08 febrero, 2021

El Príncipe Fingido (Punto ¿Y final?)

 Habíamos dejado la pasada semana a nuestro presunto Príncipe de Módena alojado en la Cárcel Real mientras se sucedían los interrogatorios y los intentos de fuga, que todo hay que decirlo, no hacían sino acrecentar los dimes y diretes sobre la situación de nuestro protagonista. 

 Para colmo de males, durante la noche del 11 de marzo de aquel año de 1749 se detuvo a un cuidadano francés que fue llevado a la cárcel de la Santa Hermandad, ya que se sospechaba o tenían indicios que había estado intentando trabar amistad o confianza con el personal que trabajaba en el restaurante desde el que se le servía la comida al ilustre preso, al parecer con la intención de conseguir acceso a los platos antes de ser servidos en la cárcel y así envenenar su contenido. De ser esto cierto, poco más se pudo averiguar, o al menos no ha llegado hasta nosotros si los propósitos del galo eran asesinar al príncipe y, de ser así, si actuaba por cuenta propia o en nombre de terceros. 

El Viernes de Dolores, 28 de marzo por más señas, a las nueve de la mañana, los curiosos que se arremolinaban a las puertas de la Cárcel Real comprobaron la llegada de una calesa y poco después que nuestro presunto impostor era subido a ella, vestido con casaca militar encarnada y grilletes atados, dicen con cordón de seda. A su lado, de nuevo, se situó el capitán de guardia Antonio Suazo, quien con una escolta de 25 soldados de infantería y otros tantos a caballo cumplía órdenes de vigilar muy de cerca el traslado del preso, sin que faltase en otro carruaje el pertinente escribano de gobierno para que diese fe de lo que acontecía. Al mismo tiempo, fue liberado parte del "séquito" del Príncipe. 

Despertando la lógica expectación a esas horas, la comitiva partió de la Plaza de San Francisco hacia la calle Génova (actual Avenida de la Constitución) para alcanzar la Puerta de Jerez, donde se retiró el contingente de infantería, mientras que el escribano se retiraba también al llegar a la alcantarilla de la llamada venta de Ambrosío. Ya el día 30 se intentó registrar la entrada del prisionero en el gaditano Castillo de Santa Catalina, pero al no quererlo admitir allí su Gobernador, fue llevado a la Cárcel Real y en ella quedó alojado en el mejor de sus aposentos. Dicha prisión se encontraba por aquel entonces en la Plaza de San Juan de Dios de Cádiz y era un conglomerado de viviendas en cuyos bajos se hallaban las celdas.

El 10 de mayo, auxiliado al andar porque parece que no se tenía en pie y encadenado con otros ochenta y nueve presos, fue embarcado en una gabarra con destino al presidio de Ceuta, pero por problemas desconocidos el navío tardó en zarpar, aprovechando la alta sociedad gaditana para visitar al supuesto príncipe y agasajarlo, de modo que llegó a recibir exquisitas viandas, compuestas de hasta dieciocho platos, con carnes y frutas exquisitas, al decir de las crónicas, ¡Se ve que no pasó hambre en su cautiverio provisional!, además dormía en el camarote principal en tanto que el resto, lo hacía en la incómoda cubierta. 

Finalmente, se ordenó la partida del barco. Durante la travesía, nuestro personaje sorprendió a todos por sus conocimientos de náutica y matemáticas y por entretener a la tripulación con composiciones tocadas en un organillo, incluso llegó a comunicarse en su idioma con marinos ingleses que se cruzaron en un navío con el que le llevaba a Ceuta. 

Finalmente, el 16 de mayo se produjo la arribada a Ceuta, siendo llevado al convento de San Francisco, alojado en una celda que le tenían preparada y atendido con todo lujo, mientras recibía de nuevo las visitas de los oficiales y jefes de la guarnición así como gran concurso de gentes, incluso se le permitió conservar parte de su servidumbre. Aparentemente, ahí habría terminado el periplo del presunto aristócrata, con un prolongado cautivero ordenado por la corona como impostor...


 Han pasado dos años apenas cuando de nuevo por los corrillos de Sevilla vuelve a sonar con insistencia el nombre del Príncipe de Módena o de Gales, y no precisamente en relación a su prolongada ausencia, sino todo lo contrario. En el caluroso agosto de 1751, alguaciles de la justicia al mando del Segundo Teniente del Asistente, Don Juan Salanco, se encaminaban a Triana de madrugada con órdenes de prender, por enésima vez, al protagonista de nuestra historia. ¿Cómo había terminado al otro lado del Guadalquivir?

 Ni que decir tiene, que todo arranca con un nuevo intento de fuga, esta vez con éxito, logrado con la ayuda de la dotación de un barco con bandera de Suecia, según cuenta Joaquín Guichot en su Historia de Sevilla. Llegado a costas ceutíes, el navío habría atracado para desembarcar mercancías, barriles y demás elementos, momento en el cual, el príncipe, disfrazado de marinero, logró abandonar la prisión y embarcarse, probablemente con la ayuda de algún miembro de la tripulación. El barco se hizo a la vela y desembarcó a su "polizón" en Gibraltar, desde donde partió hacia Faro en Portugal, localidad en la que parmaneció oculto unos meses. Se ve que los aires lusos no eran de su agrado, porque el 12 de agosto se supo que estaba ya alojado en la casa de un zapatero de Ayamonte y que al poco había viajado a Sevilla, ocultándose en el domicilio, trianero como hemos dicho, de Francisco Muñoz, mantequero por más señas.

De ahí fue sacado por los alguaciles el 24 de agosto y llevado a la bien conocida Cárcel Real, escoltado de cerca por un piquete armado con bayoneta calada, siendo despojado de sus lujosas ropas y "en pechos de camisa" colocado en un lóbrego calabozo con dos grilletes. Inquirido por su nombre, alegó llamarse "Príncipe fingido" y así se registró en el libro correspondiente. Para no alargar en demasía la narración, baste decir que tras declarar ante el Oidor de la Real Audiencia fue encadenado y sacado de la Cárcel Real a las dos de la mañana del 2 de septiembre. Una Real Orden, con la firma además del Marqués de la Ensenada, lo condenaba a la pena de diez años, a cumplir en el presidio de Vélez la Gomera, situado en el Peñón del mismo nombre, en la costa africana entre Ceuta y Melilla; además, se prescribía que no gozase de privilegio alguno y se le mantuviese incomunicado. 

Peñón de Vélez la Gomera. Ceuta.

