encarnación de dioses diversos en muchas civilizaciones, siendo considerado animal sagrado para griegos y romanos, quienes honran en sus textos míticos al León de Nemea, derrotado por el semidiós Hércules (el de nuestra Alameda, donde en dos columnas aparecen sendos leones también) quien se quedará con la piel de dicho animal como trofeo. En el Antiguo Testamento, personajes bíblicos como Sansón, David o Daniel habrán de vérselas con leones, mientras que en el Cristianismo, Jesucristo será considerado "León de la tribu de Judá", por no hablar que se convertirá en el símbolo de uno de los cuatro evangelistas: San Marcos, emblema también de la ciudad de Venecia, y en compañero inseparable de San Jerónimo en su conocido episodio del desierto. 


Como detalle curioso, en aquellos rudimentarios y primeros mapas realizados por cartógrafos en la Europa medieval aparecía la expresión "Hic sunt leones" ("Aquí hay leones") para referirse a las vastas e inexploradas extensiones de África y como advertencia a futuros viajeros que pretendiesen aventurarse por aquellas tierras vírgenes.

Alejados de la Sabana Africana como estamos, aunque no en lo referente a temperaturas, no obstante, hemos tenido presencia de leones por estas nuestras tierras sevillanas, tal como descubrió José Gestoso; en concreto, durante los años de estancia de los Reyes Católicos en Sevilla, durante los cuales nació el Príncipe Juan en 1478, los monarcas crearon unas "leoneras" en los Reales Alcázares, lugar donde alojar a estos espléndidos felinos. Sin embargo, un año después, y tras la marcha de los reyes de la ciudad, los animales quedaron depositados en el trianero castillo de San Jorge, como prueba un documento reseñado por el mismo Gestoso, dirigido por el preocupado alcaide de dicho castillo al cabildo de la Ciudad allá por marzo de 1479: 

"Muy honorables señores: 

Juan de Merlo, alcaide del castillo de Triana me encomiendo en vuestra merced a la cual gustará saber: quiero que sepan que la Aljama de los Judíos de esta ciudad "acostumbraron siempre" dar para mantenimiento de los leones que los Reyes, nuestros señores, en esta ciudad tenían 5.000 maravedíes cada año. Y porque ahora el Rey y Reina nuestros señores tienen y dejaron en el dicho castillo dos leones que ha de menester los dichos cinco mil maravedíes y mucho más para que sean mantenidos, suplico a vuestra merced mande que los dichos judíos me den y paguen  los dichos cinco mil maravedíes de cada año para ayuda al mantenimiento de los dichos leones en lo cual al Rey y Reina nuestros señores haréis servicio y a mí haréis merced".

Los señores regidores de la ciudad debatieron sobre el asunto y acordaron investigar sobre los pormenores de Juan de Merlo, sin que sepamos por documentos qué ocurrió finalmente, si los "leones reales" fueron alimentados o si, a la postre, perecieron de inanición entre los húmedos muros del castillo de San Jorge, luego sede de la Inquisición. 

Fray Diego de Deza, por Zurbarán.

Años después, fue popular en Sevilla un león "de misa diaria"; durante el mandato del arzobispo e inquisidor Fray Diego de Deza, dominico y preceptor precisamente del príncipe Juan, quien morirá en sus brazos en Salamanca en 1497. El aludido prelado, que pasará a la historia por su seriedad, su carácter caritativo, su interés en engrandecer la Diócesis Hispalense y por favorecer a Cristóbal Colón durante sus viajes a Indias. Sufrirá desde joven de los achaques de la enfermedad de la Gota, para la que, tradicionalmente existía la cura de colocar una piel de león a los pies del enfermo, de ahí que el hidalgo, militar  y escritor Gonzalo Fernández de Oviedo, fuera testigo de cómo el Arzobispo Deza poseyó su "remedio" propio para dicha dolencia:

"Un león le dieron, muy pequeño, e hízole quitar e arrancar las uñas y los dientes y colmillos y caparlo y desarmarlo como habéis oído, para que no pudiese hacer mal a nadie, y criólo y holgábase de darle de comer en su mano; y lo que comía era cocido y no asado, porque no fuese tan recio y furioso como le tornara la carne asada y cruda. Pero se hízose tan grande y poderoso que, no obstante su mansedumbre, era espantable en su vista y aspecto. Y como el Arzobispo salía a misa a la iglesia mayor, íbase el león a la par con él, como se dice que hacía aquel de San Jerónimo, y echábase a los pies de su silla sin ofender a nadie".

