03 noviembre, 2011

De libro

Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.
Marco Tulio Cicerón.


Bien escaso en mis tiempos, costoso y arduo de hallar, y más para aquellos a quien su escasa bolsa no daba para dispendios tales, no es menos cierto que si bien antes eran copias a mano las que circulaban, con la llegada del invento del tal Gutemberg su uso se extendió en grado sumo, aunque no estuviera al alcance de todos, que poseerlos engrandecía a su dueño y ennoblecía su hacienda, que en no pocos testamentos se hacía inventario dellos.



Podíase adquirir en lugares contados, procedía de prensas castellanas y aunque algunos quedábanse aquí, la mayoría cruzaba el proceloso Océano para alcanzar Indias y servir de vínculo con su palabra.


No todos eran de historia o de ciencia, los más trataban de religión, y no poca precaución eran necesaria a la hora de adquirirlos, que sabemos de algún incansable lector que por aumentar su biblioteca finalmente dio con sus huesos en el Castillo de San Jorge al hallarse libros incluidos en el Indice dentro sus anaqueles.


Con cierta incredulidad hemos comprobado cómo en estos tiempos que corren se venden con inusitada frecuencia y mayor abundancia, que los hay de todos tamaños y medidas, con encuadernación rústica, lujosa o incluso sin ella, que abordan los más diversos temas, algunos dellos causantes de no poca desazón en nuestro ánimo por la liberalidad y frivolidad de sus textos y que algunos incluso muestran imágenes poco honrosas o decentes para la humana moralidad, opinando que deberían hallarse sin duda en Índice de Prohibidos Libros que hemos aludido antes.


Véndense en los más insospechados sitios, que agora los tratantes de libros campan a sus anchas en esta ciudad; mas, señálannos, todo ello no paresce ir en beneficio de la cultura y sabiduría de gentes, que como ya hemos comentado en estos pliegos, en poco se diferencia el comportamiento de los sevillanos de la vigésimo primera centuria del actuar de sus antepasados.  



Basta hacer cómputo para acreditar cómo tabernas se imponen a librerías y bibliotecas en escandalosa proporción y es lástima sabiendo que valiosos hijos de esta bendita tierra dejáronse sus mentes y haciendas en el noble oficio de escribir, que como bien nos dijeron no ha mucho “las mentes preclaras lo son en todos los lugares”.



Leer ensancha ánimo, esclarece ideas, aguijonea la fantasía, forja cavilar, acrecienta concentración, alimenta sesera, deleita al espíritu y, para mayor abundamiento, nos acerca a cosas y personas que a buen seguro nunca conoceríamos y casos ha habido en  que de tanto frecuentar libros háse llegado a perder cordura…



26 octubre, 2011

R. I. P.



Honrar a difuntos es cosa comúnmente reconocida por la Santa Madre Iglesia, y en honor a ellos, llegando Todos los Santos, tienen lugar misas, Novenas de Animas, y visitas a cementerios.



Como quiera que no había camposanto en mis tiempos, vemos regocijados, en lo que cabe, sereno y agraciado el sitio donde hogaño depositar los muertos, que ello va en no poco beneficio de higiene y salubridad. Y es cosa triste ver rostros compungidos de deudos y familiares acudiendo en fechas de Todos los Santos a visitar panteones y orar ante sepulcros y lápidas.




Cuando pensábamos, a ciencia cierta, que fiestas y regocijos habíanse clausurado en esta ciudad, no menos hasta Pascuas, hemos colegido, con desazón cierta, que al igual que copiánse modos y vestimentas de tierras allende el océano, item más ocurre con cierta festividad que prepárase para estos días finales de octubre, agora que el rigor del otoño aduéñase de tardes y noches hispalenses.


Apesadumbrados, por no decir acongojados, hemos inquirido a fieles amigos y nos han dado razón y explicación de extraño festejo, tanto, que nuestro pobre intelecto no ha conseguido, a día de hoy, hallar sentido a él y a quienes, con ansia renovada, se aprestan a celebrarlo.


Si mal no entendimos lo que se nos relataba, vístese el mocerío en general algarada con ropajes espantosos y extraños, asemejándose a monstruos o criaturas del Averno, ataviándose al modo de hechiceras o brujos, ornándose con máscaras pavorosas y con todo ello acudiendo a festejos diversos, cometiendo tropelías a diestro y siniestro o visitando hogares de gente de bien que para evitar espanto y pánico otorgan a tan espeluznantes visitantes golosinas o pequeños manjares, sin que veamos en ello sentido alguno más que en el conseguir diarreas y cólicos que el barbero o cirujano deba sanar con emplastes o cocimientos, máxime cuando entendemos han de comer tanta calabaza de inusitado aspecto.


Sin embargo, tan extraña costumbre parece haber arraigado, pues abundan quienes deciden disfrazarse de modo y manera que en mis tiempos más de uno habría terminado acosado por el Santo Oficio, salpicado de aguas menores o, en peor caso, perseguido a estacazos, que era antaño cosa sabida que nada fastidiaba más a engendros merodeadores que ser violentados contra su ser natural. 



Por nuestra parte, (aunque por nuestro perfil e indumentaria bien podríamos pasar por uno de tales mozos calaveras),  acudiremos a orar por nuestros antepasados, familiares y amigos a las parroquias u osarios donde suponemos reposan sus restos, encenderemos candelas por ellos y elevaremos plegarias al Creador para que estos días de francachela fachosa y juerga grotesca dejen en franquía a mejores jornadas para nuestra ciudad, no sin antes adquirir crisantemos junto a la Venera y catar docena y media de “huesos de santo” que en cierto obrador de confites por donde estuvo la Cruz de la Cerrajería aderezan con diabólica dulzura y que a buen seguro, nos aseguran,  nos harán olvidar tanta carnavalada y mentecatez…


17 octubre, 2011

Turris Horribilis



Retornábamos a la ciudad que nos vio nacer tras breve estancia en la Villa y Corte por razones que al caso no vienen. Cruzando la llanura castellana, la senda nos había traído sinsabores y satisfacciones, mas llegando a su conclusión, en atardecida otoñal, gozamos de la debida recompensa de contemplar el caserío hispalense en lontananza, y recortándose y destacándose sobre él, la torre de la Iglesia Mayor, que aunque su basa sea mahometana el Maestro Hernán Ruiz rematóla con airoso cuerpo de campanas y coronóla con donosa veleta fundida por Morel.


Para el que llegaba a su Hispalis natal tras cierta estancia fuera della, distinguir abigarrado conjunto de torres y espadañas fue gozosa y sosegada experiencia, como regresar de Indias tras penosa travesía.



Rememorábamos aquel viaje cuando no ha mucho pudimos gozar de actual visión de la ciudad desde privilegiado otero. Enterradas entre edificios, sepultadas entre casas de elevada altura, cercadas hasta por cabrestantes de metal, apenas pudimos distinguir más que cuatro o cinco de aquellas torres con sus campanarios y eso aguzando no poco la vista pues no teníamos catalejo ni anteojos. Poco quedaba ya de aquel perfil erizado de espadañas, cúpulas y torres que oportunamente quedó reflejado en grabados y estampas de mi época.







El sonar de sus bronces, que llamaban a oración, doblaban a entierro, repicaban en días de fiesta o alertaban por fuego, queda agora enmudecido por molesto tronar  callejero y ruidoso transitar de carruajes, de tal manera que el oficio de campanero ha prácticamente desaparecido y sido cambiado por máquinas que tañen las dichas campanas, excepción hecha de la Colegial del Salvador donde se mantiene esclarecida familia de campaneros de preclaro apellido desde hace generaciones.





Cuéntannos que no lejos del Monasterio de las Cuevas edifícase en estos tiempos otra torre, y que esta rebasará en muchas varas la altura de la Giralda, que carecerá de campanas, que tendrá extravagante apariencia y que está siendo erigida según planos de un tal Maestre Pelli, sin emplear apenas aparejo de ladrillos o argamasa, sino hierro y vidrio, que aunque será cosa digna de ver, no menos mueve a escándalo lo gravoso de tal obra, los miles de ducados que costará y la función de la misma.




Item más mueve a escándalo que ni regidores de la ciudad ni habitantes de la misma haýanse opuesto a tamaño dislate e insensato despropósito. Cosa sorprendente será el no ver concluida dicha la construcción, y que desde ese momento el viajero que alcance la ciudad la tenga como primera vista en menoscabo y perjuicio de nuestras amadas y antiguas...












07 octubre, 2011

Poderoso caballero...

Las palabras son como monedas, que una vale por muchas
como muchas no valen por una. (Francisco de Quevedo, 1580-1645)


Cosa inevitable ha sido, desde que el Creador decidió que retornásemos a esta tierra, procurarnos sustento con el que vestirnos y alimentarnos, y para ello, merced a escueta herencia, contamos con las rentas de ciertas casas en la collación de San Salvador así como nuestro modesto salario de escribiente. Percibir las dichas rentas háse convertido en diaria preocupación y hemos de reconocer lo mucho que ha cambiado el cobro de tales recibos.


Poco queda de los doblones y cuartos recién salidos de la Casa de la Moneda, acuñados en dicha Ceca con el oro y la plata que provenían de Indias, que si ya cuando andábamos por este mundo hace siglos aquestos preciosos metales habían sido truncados por cobre o vellón, devaluados por la subida de precios, los maravedís de hogaño no valen un ardite, cuando no se han convertido en coloreados documentos en los que aparecen impresas cantidades de dinero que todos aceptan aunque ni el papel ni la tinta lo valgan.


Importante en grado sumo era tener a buen recaudo la bolsa o faltriquera para evitar la acción de malhechores, y si se salía a la calle era de obligado cumplimiento, por prudencia, anudar con fuerza la bolsa o faltriquera, que abundaban pícaros y manilargos prestos a su robo.



Basta agora con encaminarse a insólitos lugares, a manera de eclesiales confesionarios o conventuales tornos, donde se encuentran ciertos artefactos; con complicados botones y palancas, merced a resortes cuya labor no alcanzamos a comprender, expenden cantidades de ese papel moneda prestas a ser dilapidadas en comercios, tiendas o tabernas, siendo cosa admirable que haya alguien, a buen seguro de corta estatura, siempre aguardando, noche y día,  en el interior de las dichas máquinas, para proporcionar los tales caudales a quien disponga de cedulilla correspondiente.


Y aunque la banca non gozara de buena fama, por prohibir la Santa Iglesia la usura,  y aunque en Sevilla no prosperasen las casas de préstamo pese al empeño de muchos, proliferan ahora en toda la ciudad bancos y montes de piedad, y en ellos depositanse en ellos sus peculios, percibiendo por ello escuálidos réditos, con lo que más de uno piensa ya en retornar a la faltriquera o a guardar sus economías bajo seguro colchón.

Nos cuentan que en calendas como estas escasea el dinero, aunque viaje raudo sin necesidad de letra de cambio, que rentas y salarios peligran y que extranjeras potencias gobiernan las economías patrias; por nuestra parte encenderemos candelas y elevaremos devotas plegarias a San Carlos Borromeo, patrón de los bancarios, cuya fiesta se celebra el 4 de noviembre; quiera el dicho Santo que la situación se enderece…



30 septiembre, 2011

Desechos


Común y conocido fue, y hace siglos dello, que higiene y limpieza de las calles constituyeran conceptos desconocidos y que salvo en señaladas jornadas, ejemplificadas en día de Corpus Christi, el Cabildo de la Ciudad apenas malgastara unos maravedís en adecentar algunas vías retirando inmundicias y apartando basuras.


Todo lo cual daba como fruto ambiente maloliente y malsanos aromas a los que, toda vez, los ciudadanos nos habíamos acostumbrado tanto como al repicar de las campanas o al resonar de callejeros pregones, dando la razón a la frase de “cuánto mayor la riqueza, mayor la suciedad”…


En no pocos lugares acumulábanse restos, y muchos individuos tras hacer de aguas (mayores o menores, sin distinción, dicho queda) tenían poco edificante costumbre de lanzarlas por sus ventanas con el consabido grito, lo que era de mucha indecencia e impudicia y motivo de enojo y pendencias, que llegábase a los aceros por cosa más baladí, ocurriendo lances curiosos con algún que otro malherido.


Colocábanse cruces en plazas u otros lugares, creemos que dello ya hicimos mención en otros pliegos de este tenor, mas por evitar que se convirtieran en muladares que por recordar sucesos desgraciados o marcar la existencia de camposanto, empero, era Sevilla, en fin, ciudad llena de suciedad, yendo a la par de otros emporios de la nación española, pagándolo con el alto precio de enfermedades y epidemias favorecidas por todo lo anterior y que diezmaron a su población a lo largo de siglos.



Deambulando en estos otoñales días, hemos percatado la presencia de extraños muebles de hierro, modelados de rara forma, a la manera de buzones pero sin su amarillo color, en los que incluso algún incauto ha llegado a depositar su correspondencia, y que, sin embargo, poseen boca y conducto a semejanza de monstruos, siendo cosa espantable para nos hasta que pudimos comprobar “in situ” que su misión era bien distinta, aunque su colocación cuando menos sea admirable al embellecer no poco la ciudad con su donosura…




 Item más, abundan depósitos en los que colocar basuras, ya sean de mucho o poco tamaño, lo cual debería ir en detrimento de la aludida falta de higiene, mas no es así, que la ciudad, o mejor, ciertos habitantes della, parecen carecer de sentido de la limpieza, al menos afuera de sus hogares, y parecen competir en torneo o justa para dirimir quien lanza mayor porquería al suelo.


Queda para otra ocasión aludir a los del gremio de cocheros que con grave perjuicio empéñanse en abonar el suelo con los desechos de sus caballerías, siendo cosa reprochable que en los más monumentales lugares el hedor sea digno de mi época.




Todos se hacen lenguas de los esfuerzos por parte de los municipales regidores, mas nos tememos que, como en otros tantos sucedidos que atañen a esta Hispalis nuestra, sea más cuestión de propio brío que de ajeno empeño.