La estancia en aquel inhóspito lugar sabemos que se prolongó por más tiempo del esperado, durante los que Carlos de Roma (así confesó llamarse una vez allí) se dedicó a intentar el perdón del Cabildo de la Catedral de Sevilla y solicitar una renta con la que, decía, pretendía fundar una orden de caballería destinada a conquistar los Santos Lugares. Finalmente, en 1778, fue decretada su puesta en libertad y también su destierro perpetuo, de modo que es en ese año cuando le perderemos la pista. 

La figura del Príncipe de Módena, de quien nos despedimos, forma parte de una larga lista de impostores, desde el supuesto Ricardo de York en el siglo XVI hasta el falso Cardenal Luis de Borbón en el XIX, pasando por Catalina de Erauso, la famosa "Monja alférez", o la famosa Princesa Caraboo en la inglaterra decimonónica, cuya vida fue llevada al cine incluso. Todos ellos hicieron gala de una extraordinaria capacidad para aparentar lo que no eran, y, lo que es mejor (o peor), para hacerlo creer...

01 febrero, 2021

El Príncipe Fingido (II)

 

En nuestra anterior entrega, dejábamos al supuesto Príncipe de Módena encarcelado en un calabozo situado sobre la Puerta de Triana, tras la Real Orden de su Majestad ejecutada por el Asistente de Sevilla. Tras varios días en la celda, cosa que no debió de gustar en absoluto a "Su Alteza", la noche del martes 5 de noviembre manifestó a sus custodios que se encontraba indispuesto, aprestándose a marchar a su cama sin tomar alimento con la mayor premura; quizá por ello, la guardia aflojó la vigilancia del astuto reo, quien raudo y veloz, en un inesperado descuido, aprovechó para intercambiar sus ropajes con los del mozo que le había traído la cena, y espadín en mano corrió velozmente hasta franquear las puertas sin que nadie le interceptase o se diera cuenta de la evasión. En la celda, tras la fuga, se realizó un minucioso registro, dando como resultado el hallazgo de una cuerda trenzada con sábanas de la cama, lo que a las claras demostró de un modo u otro una evidente intención de escapar.

Una vez en la calle, el fugado, con paso firme y decidido, encaminóse hacia el cercano Convento de San Pablo, donde logró fácilmente acogerse a sagrado con la aquiescencia del Padre Prior, agradecido sin duda por las limosnas entregadas semanas antes; éste, incluso le proporcionó alojamiento y comida en una celda frailuna. Sin embargo, a la mañana siguiente, el propio Prior pasó recado al Asistente, Don Ginés de Hermosa y Espejo, informándole de que en su convento hallábase el consabido Príncipe de Módena bajo la jurisdicción de la orden de los dominicos. Una comisión de autoridades municipales encabezada por el propio Asistente y auxilidada por el Juez Eclesiástico Don Fernando de Albear, conmminó a abandonar su celda al prófugo de la justicia, pero ambos únicamente lograron recibir violentas amenazas y ademanes gesticulantes del presunto impostor, pues en todo momento reivindicó a gritos su derecho de asilo en el convento hasta tanto no se aclarase desde Madrid la "lamentable confusión" en torno a su identidad verdadera.

 
Vista la escasa predisposición del "príncipe", y para evitar males mayores, se acordó ponerle guardia de ocho soldados y un cabo en la misma puerta de la celda, guarnición que fue aumentada a la jornada siguiente con la idea de bloquear por completo cualquier nuevo intento de fuga, cerrándose todos los accesos posibles a claustros, sacristía y otras dependencias conventuales. Para desesperación de las autoridades y divertirmento de los sevillanos, haciendo uso de un ventanuco de la celda que daba a la calle del Dormitorio de San Pablo (actual calle Bailén), el "ingresado" se dedicó a asomarse por él y lanzar puñados de monedas a los mendigos que se acercaban, mientras no poco público acudía a contemplarlo durante todo el día como si fuera un espectáculo (y en verdad debía serlo). La algarabía infantil le aclamaba como príncipe, dividiéndose (cosa rara) las opiniones sobre la identidad y nobleza del sujeto y estándose a la espera de noticias sobre el caso. 

Finalmente, el 10 de diciembre, al alba, el Asistente recibió órdenes tanto del Rey como del Nuncio de Su Santidad que le revestían de autoridad suficiente para poder sacar de San Pablo al "refugiado"; para ello, al abrigo de la noche y aprovechando el momento de la cena, fue capturado por sorpresa y maniatado llevado sin oponer resistencia a la Cárcel Real, encerrándosele en un calabozo con grilletes en los tobillos y gruesa cadena. Registradas sus pertenencias, se le hallaron dos pistolas, pólvora y balas, así como una cuerda realizada con manteles (se ve que estaba siempre presto a la fuga). 

Fachada de la Cárcel Real. 1714.

 Al día siguiente, se le tomó declaración en la Sala de Vistas, en un interrogatorio que se prolongó hasta bien entrada la tarde; durante el mismo, el joven insistió en declararse inocente e hijo legítimo y primogénito de Hércules de Este, duque de Módena, afirmando que había embarcado en Francia con destino a la Martinica para luego regresar a tierras europeas, atracando en la localidad portuguesa de Faro y desde allí, por Ayamonte, llegar a Sevilla con la idea de pasar a la Corte y visitar toda la nación. 

La declaración por escrito fue enviada con un mensajero a Madrid y, mientras, se ordenó relajar en parte las condiciones del cautiverio, disponiéndose que tuviera su propio servicio de "catering" de manos de "Casa Batista", uno de los mejores (y más caros) fogones a la italiana que existían por entonces en Sevilla. Pasaban los días y no se producía confesión alguna, de manera que se acordó suspender las comidas lujosas, pasar al pan, queso y vino no sin cierto debate entre las autoridades sobre a quien correspondía abonar las comidas; se le mantuvo bajo vigilancia aunque "se le manifestó que no era por su honor, sino por su seguridad"

Los interrogatorios se sucedieron a lo largo del mes de enero del nuevo año de 1749, incluso con amenazas de tortura, ruidos de cadenas o cierta violencia, todo ello con la intención de aterrarlo y sacarle algún tipo de confesión, pero ésta no se produjo. Para colmo, el 27 de enero el capitán de guardia Antonio Suazo descubrió toda una trama oculta para otra nueva fuga del preso; gracias al aviso de uno de los soldados, a quien un compañero de armas le había pedido prestada su casaca, pudo saberse de la intención de ataviar con ella al presunto príncipe y de este modo disfrazado franquear los muros de la Cárcel Real. Tras minuciosas pesquisas, se comprobó además que los grilletes estaban limados en gran parte, por lo que, tras detener al soldado traidor y alojarlo en un calabozo separado, se determinó redoblar la guardia y atrancar por dentro la puerta de la celda, durmiendo el capitán a los pies de la cama del preso y a un lado un ayudante, con numerosas medidas de seguridad que incluían la revisión de la celda cada dos horas. 

