24 marzo, 2025

Juego de varas.

Transitando por semanas cuaresmales como estamos, aprovecharemos este precioso tiempo de vísperas para, como en otras ocasiones, dar algunos detalles sobre objetos que forman parte de los cortejos penitenciales semanasanteros; esta vez, le daremos la oportunidad a una insignia muy valorada y apreciada y si además es dorada, mucho mejor, dicen. Pero como siempre, vamos a lo que vamos. 

Desde tiempos históricos, el cetro, la vara, el bastón de mando o el báculo, por citar algunos ejemplos de este tipo de elementos siempre se consideraron símbolos de poder, de autoridad. Gobernantes desde los faraones egipcios hasta los Papas, pasando por el propio Moisés con su vara, ("Tu vara y tu cayado me sostienen", dice el Salmo 24 del Antiguo Testamento), centuriones romanos, monarcas medievales, jerarcas de tribus prehispánicas, generales decimonónicos, han ostentando este elemento para dar a conocer su autoridad y a sí mismos, como distintivo de prerrogativa o privilegio. Por citar un ejemplo, los reyes de la Edad Moderna portaban protocolariamente elaborados cetros realizado en metales preciosos y adornados con costosas joyas. Además, en un orden más cotidiano la vara era usada por los alcaides musulmanes como medida para establecer límites en las lindes o extensiones de parcelas si había controversia entre vecinos por estas cuestiones, de ahí que haya sobrevivido la expresión que alude a "varias varas de medir" o "medir con la misma vara". También había alguaciles en las catedrales: en la hispalense, como narraba Bernardo Luis Castro, su Maestro de Ceremonias en 1712:

"Había un peón vestido de negro y con golilla que traía vara de alguacil, cuidando que no se orinasen ni se hiciesen otras indecencias en los ámbitos de la iglesia, y por esto le llamaban el alguacil de los meados".

De este modo, el uso de varas o bastones pasó a muchos ámbitos de lo social; en el siglo XVI los alguaciles, empleados dependientes del cabildo de la ciudad, portaban unas varas de cierta altura realizadas en madera con contera metálica con las que, en un momento dado, incluso podían golpear a aquellos que se oponían a su autoridad y hacerse, de este modo, respetar. Aunque eran cargos electos en principio, la voracidad del estado por conseguir fondos con los que sustentar las campañas bélicas o pagar los empréstitos suscritos para financiar la corona harán que estas varas de alguacil o alcalde se pongan a la venta, y de ahí, que se conviertan en elementos hereditarios que formen parte del patrimonio de determinadas familias. Así, en 1633 el pintor Diego Velázquez era recompensado por sus servicios como Pintor de Cámara en Madrid con "un paso de vara de alguacil de la Casa y Corte", o sea, el privilegio de vender dicho cargo y, por citar un ejemplo local, en un ejemplar del "Papel Semanario de Sevilla" correspondiente al 14 de agosto de 1787 puede leerse:

"Se vende la propiedad de una Vara de Alguacil de los veinte de esta Ciudad. Quien quisiera comprarla acuda a D. Manuel María Moure, Procurador del número de la Real Audiencia".

Los bastones o varas serán también signo de poder o autoridad en los Gremios; portadas por sus alcaldes en procesiones religiosas o cívicas servirán para identificar a los cargos de estas corporaciones. De ahí, es lógico pensar que los bastones o varas también entraran a formar parte del protocolo de hermandades y cofradías, sobre todo cuando, además, en Semana Santa los cofrades preservaban su anonimato con la túnica nazarena y era imposible saber, salvo por estos símbolos, quienes ostentaban la autoridad en los cortejos penitenciales. Además, eran elementos para mantener el orden en la procesión; en las Reglas del Gran Poder de 1570, por citar unas, se establecía ya que las varas y bastones se entregasen a "personas prudentes para el dicho gobierno".

Lo que en principio eran simples varas para los alcaldes (aún no había cobrado protagonismo la figura del Hermano Mayor), con el tiempo irán decorándose, primero con la heráldica de cada hermandad, luego forrándose con telas lujosas los vástagos de estas varas y finalmente añadiéndosele los llamados "cañones", tubos de metal plateado, repujados o cincelados con sobrios motivos vegetales. Prueba de ello es que Diego Ortiz de Zúñiga en sus Anales de Sevilla escribía al referirse al excesivo lujo de las cofradías en el siglo XVI:

"Desprecian las cofradías en las insignias, cruces, candeleros, varas, campanillas y otras alhajas cuanto no es preciosa plata".

Prueba de esto es que en diversos inventarios de hermandades puede leerse cómo existía cierto número de estos cañones, muchas veces de plata, que eran en cierto modo como señal de riqueza; poco a poco, las varas fueron cobrando cada vez más protagonismo, hasta en convertirse en acompañantes de las diversas insignias, incluida la cruz de guía, tal como mantienen hoy día hermandades como El Silencio o el Santo Entierro. Habrá incluso varas de varios tamaños, como las de los diputados de tramo, más pequeñas y manejables; otras hermandades en sus comienzos no contemplaban su uso, como la de La Sed en los años setenta, algunas mantienen austeros diseños con vástagos de madera, como Vera Cruz o el Calvario, mientras otras, destacan por poseer juegos de varas llenos de detalles, como el Humilladero de la Cruz del Campo en las de presidencia de la Hermandad del Polígono de San Pablo, la jarra de azucenas en las de San Benito, el diseño gótico de las de la Paz, las clásicas del Valle o las "minivaras" de La Borriquita. 

Por destacar un caso concreto, sabemos que el 7 de abril de 1935 se obsequió al entonces Hermano Mayor la entonces Piedad de Santa Marina, Guillermo Serra Pickman, una vara de plata dorada como muestra de su rango, realizada por el orfebre Juan Fernández Gómez, vara que quedó en propiedad de la hermandad y que tiene la particularidad de ser desmontable en dos mitades, ya que se entregó en un lujoso estuche, pero esa, esa ya es harina de otro costal y no será nuestra intención seguir "dando la vara". 



16 marzo, 2025

Triperas o Triperos.

En esta ocasión, daremos detalles sobre una calle que ha quedado desgraciadamente "absorbida" por otra y que, por ello, es apenas mencionada en las idas y venidas por la ciudad, salvo en los itinerarios cofradieros, eso sí. Sede de instituciones culturales, cafés y tertulias literarias, acogió incluso el domicilio de la primera novia de un conocido poeta sevillano. Pero para variar, vamos a lo que vamos.

Foto Reyes de Escalona.

Entre la confluencia de O´Donnell y hasta Tetuán, se extiende una vía cuyo nombre peculiar era ya conocido en 1485: Triperos, o también, Triperas. Se desconoce exactamente el motivo de tal denominación, debida quizá a la existencia de puestos de venta de casquería, lo cierto es que con tal apelativo aparece en el plano de Olavide de 1771, tras superar una etapa en la que se llamó de San Gregorio, aunque en 1845, buscando quizá un registro más culto, será sustituido por el de un pintor sevillano universalmente conocido: Velázquez. La ubicación de esta calle, a medio camino entre  Tetuán y O`Donnell, hará que pocos la mencionen, peculiaridad ésta que los comercios supieron aprovechar a la hora de hacer publicidad: 

Anuncio en prensa local. 1895.

Medianamente angosta y corta en su trayectoria, hasta fines del XIX se caracterizó por su estrechez, pese a que a lo largo del XVI y XVII fueron frecuentes los derribos y alineamientos de edificios, como el que promovió el Asistente Martín Hernández de Cerón en 1588 para cerrar un rincón casi esquina con la antigua calle de la Muela (ahora, O´Donnell) ya que en él se depositaba gran cantidad de basuras ("ynmundicia"). Enladrillada en 1522, en 1612 fue empedrada, mientras que a mediados del XIX se sabe que estaba pavimentada y en 1889, asfaltada. Casi todos sus edificios mantienen la misma escala y número de pisos, destacando el del número 9 por su estilo modernista y el 11, antigua casa señorial decimonónica con patio interior aunque muy transformada.

