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08 febrero, 2021

El Príncipe Fingido (Punto ¿Y final?)

 Habíamos dejado la pasada semana a nuestro presunto Príncipe de Módena alojado en la Cárcel Real mientras se sucedían los interrogatorios y los intentos de fuga, que todo hay que decirlo, no hacían sino acrecentar los dimes y diretes sobre la situación de nuestro protagonista. 

 Para colmo de males, durante la noche del 11 de marzo de aquel año de 1749 se detuvo a un cuidadano francés que fue llevado a la cárcel de la Santa Hermandad, ya que se sospechaba o tenían indicios que había estado intentando trabar amistad o confianza con el personal que trabajaba en el restaurante desde el que se le servía la comida al ilustre preso, al parecer con la intención de conseguir acceso a los platos antes de ser servidos en la cárcel y así envenenar su contenido. De ser esto cierto, poco más se pudo averiguar, o al menos no ha llegado hasta nosotros si los propósitos del galo eran asesinar al príncipe y, de ser así, si actuaba por cuenta propia o en nombre de terceros. 

El Viernes de Dolores, 28 de marzo por más señas, a las nueve de la mañana, los curiosos que se arremolinaban a las puertas de la Cárcel Real comprobaron la llegada de una calesa y poco después que nuestro presunto impostor era subido a ella, vestido con casaca militar encarnada y grilletes atados, dicen con cordón de seda. A su lado, de nuevo, se situó el capitán de guardia Antonio Suazo, quien con una escolta de 25 soldados de infantería y otros tantos a caballo cumplía órdenes de vigilar muy de cerca el traslado del preso, sin que faltase en otro carruaje el pertinente escribano de gobierno para que diese fe de lo que acontecía. Al mismo tiempo, fue liberado parte del "séquito" del Príncipe. 

Despertando la lógica expectación a esas horas, la comitiva partió de la Plaza de San Francisco hacia la calle Génova (actual Avenida de la Constitución) para alcanzar la Puerta de Jerez, donde se retiró el contingente de infantería, mientras que el escribano se retiraba también al llegar a la alcantarilla de la llamada venta de Ambrosío. Ya el día 30 se intentó registrar la entrada del prisionero en el gaditano Castillo de Santa Catalina, pero al no quererlo admitir allí su Gobernador, fue llevado a la Cárcel Real y en ella quedó alojado en el mejor de sus aposentos. Dicha prisión se encontraba por aquel entonces en la Plaza de San Juan de Dios de Cádiz y era un conglomerado de viviendas en cuyos bajos se hallaban las celdas.

El 10 de mayo, auxiliado al andar porque parece que no se tenía en pie y encadenado con otros ochenta y nueve presos, fue embarcado en una gabarra con destino al presidio de Ceuta, pero por problemas desconocidos el navío tardó en zarpar, aprovechando la alta sociedad gaditana para visitar al supuesto príncipe y agasajarlo, de modo que llegó a recibir exquisitas viandas, compuestas de hasta dieciocho platos, con carnes y frutas exquisitas, al decir de las crónicas, ¡Se ve que no pasó hambre en su cautiverio provisional!, además dormía en el camarote principal en tanto que el resto, lo hacía en la incómoda cubierta. 

Finalmente, se ordenó la partida del barco. Durante la travesía, nuestro personaje sorprendió a todos por sus conocimientos de náutica y matemáticas y por entretener a la tripulación con composiciones tocadas en un organillo, incluso llegó a comunicarse en su idioma con marinos ingleses que se cruzaron en un navío con el que le llevaba a Ceuta. 

Finalmente, el 16 de mayo se produjo la arribada a Ceuta, siendo llevado al convento de San Francisco, alojado en una celda que le tenían preparada y atendido con todo lujo, mientras recibía de nuevo las visitas de los oficiales y jefes de la guarnición así como gran concurso de gentes, incluso se le permitió conservar parte de su servidumbre. Aparentemente, ahí habría terminado el periplo del presunto aristócrata, con un prolongado cautivero ordenado por la corona como impostor...


