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02 junio, 2016

En los huesos...

No hace muchas fechas, realizamos interesante periplo por tierras portuguesas, en concreto allá donde desemboca el caudaloso Tajo, en la insigne Lisboa, ciudad sin duda preclara y merecedora de alabanzas por lo benigno de su clima, sus gentes y monumentos, aunque, a fuer de ser sinceros, no hallamos ni chicharrones ni observan la costumbre de servir altramuces a la hora de beber vinos o derivados de la malta y la cebada.


En ella, descubrimos interesante fundación carmelitana, mas al entrar en ella nuestra devoción e interés trocáronse en extrañeza y hasta desasosiego.


Fue al parecer el noble Nuno Álvares Pereira (canonizado al andar de los años por Su Santidad Bendicto XVI) quien en el año del Señor de 1389 realizó piadosa fundación de un monasterio advocado del Carmen en la capital portuguesa, mas sin duda tratóse de convento con regular fortuna, perteneciente a la orden dominica, ya que en el nefasto terremoto del 1 de noviembre de 1755, funesto para Lisboa y que provocó no pocos destrozos y víctimas, quedó derruido y desolado de modo espantoso, sin que hubiera mecenas o patronos dispuestos a reconstruirlo.


 Y todo ello pese a fortaleza de sus muros, como bien puede apreciarse, ya que sobrevivieron al seismo, quedando en pie como pétreas osamentas de descarnado edificio (casi poéticas palabras nos han salido, vive Dios...). 


Convertido en museo arqueológico, su iglesia se nos aparece desnuda de ornamentos y hasta de techumbre, con el cielo lisboeta como única bóveda, lo cual no deja de tener su encanto cierto.




28 abril, 2012

Mártir.-

   Hija del Rey Costo, éste intentó desposarla con el romano emperador Majencio, quien andaba prendado de su lozana belleza, mas negóse en redondo la doncella afirmando profesar fe cristiana; todo ello concluyó con su martirio en Alejandría (corría entonces la Cuarta Centuria de nuestra Era), más prodújose milagro al quebrarse de modo prodigioso rueda dentada con que pretendían darle suplicio, resultando pese a ello finalmente decapitada sin apostatar de su firme credo.


   Viene todo muy a cuento, pues en aquesta ciudad Santa Catalina prosigue padeciendo cruento tormento, o al menos así pretendemos manifestarlo, que ha mucho tiempo que su templo parroquial clausurado al culto permanece sin que veánse en lontananza visos de su pronta apertura.


Iglesia de buena traza y tres naves, reconstruida tras temblor de 1356, albergaba en su interior devotas imágenes y pinturas de varia temática religiosa, sin olvidar exquisita Capilla Sacramental debida al genial Figueroa o pétrea portada a sus pies, procedente de desaparecida parroquial de Santa Lucía. Cuenta en su haber con devotas hermandades y famosa cofradía que hace su anual Estación en tarde de Jueves Santo, que por mor de contingencia que comentamos sale de Los Terceros.


    Relátannos en cercana taberna, erigida en nuestra mocedad (1670) y famosa por sus guisos y caldos, que tras arreglo de tejados agotáronse dineros para proseguir obra de arreglo, que no hay acuerdo entre autoridades, que si no repáranse con presteza sus muros háblase incluso de ruina, con que perderíase no sólo preclaro lugar de culto, sino venerable monumento legado por antepasados.


    Empero, y por fortuna, no pocos mantienen honorable pugna por evitar abandono de antedicho templo, impetrando a ediles, regidores, gobernantes y demás por su salvación; vayan para ellos nuestros parabienes y agasajos, que es de hijos agradecidos querer evitar aumento de desolación y cosa digna de alabanza contemplar cómo se desviven por mantener vivo recuerdo de aquella parroquial ahora cerrada.

Valga este pliego, en efeto, como firme denuncia y triste lamento por desidia que impide contemplar en su esplendor aqueste valioso edificio que como su Titular, padece martirio prolongado en tiempo y forma.

27 julio, 2011

Cronos.-

     

       Fugaz, huidizo, efímero  y esquivo, (tempus fugit, afirmaban los clásicos) complicada medición ha tenido siempre. Clepsidras, relojes de arena y de sol, han cumplido con dicha misión, hasta que el humano ingenio acertó a pergeñar maquinarias y autómatas como mejores calibradores de minutos y  horas.



 Escasos eran los relojes antaño en Sevilla, lo más de sol, orientados debidamente, colocados en fachadas de preclaros edificios. Serio y enojoso inconveniente eran días nubosos, por no hablar de su escasa utilidad nocturna, mas no por ello los hispalenses renunciaban a su contemplación.




      Mucha agua ha corrido bajo el trianero puente desde aquel mes de julio del lejano año de 1400, en el que  instalóse el primer reloj mecánico en la torre de la Iglesia Mayor, siendo Arzobispo Don Gonzalo de Mena y en presencia del Rey Nuestro Señor Don Enrique III, y a todos sorprendió la mixtura de engranajes, resortes, contrapesos y muelles que lo conformaban, y aún más los puntuales y precisos toques de su campana, amén de que al poco de comenzar a funcionar desatóse feroz tormenta que hizo presagiar funestos augurios.





      Si otrora poseer reloj de sol o de maquinaria fue signo de nobleza y distinción, poseerlo agora no es sino, valga la expresión, signo de los tiempos y elemento común en el atavío de casi todos, y su precio ha mermado tanto que, vive Dios, resulta cuando menos peregrino e insólito que valga tanto el tiempo como poco el mecanismo que lo mide.




Existen de todo tipo y condición, grandes y pequeños, artísticos en su forma o funcionales en su fondo, fáciles de consultar o extraños para quien escribe estas líneas, aparatosos o escuetos, con números latinos y situados a inverosímiles alturas o, finalmente, colocados tan próximos al cuerpo que no pocos pórtanlos atados a la muñeca como grilletes que gobiernan el destino y camino de cada cual, de manera que muchos corren de un lado a otro consultándolos y mirándolos como si fuérales la vida en ello, y pensamos aún a riesgo de errar, qué poderoso influjo o extraña influencia tiene el dicho mecanismo para provocar desasosiego tal.




 Abundan en torres (marcando horas canónicas), comercios, lonjas, edificios principales, tiendas, y hasta en lugares ciertamente extraños, como si en esta Ciudad hubiera obsesión cierta por saber en todo momento la hora, resultando también aspecto curioso que la puntualidad no sea precisamente cualidad que orne la hispalense personalidad salvo en excepciones todo punto honrosas de las que atesoramos experiencia cierta.


      Inquisidor inexorable e insobornable, a él nos debemos en todo punto, de manera que aprovechémoslo con denuedo, ahorrémoslo sin demasía y juzguémoslo con benevolencia, no sea que se nos vuelva en contra y pese sobre nosotros su inapelable designio: tempus fugit.