Uno de los elementos más significativos de esta calle Triperas fue que a ella daba una de las puertas de acceso a la primera Biblioteca Pública que tuvo Sevilla, en concreto, enclavada en locales anejos al desaparecido Convento de San Acasio perteneciente a la orden de San Agustín, ahora espacio perteneciente al Círculo de Labradores desde 1950 y anterior sede de la Hermandad del Gran Poder. Inaugurada el 6 de octubre de 1749, su horario de apertura dependía de la época del año, por las mañanas permanecía abierta de siete a once de la mañana y de cuatro de la tarde al toque de Avemaría de mayo a septiembre, mientras que de octubre a abril lo hacía de ocho a once de la mañana y de tres de la tarde al toque de Avemaría, al atardecer de la jornada. El Cabildo de la Ciudad fijó una subvención anual a razón de 150 ducados, destinados a la conservación de los fondos, dotación de mobiliario y materiales y el salario del bibliotecario, siempre vinculado a la orden agustina, destacando la figura del Padre Garrido, principal valedor de la institución e incluso responsable del constante trabajo de clasificación y ordenación hasta su muerte en 1793.

Foto Reyes de Escalona.

A todo esto, habría que sumar el hecho de que la calle Velázquez acogió una serie de establecimientos de hostelería que servían tanto para consumir bebidas como para convertirse en espacios para confraternizar, charlar y discutir: los Cafés. Así, uno de los más famosos fue el llamado Café Central, que junto con el América, sirvieron para tertulias literarias o el Nacional, frecuentado por gente del mundo de los negocios. Por citar un ejemplo, el América fue punto de encuentro de miembros de la llamada Generación del 27, participantes en la Revista Mediodía, publicada por estos amantes de la lírica más contemporánea. Joaquín Romero Murube escribía sobre estas reuniones "cafeteras" en su obra "Sevilla en los labios":

"En aquella tertulia, reuníanse además elementos ajenos a la literatura, tipos pintorescos de la madrugada y el trasmundo del orden, que unas veces traídos por el inquieto Sánchez Mejías, otras por el sorprendente Villalón, llenaban de incidencias raras e insospechadas las alegres reuniones de nuestro cenáculo literario. No faltaron, como es natural, princesas orientales, espiritistas, rancios académicos de Buenas Letras, deportados portugueses, eruditos cavernosos, lánguidos poetas de la meliflua Suramérica, pollos modernistas, esperpentos, pamplinosos del surrealismo, niños impertinentes, sabios hueros, sablistas y charlatanes, si que también algunas poetisas de inspiración y hechos más o menos amables".

Por cierto, el Café América fue pionero a la hora de paliar las altas temperaturas del verano hispalense; del mes de julio de 1897 es esta curiosa reseña en El Noticiero Sevillano descubierta por nuestro veterano equipo de archiveros, bibliotecarios y documentalistas:

 "A pesar del excesivo calor que se dejó sentir en el día de ayer, pudimos notar que la temperatura en el café América era primaveral, con sus hermosos ventiladores eléctricos, bien repartidos en su extenso local, y al alumbrado que por fin pudo inaugurarse el domingo, ninguno de los numerosos parroquianos que pueden concurrir con frecuencia a dicho establecimiento, tendrá necesidad de sentir los rigores de la canícula que tan molesta es, principalmente en algunos días que no se siente ni la más mínima brisa que refresque nuestros pulmones. Le damos muy de verás al señor Antón la más cumplida enhorabuena por haber sido el primero en implantar en esta localidad los ventiladores eléctricos que tanta ventaja han de reportar a la comodidad y a la higiene."

Se ve que evitar "las calores" era objetivo primordial a toda costa, prueba de ello es que el propio Café que comentamos tuvo ese mismo año un pleito con otro salón cercano, el Piazza, sobre la queja de este último porque el primero echaba sus toldos para mitigar los rayos solares y le perjudicaba al perder luz en su establecimiento; cosas de otros tiempos.