Como podemos ver, toda precaución era poca para evitar la huida de tan "egregia" persona, de modo que por el momento la dejaremos a buen recaudo aguardando impaciente noticias sobre su futuro.

Continúa, aquí.

25 enero, 2021

El príncipe fingido (I).

 

En la Sevilla de mediados del siglo XVIII, una anécdota en torno la desmedida atención prestada a un recién llegado puso de manifiesto, una vez más, cómo esa bendita ciudad suele echarse en los brazos del primer adulador foráneo sin ningún tipo de pudor, aunque luego, como veremos, no era todo oro lo que relucía... 

Corría el año de 1748. A las dos, o quizá las tres de la tarde del 26 de octubre, cruzaba el Puente de Barcas a caballo un joven no mal parecido, de ojos azules, con una cicatriz en el rostro y rubia y bien rasurada barba. Vestía a la última moda de Francia y en sus ademanes podía adivinarse una personalidad distinguida y acostumbrada a impartir órdenes. Tras atravesar el Arenal, despertando admiración a su paso por su porte, buscó alojamiento en la Posada de la Reina, en la actual calle Jimios, una de las más afamadas (y caras) de la ciudad. Allí, se dio a conocer como Príncipe de Módena, nada menos, reservando varias de las mejores estancias para él y su séquito, ante la atónita mirada de los dueños del establecimiento hostelero. Nuestro personaje había dejado al parecer su carruaje en Castilleja de la Cuesta tras un percance, y había decidido adelantarse; al día siguiente, llegó a Sevilla todo su séquito, formado por un aposentador, criados, pajes, médico, capellán y hasta un marqués y un conde, sin olvidar las cuatro literas y un enorme equipaje en baúles. 

Joven, treinta y un años, impecablemente ataviado, de modales educados y una buena bolsa que no dudaba en abrir sin reparar en gastos, no tardó en echarse a la calle aquel mismo día para familiarizarse con la ciudad, recorriendo sus calles y plazas, compartiendo con gitanos de la Puerta del Sol bizcochos y rosoli (especie de aguardiente con canela, azúcar, anís y otros ingredientes aromáticos), pasando a la noche a un bodegón trianero y terminando su debut en Sevilla con una "expedición" noctámbula entre el barrio de la Feria y la calle Cantarranas (actual Gravina), de uno de cuyos bodegones fue "rescatado" por Bernardo Molina, alguacil de la Audiencia, a eso de la una de la mañana, imaginemos que en estado no muy sobrio...

Sabedor el Asistente de su presencia en la ciudad, los rumores volaban con increíble rapidez sin necesidad de redes sociales o "wuasap", acudió a la mañana siguiente con la idea de darle la bienvenida la ciudad y presentarle sus respetos, tomándose la decisión tras la visita de cortesía de honrarle con una guardia de honor permanente con veinticinco soldados, sargento, tambor y pífanos, acorde a la alcurnia del personaje. El piquete militar rendía honores presentando armas cada vez que el Príncipe entraba o salía, de modo que el vecindario estaba de lo más distraído con tan fausta presencia y tanta revista de armas. El Asistente, además, encargó a Don José Faini, caballero de Santiago y capitán del regimiento de Caballería de Alcántara, que actuase como anfitrión y acompañante e igualmente, cedióle su carroza nueva con seis mulas para sus desplazamientos, estrenándola en la visita que realizó al Monasterio de la Cartuja, donde fue recibido bajo palio y agasajado con grandes muestras de admiración.


Algo similar comenzó a ocurrir al inicio de cada jornada, pues el aristócrata, pulcramente vestido con lujosa casaca de terciopelo celeste galoneada en oro y escudo de la Orden del Sancti Espiritus al pecho, tomó la piadosa costumbre de ir a misa al Convento de San Pablo (ahora parroquia de la Magdalena), donde al llegar y apearse de su carroza era protocoloriamente recibido, también bajo palio, por toda la comunidad de dominicos, quienes reservaban sitial para él junto al altar mayor, destacando la cuantiosa limosna que dejaba tras cada eucaristía, sin que dejasen de repicar las campanas del templo ni de tocar el órgano.

Como podemos imaginar, la presencia de nuestro porotagonista despertó grandes controversias entre todos los estamentos sociales, siempre ávidos de novedades o visitas egregias; unos, afirmaban que sí, que efectivamente se trataba del Príncipe de Módena, otros, por el contrario, que era el mismísimo hijo de Jacobo II de Inglaterra, también Príncipe, pero de Gales; no es de extrañar, pues, que nobles y autoridades literalmente se disputasen su presencia en todo tipo actos, ceremonias o banquetes. Prueba de ello fue lo acaecido el 3 de noviembre cuando el Cabildo de la Catedral, teniéndolo todo dispuesto para la visita del noble protagonista de nuestra historia, se vio sorprendido y decepcionado con la negativa de no poder acudir ante la invitación del propio Asistente de la Ciudad a una fiesta campestre en el llamado Jardín de Batista, ubicado en el Prado de Santa Justa (donde la actual estación ferroviaria). 


La gira campestre se desarrolló en un clima distendido y festivo, con numerosas viandas y caldos e incluso opípara merienda, a cuyo final, el Asistente solicitó tomar la palabra. Todos pensaron que iba a comenzar algún tipo de discurso laudatorio, pero nada más lejos, el Asistente mostró una Orden de Su Majestad el Rey en la que se le inquiría apresar al Príncipe de Módena. Como es de imaginar, la noticia cayó como un jarro de agua fría entre los presentes y demudó el rostro del joven noble; prueba de que todo estaba siguiendo un plan premeditado fue que la autoridad municipal tenía predispuesto un pelotón de infantería y cierto número de tropas de caballería rodeando el jardín donde tenía lugar la fiesta, a fin de evitar la huida del presunto delincuente, que ni opuso resistencia al ser introducido en su coche ni tampoco al ser ingresado en la celda habilitada en la Puerta de Triana, donde quedó preso junto, vigilado por un considetable retén de soldados. 

¿Qué sucedió con su séquito? Al marqués y al conde, junto con el médico personal de "Su Alteza" los llevaron a la Cárcel Real, mientras que pajes y criados dieron con sus huesos en la arzobispal. Se llevó a cabo igualmente un meticuloso registro en las habitaciones ocupadas por el grupo en la Posada de la Reina, confiscándose numerosas propiedades de nuestro protagonista. 

