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10 julio, 2023

Por quién doblan las campanas.

Elementos indispensables durante años en las ciudades, no sólo para marcar las horas diarias, sino para comunicar cualquier desgracia o alegría, cualquier peligro o regocijo, una plaza sevillana lleva su nombre, un pueblo de la comarca de la Campiña de Carmona también y por supuesto, su sonido en espadañas y torres va parejo a la vida cotidiana. Hoy, en Hispalensia, hablamos de campanas y su sonido, pero como siempre, vayamos por partes. 

Usadas ya por civilizaciones asiáticas o egipcias en los primeros tiempos, tanto griegos como romanos supieron utilizarlas, llamándolas estos últimos "tintinábula" para el culto a Marte, dios de la Guerra, de ahí que se usasen como instrumento para convocar a las tropas; no falta quien, incluso, afirma que Moisés fundió el Becerro de Oro en una campana con la que convocar al pueblo hebreo y finalmente la iglesia católica comenzó a usarlas en Italia, concretamente en Nola con la figura de San Paulino, quien fue obispo de aquella diócesis entre el 409 y el 431 y es considerado patrón de los campaneros,  al estar dicha ciudad en la región de la Campania, se dice que de ahí puede venir el origen etimológico; a comienzos del siglo VII el polémico Papa Sabiniano decretó que se pusieran campanas en todos los templos para convocar a los fieles, extendiéndose su uso en monasterios y conventos, primero en muros, luego en las torres defensivas de los propios templos, germen de los actuales campanarios. Su influencia creció a pasos agigantados, pasando a convertirse hasta en trofeo de guerra, como sucedió con el caudillo musulmán Almanzor en el año 997, cuando se llevó las campanas de la catedral de Santiago de Compostela a Córdoba para fundirlas y convertirlas en lámparas de aceite pera la mezquita mayor.

Es interesante destacar que las primeras campanas eran de madera, luego de bronce y que cumplían con el papel de "espantar" a los malos espíritus con su sonido y, por supuesto, anunciar todo tipo de acontecimientos tanto laicos como sagrados, de hecho, durante siglos, en muchas campanas se grabó esta inscripción en latín: "Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum. Defunctos ploro, nimbum fugo, festas decoro", o lo que es lo mismo: "Alabo al Dios verdaderos, convoco al pueblo, congrego al clero. Lloro a los difuntos, ahuyendo a las tempestades, adorno las fiestas"


 Se conservan ejemplos de campanas de cierto renombre y antigüedad, como Wamba, de la catedral de Oviedo, que data de 1219 o Caterina, de la catedral de Valencia, de 1305. Templos sintoístas en Japón con sus campanas esféricas llamadas Suzu, hindúes o budistas llamadas en este caso ghanta y que se cuelgan a las entrada de los templos, y también las no menos famosas Big Ben de Londres o la estadounidense Campana de la Libertad, localizada en Filadelfia, símbolo de la Guerra de Independencia.

La conquista de Sevilla por Fernando III el Santo en noviembre de 1248 supuso el regreso de las campanas, pues la colocación de algunas de éstas en el alminar de la mezquita mayor fue uno más de los aspectos a tener en cuenta para cristianizar tal espacio. El terremoto de 1356 requirió reformar el remate de la torre y se le colocó una sencilla espadaña, y en 1373 se tiene noticia, como afirma la profesora y experta Clara Bejarano, de las primeras normas para regular los toques y repiques de campanas, por supuesto con su correspondiente lista de tasas por cada uno de esos toques en función de sus características. En 1533 la torre de la catedral poseía siete campanas, la grande, Santa Marta, San Isidro, Santa Catalina, Santiago, Santa Cruz y la pequeña o de tercia, diferenciándose entre campanas de golpe (que sonaban golpeando su badajo) o esquilas (que giran sobre sí misma para repicar).   