Pese a todo, la corpulencia y fuerza del propio felino, provocó que matase a una mula llevada al Palacio Arzobispal como cabalgadura del Duque de Arcos durante una visita de cortesía o que atacase en cierta ocasión a un mozo del servicio, que hubo de huir con las ropas rasgadas. Fallecido el arzobispo, en su tumba de alabastro, ubicada en la capilla de San Pedro de la Catedral tras ser llevada allí desde el desaparecido Colegio de Santo Tomás, puede contemplarse un león echado a los pies del prelado, quizá como recuerdo de aquel noble animal que le acompañó durante tanto tiempo. 

Para terminar, hubo otros leones, pero éstos, más recientes. Por un lado, el que aparece en el azulejo sobre la llamada antigua Puerta de la Montería, ahora del León, de los Reales Alcázares, pieza bastante conocida y no tan antigua como parece, pues fue realizada en 1892 en los talleres cerámicos de Mensaque bajo diseño de José Gestoso, destacando la presencia del lema "Ad Utrumque Paratus", o lo que es lo mismo "Preparado para cualquier cosa". Por cierto, este león cobra vida cada Sábado Santo, pues es protagonista del llamador o "martillo" del Paso de la Urna de la Hermandad del Santo Entierro, estrenado en 1997.  

Foto Reyes de Escalona.

 Por otro lado, no podemos dejarnos en el tintero el hecho de que los famosos Leones que custodian el madrileño edificio del Congreso de los Diputados (apodados "Daoiz" y "Velarde"), son del sevillano barrio de San Bernardo, ya que fueron fundidos con el bronce procedente de cañones tomados al enemigo en 1872 en los hornos de la Real Fundición de Artillería de Sevilla, conservándose aún sendas esculturas en yeso pintado en el edificio de la Capitanía General en la Plaza de España, esculturas que sirvieron como modelo para los de bronce de la Carrera de San Jerónimo. 

Fotos Reyes de Escalona.

Para finalizar, sendos leones de piedra custodian, medio agazapados, el frontispicio de la portada de la Iglesia de San Luis de los Franceses, según diseño de Leonardo de Figueroa allá por el siglo XVIII, colocados casi como cancerberos del antiguo noviciado jesuita, pero esa, esa ya es otra historia. 





17 abril, 2023

Las otras columnas.

Habitualmente, las más conocidas son las que se hallan en el extremo sur, el más próximo a las calles Amor de Dios y Trajano, pero hay otra pareja, de no tanta antigüedad, que bien merecería cierto reconocimiento por su presencia. Pero como siempre, vayamos por partes.

 Son sobradamente conocidos los esfuerzos realizados por el Asistente de Sevilla el Conde de Barajas por desecar y adecentar un inhóspito paraje, convertido muchas veces en maloliente laguna por los vertidos de aguas fluviales tras las crecidas del Guadalquivir, la llamada Laguna de la Feria; la profunda modificación de este sector en el año 1574 conllevó el drenaje del terreno, la canalización de las aguas, colocación de fuentes y plantación de hileras de arbolado, convirtiéndose este espacio en uno de los primeros jardines públicos de Europa y sirviendo de inspiración para otras "Alamedas" como la de San Pablo en Écija (1578), la de los Descalzos en Lima (1611) o la Central en la Ciudad de México (1592).

Como colofón, Francisco Zapata, conde de Barajas, ordenó instalar sendos fustes de columnas de época romana traídos expresamente desde su primitiva ubicación en la calle Mármoles, colocando sobre sus capiteles dos esculturas, realizadas por Diego de Pesquera, representando al fundador legendario de la ciudad, Hércules, y a Julio César como gobernante ejemplar de Hispalis, aunque con ambos personajes se pretendía también homenajear al emperador Carlos I y a su hijo Felipe II. 