La ciudad quedó consternada por todo lo que estaba ocurriendo, la incertidumbre empezó a enmarañarlo todo y la sorpresa mayúscula fue la  nota dominante en aquellos días de noviembre de 1748, máxime cuando días después sucedieron hechos dignos de una novela; pero esa, esa será otra próxima historia... 

Capítulo II: aquí.

Capítulo III (y último): aquí.


18 enero, 2021

Mármoles

 

Numerosos historiadores han destacado, y la arqueología incluso lo ha corroborado con cierto número de hallazgos, que la zona más alta de Sevilla, es un decir, constituyó el germen de la población original en tiempos remotos, especie de altozano o colina natural sobre un Guadalquivir que hace dos o tres mil años poseía un curso fluvial muy diferente al actual. Hablamos de la zona concreta que abarcaría la zona más alta de la Cuesta del Rosario, el entorno de San Isidoro y San Nicolás hasta llegar a las proximidades de Abades y el tramo más alto de la llamada Cuesta del Bacalao, sin olvidar quizá la parte más elevada de Santa Cruz.

En ese sector se encuentra un calle cuyo nombre lo dice todo: Mármoles. Apelada así desde al menos el siglo XV, abarca desde la calle Aire hasta la confluencia con Federico Rubio y la Plaza de Ramón Ybarra Llosent (antes tramo perteneciente a la calle Muñoz y Pabón). Se sabe que en el siglo XVIII, tiempos del Asistente Pablo de Olavide, se denominó del Mármol, como lo atestigua un antiguo azulejo aún conservado en la calle y que con anterioridad a 1839 también se denominó de las Columnas de Hércules, nombre basado en la creencia popular que atribuía a este héroe mitológico la fundación de la ciudad y la existencia de un templo en su honor en esta calle, como veremos.

Empedrada en el siglo XVII y pavimentada con losas en el XIX, en 1940 fue adoquinada. Como curiosidad, en 1858 aún no contaba con iluminación de gas, y en los años 40 del pasado siglo XX fue finalmente dotada con iluminación eléctrica. En cuanto a edificaciones, sobresale una espléndida casa palacio del siglo XVIII en el número 12, sede desde 1984 de la galería de arte Rafael Ortiz, dedicada especialmente a jóvenes artistas en la parcela del arte contemporáneo.


A mitad de la calle, muy por debajo de su nivel, encontraremos tres poderosos y rotundos fustes de columnas, realizados en granito y que siempre han llamado la atención tanto de viandantes como de eruditos. Como afirma el profesor Carlos Márquez, se desconoce el modo en que surgieron estos fustes allá por el siglo XVI, pero en cualquier caso es de sobras sabido que en principio eran seis, y que en tiempos de Pedro I, allá por el siglo XIV, se intentó llevar uno de los fustes a los Reales Alcázares pero al quedar partido en el traslado fue enterrado en la Calle Mateos Gago, donde aún permanecería sepultado en lugar ignorado; dos de ellos fueron llevados por el Conde de Barajas a la naciente Alameda de Hércules en 1576, donde junto con dos capiteles corintios sirven de base al propio Hércules y a Julio César. Los otros tres fustes permanecieron embutidos en una edificación que finalmente fue demolida en torno a 1877 y cuyo solar fue adquirido por la municipalidad en 1886 con la idea de darles visibilidad. 

 

También merece la pena destacarse cómo en 1877 se pretendió usar estas últimas columnas reseñadas para que formasen parte de un monumento en honor a San Fernando en la Plaza Nueva, idea anterior a la actual, para lo cual el propietario del solar donde se encontraban propuso cederlas. La iniciativa del Cabildo de la ciudad perdió fuerzas tras no contar con el visto bueno de la llamada Comisión de Obras Públicas, tras lo cual la zona quedó convertida prácticamente en vertedero, con las consiguientes quejas de los vecinos sin que se haya dado nunca del todo con la “tecla” que consiga integrar estos restos en la calle.

En cualquier caso, todo parece indicar que los mencionados fustes de la calle Mármoles habrían formado parte de un conjunto perteneciente al siglo II después de Cristo, quizá  de tiempos del emperador Adriano; Las basas miden en torno a 60 centímetros en todos los casos (incluidas las de la Alameda) con la curiosidad de presentar orificios o hendidura quizá para anclaje de algún tipo de reja. En cuanto al material de los fustes, monolíticos y sin estrías, con casi 9 metros de altura cada uno, el granito, más robusto que el mármol y de mayor durabilidad, quizá hubiera procedido de la canteras que de este material se encuentran en la cercana localidad de Gerena o incluso se ha planteado la posibilidad de que fuera material de expolio traído directamente desde Itálica, aunque no ha podido demostrarse.

También sigue en tela de juicio por parte de los investigadores si esta zona concreta de la Hispalis romana formó parte del foro en tiempos republicanos, se hablaría cronológicamente por tanto de los siglos coincidentes con el nacimiento de Cristo y también en nuestros días han proseguido los estudios sobre la función del edificio. 

 

Tradicionalmente se ha dado por supuesta la dedicación religiosa como templo para el propio Hércules, una "devoción" que procedería de tiempos fenicios, y que ello, además, alimente o se alimente mejor dicho de la fundación legendaria de Sevilla por parte de Heracles, fundación que por supuesto ennoblecería a la ciudad por un origen mitológico acreditado; por otra parte, algunos arqueólogos se han desmarcado de estas teorías historicistas, sugiriendo que quizá las columnas habría servido como pórtico de un edificio de ese foro antes aludido.


11 enero, 2021

De aquellos Polvos...

 

En unos tiempos como los actuales, en las que las llamadas "fake news", o mejor dicho, los llamados bulos, infundios o patrañas de toda la vida para entendernos, surgen por todas partes, y más aún con el auge de las redes sociales, no estaría de más relatar someramente lo que sucedió en nuestra ciudad allá por el año 1630, cuando la rumorología dio paso la "certeza" y sus consecuencias. 

Sevilla seguía siendo Puerto y Puerta de Indias, gozando de una posición envidiable en la península, pero lenta y progresivamente, comenzaba a percibir los primeros síntomas de una crisis económica proveniente de la propia Corona y su política, con numerosos frentes abiertos (nos encontramos en plena Guerra de los Treinta Años) y un endeudamiento galopante. A ello había que sumar el constante temor a la llegada de todo tipo de males o calamidades, y que los índices de pobreza eran alarmantes, que se producían hambrunas por las malas cosechas y que las desigualdades sociales eran enormes. El panorama no estaba desde luego para lanzar las campanas al vuelo.