 Han pasado dos años apenas cuando de nuevo por los corrillos de Sevilla vuelve a sonar con insistencia el nombre del Príncipe de Módena o de Gales, y no precisamente en relación a su prolongada ausencia, sino todo lo contrario. En el caluroso agosto de 1751, alguaciles de la justicia al mando del Segundo Teniente del Asistente, Don Juan Salanco, se encaminaban a Triana de madrugada con órdenes de prender, por enésima vez, al protagonista de nuestra historia. ¿Cómo había terminado al otro lado del Guadalquivir?

 Ni que decir tiene, que todo arranca con un nuevo intento de fuga, esta vez con éxito, logrado con la ayuda de la dotación de un barco con bandera de Suecia, según cuenta Joaquín Guichot en su Historia de Sevilla. Llegado a costas ceutíes, el navío habría atracado para desembarcar mercancías, barriles y demás elementos, momento en el cual, el príncipe, disfrazado de marinero, logró abandonar la prisión y embarcarse, probablemente con la ayuda de algún miembro de la tripulación. El barco se hizo a la vela y desembarcó a su "polizón" en Gibraltar, desde donde partió hacia Faro en Portugal, localidad en la que parmaneció oculto unos meses. Se ve que los aires lusos no eran de su agrado, porque el 12 de agosto se supo que estaba ya alojado en la casa de un zapatero de Ayamonte y que al poco había viajado a Sevilla, ocultándose en el domicilio, trianero como hemos dicho, de Francisco Muñoz, mantequero por más señas.

De ahí fue sacado por los alguaciles el 24 de agosto y llevado a la bien conocida Cárcel Real, escoltado de cerca por un piquete armado con bayoneta calada, siendo despojado de sus lujosas ropas y "en pechos de camisa" colocado en un lóbrego calabozo con dos grilletes. Inquirido por su nombre, alegó llamarse "Príncipe fingido" y así se registró en el libro correspondiente. Para no alargar en demasía la narración, baste decir que tras declarar ante el Oidor de la Real Audiencia fue encadenado y sacado de la Cárcel Real a las dos de la mañana del 2 de septiembre. Una Real Orden, con la firma además del Marqués de la Ensenada, lo condenaba a la pena de diez años, a cumplir en el presidio de Vélez la Gomera, situado en el Peñón del mismo nombre, en la costa africana entre Ceuta y Melilla; además, se prescribía que no gozase de privilegio alguno y se le mantuviese incomunicado. 

Peñón de Vélez la Gomera. Ceuta.

La estancia en aquel inhóspito lugar sabemos que se prolongó por más tiempo del esperado, durante los que Carlos de Roma (así confesó llamarse una vez allí) se dedicó a intentar el perdón del Cabildo de la Catedral de Sevilla y solicitar una renta con la que, decía, pretendía fundar una orden de caballería destinada a conquistar los Santos Lugares. Finalmente, en 1778, fue decretada su puesta en libertad y también su destierro perpetuo, de modo que es en ese año cuando le perderemos la pista. 

La figura del Príncipe de Módena, de quien nos despedimos, forma parte de una larga lista de impostores, desde el supuesto Ricardo de York en el siglo XVI hasta el falso Cardenal Luis de Borbón en el XIX, pasando por Catalina de Erauso, la famosa "Monja alférez", o la famosa Princesa Caraboo en la inglaterra decimonónica, cuya vida fue llevada al cine incluso. Todos ellos hicieron gala de una extraordinaria capacidad para aparentar lo que no eran, y, lo que es mejor (o peor), para hacerlo creer...

01 febrero, 2021

El Príncipe Fingido (II)

 

En nuestra anterior entrega, dejábamos al supuesto Príncipe de Módena encarcelado en un calabozo situado sobre la Puerta de Triana, tras la Real Orden de su Majestad ejecutada por el Asistente de Sevilla. Tras varios días en la celda, cosa que no debió de gustar en absoluto a "Su Alteza", la noche del martes 5 de noviembre manifestó a sus custodios que se encontraba indispuesto, aprestándose a marchar a su cama sin tomar alimento con la mayor premura; quizá por ello, la guardia aflojó la vigilancia del astuto reo, quien raudo y veloz, en un inesperado descuido, aprovechó para intercambiar sus ropajes con los del mozo que le había traído la cena, y espadín en mano corrió velozmente hasta franquear las puertas sin que nadie le interceptase o se diera cuenta de la evasión. En la celda, tras la fuga, se realizó un minucioso registro, dando como resultado el hallazgo de una cuerda trenzada con sábanas de la cama, lo que a las claras demostró de un modo u otro una evidente intención de escapar.

