20 marzo, 2023

1879: Semana Santa.

En esta ocasión, estando en Cuaresma como estamos, nos vamos a centrar en la Semana Santa celebrada en un año concreto, una Semana que dio mucho que hablar por circunstancias diversas, entre ellas, por ¡El uso de la dinamita!; pero como siempre, vayamos por partes. 

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Nos situamos en el último cuarto del siglo XIX, en una etapa histórica caracterizada por cierta tranquilidad política tras la Restauración de la Monarquía con la figura de Alfonso XII. La Sevilla de esa etapa rondaba unos 100.000 habitantes y seguía siendo la tercera ciudad en importancia tras las dos grandes capitales, Madrid y Barcelona, y aunque basaba su economía en el medio agrario, no faltaban instalaciones industriales dedicadas al corcho, el metal o el vidrio. Son los años de Manuel de la Puente y Pellón al frente del Consistorio, aquel que logró traer el "agua de los ingleses" o luchó por mejorar el alcantarillado o los años de estancia en San Telmo de los Duques de Montpensier, cuya hija, María de las Mercedes, había fallecido en 1878 dejando viudo al rey Alfonso, dejando, ya se sabe, aquello de "Dónde vas Alfonso XII, dónde vas, triste de tí...".

Una ciudad que anhelaba sus Fiestas de Primavera y que las disfrutaba, con procesiones, carreras de caballos, certámenes, cabalgatas, conciertos, bailes y demás actos que servían, especialmente, para reunir a lo más elegante de la alta sociedad sevillana y de otras zonas, sin olvidar la importancia de las ceremonias religiosas en la Catedral, con la interpretación del Miserere de Eslava, ya entonces con quejas en la prensa sobre el mal comportamiento de los fieles asistentes e incluso la denuncia de robos frecuentes (¡de relojes!) por "amigos de lo ajeno" y también la celebración de los solemnes Oficios con el montaje del majestuoso Monumento Eucarístico. Con hermandades que comenzaban a superar la crisis ocasionada por los vaivenes de aquellos años, con nuevas cofradías (como Las Penas, fundada en 1875) o con refundaciones de otras que habían estado aletargadas (la Hiniesta, reorganizada en 1879), con la revitalización del Santo Entierro o con el comienzo del concepto de la Semana Santa como algo que podría atraer visitantes y riqueza.

Aquel año de 1879 el Domingo de Ramos cayó en 6 de abril, y fue el último año en el que el tradicional Cabildo de Toma de Horas se celebró en Martes Santo, pasando al propio Domingo de Ramos al año siguiente. Como curiosidad, se registró la visita del Duque de Connaught, hermano del Príncipe de Gales e hijo de la Reina Victoria de Inglaterra, hospedándose en el Hotel Cuatro Naciones de la Plaza Nueva, establecimiento propiedad de Estanislao D´Angelo y por el que pasaron personajes como el mismo Príncipe de Gales, embajadores de otras naciones e incluso el Barón de Rothschild, famoso banquero.

En cuanto al tiempo, los sevillanos se pasaron la Semana mirando al cielo, pues anduvo inestable en principio, ya que llovió el Domingo de Ramos, mojándose las dos cofradías que salieron, las Penas de San Vicente y la Amargura y registrándose un incidente que, por fortuna, quedó en nada, para ésta, como recogió la prensa local: 

"No hemos de pasar en silencio un hecho que presenciamos en la Plaza del Salvador. Cuando parte de la cofradía de San Juan Bautista estaba ya en la calle Cuna y completamente llena de espectadores la expresada plaza, un carruaje pasó al galope por dicha calle, teniendo que apartarse los cofrades para dejar libre el paso y se abrió camino entre la apiñada multitud hasta ganar la calle de Alcuceros (actual Córdoba). No ocurrió alguna desgracia, no sabemos por qué." 

Como anécdota, la otra cofradía del Domingo, la de las Penas de San Vicente, entró con todo su cortejo en el Palacio Arzobispal a fin de que el Cardenal Lluch pudiera contemplarla, saliendo a la calle por la puerta que da a la actual Cardenal Amigo Vallejo (antes, Alemanes). El Miércoles siguieron las incidencias, provocando la lluvia que las Siete Palabras tuviese que regresar a su templo en la mañana del Jueves Santo, tras quedar resguardada la cofradía en la Catedral. Sin embargo, lo peor llegaría en la tarde de ese Jueves, 10 de abril. A eso de las ocho de la tarde, la "hora punta", desde el punto de vista de las cofradías, se escuchó una fuerte explosión en las inmediaciones de la Plaza del Duque, cerca de la calle Armas, actual de Alfonso XII. Hubo carreras, gritos y una fuerte conmoción entre la gente que se hallaba en esa zona, a lo que habría que añadir, casi sin solución de continuidad, una segunda explosión de la misma intensidad que hizo temblar cristales y causar estupor; ¿Qué había pasado?