En el otoño de aquel año, se pregonó un Bando Real firmado por el monarca Felipe IV, bando que fue pregonado en los sitios de costumbre despertando la curiosidad de no pocos transeuntes, siempre ávidos de nuevas procedentes de la Corte madrileña. El documento que no hará sino acrecentar un rumor que ya circulaba, dándole, pues, carta de naturaleza: 

"Sepan todos que al Rey nuestro señor se le ha dado noticia por personas celosas del servicio de Dios y el suyo, que algunos enemigos del género humano tratan de sembrar los polvos que con tan gran rigor han causado la peste en el estado de Milán y en otros estados de aliados y amigos desta Corona, y que para este efecto vienen personas a estos reinos cuyos retratos y señas están en poder de su Majestad y Gobernador del Consejo."


 ¿Qué ocurría en Milán, entonces bajo jurisdicción hispana? En principio, se trataría de la habitual epidemia de peste, cosa bastante frecuente por otra parte por desgracia, pero en esta ocasión la situación se enrarece, se complica; surgen rumores que hablan, murmuraciones, de la presencia de supuestos agentes al servicio de naciones contrarias a España y que estarían esparciendo la enfermedad, con especial incidencia, para colmo, en el clero; ¿De qué manera actuaban aquellos "Untori", como fueron denominados? Nos lo cuenta un cronista italiano de la época, que hace suyas las habladurías: 

“Para echarse estos polvos, aderezan unas vejigas, y las ponen a modo de jeringas, y con ellas los echan a los que pasan por la calle, y luego quedan apestados y a poco tiempo muertos; y porque esto se encubre mejor debajo de hábitos largos,de que estos infernales usan, se ha prohibido que ninguno los traiga sino cortos. Estos ungüentos, y polvos, también se echan en las pilas del agua bendita, y se dice que se hacen por arte diabólica.”

Nunca mejor dicho, la historia tiene todos los ingredientes para aterrorizar a una más que ya asustada población, en principio, y luego a todo un país como el nuestro: que espías extranjeros actuasen como terroristas bacteriológicos en suelo español suponía no sólo una amenaza, sino un peligro, de modo que se le dio crédito a los rumores, de ahí la Orden de la Corona, que incluso llegó a atisbar toda una conjura encabezada por un Grande de España, el Duque de Híjar, que pretendía derrocar al Rey para beneficiar a Portugal de quién se dijo era agente doble. Como podemos apreciar, la historia comenzó a alcanzar cotas próximas casi a la histeria colectiva, donde incluso llegaron a darse casos de falsas acusaciones contra presuntos "esparcidores de polvos medionalenses".

 En Sevilla, concretamente, tras el antes aludido Bando Real, el Cabildo de la Ciudad ordenó el cierre inmediato de todas las puertas, dejando solo abiertas las del Arenal, Triana, Macarena, Carmona y el Postigo del Aceite, colocándose guardias en ellas; a los frailes Trinitarios se les encomendó custodiar la Puerta del Sol y a los Mercedarios la Puerta Real. Además, en un intento de control de la población no sevillana, el día 14 de octubre se ordenó que todos aquellos extranjeros residentes en Sevilla se presentasen y se identificasen ante los llamados Diputados de Puertas, cargo ostentado por los Caballeros Veinticuatro. La orden se mantuvo en vigor hasta diciembre, cuando la situación pareció calmarse. 

Como hemos visto, se llegó a decir incluso que había foráneos que echaban esos llamados “Polvos de Milán” en las pilas de agua bendita de las iglesias (imaginemos los bulos y rumores recorriendo las Gradas, las Plazas del Salvador, la Feria o San Francisco, con la ferviente religiosidad hispalense como telón de fondo) lo que llevó hasta a la celebración de una solemne procesión de rogativas organizada por el Cabildo catedralicio el 11 de octubre de aquel año, teniendo lugar Misa Mayor, predicando el canónigo Alonso Gómez de Rojas, comulgando todas las autoridades y estando todo el día expuesto el Santísimo Sacramento en la propia catedral, todo ello con la idea de aplacar la ira divina o que los "enemigos del género humano" cambiasen sus malignas intenciones. 

Aparte de todas estas medidas, fruto de la confusión y del miedo existentes, se inició una tremenda polémica, analizada por el profesor Sèbastien Riguet, entre afamados médicos sevillanos, con la discusión, lógicamente, centrada en la existencia o no de aquellos polvos maléficos que tantos quebraderos de cabeza estaban causando. En un bando aparecerá el doctor Francisco Marvelli de Puebla, quien llegó a publicar una disertación dedicada al Asistente el Vizconde de la Corzana, en la que advertía de los perversos efectos del veneno de Milán, entendido como caso claro de contaminación importada; le secundarán otros doctores sevillanos como Fernando de Solá, mientras que en el otro bando aparecen galenos correspondientes al mismísimo Santo Oficio como Francisco de Figueroa o Diego de Valverde Orozco. 

La sesuda controversia duró meses y pasó del terreno científico al teológico, mezclándose ambas facetas con citas de Galeno o San Pablo, sobre todo a la hora de discutir si los "polvos de Milán" perdían sus propiedades al ser esparcidos en las pilas de agua bendecida, aliñado todo con la presencia del Diablo y con el componente añadido del propio desconocimiento médico existente sobre posibles vías de contagio.¡Lo que dieron de sí aquellos rumores procedentes de Milán! 

Lentamente, los rumores fueron diluyéndose como la espuma en el mar, aunque poco podían imaginar aquellos doctores que en 1649, esta vez sí, la Peste asolaría la ciudad sin necesidad de espías o agentes, con una mortalidad inimaginable y dejando a Sevilla exánime y mermada; pero esa, esa ya es otra historia... 


04 enero, 2021

Como Reyes.

 El día 6 de enero, la Iglesia Católica conmemora la festividad en la que, como cuenta el evangelista Mateo, el Niño Jesús es adorado por unos magos llegados expresamente desde Oriente siguiendo una Estrella y como prueba de esa adoración obsequian al Niño tres elementos muy concretos: oro, incienso y mirra, símbolos de la triple categoría de Jesús como Rey, Sacerdote y Profeta. Por tanto, Epifanía significa "manifestación" y supone que Jesús se da a conocer al mundo en esta fecha. Tampoco faltan teorías que establecen que los tres reyes simbolizan o bien las tres edades del ser humano (juventud, madurez y vejez) o bien los tres continentes conocidos hasta aquel momento (Europa, Asia y África).

Ni que decir tiene que con el tiempo la celebración se ha convertido en el momento perfecto para que en muchos países, sobre todo de habla hispana o de tradición católica, los niños reciban sus regalos de manos de los Tres Reyes y que sea una jornada llena de alegría, sin olvidar la víspera con la celebración de las Cabalgatas (marcadas este año por la inevitable situación en la que nos encontramos) y los nervios de los más pequeños en una noche llena de esperanza e ilusión

A pocas hora de la llegada de Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, no está de más hacer un pequeño recorrido por algunas de sus representaciones en nuestra ciudad de Sevilla. ¿Comenzamos?

