La construcción de la nueva mezquita mayor de Sevilla comenzó allá por el año 1172, estando al frente de las obras el conocido Ahmad Ben Baso, siendo inaugurada por Abu Yaacub Yusuf el 14 de abril del 1182, el mismo califa almohade que ya había ordenado la construcción del puente de Barcas sobre el Guadalquivir, la restauración de los Caño de Carmona o el embellecimiento de los Reales Alcázares. Además, en 1184 emprendió a su vez la construcción de una elevada torre alminar necesaria para que el almuédano realizase los preceptivos rezos diarios, con la particularidad de que tendría rampas en vez de escaleras para que dicho muecín pudiera subir en asno hasta allí.
El califa no llegaría a ver ni siquiera comenzadas las obras, ya que moriría en combate durante el asedio de la ciudad portuguesa de Santarém, defendida por Alfonso I de Portugal. Su hijo, Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur heredaría el gobierno, comenzando entonces, según los historiadores, el periodo de mayor esplendor dentro de la etapa almohade, desde el punto de vista militar con la derrota infligida a las tropas castellanas de Alonso VII en Alarcos en 1195 y desde la faceta constructiva con la construcción de la fortaleza de San Juan de Aznalfarache, una ciudadela en Rabat y la terminación de la mezquita de la Kutubía en esa misma urbe, con un alminar muy semejante al hispalense.
La interesante cimentación de la torre ha sido analizada topográficamente y alcanza la nada despreciable profundidad de más de nueve metros, más unas medidas en superficie de 17,5 metros de lado; se utilizó piedra de acarreo y ladrillo, pero también aras origen romano correspondientes al siglo II d. C., como las situadas en la esquina de la calle Alemanes (ahora Cardenal Amigo Vallejo) con la Plaza de la Virgen de los Reyes y que están dedicadas por los propietarios de esquifes (navíos de carga) de la Hispalis romana a sendos cargos de la administración hispalense, Sexto Julio Posesor y Lucio Castricio, como prueba de agradecimiento por su "probidad y singular justicia", por haber mantenido navegable el río y por controlar el flujo del comercio aceitero que partía desde Sevilla hacia la metrópoli romana.
Así, traducida del latín la primera inscripción por el recientemente desaparecido profesor Joaquín Gómez-Pantoja resulta este texto:
A Sexto Julio Possessor, hijo de Sexto, de la tribu Quirina, prefecto de la III cohorte Gala; comandante de la unidad de arqueros Siria y del I escuadrón Hispano, administrador de la ciudad de los Romulenses Malvenses, tribuno de la XII legión Fulminata y administrador de la colonia de los Arcenses; seleccionado para las Decurias (de caballeros) por los más grandes y mejores emperadores, los Augustos Antonino y Vero; asistente de Ulpio Saturnino, prefecto de la Anona, para la gestión del aceite Africano e Hispano, del abastecimiento del trigo y del pago de sus fletes; procurador imperial de las orillas del Betis. Los barqueros de Hispalis por su integridad y excepcional sentido de la Justicia.
Quizá estas dos lápidas de mármol sean las más conocidas por estar muy a la vista del transeunte, y demuestran el papel tan importante del río en la vida de la ciudad, pero en 1998, durante una excavaciones dirigidas por el arqueólogo Miguel Ángel Tabales en la cara sur de la Giralda, correspondiente a la Puerta de los Palos, salió a relucir un nuevo conjunto de siete aras o basamentos romanos, del que sobresale una dedicada a M. Iulius Hermesianus, personaje que habría vivido en torno al año 199 d. C. y ostentaría el puesto laboral equivalente a un envasador de aceite al por mayor ("difussor") con destino a Roma bajo el gobierno del emperador Septimio Severo, y comerciante a gran escala, no en vano, se ha descubierto en la ciudad de Écija otra lápida
dedicada al mismo personaje, sin duda de gran preponderancia social y
económica, perteneciente a una familia cuyo, abuelo o nieto, de
otro Hermesianus aparece costeando la tumba de una esclava
liberta suya en la mismísima capital del imperio, lo que da idea de que bien podría tratarse de una gran estructura comercial con sedes en diversas ciudades del imperio.
No podemos olvidar que en aquellos tiempos era una minoría social privilegiada la propietaria de extensas propiedades agrarias en las que el olivo era pieza clave, punto de partida para extensión del uso del aceite de oliva en todo el imperio, ya que se dice que prácticamente todo el aceite que se consumía en Roma procedía de sus provincias del sur de Hispania, de modo y manera que en aquellos años miles de ánforas de barro con el preciado "oro líquido" llegaron a la Ciudad Eterna con destino a la Annona, especie de oficina central de abastecimiento para todos los ciudadanos; sus restos rotos quedaron como testimonio histórico en el famoso Monte Testaccio, montículo artificial creado a partir de un enorme vertedero de unos cincuenta y tres millones de ánforas destruidas, en las que abundan inscripciones que aluden a la procedencia sevillana, ecijana o cordobesa de las mismas.
La inscripción de Hermesianus, estudiada por varios profesores de la universidad de Sevilla, entre los que destaca Genaro Chic, de cuyas clases en la Facultad de Historia guardamos grato recuerdo, saca a relucir todo un complejo esquema comercial desde Andalucía hasta Roma, basado en un grupo corporaciones o gremios dedicados a agrupar a los productores del aceite de los olivos sevillanos y a administrar tanto su envío como la correcta gestión fiscal de las subvenciones, fletes y ganancias, en la que los "diffusores" como nuestro Hermesianus arriesgaban no sólo su capital monetario, invertido en grandes envío aceiteros, sino incluso también sus propias vidas al acompañar a la mercancía durante sus travesías por el Mediterráneo, singladuras no exentas de naufragios o pérdidas, y que podían arruinar a cualquiera en caso de ocurrir.
Poco de esto podían imaginar los constructores de la Giralda allá por el siglo XII, cuando cimentaban su estructura sin saber que estaban utilizando un trocito del legado romano en nuestra tierra, pero esa, esa ya es otra historia...
Foto: Reyes de Escalona. |