Ángelus, Ánimas, Difuntos, guerra o inundación (rebato), bautizo, parto laborioso, tempestad, sermón, misa, incendio, procesiones, autos de fe, llegadas de flotas de Indias, cada situación o acto extraordinario tenía sus propios tañidos recogidos en códigos con sus correspondientes tañidos, pero también las campanas marcaban las horas ordinarias, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, completas, oración, ánimas, toque de queda (un término que nos es muy familiar por desgracia), repiques todos ellos que daban un matiz sagrado a la horas del día, superando a relojes de sol o mecánicos y que únicamente se suspendían en señal de duelo por la muerte de Cristo entre el Jueves y el Sábado Santo, sustituidos por el sonido sordo y arcaico de la matraca o carraca de madera. 

Tras la profunda reforma de Hernán Ruiz en el remate de la torre, en 1568 el nuevo campanario vio ampliado su espacio con otras tantas nuevas campanas, cada una con su propio nombre, marcando un antes y un después en el paisaje sonoro de la ciudad, como quedó reflejado en la letra popular:

          Veinticinco parroquias 

tiene Sevilla,

Veinticinco campanas,

su Giraldilla.

En la Edad Moderna, el toque de queda, por ejemplo, marcaba el cierre de las puertas de Sevilla, en torno a las nueve de la noche en invierno, y a las diez en verano. Todos estos tañidos estaban regulados, menos el de "emergencia" que quedaba bajo la responsabilidad del propio campanero; en 1713, unas ordenanzas de la Orden Franciscana en Sevilla estipulaban para él que su cometido era: 

"Cuidar de las campanas, el acuñarlas y untar los ejes, y cuando la campana estuviere empinada no la deje suelta, ni en tiempo de nieves la toque, sin quitar primero la que le hubiere caído". 

La profesora Clara Bejarano estima que en los mejores tiempos de Sevilla, allá por los siglos XVI y XVII llegó a haber ochenta campanarios y ciento setenta campanas. El paisaje urbano, tanto el visual, como el sonoro quedaba marcado por la presencia de torres y espadañas y por el sonido de repiques y tañidos, por no hablar cierto orgullo de cada feligresía por sus campanas o por el significativo hecho de que si un templo era abandonado sus campanas eran descolgadas, enmudecidas, sin esa vida que comenzaron a vivir, humanizadas, en el momento de su bautismo cuando se les otorgó su nombre. Detalle curioso, la campana principal del Convento Casa Grande del Carmen (fundado hacia 1358), en la calle Baños, realizada por el campanero alemán Distrik y que según la tradición podía escucharse en pueblos del Aljarafe situados a dos leguas de distancia, fue retirada por los franceses durante la invasión napoleónica y llevada, según relata Álvarez Benavides a Dublín para presidir un reloj en una torre, regresando a Sevilla tras gestiones de las autoridades españolas y, tras la Desamortización de Mendizábal de 1837, llevada de nuevo al mismo emplazamiento irlandés.

A un nivel más doméstico, las campanas, sobre todo en conventos y monasterios, ejercían como "mensajería" que se difundía por claustros y coros, ya que cada monja tenía su propio toque con el que ser avisada, costumbre que se mantiene y que aún hoy es visible en, por ejemplo, la Hermandad de la Santa Caridad, en uno de cuyos patios se conserva un peculiar cartel con los diferentes indicativos, desde la única campanada para el Hermano Mayor, hasta un repique y cuatro campanadas para los enfermeros, pasando por toques especiales para médicos, silleros o faroleros, sin olvidar que con un repique, una campanada y otro repique se anunciaban las visitas extraordinarias de miembros de la familiar real, prelados o autoridades. 

En Sevilla podemos encontrar la más que conocida Plaza de la Campana, llamada así porque en ella estuvieron durante un tiempo los almacenes del servicio contra incendios del Cabildo de Sevilla, con su correspondiente Campana de Fuego, que se tocaba en casos de emergencia. Trasladada posteriormente a la torre campanario de la Iglesia del Salvador, allí continúa, al cuidado de una familia, descendientes de Antonio Mendoza González, el mítico "Hombre Mosca" que ya va por la quinta generación de campaneros que vive en la torre del primitivo alminar musulmán, ahora torre cristiana escenario de los volteos y repiques a mano, pues se trata de la única torre sevillana aún sin automatizar.

Por cierto, aparte de la ya referida plaza de La Campana, en Sevilla existieron calles con nombres tan sonoros como Campanario de San Julián, actual plaza de las Moravias, Campanas de los Descalzos, actual Descalzos o Campanas de San Leandro, ahora calle Zamudio, o Campanario, a secas, ahora calle Enladrillada en la feligresía de San Román, sin olvidar que en 1974 se nominó como Campaneros a una de las calles de la recién creada barriada de Pino Montano, y que todavía, en la calle Feria, se conservaba ¿o se conserva? una campana como reclamo comercial, pero esa, esa ya es otra historia.




21 noviembre, 2022

Cimientos.


La mezquita se había quedado pequeña. Inaugurada en el año 829, siendo Cadí de Sevilla Ibn Adabbas, aquel edificio de nueve naves, la central más ancha, y cuyo muro de la Qibla, donde estaría el nicho del Mihrab, se situaría ahora a lo largo del testero de iglesia del Salvador que da a la calle Villegas, había tocado techo en cuanto a su aforo para el rezo; de este modo, las autoridades musulmanas determinaron construir una nueva, y para ello, utilizaron materiales de épocas anteriores que ahora suponen una fuente histórica de primer orden. Pero como siempre, vayamos por partes. 

La construcción de la nueva mezquita mayor de Sevilla comenzó allá por el año 1172, estando al frente de las obras el conocido Ahmad Ben Baso, siendo inaugurada por Abu Yaacub Yusuf el 14 de abril del 1182, el mismo califa almohade que ya había ordenado la construcción del puente de Barcas sobre el Guadalquivir, la restauración de los Caño de Carmona o el embellecimiento de los Reales Alcázares. Además, en 1184 emprendió a su vez la construcción de una elevada torre alminar necesaria para que el almuédano realizase los preceptivos rezos diarios, con la particularidad de que tendría rampas en vez de escaleras para que dicho muecín pudiera subir en asno hasta allí. 

El califa no llegaría a ver ni siquiera comenzadas las obras, ya que moriría en combate durante el asedio de la ciudad portuguesa de Santarém, defendida por Alfonso I de Portugal. Su hijo, Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur heredaría el gobierno, comenzando entonces, según los historiadores, el periodo de mayor esplendor dentro de la etapa almohade, desde el punto de vista militar con la derrota infligida a las tropas castellanas de Alonso VII en Alarcos en 1195 y desde la faceta constructiva con la construcción de la fortaleza de San Juan de Aznalfarache, una ciudadela en Rabat y la terminación de la mezquita de la Kutubía en esa misma urbe, con un alminar muy semejante al hispalense.

Con la obra de construcción del alminar terminada y en acción de gracias por la victoria antes mencionada de Alarcos, el califa ordenó la colocación en su cúspide de unas grandes esferas de bronce dorado (o Yâmûr) en las que se gastaron, según las crónicas, 100.000 dinares de oro y quedaron solemnemente instaladas el 10 de marzo de 1198; curiosamente, sobrevivieron a la conquista castellana por Fernando III el Santo de 1248, pues caerán finalmente durante un terremoto acaecido en 1356, reinando ya Pedro I de Castilla.  

La interesante cimentación de la torre ha sido analizada topográficamente y alcanza la nada despreciable profundidad de más de nueve metros, más unas medidas en superficie de 17,5 metros de lado; se utilizó piedra de acarreo y ladrillo, pero también aras origen romano correspondientes al siglo II d. C., como las situadas en la esquina de la calle Alemanes (ahora Cardenal Amigo Vallejo) con la Plaza de la Virgen de los Reyes y que están dedicadas por los propietarios de esquifes (navíos de carga) de la Hispalis romana a sendos cargos de la administración hispalense, Sexto Julio Posesor y Lucio Castricio, como prueba de agradecimiento por su "probidad y singular justicia", por haber mantenido navegable el río y por controlar el flujo del comercio aceitero que partía desde Sevilla hacia la metrópoli romana. 