Por cierto, en el número 8, entre 1854 y 1855 como documentó el también poeta Rafael Montesinos vivió Julia, hija de Antonio Cabrera Cortés y Dolores Rodríguez, quien habría sido la primera novia de Gustavo Adolfo Bécquer cuando cuenta apenas dieciocho años, recordada con nostalgia por el poeta en los últimos años de su vida, mientras que esa joven, primer amor del escritor, se mantuvo soltera toda su vida, muriendo en 1918. No lejos, en el mismo edificio compartieron espacio las oficinas de Prensa Española (diario ABC) y La Teatral, fundada en 1939 y especializada en la venta de entradas para espectáculos taurinos y teatrales, mientras que quedan para el recuerdo comercios tradicionales desgraciadamente desaparecidos, como las Perfumerías Recio o Mabigoa, Alfombras Ýñiguez o la Camisería Redondo. 

Terminamos, pero hablar de esta calle y no aludir a cuestiones gastronómicas sería casi un pecado. Aparte de los desaparecidos cafés, habría que mencionar, sin duda, la presencia, hasta los años 90 del pasado siglo, en el número 8, de la cafetería Viana, antecesora de la cadena de hamburgueserías sevillana "Dulio", que dejó paso en 1999 a la actual Casa del Libro, y por otra parte, la olorosa presencia del cercano bar Blanco Cerrillo, fundado en 1926 en la perpendicular calle de José de Velilla y que tiene como especialidad los boquerones en adobo, cuyo aroma perfuma buena parte de la calle Velázquez para deleite de paseantes locales o foráneos, ignorantes quizá de que recorren una zona peatonal desde 1991 y que se considera la décima calle más cara de España en materia de alquileres comerciales, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

03 marzo, 2025

Butrones.

Entre las calles Sol y Gallos, existe una pequeña vía con nombre peculiar. Bastante antigua, ya en 1363 era denominada así por la existencia en ella de un corral de vecinos y un horno que llevaban este nombre perviviendo aún a mediados del siglo XVII. Estrecha, peatonal y con viviendas en su mayoría, hasta 1643 hay constancia de un callejón que iba hasta el cercano convento del Valle (sede ahora de la Hermandad de los Gitanos), pero desapareció tras las quejas del vecindario por la acumulación de suciedad. Como curiosidad, en el número 19, ya cerca de la Puerta Osario, nació en 1890 Pastora Pavón Cruz, conocida «cantaora» flamenca apodada como «La Niña de los Peines», fallecida en 1969. Queda por comentar el origen del nombre de esta calle: Butrón. 

Foto: Reyes de Escalona.

El término puede aludir a un río existente en la provincia de Vizcaya, a un linaje feudal castellano o, incluso, siguiendo el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, al "agujero hecho en suelos, techos o paredes para robar." Precisamente, de un butrón y sus efectos delictivos hemos encontrado una reseña de finales del XIX que pasamos a desmenuzar.

Corre el mes de octubre del año 1897. En la antigua calle Mercaderes número 56 (actual de Álvarez Quintero), esquina con Chapineros, se encuentra la afamada Joyería Pérez, Machuca y Ruiz; a ella acude un sujeto llamado José Lledó (alto, rubio, con barba y acento catalán, según las descripciones de los testigos) con la idea de que los propietarios de dicho establecimiento le alquilen la vivienda de enfrente, también de su pertenencia. El precio del arrendamiento queda estipulado en tres pesetas y media al mes y preguntado sobre qué uso pensaba darle a dicho inmueble, el sujeto declaró que deseaba instalar una negocio de comercialización de vinos que ya había explotado en Gerona, su zona de origen y que para ello requeriría realizar obras de albañilería. Hasta ahí, todo se desarrolló con normalidad, nada hacía pensar en algo sospechoso.

En la mañana del lunes 8 de noviembre, cuando los empleados de la joyería levantaron sus cierres para comenzar su jornada laboral comprobaron, estupefactos, que todo estaba en el más absoluto desorden, estuches y bandejas vacíos abandonados en el suelo, muebles volcados, papeles revueltos y para colmo la caja de caudales estaba abierta y del escaparate de la tienda faltaban innumerables alhajas de gran valor, realizadas en oro y con brillantes y otras piedras preciosas.  Aprovechando las horas nocturnas, los «amigos de los ajeno» habían accedido al céntrico establecimiento con evidentes intenciones. Si el suceso en sí era sorprendente, todavía más lo fue comprobar el modus operandi de los ladrones: un butrón en toda regla; avisados los dueños de la tienda con urgencia, éstos comunicaron el hecho a las autoridades judiciales y gubernamentales, mejor, veamos cómo la prensa local narraba con precisión el desarrollo el robo:

"Una vez que el juzgado vio el pozo que abrieron los ladrones en el escritorio de la casa, trasladáronse con objeto de ver de dónde partía el «escalo», a la casa número 54 de la calle Mercaderes. Las puertas de ésta estaban abiertas. En el patio a la izquierda, hay una habitación con ventana a la calle, en la que se encontró el juzgado un pozo de cerca de tres metros de profundidad y de uno y medio de boca; una habitación que está dentro de aquella estaba llena de tierra. 

Todos los que han presenciado la obra llevada a cabo por los ladrones se maravillan de la precisión de todos los trabajos, de la manera de prevenir hasta los menores detalles para consumar sus propósitos sin ser descubiertos."

Solo en metálico, los ladrones se apropiaron de billetes por valor de 12.500 pesetas de la época, toda una fortuna, eso sí, sin contar el casi incalculable precio del gran número de relojes, pendientes, cadenas y piedras preciosas desaparecidas, lo que sin dudas suponía un enorme quebranto para la firma de joyería sevillana, que había hecho un fuerte desembolso, (se hablaba de 100.000 pesetas) para adquirir género de calidad.  


A la hora de buscar culpables, todas las sospechas recayeron en quien había alquilado la casa de enfrente, misteriosamente desaparecido a la vez que se cometía el delito, aunque interrogados los guardas y el sereno afirmaron no haber visto nada que llamase la atención, salvo precisamente eso, el silencio que existía siempre en ese edificio. Como curiosidad, los "cacos" habían dejado abandonados cinco pares de pantalones, una chaqueta, dos blusas una gorra valenciana y un pañuelo con iniciales. Las primeras prendas quizá fueron usadas durante los trabajos de excavación. Del mismo modo, se halló un gran número de herramientas, como barrenas, palanquetas, berbiquíes, velas y linternas, al igual que restos de alimentos (tres chorizos, pan y dos trozos de queso castellano) y numerosas colillas de cigarros puros. Se ve que trabajaron duro para preparar el butrón, evitando dar con tuberías o canalizaciones y apuntalando su trayectoria para que no se produjeran derrumbes, de manera que los autores de la fechoría tenían experiencia en este tipo de actividades, ya que incluso, para no despertar sospechas, depositaron toda la tierra sacada del túnel en otra habitación aneja. Se dio, además, la circunstancia de que hasta las doce de la noche del día del robo un criado de la joyería estuvo en su interior sin percatarse de nada.

Las pesquisas se prolongaron, especialmente en la búsqueda y captura del misterioso sujeto arrendatario, de quien se supo había estado en una casa de huéspedes y que posteriormente habría tomado un ferrocarril en dirección a Madrid, aunque se habría bajado al llegar a Córdoba, donde se le había perdido finalmente la pista. 

Nadie había escuchado nada, nadie había dado la voz de alarma, ni siquiera el sereno. Habían trabajado sigilosamente, de madrugada o puede que incluso a plena luz del día. Todo se había ejecutado en unas horas, con asombrosa rapidez y efectividad. El botín fue tan abundante como la sorpresa de quienes sufrieron un robo que pasó a la pequeña historia de Sevilla. Casi de inmediato, personal del juzgado detuvo e interrogó a un antiguo empleado de la joyería, en la creencia de que pudo haber suministrado información a los ladrones sobre la ubicación de las cajas fuertes y demás, lo que quedaría demostrado por la precisión con la que actuaron, yendo "a tiro hecho", esto es, sabiendo de antemano dónde buscar y hallar. Sin embargo, las noticias sobre este suceso se diluyen en los meses siguientes, sin que hallamos encontrado referencias sobre si, finalmente, pudo recuperarse el cuantioso botín y capturar a los culpables, de modo que, quizás, pudo tratarse de un "robo perfecto", pero esa, esa ya es harina de otro costal.