Una vez en la calle, el fugado, con paso firme y decidido, encaminóse hacia el cercano Convento de San Pablo, donde logró fácilmente acogerse a sagrado con la aquiescencia del Padre Prior, agradecido sin duda por las limosnas entregadas semanas antes; éste, incluso le proporcionó alojamiento y comida en una celda frailuna. Sin embargo, a la mañana siguiente, el propio Prior pasó recado al Asistente, Don Ginés de Hermosa y Espejo, informándole de que en su convento hallábase el consabido Príncipe de Módena bajo la jurisdicción de la orden de los dominicos. Una comisión de autoridades municipales encabezada por el propio Asistente y auxilidada por el Juez Eclesiástico Don Fernando de Albear, conmminó a abandonar su celda al prófugo de la justicia, pero ambos únicamente lograron recibir violentas amenazas y ademanes gesticulantes del presunto impostor, pues en todo momento reivindicó a gritos su derecho de asilo en el convento hasta tanto no se aclarase desde Madrid la "lamentable confusión" en torno a su identidad verdadera.

 
Vista la escasa predisposición del "príncipe", y para evitar males mayores, se acordó ponerle guardia de ocho soldados y un cabo en la misma puerta de la celda, guarnición que fue aumentada a la jornada siguiente con la idea de bloquear por completo cualquier nuevo intento de fuga, cerrándose todos los accesos posibles a claustros, sacristía y otras dependencias conventuales. Para desesperación de las autoridades y divertirmento de los sevillanos, haciendo uso de un ventanuco de la celda que daba a la calle del Dormitorio de San Pablo (actual calle Bailén), el "ingresado" se dedicó a asomarse por él y lanzar puñados de monedas a los mendigos que se acercaban, mientras no poco público acudía a contemplarlo durante todo el día como si fuera un espectáculo (y en verdad debía serlo). La algarabía infantil le aclamaba como príncipe, dividiéndose (cosa rara) las opiniones sobre la identidad y nobleza del sujeto y estándose a la espera de noticias sobre el caso. 

Finalmente, el 10 de diciembre, al alba, el Asistente recibió órdenes tanto del Rey como del Nuncio de Su Santidad que le revestían de autoridad suficiente para poder sacar de San Pablo al "refugiado"; para ello, al abrigo de la noche y aprovechando el momento de la cena, fue capturado por sorpresa y maniatado llevado sin oponer resistencia a la Cárcel Real, encerrándosele en un calabozo con grilletes en los tobillos y gruesa cadena. Registradas sus pertenencias, se le hallaron dos pistolas, pólvora y balas, así como una cuerda realizada con manteles (se ve que estaba siempre presto a la fuga). 

Fachada de la Cárcel Real. 1714.

 Al día siguiente, se le tomó declaración en la Sala de Vistas, en un interrogatorio que se prolongó hasta bien entrada la tarde; durante el mismo, el joven insistió en declararse inocente e hijo legítimo y primogénito de Hércules de Este, duque de Módena, afirmando que había embarcado en Francia con destino a la Martinica para luego regresar a tierras europeas, atracando en la localidad portuguesa de Faro y desde allí, por Ayamonte, llegar a Sevilla con la idea de pasar a la Corte y visitar toda la nación. 