Así, traducida del latín la primera inscripción por el recientemente desaparecido profesor Joaquín Gómez-Pantoja resulta este texto: 

A Sexto Julio Possessor, hijo de Sexto, de la tribu Quirina, prefecto de la III cohorte Gala; comandante de la unidad de arqueros Siria y del I escuadrón Hispano, administrador de la ciudad de los Romulenses Malvenses, tribuno de la XII legión Fulminata y administrador de la colonia de los Arcenses; seleccionado para las Decurias (de caballeros) por los más grandes y mejores emperadores, los Augustos Antonino y Vero; asistente de Ulpio Saturnino, prefecto de la Anona, para la gestión del aceite Africano e Hispano, del abastecimiento del trigo y del pago de sus fletes; procurador imperial de las orillas del Betis. Los barqueros de Hispalis por su integridad y excepcional sentido de la Justicia.

Quizá estas dos lápidas de mármol sean las más conocidas por estar muy a la vista del transeunte, y demuestran el papel tan importante del río en la vida de la ciudad, pero en 1998, durante una excavaciones dirigidas por el arqueólogo Miguel Ángel Tabales en la cara sur de la Giralda, correspondiente a la Puerta de los Palos, salió a relucir un nuevo conjunto de siete aras o basamentos romanos, del que sobresale una dedicada a M. Iulius Hermesianus, personaje que habría vivido en torno al año 199 d. C. y ostentaría el puesto laboral equivalente a un envasador de aceite al por mayor ("difussor") con destino a Roma bajo el gobierno del emperador Septimio Severo, y comerciante a gran escala, no en vano, se ha descubierto en la ciudad de Écija otra lápida dedicada al mismo personaje, sin duda de gran preponderancia social y económica, perteneciente a una familia cuyo, abuelo o nieto, de otro Hermesianus aparece costeando la tumba de una esclava liberta suya en la mismísima capital del imperio, lo que da idea de que bien podría tratarse de una gran estructura comercial con sedes en diversas ciudades del imperio.

No podemos olvidar que en aquellos tiempos era una minoría social privilegiada la propietaria de extensas propiedades agrarias en las que el olivo era pieza clave, punto de partida para extensión del uso del aceite de oliva en todo el imperio, ya que se dice que prácticamente todo el aceite que se consumía en Roma procedía de sus provincias del sur de Hispania, de modo y manera que en aquellos años miles de ánforas de barro con el preciado "oro líquido" llegaron a la Ciudad Eterna con destino a la Annona, especie de oficina central de abastecimiento para todos los ciudadanos; sus restos rotos quedaron como testimonio histórico en el famoso Monte Testaccio, montículo artificial creado a partir de un enorme vertedero de unos cincuenta y tres millones de ánforas destruidas, en las que abundan inscripciones que aluden a la procedencia sevillana, ecijana o cordobesa de las mismas.

La inscripción de Hermesianus, estudiada por varios profesores de la universidad de Sevilla, entre los que destaca Genaro Chic, de cuyas clases en la Facultad de Historia guardamos grato recuerdo, saca a relucir todo un complejo esquema comercial desde Andalucía hasta Roma, basado en un grupo corporaciones o gremios dedicados a agrupar a los productores del aceite de los olivos sevillanos y a administrar tanto su envío como la correcta gestión fiscal de las subvenciones, fletes y ganancias, en la que los "diffusores" como nuestro Hermesianus arriesgaban no sólo su capital monetario, invertido en grandes envío aceiteros, sino incluso también sus propias vidas al acompañar a la mercancía durante sus travesías por el Mediterráneo, singladuras no exentas de naufragios o pérdidas, y que podían arruinar a cualquiera en caso de ocurrir.

Poco de esto podían imaginar los constructores de la Giralda allá por el siglo XII, cuando cimentaban su estructura sin saber que estaban utilizando un trocito del legado romano en nuestra tierra, pero esa, esa ya es otra historia...

Foto: Reyes de Escalona.


01 agosto, 2015

Entre toldos.-


Admiradores como somos de la Turris Fortissima, e incansables adoradores de su donosura y lozanía, permítanos el lector que en este pliego la mostremos veladas entre lienzos que protegen de rayos del astro rey, como si por un momento estuviera vendada o sujeta por tiras de tejido blanco e impoluto.



Ni siquiera así, pese a estar rodeada de comercios con decoración infame, olores nefastos de caballerías o tabernas de dudosa belleza, pierde su elegancia como suprema torre de la ciudad, ciprés de ladrillo y mármol coronado por una Fe que muchas veces necesitamos sobremanera en aquestos tiempos que corren...

04 mayo, 2015

Para enmarcar.-



Ahí la tienen vuesas mercedes, la Torre. Campanario, veleta y ladrillo. Creada por mahometanos, y rematada en mis tiempos, cuando oros y platas comenzaban a arribar de Indias en forma de caudaloso cauce. En este pliego la contemplamos en un lienzo un tanto gastado, mas no teman nuestros lectores, que trátase de mera ilusión creada por complicados mecanismos eléctronicos que capaces son de envejecer lo nuevo y renovar lo antiguo.

Nunca nos cansaremos de perseguirla entre calles y plazas, ni de atisbarla en alturas, como si fuera faro que nos alumbra en nuestro diario devenir...


10 febrero, 2015

Reflejada.-

Admirador confeso de la "Turris Fortissima" como nos declaramos públicamente, la encontramos el otro día plasmada sobre ventanal de cierto vehículo en la antigua calle de la Borceguinería, con tanto realismo, que por un momento pensamos tratábase de fidedigna representación pictórica en dicho carruaje...


28 enero, 2015

Trepando.-


En fría mañana, ateridos por bajas temperaturas, comprobamos cómo, en calle que llaman de Placentines, unos extraños personajes de madera, sin rostro ni cabellos, pugnaban por alcanzar altura, sin que sepamos si huyen del invierno, si son seres del averno y, si, llegado ese caso, ha habido mágicos poderes que han dado vida a tan extraños autómatas...

27 febrero, 2013

Giganta

 Gracias a gentil préstamo, agradecidos eternamente a quien dadivosamente nos ha proveído dello, no ha mucho obra en nuestro poder singular artefacto que captura imágenes y permite después que éstas sean vistos merced a complicados mecanismos de los que carecemos de idea mas permiten a este pobre mortal captar escenarios, monumentos, gentes y lugares con eficaz precisión y no menos mérito, aunque quizá dicho mérito debamos atribuírselo a aludida máquina que hace casi toda labor sin que nosotros tengamos mas que apretar cierto resorte.



Prueba dello son las instantáneas (creemos dícese así) que captábamos en la fría mañana de hoy que son protagonizadas, no podía ser menos, por cierta torre, crisol de estilos artísiticos y mescolanza de elementos moriscos y cristianos que nos tiene desde siempre sorbido el seso por su altura sin menoscabo de otras.

 
  
Disfrute, pues, amado lector de aquestos pliegos y si os placen tales imágenes por su composición, colorido y disposición ello nos alegrará en grado sumo.

 

11 marzo, 2012

En todo lo alto

Volumen nada más, base y altura.
(Gerardo Diego: Giralda)


Proveídos de cédula al afecto, y ciertamente no mal acompañados, no ha mucho gozamos inusitado privilegio de acceder a sus aleros y tejados, alcanzando altura nada desdeñable y poco recomendable para quienes de vahidos padezcan; sin embargo, justo es alabar el empeño del Cabildo Catedralicio por proveer que puédanse alcanzar tales altos, merced al pago de unos ducados que a buen seguro servirán para sostener a la “Magna Hispalense”, cuya piedra postrera fue colocada el día 6 de octubre de 1502, padeciendo embates de los tiempos y soportando con fiereza temblores de tierra como el llamado de Lisboa del día de Todos los Santos de 1755.




Si contemplar dicho templo desde su solería u orar en él sobrecoge grandemente el espíritu más tibio, transitar sus tribunas supone experiencia grata para el ánimo, y no menos placentero es descubrir vistas inéditas desde triforio o claristorio, recreándonos con deleite en belleza de coloridos vitrales.



