Afirman, no sin razón, que transcurren inexorables como si nada pudiera evitarlo, y que no hay clepsidra o reloj capaz de detenerlos. Sofistas han divagado sobre su utilidad o sobre su desaprovechamiento; historiadores, gremio admirable, úsanlos como herramienta, doctores como diagnóstico. A algunos siéntanles de maravilla, como si el declinar fuera adelanto y el envejecer bendición. En lustros, décadas o centurias, hay quienes mídenlos con ilusión, esperando tal o cual suceso, o aguardando acontecimientos propicios.
Otros detállanlos con esperanza, tal que concluyan para lograr metas elevadas o finalizar industrias o negocios. No faltan quienes los anhelan a su vencimiento, arrogándose la capacidad de valorarlos como si fueran vinos.
De cosecha, de fundación, de nacimiento, de muerte, de edición, de nieves, de bienes; los hay nefastos, decepcionantes, afligidos o aciagos; los hay plenos, refulgentes, jubilosos o placenteros.
Costumbre nada desdeñable es formular propósitos para año naciente, mas nosotros, escasos de perseverancia y poco proclives a constancia, conformarémonos con poder proseguir aquestos pliegos, gozar de placer de escritura y lectura y sentirnos, nunca desfalleceremos en ello, agradecidos por benévola atención de quienes leen aquestas torpes líneas.
Agora que, en efeto, despídesenos este MMXI, hacemos fervientes votos al Creador porque el venidero MMXII, bisiesto por más señas, constitúyase en alambique o atanor en el que, como alquímica fórmula, podamos cocer y hervir tristezas, penurias, privaciones o abatimientos y sólo nos reste un poso que amalgame y destile esperanzas, alegrías, satisfacciones y jolgorios, para así conseguir anhelado elixir de felicidad. Y si para ello hemos de catar docena de uvas pese a ser uso extraño y hasta cercano a heterodoxia, tengan por seguros vuesas mercedes que no haremos ascos a tal.