La declaración por escrito fue enviada con un mensajero a Madrid y, mientras, se ordenó relajar en parte las condiciones del cautiverio, disponiéndose que tuviera su propio servicio de "catering" de manos de "Casa Batista", uno de los mejores (y más caros) fogones a la italiana que existían por entonces en Sevilla. Pasaban los días y no se producía confesión alguna, de manera que se acordó suspender las comidas lujosas, pasar al pan, queso y vino no sin cierto debate entre las autoridades sobre a quien correspondía abonar las comidas; se le mantuvo bajo vigilancia aunque "se le manifestó que no era por su honor, sino por su seguridad"

Los interrogatorios se sucedieron a lo largo del mes de enero del nuevo año de 1749, incluso con amenazas de tortura, ruidos de cadenas o cierta violencia, todo ello con la intención de aterrarlo y sacarle algún tipo de confesión, pero ésta no se produjo. Para colmo, el 27 de enero el capitán de guardia Antonio Suazo descubrió toda una trama oculta para otra nueva fuga del preso; gracias al aviso de uno de los soldados, a quien un compañero de armas le había pedido prestada su casaca, pudo saberse de la intención de ataviar con ella al presunto príncipe y de este modo disfrazado franquear los muros de la Cárcel Real. Tras minuciosas pesquisas, se comprobó además que los grilletes estaban limados en gran parte, por lo que, tras detener al soldado traidor y alojarlo en un calabozo separado, se determinó redoblar la guardia y atrancar por dentro la puerta de la celda, durmiendo el capitán a los pies de la cama del preso y a un lado un ayudante, con numerosas medidas de seguridad que incluían la revisión de la celda cada dos horas. 

Como podemos ver, toda precaución era poca para evitar la huida de tan "egregia" persona, de modo que por el momento la dejaremos a buen recaudo aguardando impaciente noticias sobre su futuro.

Continúa, aquí.

25 enero, 2021

El príncipe fingido (I).

 

En la Sevilla de mediados del siglo XVIII, una anécdota en torno la desmedida atención prestada a un recién llegado puso de manifiesto, una vez más, cómo esa bendita ciudad suele echarse en los brazos del primer adulador foráneo sin ningún tipo de pudor, aunque luego, como veremos, no era todo oro lo que relucía... 

Corría el año de 1748. A las dos, o quizá las tres de la tarde del 26 de octubre, cruzaba el Puente de Barcas a caballo un joven no mal parecido, de ojos azules, con una cicatriz en el rostro y rubia y bien rasurada barba. Vestía a la última moda de Francia y en sus ademanes podía adivinarse una personalidad distinguida y acostumbrada a impartir órdenes. Tras atravesar el Arenal, despertando admiración a su paso por su porte, buscó alojamiento en la Posada de la Reina, en la actual calle Jimios, una de las más afamadas (y caras) de la ciudad. Allí, se dio a conocer como Príncipe de Módena, nada menos, reservando varias de las mejores estancias para él y su séquito, ante la atónita mirada de los dueños del establecimiento hostelero. Nuestro personaje había dejado al parecer su carruaje en Castilleja de la Cuesta tras un percance, y había decidido adelantarse; al día siguiente, llegó a Sevilla todo su séquito, formado por un aposentador, criados, pajes, médico, capellán y hasta un marqués y un conde, sin olvidar las cuatro literas y un enorme equipaje en baúles. 

Joven, treinta y un años, impecablemente ataviado, de modales educados y una buena bolsa que no dudaba en abrir sin reparar en gastos, no tardó en echarse a la calle aquel mismo día para familiarizarse con la ciudad, recorriendo sus calles y plazas, compartiendo con gitanos de la Puerta del Sol bizcochos y rosoli (especie de aguardiente con canela, azúcar, anís y otros ingredientes aromáticos), pasando a la noche a un bodegón trianero y terminando su debut en Sevilla con una "expedición" noctámbula entre el barrio de la Feria y la calle Cantarranas (actual Gravina), de uno de cuyos bodegones fue "rescatado" por Bernardo Molina, alguacil de la Audiencia, a eso de la una de la mañana, imaginemos que en estado no muy sobrio...