Sin embargo, tras superar exigua escalera de piedra con forma de caracol, no mayor gozo para vista y entendimieto supone adentrarse en laberinto de contrafuertes, pináculos y arbotantes, admirándose labores de cantería próximas a filigrana y pasmándose por cómo “obra de locos” (al decir de sus creadores) pudo alcanzar tal belleza, quedando incluso marcas de maestros canteros como testimonio de su esfuerzo y labor.





Item más, causan pavor gárgolas de aterrador aspecto y fiero ademán, semejantes a monstruos del Averno que huyen del sagrado recinto o (afirman otros) parecen, empero, custodiarlo con su propia maligna ferocidad.



Item más, que desde tal pétrea cima puede apreciarse Hispalis, mas mentiríamos si añadiésemos que tal perspectiva no nos sorprendió por lo menudo que se vislumbra, pareciéndonos tan pequeña como singular y descubriendo cuán mínimas puede llegarse a ver a personas.


Resta como epílogo indicar que otro acicate para tales aleros recorrer, supone avistar a la Giralda desde otero inusual, pues, pocas veces tiénese tamaña ocasión de sorprendernos la hechura de su fábrica, mixtura mahometana y cristiana, coronada por Giganta de bronce.



17 octubre, 2011

Turris Horribilis



Retornábamos a la ciudad que nos vio nacer tras breve estancia en la Villa y Corte por razones que al caso no vienen. Cruzando la llanura castellana, la senda nos había traído sinsabores y satisfacciones, mas llegando a su conclusión, en atardecida otoñal, gozamos de la debida recompensa de contemplar el caserío hispalense en lontananza, y recortándose y destacándose sobre él, la torre de la Iglesia Mayor, que aunque su basa sea mahometana el Maestro Hernán Ruiz rematóla con airoso cuerpo de campanas y coronóla con donosa veleta fundida por Morel.


Para el que llegaba a su Hispalis natal tras cierta estancia fuera della, distinguir abigarrado conjunto de torres y espadañas fue gozosa y sosegada experiencia, como regresar de Indias tras penosa travesía.



Rememorábamos aquel viaje cuando no ha mucho pudimos gozar de actual visión de la ciudad desde privilegiado otero. Enterradas entre edificios, sepultadas entre casas de elevada altura, cercadas hasta por cabrestantes de metal, apenas pudimos distinguir más que cuatro o cinco de aquellas torres con sus campanarios y eso aguzando no poco la vista pues no teníamos catalejo ni anteojos. Poco quedaba ya de aquel perfil erizado de espadañas, cúpulas y torres que oportunamente quedó reflejado en grabados y estampas de mi época.







El sonar de sus bronces, que llamaban a oración, doblaban a entierro, repicaban en días de fiesta o alertaban por fuego, queda agora enmudecido por molesto tronar  callejero y ruidoso transitar de carruajes, de tal manera que el oficio de campanero ha prácticamente desaparecido y sido cambiado por máquinas que tañen las dichas campanas, excepción hecha de la Colegial del Salvador donde se mantiene esclarecida familia de campaneros de preclaro apellido desde hace generaciones.





Cuéntannos que no lejos del Monasterio de las Cuevas edifícase en estos tiempos otra torre, y que esta rebasará en muchas varas la altura de la Giralda, que carecerá de campanas, que tendrá extravagante apariencia y que está siendo erigida según planos de un tal Maestre Pelli, sin emplear apenas aparejo de ladrillos o argamasa, sino hierro y vidrio, que aunque será cosa digna de ver, no menos mueve a escándalo lo gravoso de tal obra, los miles de ducados que costará y la función de la misma.




Item más mueve a escándalo que ni regidores de la ciudad ni habitantes de la misma haýanse opuesto a tamaño dislate e insensato despropósito. Cosa sorprendente será el no ver concluida dicha la construcción, y que desde ese momento el viajero que alcance la ciudad la tenga como primera vista en menoscabo y perjuicio de nuestras amadas y antiguas...