Quizá por su monumentalidad, y por encontrarse a la misma sombra de la Giralda, habría que comenzar por la llamada Puerta de los Palos, sí, esa por la que salen las cofradías en Semana Santa tras hacer Estación de Penitencia a la Catedral. Los expertos no se ponen de acuerdo en el por qué del nombre, unos afirman que se debe a las rejas de madera que la separaban del llamado Corral de los Olmos, situado entonces en la actual Plaza de la Virgen de los Reyes; otros, en cambio, sostienen que el nombre se debe a que en torno a esa puerta se almacenaba la madera necesaria para la construcción de la propia catedral. De lo que no cabe duda es de que la escena representada en el tímpano de la puerta es una Epifanía en toda regla, realizada en torno a 1520 por el escultor francés afincado en Sevilla Miguel Perrin. 

 

La composición puede leerse de izquierda a derecha, como un libro, con Baltasar en el extremo, seguido de Gaspar, tocado con sombrero, mientras que Melchor, descubierta la cabeza, se arrodilla admirado ante el Niño que aparece en brazos de María. Los tres monarcas aparecen ataviados con ropas que podrían ser viaje, incluso Gaspar va armado con una espada y Baltasar porta turbante. En actitud sorprendida, no lo olvidemos, San José contempla la escena, mientras al fondo, abigarrado, se distingue al séquito de los Magos de Oriente, en el que no falta ni un camello. 


 Abandonando la capital, nos dirigimos a Santiponce, al Monasterio de San Isidoro del Campo, fundación de origen cisterciense y luego jerónima, siempre bajo los auspicios de la Casa de los Guzmán, fundadores y mecenas del Monasterio desde sus comienzos allá por 1301, nada menos. Precisamente para los fundadores Alonso Pérez de Guzmán, héroe de Tarifa, y su esposa María Alonso Coronel realizará dos sepulcros el escultor Juan Martínez Montañés en el siglo XVII, representando a ambos con clásica serenidad en sus semblantes. ¿Y los Reyes Magos? están más que presentes en la escena de la Epifanía que figura en el retablo realizado por el mismo autor entre 1609 y 1613. 

 

En este caso, la composición parece descender de arriba a abajo y con dos ejes verticales, como si fuesen dos columas, el primero nos llevaría desde Baltasar, Gaspar a Melchor, ya arrodillado, y el segundo desde San José (con un enorme parecido con Nuestro Padre Jesús de la Pasión, ahora que se preparan sus cultos solemnes) hasta el Niño, pasando por la Virgen María.Todo un acierto por parte del llamado "dios de la madera". El tratamiento de los ropajes, el estudio de los rostros y la actitud de los personajes nos dan idea de la capacidad creativa del autor, así como de cómo contó con la ayuda de artistas tan importantes como el pintor sanluqueño Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, en la labor de policromar las esculturas. 

Para finalizar, regresamos a Sevilla y como curiosidad, accederemos al Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses, antiguo noviciado jesuita. Dejando a un lado la magnífica iglesia principal con su interesante cripta visitable tras reciente restauración, encontraremos a Sus Majestades en la Capilla Doméstica, recinto plenamente barroco, con abundancia de reliquias, en el que intervinieron figuras tan importantes del panorama artístico sevillano del siglo XVIII como Duque Cornejo, Domingo Martínez o Lucas Valdés. 

 

 Sin embargo, desconocemos el autor de la serie de pinturas sobre cobre relativas a la vida de la Virgen, de origen flamenco y que a modo de catequesis rodean todo el recinto. En esta ocasión la escena tiene lugar al aire libre, con unas ruinas clásicas a la derecha, aunque vuelve a darse el detalle de cómo puede leerse a manera de libro, de izquierda a derecha como comentamos antes. Llama la atención el rojo del manto con armiño del rey Gaspar, escoltado por un paje, así como la luminosidad que brota del conjunto de la Virgen con el Niño. 



28 diciembre, 2020

Inocentes.

 

Si en la Antigua Roman había un mes esperado por todos (patricios, plebeyos, esclavos), era el de diciembre. Marcado por la celebración de la fiesta llamada de los Saturnales, un clima de banquetes, regalos, diversiones y festejos generalizados, al grito de Io Saturnalia! llegaba a ocasionar, un día concreto, hasta un trastocamiento momentáneo en el reparto de papeles sociales: los esclavos pasaban a ser los amos, y viceversa, de manera que durante esas  veinticuatro (mejor, XXIV) horas éstos debían obedecer en todo a aquellos, y hasta podían decirse "ad faciem" ("a la cara", vamos) todo aquello que los modales y la sumisión impedía, ¡Con todo lo que ello conllevaba!. A la mañana siguiente, ni que decir tiene, se restablecía el equilibrio social hasta las próximas Saturnales. 

 

Tras la caída del Imperio, durante la Edad Media, quedó un rescoldo de esas celebraciones, materializado en un nuevo intercambio social de roles (como diría un antropólogo), aunque en esta ocasión este trueque tenía lugar en el seno de la jerarquía eclesiástica, manteniéndose la llamada “Fiesta del Obispillo”. ¿En qué consistía exactamente? 

El día 5 de diciembre, festividad de San Nicolás Obispo, en algunas diócesis, o el 28 de diciembre, día de los Inocentes, en otras como nuestra ciudad de Sevilla, la celebración se basaba en que uno de los niños pertenecientes a la Escolanía Catedralicia ocupaba el sitial del Prelado durante toda la jornada, debiendo ostentar la máxima autoridad eclesial, incluso se tiene constancia en los inventarios de la catedral hispalense de los gastos en capas, mitras, bonetes y demás ornamentos cardenalicios con los que revestir al Obispillo, que era honrado y agasajado por el resto del Cabildo de la Catedral, besando incluso su anillo,  sin olvidar que además se hacía acompañar por todo un obsequioso séquito de acólitos y sacristanes, formado por compañeros también de su edad, quienes ese día ponían patas arriba la rutina diaria del primer templo hispalense. 

Lo que en principio era una simpática e infantil tradición que todos acogían de buen grado fue convirtiéndose poco a poco en una especie de trasunto del Carnaval, en el que el Obispillo era paseado por toda la ciudad montado en un jumento enjaezado entre aclamaciones; en efecto, Fr. Diego de Deza lamentábase amargamente de que la fiesta se hacía en su tiempo con alguna soltura, convertida en algarada callejera a la que se sumaba gente de toda condición y Ortiz de Zúñiga en sus Anales de Sevilla afirmaba:


“De antigua costumbre, se hacía cada año un festejo en Sevilla, que llamaban el obispillo, por los estudiantes del estudio de S. Miguel, los mozos de coro de la Santa Iglesia y otros jóvenes eclesiásticos, que dando á uno tal título, lo traían por la ciudad á caballo, vistiendo todos galas y haciendo (á veces) profanas travesuras, cual suele junta de juveniles años».

