11 febrero, 2012

Al baño.-


“La limpieza es la mitad de la fe” (Proverbio árabe)

Fue Galeno, sabio doctor heleno de feliz memoria, quien afirmaba allá por tiempos del romano emperador Marco Aurelio que inicial baño en seco, de vapor, tendría como misión calentar y fundir materias nocivas del cuerpo y limpiar piel de impurezas y desigualdades, quienes serían expulsadas con el fuerte sudor provocado, item más, que baño de agua muy caliente limpiaría epidérmicos resquicios, penetrando por limpios poros y devolviendo una pura humedad a partes sólidas del cuerpo (carne y huesos) en sustitución del humor sudado, concluyendo su conseja indicando que baño posterior con agua fría, refrescaría cuerpo, contraería piel y cerraría poros ya limpios.

Osadía por parte nuestra sería, proseguir con sesusa y médica disertación; baste añadir que fue costumbre romana, por tanto, y que cuentan eruditos que frecuentar termas o baños, con su tepidarium y su caldarium “ad hoc” fue algo natural entre nobles y plebeyos y que en ellos cerrábanse no pocos tratos y negocios en salutífero ambiente.

Presente el agua en bautismos o abluciones, según religión, en época que apelan como medieval, mujeres y hombres disfrutábanla por separado, que duda cabe, en evitación de tentaciones de la carne; mahometanos, cristianos y judíos compartíanlo en alternos días por aquello de soslayar querellas y disputas, incluso en distintas jornadas según fiestas de guardar, y no faltaban baños en toda ciudad que precíarase de serlo.


Hubo en la Sevilla mahometana buen racimo de Hamman (llamados así baños en su habla) y consta que hasta monarcas como Al-Mutadid gozó de ellos para su placer y hasta para eliminar enemigos, pues cuéntase que encerró hasta morir abrasados en palaciegos baños a grupo de conspiradores que arrebatarle trono pretendía, siendo, pensamos crudelísima muerte aquella.


Cuando el Monarca Fernando ocupó Sevilla el día de San Clemente, apreció que en ella subsistían aún hasta diez y nueve de estos baños, y como viera que era cosa conveniente no tuvo reparo en conceder su uso Juana, su reina y esposa, sin dejar en olvido los construidos por Pedro el Justiciero (o el Cruel) para su barragana María de Padilla, buena prueba de cómo por amor esfuérzase el hombre (y no por influjo comercial ahora que acércase el Santo Valentín).


Con el tiempo, lo que fue costumbre sana y recomendable pasó a ser síntoma o pista de criptojudaizante u oculto islamita, por lo que decayó su uso en perjuicio de higiene, quedando en olvido y borrándose de la memoria donde establecidos estuvieron.



No obstante, hemos colegido que la Fortuna alióse con al menos dos que han llegado hasta agora, y que con usos distintos mantiénense en pie. Unos, cabe la Borceguinería, han trocado vapores de agua por humos de cocina, convertidos en casa de comidas, conservando, a lo que se ve, su originario aspecto aunque para visitarlo sea menester llenar la panza.


Otros, aunque restaurados y de la Reina Mora denominados, permanecen sin definido uso, siendo motivo de desazón que sitio tan compuesto y apropiado carezca de otro fin que almacenar enseres de cofradía, pues hállase frontero a capilla en la que culto recibe la Santa Vera Cruz, en calle de los Baños, como no podía ser de otra forma.



No ha mucho tuvimos ocasión de visitarlo y a fuer de ser sinceros nos maravilló su forma y estilo, y aunque maltratados por siglos, hasta sentimos ganas ciertas de tomar baño,  pese a no tocarnos hasta Carnestolendas.


04 febrero, 2012

En frío.-

En febrero, siete capas y un sombrero.


Que amenaza gran helada,
avísannos con denuedo,
Que bajarán los mercurios
hasta niveles extremos,
que abriguémonos en demasía
para que ateridos no estemos,
que procuremos cobijo
cuándo preséntense vientos.


Habrá que prepararse, pues,
y disponerse al evento
siendo que prevenir habrá
coleto, hopalanda y chambergo,
jubón, calzas y albornoz
borceguíes y sombrero,
y aprestarnos a sufrir
embates de aqueste invierno
que a dentelladas acude,
como siempre, traicionero,
a maltratar nuestros ánimos
y zaherir nuestros cuerpos;

Que no faltará quien afirme
en duros tiempos aquestos
(en los que el frío atenaza
los ánimos más dispuestos
y el termómetro amenaza
aunque se tengan arrestos),
que aquestas temperaturas
muy bajas son, en efeto,
mas auguran grandes cosas
cuando agonice febrero,
y siempre habrá quien recuerde,
con seso sagaz y vivo,
con gesto y con mucho empeño,
calores cuando verano
o tórrido mes agosteño,
quien rememore sudores
y malas noches sin sueño.

Mas gélidas noches son
para sentarse al brasero,
para disfrutar de un libro,
deleitarse en vino bueno,
para rezar el rosario,
con devoto sentimiento.
Y sin parecer grosero
para que cada cual faga
lo que quieran sus deseos.

De modo y manera que
aquestos fríos tremendos
sean por siempre bienvenidos
que cuando calores ciertos
nos martiricen, empero,
recordemos con nostalgia
este frío de febrero.


