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28 diciembre, 2020

Inocentes.

 

Si en la Antigua Roman había un mes esperado por todos (patricios, plebeyos, esclavos), era el de diciembre. Marcado por la celebración de la fiesta llamada de los Saturnales, un clima de banquetes, regalos, diversiones y festejos generalizados, al grito de Io Saturnalia! llegaba a ocasionar, un día concreto, hasta un trastocamiento momentáneo en el reparto de papeles sociales: los esclavos pasaban a ser los amos, y viceversa, de manera que durante esas  veinticuatro (mejor, XXIV) horas éstos debían obedecer en todo a aquellos, y hasta podían decirse "ad faciem" ("a la cara", vamos) todo aquello que los modales y la sumisión impedía, ¡Con todo lo que ello conllevaba!. A la mañana siguiente, ni que decir tiene, se restablecía el equilibrio social hasta las próximas Saturnales. 

 

Tras la caída del Imperio, durante la Edad Media, quedó un rescoldo de esas celebraciones, materializado en un nuevo intercambio social de roles (como diría un antropólogo), aunque en esta ocasión este trueque tenía lugar en el seno de la jerarquía eclesiástica, manteniéndose la llamada “Fiesta del Obispillo”. ¿En qué consistía exactamente? 

El día 5 de diciembre, festividad de San Nicolás Obispo, en algunas diócesis, o el 28 de diciembre, día de los Inocentes, en otras como nuestra ciudad de Sevilla, la celebración se basaba en que uno de los niños pertenecientes a la Escolanía Catedralicia ocupaba el sitial del Prelado durante toda la jornada, debiendo ostentar la máxima autoridad eclesial, incluso se tiene constancia en los inventarios de la catedral hispalense de los gastos en capas, mitras, bonetes y demás ornamentos cardenalicios con los que revestir al Obispillo, que era honrado y agasajado por el resto del Cabildo de la Catedral, besando incluso su anillo,  sin olvidar que además se hacía acompañar por todo un obsequioso séquito de acólitos y sacristanes, formado por compañeros también de su edad, quienes ese día ponían patas arriba la rutina diaria del primer templo hispalense. 

Lo que en principio era una simpática e infantil tradición que todos acogían de buen grado fue convirtiéndose poco a poco en una especie de trasunto del Carnaval, en el que el Obispillo era paseado por toda la ciudad montado en un jumento enjaezado entre aclamaciones; en efecto, Fr. Diego de Deza lamentábase amargamente de que la fiesta se hacía en su tiempo con alguna soltura, convertida en algarada callejera a la que se sumaba gente de toda condición y Ortiz de Zúñiga en sus Anales de Sevilla afirmaba:


“De antigua costumbre, se hacía cada año un festejo en Sevilla, que llamaban el obispillo, por los estudiantes del estudio de S. Miguel, los mozos de coro de la Santa Iglesia y otros jóvenes eclesiásticos, que dando á uno tal título, lo traían por la ciudad á caballo, vistiendo todos galas y haciendo (á veces) profanas travesuras, cual suele junta de juveniles años».

Un 28 de diciembre, pero de 1511, tras la celebración de la Festividad "episcopal", sucedió un hecho que algunos calificaron de milagroso, y otros, en cambio, tildaron de castigo divino por los desmanes ocasionados durante el Obispillo. Dejemos que lo cuente con sus palabras antiguas el antes aludido Ortiz de Zúñiga:

Había el artífice que concluyó la obra de nuestra Santa Iglesia atrevidose á cargar sobre los quatro pilares qué hacen centro á su crucero , máquina tan alta, que descollando casi otro tanto sobre el templo llegaba casi á igualar el primer cuerpo de la torre por esto no se dejaba de rezelar riesgo no juzgándose bastantes los estribos como se experimentó , pues rajándose un pilar á 28 de Diciembre , fiesta de los inocentes, sustentándose casi milagrosamente todo este dia , á las ocho de la noche acabo de abrirse , y desplomándose traxo tras sí todo el cimborrio y tres arcos de los torales , con estrépito qae asombró toda la Ciudad, y la llenó de sentimiento y tristeza y aunque por la hora no cogió persona alguna, que se tuvo á milagro de nuestra Señora de la Sede, pues sin maravilla (se afirmaba) no haberse podido sustentar desde la mañana, en que comenzó á rajar, hasta la noche que vino al suelo.”