En 1764 y tras diversas vicisitudes, la Alameda, se había convertido en el paseo ciudadano de  Sevilla por excelencia, siendo costumbre que su actividad comenzase el día del Corpus y finalizase tras el calor del verano, contándose para ello con un servicio de aguadores que se encargaba de regar diariamente aquel espacio, que a la postre necesitó una restauración a fondo, no en vano habían transcurrido ciento noventa años desde su inauguración. Será el entonces Asistente Ramón de Larumbe y Malli el encargado de acometer un ambicioso plan que pretendía la recuperación del esplendor perdido por el inexorable paso de los siglos.  

Manuel Chaves, allá por 1914, relataba que Larumbe había accedido al cargo apenas dos años antes y que la reforma de la Alameda consistió sobre todo en la plantación de más de mil seiscientos árboles, el aumento del número de los bancos de piedra, la erradicación de matorrales y la colocación de tres nuevas fuentes, allanando el terreno. Además, como guinda del pastel, pensó en levantar dos nuevas columnas que cerrasen el paseo en el extremo norte, el más cercano a la calle Calatrava. 

En junio de 1764 se estaban ya abriendo las zanjas para los basamentos, obra supervisada por el caballero veinticuatro Gregorio de Fuentes, labrando el cantero Diego de Avendaño los fustes y capiteles en piedra, mientras que la ejecución de los dos leones que las rematan corrió por cuenta del escultor Cayetano de Acosta (más que conocido por, por ejemplo, sus dos grandes retablos barrocos de la iglesia del Salvador), leones que, como curiosidad, presentaba coronas y escudos dorados, labor realizada por el maestro José Rodríguez.

Avendaño cobró por su trabajo la cantidad de 17.000 reales, mientras que Acosta recibió 6.000 por las dos esculturas; rodríguez, por su parte, percibió 180. La crónicas recogieron que a estos gastos hubo que añadir los de las lápidas de mármol instaladas al pie de las columnas, así como los jornales de los obreros y materiales diversos como estacas, clavos, espartos, con lo cual el montante de la obra se elevó a la cantidad de 26.261 reales con siete maravedises, importe que fue costeado íntegramente por el consistorio. Las columnas están conformadas por ocho piezas cada una, con menor altura de las colocadas en el siglo XVI; los leones, de estilo barroco, perdieron el dorado de sus coronas con el transcurrir del tiempo.

En una de las basas de las columnas podía leerse una inscripción, hoy lamentablemente desaparecida, pero que ha llegado hasta nosotros transcrita por Chaves Rey: 

"NO8DO.- Reynando en España el católico monarca D. Carlos III y siendo Asistente de esta ciudad el Sr. Don Ramón de Larumbe, del orden de Santiago, del Concejo de S. M., Yntendente general del ejército de los cuatro reynos de Andalucía, y Superintendente general de Rentas, se construyeron estas dos columnas que coronan los leones que sostienen las Reales Armas y las de Sevilla; se hicieron los asientos, alcantarillas y terraplenes, levantaron los pretiles de las zanjas, se pusieron los pilones para el riego, desagües, completó de árboles toda la Alameda. Todo por dirección de dicho Asistente; siendo diputado el Sr. D. Gregorio de Fuentes y Verall, veinticuatro del Ilmo. Cabildo, cuya obra costeó de los Propios y Arbitrios, y se acabó el año 1765."

Desde el primer momento la ciudad, tan suya y tan especial para estas cosas, comparó de inmediato la nueva pareja de columnas con la antigua del siglo XVI, incluso el escritor José Nogales en sus "Notas Sevillanas", contaba que:

"En frente de los Hércules legítimos se alzaron unas columnas enormes, hechas con rodajas de granito, sosteniendo unas caricaturas de leones. El pueblo las despreció. Las despreció sin pensar que unas y otros simbolizan un periodo de nuestra historia. En el pedestal de los Hércules campea el nombre de los Austria. En los opuestos salchichones de granito, el nombre de la casa de Borbón. El pueblo sevillano, en su certero juicio, diría una sublime chirigota si derrumbasen estos leones y lloraría de pena si los Hércules vinieran al suelo."