A esa hora de la tarde permanecía abierta la Iglesia de San Antonio Abad, sede de la Hermandad del Silencio, pero mejor, dejemos que lo cuente Joaquín Guichot, cronista de aquellos años:

"En aquel templo, pues, se habían disparado dos cartuchos de dinamita, causa de aquella fundada alarma, uno en la puerta y otro dentro del templo, cuyas explosiones causaron varias desgracias personales y grandes destrozos en la iglesia, en cuyas naves se encontraban reunidas en aquella hora muchas personas, entre las cuales se produjo la mayor confusión y el pánico consiguiente al ignorar la causa y significación de aquellos terribles disparos y la de los gritos, los lamentos y las voces implorando auxilio de las personas atropelladas en tales momentos, o heridas por los pedazos de madera, cristales y ornamentos arrancados de los altares y lanzados a lo lejos por la explosión".

Igualmente, la prensa local, en concreto el diario La Andalucía, narró la dantesca escena que vivieron quienes estaban en aquel lugar: 

 "Por la calle Monsalves huían una señora con un niño en los brazos, de cuya cara brotaba la sangre en abundancia, y otra, cuyas ropas se veían también tintas en sangre. Un vecino de esta calle las amparó en su casa y les ofreció socorro, pero como no se encontraba en aquel instante un médico por las inmediaciones, la señora condujo al niño herido para su curación a una oficina de farmacia próxima. Otras señoras muy conocidas de la buena sociedad sevillana que oraban en el templo, cayeron desmayadas, y las que pudieron correr lo hacían con el terror pintado en sus semblantes (...) Dentro de la iglesia todo era confusión y pánico. Varias urnas de cristal de los altares saltaron en pedazos, algunas efigies vinieron a tierra y las puertas de la iglesia se arrancaron".

Al estar montados los dos Pasos de la Hermandad del Silencio, la Virgen de la Concepción, acompañada de San Juan Evangelista, aparecía exornada con numerosas joyas y alhajas, lo cual dio que pensar a muchos que la intención de los autores de las explosiones era aprovechar la confusión siguiente a aquellas para el robo de dichas joyas, aunque no consiguieran sus propósitos al formarse un cordón de personas en torno a las andas para evitar cualquier daño o sustracción. Poco a poco, se fue recuperando la calma.

La Semana Santa continuó con sus celebraciones, saliendo las cofradías del Jueves, Madrugada y Viernes con normalidad y sin incidentes dignos de mención; como detalles a tener en cuenta, faltaba aún mucho (hasta 1919) para que se colocase el palquillo de toma de horas en la Campana, pues por entonces el inicio de la carrera oficial u "oficiosa" se establecía en la esquina de Sierpes con Cerrajería, calle a la que accedían cofradías como el Cristo de San Agustín el Miércoles o Pasión el Jueves; mientras, la mayoría de las cofradías buscaban la Campana por el hecho de transitar por una de las zonas de mayor presencia de público y establecimientos sociales como casinos y círculos. Además, resaltar que en la Madrugada y por diversas circunstancias no salieron las tres últimas hermandades actuales (la Esperanza de Triana, el Calvario y los Gitanos) y sin embargo sí cerró la jornada la Hermandad la O, que tenía marcada la salida desde su parroquia de la calle Castilla a las tres de la madrugada. El Viernes Santo, último día, salieron todas las que actualmente lo hacen, con el añadido de la de el Museo. 

En relación al atentado o intento de robo en San Antonio Abad, indicar que personadas las autoridades y las fuerzas de orden público en el templo, comenzaron las investigaciones para averiguar la identidad de los autores de la acción, sin que finalmente las pesquisas dieran resultados, aunque sí trascendió a la prensa, como ya hemos indicado, que el explosivo utilizado fuese uno nuevo en el "mercado": la dinamita, inventada por Alfred Nobel en 1866, sí, el de los famosos galardones, pero esa, esa ya es otra historia. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante