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21 noviembre, 2022

Cimientos.


La mezquita se había quedado pequeña. Inaugurada en el año 829, siendo Cadí de Sevilla Ibn Adabbas, aquel edificio de nueve naves, la central más ancha, y cuyo muro de la Qibla, donde estaría el nicho del Mihrab, se situaría ahora a lo largo del testero de iglesia del Salvador que da a la calle Villegas, había tocado techo en cuanto a su aforo para el rezo; de este modo, las autoridades musulmanas determinaron construir una nueva, y para ello, utilizaron materiales de épocas anteriores que ahora suponen una fuente histórica de primer orden. Pero como siempre, vayamos por partes. 

La construcción de la nueva mezquita mayor de Sevilla comenzó allá por el año 1172, estando al frente de las obras el conocido Ahmad Ben Baso, siendo inaugurada por Abu Yaacub Yusuf el 14 de abril del 1182, el mismo califa almohade que ya había ordenado la construcción del puente de Barcas sobre el Guadalquivir, la restauración de los Caño de Carmona o el embellecimiento de los Reales Alcázares. Además, en 1184 emprendió a su vez la construcción de una elevada torre alminar necesaria para que el almuédano realizase los preceptivos rezos diarios, con la particularidad de que tendría rampas en vez de escaleras para que dicho muecín pudiera subir en asno hasta allí. 

El califa no llegaría a ver ni siquiera comenzadas las obras, ya que moriría en combate durante el asedio de la ciudad portuguesa de Santarém, defendida por Alfonso I de Portugal. Su hijo, Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur heredaría el gobierno, comenzando entonces, según los historiadores, el periodo de mayor esplendor dentro de la etapa almohade, desde el punto de vista militar con la derrota infligida a las tropas castellanas de Alonso VII en Alarcos en 1195 y desde la faceta constructiva con la construcción de la fortaleza de San Juan de Aznalfarache, una ciudadela en Rabat y la terminación de la mezquita de la Kutubía en esa misma urbe, con un alminar muy semejante al hispalense.

Con la obra de construcción del alminar terminada y en acción de gracias por la victoria antes mencionada de Alarcos, el califa ordenó la colocación en su cúspide de unas grandes esferas de bronce dorado (o Yâmûr) en las que se gastaron, según las crónicas, 100.000 dinares de oro y quedaron solemnemente instaladas el 10 de marzo de 1198; curiosamente, sobrevivieron a la conquista castellana por Fernando III el Santo de 1248, pues caerán finalmente durante un terremoto acaecido en 1356, reinando ya Pedro I de Castilla.  

La interesante cimentación de la torre ha sido analizada topográficamente y alcanza la nada despreciable profundidad de más de nueve metros, más unas medidas en superficie de 17,5 metros de lado; se utilizó piedra de acarreo y ladrillo, pero también aras origen romano correspondientes al siglo II d. C., como las situadas en la esquina de la calle Alemanes (ahora Cardenal Amigo Vallejo) con la Plaza de la Virgen de los Reyes y que están dedicadas por los propietarios de esquifes (navíos de carga) de la Hispalis romana a sendos cargos de la administración hispalense, Sexto Julio Posesor y Lucio Castricio, como prueba de agradecimiento por su "probidad y singular justicia", por haber mantenido navegable el río y por controlar el flujo del comercio aceitero que partía desde Sevilla hacia la metrópoli romana. 

Así, traducida del latín la primera inscripción por el recientemente desaparecido profesor Joaquín Gómez-Pantoja resulta este texto: 

A Sexto Julio Possessor, hijo de Sexto, de la tribu Quirina, prefecto de la III cohorte Gala; comandante de la unidad de arqueros Siria y del I escuadrón Hispano, administrador de la ciudad de los Romulenses Malvenses, tribuno de la XII legión Fulminata y administrador de la colonia de los Arcenses; seleccionado para las Decurias (de caballeros) por los más grandes y mejores emperadores, los Augustos Antonino y Vero; asistente de Ulpio Saturnino, prefecto de la Anona, para la gestión del aceite Africano e Hispano, del abastecimiento del trigo y del pago de sus fletes; procurador imperial de las orillas del Betis. Los barqueros de Hispalis por su integridad y excepcional sentido de la Justicia.

Quizá estas dos lápidas de mármol sean las más conocidas por estar muy a la vista del transeunte, y demuestran el papel tan importante del río en la vida de la ciudad, pero en 1998, durante una excavaciones dirigidas por el arqueólogo Miguel Ángel Tabales en la cara sur de la Giralda, correspondiente a la Puerta de los Palos, salió a relucir un nuevo conjunto de siete aras o basamentos romanos, del que sobresale una dedicada a M. Iulius Hermesianus, personaje que habría vivido en torno al año 199 d. C. y ostentaría el puesto laboral equivalente a un envasador de aceite al por mayor ("difussor") con destino a Roma bajo el gobierno del emperador Septimio Severo, y comerciante a gran escala, no en vano, se ha descubierto en la ciudad de Écija otra lápida dedicada al mismo personaje, sin duda de gran preponderancia social y económica, perteneciente a una familia cuyo, abuelo o nieto, de otro Hermesianus aparece costeando la tumba de una esclava liberta suya en la mismísima capital del imperio, lo que da idea de que bien podría tratarse de una gran estructura comercial con sedes en diversas ciudades del imperio.

No podemos olvidar que en aquellos tiempos era una minoría social privilegiada la propietaria de extensas propiedades agrarias en las que el olivo era pieza clave, punto de partida para extensión del uso del aceite de oliva en todo el imperio, ya que se dice que prácticamente todo el aceite que se consumía en Roma procedía de sus provincias del sur de Hispania, de modo y manera que en aquellos años miles de ánforas de barro con el preciado "oro líquido" llegaron a la Ciudad Eterna con destino a la Annona, especie de oficina central de abastecimiento para todos los ciudadanos; sus restos rotos quedaron como testimonio histórico en el famoso Monte Testaccio, montículo artificial creado a partir de un enorme vertedero de unos cincuenta y tres millones de ánforas destruidas, en las que abundan inscripciones que aluden a la procedencia sevillana, ecijana o cordobesa de las mismas.

La inscripción de Hermesianus, estudiada por varios profesores de la universidad de Sevilla, entre los que destaca Genaro Chic, de cuyas clases en la Facultad de Historia guardamos grato recuerdo, saca a relucir todo un complejo esquema comercial desde Andalucía hasta Roma, basado en un grupo corporaciones o gremios dedicados a agrupar a los productores del aceite de los olivos sevillanos y a administrar tanto su envío como la correcta gestión fiscal de las subvenciones, fletes y ganancias, en la que los "diffusores" como nuestro Hermesianus arriesgaban no sólo su capital monetario, invertido en grandes envío aceiteros, sino incluso también sus propias vidas al acompañar a la mercancía durante sus travesías por el Mediterráneo, singladuras no exentas de naufragios o pérdidas, y que podían arruinar a cualquiera en caso de ocurrir.

Poco de esto podían imaginar los constructores de la Giralda allá por el siglo XII, cuando cimentaban su estructura sin saber que estaban utilizando un trocito del legado romano en nuestra tierra, pero esa, esa ya es otra historia...

Foto: Reyes de Escalona.


11 febrero, 2012

Al baño.-


“La limpieza es la mitad de la fe” (Proverbio árabe)

Fue Galeno, sabio doctor heleno de feliz memoria, quien afirmaba allá por tiempos del romano emperador Marco Aurelio que inicial baño en seco, de vapor, tendría como misión calentar y fundir materias nocivas del cuerpo y limpiar piel de impurezas y desigualdades, quienes serían expulsadas con el fuerte sudor provocado, item más, que baño de agua muy caliente limpiaría epidérmicos resquicios, penetrando por limpios poros y devolviendo una pura humedad a partes sólidas del cuerpo (carne y huesos) en sustitución del humor sudado, concluyendo su conseja indicando que baño posterior con agua fría, refrescaría cuerpo, contraería piel y cerraría poros ya limpios.

Osadía por parte nuestra sería, proseguir con sesusa y médica disertación; baste añadir que fue costumbre romana, por tanto, y que cuentan eruditos que frecuentar termas o baños, con su tepidarium y su caldarium “ad hoc” fue algo natural entre nobles y plebeyos y que en ellos cerrábanse no pocos tratos y negocios en salutífero ambiente.

Presente el agua en bautismos o abluciones, según religión, en época que apelan como medieval, mujeres y hombres disfrutábanla por separado, que duda cabe, en evitación de tentaciones de la carne; mahometanos, cristianos y judíos compartíanlo en alternos días por aquello de soslayar querellas y disputas, incluso en distintas jornadas según fiestas de guardar, y no faltaban baños en toda ciudad que precíarase de serlo.


Hubo en la Sevilla mahometana buen racimo de Hamman (llamados así baños en su habla) y consta que hasta monarcas como Al-Mutadid gozó de ellos para su placer y hasta para eliminar enemigos, pues cuéntase que encerró hasta morir abrasados en palaciegos baños a grupo de conspiradores que arrebatarle trono pretendía, siendo, pensamos crudelísima muerte aquella.


Cuando el Monarca Fernando ocupó Sevilla el día de San Clemente, apreció que en ella subsistían aún hasta diez y nueve de estos baños, y como viera que era cosa conveniente no tuvo reparo en conceder su uso Juana, su reina y esposa, sin dejar en olvido los construidos por Pedro el Justiciero (o el Cruel) para su barragana María de Padilla, buena prueba de cómo por amor esfuérzase el hombre (y no por influjo comercial ahora que acércase el Santo Valentín).


Con el tiempo, lo que fue costumbre sana y recomendable pasó a ser síntoma o pista de criptojudaizante u oculto islamita, por lo que decayó su uso en perjuicio de higiene, quedando en olvido y borrándose de la memoria donde establecidos estuvieron.



No obstante, hemos colegido que la Fortuna alióse con al menos dos que han llegado hasta agora, y que con usos distintos mantiénense en pie. Unos, cabe la Borceguinería, han trocado vapores de agua por humos de cocina, convertidos en casa de comidas, conservando, a lo que se ve, su originario aspecto aunque para visitarlo sea menester llenar la panza.


Otros, aunque restaurados y de la Reina Mora denominados, permanecen sin definido uso, siendo motivo de desazón que sitio tan compuesto y apropiado carezca de otro fin que almacenar enseres de cofradía, pues hállase frontero a capilla en la que culto recibe la Santa Vera Cruz, en calle de los Baños, como no podía ser de otra forma.



No ha mucho tuvimos ocasión de visitarlo y a fuer de ser sinceros nos maravilló su forma y estilo, y aunque maltratados por siglos, hasta sentimos ganas ciertas de tomar baño,  pese a no tocarnos hasta Carnestolendas.