¿Qué ocurrió con el bueno del Asistente Larumbe? No fue ésta su única intervención para mejorar la ciudad, ya que logró una más racional distribución del agua que brotaba del manantial de la llamada Huerta del Arzobispo hacia fuentes públicas como las de la plaza de San Francisco, la Alfalfa, la Encarnación, la Magdalena, San Lorenzo, Pilatos, Puerta de Triana o Puerta Real entre otras; además, se ocupó del extraño caso de la epidemia mortal que afectó en gran manera a la comunidad perruna sevillana, contando para ello con la ayuda de la Academia de Medicina, como contamos en su momento,  y a título de curiosidad, el 20 de octubre de 1766 ordenó que cada vecino colocase faroles en las fachadas de sus casas durante la noche para forma de mejorar el alumbrado público. Conservador en lo tocante a las diversiones, Larumbe hizo oídos sordos a la Real Orden que decretaba el levantamiento de la prohibición de la representación de obras teatrales en Sevilla, de modo que durante su mandato la dramaturgia anduvo de capa caída. Fallecerá en 1777 y será enterrado en la parroquial de la Magdalena, cuando, signo de los tiempos, su ya sucesor como Asistente, Pablo de Olavide, había comenzado su particular cruzada en favor del regreso del teatro a los escenarios hispalenses, pero esa, esa ya es otra historia...

14 septiembre, 2020

Niños perdidos


 Aunque esto de los “Niños perdidos” suene quizá a personajes menudos de la divertida y clásica película filmada por Walt Disney en 1953, fruto a su vez de la imaginación y creatividad del autor teatral escocés James Matthew Barrie en 1904, no es menos cierto que en la Sevilla del Siglo de Oro existieron otros muchos y menos conocidos “niños perdidos”.



Retratados con total verismo por Murillo o por Cervantes (recordemos a Rinconete y Cortadillo, discípulos aventajado de Monipodio con su cofradía de ladrones con casa Hermandad en Triana), estos niños, pícaros, huérfanos, truhanes, hambrientos, enfermos, supervivientes en suma de un tiempo difícil y de contrastes, malvivían de la caridad o de la delincuencia y eran, podría decirse, legión en zonas populosas como el Arenal, las Gradas o el Salvador, por no hablar de cómo pululaban alrededor de templos, casas de gula o prostíbulos, atentos a cualquier iluso al que arrebatarle la bolsa, en un ambiente muy similar al retratado a la inglesa por Dickens en el siglo XIX con Oliver Twist, por ejemplo.


Compadecidos por la desgraciada vida de estos “niños perdidos”, un grupo de sevillanos decidió unirse en Hermandad para paliar, en la medida de lo posible, las carencias existentes para la infancia desfavorecida, de modo que sobre 1589 ya había quedado constituida la Hermandad del Santo Niño Perdido, en alusión al pasaje evangélico en el que Jesús, aún joven, se extravía de sus padres en Jerusalén y es hallado finalmente por éstos mientras discute con los doctores de la ley en el Templo. La corporación, todo hay que decirlo, surge sin el apoyo de las autoridades, sustentándose únicamente con las cuotas de sus hermanos y bienhechores y estableciéndose en la zona de la actual Alameda de Hércules. 



Quedaron nombrados como Alcaldes de la Hermandad Andrés de Losa y Cristóbal Pareja, resultando elegido como administrador el sacerdote José Martín, alquilándose una modesta casa con lo necesario para acoger a niños vagabundos y contratando dos criados y una mujer anciana. Chaves y Rey nos cuenta la labor encomiable de los cofrades del Niño Perdido “andaban por las calles de noche, y si en algún portal o en algún rincón hallábamos algún niño desamparado del trato humano, lo llevábamos a nuestra casa por aquella noche, dándole de cenar y regalándole, y al otro día lo llevábamos a nuestra Casa para que allí se remediase con los demás”. Además, también eran aseados y vestidos con ropas limpias, todo por cuenta de la Hermandad.


Poco a poco, además, se consiguió llevar a la vida honrada a gran número de “mozalbetes raterillos”, a los que se procuraba insertar en la sociedad y lograr un empleo como aprendiz o algún oficio en algún taller, alcanzádose la nada despreciable cifra de seiscientos jóvenes a los que se había sacado de las calles en los primeros años de la Hermandad.


Sin embargo, y sin que se sepan a ciencia cierta los motivos, en 1591 el caballero Veinticuatro Juan Pérez de Guzmán ordenó la confiscación de los escasos bienes de la corporación, personándose en su sede con el acompañamiento de varios alguaciles, quienes trasladaron los cuarenta niños acogidos en la casa a la Casa de la Doctrina, quedando disuelta la asociación y apropiándose el consistorio de ciertas cantidades de trigo, cebada, garbanzos y habas, adquiridas por el administrador para la alimentación de los niños.


Los sorprendidos gestores de la Hermandan, ni que decir tiene, pusieron el grito en el cielo, elevando enérgicas protestas al Cabildo de la ciudad por tamaño despropósito, e iniciando un pleito del que se pueden entrasacar, y esto es lo interesante, algunos párrafos escritos por los propios miembros de la Hermandad, como por ejemplo un texto de 1593 que pinta con todo lujo de detalles la desgraciada existencia de nos pocos infantes en la Sevilla de aquel tiempo: “Andan perdidos por las calles y plazas, y yo, como persona que comenzó esta obra, le deseo remedio, porque veo que andan los niños de siete y ocho años desamparados, rotos y aín encueros por los rincones y poyos de la ciudad, donde se quedan a dormir, que en este tiempo aún los muy bien arropados y abrigados lo pasan con dificultad y trabajo; y la semana de Pascua amaneció muerta de frío una mujer, y así las criaturas tienen mayor peligro”

 

Además, el propio Ayuntamiento, al emitir una especie de informe relativo a la infancia callejera, afirmaba igualmente: “La ciudad, calles y plazas, están llenas de muchachos pequeños que andan perdidos pidiendo limosna y muriéndose de hambre, y quedándose a dormir por los poyos y portales desnudos, casi encueros y expuestos a muchos peligros como se ha visto algunas veces por la experiencia, que han sucedido entro otros pícaros a quien se llegan, y otros amaneciendo muertos del hielo y así mismo se han multiplicado los ladrones porque hay infinitos muchachos que lo son, y los clérigos de San Salvador se quejan de que después de que se quitó la casa de los niños hallan en la iglesia detrás de los retablos muchas bolsas de las que quitan los tales ladrones muchachos”

 


Finalmente, la Hermandad del Niño Perdido pudo proseguir con su benemérita labor, recuperando sus bienes y hacienda; incluso hasta nuestros días ha llegado hasta nosotros una calle, la del Niño Perdido, en la zona de la Alameda, que alude al parecer, a cierta Cruz del Niño Perdido, situada en la llamada Cañaverería, esto es, la vía en la que se situaban los que se dedicaban a la venta de cañas, actual calle Joaquín Costa, donde en el siglo XVIII estuvo el llamado Corral de las Almenas. 

 

 

13 mayo, 2016

En guardia.-


Cuando pensábamos a ciencia cierta que era práctica en desuso y que apenas sucedían estos lances, hete aquí que la otra mañana, mientras disfrutábamos de soleado paseo (sí, antes de que las lluvias casi nos anegasen y mojasen), apreciamos cómo mozos y mozas (lo cual nos sorpredió no poco), ataviados con extrañas máscaras se dedicaban con bastante soltura a administrarse unos  a otros estocadas y mandobles, además, con acierto, pues se les veía diestros en arte de Esgrima. 