Sabedor el Asistente de su presencia en la ciudad, los rumores volaban con increíble rapidez sin necesidad de redes sociales o "wuasap", acudió a la mañana siguiente con la idea de darle la bienvenida la ciudad y presentarle sus respetos, tomándose la decisión tras la visita de cortesía de honrarle con una guardia de honor permanente con veinticinco soldados, sargento, tambor y pífanos, acorde a la alcurnia del personaje. El piquete militar rendía honores presentando armas cada vez que el Príncipe entraba o salía, de modo que el vecindario estaba de lo más distraído con tan fausta presencia y tanta revista de armas. El Asistente, además, encargó a Don José Faini, caballero de Santiago y capitán del regimiento de Caballería de Alcántara, que actuase como anfitrión y acompañante e igualmente, cedióle su carroza nueva con seis mulas para sus desplazamientos, estrenándola en la visita que realizó al Monasterio de la Cartuja, donde fue recibido bajo palio y agasajado con grandes muestras de admiración.


Algo similar comenzó a ocurrir al inicio de cada jornada, pues el aristócrata, pulcramente vestido con lujosa casaca de terciopelo celeste galoneada en oro y escudo de la Orden del Sancti Espiritus al pecho, tomó la piadosa costumbre de ir a misa al Convento de San Pablo (ahora parroquia de la Magdalena), donde al llegar y apearse de su carroza era protocoloriamente recibido, también bajo palio, por toda la comunidad de dominicos, quienes reservaban sitial para él junto al altar mayor, destacando la cuantiosa limosna que dejaba tras cada eucaristía, sin que dejasen de repicar las campanas del templo ni de tocar el órgano.

Como podemos imaginar, la presencia de nuestro porotagonista despertó grandes controversias entre todos los estamentos sociales, siempre ávidos de novedades o visitas egregias; unos, afirmaban que sí, que efectivamente se trataba del Príncipe de Módena, otros, por el contrario, que era el mismísimo hijo de Jacobo II de Inglaterra, también Príncipe, pero de Gales; no es de extrañar, pues, que nobles y autoridades literalmente se disputasen su presencia en todo tipo actos, ceremonias o banquetes. Prueba de ello fue lo acaecido el 3 de noviembre cuando el Cabildo de la Catedral, teniéndolo todo dispuesto para la visita del noble protagonista de nuestra historia, se vio sorprendido y decepcionado con la negativa de no poder acudir ante la invitación del propio Asistente de la Ciudad a una fiesta campestre en el llamado Jardín de Batista, ubicado en el Prado de Santa Justa (donde la actual estación ferroviaria). 


La gira campestre se desarrolló en un clima distendido y festivo, con numerosas viandas y caldos e incluso opípara merienda, a cuyo final, el Asistente solicitó tomar la palabra. Todos pensaron que iba a comenzar algún tipo de discurso laudatorio, pero nada más lejos, el Asistente mostró una Orden de Su Majestad el Rey en la que se le inquiría apresar al Príncipe de Módena. Como es de imaginar, la noticia cayó como un jarro de agua fría entre los presentes y demudó el rostro del joven noble; prueba de que todo estaba siguiendo un plan premeditado fue que la autoridad municipal tenía predispuesto un pelotón de infantería y cierto número de tropas de caballería rodeando el jardín donde tenía lugar la fiesta, a fin de evitar la huida del presunto delincuente, que ni opuso resistencia al ser introducido en su coche ni tampoco al ser ingresado en la celda habilitada en la Puerta de Triana, donde quedó preso junto, vigilado por un considetable retén de soldados. 

¿Qué sucedió con su séquito? Al marqués y al conde, junto con el médico personal de "Su Alteza" los llevaron a la Cárcel Real, mientras que pajes y criados dieron con sus huesos en la arzobispal. Se llevó a cabo igualmente un meticuloso registro en las habitaciones ocupadas por el grupo en la Posada de la Reina, confiscándose numerosas propiedades de nuestro protagonista. 

La ciudad quedó consternada por todo lo que estaba ocurriendo, la incertidumbre empezó a enmarañarlo todo y la sorpresa mayúscula fue la  nota dominante en aquellos días de noviembre de 1748, máxime cuando días después sucedieron hechos dignos de una novela; pero esa, esa será otra próxima historia... 

Capítulo II: aquí.

Capítulo III (y último): aquí.