La desgraciada caída del cimborrio catedralicio, que no sería reconstruido del todo hasta 1518 (volvería a verse abatido en 1888) supuso que la Sede Episcopal Hispalense, con su Prelado a la cabeza, reordenase la celebración de la referida Fiesta del Obispillo, regulándose partiendo de la liturgia de la jornada, y enriqueciéndola litúrgicamente como acción de gracias por no haber desgracias personales en el derrumbamiento del cimborrio; Rodrigo Caro, otro historiador local, lo narró así tras dicha caída:


«Fué el golpe tan grande que no sólo se oyó en todo Sevilla, sino que también se sintieron estremecer las casas y edificios. D. Diego de Deza, que entonces era Prelado, juntamente con el Dean y Cabildo, reconociendo el beneficio del cielo, en haber sucedido esta ruina sin daño de ninguna persona, establecieron que en lugar del obispillo, que aquel dia solian hazer con algunas burlas indecentes, se introdujese un acto de humildad...”

 

De tal modo, un derrumbamiento arquitectónico pretendió convertirse en caída de una tradición, pero de nada sirvieron las órdenes y mandamientos del Arzobispo Fray Diego de Deza, ya que se sabe que con el paso de los años no sólo no se vio mermada la celebración, sino que volvió por sus fueros, evitando el 28 de diciembre eso sí, y alcanzando cotas de irreverencia como leemos en esta otra crónica de 1641:


«Conforme al estilo y por costumbre antigua, en el colegio de Maese Rodrigo, Universidad de Sevilla, los estudiantes hicieron su obispillo en la fiesta de S. Nicolás, su víspera el día 5 de Diciembre deste año de 1641. Salieron por las calles con el obispillo, que habían elegido, que fue un estudiante llamado D. Esteban Dongo, hijo de Bartolomé Dongo, un hombre muy rico, genovés. En la puerta del colegio hicieron mucho ruido y alboroto con los que pasaban, haciendo apear de los coches á los caballeros, oidores y prebendados para que le besasen la mano á el obispillo, celebrándolo por chanza y fiesta del día. De allí salieron por las calles con armas prohibidas, pistoletes, carabinas, trabucos y tercerolas, broqueles y estoques, llevando al obispillo en coche, haciendo mil bellaquerías é insolencias en ellas y en las plazas con los pobres hombres y mujeres que vendían en ellas cosas de comer, pasando á quitar los coches, haciendo apear dellos á los jueces y ministros, disimulan do assi esto como las quexas que les daban por esta causa, que solo sucede un día y en él permitidas estas licencias á los estudiantes.


A la tarde vinieron al corral de comedias de la Montería, donde estaban ya representando quando llegaron y se entraron en los aposentos y hicieron volver á empezar la comedia con gran tolerancia del pueblo y de los caballeros y hombres honrados que la estaban oyendo y sufriendo lo que alborotaban. Al salir de alli quando les pareció, se armó una gran pendencia entre estudiantes y caballeros sobre querer quitar á uno dellos su coche y hubo con las cuchilladas algunos pistoletazos, de que salieron algunos heridos con riesgo de la vida. Los estudiantes hizieron cara, eran mas de sesenta, los caballeros no tantos. La Audiencia escribió la causa y el Teniente prendió á algunos estudiantes y el Acuerdo sacó una condenación grande á Bartolomé Dongo, padre del obispillo (díxose que fueron quinientos ó mil ducados) y por el Acuerdo se proveyó auto, que notificó á el colegio, para que nunca hiciera obispillo y assí se ha observado hasta ahora.»

¿Fue ésta la gota que colmó el vaso de la paciencia de los canónigos sevillanos? Según Simón de la Rosa y López, autor de una reconocida Historia sobre los Seises de la Catedral, todavía en torno a 1754-1755 se mantenía la costumbre de que el 28 de diciembre fueran niños de coro los encargados de ocupar los oficios de Chantre, Maestro de Ceremonias o Maestro de Capilla, pero se prohibía el uso de ornamentos epicopales y demás ceremonias alejadas del canon eclesiástico. A finales del XVIII podemos decir que la costumbre había prácticamente desaparecido, perdiéndose una curiosa (y digna de ver, todo hay que decirlo) tradición, aunque en otras diócesis españolas, como en Burgos o Palencia (de la que hay noticias ya en el siglo XIII) se siguen celebrando. 

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