29 enero, 2012

Sierpes.-

Llamada en tiempos del Rey Santo “calle de los espaderos”, proviene para unos su nombre de venero antiguo del río, que antaño surcaba, serpenteando, estos sitios; para otros, de feroz reptil que en su tiempo habitó en subterráneos y que resultó capturado y muerto tras no pocas víctimas entre infantes; para unos alude a cierto caballero apellidado así, para otros refiérese a Cruz de Cerrajería (aún en pie en otro sitio) que hubo en su mitad y que posee a esta bestia como frecuente adorno; por último, no falta quien cree a pies juntillas que todo se debe a que en cierto comercio figuró durante años quijada de serpiente, y que de ahí tomara nombre.  





Hubo en ella Cárcel Real, Conventos como los de San Acacio o la Pasión, Jardines Botánicos como el del ilustre Nicolás Monardes (allá donde cultiváronse por vez primera tomates venidos de Indias), conviviendo a la par con mesones, tabernas y lupanares.





Con el tiempo fue lugar de imprentas, cafés, mentideros, tertulias, tratantes de ganado e individuos del más variado pelaje, llegándose a decir que era calle sin noche por su animación permanente; sin dejar en tintero que llegando fechas semanasanteras pasa por ser lugar envidado para contemplar procesionales desfiles.





Incluso conté entre mis amistades, siglos ha, a cierto sujeto a quien recuerdo ahora que transito por esta calle. Jorobado o giboso, mal encarado, mascullando medias frases entreveradas de mal francés y peor castellano, pese a su gesto huraño y hosco, logré trabar cierta amistad con él. Respondía al nombre de Pierre Papin y regentaba negocio de naipes, no como tahúr o fullero, sino como fabricante y vendedor de barajas, porque lograba sustento y hasta ciertos beneficios en ello.  




Era su tienda ágora de chismes y patrañas, y por ella pasaba lo más granado del oficio ventajista o apostador, mas nunca lográramos colegir si se limitaba a proporcionar útiles para jugar a coimeros, gariteros o vivandores o si en su oficio iba trucar naipes para rentoy, dobladilla, cinquillo, veinte y una, tresillo o pechigonga; el caso es que gozó de predicamento item más quedó inmortalizado por cierto escritor, herido y manco en Lepanto, que para más inri dio con sus huesos (no una, sino dos veces) en la Cárcel Real, no lejos de la tienducha de Papin.



Poco ha cambiado aquesta vía, a fe mía, salvo en tiendas más acordes a tiempos corrientes, en edificios modernos y en solería acomodada, sin embargo, y aunque perviven establecimientos señeros, poco queda de pasados esplendores de no ser por foráneos y extranjeros, aunque, a fuer de ser sinceros, nótase aún en ella latir de ciudad.



18 enero, 2012

Como hablarle a la pared.-

Era costumbre en mis tiempos mantener las puertas de las viviendas abiertas, sobre todo para quienes poco tenían que perder y aún menos que dar; bastaba golpear el quicio de la puerta para acceder al interior sin mayores remilgos ni miramientos, cuando no bastaban dos bien afinados gritos…



No deja de ser curioso como la palabra proviene del mahometano “addabba”, y significa “lagarta”, mas no piense vuesa merced, mente calenturienta, que tal nombre trae funestas insinuaciones, empero, alude a forma que tenían dichos llamadores en su principio, quedando muchos aún y muy singulares de aquellos años.  



No todo el mundo era bienvenido, en general, en palacios o casas de personas de relumbrón, privilegiadas o aristocráticas, mantenedoras de legión de porteros y criados ocupados, precisamente, en actuar de cancerberos. Tocar aldaba o aldabón suponía, pues, aún acudiendo en visita de cortesía, acto de valentía en unos casos o temeridad en otros, máxime cuando uno quedaba expuesto a iras caninas o malos humores de lacayo encumbrado.



Agora que galanteo y requiebro bátense en retirada, quizá sea hora de rememorar cómo antaño, era digno de ver cómo a las puertas de alguna casa solariega arromolinábanse pretendientes con motivo de haber en ella moza casadera, y cómo pugnaban por lograr sus favores sorteando parientes iracundos, hurañas damas de compañía o celosos hermanos.

 

Era público y notorio que para conseguir atención de doncella (o no tan doncella…), necesitábase, aparte del consabido y enamorado arrojo que constituía usar aldabón, recurrir a argucias mil, desde hacerse el encontradizo cuando dicha damisela acudiera a sus oraciones hasta envío de dádivas o misivas, amén de consabida ronda de su casa, con palpable riesgo de, por razones antes aludidas, todo terminar como Rosario de la Aurora, mas es harina de otro costal y habremos de volver a ello en otros pliegos.



Tampoco era extraño contemplar tropel de menesterosos a las puertas de cenobios o conventos esperando sopa boba o rutinaria limosnal. Multiplicábanse golpes de aldabón, siendo molestia para no pocos.


Sin embargo, en estos tiempos que nos ha tocado revivir hemos apreciado cómo muchos son los que, al llegar a portal ajeno con intención de entrar, acércanse a él y dispónense a platicar quedamente solos, resultando suceso cómico y hasta más propio de gentes con mente nublada.




Resultó, pues, tras ardua investigación por nuestra parte, que hablan con la pared, sin haber torno o celosía y que pulsando extraños resortes que en ella hay, como por conjuro, surgen enigmáticas voces que conceden (o no) venia para entrar a morada, espantándonos ello en cierta ocasión en que acudimos cumplimentar a cierta persona, pues aparte de ventanuco extraño, había en el dicho quicio raro y cíclopeo mecanismo escrutador de nuestro aspecto y que debió juzgar aseado y pulcro, pues si no, habríamos quedado en la calle. 


Por fortuna, restan aún multitud de llamadores, y tomamos firme partido por ellos, dejándonos en tintero relacionar otro tipo, mas reservaremos palabras para fechas más acorde y propicias…