Sables, floretes o espadas entrechocaban sus aceros con peligrosa violencia, de modo que de no ser por estar vallado el campo de armas no hubéramos llevado alguna cuchillada. Creímos que en cualquier momento acudirían con presteza alguaciles y corchetes para sofocar tales desmanes, antes bien, los transeúntes parecían disfrutar como si fueran juegos de cañas o mero simulacro, pero a fe que se batían con denuedo y violencia. 
Mientras allí estuvimos no llegó sangre al río, al menos, aunque no dimos un real porque tras alguna finta fallida hubiera estocada y heridos, por no hablar de la pena de Excomunión que pesará sobre tales duelistas…

24 febrero, 2016

Enigmas VI (de cómo Don Alonso quedó desasosegado tras leer cierto aviso)



Visto lo que a continuación relataremos, más vale que vuesas mercedes se guarden de salir en estos días, pues parece que cierta gente, poco temerosa de Dios, anda orquestando singular lección, en la que pretenden, no sólo atentar contra el Quinto Mandamiento, sino que, ítem más, ejercer de tutores en tal materia, como si de nefasta escuela o siniestra facultad se tratase. 


 Pasmados, ni hemos osado a indagar sobre las materias que se impartirán, ni tampoco por el precio de las tasas para matricularse en tan extraña academia, ni por supuesto si los utillajes se proporcionará in situ, mas queda claro que trátase de funesta cosa para la salud de quien acuda, sobre todo si es utilizado como víctima de tal dislate…

11 febrero, 2016

Enigmas VI (a mano)

Sofocados llegamos a nuestro hogar no hace ni dos días, cuando tras deambular ociosos por la antigua laguna desecada por el Conde de Barajas, Alameda hoy día, penetramos en cierto pasadizo a fin de cortar camino, pues deseábamos llegar con presteza a cierta taberna donde nos aguardaban.

Pese a nuestra premura, no pudimos por menos que detenernos estupefactos ante extraño artilugio o mecanismo...



Nos recordó cierta figura pétrea que vimos en Roma y que allí es llamada Boca de la Verdad, perdiéndose en la noche de los tiempos su origen, sin duda pagano. 

¿Acaso permite el Santo Oficio que la Adivinación, prohibida por nuestra Santa Madre Igleisa, campe a sus anchas en esta ciudad? ¿Quién permite que engendros de esta calaña se adueñen de espíritus inocentes y los lleven por el camino de la perdición? Como comprenderán vuesas mercedes, cautos como somos, en principio rehusamos contribuir a esta obra de la superstición y la superchería con algún real de a ocho, aunque nos descorazonó el lema que campea en la antedicha máquina: 


Como quiera que andamos en tiempos cuaresmales en los que el pecado ha de confesarse sin demora, acudiremos a nuestro confesor, pues finalmente caímos en tentación e introdujimos nuestra mano diestra en la susodicha esfinge, mas si esperan les contemos cuál fue la respuesta de la misma habrán de saber que poco sacamos en claro salvo palabrería incomprensible... 







02 julio, 2015

A chorro.-

 
Créanme si les digo que en estos días no vivimos para sustos ni hallamos sosiego, no porque andemos aterrados por sucesos varios o tragedias ajenas, que también, sino porque aquesta ciudad nunca dejará de sorprendernos en grado sumo. 



Paseábamos por Alameda de Hércules, feliz espacio creado por el Conde Barajas allá por 1574, cuando drenó de aguas putrefactas la laguna que se formaba, foco de pestilencia y malos olores para vecinos. Paseábamos, decíamos, cuando de repente, brotaron del suelo, como por obra del Maligno, abundantes y copiosos surtidores de agua, que nos empaparon vestiduras dejándonos calados como si de aguacero otoñal se tratase. Pueden imaginarse vuesas mercedes el estupor y la sorpresa que se plasmaron en nuestra faz, y añádanle las chanzas y mojigangas que hubimos de sufrir con resignación cristiana.



Tomamos el asunto con filosofía y hasta agradecimos aquel oportuno chubasco, pues marchábamos a cierto recado no poco acalorados, y comprobamos, después, que dichos surtidores constituían motivo de jarana y diversión para transeuntes y parroquianos, aunque esperamos no se prodiguen en demasía y llegue el agua como a niveles de antiguas inundaciones del Guadalquivir...



21 abril, 2015

Pan y Vino.-


Sedientos por largo paseo, la otra noche, merodeando por collación de San Martín, junto a la Europa y la Alameda, nos sentimos ciertamente atraidos por ciertos letreros. 

(No, no piensen mal vuesas mercedes, que no buscábamos solaz con mancebas ni somos de frecuentar lupanares o lugares de mala nota.) 

Al cabo, decidimos entrar en cierta taberna que aunque se anunciaba con extrañas letras (similares a las que venían del lejano Catai) sobre sus muros pregonaba las excelencias de ciertos caldos procedentes de la preclara localidad de Sanlúcar de Barrameda, de manera que supusimos cuán espabilados andan nuestros ciudadanos orientales que hasta en eso saben cómo pescar comensales con vinos del sur de España. 


Sin embargo, grande fue nuestra sorpresa cuando, pese a lo esmerada de la decoración y lo obsequioso de los camareros, de nación nipona,al entregarnos carta de viandas, aún sin tomar asiento, comprobamos que en ella se nos ofrecían extraños manjares con nombres impronunciables que poco tenían que ver con chicharrones, albures, solomillos o potajes, antes bien, preguntado uno de los aludidos mozos, nos indicó que servían una especie de pescado en su sazón pero crudo, tal cual sacado del mar. Amablemente, declinamos la invitación, máxime cuando inquirimos por manzanilla y nos brindaron tisana o infusión de olor agradable, pero en nada similar al vino que ansiabamos degustar, y más en estas fechas ferianas. 



Ya lo dijo el poeta, Manuel de nombre, y apellidado Machado: 

La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.
Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...
El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

Quede pues dicha casa de comidas a la oriental para quienes gusten de tales exquisiteces, que nosotros preferiremos otros manteles y hacemos votos porque no se pierdan tan preciosos rótulos sanluqueños en su fachada, muestra de otro tiempo cuando aquel mismo local era llamado "Las Siete Puertas".



La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.

Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...

El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

Lea más: http://www.latino-poemas.net/modules/publisher2/article.php?storyid=1829 © Latino-Poemas

La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.

Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...

El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

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La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.

Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...

El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

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03 diciembre, 2013

Colgados.-

Disculparán nuestra pertinaz ausencia por aquestos lares, mas ocupaciones diarias nos tienen sorbido el tiempo que desearíamos emplear en relatar asuntos hispalenses en estas páginas. 



Sin embargo, valga la siguiente instantánea para reflejar nuestro estupor y sorpresa al contemplar estos productos del cerdo secándose tras matanza en céntrica plaza. Ignoramos si se trata de ingenioso recurso de avispado comerciante, de trampa para atrapar amigos de lo ajeno o simplemente ardid del Santo Oficio con que descubrir criptojudaizantes o a quienes no guardan la pertinente abstinencia carnal (alimenticia, nos referimos) ahora que andamos en tiempo de Adviento.

Si algún avezado lector de estas páginas pasare por dicha instalación, no dude en acudir provisto de afilado cuchillo y hogaza de buen pan, pues es algo que sinceramente echamos en falta en el momento en que hallamos tan suculento simulacro digno de veneración sin duda alguna...

11 diciembre, 2012

Alameda.-

Si durante mis tiempos aqueste lugar gozó de escaso predicamento, habría que buscar causa dello en lo maloliente del mismo, pues era zona que inundábase con no poca frecuencia y a la que vertíanse aguas fecales e incontables inmundicias.


 Hubo de ser el Asistente Conde de Barajas, allá por el año de gracia de 1574,  quien tomara cartas en el asunto ordenando drenar aguas, prohibir echar porquerías colocando incluso alguacil al efeto y embellecer tal sitio plantando hileras de árboles y añadiendo en sus extremos sendas y marmóreas columnas de mármol costosamente traídas de la collación de San Nicolás y procedentes de pagano templo.

Sobre ellas colocáronse efigies de Hércules y Julio César, encargadas a un tal Diego de Pesquera, fundador de la ciudad el primero y ejecutor de sus murallas el segundo al decir de sesudos eruditos de antigüedades y añadiéndose además laudas en honor de Sus Majestades Carlos I y Felipe II, monarcas ejemplares en toda regla.


Andando los siglos, convirtióse tal Alameda en animado salón para paseo y solaz de sevillanos, con incluso kioscos y tenderetes.

No ha muchos días caminábamos por dicho lugar y comprobamos cómo parece ser que retornan bullicio y animación, incluso con curiosos adornos que nos dicen navideños.


No faltan incluso máquinas (endemoniadas, sin duda) que llevan gente de una parte a otra sin necesidad de tiro animal, pero si hubo algo que provocó sorpresa en nuestro ánimo fue presencia de ciertos animales poco vistos en estos lares y que hallábanse pacíficamente asentados en plena Alameda sin que sepamos a ciencia cierta su utilidad a no ser como transporte de personas, aunque vaya en descargo nuestro que no es primera ocasión que los contemplamos en estas calendas de Adviento.


27 noviembre, 2011

No somos de piedra



Fue suceso memorable en mi tiempo, milagro para unos, maldición para otros.



De todos era conocida obligación de hacer genuflexión al paso del Santísimo Sacramento bajo pena de 600 maravedís, según decreto antiguo de su Majestad Juan II, como pregona oportunamente lápida pétrea situada en los muros de la Colegial del Salvador (templo del que algún día hablaremos largo y tendido por sus avatares y personajes, entre los que nos incluímos) y que advierte, la dicha losa,  de pena que se impondría a blasfemo e irrespetuoso que no venerase a Jesús Sacramentado como conviene la Santa Madre Iglesia.

Sucedió, pues, que en cierta taberna de la collación de San Lorenzo reuníase nutrido grupo de bravos o galanes, a cuál más osado, y todos ellos, movidos sólo por su pereza y holganza no hacían sino menoscabo de sus semejantes, chalaneando a los más, haciendo gala de temeridad e incluso requebrando a damas y doncellas sin importarles intimidaciones o quebrantos. Bebedores en exceso, trasegaban mosto del Aljarafe en demasía, sin hacerles ascos a aguardientes o licores, resultado por tanto mesnada perturbadora y jaranera en demasía.


En cierta ocasión, sonando las campanillas que anunciaban a Su Divina Majestad llevada por algún clérigo en socorro del alma de algún agonizante, los parroquianos de aquella taberna salieron más por miedo que por respeto, más por temor que por devoción, e hincaron fervorosamente sus rodillas en tierra al paso de la comitiva, no así un mozo, tenido por bravucón y pendenciero, que en no pocas ocasiones había denostado tal piadosa costumbre, con muchos aspavientos y afectaciones de no querer someterse al dictado de las leyes y diciendo que todo ello era cosa de mojigatos y beatas, resolviendo en aquella nefasta jornada quedarse en pie.


Tronó el cielo y un rayo salido de él cayó sobre el imprudente mentecato, aunque en vez de trocarse en carne quemada convirtióse (como si Medusa le hubiera mirado) en sufrida estatua de piedra para escarmiento de muchos, y todavía agora permanece en el mismo sitio en que pasó a mejor vida por su alocada e irreflexiva irreflexión. Y desde entonces llamóse “Del Hombre de Piedra” aquella calle.


Por nuestra parte, hemos comprobado que hogaño el Santísimo sale con asaz frecuencia por las calles y que son muchos los irreverentes que desvergonzadamente no se arrodillan a su paso en principales calles, pues no hallamos otra razón para que hayan quedado convertidos en estatuas, y que las gentes, compadecidas, les echen maravedís y hasta algún ducado a sus pies con vana esperanza de que recobren su primitivo estado, y aunque, somos testigos dello, las más de las veces parecen recobrar aliento, al poco tornan a como estaban, siendo cosa digna de ver cómo el pueblo arremolínase en torno dellos como si de saltimbanquis o polichinelas se tratare aguardando momentáneo milagro y ocasional sobresalto.




Cuéntanos, para sacarnos de nuestra confusión,  que resulta nueva forma de oficio y ciertamente lucrativo pues no requiere sino disfraz adecuado, predisposición a estar inmóvil y soberana paciencia con los viandantes, que no faltan maleducados ni necios y no deja de ser llamativo cómo por no hacer nada puédase ganar el diario pan.