Un 28 de diciembre, pero de 1511, tras la celebración de la Festividad "episcopal", sucedió un hecho que algunos calificaron de milagroso, y otros, en cambio, tildaron de castigo divino por los desmanes ocasionados durante el Obispillo. Dejemos que lo cuente con sus palabras antiguas el antes aludido Ortiz de Zúñiga:

Había el artífice que concluyó la obra de nuestra Santa Iglesia atrevidose á cargar sobre los quatro pilares qué hacen centro á su crucero , máquina tan alta, que descollando casi otro tanto sobre el templo llegaba casi á igualar el primer cuerpo de la torre por esto no se dejaba de rezelar riesgo no juzgándose bastantes los estribos como se experimentó , pues rajándose un pilar á 28 de Diciembre , fiesta de los inocentes, sustentándose casi milagrosamente todo este dia , á las ocho de la noche acabo de abrirse , y desplomándose traxo tras sí todo el cimborrio y tres arcos de los torales , con estrépito qae asombró toda la Ciudad, y la llenó de sentimiento y tristeza y aunque por la hora no cogió persona alguna, que se tuvo á milagro de nuestra Señora de la Sede, pues sin maravilla (se afirmaba) no haberse podido sustentar desde la mañana, en que comenzó á rajar, hasta la noche que vino al suelo.”


La desgraciada caída del cimborrio catedralicio, que no sería reconstruido del todo hasta 1518 (volvería a verse abatido en 1888) supuso que la Sede Episcopal Hispalense, con su Prelado a la cabeza, reordenase la celebración de la referida Fiesta del Obispillo, regulándose partiendo de la liturgia de la jornada, y enriqueciéndola litúrgicamente como acción de gracias por no haber desgracias personales en el derrumbamiento del cimborrio; Rodrigo Caro, otro historiador local, lo narró así tras dicha caída:


«Fué el golpe tan grande que no sólo se oyó en todo Sevilla, sino que también se sintieron estremecer las casas y edificios. D. Diego de Deza, que entonces era Prelado, juntamente con el Dean y Cabildo, reconociendo el beneficio del cielo, en haber sucedido esta ruina sin daño de ninguna persona, establecieron que en lugar del obispillo, que aquel dia solian hazer con algunas burlas indecentes, se introdujese un acto de humildad...”

 

De tal modo, un derrumbamiento arquitectónico pretendió convertirse en caída de una tradición, pero de nada sirvieron las órdenes y mandamientos del Arzobispo Fray Diego de Deza, ya que se sabe que con el paso de los años no sólo no se vio mermada la celebración, sino que volvió por sus fueros, evitando el 28 de diciembre eso sí, y alcanzando cotas de irreverencia como leemos en esta otra crónica de 1641:


«Conforme al estilo y por costumbre antigua, en el colegio de Maese Rodrigo, Universidad de Sevilla, los estudiantes hicieron su obispillo en la fiesta de S. Nicolás, su víspera el día 5 de Diciembre deste año de 1641. Salieron por las calles con el obispillo, que habían elegido, que fue un estudiante llamado D. Esteban Dongo, hijo de Bartolomé Dongo, un hombre muy rico, genovés. En la puerta del colegio hicieron mucho ruido y alboroto con los que pasaban, haciendo apear de los coches á los caballeros, oidores y prebendados para que le besasen la mano á el obispillo, celebrándolo por chanza y fiesta del día. De allí salieron por las calles con armas prohibidas, pistoletes, carabinas, trabucos y tercerolas, broqueles y estoques, llevando al obispillo en coche, haciendo mil bellaquerías é insolencias en ellas y en las plazas con los pobres hombres y mujeres que vendían en ellas cosas de comer, pasando á quitar los coches, haciendo apear dellos á los jueces y ministros, disimulan do assi esto como las quexas que les daban por esta causa, que solo sucede un día y en él permitidas estas licencias á los estudiantes.


A la tarde vinieron al corral de comedias de la Montería, donde estaban ya representando quando llegaron y se entraron en los aposentos y hicieron volver á empezar la comedia con gran tolerancia del pueblo y de los caballeros y hombres honrados que la estaban oyendo y sufriendo lo que alborotaban. Al salir de alli quando les pareció, se armó una gran pendencia entre estudiantes y caballeros sobre querer quitar á uno dellos su coche y hubo con las cuchilladas algunos pistoletazos, de que salieron algunos heridos con riesgo de la vida. Los estudiantes hizieron cara, eran mas de sesenta, los caballeros no tantos. La Audiencia escribió la causa y el Teniente prendió á algunos estudiantes y el Acuerdo sacó una condenación grande á Bartolomé Dongo, padre del obispillo (díxose que fueron quinientos ó mil ducados) y por el Acuerdo se proveyó auto, que notificó á el colegio, para que nunca hiciera obispillo y assí se ha observado hasta ahora.»

¿Fue ésta la gota que colmó el vaso de la paciencia de los canónigos sevillanos? Según Simón de la Rosa y López, autor de una reconocida Historia sobre los Seises de la Catedral, todavía en torno a 1754-1755 se mantenía la costumbre de que el 28 de diciembre fueran niños de coro los encargados de ocupar los oficios de Chantre, Maestro de Ceremonias o Maestro de Capilla, pero se prohibía el uso de ornamentos epicopales y demás ceremonias alejadas del canon eclesiástico. A finales del XVIII podemos decir que la costumbre había prácticamente desaparecido, perdiéndose una curiosa (y digna de ver, todo hay que decirlo) tradición, aunque en otras diócesis españolas, como en Burgos o Palencia (de la que hay noticias ya en el siglo XIII) se siguen celebrando. 

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21 diciembre, 2020

Santa Paula.

 Ya que el tiempo litúrgico del Adviento toca a su fin y que en cuestión de días celebraremos la llegada del Niño Dios a nuestras vidas, ¿Por qué no visitar un lugar en el que la Natividad se vive todo el año? 


El Monasterio de Santa Paula, perteneciente a la rama femenina de la Orden Jerónima, fue fundado en 1473 por la sevillana Ana de Santillán, quien había pasado toda una serie de desgracias familiares, desde enviudar hasta perder a su única hija con apenas dieciocho años. Como respuesta a sus necesidades espiritual, la aristócrata sevillana se recluyó inicialmente en un beaterio, situado en la zona de San Juan de la Palma, donde compartió rezos y plegarias con otras mujeres, pero en su mente bullía la idea de crear un convento o monasterio y fundarlo, además, aprovechando unas casas de su propiedad y otras que poco a poco fue adquiriendo en la collación de San Román.

Finalmente, el 8 de julio de 1474 se hizo el traslado de las catorce beatas, ahora religiosas, con votos formulados solemnemente. No tardó en prosperar la incipiente comunidad jerónima, entrando nuevas vocaciones y comenzando a faltar espacio, pues ni la pequeña iglesia ni su coro tenían capacidad para el crecimiento experimentado. Ana de Santillán, dicen, oraba en busca de un benefactor que con su aportación económica solventase los problemas de espacio, incluso se habló de cierta marquesa que las visitaba con frecuencia. 

La tradición sostiene que en cierta ocasión, durante los rezos en el coro, se pudo escuchar una voz que claramente dijo: "Marquesa será, pero no esa". Y así fue, la Marquesa de Montemayor, Isabel Enríquez, esposa de don Juan de Braganza, y a la sazón nieta de Enrique III de Castilla, sería quien finalmente apoyó, y de qué manera, al Monasterio de Santa Paula, permitiendo la constitución de una nueva iglesia y dos coros. Doña Isabel fallecería en sus casas de la calle Francos el 29 de mayo de 1529, habiendo gastado en la empresa de Santa Paula el importe de sus joyas y hasta el sobrante de las rentas recibidas de la Corona de Castilla, lo que da idea del compromiso adquirido para con las monjas jerónimas.

Con el tiempo, se tomó la decisión de ejecutar una portada para la iglesia y para ello se recurrió al estilo arquitectónico más en boga quizá en aquella época: el mudéjar. A medio camino entre el arte islámico y el gótico, no se ponen de acuerdo los especialistas en la materia, el uso del ladrillo y la cerámica, junto con otros elementos especiales, hacen de este estilo uno de los de mayor personalidad y no sólo en el sur, sino en otras zonas de la península.

Serán Pedro Millán y Niculoso Pisano los elegidos para decorar la portada. Uno se encargará del modelado en barro, el otro del vidriado y policromía. El primero, prolífico autor del que poco se sabe, aunque sus obras pueden contemplarse, y disfrutarse, tanto en la Catedral hispalense como en el Museo de Bellas Artes. El segundo, italiano, permaneció en Sevilla durante treinta años, con vivienda propia en la actual calle Pureza, trayendo de su patria la técnica del azulejo plano y la estética renacentista y dejando obras tan importantes como el sepulcro de Íñigo López en la Real Parroquia de Santa Ana o el retablo de la Visitación en los Reales Alcázares. 

 

Finalizada la portada en 1504, consta  mediante una serie de arcos ojivales concéntricos sustentados sobre baquetones y realizados con ladrillos agramilados, cortados con una esmerada precisión; como fondo, toda una fantasía en azulejos, en la que aparecen figuras mitológicas, tarjas, trofeos militares, antílopes, mascarones... El arco aparece rodeado en su parte superior por un conjunto de siete relieves circulares, una guirnalda floral circunda cada uno ellos, en los que aparecen representados santos de especial importancia: Santa Elena, Santa Rosa de Viterbo (ejemplo de joven entregada a Dios), San Sebastián con San Roque (ambos abogados contra enfermedades como la peste o la lepra) San Antonio de Padua con San Buenaventura y San Cosme con San Damián (ambos médicos y mártires, patronos de los cirujanos). Como se ve, un buen "reparto" de santos protectores y ejemplares para salvaguardar las puertas del templo jerónimo. 

En el centro del arco, un precioso relieve circular, un tondo, de Lucca della Robbia nos representa una Natividad realizada al modo renacentista, llena de clasicismo y belleza. 

El historiador francés Davillier no dudó en afirmar tras contemplar la portada en el siglo XIX: «Pero si nuestra sorpresa fué grande la primera vez que vimos un monumento de esta importancia, aumentó todavía más a la vista de siete bajo relieves aplicados sobre la archivolta. Estos bajorelieves que ofrecen la más grande analogía con los de Lucca della Robbia, son de tierra cocida, enteramente esmaltados: el estilo y el modelo son muy notables y presentan los mismos esmaltes que los bajo relieves del célebre escultor florentino.» 

Pero no serán las únicas referencias a la Navidad que encontraremos en Santa Paula, pues incluso la propia santa llegó a vivir un tiempo en la misma Belén; merece la pena que visitemos su más que interesante Museo conventual, con la encantadora Sor Bernarda como anfitriona, y haremos el esfuerzo por "ignorar" azulejos del XVI o bordados del XVII, centrándonos en esta ocasión en varias muestras que nos hablan del Nacimiento de Cristo. 

En primer lugar, en la una pintura de grandes dimensiones de la Adoración de los Pastores, atribuida al napolitano Juan Do, discípulo de Ribera y que hace gala de un magnífico dominio del claroscuro, partiendo del Niño Jesús que recibe un poderoso haz de luz (¿o es al revés?). Los rostros de los pastores retratan tipos populares, con instrumentos musicales y animales domésticos de la época, casi se puede oler el heno del establo y escuchar los murmullos de quienes asisten a la escena. 

Tampoco podremos olvidar la presencia de varios Nacimientos, especialmente uno atribuido a Cristóbal Ramos (siglo XVIII) de pequeño formato o, especialmente el monumental Belén instalado todo el año con parte de sus figuritas realizadas por Fernando de Santiago; más que un Nacimiento, es una auténtica historia, pues en él vemos desde la Creación de Adán y Eva (el Pecado Original), hasta la Matanza de los Inocentes, pasando por la Visitación, la Natividad, la Adoración de los Reyes (vestidos éstos a la moda de Felipe III) y todo ello, sumado a las escenas populares y los coros angélicos, conformando un abigarrado conjunto lleno de detalles, en los que los caminos y los pasadizos, los puentes y los senderos, conducen al Nacimiento, de modo que habría que dedicar un tiempo más que merecido. 

Si al terminar la visita al Museo e Iglesia acudimos a la tienda de las religiosas, podremos disfrutar de sus exquisiteces y, a la vez, ayudar y colaborar para mantener abierto este tipo de conventos en los que el "Ora et Labora" cobran protagonismo, así que no sería mala idea visitar Santa Paula, y más en estas fechas que se avecinan. 

 Aprovechamos para desear a todos los lectores de estos humildes pliegos unas Felices Pascuas y que el venidero año 2021 sea al menos un poquito mejor que este malhadado 2020 que todos deseamos que se marche.